La teoría de los gigantes.

ficha:

– La luna parece brillar cada día más –Escupió Laurie a las estrellas, mientras su gato Felix la miraba con curiosidad –, Felix, ¿Crees qué...?
El gato, sin apetitos de escuchar los lamentos de su ama, titubeó antes de menear la cabeza. Laurie, un poco decepcionada, dirigió otra vez su mirada hacía el cielo, quien parecía llamar su atención cada vez que su mirada se desviaba a su gato blanco.
Felix no era un gato estúpido; más bien, era un gato de lo más inteligente y sabio, y sus tres años de vida le habían enseñado dos cosas muy importantes: la primera, los pies de su ama no eran juguetes para arañar, y la segunda, jamás dar signos de esperanza a un ser humano. Los humanos, más bien conocidos en el mundo felino como los "gigantes que nos alimentan", eran criaturas atroces. Esos gigantes se mataban entre sí, esos gigantes destruían todo lo que tocaban, y, sin embargo, allí estaba Felix, acostado en el regazo de la única gigante quien había sido capaz de quererlo.
– Le extraño – Finalizó su ama, sin desviar sus ojos tristes de la luna.
Otra característica extraña de los gigantes era esa, la capacidad de sentir, la capacidad de tener una cosa la cual extrañar, ya sea un sentimiento, otro gigante o una cosa material. El felino creía que observar a los gigantes era algo bastante interesante y entretenido. Había observado a su ama (su gigante), derrochar liquido por los ojos, ponerse roja como tomate y mucho más. Felix creía que descifrar gatos era mucho más fácil que el misterio que conllevaba descifrar a la raza de los gigantes.
– Laurie... – El felino blanco inmediatamente reconoció la voz de otra de sus amas, Mary. Mary era la gigante que siempre le daba su lata de atún diaria, pero nada mucho más allá de eso. Conteniendo el aliento, Laurie, meneando sus cabellos dorados y su piel pálida brillando en la oscuridad de la noche estrellada de Manhattan, bajo a Felix de su regazo y se acercó a la muchacha de ojos grises – Es un telegrama.
Felix observó la reacción de su ama, aunque por más que lo intentará, no pudo descifrar la mirada en su rostro.
– No tienen que ser malas noticias – Dictó la rubia con la voz casi quebrada, mirando a su hermana a los ojos. El gato observando los ojos de su ama, notó que estaban bañados en esa sustancia que amenazaba con brotar de sus ojos.
Depositando la carta en sus manos, Mary corrió dentro de la casa y desapareció en la oscuridad de la noche. Por unos momentos, Felix se preguntó porqué tanto alborto por una simple carta, y fortaleció su teoría de que los gigantes eran demasiado dramáticos. Sin moverse por unos segundos, Laurie, quien parecía en una especie de trance, murmuró un ligero y apenas audible:
– Es amarillo.
El felino blanco, conteniendo sus ganas de rodar sus ojos por la estúpida observación, miró con curiosidad a su ama y se recostó en sus pies, lo cual despertó a la rubia de su trance. Mirando a su gato, observó unos minutos el telegrama en sus manos hasta que se decidió leerlo de una vez (lo cual Felix agradeció).
Instantáneamente, los ojos verdes de Laurie se llenaron de esa sustancia, y muy pronto las gotas de la misma rebalsaron sus ojos hasta deslizarse por sus mejillas. Negando con la cabeza, la muchacha joven cayó de rodillas en el húmedo césped, murmurando maldiciones. Felix, molestó por la interrupción de su intento de descanso, le gruñó fuertemente a su gigante, la cual comenzó a producir sonidos aún más fuertes, si eso era posible. De una manera u otra, el papel amarillo (el cual Felix reconoció como telegrama) cayó a un lado de su cuerpo, y acercándose, Felix pudo leer, con gran dificultad, las palabras: 
"NOTIFICACIÓN DE MUERTE."
Verán, esa es la cosa que Felix no entendía de los gigantes, ¿Cómo es que podían formar un vinculo tan fuerte con otros de su misma especie y que ni siquiera la muerte misma pueda romperlo? No tenía lógica. O tal vez sí. Pero Felix, por el momento, no podía entenderla.
Como el felino ya había mencionado, los gigantes son criaturas curiosas, ladronas, molestas, sangrientas, maleducadas, olvidadizas, frágiles, infelices, ruidosas, feas, deformadas, grandes, asesinas, dramáticas, mentirosas y carroñeras, pero al fin y al cabo, los gigantes tenían corazón. Y uno que fácilmente podía ser roto.
Felix, observando a su ama unos segundos, se preguntó lo que realmente se sentiría ser un gigante. Ser todas esas cosas.
– No... Papá...
Y el gato de ojos verdes y pelaje blanco como la nieve desapareció en la confusión de la noche.

muchas gracias por tus comentarios y me hace feliz que te guste, leo