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lo unico que pido es que estes en mi corazon
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Re: lo unico que pido es que estes en mi corazon
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CAPITULO 2
—¿Diga?
—¡Hola, ______!
Esa llamada había encendido una pequeña luz dentro de ella…
—¡Hola! ¡Dame un segundo para que cambie de teléfono! —le dijo _______al chico que tomaba
clases particulares de italiano con la perspectiva de una futura licenciatura en lenguas, y
aprovechaba cualquier momento para practicar con ella.
desde la otra habitación se oyó gritar:
—Cariñooo… ¿Quién llama?
—¡Es para mí, mamá, es HelenHelen!
________ tapó con una mano el auricular mientras le gritaba a su madre. Un leve rubor le subió a
las mejillas. No estaba nada bien mentir a una madre, eso lo sabía, pero no le apetecía
explicarle quién estaba al otro lado de la línea, ni que era alguien que estaba esperando
pacientemente contarle que había marcado dos goles en el partido de fútbol sala del instituto.
Que confiaba en que le creyese. Y que, para celebrarlo, o quizá solo para mitigar la mala
conciencia, quería llevarla al muelle a tomar un helado.
—Dale recuerdos de mi parte… y dile que venga a cenar mañana con sus padres. —La voz de su
madre se volvía peligrosamente cercana.
—Claro, descuida, se lo diré, no te preocupes.
Ya no hacía falta gritar, dado que su madre había llegado al salón.
—Subo a hablar a mi habitación.
Una sonrisa radiante con treinta y dos dientes, la sonrisa de quien está contando una mentira.
Una mentira inocente, es cierto, pero de todas formas una mentira.
—Vale, como prefieras.
La mujer observó con atención a su hija, que corría escaleras arriba, disimulando a su vez una
pequeña sonrisa.
Claro, ella también había sido adolescente. Ella también le había escondido a su madre el
destinatario de las kilométricas cartas que escribía, es decir, su actual marido.
Un clásico. Seguramente se había dado cuenta. O a lo mejor no, a lo mejor se lo había tragado.
Quién sabe. Mira que los padres sí que saben hacerse los misteriosos.
Durante los momentos dedicados al estudio, en el silencio de su pequeña habitación, cuántas
páginas había llenado de corazones y de promesas para mandárselas a Giorgio. Ambra
rememoró durante un instante las veces que su madre, fingiendo indiferencia, pasaba como sin
querer detrás de ella para echar un vistazo furtivo a lo que le escribía a su novio. Rauda, ella
tapaba con una mano la hoja y sus palabras de amor secretas, experimentando un bochorno
presumiblemente parecido al que acababa de sentir ______
La mujer esperó a que la chica se hubiese alejado por las escaleras y cogió el otro teléfono
inalámbrico. También sus mejillas se tiñeron de rojo, y no era por el colorete. Pero ¿qué estaba
haciendo? Espiaba las conversaciones como cuando era una cría y llamaban por teléfono a su
hermana…
Se apresuró a colgar y reculó, pensando que llamaría ella misma a la madre de Helen para esa
invitación a cenar. Helen era la mejor amiga de______, una amistad única como solo se puede
tener a esa edad
- [size=16]Helen es una chica Alta, buen cuerpo, con buenas curvas. Ojos azules, cabello castaño hasta la cintura con ondulaciones en las puntas. Mejillas rosadas, labios rojos y carnosos. Una sonrisa cautivadora, facciones finas, tez blanca.Alta, buen cuerpo, con buenas curvas. Ojos azules, cabello castaño hasta la cintura con ondulaciones en las puntas. Mejillas rosadas, labios rojos y carnosos. Una sonrisa cautivadora, facciones finas, tez blanca. Tímida, cuando la conoces es caritativa, tierna, pervertida, bipolar, extrovertida, de todo un poco. Adoro hacer reír a las personas. Amorosa, sencillaAmorosa, sencilla[/size]
Parecían de acuerdo en todo, era una simbiosis casi perfecta; si bien en ese
momento indudablemente no era ella quien estaba al teléfono.
Por otro lado, ¿qué esperaba? Su hija tenía un físico bonito, era alta, espigada, morena y de
ojos verdes esmeralda. Tenía el pelo muy lacio, recortado sobre los hombros, y un aspecto tan
frágil que parecía que fuese a romperse en cualquier momento.
Precisamente por eso su padre Giorgio la llamaba «mi maravillosa muñeca de porcelana»:
bonita, dulce y frágil.
Había cambiado en muy poco tiempo. Hasta hacía pocos meses parecía una niña, mientras que
ahora, con la lozanía de toda su estupenda belleza, se había convertido en toda una mujer,
joven y fascinante. Era normal que tuviese admiradores. ¡Ella también los había tenido a su
edad!
Sonriendo ante ese recuerdo de juventud, sacó del bolsillo el móvil para hacer aquella llamada,
pero se olvidó en cuanto regresó a la cocina, cuando vio el gran reloj colgado en la pared
—odiaba aquel molesto e insistente ruido de agujas—, y se preguntó por qué tardaba tanto su
marido. Solía avisar si había tenido algún percance.
Pensó por un momento en llamarlo para asegurarse de que todo estaba bien. Menú. Agenda.
¿Y ahora? ¡Ah, sí!
Los nombres pasaban rápido por la pantalla a color. Por qué insistía tanto su hija en que debía
tener un móvil de última generación, con todos los adelantos tecnológicos, si ella a duras penas
llegaba a hacer algunas llamadas, muy a menudo sin éxito. No había nada que hacer, nunca se
había llevado bien con la tecnología.
Ay, los buenos tiempos de las cartas escritas a mano… Había que reflexionar antes de escribir,
se buscaban las palabras más complicadas y ampulosas, las metáforas más atinadas. Iban a
parar a la papelera o al suelo montones de hojas hechas una bola después de horas de intentos,
mientras las blancas reposaban sobre la mesa, esperando ser escritas.
Pero ahora, con los correos electrónicos y los mensajes, el papel de carta perfumado de
lavanda con dibujitos estaba guardado en las estanterías de la memoria.
Apretó con el índice el botón de la izquierda y se acercó el móvil al oído, esperando oír a su
marido. Se sorprendió bastante cuando una voz femenina y un poco áspera le informó
amablemente de que el teléfono podía estar apagado o fuera de cobertura.
Un vuelco del corazón. ¿Le habría pasado algo? ¿Algo grave? ¡No! Procuró no ponerse nerviosa,
ya otras veces le había costado ponerse en contacto con Giorgio. Como una niña, comenzó a
remedar la vocecita del teléfono: «El usuario al que ha llamado…». Supuso que lo habrían
retenido en la cita de trabajo a la que había tenido que ir esa tarde, de modo que no había
motivo de preocupación. Imprevistos así se presentaban con mucha frecuencia en su trabajo, y
ella lo sabía perfectamente.
Logró tranquilizarse y se guardó el móvil en el bolsillo; empezó entonces a desmenuzar las
patatas y las zanahorias, y a canturrear alegremente uno de sus temas preferidos, como hacía
siempre que trajinaba con los fogones.
Ya era casi la hora de cenar cuando su marido entró, pero ella estaba tan atareada y absorta en
sus pensamientos que no advirtió que la puerta de la calle se abría y se cerraba, ni que él había
entrado en la cocina.
—¡Giorgio! —exclamó en cuanto lo vio—. ¡Por fin! ¡Estaba preocupada! He tratado de llamarte,
pero tenías el móvil apagado. La cena está lista. ¿Cómo te ha ido? ¿Te has mojado? ¿Has visto
qué tiempo? Menos mal que ______ te ha dado el paraguas, porque si no te habrías…
Calló bruscamente al reparar en los ojos hinchados y enrojecidos de su marido y en su aspecto
cansado y desconsolado. Había estado tan concentrada en remover el estofado en la cacerola
que ni siquiera le había dirigido una mirada.
—Pero… —continuó preocupada y a la vez asustada—. ¿Qué te pasa? ¿Ha ocurrido algo?
Tras secarse las manos en el delantal rojo y azul, se acercó a él y le acarició dulcemente la
mejilla helada.
El hombre no respondió. Se quitó el abrigo, dejó el maletín en el suelo y abrazó a su mujer con
tal fuerza que casi la asfixia.
—Ahora no, Ambra, te lo ruego —le susurró al oído—. Dile a ____ que estoy muy cansado y
que quiero descansar. Te espero arriba, después de que cenéis. No tengo hambre. No me
apetece comer. Solo quiero estar un rato a solas. Necesito reflexionar.
La señora Luciani se quedó un poco sorprendida. Tuvo la tentación de preguntarle enseguida a
su marido qué era lo que pasaba, pero decidió respetar su decisión, limitándose a asentir y a
besar a Giorgio, que en silencio subió las escaleras y se encerró en su dormitorio.
Había dado vueltas toda la tarde por la ciudad sin rumbo, en busca de respuestas, en busca del
valor necesario, pero sobre todo en busca de alguien que lo pudiese ayudar. En el fondo ya lo
sabía. Solo Dios podría hacerlo. Y nadie más. Lo sabía perfectamente. Pero ¿dónde encontrarlo?
Él, que tiene tanto que hacer, ¿iba acaso a escuchar las plegarias de un pobre hombre? A lo
mejor, quién sabe, podía darle esas respuestas y ese valor. Sin duda, porque Él es Aquel que lo
puede todo. A lo mejor, en el silencio de su dormitorio, si se lo pedía, Él lo escuchaba. Qué pena
acordarse de Él solo en momentos así. Pero qué le iba a hacer. Tenía que intentarlo. Se entregó
a una profunda y larga meditación.
Sin saber bien qué pensar, tras haberlo seguido con la mirada, Ambra recogió las cosas de su
marido y las llevó a la entrada. Colgó el abrigo en el perchero, dejó el maletín junto a la mesita
de las llaves y metió el paraguas en el paragüero, asombrada de que su marido, habitualmente
tan ordenado y meticuloso, lo hubiese dejado goteando en el suelo. Fue inmediatamente a la
cocina por un trapo; luego, de vuelta en el vestíbulo, secó el suelo.
Mientras tanto, _____ por fin había terminado su charla, ciertamente animada a causa de ese
puñetero fútbol sala que le quitaba tanto tiempo, decididamente demasiado. Un fútbol sala
que en realidad tenía otro nombre, y encima dos piernas, dos brazos, pelo lacio, rubio y largo, y
un corazón que latía furiosamente cada vez que él marcaba un gol dentro de ella. Pero eso, por
supuesto, _____ no podía saberlo.
Con la cara todavía enfurruñada volvió al salón y se sumergió de nuevo en la lectura de la
revista que había dejado en el sofá. Un poco aburrida y desanimada por el mal tiempo y por la
típica testarudez masculina, al oír los pasos de su madre en el pasillo la fue a buscar a la
entrada, bostezando y arrastrando los pies. Sorprendida de verla arrodillada en el suelo, le
preguntó qué estaba haciendo, pero sobre todo a qué hora iban a cenar.
—¡Anda, ven!
Ambra se levantó del suelo, la agarró de la mano y fue hacia la cocina.
—La cena está casi lista. ¿Me ayudas a poner la mesa? ¡Y no camines así, sabes que lo detesto!
¡No es nada elegante!
—¿Así cómo, perdona?
—¡Arrastrando los pies por el suelo, lo sabes perfectamente! Bueno, ¿te encargas tú de poner
la mesa?
—¡Uf! ¿Cuándo te decidirás a tener una asistenta? ¡Todas mis compañeras tienen una! ¡Y no
creo que precisamente papá no pueda permitírselo!
—¿Y luego qué haría yo todo el día? Me aburriría, ¿no te parece? Te he explicado mil veces que
no me gusta tener a nadie en casa a mis órdenes y que me encanta ocuparme de mis cosas.
Estoy hecha así. Puede que tú también debas empezar a hacer algo, ya que a duras penas sabes
cocer un huevo duro. Ya es hora de que aprendas al menos a cocinar… ¿Cómo te las arreglarás
cuando te cases?
—¡Vale! ¡Vale! ¡Descuida, me compraré uno de esos cursos en DVD o lo aprenderé todo de ti
una semana antes de la boda! Por ahora queda tiempo, no tienes por qué alarmarte tanto.
Cumplí dieciocho años el mes pasado, diría que es inútil vendarse la cabeza antes de
rompérsela, ¿no? Y ahora vamos a cenar, por favor. ¡Me muero de hambre! Pero… ¿y papá?
¿Todavía no ha vuelto? He visto sus cosas en la entrada, pero no lo he oído llegar.
—Ha llegado hace poco, pero ha subido al dormitorio porque no se encontraba bien. ¡Con este
tiempo y con esta lluvia habrá cogido un buen resfriado!
—Sabía que iba a caer enfermo. ¡De no ser por mí, que le he dado el paraguas, se habría calado
hasta los huesos!
—Pues sí, últimamente está un poco despistado. No sé qué le está pasando, puede que estos
días esté trabajando más de la cuenta.
Ambra recordó un poco preocupada la expresión de su marido cuando había entrado.
Seguramente estaba ocurriendo algo raro.
—¡Pensemos en el lado positivo, esta noche al menos nos libraremos de esos antipáticos
concursos con premios que ve él a la hora de la cena! —dijo _____ sacando del cajón los
cubiertos y colocándolos sobre la mesa.
—Mira que tienes razón, no sé cómo puede gustarle tanto eso. Y es incapaz de perdérselos una
sola noche…
—¡Pues sí! ¡Qué coñazo!
Riendo, Ambra le dio a su hija una leve colleja en la nuca, luego cogió la cacerola humeante del
fogón y la llevó a la mesa procurando no quemarse.
—Venga, será mejor que cenemos. ¡E intenta evitar esas frases delante de tu padre! Sabes
perfectamente lo que piensa de tus coloridas expresiones…
—¡Ay, qué coñazo! ¡Solo he dicho qué coñazo!
Ambra abrió los brazos y elevó los ojos al cielo.
—Pues eso.
—¡Uf, mira que sois anticuados!
Madre e hija se sentaron a la mesa, una riendo y la otra resoplando. Luego Ambra continuó,
mientras llenaba los platos de estofado:
—Cuéntame qué has hecho hoy.
—Nada especial… La vida de siempre, las cosas de siempre, el aburrimiento de siempre
—respondió la chica, un poco enfurruñada—. Nunca hay novedades, nunca ocurre nada
diferente…
La madre sonrió ante aquella afirmación y pensó que, en efecto, su vida era últimamente un
poco monótona. A buen seguro ninguna de las dos se habría imaginado jamás cómo toda su
vida iba a cambiar drásticamente en muy poco tiempo.
—Mamá, enciende el televisor, por favor. A esta hora ponen ese programa, ¿cómo se llama?
Ese con todos los chismes sobre los vips que papá nunca nos deja ver, porque a él no le gusta
—exclamó_____ con la boca llena, dándose puñetazos en el pecho para no atragantarse.
Ambra no entendió ni una palabra de lo que le decía su hija, y se apresuró a llenarle el vaso de
agua para ayudarla a tragar la comida.
Al final, por acabar antes y sin haber aún tragado, _____ se levantó, cogió el mando del
televisor y lo encendió.
La cena prosiguió así, entre frivolidades, chismes y muchas carcajadas cómplices entre madre e
hija, con algunas palabrotas de más, rigurosamente seguidas de una leve torta en las manos o
en la nuca dada con libre desahogo, en vista de la ausencia de Giorgio.
Al terminar de cenar, ____ le echó una mano a su madre. Recogió la mesa y colocó la vajilla en
el fregadero, barrió el suelo y luego desapareció, por temor a que le encargara más tareas.
La mujer fregó y secó bien los platos, limpió con igual esmero toda la cocina, y una vez que
hubo terminado se quitó el delantal, preparó una bandeja con la cena para su marido y fue a
verlo a la planta de arriba.
Lo encontró echado en la cama, las manos detrás de la cabeza y la mirada perdida en el techo.
La luz tenue de la lámpara dejaba la habitación un poco en penumbra, y también su rostro. No
se había quitado la ropa ni los zapatos, tenía los ojos cerrados y parecía que estaba dormido.
Pero ella sabía que no, y después de más de veinte años de matrimonio no tenía sentido
recriminarlo por haberse tumbado en la cama con los zapatos puestos.
La mujer dejó la bandeja en la mesilla de noche y se sentó en la cama, al lado de su marido, que
le hizo sitio.
—Amor… —lo llamó delicadamente en voz baja, poniéndole una mano ligera sobre el
hombro—. Te he traído algo de comer.
Con una sonrisa forzada, Giorgio respondió que comería más tarde.
—¿Ocurre algo? Hoy estás muy raro —preguntó ella, cada vez más preocupada.
Era muy extraño que su marido no tuviese apetito, eso pasaba muy rara vez, y cuando sucedía
era siempre por algún motivo grave.
—No, tranquilízate, solo estoy cansado.
—¿Y por qué tienes los ojos rojos e hinchados?
—No es nada, solo un leve resfriado —mintió, tratando de evitar la mirada de su mujer—.
Anda, intentemos dormir, que estoy cansado —añadió para eludir el interrogatorio.
Ella simplemente asintió, poco convencida de la respuesta y de su actitud. En silencio, ambos se
prepararon para dormir.
Ambra apagó la lámpara. Ahora solo iluminaba el dormitorio la luz de la luna.
Pasaron muchas horas, y Giorgio seguía dando vueltas en aquella cama que parecía llena de
clavos, asfixiado por una manta que lo oprimía como si fuese de cemento. Trataba de encontrar
un poco de alivio y consuelo al menos en el sueño, pero esa noche nada hubiera podido
serenarlo, después de la terrible verdad que ahora conocía
__________________________________________________________________
CHICAS LES DEJO CAPITULO ESPERO LES GUSTE BESOS XXX
candymalik
Re: lo unico que pido es que estes en mi corazon
Se ha enterado*_*
Necesito leer mas*-*
Martha
Necesito leer mas*-*
Martha
LarryLarcel Stylinson
Re: lo unico que pido es que estes en mi corazon
Me encanto el capitulo.
Tienes que seguirla♥
Pobre Giorgio :c
Si que le afecto la noticia.
Pobre rayis.
Siguela!!!!
Tienes que seguirla♥
Pobre Giorgio :c
Si que le afecto la noticia.
Pobre rayis.
Siguela!!!!
Leslie Tomlinson
Re: lo unico que pido es que estes en mi corazon
CHICAS MARATONNN
HOLA CHICAS ESPERO ESTEN BIEN
BESOS XXX
candymalik
Re: lo unico que pido es que estes en mi corazon
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CAPITULO 3
MARATON 1/ ?
¡Qué noche tan atroz! ¡Qué pesadillas, coño! Casas sin escaleras, ascensores que se
bloqueaban, tejados que se venían abajo…
Giorgio se quedó un instante parado delante de las escaleras. ¿Qué elegir? ¿Cómo subir al
despacho? Después de los sueños de esa noche… ¿Escaleras o ascensor?
Al final se decidió por el ascensor. Había dormido apenas y muy mal, no tenía ganas de encarar
esos pocos escalones que esa mañana parecían interminables. Mientras apretaba el botón rojo
con el número 2 en relieve, repasaba en su mente las palabras que había preparado. Aunque
estaba seguro de que al final iba a improvisar. Más o menos como hacía en la universidad antes
de un examen importante.
Pero ahora era distinto, un examen siempre se puede repetir, mientras que esta vez solo
disponía de una oportunidad y no la podía desaprovechar. Cualquier mínimo error supondría su
fin.
Una vez en la segunda planta, recorrió el pasillo con paso lento y la vista clavada en el suelo,
hasta detenerse en la última puerta. Introdujo la mano en el bolsillo derecho de los pantalones
para buscar la llave de su despacho y miró alrededor.
Habría podido describir aquel lugar minuciosamente hasta con los ojos cerrados: la moqueta
que pisaba todos los días desde hacía muchos años, los cuadros de las paredes, cada uno de los
cuales contaba una historia diferente, las grandes plantas de los rincones del pasillo que una
chica guapa se encargaba de regar y la pintura ensombrecida por el tiempo. Y, además, los
colegas, los más simpáticos y los más odiados, que, como cada detalle de aquel edificio, habían
constituido una parte más o menos importante de su vida.
Suspiró antes de girar la llave en la cerradura, tras lo cual bajó el pestillo, abrió la puerta y de
golpe se detuvo, como si de buenas a primeras hubiese tomado otra decisión. Vaciló un
momento, luego cerró la puerta, sin entrar en la habitación. Volvió al pasillo, recorrió un breve
tramo y se dirigió a una mesa próxima. La mujer que estaba sentada detrás de esa mesa
levantó la cara y al verlo sonrió. Una vez que hubo llegado a su lado, le dijo:
—Buenos días, señor director. Están aquí los faxes que esperaba. Se los llevo enseguida a su
despacho.
—No —contestó con sequedad—. Los miraré más tarde. ¿Ha llegado el presidente?
La señorita Cinthia, la secretaria de Giorgio Luciani, se quedó bastante asombrada de la
respuesta dura y fría de su director, pues solía ser un hombre amable y educado. Tras la
sorpresa inicial, se apresuró a responder que el presidente acababa de llegar y que podía
encontrarlo en su despacho.
—Gracias —le contestó volviendo rápidamente sobre sus pasos.
Una vez dentro, colocó el maletín en una silla, colgó la gabardina y se sentó a su escritorio, con
los codos apoyados en el tablero y la cabeza entre las manos, sin saber bien qué hacer ni qué
pensar.
Un fuerte puñetazo contra el escritorio, fruto de la desesperación, hizo caer un marco con la
foto de toda la familia, una instantánea que había sido tomada con ocasión de un cumpleaños
de _____ . En esa imagen la niña sonreía, feliz de estar posando para la cámara abrazada a sus
padres.
El recuerdo de aquel día hizo que una débil sonrisa asomara a los labios de Giorgio, una sonrisa
que pronto se trocó en una expresión dura, decidida.
En ese instante, como si por fin hubiese encontrado en su interior la fuerza que precisaba,
Luciani se levantó y fue directamente al despacho del presidente.
No vaciló un segundo, llamó con seguridad y entró.
—Buenos días, señor presidente —exclamó, y el otro le respondió al saludo.
Su jefe, que estaba tomando café, lo invitó a sentarse y le ofreció una taza, que Giorgio aceptó.
—Dos terrones, ¿verdad? —preguntó mientras quitaba la tapa al azucarero.
—Hoy tres, gracias.
—¿Y eso? ¿Necesita endulzar algo? —preguntó risueño el presidente, asombrado por el
cambio, al tiempo que le tendía la taza a su colega.
Giorgio Luciani tardó unos segundos en responder. No sabía qué decir ni cómo explicarse.
Buscaba las palabras idóneas, hurgaba en su mente para dar con la mejor manera de comunicar
su decisión.
—Tengo que hacer más dulce mi marcha —dijo al fin, sencillamente.
El presidente se quedó unos instantes mirándolo con gesto interrogante y Giorgio, para rehuir
su mirada, se puso a dar vueltas a la taza entre las manos y a observarla, como si quisiera
grabar en la memoria cada detalle del logo del banco impreso en la loza blanca.
—¿La competencia le ha hecho una oferta mejor que la nuestra? —preguntó el hombre con
gesto receloso.
—¡No, no! La verdad es que querría pedir un traslado.
—¿Es que no se encuentra bien aquí? —siguió su jefe, enarcando una ceja.
—Todo lo contrario, me encuentro estupendamente. No se trata de mí, sino de mi familia.
Tengo que volver a Italia. Tengo que encontrar un corazón. Comprendo que puede parecer
raro, pero… ¡es así!
—¿Un corazón? ¿Qué quiere decir? —preguntó el presidente, sorprendido por la respuesta.
—¡Necesito un corazón para un trasplante! ¡Lo necesito con urgencia! ¡Y tengo que ir a Italia
para conseguirlo! Por eso querría que me destinaran a una de nuestras filiales italianas.
En ese preciso instante sonó el teléfono. El presidente levantó el auricular y su secretaria le
avisó de que la reunión estaba a punto de empezar y que lo estaban esperando.
—Lo siento —se disculpó el hombre—, me temo que tendremos que continuar esta
conversación más tarde. De todas formas, aunque no he comprendido bien su problema, tengo
la impresión de que se trata de algo muy serio, y le pido que me considere a su entera
disposición.
—Muchas gracias, se lo agradezco infinitamente —respondió Luciani estrechando la mano del
presidente, quien percibió una extraña luz en los ojos de su colega.
Unas horas después descubriría que aquella era la luz de una esperanza que, en la oscuridad de
la impotencia y de la angustia, Giorgio había temido perder.
candymalik
Re: lo unico que pido es que estes en mi corazon
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CAPITULO 4
MARATON 2/?
—Papá, ¿me pasas el agua, por favor? —pidió _____—. Papá, ¿me oyes? —insistió, esta vez en
voz alta y con tono firme.
Giorgio salió de su ensimismamiento.
—Perdona, cariño, ¿qué has dicho?
Ambra advirtió que en la cena de esa noche su marido estaba bastante pensativo y confirmó
que algo iba mal. Desde hacía días sospechaba que le estaba ocultando algo y suponía que
pronto se lo revelaría. Al menos eso esperaba.
—¡Te he pedido que me pases el agua! ¡Uf, papá, últimamente estás muy despistado!
______ a todavía más mona cuando ponía esa cara enfadada que la hacía retroceder en el
tiempo, a la época en que tenía rabietas de niña mimada.
El hombre cogió la botella de cristal verde y sonriendo se la tendió a la chica.
—Papá, creo que para que te perdone me tendrías que comprar un caballo. Hace meses que
me lo prometiste. ¿Cuándo me lo piensas comprar, cuando sea vieja?
Giorgio sonrió y tras pensar un rato, sin dejar de sonreír, respondió:
—Te prometo que tendrás tu caballo en cuanto nos hayamos mudado.
Llevaba todo el día tratando de encontrar las palabras idóneas para comunicar a su familia la
noticia de la mudanza, y ahora que se las habían puesto en bandeja, se sentía enormemente
aliviado. Lo único importante en ese momento era no delatarse y lograr ser convincente.
Tras oír aquello, madre e hija dejaron de comer y pusieron los tenedores sobre los platos.
Ambra bajó el volumen del televisor y con voz de sorpresa le pidió a su marido:
—¿Podrías repetir lo que has dicho?
Con serenidad, como si fuese la cosa más natural del mundo, Giorgio respondió:
—He dicho que le compraré el caballo a _____ después de que nos hayamos mudado.
La incredulidad y mil interrogantes invadieron el aire durante unos momentos.
—¿Que nos hayamos mudado? ¿Adónde? ¿Y cuándo?
—Dejad que me explique. —Giorgio se limpió la boca con la servilleta y puso una expresión
seria y firme—. Desgraciadamente, en el banco hemos tenido problemas serios y han tenido
que hacer recortes de personal, y…
—¿Quieres decir que te han despedido? ¿Por eso últimamente estás tan raro? —lo interrumpió
su mujer, estrechando una maño entre las suyas, preocupada—. ¿Qué vamos a hacer ahora?
—No, no… tranquilízate, por suerte solo me van a trasladar. Y además…
—¿Trasladarte? Pero ¿puede saberse adónde? —volvió a interrumpirlo la mujer, cada vez más
inquieta.
—A Italia. Me han trasladado a Italia. ¿Contenta? ¿Me dejas hablar ahora? —Giorgio empezaba
a ponerse nervioso.
—¿A Italia? ¿Tan lejos?
Pasado el estupor inicial, ____ empezó a preocuparse seriamente.
—Pero… ¿por qué precisamente a Italia? Papá… ¿qué voy a hacer con el instituto?
—Yo resuelvo lo del instituto, descuida. Pero hay algo más… —Giorgio vaciló unos segundos,
aunque luego zanjó de sopetón el punto que más le preocupaba—: ¡Nos tenemos que marchar
lo antes posible!
A él tampoco le resultaba fácil esa situación, y aunque trataba de aparentar calma y
tranquilidad, la verdad es que estaba muerto de miedo, lleno de dudas e indecisiones. Y no
cabía duda de que la actitud hostil que su mujer y su hija le demostraban no facilitaba las cosas.
—¿Y cuándo sería «lo antes posible»?
Ahora también Ambra empezaba a alterarse.
—Dentro de dos días.
Tras esas palabras, ____ rompió a llorar, y entre lágrimas le gritó a su padre:
—Papá, ¿dos días? ¡Eso es imposible! ¡No quiero! Mis amigos… Mi vida… ¿Qué será de mí?
—¡Lo siento, pero ya está decidido!
Con los dedos de la mano derecha, Giorgio rebuscó en el bolsillo de la camisa, extrajo una
cajetilla de Marlboro rojo, encendió un cigarrillo, y luego, con tono grave y pausado, le dijo a su
hija:
—En Italia harás nuevos amigos, tendrás una nueva vida. Lo mismo nos pasará a tu madre y a
mí.
—Pero, papá… —trató de replicar la chica.
—¡No hay peros que valgan, señorita! ¡Es así, y punto! No podemos hacer otra cosa. ¡Haceos a
la idea! —la interrumpió inmediatamente su padre.
____se fue llorando a su habitación para llamar por teléfono a sus amigas más íntimas y
contarles la noticia, mientras Ambra, enfadada, le pidió a su marido que la acompañara al
dormitorio.
—No deberías ser tan duro con ella. ¿Has tratado de ponerte en su lugar? Justo ahora, que pese
a todo había conseguido tener amigos y una vida… Además, podías evitar hablar cuando
estamos sentados a la mesa, nos has estropeado la cena a todos. ¿Esa es la manera de dar
semejante noticia? No es propio de ti, ¿qué te está pasando? Ya no te reconozco.
Mientras su mujer lo regañaba, Giorgio mantenía la cabeza gacha, incapaz de soportar la dura
mirada de Ambra, tratando de distraerse para no oír esas palabras que lo herían y que
aumentaban su sentimiento de culpa. Si hubiese sabido la verdad, jamás le habría hablado de
esa manera, pero desde luego no podía confesársela. No podía sino permanecer en silencio.
—Lo siento… No sabía cómo decíroslo.
Lo dejó ahí y salió de la habitación, por miedo a estallar.
Una vez sola, Ambra se sentó en el borde de la cama para reflexionar. ¿Qué iba a ser de ellos?
¿Cómo podían dejarlo todo e irse a vivir a otro país, así, de un día para otro? ¿Cómo iba _____ a
dejar a sus amistades, su vida, a esa edad ya de por sí tan complicada? A saber cuánto tiempo
iban a tardar en situarse, en hacer nuevos amigos. A saber cuánto iban a sufrir. No tenían ni un
momento para pensar, no tenían tiempo para despedirse. Solo había que reaccionar, y deprisa,
pero con la calma necesaria para mantener a la familia unida, colaborar para que la partida
fuera lo menos dolorosa posible. Por lo demás, de nada valía enfadarse con Giorgio. Tuvo
remordimientos por la reprimenda que le había echado. Al fin y al cabo, él no era responsable
de esa decisión, e indudablemente no era feliz. Se prometió que le pediría disculpas y que le
ofrecería todo su apoyo. Nunca había dejado de amarlo y no quería incumplir la promesa
conyugal: estar al lado de su marido en las buenas y en las malas. Pero antes había algo más
importante que hacer, algo que tenía prioridad sobre todo lo demás.
Se levantó de la cama, salió del dormitorio y caminó pocos pasos, que resonaron en el silencio
de la casa. Llamó a la puerta de la habitación de _____ aunque no recibió respuesta. Bajó el
pestillo y cuando entró la encontró llorando, tumbada en la cama: le estaba contando por
teléfono a una amiga que odiaba a su padre y su trabajo.
Necesitó mucho tiempo para conseguir calmarla, y al final ____ dejó de llorar, pero no hubo
forma de aplacar la ira que sentía contra su padre. A pesar de todo, no era capaz de
reprochárselo.
Cuando por fin la chica se quedó dormida, bajó para hablar con su marido.
Giorgio estaba sentado en un sillón leyendo el periódico, pero detrás de esa máscara de
aparente calma y tranquilidad lo atenazaba la angustia.
Tras recoger la cocina, Ambra decidió darse un baño caliente para aclararse un poco las ideas.
Luego fue al dormitorio, eligió un camisón y fue a ver a su marido. Vaciló unos segundos en la
entrada del salón, sin saber muy bien qué hacer, qué decir y cómo actuar, tremendamente
cansada por todo lo que había ocurrido aquel día. Se preguntó si no era preferible dejar la
conversación para el día siguiente, pero enseguida se dijo que no habría sido justo.
—¿Te importa explicármelo mejor? —empezó mientras se sentaba en el brazo del sillón al lado
de su marido, con las piernas cruzadas y la espalda contra la pared, y le pasaba un brazo detrás
de los hombros y le acariciaba suavemente la cabeza.
—¿Qué es lo que quieres saber en concreto? —Giorgio se quitó las gafas y dejó el periódico
sobre las rodillas, más por tomarse su tiempo que por otra cosa.
No era fácil fingir tranquilidad, su mujer lo conocía demasiado bien. Eran novios desde muy
jóvenes y habían crecido juntos: nadie en el mundo sabía leer sus pensamientos mejor que
Ambra. Siempre había sido un libro abierto para ella, pero esta vez no, esta vez no se lo podía
permitir.
—¿Cómo así, tan de repente? Y dentro de dos días… ¿No hay manera de retrasar la partida?
—No, lo siento. No se puede, de verdad, si se pudiera ya lo habría hecho. Lo cierto es que
estaba en el aire desde hace días, pero hasta hoy no me lo han confirmado. ¡Lo siento!
Giorgio trató de justificarse, confiando para sus adentros en que la conversación no pasara de
ahí.
—Pero… ¿dónde vamos a vivir? ¿Cómo lo vamos a hacer para encontrar casa en dos días?
Ambra estaba cada vez más confundida y perpleja, pero de nuevo dulce y cariñosa como
siempre.
—Ya he pensado en eso. El presidente del banco, el señor Malton, ha sido muy amable y
solícito y nos ha ofrecido una villa de su propiedad en la Toscana. ¡Mira, me ha dado una foto
de la casa!
Tras decir eso, Giorgio buscó en el bolsillo de los pantalones, sacó la foto y se la dio a su mujer.
La mujer cogió la foto y comenzó a girarla entre las manos. Estaba vieja y desteñida, y había
que echarle mucha imaginación para poder apreciar el aspecto real de la casa.
—Me ha dicho que se encuentra en un pueblecito que se llama… Ciacina, Cicina… ahora no me
acuerdo bien. ¡Espera, si no me equivoco está escrito en el reverso!
Ambra le dio la vuelta a la foto intrigada.
—¡Cecina! ¡Aquí pone Cecina!
—¡Eso es, Cecina! El presidente del banco me ha dicho que queda a poca distancia de Livorno.
Tendrías que estar contenta, por fin se cumple tu gran deseo: una casa lejos del caos de la
ciudad. ¿No es eso lo que me has pedido siempre? Al principio podremos vivir ahí, y después…
ya se verá.
Ambra se sintió un poco confusa por la afirmación de su marido. Habían discutido muchas
veces sobre ese tema, pues él prefería una casa en pleno centro, con todas las comodidades de
la ciudad, mientras que ella quería vivir en un sitio más tranquilo y reservado, apartado del
tráfico y del caos urbano. Y al final Giorgio siempre se salía con la suya.
—Pero así, solo en dos días, ¿cómo voy a organizar la mudanza, el viaje?
—Descuida, yo me encargaré de todo.
Giorgio acarició dulcemente la mano de su esposa, confiando en haberla tranquilizado. La
mujer aún no estaba plenamente convencida, pero al observar el aspecto cansado y afligido de
su marido, decidió no insistir. Sonriendo, le devolvió la foto de la villa y le dio un beso suave en
la frente para intentar animarlo.
—De acuerdo, confío en ti.
Después, bajando la cabeza y poniendo expresión triste, prosiguió:
—Siento mucho haberme enfadado antes contigo. Pero es que, verás, esa noticia, dada así tan
de repente, me ha pillado de sorpresa, y he tenido una reacción desmedida. Yo…
Giorgio le puso un dedo en los labios y con una mirada cómplice le susurró:
—Chissst… ¡No hace falta que te disculpes! Descuida, lo comprendo perfectamente.
Ambra lo abrazó con fuerza y lo besó apasionadamente, como no lo hacía desde hacía tiempo.
Luego exclamó:
—Venga, ahora vámonos a la cama, ya es tarde y tú no me pareces precisamente en forma. Nos
esperan días difíciles y no quiero que te canses demasiado. Sabes que luego me preocupas…
—A continuación se levantó, apagó la luz que había al lado del sillón del marido y lo invitó a
subir con ella.
Pero Giorgio hizo un gesto negativo con la cabeza y sonriendo le dijo que iba a quedarse
todavía unos minutos más. Prometió que no tardaría en subir al dormitorio.
Entonces Ambra lo besó en los labios para desearle las buenas noches y subió las escaleras,
envuelta en una bata de seda rosa, los cabellos sueltos, la cara ya sin maquillaje y el perfume
delicado de un gel de almizcle blanco.
Por fin solo, Giorgio lanzó un profundo suspiro. A oscuras, dejándose guiar por la luz tenue de la
luna, que, entrando por las cortinas semiabiertas, teñía de plata el suelo, salió de la habitación,
dejó atrás las escaleras y se dirigió a su pequeño despacho, ubicado al lado de la cocina.
Encendió la luz, fue hasta un pequeño armario empotrado debajo de la ventana, buscó en su
interior durante unos minutos y al final sacó una carpeta azul un poco desgastada, llena de
hojas y con las esquinas ligeramente ajadas, de tanto abrirla y cerrarla. Se agachó al lado del
armario y pasó suavemente la mano por las letras escritas en la tapa con rotulador negro:
«__(t.n)__ ».
Suspiró, y luego abrió la carpeta. Repasó las hojas y las leyó varias veces. Ahí dentro estaba
todo el historial clínico de su hija: los resultados de las distintas pruebas, los informes médicos y
todas las hipótesis, siempre equivocadas. Habían consultado a muchos especialistas en el
intento de dar un nombre a la enfermedad de la chica, pero nadie había sido capaz de ofrecer
un diagnóstico exacto. Les habían repetido una y otra vez que no había nada que hacer, que no
había cura ni manera de averiguar lo que tenía, como una sentencia irrevocable dictada por un
juez.
Sus padres, pues, habían procurado ofrecerle una vida lo más normal, serena y feliz posible,
luchando para que no sufriera la enfermedad, impidiéndole que se cansara demasiado y que se
expusiera a emociones excesivas que podrían resultarle fatales.
Afortunadamente, ____ nunca había necesitado ser hospitalizada, dado que la sintomatología
se limitaba a esporádicas crisis que sus padres habían aprendido a afrontar: desmayos, ataques
de pánico o dificultades respiratorias.
Se sentó al escritorio, con una copa de Baileys. Posó la mirada en las hojas, pero la mente no lo
dejaba leer. Cobró forma delante de sus ojos un momento que quería olvidar como fuera.
Recordó el miedo y el desconsuelo que habían pasado en la primera crisis: la ambulancia, que
no llegaba, la carrera al hospital, el pánico a perder a su hija, aún tan pequeña, los médicos, que
no daban respuestas.
Pero las crisis, que al principio habían sido esporádicos momentos de terror, se habían vuelto
cada vez más frecuentes, y el último examen médico daba a la chica solo unos meses de vida.
Precisamente por eso había acudido al doctor Kovacic: para encontrar un fallo, un error, una
esperanza. Pero nada de todo eso se había producido. La única certeza que había obtenido era
la de que el corazón de su hija era demasiado débil y la de que pronto, por un motivo que nadie
era capaz de descubrir, por una enfermedad que nadie sabía explicarse y a la que nadie sabía
poner nombre, dejaría de latir.
Giorgio recogió los papeles. Intentando no dejarse vencer por el desconsuelo y guardó la
carpeta dentro del armario, en el mismo sitio de donde la había sacado. Trató de recomponer
tanto sus pensamientos como su alma. Tenía que haber una manera de salir de aquella
pesadilla. Se levantó, extrajo del bolsillo otro papel, el del último informe médico, el que
condenaba a muerte a su hija, y en vez de guardarlo en la carpeta lo escondió entre los
documentos de trabajo. Tras lo cual apagó la luz y salió de la habitación.
Caminando a oscuras, tratando de no hacer ruido, empezó a pensar en todo lo que tenía que
hacer al día siguiente para organizar la mudanza. Miró a su alrededor, procurando grabar en su
memoria los recuerdos de aquella casa, que a pesar de todo había servido de marco a una
etapa muy importante de su vida.
Se arrepintió, solo durante un instante, de haberle mentido a su mujer, de haberle contado que
ese día había estado en una cita de trabajo, y no en la consulta del doctor Kovacic, pero por
otra parte sabía perfectamente que Ambra no habría podido soportar semejante carga, tamaño
dolor. Él tendría que sobrellevarla solo mientras pudiera.
Una vez en la cama, antes de dormirse, evaluó de nuevo la situación y se preguntó por un
momento si estaba bien mentirle también a su hija, no contarle la verdad sobre su estado de
salud y hacerle creer que solo estaba muy débil en un sentido emocional, que no podía
soportar demasiado estrés. Siempre le habían dicho que ese era el único problema, su
fragilidad, y que no eran preocupantes los desmayos que sufría ocasionalmente.
Ahora, sin embargo, se preguntaba si no habría sido mejor contarle que en realidad nadie sabía
qué enfermedad tenía y que le quedaban pocos meses de vida. En definitiva, hacerla partícipe
de la verdad.
Alejó inmediatamente esos pensamientos. Ningún padre, se dijo, revelaría semejante verdad a
su hija. Además, estaba seguro de que a su hija se le pasaría el odio que le tenía. Por el
contrario, si hubiese llegado a conocer la verdad, jamás habría podido dejar de odiar la vida.
Como le había pasado a él.
candymalik
Re: lo unico que pido es que estes en mi corazon
hola chicas el tema en el que esta la nove esta mal asi que la cambiare en el nuevo lin les dejare todos los capitulo que ya van
asi que perdonn
espero me entiendan este es link ----> [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
asi que perdonn
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candymalik
Re: lo unico que pido es que estes en mi corazon
Me ha encantado el maratón♥
Okey yo me paso por el nuevo Link♥
Besos
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Besos
Leslie Tomlinson
Re: lo unico que pido es que estes en mi corazon
claro hermosa graciasLeslie Tomlinson escribió:Me ha encantado el maratón♥
Okey yo me paso por el nuevo Link♥
Besos
candymalik
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