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El Padre de mi Hijo Joseph jonas y tu

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El Padre de mi Hijo Joseph jonas y tu  Empty El Padre de mi Hijo Joseph jonas y tu

Mensaje por anasmile Jue 21 Ago 2014, 3:30 pm

Nombre: el padre de mi hijo
Autor: mile
Adaptacion: Christine muy buena autora
Genero: contemporaneo       
Otras paginas: no creo


Argumento:


______ estaba segura de que moriría allí, en una carretera desierta en la parte más salvaje de Wyoming, hasta que Joseph jonas, un eremita solitario, le ofreció refugio en su cabaña. Ella aceptó, sin sospechar la pasión que los uniría... y se quedó embarazada.
Pero Joseph jonas  no era un hombre que entregara su amor fácilmente. La vida le había enseñado a no permitir que nadie se le acercara demasiado. Y a menos que _______ consiguiera romper sus barreras, se vería obligada a criar a su hijo sola y en secreto.

anasmile
anasmile


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El Padre de mi Hijo Joseph jonas y tu  Empty Re: El Padre de mi Hijo Joseph jonas y tu

Mensaje por Frida R Dom 24 Ago 2014, 10:18 am

se ve super interesante!

siguela ya quiero leer el primer capi!
Frida R
Frida R


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El Padre de mi Hijo Joseph jonas y tu  Empty Re: El Padre de mi Hijo Joseph jonas y tu

Mensaje por jonatika_4ever_hilda Dom 24 Ago 2014, 6:47 pm

siguelaa :D
jonatika_4ever_hilda
jonatika_4ever_hilda


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El Padre de mi Hijo Joseph jonas y tu  Empty Re: El Padre de mi Hijo Joseph jonas y tu

Mensaje por Julii_19 Dom 24 Ago 2014, 6:59 pm

Me ha interesadooo :) Nuevaaaa Lectora, me llamo Julieta, tengo 15 y soy de Argentina :)
Seguuuuuuuuuuuuuila
Julii_19
Julii_19


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El Padre de mi Hijo Joseph jonas y tu  Empty Re: El Padre de mi Hijo Joseph jonas y tu

Mensaje por anasmile Mar 26 Ago 2014, 7:38 am

Capítulo 1


Joseph jonas era la última persona en el mundo que _______ quería ver. El recuerdo de su separación tres meses atrás seguía muy fresco en su memoria; todavía le dolía saber lo poco que significaba para él y seguía estando demasiado afectada para arriesgarse a añadir otra herida en su corazón. Pero no importaba lo que ella quisiera. Se había perdido un niño y Joseph podía ayudar.

Con eso en mente, cerró la puerta del Jeep y le dijo al caballero que se sentaba al volante que estaba preparada. Unos minutos antes, Sam Evans, el sheriff semijubilado de Moose Creek, Wyoming, se había presentado en la redacción del periódico a pedir voluntarios para un grupo de búsqueda, _______ no tuvo más remedio que mencionar a Joseph . No sólo conocía bien la zona donde habían acampado el niño y su padre, sino que poseía un perro lobo que era todo en un experto a la hora de buscar huellas.
El sheriff puso en marcha el coche, que resbaló levemente en el pavimento helado.
—¿Conoce bien a ese hombre?
—Lo conocí hace unos meses, cuando llegué aquí —comentó _______, esforzándose por ignorar el nudo de aprensión de su estómago—. Me ayudó cuando me quedé atascada cerca de su cabaña.
Sam apretó los labios y asintió con la cabeza. Enarcó las cejas debajo de su sombrero de cowboy.
—Me alegra contar con su ayuda, señorita ________- Yo nunca he visto a ese hombre. Poca gente lo conoce, aparte del guardabosques y los Chapman —prosiguió, haciendo señas al camión de voluntarios de que lo adelantaran—. Bert y Luccille sólo lo conocen porque va comprar a su tienda. Pero Phil, el guardabosques, dice que ese perro suyo es horrible.
—Felan es... muy protector —admitió ella, refiriéndose al perro—. Pero estoy segura de que puede encontrar a ese chico. Lo único que necesita es algo que lleve su olor.
—Espero que esté en lo cierto, ya que pronto se hará de noche. Un niño de siete años no tendría muchas posibilidades solo ahí fuera. No en esta época del año —comentó el hombre con tono sombrío—. Su padre debe estar como loco. No sé en qué diablos estaba pensando para dejarle ir a pescar solo.
_______, en contra de su costumbre, guardó silencio. Se había ofrecido a ayudar en la búsqueda, pero, como periodista, tendría también que hacer preguntas y reunir información. Un niño llamado Dustin Raynes se había alejado hacía seis horas de su zona de acampada en Teton Wilderness. Pronto caería la noche, la temperatura era ya inferior a los cero grados y el padre no podía encontrar huellas del chico en la nieve. Moose Creek, una población de 1.206 habitantes, era el lugar más cercano donde buscar ayuda en esa zona remota. Hasta el momento, esos eran los hechos.
Otro hecho contribuía al nudo de aprensión que sentía ella en el estómago. Ése era el primer acontecimiento importante que ocurría en Moose Creek desde que pidiera trabajo el mes anterior al editor del semanario y a ella no le importaba nada la historia. Lo único que le importaba era encontrar al chico antes de que le ocurriera algo. De haber estado trabajando en el diario de una gran ciudad, se habría esperado de ella que hablara con el padre y molestara a los voluntarios con preguntas sobre las posibilidades de supervivencia del niño. Estaba segura de que Ben, su jefe en el pequeño semanario, también esperaba que hiciera eso. Pero ella empezaba a comprender que, probablemente, carecía del interés necesario para realizar ese tipo de periodismo. Y también había descubierto otras pocas verdades sobre sí misma desde que Joseph jonas alteró su vida.
—¿Quiere que vaya con usted? —preguntó el sheriff cuando detuvo el coche a diez millas del pueblo, a un lado de la carretera recién limpiada de nieve.
—Quizá sea mejor que no. Felan no me hará nada a mí —añadió, refiriéndose al perro que la había aterrorizado en otro tiempo—. Nos hicimos amigos. Pero Joseph es el único que puede controlarlo cerca de extraños.
—¿Lleva la nota?
La joven mostró el papel doblado que contenía la petición de ayuda e indicaba la zona de búsqueda. Si Joseph no estaba en casa, la dejaría en la puerta.
—No tardaré mucho.
Respiró hondo y abrió la puerta. Tendría que ir andando desde allí. La cabaña estaba situada en medio de los árboles.
Con los hombros encogidos a causa del frío y su respiración causando una niebla pálida en el aire, siguió el sendero cubierto de nieve que corría en paralelo al arroyo. El miedo se mezclaba en su interior con la necesidad de darse prisa. Había algo irónico en el hecho de correr para ver al hombre que le había partido el corazón y la había dejado esperando un hijo del que no tenía intención de hablarle. Había llegado a considerar ese hijo como un regalo, un regalo que sabía que él no querría compartir. Pero, en ese momento, sólo podía dar gracias porque no se notaran todavía los cambios de su cuerpo. Al menos, no con aquel abrigo largo que la tapaba desde el cuello a las rodillas. Lo único que deseaba era poder pasar por aquello sin desenterrar todos los recuerdos que tanto deseaba olvidar.
Pero los recuerdos estaban allí. Cada paso que daba la acercaba más a ellos, haciéndole pensar en la primera vez que siguió el arroyo por aquel sendero, la primera vez que notó la columna de humo que salía por la chimenea de la cabaña. Ella también había aparcado el coche muy cerca de donde estaba en ese momento el Jeep del sheriff. Incluso recordó lo que se dijo a sí misma mientras veía granizar.
—Cuanto más lo dejes, más duro será.
Quizá era por eso por lo que no se permitía aflojar el paso en ese momento.
 
 
Cinco meses atrás
 
—Cuanto más lo dejes, más duro será.
_____ respiró con resignación y buscó su abrigo en el asiento de atrás. El último mes había sido terrible; podía incluirlo sin miedo entre los tres meses peores de sus veintiocho años de existencia, si no contaba el tiempo que la habían destinado a cubrir eventos sociales para el periódico en el que trabajaba en Phoenix, o el verano que se vio obligada a vivir con su tía Liddy y su tío Pete cuando su madre se marchó a encontrarse a sí misma. Quizá, por lo tanto, resultaba apropiado que ella se encontrara a sí misma en una tormenta de aguanieve y granizo en mitad de ninguna parte.
Al menos no estaba perdida. Sabía exactamente dónde se hallaba, unas millas más o menos. De acuerdo con el mapa que había marcado con tanto cuidado para su traslado desde Dallas a Seattle, se encontraba a unas diez millas al sur de Moose Creek, Wyoming. Y de no ser por aquel tiempo horrible, habría llegado ya a ese pueblo.
Se puso como pudo, en el poco espacio de detrás del volante, el pesado abrigo blanco sobre el jersey púrpura y los tejanos viejos que le resultaban demasiado cómodos para plantearse tirarlos. Había empezado a llover a cántaros en cuanto salió de Cheyenne. Una hora atrás parecía aguanieve. En ese momento, ya sólo veía granizo y la carretera se hacía más resbaladiza por momentos. El viento tampoco ayudaba mucho a la tracción. Las ráfagas que azotaban su coche y él pequeño remolque alquilado que contenía sus pertenencias amenazaban con volar las dos cosas a la cuneta.
Al menos allí había una valla. Unas millas más atrás, la carretera estaba rodeada de montañas y bosque en uno de los lados y un precipicio en el otro. Y ella odiaba las alturas.
Tampoco le gustaba mucho el frío. Pero supuso que las probabilidades de una ola de calor repentina eran tan grandes como la de ganar el premio Pulitzer, así que se subió la capucha, abrió la puerta y contuvo el aliento cuando el aire ártico le lanzó cristales de hielo a la cara. Había olvidado cómo puede el aire de Wyoming succionar el calor de los huesos de una persona. Pero, por otra parte, la última vez que estuvo en ese estado era una niña y los recuerdos que guardaba eran de otro tipo. Cuando pensaba en Wyoming sólo recordaba risas, bromas y una sensación de seguridad de la que no había vuelto a disfrutar más adelante. Desde luego, no lo recordaba tan duro y salvaje. Ni tan grande.
En las últimas doscientas millas, sólo había visto montañas, una eternidad de llanuras y vallas larguísimas de troncos. Las vallas habían desaparecido mucho rato atrás.
Aparte de una estación de guardabosques y unos cuantos edificios en el último cruce, la única muestra de civilización que vio fue un par de señales que anunciaban un albergue y la cabaña situada a un cuarto de milla aproximadamente de la carretera.
Y en ese momento se dirigía a la cabaña. No la veía muy bien, pero percibía la luz dorada que brillaba en sus ventanas y la columna gris de humo que el viento barría de la chimenea. El sendero estrecho que conducía hasta ella estaba bordeado de pinos y álamos por un lado, y de pinos y el arroyo por el otro. En otras circunstancias, habría podido ir con el coche hasta la cabaña, pero la lluvia había convertido el camino en un charco de barro.
Tenía que darse prisa. Sólo eran las cuatro de la tarde, pero la noche llegaba con rapidez en las montañas. Y, con la noche, la temperatura bajaba aún más. Los bordes de los charcos se estaban helando ya y, puesto que el puerto siguiente era más elevado y estaría en peores condiciones que los que había dejado atrás, no le quedaba más remedio que buscar un lugar donde pasar la noche. Sólo esperaba que la cabaña formara parte del albergue anunciado y que al dueño no le importara alquilarle una habitación barata. Su presupuesto no era muy amplio.
Un arroyo de unos seis pies de anchura corría paralelo al camino. Para evitar los charcos que empezaban a helarse, ______ corrió por el trozo de tierra cubierta de piedras y hierba amarilla que separaba el agua del camino. Con la cabeza gacha para eludir el granizo, alzó los hombros y se metió las manos en los bolsillos. La capucha amortiguaba el ruido del arroyo y el soplido del viento entre los árboles, pero no pudo borrar el aullido inconfundible que, para _______, resultaba más aterrorizador que el frío y la lluvia.
Apresuró el paso al oírlo. Ahí fuera había coyotes. O quizá ese ruido que el viento movía a su alrededor lo causaban los lobos. No lo sabía de cierto. Ni tampoco le importaba. Un coyote, un lobo, un perro... daba igual. Lo único que le importaba era que esos aullidos pertenecían a un animal carnívoro.
________ no tenía nada en contra de los animales como especie, pero desde que un Rottweiler le dejó las huellas de sus dientes en el muslo a los nueve años, temía a cualquier canino que pesara más de seis kilos. A pesar de sus esfuerzos, no había podido vencer ese miedo. Tuvieron que darle veinte puntos para cerrarle las heridas y ella seguía sintiendo terror de todos los animales capaces de gruñir.
Pensó en volver al coche. Estaba a mitad de distancia que la cabaña. Pero si lo hacía, acabaría pasando la noche detrás del volante.
Miró con ansiedad hacia el bosque de su derecha. No le gustaba aquello, pero podía hacerlo. Después de todo, toda su vida había sobrevivido a situaciones que no le gustaban. Durante sus años de reportera, cuando tenía que cubrir las historias que le asignaban. La semana que se ocupó del juicio Vasquez le había dado pesadillas. Y aunque perder su empleo en la reducción de plantilla que el Dallas Daily News llevó a cabo el mes anterior no había resultado tan traumático, había afectado sin duda su seguridad. Comparado con todo eso, un paseíto en el frío rodeada de bestias era coser y cantar.
Siguió adelante, diciéndose que el frío no era nada del otro mundo y los aullidos no se acercaban a ella. Y era cierto. En todo caso, se habían vuelto más distantes, y por eso la sorprendió tanto aquel movimiento repentino a su derecha.
Levantó la cabeza y el granizo le golpeó la piel, pero apenas se dio cuenta. El miedo la paralizó, dejándola clavada al suelo con el corazón golpeándole con fuerza en el pecho. A través del granizo, vio el brillo de unos ojos amarillos un instante antes de que una enorme bestia gris se materializara ante ella. De repente, volvió a tener nueve años. El belfo superior del animal temblaba, dejando al descubierto unos dientes largos como navajas.
 
 
Joseph pegó la tira de aislante entre los troncos de la pared y midió otro trozo. Al fin había terminado de cerrar el porche. Y justo a tiempo, teniendo en cuenta el cambio de clima. Si había aprendido algo en los dos años que llevaba viviendo en aquel rincón de Wyoming, era que una bajada brusca de la temperatura marcaba el final del tiempo decente hasta el verano. Y puesto que el mercurio había bajado diez grados en sólo una hora, no había duda de que aquel año el invierno comenzaba temprano.
El hielo chocaba contra las ventanas, el viento frío se abría paso por la nueva pared mientras se inclinaba a cortar el trozo de aluminio y fibra neutralizante. Suponía que había personas que odiaban el aislamiento que la nieve llevaría consigo. Pero la soledad que estuvo a punto de volverle loco el primer invierno no era más que el precio que pagaba por esa cierta paz que había encontrado al fin. Al menos no estaba en la cárcel. Estar entre rejas lo habría matado. Allí, lejos de todo excepto de la tierra, los animales y los edificios que le pagaban por cuidar, era libre de ir y venir a su antojo. Más importante aún, no era responsable de nadie excepto de sí mismo. Después de haber sido traicionado por personas en las que confiaba, y de haber traicionado a personas que confiaban en él, ése era el modo de vida que quería llevar.
El viento se hizo más fuerte, sacudiendo las contraventanas. Pensó que debía cerrarlas y miró el claro situado más allá de la ventana, buscando a su perro. Felan no tardaría en llegar. Era casi la hora de comer. El animal, cruce de lobo y pastor alemán, que encontró herido en el bosque después de un encuentro con un oso, jamás se saltaba una comida.
El débil sonido de un grito se abrió paso entre el aullido del viento.
Joseph  se acercó más a la ventana, escuchando. Sólo oyó un gozne que necesitaba aceite y se encogió de hombros y volvió a su tarea. Lo que había oído antes sería probablemente un puma. Los grandes felinos podían gritar casi como una mujer. Un sonido que helaba la sangre a los que no lo habían oído y ponía nerviosos a los que sí. Sabía que estaban allí, casi siempre sin ser vistos, y pocas veces oídos. Gatos fantasmas, los llamaban. Puma. León de la montaña. Las historias que se contaban sobre ellos eran tan terroríficas como el sonido que acababa de oír. Por otra parte, lo que había oído podía ser un truco del viento. La naturaleza creaba muchas ilusiones en un lugar como aquél.
No era una ilusión. Lo supo en el instante en que oyó los feroces ladridos de Felan.
El perro era aún más antisocial que él, y por eso supoJoseph que algo debía haberse cruzado en su camino. Felan sólo ladraba así cuando había arrinconado a alguien: un oso o un cazador furtivo. Era evidente que no había aprendido nada del pasado. Pero, a pesar de su fuerza, no tenía nada que hacer frente a un puma.
Joseph  soltó una maldición. Descolgó el abrigo de piel curada de la puerta de la cocina y se lo puso antes de buscar el sombrero Stetson y su rifle. Segundos después rodeaba la vieja cabaña en dirección a los ladridos del perro. No tenía ganas de pasarse otro invierno cuidando a su única compañía.
Atardecía con rapidez. Y las nubes ocultaban aún más la luz del sol. Cruzó los álamos dorados apretados a un lado y entró en la zona de pinos. Una docena de pasos más tarde divisó el utilitario beige y el remolque naranja aparcados en la carretera. Y a Felan cerca del borde del camino.
El perro mostraba los dientes a unos diez metros delante de él. La luz cenicienta y el granizo borraban definición, suavizando los bordes del paisaje y haciendo que fuera casi imposible mirar entre los árboles. Pero unos pasos más allá,Joseph vio algo blanco en el lado opuesto del camino y se detuvo.
Desde donde estaba, la mujer a la que el perro había acorralado contra un árbol parecía una aparición. El granizo blanco que la tapaba creaba la impresión de que estuviera cubierta de perlas de la cabeza a las rodillas y la capucha oscurecía la mayor parte de su rostro. Por lo poco que podía ver, su piel estaba tan pálida como el hielo.
—Felan. Atrás —ordenó, su atención dividida entre el animal y la figura que intentaba desaparecer en el tronco de un viejo pino. Allí encogida, no parecía muy grande. Se acercó más, pero siguió sin poderle ver la cara hasta que ella se volvió hacia él.
Entonces percibió las líneas delicadas de sus rasgos y el terror que mostraban sus ojos marrones.
Su intención era situarse entre el animal y ella para que dejaran de verse. Pero, en cuanto ordenó al perro que retrocediera y echó a andar hacia ella, la mujer salió corriendo.
Joseph  levantó su brazo.
—¡No lo haga! —gritó.
Pero el ladrido de advertencia del perro tapó sus palabras. Lo peor que podía hacer era correr. Felan se lanzaría sobre ella sin dudarlo.
Salió tras ella y, de repente, se la encontró entre sus brazos, aferrándose a él con todas sus fuerzas.
Lo primero que pensóJoseph fue que afortunadamente había conseguido apartar el rifle antes de que quedara atrapado entre ellos y se disparara por accidente. Lo segundo, que ella no había tenido intención de huir. Había corrido hacia él. Se abrazaba a su cintura y estaba tan cerca como le era posible sin meterse dentro de su abrigo abierto.Joseph no estaba seguro de que no fuera eso lo que tenía en mente. Se apretaba a él con tanta fuerza que la sintió temblar desde el pecho a los muslos, el tipo de temblor que procedía de muy adentro, sacudiéndolo todo, desde los órganos a los dientes.
Cerró los brazos en torno a ella sin darse cuenta de lo que hacía.
—Hey —murmuró, completamente desarmado por su desesperación. Movió la cabeza, esforzándose por ver su rostro, que estaba pegado al pecho de él—. No pasa nada. No le ocurrirá nada.
La mujer no se movió.
—Ya está a salvo —le aseguró él, cada vez más consciente de las curvas femeninas bajo el abrigo—. De verdad.
Pasó un largo momento. Aunque Joseph no sintió relajarse ningún músculo, al fin oyó su voz.
—¿Se ha marchado?
—No, pero ha retrocedido. ¿Lo ve?
La mujer levantó muy despacio la cabeza del pecho de él. Fue la única separación que se permitió.
—Haga que se vaya. Por favor —le suplicó, con voz temblorosa por el miedo—. Haga que se vaya.
Joseph  dejó caer al costado el brazo que sujetaba el rifle. Para compensarla, aumentó la presión del otro brazo sobre la espalda de ella. Estaba seguro de que parte de sus temblores se debían al frío. Pero no era eso lo que la asustaba. Por el modo en que miraba al perro, que la observaba ya con placidez,Joseph estuvo seguro de que ni siquiera notaba el granizo sobre su piel.
—Está ahí sentado. No haga ningún movimiento brusco y no le ocurrirá nada. ¿Ya está mejor?
Ella no parecía escucharlo. Tampoco parecía capaz de apartar la vista del perro ni de apartarse. Y cuanto más tiempo se aferraba a él, más consciente eraJoseph de sus formas femeninas.
Era más alta de lo que había creído en un principio. Alrededor de un metro setenta, quizá, y le gustaba el modo en que encajaba contra su cuerpo. Shelby había medido un metro sesenta y, cuando la abrazaba, la parte superior de su cabeza no le llegaba a la barbilla.
Apretó la mandíbula al pensar en su ex mujer. Trató de soltarse de la desconocida. Hacía casi tres años que no abrazaba a una mujer. Y más tiempo aún que no se acostaba con una. No le interesaba especialmente recordar ese hecho. Ni le gustaba que esa criatura desconocida hubiera conseguido excitarlo con sólo apoyarse contra él.


Inclinó la cabeza hacia ella, tratando de soltarla, y percibió un aroma suave. El deseo lo golpeó con fuerza. Echaba de menos el contacto de una mujer. El olor de una mujer. Echaba de menos su suavidad.
anasmile
anasmile


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El Padre de mi Hijo Joseph jonas y tu  Empty Re: El Padre de mi Hijo Joseph jonas y tu

Mensaje por anasmile Mar 26 Ago 2014, 7:42 am

Se dijo a sí mismo que lo único que echaba de menos era el sexo y retrocedió un paso, tratando de ignorar el olor de esa mujer. Ella avanzó con él, aferrada a su camisa. Como Joseph llevaba el abriga abierto, el granizo caía por su cuello y se fundía con el calor de su cuerpo. Pero su efecto no era tan refrescante como debía haber sido.
La mujer no parecía tener intención de soltarlo hasta que el perro se hubiera perdido de vista.
—Se acabó, Felan. Vuelve a la casa. Vamos.
Su orden fue seguida de un ladrido profundo. Sólo fue una señal de asentimiento canina, pero la aterrorizada mujer dio un brinco y se aferró con más fuerza.Joseph casi lanzó un gemido. Aquel movimiento frotaba el estómago de ella contra su vientre y todavía sentía sus pechos a través de la camisa. Ni siquiera se apartó cuando Felan se dio la vuelta y salió corriendo entre los árboles.
Joseph  no era masoquista. Y puesto que aquella situación no era una de sus favoritas, supuso que lo mejor era que se alejaran también hacia la casa.
—Se ha marchado, ¿vale? Ya puede soltarme.
Su voz surgió más gruñona de lo que era su intención. Más impaciente. Pero ella no se movió. Permaneció donde estaba, con la respiración jadeante y el abrigo de él apretado entre los puños.
—Mire —le tomó una muñeca y la obligó a soltarlo—. No podemos seguir aquí. Mi cabaña está al otro lado de esos árboles. Si me suelta, entraremos en ella y no se tropezará con nada más aquí fuera.
La amenaza de que hubiera más bestias pululando por allí, en la creciente oscuridad, la hizo apartarse en un instante. Se cruzó de brazos y se pegó al costado de él. El granizo arrancaba las hojas de los álamos, desnudando las ramas, pero era más seguro andar bajo las ramas protectoras de los pinos, donde todavía no había llegado el hielo. El sendero apenas era lo bastante ancho para una persona, pero la mujer lo siguió paso a paso hasta el porche.
El calor les salió al encuentro en cuanto abrió la puerta, y la luz de la cabaña iluminó las tablas grisáceas del porche,
—Adelante —la animó él—. Puede calentarse en el fuego —añadió. Cerró la puerta y cruzó la cocina hacia el porche trasero, donde dejó entrar a Felan con órdenes estrictas de que se portara bien.
_______ no se movió del lado de la puerta. Cerró los ojos, aliviada, y respiró hondo por primera vez en los últimos cinco minutos. El aroma del pino se mezclaba con el del humo de la madera. Era el mismo perfume que emitía el hombre al que podía oír avanzando hacia ella. Nunca volvería a oler esa combinación sin encontrar consuelo en ella. Estaba segura. El enorme perro de ojos salvajes y dientes afilados no le había arrancado la garganta ni estropeado ninguna otra parte de su cuerpo. Si pudiera dejar de temblar...
—¿Se encuentra bien?
La voz profunda se abrió paso entre su aprensión. Era una voz rica y sensual que la hubiera puesto nerviosa, si no hubiera tenido ya los nervios hechos trizas.
Abrió los ojos, dispuesta a contestar a su salvador, y se encontró de nuevo ante aquel monstruo gris peludo de cincuenta kilos.
_______ aplastó la espalda contra la madera de la puerta. El animal le recordaba una pesadilla infantil y fijaba en ella sus ojos amarillos desde su posición delante de la chimenea de piedra. El fuego ardía tras su cabeza, y la luz de las llamas le daba un aspecto verdaderamente demoníaco.
—Le he preguntado si se encuentra bien.
Abrió la boca, pero no emitió ningún sonido. Con la mirada fija en el perro, su única respuesta fue tragar saliva al tiempo que asentía patéticamente con la cabeza.
—Venga aquí.
A _______ no se le ocurrió que aquella petición resignada iba dirigida a ella. Pero cuando sintió la mano de él sobre su brazo, lo miró a la cara.
La primera vez que lo vio estaba demasiado absorta para fijarse en algo que no fuera su inmediata supervivencia. Lo había visto sólo como un salvador grande. Una montaña de piedra que llevaba tejanos y abrigo de piel.
Ésa fue su primera impresión cuando él se materializó delante del animal, colocándose entre ella y la bestia. Ahora, mientras se dejaba conducir al sofá, percibió el azul intenso de sus ojos y, como se había quitado el sombreo, vio que llevaba el largo cabello moreno recogido en una coleta. Captó una nariz aguileña y una boca firme. Alto y de hombros amplios, era el tipo de hombre que solía llamar la atención, la clase de persona a la que envidiaban los hombres por su poderosa presencia y deseaban las mujeres.
También le resultaba vagamente familiar, aunque no sabía de qué. Lo único que le importaba en ese momento era que tiraba de ella hacia el perro. Comenzó a ocultarse tras él. Era obvio que se trataba de un animal de compañía, pero no comprendía cómo podía nadie haber domesticado a esa bestia.
—No haga eso —dijo el hombre—. El perro percibe su miedo. Quítese la capucha.
—¿Qué?
—Quítese la capucha —repitió Joseph —. Deje que la vea con la cabeza descubierta.
_______ tiró de la capucha hacia atrás y miró con nerviosismo al hombre situado a su lado.
En cuanto lo hizo,Joseph sintió un repentino calor. Ya antes le había impresionado la delicadeza de sus rasgos, la plenitud de su encantadora boca, la curva de sus pestañas morenas. Ahora vio que el cabello le llegaba hasta los hombros, y era castaño claro, entreverado con tonos de fuego. Un cabello que pedía a gritos ser acariciado.
Ignoró la excitación de su cuerpo y se concentró en la inseguridad de ella.
—Déme la mano.
—¿La mano? ¿Por qué?
Era evidente que no tenía intención de exponer ninguna parte de su cuerpo al animal que olía en ese momento sus zapatillas deportivas. Joseph , que sabía que no llegarían a ninguna parte hasta que lo hiciera, le tomó la mano y comenzó a quitarle el guante.
—¿Tiene usted perro? —preguntó.
—No.
—¿Entiende algo de perros?
La mujer negó con la cabeza.
—Felan es en parte lobo —explicó él—. Percibe el miedo en la gente igual que en una presa. Si demuestra miedo, se volverá agresivo. Si se muestra agresiva, actuará para defenderse. Tiene la suficiente sangre de canino doméstico para mostrarse civilizado, pero todos los animales necesitan que les presenten a los extraños.
Le dio su guante con una mezcla de impaciencia y comprensión, y sujetó la manó desnuda de ella.
—Siente que usted no es una amenaza por su modo de comportarse y por el modo en que yo la trato. En este momento, sólo siente curiosidad. Deje que conozca su olor y todo irá bien.
Su mano estaba muy fría. Y también parecía increíblemente delicada semioculta por la mano fuerte de él. Pero lo que lo conmovió fue su vulnerabilidad casi infantil cuando tiró de su mano hacia adelante.
—Quizá usted también se sienta mejor cuando comprenda que no se la va a comer.
_______ nunca había estado tan cerca de un animal tan salvaje. Su cabeza le llegaba a la cintura, y su piel gris mostraba rayas oscuras y puntos blancos en las orejas. Los ojos que parecían amarillos cuando brillaban eran en realidad una mezcla de ámbar y verde pálido. Y había inteligencia y astucia en ellos. Cuando acercó el largo hocico hacia su mano, sintió que el miedo le cerraba la garganta.
—Estoy aquí —la voz de su salvador la tranquilizó y acercó más la mano. El tono de él se volvió íntimo como el de un amante—. No le ocurrirá nada.
Lo miró a los ojos. En ellos leyó amabilidad. Y una suerte de tristeza profunda que la pilló por sorpresa.
—¿Está seguro?
—Completamente —replicó él.
_______ aceptó su palabra. El hocico del perro estaba húmedo. Y frío. Pero no se movió mientras el animal le olía los dedos, la muñeca y la manga de la chaqueta. El hombre sostenía su muñeca en su mano callosa. Su contacto no había cambiado nada, pero a medida que su calor la calentaba, comenzó a darse cuenta de que era un contacto que insinuaba más que forzaba. No había utilizado apenas presión. Era su seguridad, y su formidable fuerza de voluntad lo que hacían que ella lo obedeciera.
Lo miró a los ojos. Él la observaba abiertamente, esperando a ver si la presentación aminoraba su miedo. Pero había algo más en sus ojos. Algo enmascarado pero no tanto que no pudiera verlo. La extraña tristeza que había entrevisto había desaparecido, lo que le hizo preguntarse si habría estado allí antes. La miraba como mira un hombre a una mujer cuando quiere adivinar cómo será el contacto de su piel, cuál será la sensación de sus besos.
Aquella idea le produjo un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío o el miedo, y sí mucho con la dureza del cuerpo masculino cercano a ella. Antes estaba demasiado asustada para percibir otra cosa que no fuera gratitud por su fuerza. Ahora, con los ojos de él fijos en los suyos, fue consciente de un cosquilleo interior.
Apartó lentamente la mano, turbada tanto por el efecto físico que producía en ella como por lo que le había permitido hacer. Nadie en el mundo habría podido acercarla a esa bestia. Sin embargo, el control de ese hombre sobre su mano había sido tan seguro como el que mantenía sobre el animal, que en ese momento se acomodaba sobre la alfombra.
El pareció captar el cambio que se había producido en ella. Se apartó, se agachó al lado de su perro y comenzó a acariciarlo con aire ausente.
—¿Qué hacía ahí fuera? ¿Tiene problemas con el coche?
—No, no. Mi coche está bien. He visto los carteles que anunciaban el albergue — empezó a explicar. Se interrumpió, demasiado incómoda con lo que había hecho—. Mire, siento lo ocurrido. Mi modo de comportarme ahí fuera.
Apartó la vista de los muslos masculinos, ceñidos por los tejanos, y señaló el camino. Gimió mentalmente al recordar que él había intentado apartarse y ella se había pegado a su cuerpo como una lapa, negándose a soltarlo.
—Olvídelo —murmuró él—. No ha sido nada.
—No, para mí no lo ha sido. Pero normalmente suelo controlarme mejor. De verdad. Es sólo que los perros grandes y yo no nos entendemos muy bien. Tengo algo contra ellos.
—¿Algo?
—Una fobia —admitió ella—. Me ocurre desde hiña, pero no le haré perder el tiempo con eso —prosiguió—. He visto carteles que anunciaban el albergue y esperaba que esta cabaña formara parte de él.
—Lo siento —el hombre negó con la cabeza—. El sitio que busca está a un par de millas de aquí, pero están cerrados en esta época.
_______ respiró hondo.
—¿Hay algún motel cerca? Pensaba llegar a Moose Creek esta noche, pero la carretera se está helando y tengo miedo de avanzar más —retrocedió un poco, aumentando la distancia que la separaba del perro. A pesar de su capitulación anterior, seguía sin fiarse de él—. ¿Conoce algún lugar cerca de aquí?
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Mensaje por anasmile Mar 26 Ago 2014, 7:43 am

En el hogar, un tronco se partió por la mitad, enviando una lluvia de chispas chimenea arriba. Fuera, ya era casi noche cerrada.
—El lugar más cercano sin cruzar el puerto está a unas veinte millas al sur de aquí. Aunque hubiera algún sito más cercano —añadió, con aspecto de desear que así fuera—, esa carretera estará cubierta de hielo muy pronto, si no lo está ya.
Eso no era lo que ella deseaba oír. Pero no iba a perder el tiempo lamentándolo. Su mente estaba ya en acción. Podía pasar la noche en el coche y dejar la calefacción puesta siempre que abriera unos centímetros un par de ventanas para no asfixiarse. Pero si hacía eso, gastaría toda la gasolina. Tenía, de sobra, pero si dejaba el motor en marcha sólo por el calor, no podría llegar a Moose Creek cuando saliera el sol y derritiera el hielo.
—Genial —murmuró.
—Sí —asintió él, con aspecto de sentirse tan poco feliz como ella—. ¿Hay alguien más ahí fuera esperando en el coche? —preguntó.
_______ negó con la cabeza. De su abrigo caía ya agua hasta la alfombra marrón.
—Viajo sola.
No entendió la mirada que le lanzó. Por el modo de apretar la boca, casi parecía que deseara que no estuviera sola. O quizá sólo estaba molesto por tener que lidiar con ella.
Joseph  se levantó de su posición al lado del perro y miró el sofá y la puerta.
—Creo que está atrapada aquí esta noche —señaló una mesita situada al lado de un sillón de cuadros marrones—. El teléfono está ahí si necesita avisar a alguien. Si quieren saber dónde se encuentra, dígales que está en la cabaña del cuidador de Cougar Ridge.
_______ vaciló; su mirada pasó del teléfono al hombre que se dirigía hacia la pila de cajas ordenadas en la cocina de pino. No había nadie a quien llamar. Nadie esperaba tener noticias de ella hasta que llegara a Seattle.
—¿Es usted el cuidador? —preguntó.
—Sí. Mi nombre es Joseph .
—¿Joseph ?
—jonas —añadió él; abrió la puerta de la cocina. Más allá había un porche cerrado—. Saque de su coche lo que necesite para esta noche. Más vale que vaya ahora, antes de que el hielo congele las puertas cerradas. ¿Esa cosa la mantiene lo bastante seca?
Se refería al abrigo. La joven asintió con la cabeza.
—Muy bien. Le traeré una linterna.
—¡Espere! —dijo, cuando él desaparecía por la puerta.
Aunque no veía alternativa a pasar la noche allí, le molestaba su modo de organizarlo todo. Muchas cosas en su vida se habían visto dictadas por circunstancias fuera de su control. Eso tendía a hacerla sentirse posesiva respecto a sus decisiones.
—Le agradezco la oferta. Es usted muy amable. Pero no quiero imponerle mi presencia. Ni a su familia —añadió, al ver una casa de muñecas a través de la puerta abierta—. Ya se me ocurrirá algo.
—No tengo familia —su réplica llegó desde el fondo del porche—. Aparte de quedarse en el coche y gastar la gasolina tratando de mantenerse caliente, no creo que tenga mucha elección.
_______ apenas oyó sus últimas palabras, amortiguadas por la pared que los separaba. Pero el ceño que decoraba su frente no se debía al modo en que él había señalado los inconvenientes de una idea ya descartada, sino a la incongruencia de la mansión en miniatura en construcción en el banco de trabajo, y a la falta de cualquier otro detalle decorativo u hogareño en la casa.
No había ni un solo cuadro en las paredes, ni flores en un jarrón ni cortinas en las ventanas. A la derecha de la puerta estaba la zona de la sala de estar, con el sofá, el sillón de cuadros, mesas construidas con madera barnizada y una pared entera de libros. A la izquierda estaba la cocina, con encimeras de color naranja oscuro que habían sido populares unos treinta años atrás. Una larga mesa de pino La separaba de la sala de estar. La puerta de la cocina conducía al porche. La de la pared de atrás daba a un pasillo que suponía llevaría al cuarto de baño y un dormitorio o dos. El lugar era primitivo, limpio y, aparte de la fantasía de la casa de muñecas, resultaba tan masculino como austero.
_______ se apartó de la puerta del porche. Cerca de la cocina había una caña de pescar y cajas con latas amontonadas en el suelo de linóleo. Un estante de pino sin pintar estaba apoyado al lado de un frigorífico relativamente nuevo. Todo eso indicaba que debía acabar de mudarse o que estaba renovando el sitio de algún modo.
Joseph  jonas reapareció en el umbral y la miró como si hubiera preferido que ya no estuviera allí.
—Tenga —le tendió una linterna larga amarilla—. Oscurece muy deprisa. Puede que la necesite para encontrar el camino de vuelta. La acompañaría, pero tengo un par de cosas que hacer antes de que se vaya la luz por completo.
Resultaba claro que sabía que no tenía otro sitio adonde ir. Y también que, aunque estaba dispuesto a acogerla allí esa noche, no le interesaba mostrarse protector. Y aunque ella no lo esperaba, cuando aceptó la linterna y él llamó al perro para que no la siguiera, no puedo evitar pensar que era un hombre empeñado en mantener las distancias.

Ni siquiera se había molestado en preguntarle su nombre.


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Mensaje por anasmile Mar 26 Ago 2014, 7:45 am

Capítulo 2
A _______, volver al coche le apetecía tanto como un dolor de muelas. No estaba lejos. Un paseo de tres minutos como máximo. Pero granizaba, estaba anocheciendo y había coyotes por allí. De no haber dejado caer su bolso al lado del árbol, no se habría molestado en volver, pero necesitaba recuperarlo antes de que algún animal salvaje se largara con sus carnets y tarjetas de crédito. Además, llevaba un poto en el coche y no podía permitir que la planta que la había acompañado desde la universidad muriera congelada. Habían pasado muchas cosas juntas.
Corrió por el estrecho camino, muy consciente de la vida salvaje que ocultaba el bosque y del viento frío que atravesaba su chaqueta. La temperatura caía como una piedra y la sensación de unos ojos en su espalda le daba escalofríos. Al acercarse al coche, volvió la cabeza. Alguien seguía su avance, pero no era un lobo ni un coyote, sino Joseph . Estaba de pie en el recodo del camino y parecía observarla. O quizá sólo vigilaba para protegerla. Fuera como fuera, algo en su postura indicaba que no le alegraba mucho hacerlo.
_______ encontró en la hierba el bolso de piel marrón, cubierto ya por una capa de hielo, y se dirigió al coche. Lo único que tenía que hacer era sacar la bolsa deportiva que había preparado para sus cinco noches en el camino y la caja de cartón que contenía la planta. Saber queJoseph no se hallaba lejos disminuía su aprensión por lo que la rodeaba. Aunque no hacía nada por aliviar su preocupación sobre el modo en que la afectaba aquel hombre.
Cuando echó a andar hacia la cabaña, él había desaparecido, probablemente para seguir con sus tareas. Estaba ya demasiado oscuro para poder ver muy lejos, pero sabía que debía hallarse cerca de la cabaña. Si el aislamiento y la soledad del entorno de su anfitrión probaban algo, era que el hombre debía ser un solitario. Y sospechaba, de un modo que no podía definir, que también era tan desconfiado como su perro. Pero al menos no parecía un psicópata. Había escrito bastantes reportajes sobre hombres que trabajaban en Phoenix y Dallas para saber que había muchos locos sueltos, peroJoseph parecía un hombre decente, así que no temía por su seguridad física. Al menos, no en lo relativo a él. Su perro era otra cuestión.
—Déjeme eso.
La voz surgió delante de ella. Levantó la cabeza y vio aJoseph cerca de la esquina de un garaje oculto entre los árboles. Llevaba el viejo Stetson calado sobre la frente y un cable eléctrico naranja en una mano.
Se echó el cable al hombro y avanzó hacia ella. Apretó los labios, bajo la sombra del sombrero, justo antes de quitarle la caja cuadrada. Era evidente que no podía imaginar por qué se había molestado en llevarla.
_______ la sujetó con más fuerza.
—Puedo arreglármelas —le aseguró—. No quiero apartarle de sus tareas


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Mensaje por jonatika_4ever_hilda Vie 29 Ago 2014, 7:00 pm

siguelaa (:
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El Padre de mi Hijo Joseph jonas y tu  Empty Re: El Padre de mi Hijo Joseph jonas y tu

Mensaje por anasmile Dom 31 Ago 2014, 11:17 am

—Y yo no quiero que pierda el equilibrio en las escaleras con todo eso. Ya están resbaladizas —metió sus manos grandes entre los brazos de ella y la caja. Al ver que _______ no la soltaba, enarcó las cejas—. Si se cae y se rompe algo, tendré que arreglárselo yo. Y dudo que quiera que su pierna se parezca a la de Felan —tiró de la caja—. O que yo me acerque tanto a usted.
La amenaza surtió efecto. Su proximidad hacía que la testarudez de ella pareciera estúpida, y la idea de las manos de él en su cuerpo hizo que le hirviera la sangre. Quiso pensar que era sólo de vergüenza. Carraspeó y dio un paso atrás.
—¿Qué le pasa a la pata del perro?
—Se quedó torcida.
Su tono era inexpresivo. No podía decirse que se mostrara caballeroso en su oferta de ayuda. Sólo estaba siendo práctico.
Y al parecer, quería asegurarse de que ella comprendía la diferencia. Se puso 4a caja bajo el brazo y echó a andar hacia el porche, dejándola allí.
—Tenga cuidado con eso, por favor — pidió ella, colocándose mejor las bolsas al hombro—. Es frágil.
—¿Qué es?
—Mi compañera de piso.
—¿Su qué?
—Mi compañera de piso. Llevamos años viviendo juntas.
Joseph  cruzó el suelo de madera, sacudió el granizo de su sombrero y abrió la puerta. _______ entró tras él y lo vio fruncir el ceño.
Dejó la caja sobre la mesa de pino y la miró de la cabeza a los pies.
—¿Qué es?
—Una planta. La compré en mi primer año de universidad. Aparte de algunos miembros de mi familia, es la relación más larga que he tenido nunca —lo vio enarcar las cejas—. Hey, usted vive con un lobo. Debería saber que las relaciones desafían a la lógica.
Pensó que quizá eso le hiciera sonreír, pero él se apartó y levantó las manos.
—Yo no he dicho nada. Sólo quería saber si tenía que temer que Felan atacara la caja. No se preocupe por el perro —añadió, al verla mirar a su alrededor—. Lo mantendré conmigo.
Sus palabras deberían haberla tranquilizado. Y en cierto modo, así fue. Pero lo vio dirigirse a la puerta de la cocina y comprendió que seguía demasiado desconcertada por su comportamiento anterior para poder relajarse en su presencia. Aún no podía creer que le hubiera permitido acercarla a su perro. Era obvio que la había hecho sentirse segura, pero ella nunca se había sentido así con nadie en su vida adulta. No se había sentido así desde que tenía ocho años y su madre la sacó de Moose Creek. Y casi tenía la impresión de que nada podría hacerle daño mientras estuviera con él.
Trató de comprender lo que le ocurría, y se dijo que se debía a que él la había rescatado. Y, teniendo en cuenta lo agradecida que le estaba por su acción, era lógico que se hubiera comportado como una tonta.
Apartó el pensamiento de su mente y dejó las bolsas en el sofá. Se quitó las zapatillas para no dejar restos de agua en la alfombra y se acercó a la chimenea. El fuego que ardía dentro de la plancha de metal y cristal caldeaba la habitación, pero sentía los pies helados y las manos casi. Le hubiera gustado quitarse el abrigo y acurrucarse bajo la manta india doblada en el respaldo del sofá. Pero le parecía una presunción ponerse tan cómoda en casa de un desconocido.
Acababa de desabrocharse el abrigo cuando oyó la puerta de la cocina abrirse a sus espaldas. Se volvió y vio entrar a Joseph con un gran saco verde al hombro.
Empezó a sonreír con naturalidad, pero detuvo el ademán a medio camino.
Los ojos azules de Joseph la miraban con frialdad. Como si intentara decidir si había hecho lo correcto invitándola a quedarse. Examinó su rostro, su cabello, y luego el jersey amplio que llevaba. Cuando sus ojos se encontraron, ella sintió la intensidad de su mirada, pero la expresión de él no cambió y se limitó a dejar el saco en el suelo.


Lo abrió, sin decir una palabra, y llenó un gran tazón de aluminio con trozos marrones dé comida seca. En ese momento entró el perro por la puerta abierta. En cuanto la vio, dejó caer la cola y bajó las orejas.



_______ se puso tensa.
Joseph  suspiró.
—Tranquilo —murmuró, optando por calmar al perro en lugar de a la mujer. Acarició el lomo; del animal—. No pasa nada. No te hará ningún daño. Sólo pasará aquí la noche.
Su tono de voz tranquilizó a Felan, que era más de lo que podía decirse de la mujer cercana a la chimenea. Estaba decididamente nerviosa. Y hasta ese momento no había notado lo mucho que se esforzaba por controlarlo. Apretaba las manos con fuerza, pero, cuando la miró a los ojos, consiguió sonreír.
—Supongo que no está acostumbrado a ver desconocidos.
—Aquí no recibimos muchas visitas. Sólo está protegiendo su territorio.
La joven asintió con la cabeza.
—Y lo hace muy bien.
Joseph  no esperaba la sensación de calor que invadió su cuerpo. Parecía tener algo que ver con la sonrisa de ella y la profundidad de su voz. Había algo en ella que lo atraía, además de aquella sensualidad lánguida que la mujer hacía lo imposible por disimular.
Bajó la vista por debajo de su barbilla. Encima del jersey púrpura que llevaba, podía ver la línea fina de su cuello. Entre los lados abiertos de su abrigo, divisó los bultos de sus pechos. Todavía no había olvidado cómo se habían apretado contra él. Estaba seguro de que encajarían perfectamente en sus manos.
Antes de que sus ojos pudieran seguir bajando y su imaginación se desbocara aún más, se volvió y tomó el plato del agua del perro.
—¿Cuántos años tiene? —le oyó preguntar por encima del ruido del grifo.
—No lo sé. Ya era adulto cuando lo encontré.
—¿Y cuánto hace de eso?
Su pregunta era un intento de apartar el miedo de su mente, o quizá un esfuerzo por sentirse más cómoda con él.
—Un par de años —contestó—. Mire, señorita...
—Me llamo Carolyn. _______ —corrigió—. Carter.
Joseph  asintió con la cabeza.
—Tengo cosas que hacer. ¿Por qué no...?
Se interrumpió. ¿Por qué no qué? No tenía ni idea de lo que podía hacer con ella.
Se recordó que aquella mujer no era responsabilidad suya.
—¿Puedo ayudarlo? —preguntó ella.
—¿Ayudarme?
—Con lo que esté haciendo. Sé que he interrumpido algo, y me gustaría ayudarlo si puedo.
—Gracias, pero creo que no. Lo que estoy haciendo es trabajo para una persona sola —lo cierto era que podía haber usado un par de manos extras, pero no quería su presencia—. Si tiene algo que secar, cuélguelo en la chimenea. La secadora no está conectada ahora. Si tiene hambre, sírvase cualquier cosa que encuentre.
Señaló la comida que había comprado en Moose Creek unos días atrás. Provisiones para el invierno que todavía no había guardado en su sitio, ya que no podía hacerlo hasta que terminara de aislar el porche y clavara los estantes.
—¿Quiere que prepare algo para cenar? Es lo menos que puedo hacer para corresponder a su invitación.
—No es necesario.
No creía haber estado muy brusco, pero vio que la sonrisa de ella se evaporaba. No quería nada de ella, excepto que no se entrometiera en su camino, pero no había sido su intención mostrarse grosero.
—Le traeré mantas —dijo.
Pensó que lo mejor era terminar de una vez sus tratos con ella. Había hecho lo que debía al ofrecerle refugio y sólo lo había hecho porque ya tenía bastantes cosas en su conciencia para cargarla también con la muerte de una desconocida.
Pasó a su lado, desabrochándose él abrigo, y desapareció por la puerta del fondo, de donde volvió a salir un minuto después.
—El baño está por aquí. La primera puerta a la izquierda —dejó un par de mantas azul marino en el borde del sofá y una almohada—. Tendrá que dormir aquí. El cuarto de invitados está lleno a rebosar.
—Muy bien —asintió ella—. Gracias.
Joseph  no le permitió decir nada más; desapareció de inmediato tras la puerta de la cocina con Felan trotando en pos de él.


_______ respiró aliviada en cuanto se cerró la puerta. Normalmente se le daba bien hablar con desconocidos, una virtud adquirida de niña, necesaria para sobrevivir a todas las veces que se mudaba su madre. Si no hubiera podido hacer amigos con rapidez, jamás habría tenido ninguno. Y más tarde se ganaba la vida comunicándose con desconocidos. Sacándoles información y consiguiendo qué se abrieran a ella. Nunca le había gustado escarbar en busca de basura como a otros reporteros y tenía tendencia a retroceder en lugar de insistir, lo cual le había costado al menos un ascenso. Pero poseía un interés genuino por la gente, razón por la que le hubiera gustado mucho saber de qué cuidaba él en un sitio tan remoto. Pero si no había conseguido que hablara de su perro, resultaría imposible hacerle hablar de sí mismo.
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Mensaje por Frida R Jue 18 Sep 2014, 5:27 pm

siguelaaaaaaaaaaaaaaa El Padre de mi Hijo Joseph jonas y tu  1054092304
Frida R
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Mensaje por •Claudiia Jonas Swift• Sáb 18 Oct 2014, 11:15 pm

Vas a seguir la nove??? :)
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