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Mensaje por issadanger Mar 23 Sep 2014, 6:59 pm

CAPÍTULO 12
21 de junio, 9535 a.C.

Nicholas se ahogó cuando los sacerdotes le metieron a la fuerza una mordaza en la boca. Ya lo habían desnudado completamente y lo colgaron en el centro del templo para poder comenzar a “tratarlo”. Uno de los sacerdotes le dibujó símbolos con sangre de cordero sobre el cuerpo, mientras que otro sacaba un par  de cizallas  y una daga ceremonial.  Encendieron incienso y velas mientras cantaban por el perdón del dios ante cualquier pecado que
Nicholas  hubiera  cometido  en  su  contra.  A  continuación,  para  su  completo  horror, comenzaron a cortarle mechones de pelo y luego quemaban los rizos en un cuenco de oro.
Gritando alrededor  de la mordaza,  trató de detenerlos,  pero con los  brazos abiertos y encadenado, no había nada que pudiera hacer. 
—No  luche  contra  nosotros,  Alteza.  No  somos  los  que  os  han  poseído, causándole este problema y agonía. Sólo estamos tratando de ayudar. El sacerdote más anciano asintió mientras dolorosamente le cortaba un puñado
de pelo a Nicholas.
—Tenemos que hacer que sea menos atractivo para los demonios que habitan en vuestro cuerpo. No desean un anfitrión feo y huirán de vos una vez que ya no les atraiga. Por todos los dioses... ¿Qué piensas hacer conmigo?
Mechón a mechón, le eliminaron todo el cabello de la cabeza y luego le afeitaron el  cráneo antes de pintar  más símbolos ahí.  El  olor  a pelo quemado le revolvió el estómago. Mira el lado bueno... No tendrás que preocuparte ya de que tu padre te tire del pelo. O que las mujeres le buscaran.
—¿Debemos purgarle primero?
Nicholas intentó retroceder ante el sacerdote que hizo esa pregunta. 
—No.  Su  caso  es  muy  extremo.  Enciende  las  varillas.  Vamos  a  tener  que quemar a los demonios en él.
¿Quemar? ¿Qué en el Hades significaba eso?
Dos descomunales sacerdotes le liberaron las manos. Nicholas luchó contra ellos, haciendo todo lo posible por escaparse. Pero le aferraron con firmeza y lo arrastraron a una sala más pequeña en la que le colocaron sobre una fría mesa de piedra.  Le estiraron  los  brazos  y  se  los  encadenaron  para  inmovilizárselos  totalmente.  A
continuación  le  pusieron  grilletes  en  los  tobillos  y  le  extendieron  las  piernas  tan ampliamente que sintió como si le estuvieran rompiendo los huesos de la cadera.
El sacerdote más anciano se acercó y puso una mano en la cabeza de Nicholas. 
—Shh, Alteza. Deje de pelear. Acepte lo que le estamos haciendo. Después de todo, esto es por vuestro propio bien.
Los ojos de Nicholas se ensancharon cuando vio la rueda en una caldera de carbón que tenía una docena de varas alrededor.  ¡Por favor,  dioses, no!  Ni  siquiera quería saber donde tenían la intención de ponerlas.
Un sacerdote joven dio un paso adelante con un largo trozo de tela blanca.
—Átalo apretado —dijo el  sacerdote más anciano—. No queremos caparlo por accidente.
¿Caparlo? ¡Caparlo!
—Aunque  el  rey  nos  ha  concedido  la  inmunidad  para  tratarlo,  es  nuestro príncipe, no podemos dejar ninguna marca que quede visible cuando esté vestido.
—Si  no dejamos marcas visibles,  ¿qué impedirá que los demonios lo posean otra vez?
—Ellos ven todas las marcas. Incluso las escondidas bajo la ropa, los demonios no querrán un anfitrión lleno de cicatrices.
A pesar  del  hecho de que esto lo pagaría con creces,  Nicholas  gritó para que cejaran esta locura.  Pero la mordaza y la lengua hinchada mantenían las palabras inteligible, lo que sólo provocaba que los sacerdotes creyeran con más ahínco que los demonios le controlaban.
¡Por favor! No estoy poseído. Era el dolor de Joseph lo que sentía. Y dolía de muerte. No necesitaba añadirle esto. No le prestaron la más mínima atención,  el  sacerdote joven usó la tela para sujetarle apretadamente la polla contra el cuerpo.
—No  —dijo  el  anciano  sacerdote,  apartando  al  más  joven  a  un  lado—. Necesitamos acceso a las partes más sensibles de su cuerpo,  es dónde hay más dolor. Los demonios odian el dolor.
Bueno, ahí lo tienes entonces... Ya tenía el suficiente para que ningún demonio jamás volviera a molestarle.
El sacerdote se dirigió al caldero y se puso un guante de piel gruesa en la mano izquierda.  Agitó las  brasas  con la punta de una vara antes de regresar  con ella. Susurrando  un  rezo,  el  sacerdote  colocó  la  mano  contra  el  escroto  de  Nicholas, apartándolo antes de posarle la barra sobre la parte más alta en el interior del muslo.
Nicholas gritó tan fuerte por el dolor que se provocó una hemorragia en las cuerdas vocales. Las lágrimas le corrían por el rostro mientras la abrasadora quemadura hacía desaparecer cualquier otro dolor. Era la cosa más atroz que jamás había sentido. El olor de la carne quemada le revolvió el  estómago mientras el  sacerdote apartaba la
vara de la pierna.
—Ésta ya está. Tráeme otra vara.
Nicholas  intentó luchar,  pero no sirvió de nada.  Lo único  que podía hacer  era aguantar y soportar lo que le hicieran. Y con cada vara que le colocaban encima, odió a su padre. Pero, sobre todo, odiaba a los dioses por permitir que le hicieran esto. Y en el fondo del corazón, odiaba a Joseph. Si no fuera por su hermano, nada
de esto le estaría sucediendo. Eran los ojos plateados de Joseph los que traicionaron sus orígenes. Joseph que no podía ocultarse entre la gente. El dolor de Joseph era el que lo había hecho caer hoy. Golpeándose la cabeza contra la piedra, Nicholas deseó matarse.  ¿Por  qué no había asesinado a su madre el año pasado? ¿Por qué?
Pero no importaba lo duro que oraba, los dioses se negaban a tener piedad de él. Príncipe o no, su único propósito en la vida era sufrir y sangrar. Y estaba harto.
¡Por favor, dioses... por favor que alguien me ayude!
issadanger
issadanger


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Mensaje por issadanger Mar 23 Sep 2014, 7:07 pm

CAPÍTULO 13
22 de junio, 9535 a.C.


—¿Apolo? —Dionisio apareció en el  interior  del  templo abierto de oro de su hermano en el Olimpo delante de él—. Sé cuánto te gustan las cosas de gran belleza así que debo mostrarte esto. 
—Destelló fuera de la estancia.
Suspirando  con  profundo  fastidio,  Apolo  apartó  la  lira  que  había  estado rasgueando cuando su medio hermano Dionisio había decidido molestarlo. 
—¿Dónde estás, Dion? No tengo ninguna intención de jugar a este juego. Con el cabello corto de un castaño oscuro, Dionisio volvió a aparecer delante de él.
—No uses ese tono conmigo, hermano. Confía en mí. ¿Quieres ver lo que tengo en mi templo de Didymos?
Ésta  vez,  Apolo  lo  siguió,  al  instante  vio  al  hermoso  joven  al  que  alguien cuidadosamente había encadenado a la pared.  Incluso con el  pelo trasquilado,  el muchacho tenía características que parecían haber  sido cinceladas por  los dioses. Nunca había visto tal hermosura en el Reino mortal.
—¿Es parte dios?
Dionisio negó con la cabeza.
—Puramente humano. Pero mira esos maravillosos ojos. ¿No los contemplarías para siempre?
Verdaderamente. Eran perfectos, de un fascinante azul.  El  mismo azul  intenso del mar Egeo que Apolo siempre había favorecido.
Sin embargo, la condición del joven, era deplorable. 
—¿Por qué está atado y sangrando?
Dionisio tomó un trago profundo de vino y le pasó la cílica  a Apolo.
—Los idiotas creen que lo he poseído.
—¿Lo hiciste?
—No, pero estaba pensando que tal  vez tú quisieras. —Dionisio le dedicó una sonrisa lasciva.
Sonriendo,  Apolo tragó la bebida antes de devolverle la copa y se acercó al humano. Era cierto que le atraía la belleza humana, masculina o femenina. Cada uno de ellos tenía sus ventajas y diversión.
Y aún lleno de cicatrices por culpa de los sacerdotes, su belleza estaba más allá de cualquiera que Apolo hubiese contemplado en mucho tiempo. Dionisio se colocó junto a él.
—Sé que todavía es un poco joven, pero…
—Es de la edad de Ganímedes. —Como éste, Ganímedes había nacido como un humano mortal.  Un príncipe de Troya.  Su perfecta belleza había atraído a Zeus, que lo había llevado al  Olimpo para servir como su copero... entre otras cosas. Sin embargo,  Ganímedes no era ni  de cerca tan guapo como este muchacho.  Incluso
sangrando y con necesidad de un baño, se le hacía la boca agua por saborear esa piel dorada. Y esos labios... Llenos y perfectos, estaban hechos para besar. Dionisio se movió hacia el lado opuesto del niño.
—Es  el  príncipe  y  heredero  de  Didymos.  Pensé  que  si  para  nada  más, podríamos etiquetarlo para utilizarlo más adelante.
Apolo resopló.
—¿Etiquetarlo? Querido hermano, quiero clavarlo.
Dionisio deslizó la mirada por el cuerpo del príncipe.
—Tiene el  culo más  bonito que jamás  hayas  visto,  y  los  sacerdotes  fueron suficientemente amables  como para salvar  las  partes  importantes  del  daño.  —Se terminó la copa—. Y estarás feliz de saber que está dotado como un dios... ¿Debo dejaros a solas?
—A menos que quieras mirar.
Dionisio arqueó una ceja curioso.
—¿Compartirás? Nicholas frunció el ceño cuando el aire que lo rodeaba se agitó. Un segundo antes estaba solo.  En el  siguiente,  había dos  hombres  en la habitación con él.  Altos  y morenos, estaban bien afeitados y vestían como nobles y no como sacerdotes. 
—¿Sabes quiénes somos, príncipe? —preguntó el que estaba a la derecha. Incapaz de hablar  debido a la cruda y dolorosa garganta,  Nicholas negó con la cabeza.
—Deberías. Nos has estado convocando.
¿Dioses? Nicholas trató de decir la palabra, pero nada salió. El de la derecha se inclinó para susurrar íntimamente.
—¿Tienes nombre?
Necesitó varios latidos de corazón para reunir un sonido.
—Nicholas. —Salió como un graznido ronco.
—Así que, Nicholas —dijo el otro, inclinándose por la izquierda. Le deslizó la mano por  el  pecho creándole escalofríos—. Has estado llamando a todos los dioses del Olimpo para que te rescatasen... ¿Quieres que te liberemos?
Desesperado por alejarse de la tortura, asintió.
El  otro dios  comenzó a acariciarle el  pezón dañado.  Lamiéndose los  labios, sonrió a Nicholas.
—Por cada favor concedido,  joven príncipe,  tienes que darnos algo a cambio. Pero no pareces tener nada que ofrecer aparte de ti  mismo.  —El  dios le cubrió los labios con los suyos y lo besó apasionadamente.
Llorando,  Nicholas  giró  la  cabeza  apartándola  e  hizo  lo  posible  por  conseguir liberarse.
El otro dios lo miró con desaprobación.
—¿De veras prefieres ser  torturado a que te liberemos? —Fue su turno para darle un beso.
Nicholas tuvo arcadas.
Ofendido, el dios se retiró con mirada furiosa.
—Ahora eso fue grosero. —Arrancó el  lino de las caderas de Nicholas,  dejándolo completamente desnudo.
El terror lo consumió por lo que estaban planeando.
—Por favor, no —exhaló.
Quien lo había desnudado deslizó la mirada hacia el otro.
—La violación es lo tuyo,  no lo mío.  Aunque,  en este momento,  puedo ver  el atractivo.  Aun así...  —Volvió la atención a Nicholas—. Tu última oportunidad,  querido.
¿Quién prefieres que juegue con este exquisito cuerpo tuyo? ¿Yo o los sacerdotes?
Nicholas lo miró y respondió sin dudar.
—Los sacerdotes.
—Muy bien. Has elegido. —Entregó la tela al otro dios—. Troo to peridromo.  — Come hasta el hartazgo…
Después desapareció.
Apolo se mordió el  labio otra vez mientras dirigía la mirada hacia abajo por el largo cuerpo desnudo del  príncipe. Se entretuvo en el  hueso de la cadera... Uno de sus sitios favoritos para mordisquear.
—¿Realmente prefieres ser torturado que pasar un día en mi cama?
El príncipe asintió enérgicamente.
Ofendido, Apolo suspiró.
—Debo advertirte. Les suceden cosas malas a los que me rechazan. —Presionó el  cuerpo contra la longitud completa del  príncipe y luego enterró los labios en su cuello.
Nicholas luchó como un león. Muy mal.
—Está bien humano.  Si  no puedo jugar  contigo de esa manera,  te tendré de otra.
A Nicholas se le desorbitaron los ojos cuando vio que los caninos del  dios se le alargaban en un conjunto de afilados colmillos.  El  dios bajó la cabeza para poder morderle la yugular. El dolor rasgador le atravesó como el fuego. Habría gritado, pero no le salió ningún sonido mientras el dios bebía su sangre. La sala giraba mientras una
oleada tras otra de mareos lo consumía.
El tiempo se congeló mientras sentía drenar su fuerza de voluntad. Después de unos minutos, estaba tan débil por la pérdida de sangre que apenas podía  sostener  la  cabeza  erguida.  El  mordisco  lo  dejó  jadeante  y  con  un  dolor insoportable. Sonriéndole, el dios le ahuecó la mejilla y le colocó la cabeza hasta que sus miradas se encontraron. El dios se lamió la sangre de los labios y luego se inclinó a lamer los restos del cuello.
Pellizcó la barbilla de Nicholas.
—Soy tu dueño, pequeño humano.  Estás para siempre ligado a mí. —Pasó la mano por el  pecho de Nicholas—. Podría hacerte suplicar  que te tome.  Pero creo que como castigo por tu rechazo, dejaré que los sacerdotes lo hagan por mí. Debo dejarte a su tierno cuidado y cuando te canses  de ellos,  llámame para que te rescate y
vendré.  —Le besó  una vez  más,  sólo  que ésta vez  fue  duro y  muy  doloroso—.
Recuerda  cuál  es  el  pago  por  la  liberación.  Voluntariamente  vendrás  a  mi  cama durante una semana. Y te alegrarás de tomar mi polla dondequiera que desee ponerla. Aspiró el aliento bruscamente entre los colmillos y dio un último vistazo al cuerpo de Nicholas.
—Estaré esperando,  principito.  Pero no me hagas esperar  demasiado.  De lo contrario, te arrepentirás. Te lo prometo. —Después desapareció. Incluso más horrorizado que antes, Nicholas colgaba de los brazos, odiando a todos y todo sobre su vida. Así que, los dioses del  Olimpo le respondían con algo mucho peor a lo que se enfrentaba.
No puedo creerlo.
De una u otra forma, iba a tener una barra en el culo...
Si  fuera  inteligente,  aceptaría  la  oferta  del  dios  y  acabaría  con  este  lugar.
Seguramente ser la concubina de un dios sería mejor que la tortura que había estado sufriendo.
Por otra parte, dado el descuido negligente de su padre hacia sus amantes...
Nicholas  definitivamente no quería  ser  uno de esos.  Aunque  los  sacerdotes  le cicatrizarían el cuerpo, tenían miedo de la ira de su padre si lo deformaban demasiado. El dios no temería a nada. Y mientras el olímpico no dejaría cicatrices físicas, se las dejaría en el corazón y en el alma. Algo que sabía que nunca sanaría.
Que así sea. Como todo en mi vida, puedo sufrir esto en silencio.
No tenía otra opción.
issadanger
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Mensaje por issadanger Mar 23 Sep 2014, 8:10 pm

CAPÍTULO 14
26 de agosto, 9535 a.C.

Mentalmente entumecido y aterido de frío, Nicholas miraba fijamente la pared de enfrente  mientras  yacía  de  costado,  dolorido  por  todas  partes.  Incluso  le  dolía parpadear. No tenía ni idea cuánto tiempo llevaba sufriendo sus “tratamientos” para la locura. Las sesiones de tortura hacía mucho tiempo que se habían enmarañado en un conjunto mientras los sacerdotes intentaban expulsar los demonios de él.
Al final, no había servido de nada excepto para marcarle el cuerpo de cicatrices y hacer  que los dolores de cabeza fueran incluso peores de lo que eran antes. Pero sobre todo,  le hizo odiar  a cada uno de los miembros de su familia.  Y a todos los dioses que vivían en el Olimpo.
La puerta se abrió detrás de él.
Las  lágrimas  le inundaron los ojos  mientras esperaba a que lo arrastran de nuevo a la sala que había aprendido a despreciar con cada fibra de su ser.
—Vamos, Alteza. Tenéis una visita.
¿Visita? ¿Podría su padre finalmente haber venido para llevárselo?
Nicholas intentó levantarse, pero tenía las piernas tan débiles que no le soportaban el  peso.  El  sacerdote avanzó y le cubrió el  cuerpo desnudo con una capa áspera y luego  le  tiró del  brazo  para levantarlo.  Nicholas dejó  escapar  un  gemido  cuando  el costado ampollado entró en contacto con la áspera estola. Ignorándolo, el sacerdote lo
ayudó a caminar por el pasillo hasta la última sala de la izquierda. El sacerdote abrió la puerta y lo empujó al interior.
Las piernas se le doblaron cuando la puerta se cerró detrás de él.
—¿Nicholas?
Levantó la cabeza para encontrar a su tío acercándose.
—Querido Zeus, ¿qué te han hecho?
Nicholas no pudo contestar. Tenía la garganta en carne cruda debido a los gritos que le habían arrancado sus tratamientos. Estes lo acunó en sus brazos como a un bebé.
—¿Puedes hablar?
Nicholas  negó  con  la  cabeza,  haciendo  una  mueca  mientras  más  dolor  lo atravesaba.
—¡Vamos! —Estes sacó una pequeña vasija de vino de su cinturón y lo sostuvo para que bebiera.
Le quemó, pero le supo maravilloso. No le habían dado nada salvo leche en mal estado, agua sucia, y otras cosas desagradables que fueron diseñadas para expulsar a los demonios de su cuerpo. Tragando con fuerza, se humedeció los labios secos y agrietados.
—P-p-por favor, tío —susurró—. Llévame a casa.
Estes apretó los dientes y sus ojos brillaron de ira.
—No puedo,  ardillita.  Xerxes dice que tienes que permanecer  aquí  hasta que estés curado. Se pondría furioso si te llevo a casa sin su consentimiento. Una lágrima resbaló por la mejilla de Nicholas ante esas palabras, haciendo que le ardieran las heridas que dejaron los golpes que no sintió cuando se los propinaron.
Tanto como se jactaba Estes de su valor en la batalla. Al final, él, que vivía en un país extranjero, estaba tan asustado de su padre, como todos los demás. Puto cobarde.
—Intercederé por ti ante tu padre. ¿Ha venido él a verte?
Nicholas negó con la cabeza.
—Te sacaré de aquí,  te lo prometo.  Dioses, no puedo creer que Xerxes haya tolerado esto.  —Estes le tumbó sobre el  suelo—. Estaré de vuelta tan pronto como
pueda.
No me dejes. Por favor, tío. No puedo aguantar más. No puedo.
Sólo soy un niño...
Pero su tío se había ido antes de que pudiera pronunciar una sola palabra. Con la respiración trabajosa y lleno de dolor, Nicholas se dio cuenta que por primera vez en meses no estaba encerrado.  Si  pudiera llegar  a la puerta por  la que Estes había salido, podría ser capaz de escapar. Aferrándose a la esperanza, se esforzó por ignorar la agonía de las quemaduras supurantes y heridas para arrastrarse lentamente por el suelo empedrado. Le llevó varios minutos, pero finalmente alcanzó la puerta. La alegría se extendió atravesándole mientras se ponía de rodillas y tocaba la aldaba.
Ya casi...
Nicholas estaba tan cerca de la libertad ahora que podía saborearla con la lengua reseca.
Acababa de levantar el cerrojo cuando la puerta se abrió. Aterrorizado, empujó contra la madera y se obligó a ponerse de pie. Cuando trató de correr, alguien chocó contra él, tirándolo al suelo.
¡No!
Bruscamente,  un sacerdote le dio la vuelta y estrelló el  magullado cuerpo de Nicholas contra la piedra.
—¿Dónde creéis que vais, Alteza?
De vuelta al Tártaro.
Nicholas giró la cabeza para ver los rayos solares a través de una ventana abierta en el pasillo del templo. No había visto el sol desde que su padre le había dejado aquí. Sin decir palabra, extendió la mano hacía ellos, queriendo sentirlos sólo una vez más. Pero el sacerdote le agarró y lo arrastró de vuelta a la celda oscura en la que lo dejó solo.
Cerrando los ojos, Nicholas hizo todo lo posible para recordar lo que era sentir el sol sobre la piel  mientras oía cerrarse la puerta abandonándolo a su miseria.  No había estado loco cuando lo habían traído aquí,  pero cada día que pasaba,  sentía que la cordura se le escapaba. Hizo todo lo posible por conservarla, pero ¿de qué servía?
«¿Por qué? ¿Por qué no me concedes la muerte o la locura?», pidió Nicholas al dios que acudía para atormentarlo.
«Todo lo que tienes que hacer es decir la palabra mágica, principito. Ya sabes mi precio».
Las lágrimas llenaban los ojos de Nicholas.
«No seré tu puta. Mi libertad no merece el sacrificio».
«¿No?» se burló el dios. «Bueno, entonces, diviértete con tus sacerdotes».
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Mensaje por chelis Miér 24 Sep 2014, 3:29 pm

malditos!!.. como pudieron hacerle eso?????..
y luego esos bobos dioses!!!...
aaaarrrgggg!!!!!...
ahora entiendo que el sufrio lo doble que nuestro Joseph!!!!...
y los dosufrieron mucho!!!!... fue injusto para los dos!!!!
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Mensaje por JB&1D2 Sáb 27 Sep 2014, 10:48 pm

Ninguno de los dos tuvo paz
Que triste
Odio a eso dioses dab asco
Siguelaaa
JB&1D2
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NICHOLAS - NICHOLAS Y BET’ANYA - Página 6 Empty Re: NICHOLAS - NICHOLAS Y BET’ANYA

Mensaje por chelis Dom 28 Sep 2014, 3:06 pm

NICHOLAS - NICHOLAS Y BET’ANYA - Página 6 2686721104 NICHOLAS - NICHOLAS Y BET’ANYA - Página 6 2686721104 NICHOLAS - NICHOLAS Y BET’ANYA - Página 6 2686721104 NICHOLAS - NICHOLAS Y BET’ANYA - Página 6 2686721104 NICHOLAS - NICHOLAS Y BET’ANYA - Página 6 2686721104 NICHOLAS - NICHOLAS Y BET’ANYA - Página 6 2686721104
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Mensaje por issadanger Miér 15 Oct 2014, 1:35 pm

CAPÍTULO 15
30 de agosto, 9535 a.C.

—Hemos tenido progresos. Pero los demonios del mal se sienten atraídos por su gran belleza y riqueza. Luchan contra nosotros con tesón. Nicholas abrió los ojos al  oír  al  sacerdote que entraba en la cámara de tortura. Durante un minuto, no pudo respirar cuando vio a su tío y a su padre con el anciano. Los  labios  le  temblaron  cuando  la  esperanza  lo  atravesó.  ¿Esto  se  había terminado? Seguramente su padre no lo abandonaría así... No, si lo amaba. Estes corrió a su lado y le puso con ternura una mano sobre la cabeza calva.
—¿Nicholas? ¿Puedes oírme?
Hizo un débil gesto de asentimiento. Un tic comenzó en la mandíbula de Estes mientras miraba hacia atrás a su
padre.
—¿Ves lo que te decía ? Lo han destrozado.
Nicholas miró a los ojos de su padre, y la falta de sentimientos en ellos lo apaleó más duramente que los golpes de los sacerdotes. ¿Cómo podía su padre no estar horrorizado o indignado? Algo... Pero el  rey se quedó ahí,  con estoicismo.  Indiferente al  daño que le habían infringido.
—Es por su propio bien, hermano.
Por su propio bien... Nicholas se reiría si esas palabras no fueran una cuchillada tan profunda. —¿Cómo puedes decir eso? Míralo. Lo han cicatrizado miserablemente. Nunca será el mismo.
—Las cicatrices son necesarias, Alteza y Majestad.  Impiden que los demonios codicien su joven cuerpo. Pero no impidieron que los dioses lo codiciaran. La ironía de eso lo enfermó aún más. Estes maldijo.
—Esto es una locura, Xerxes. El niño tiene que volver a casa.
«No lo quiero en casa otra vez,  hasta que sea normal.  Quemado todo mal  en él».
Nicholas hizo una mueca al oír el frío y brutal pensamiento de su padre. 
—¿Todavía sufres dolores de cabeza? —preguntó su progenitor. Sabía que no debía decir nada que no fuera lo que su padre quería oír.
—No, Majestad.
—Mientes.
Nicholas jadeó ante el apremiante pánico.
—Por favor, Padre. Haré lo que me pidas. Por favor, no me dejes aquí.
—Es el  demonio en él  el  que habla.  ¿Escucháis cómo ha cambiado la voz, Majestad? ¿Cuán ronca y profunda es?
¿Demonio? ¿Estaba el  anciano tan loco como lo acusaba de estarlo él? Era ronca debido a meses de gritar.
Su padre era implacable. «Ahora entiendes lo que significa ser rey. No puedes permitir  que tus emociones  nublen tus acciones o juicios.  Haz lo que tengas que hacer».  Los pensamientos  de su padre le descompusieron.  «Tienes que quedarte hasta que los sacerdotes hayan eliminado tus demonios».
Nicholas sollozó en voz alta ante el horror de que su padre lo abandonara. No pudo evitarlo. La agonía era demasiado brutal para soportar algo más. El rey se volvió hacia los sacerdotes con un labio fruncido.
—Y por el bien de todos los dioses, ¿podéis hacer que deje de berrear como una mujer?  Estoy  harto  de  eso  y  es  demasiado  mayor  para  llorar  de  esa  manera. 
—«¿Cómo pude engendrar algo tan débil y patético?»
Nicholas lo miró, odiando todo lo relacionado con su padre. Déjame encadenarte a una piedra y marcarte a fuego hasta la médula de los huesos, skatophage. Veras, si lloras o no...
Furioso  con  Nicholas  por  llorar,  su  padre  salió  corriendo  con  los  sacerdotes arrastrándose detrás de él.
Estes le tocó la mejilla magullada.
—Lo siento mucho,  Nicholas.  Voy a seguir  tratando de convencerlo para que te libere. Haré todo lo posible por ti, te lo prometo.
Y luego Estes, también, se fue.
La mirada de Nicholas cayó a la vieja cicatriz que tenía en el  antebrazo,  donde hacía años su padre le había cortado.  El  rey seguía sin creer  que él  era su hijo. ¿Cómo iba a dejarlo aquí sufriendo si pensara lo contrario?
Estoy solo en este mundo.
A excepción de Joseph. Ese hijo de puta con suerte estaba con Estes, que les tenía cierto cariño. Sin duda, su tío asumía un mejor cuidado de su hermano que esto. Pero los dolores fantasma que sentía a veces en lugares horribles del  cuerpo hacía que se lo cuestionara. Algo estaba causando lesiones a Joseph...
Y, también, era sumamente desagradable. La puerta se abrió de nuevo.
—Momento de sangrarle de nuevo, Alteza.
Nicholas cerró con fuerza los ojos para no ver las sanguijuelas con las que estaban a punto de cubrirlo.  El  estómago se le revolvió con asco mientras toda cordura lo abandonaba.
Nunca volveré a casa. A menos que aceptara ser la puta de un dios, esto era su destino.  Bien podría aprender a aceptarlo. La esperanza no era más que una perra voluble que se burlaba de él todos los días.
Apretando los dientes, trató de bloquear el dolor y a los sacerdotes. Para soñar con un lugar donde alguien pudiera aprender a amarlo.
Pero sabía que ese lugar no existía. Había sido condenado desde su nacimiento y no había consuelo para aquellos que los dioses condenaban. No tenían paz. Ningún refugio.
Amargado y lleno de odio, se rió en voz alta.
—Adelante y sángrame,  suagroi. Toma toda mi  sangre.  —Si  se quedara seco entonces tal vez el dios que seguía acudiendo a él lo dejaría en paz.
—No le miréis.  Es  el  demonio burlándose  de nosotros.  Finalmente  estamos haciendo progresos.
No, no los hacían. Lo estaban convirtiendo en algo que no quería ser. Su padre. Frío. Desalmado. Insensible.
Hacía años, le había rogado que su hermana le enseñara a amar.  Ella había rechazado sus súplicas con su característica frialdad. Aquel día, Afrodita le escupió y le dio la espalda a un niño que sólo había querido pertenecer a alguien. Hoy eran Odia y Lisa  las que lo tomaron bajo sus pechos y lo amamantaron.
Bebió de su ardiente veneno y dejó que le despojaran del dolor. Su familia no había podido enseñarle a amar,  pero por  el  mundo y sus insensibles abrazos, finalmente había aprendido como odiar con saña.
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Mensaje por issadanger Miér 15 Oct 2014, 1:42 pm

CAPÍTULO 16
2 de enero, 9534 a.C.

—Tengo que admirar  tu fuerza,  principito.  Aunque  lo encuentro espantoso, realmente tengo que respetarlo.  Especialmente teniendo en cuenta todo lo que has sufrido. —El dios rozó la mano contra cuello de Nicholas. Nicholas rápidamente se alejó y después hizo una mueca de dolor. 
—En cuanto a eso —continuó el  dios—, creo que debería sentirme insultado y altamente ofendido de que prefieras ser torturado que acostarte conmigo... pero eres joven y te perdonaré... Por el momento. Tirado en el suelo de la celda, Nicholas no se molestó en mirar al dios que había regresado para torturarlo nuevamente. Estaba costumbrado a sus visitas. El olímpico venía a menudo para azotar  el  espíritu de Nicholas,  mientras  que los  sacerdotes  le
azotaban el cuerpo.
—¿Tanto te repugno? —Consciente de que no respondería, lo empujó sobre la espalda y le recorrió con las manos las quemaduras y costras en la piel —.  Podría curarlas todas.
—No seré tu puta. Ni la puta de nadie.
El dios sonrió.
—Hablas como un verdadero príncipe. Pero así es la cosa. Tarde o temprano, todos nos prostituimos por algo. Y estoy cansado de verte sufrir.
«¡Entonces detenlo, hijo de puta!»
—No es tan fácil. ¿Quieres...?
Nicholas sacudió la cabeza, negándose a pagar el precio que le exigía. El dios le gruñó mientras le agarraba la mandíbula en un feroz agarre. 
—De acuerdo. Bien. Sé que un día, habrá algo por lo que estés dispuesto a ser una puta y entonces vendrás a mí de rodillas. Y me darás la bienvenida. Entretanto, antes de que hagan más daño a tu belleza, modificaré mis términos. Si quieres volver a  casa...  quítate  la  ropa  y  túmbate  aquí  con  los  brazos  abiertos  y  las  rodillas
separadas. Me dejaré la ropa puesta, pero me acunarás como un amante mientras me alimento de ti.
Nicholas se estremeció ante la idea.  Pero teniendo en cuenta las otras opciones que le había dado durante estos últimos meses, no le parecía tan malo. Además, se alimentaría de él  de todos modos. Era un hecho.  El  olímpico los había vinculado a ambos y no había nada que Nicholas pudiese hacer para evitarlo.
—Tengo  tu  palabra  de  que  no  me  violarás  —susurró  Nicholas  a  través  de  la garganta ronca.
—Juro por  el  río Estigia que ésta vez,  no te violaré.  Pero sólo mientras me sostengas y me dejes alimentarme hasta que esté saciado.
«¿Me puedo ir a casa entonces?»
—Haré que te envíen por la mañana.
Nicholas asintió con la cabeza dando el consentimiento. El  dios se apartó de él  y miró cómo lentamente se quitaba la gruesa estola. Desnudo, Nicholas se tumbó en el  suelo y se colocó como le había pedido. Girando la cabeza para que tuviera acceso al cuello, cerró los ojos y esperó. Apolo se tomó un momento para saborear ésta pequeña victoria que sabía que le había costado al príncipe gran parte del orgullo. Sinceramente, había esperado que
lo rechazase.
—Recuerda los términos de nuestro trato humano. Hasta que esté saciado. Si no me puedes acunar como un amante, puedo tenerte de la manera que yo desee. Nicholas asintió con la cabeza otra vez.
El  dios  se le acercó lentamente.  Nicholas  cerró los  ojos,  esperando el  familiar mordisco.  Sólo que ésta vez,  el  dios no usó la yugular.  Por el  contrario,  hundió los colmillos en la arteria femoral en el muslo.
Nicholas  apenas  se  contuvo  de  empujar  al  dios.  Cualquier  incumplimiento  del contrato...
Sería mucho más humillante que esto.
Con la mandíbula temblorosa, se esforzó en hundir la mano en el oscuro cabello del  dios y acunarle el cuerpo como si disfrutara del toque. La bilis se le elevó por la garganta. Mordiéndose el labio, trató de concentrarse en algo que lo llevase lejos de este momento de horror absoluto.
Las lágrimas le pinchaban los ojos. La única cosa buena cuando el  olímpico estaba alrededor, era que las voces en la cabeza se detenían. No escuchaba nada. Pero ahora, incluso esa distracción hubiese sido bienvenida.
Cuando el  dios  finalmente terminó,  se arrastró por  su cuerpo y se presionó contra él. Nicholas tuvo que obligarse a sí mismo a no rizar el labio o luchar al sentir a través de la estola la erección del dios en el muslo lleno de ampollas. Tomó el mentón de Nicholas con la mano y le obligó a mirarlo.
—Un día, príncipe, te tendré completamente.

—Por lo menos, ¿me darás tu nombre para saber a quién evitar?
El olímpico se rió.
—Cuando esté dentro de ti, príncipe, te daré mi nombre para que sepas quién te honra.
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Mensaje por issadanger Miér 15 Oct 2014, 1:47 pm

CAPÍTULO 17
3 de enero, 9534 a.C.

—Bienvenido a casa, muchacho.
En la escalinata del palacio, Nicholas inclinó la cabeza a su rey mientras apretaba más la clámide alrededor del cuerpo. No porque tuviera frío, sino porque no quería ser tocado por nadie nunca más.
—Gracias por tu magnánima benevolencia, Majestad. Tuvo  suerte  de  que  su  padre  era  demasiado  estúpido  para  percatarse  del sarcasmo.
Tragó el  amargo odio que sentía por todos ellos, Nicholas barrió con la mirada a todos  los  sirvientes  que se habían  reunido  para recibirlo.  No  es  que lo hubieran echado de menos o que él les importara. Más bien su padre les había ordenado estar allí. Pero lo peor eran sus voces en la cabeza.
«Está tan loco como su madre». «¿Por qué lo liberarían cuándo es obvio que no está mejor?» «Que vida tan desperdiciada». «¿Cómo puede ser alguna vez nuestro rey?»
Nicholas hizo todo lo posible para bloquear sus pensamientos, pero era imposible. Y cuanto más oía,  más crecía el  odio en su interior.  Cómo se atrevían a mirarlo por encima del  hombro. Él  no era un desperdicio patético. No podía evitar haber nacido como era y estaba condenadamente seguro que no lo había pedido. Le tomó todo lo que tenía el no maldecirlos. Pero lo último que quería era que su padre lo devolviera al Dionysion para más tratamiento. Si pudo aprender a ignorar la depravación y los horrores que había presenciado y sufrido estos últimos meses, entonces ciertamente podría pasar de ellos.
—Veo que has regresado. —El tono gélido de Ryssa definitivamente no ayudó a su estado de ánimo. «No te ves como si hayas sufrido algo. Te ves muy bien y sano, excepto por esa estúpida cabeza calva». Haciendo caso omiso de sus crueles pensamientos infantiles, Nicholas se encontró con su mirada fría.  Era hermosa, le concedía eso. Sin embargo, se compadecía de cualquier hombre que fuera atrapado con una perra tan despiadada en su cama.
—Ven, Ryssa —dijo su padre, sonriéndole—. Abraza a tu hermano. El odio en sus ojos le revolvía el estómago. «Preferiría abrazar a una serpiente. Y dejar crecer tu pelo hacia atrás. No te da un aspecto más varonil. Estás repugnante sin él. ¿Y qué pasa con esa voz? ¿Tratando de sonar más maduro? Por favor...» Nicholas se forzó para no tocarse la cabeza mientras sus comentarios interiores le cortaban hasta el hueso. No pudo evitar el daño que le habían infringido en la voz. A diferencia del  pelo, era un recordatorio permanente de los meses que había pasado
gritando de dolor y rogando por una misericordia que nunca llegó.
—Está  bien,  Majestad  —le  dijo  a  su  padre—.  Prefiero  retirarme  a  mis aposentos... ¿Me lo permites?
Él frunció el ceño.
—Por supuesto.
Nicholas bajó la cabeza y no levantó la vista de nuevo hasta que estuvo encerrado en un lugar donde nadie le podría hacer daño. Aun así, no se sentía a salvo aquí. Nunca se sentiría a salvo de nuevo. ¿Cómo podría? En cualquier  momento,  su "mecenas" dios sin nombre podría encontrarlo y alimentarse de él o toquetearlo. Todos  los  sacerdotes  le habían enseñado un nuevo infierno.  En el  pasado, detestaba estar  solo.  Ahora,  también despreciaba estar  con la gente.  Y aunque el dolor  y las  voces continuaban atormentándolo,  ahora tenía frecuentes ataques  de pánico de que lo asaltaran cuando bajara la guardia.
Su dios no identificado podría estar al acecho en cualquier sombra...
Peor aún, se había dado cuenta de que era tan desechable como Joseph. Si él disgustara  a  su  padre  de  alguna  manera,  sería  enviado  de  vuelta  y  dejado  allí. Entonces no tendría más remedio que recurrir al olímpico que quería poseerlo. Nicholas se quitó la  clámide,  luego silbó cuando la palma comenzó a arderle sin
motivo alguno.  Lo sentía como uno de los hierros candentes con los que lo habían torturado. Sacudiendo la mano, trató de conseguir que esto parara, pero no lo hizo. ¡Maldita sea, Joseph!
¿Que en el nombre de Hades estaba haciendo? ¿Por qué no podía su hermano comportarse y no salir herido?
Nicholas se sopló aire fresco en la palma,  mientras las lágrimas le cegaban.  Por favor, no me hagas esto otra vez. No quiero volver a ese maldito templo. La próxima vez, puede que su padre no le permitiera jamás regresar a casa. El frío del miedo se apoderó del corazón. Voy a ser perfecto. Lo juro. Lo que su padre quería que fuera, lo sería sin discusión. Sí, los odiaba, pero sobre todo, odiaba aquel templo.
Nicholas se congeló cuando se vio a sí mismo en el espejo del tocador. Ryssa tenía razón. Estaba horrible.
Se pasó la mano por la cabeza, donde sólo un poco de pelo estaba creciendo de nuevo.  Dándose  la  vuelta,  se  levantó  el  dobladillo  de  la  corta  túnica.  Aunque  la mayoría curadas,  las  ampollas  y cicatrices eran aún más terribles  que la cabeza. Aunque sanaba más rápido que los humanos, no significa que no tuviera cicatrices. De
hecho, todo el costado izquierdo desde la axila hasta el muslo era una línea continua de feroces cicatrices. Iban muy bien con las que tenía en el  hombro y en el  pecho, donde su madre lo había apuñalado.
—¿Qué diferencia hay?
Con cicatrices o no, las mujeres seguirían clamando por acostarse con él. Los hombres todavía satisfarían su ego.
Y todos ellos lo despreciaban tanto como su hermana y su madre lo hacían, y sus insultos le sonaban en los oídos. En honor a la verdad, tenía que darle crédito a su familia.  Por  lo menos no se molestaban en ocultar sus verdaderos sentimientos. Le insultaban abiertamente a cada oportunidad que tenían.  Casi  podía respetarlos por
ello.
Enfermo y enojado con su destino, alcanzó el vino sobre la mesa y se lo llevó a su cama donde tenía la intención de llegar a estar lo suficientemente borracho como para expulsar cada pedazo de esto de la mente.
—Finalmente te entiendo, Madre.
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Mensaje por issadanger Miér 15 Oct 2014, 2:17 pm

CAPÍTULO 18
16 de agosto, 9534 a.C.

―Saludos, tío.  ―Nicholas hizo una reverencia formal  a Estes cuando se reunió con él en la escalinata del Palacio.
Estes arqueó una ceja por la distante formalidad.
―¿No hay un abrazo para tu tío, ardillita? ―«¿Qué te pasa, muchacho?» Negándose a reaccionar  a los pensamientos de su tío,  Nicholas miró a su padre antes de cumplir  con el  requisito y salir  fuera del  alcance de Estes. Todavía no le gustaba ser tocado por nadie.
―¿Se está convirtiendo en un hombre digno,  verdad? ―preguntó su padre, palmeando a Nicholas en el hombro.
Era todo lo que podía hacer para no temblar o hacer una mueca. Sólo su padre era tan estúpido como para confundir la desconfianza con la dignidad.
―¡Tío! ―Ryssa corrió hacia adelante para abrazarle y besarle.
Agradecido por  su distracción,  Nicholas se alejó tres pasos y colocó las manos detrás de la espalda.
Estes le miró por  encima del  hombro de Ryssa mientras charlaban tonterías. Nicholas evitó la mirada. Era difícil  superar el  hecho de que la última vez que su tío lo había visto, había estado acostado sobre una mesa destrozado y desnudo, sollozando como una mujer.
Un  acontecimiento  que  su  padre  no  dudaría  en  restregárselo  por  la  cara. “Debería dejarle mi corona a Ryssa. Por lo menos cuando llora, es comprensible“. Pero más que eso era la rabia de Nicholas contra Estes por no ayudarlo cuando más lo necesitaba.  A pesar de todas sus promesas,  su tío había vuelto a casa con Joseph  mientras  que  Nicholas  había  pasado  cuatro  meses  en  esa  mesa  siendo sangrado y torturado. Solamente ahora le estaba volviendo la fuerza y llenándose otra vez.
Ojalá que todos estuviesen muertos.
Nicholas se aclaró la garganta dañada,  que todavía sonaba como si  tuviese un severo resfriado,  aun cuando no lo tenía.  Había perdido una octava completa por cortesía de los sacerdotes.
―¿Padre? ¿Puedo retirarme? Debo encontrarme con el maestro Galen para la práctica.
Ryssa curvó los labios con desagrado.
―Qué desconsiderado eres. ¿Vas a practicar cuando el tío acaba de llegar? Su padre levantó la mano para silenciarla.
―Tu hermano conoce las prioridades,  Ryssa.  Y me alegra verle por  una vez mostrar alguna ambición ―inclinó la cabeza hacia Nicholas―. Puedes retirarte. Nicholas  les  hizo  una  reverencia  antes  de  marcharse  hacia  el  campo  de entrenamiento con los guardias a remolque. Aunque por lo general no disfrutara de las prácticas de batalla, prefería a Galen golpeándole que enfrentarse a la vergüenza y el horror que sentía cada vez que recordaba pidiéndole a su tío que no le dejara con sus torturadores.
Y después viendo al bastardo abandonándolo. Dos veces.
Era la misma sensación atroz que sentía cada vez que tenía la obligación de asistir a cualquier celebración del templo. Su aversión a los dioses a estas alturas debía ser legendaria. Y despreciaba el hecho de que tenía que adorar  públicamente a los mismos  dioses  que le habían condenado a esta existencia. Al sin nombre que se había alimentado de él. Mientras todo el mundo le decía lo afortunado y privilegiado que era por haber nacido príncipe. Los estúpidos y ciegos bastardos, podían quedarse con todo. La  rabia  le  oscurecía  la  mirada  cuando  entró  en  el  pequeño  campo  de entrenamiento que había sido construido para uso privado de la familia real.  Era
idéntico al  público que había en la ciudad excepto por el  tamaño. Mientras los otros nobles se entrenaban y educaban en el  campo público,  éste estaba reservado sólo para Nicholas. Como todo lo que tenía que ver con él, entrenaba solo mientras la mayoría de los muchachos de su edad lo hacían con amigos.
Por supuesto, sería de ayuda si tuviese alguno... Galen se reunió con él a la entrada del vestuario.
—Llegáis temprano, Alteza.
Nicholas vaciló.
―Si tenéis algo que hacer…
―No, está bien. Sois bienvenido en cualquier momento, ya lo sabéis. Nicholas inclinó la cabeza hacia él.
―¿Me visto o me desvisto?
La mayor parte del entrenamiento lo hacía desnudo, pero para formarse para la guerra era necesario que se pusiese la armadura para acostumbrarse a su excesivo peso. Y con la esperanza de formar el músculo suficiente para usarla en la batalla.
―¿Qué prefiere Su Alteza para hoy?
Sangre.
―Armadura.
―Entonces vestido, mi señor, nos encontraremos en el campo. Nicholas lo adelantó y se dirigió a donde estaba almacenada la armadura.  Tan pronto como abrió la tapa del  baúl,  se detuvo a la vista de la coraza que había
comprado para sí mismo hacía un mes para reemplazar a la que le había quedado pequeña,  tanto  que  no  podía  cerrarla  ni  con  los  largos  cordones.  Cuando  pidió tontamente a su padre el dinero, el rey había fruncido el labio con desdén. “Con la forma en que te encoges de miedo cuando peleas, no te mereces nada más que mi desprecio y tu vieja armadura de niño. Cuando seas digno de la armadura de un hombre, podrás reemplazarla. Hasta entonces, no”. Pero el cabrón no sabía cómo luchaba. No lo había visto entrenar en años. Así que Nicholas había utilizado cada pedacito de sus ahorros para comprarla,  con Galen siendo lo bastante amable para ofrecerle un préstamo para el casco y las espinilleras. Para  ser  un  viejo  oso  de  guerra  bastardo,  Galen  podía  ser  increíblemente amable. Era lo más parecido a un amigo y padre que Nicholas había conocido.
Suprimiendo una sonrisa por la hermosa armadura, deslizó una mano por ella. Negra como su alma, la coraza fue moldeada con la forma de un perfecto y musculoso pecho masculino.  Las bisagras eran hojas de oro,  y la cabeza en oro de Atenea descansaba en el  centro,  justo debajo del  cuello.  A ambos lados de la cara había dragones uno frente al  otro.  Dos pequeños círculos de oro descansaban sobre los pezones. Y cinco cabezas de dragón en oro fueron tachonadas en cada correa de cuero del pteruges. Era la única cosa bella que poseía. Tal vez algún día, seré digno de ella.
Apartando ese pensamiento, se quitó la túnica y la clámide, y los remplazó con la túnica de gruesa lana negra que rellenaba la armadura. Ató las pteruges antes de levantar la pesada coraza. Aunque la mayoría de los
soldados tenían portadores de escudo para ayudarles,  Nicholas había sido entrenado para vestirse sin uno. La idea era que en la guerra, el rey no podía confiar en tener a nadie a la espalda.  Era demasiado fácil  sobornar  a los sirvientes para sabotear  el equipo o deslizarle un cuchillo en las costillas mientras lo vestía. Incluso se sabía de guardaespaldas  que habían sido conocidos  por  asesinar  a sus cargos.  Y dado el pasado de Nicholas, no había manera en el Hades de que permitiera a alguien acercarse tanto como para hacerle daño.
No después de que su madre hubiese intentado quitarle la vida.
Tratando de no pensar en eso, alcanzó las canilleras y ató los brazales. Se tomó un momento para saborear el peso del bronce martillado que le cubría el cuerpo. La armadura era lo más cercano al abrazo de una madre que había conocido. Había algo muy reconfortante en ello.
Una rara sonrisa le había rizado una de las  esquinas  de los  labios  cuando recordó probándosela por primera vez con Galen a su lado. 
“¿Cómo os sentís, Alteza?” “Increíble. Me siento invencible”.
Una lenta sonrisa irónica, se extendió por la cara de Galen.
“No lo olvidéis”, le dijo con su concisa y habitual sagacidad.
Si Nicholas amara a alguien en este mundo, sería a Galen. Aunque Galen a veces era duro, su entrenador al menos le tenía algún respeto. Nicholas tocó el rígido penacho de crin negro y blanco del casco negro. La misma cabeza de Atenea que embellecía la coraza descansaba sobre el protector de nariz, y dragones a juego corrían por cada lado del casco. Se lo colocó en la cabeza, después alcanzó su simple espada y el  escudo sin pintar que rápidamente le recordó que no era realmente un soldado o un hombre. Sólo un niño incompetente,  jugando a la guerra y consiguiendo que un viejo soldado retirado le patease el culo. En un latido, cada gramo de orgullo que había reunido temporalmente se drenó de él. Hora de que aplasten mis sesos. Curiosamente, lo esperaba con impaciencia. Soy un cabrón masoquista. Suspirando, se dirigió a la arena, donde ya estaba Galen vestido y esperando. Galen le saludó tan pronto como entró en el campo. Nicholas le devolvió el gesto.
―¿Listo, Alteza?
―Ofrecedme lo mejor.
Galen se rió.
―Ese es el espíritu, joven príncipe. Me encanta cuando escucho el espíritu de lucha en vuestra voz. Me calienta. ―Arremetió contra él. Nicholas apenas bloqueó el empuje y se tambaleó por la fuerza del mismo. Todo el
brazo  le  ardió  y  se  le  entumeció.  ¡Maldición!  Para  ser  un  anciano,  tenía  una sorprendente cantidad de fuerza.
Mordiéndose el  labio,  rotó el  hombro,  con la esperanza de aliviar  un poco el escozor.
Galen se retiró a poca distancia para darle tiempo a recuperarse.
―¿Estáis lesionado, Alteza? ―El eufemismo de su instructor para preguntarle si había sido golpeado por  algo.  Como a menudo entrenaban desnudos,  sólo Galen conocía cómo de áspero podía ser el rey con su heredero cuando Nicholas lo disgustaba. Lo cual ocurría a menudo. A veces por el simple hecho de respirar en la misma
habitación.
―No,  señor.  Sólo soy torpe.  Aún no estoy acostumbrado al  peso de la nueva armadura. Tira de mi centro de equilibrio.
―Hace una gran diferencia, ¿verdad? ―Galen colocó la espada hacia arriba, la agarró por la hoja y le ofreció la empuñadura a Nicholas. Frunció el ceño.
―Necesitáis  la  espada  de  un  hombre  para  luchar  y  no  ese  juguete desequilibrado  que  sostenéis.  ―Galen  le  tocó  suavemente  la  coraza  con  la empuñadura―. Adelante, Alteza. Ha llegado el momento. Nicholas lanzó la espada de hierro a un lado y tomó la de Galen en la mano. Mientras probaba el peso e hizo unas oscilaciones de práctica, Galen fue a recuperar otra a su despacho.
El  anciano  tenía  razón.  Había  una  gran  diferencia  en  cómo se  sentía  esta espada en comparación con la de hierro que había estado usando.  Incluso en la empuñadura  de  cuero  gastado.  Miró  el  filo  dentado,  en  forma  de  hoja  que probablemente había tomado decenas de vidas en la magistral  mano de Galen. Las palabras: “A la Gloria de Atenea” estaban grabadas en el  bronce, y en el  círculo del pomo el mismo emblema de la cabeza de la diosa que tenía la armadura. 
—¿Hay algún problema, Alteza?
Nicholas alzó la vista de la espada a Galen cuando regresó con una igual.
―¿Qué pasa con usted y Atenea?
―Cada hombre elige a un Dios para invocar en la batalla. Ares, Apolo, Deimos y Phobos, Zeus, Nike, Poseidón... Para mí, siempre será Atenea. ―Galen miró hacia su propia empuñadura donde la cara de ella miraba hacia arriba―. Cualquiera puede luchar  por  orgullo,  poder,  vanidad,  avaricia  u  odio,  pero  la  guerra  siempre  debe abordarse  con  igual  grado  de  sabiduría  y  fuerza.  No  es  suficiente  saber  cuándo combatir, sino saber cuándo dejar la espada y negociar. No por todo en el mundo vale la pena luchar.
Nicholas lo consideró por un momento.
―¿Vale la pena luchar por algo, maestro Galen?
―Por supuesto.
Por su vida,  ya que no podía pensar en una sola cosa por la cual  derramaría sangre por proteger.
―¿Qué?
―Amor y familia.
Nicholas resopló. No sabía nada del amor y podía prescindir de lo que sabía de la familia.
―¿No por el país?
―Los países vienen y van, buen príncipe. Sólo vale la pena preservarlos cuando la pérdida causara daño a las personas que amamos. Así  pues,  como había dicho,  no había nada por  lo que pelear.  Pero sentía
curiosidad por una cosa... 
―¿Por quién lucháis, Galen?
―En un momento dado,  luché por  mi  bella y dulce esposa,  quien dejó este mundo a una edad demasiado temprana. ―Se estremeció como si alguien le hubiera golpeado―. Incluso después de todos estos años,  sentir  su ausencia es como un dolor físico y espero que algún día encontréis una mujer tan buena y decente... Una
cuya cara llene vuestro corazón con amor  y orgullo.  ―Nicholas le ofreció una brusca sonrisa―. En estos días, lucharía por  mi  hija y nietos. Y siempre lucharé por  vos, Alteza.
Aquellas  palabras  le calentaron.  Ya que Galen rara vez decía algo tierno,  o incluso amable, Styxx sabía lo que valían. Galen levantó la espada.
―Ahora,  ¿seguimos  con  el  entrenamiento  o  continuamos  charlando  como ancianas?
Nicholas levantó el escudo.
―Por favor, que comience mi paliza.
Riendo, Galen le golpeó en la cabeza. Nicholas se apartó y respondió con un golpe bajo de la espada, seguido por un ataque con el escudo. Galen bloqueó el ataque y después avanzó con una andanada de golpes que eran difíciles de desviar. Eso era único en Galen, enseñó a Nicholas a usar todas las partes del cuerpo como un arma y no guardarse nada. En la guerra, todo lo que importaba era sobrevivir... preferiblemente con todas las partes del cuerpo juntas.
Pero  mientras  luchaban,  algo  dentro de  Nicholas  explotó.  Una  avalancha  de... ¿Fuerza? ¿Poder?
No estaba seguro de lo que era. Pero una puerta interna se abrió y con ella la habilidad  de  saber  exactamente  el  movimiento  que  Galen  haría  antes  de  que  lo hiciese. Nicholas a veces había sido capaz de hacerlo en otras situaciones, pero nunca en batalla.
Hoy, eso cambió.
De repente, Nicholas podía desviar o bloquear cada empuje o golpe. Por primera vez, Galen se vio obligado a retroceder ante los ataques y a protegerse a sí mismo. La visión de Nicholas se oscureció hasta que ya no veía a Galen como un hombre, sino más bien como un objetivo a ser destruido. Había perdido todo sentido de dónde
estaba o por  qué se  entrenaba.  Incluso  el  hecho de que estaba entrenando.  En cambio, hizo llover golpe tras golpe tanto con el  aspis como con la xiphos, se abrió paso a través de la gruesa madera del escudo de Galen y dobló el bronce fuera de su forma.
Sin opción, jadeando y debilitado, Galen echó a un lado el inútil  aspis, después enterró la punta de la xiphos en el suelo antes de arrodillarse frente a Nicholas.
―¡Me rindo, príncipe justo!
Se escucharon aplausos.
Bajando la espada,  Nicholas frunció el  ceño hasta encontrar  la fuente de estos. Estes y su padre estaban de pie junto a la entrada principal. Su tío abrió y entró con su padre siguiéndole dos pasos por detrás.
―Impresionante, ardillita. ―Estes hizo una pausa para recoger un escudo nuevo arrimado a la pared―. Pero vamos a ver cómo lo haces contra un guerrero en el mejor momento y no contra un anciano.
Tomó la xiphos de donde Galen la había clavado y la usó para saludar a Nicholas. Una lenta y malvada sonrisa le curvó los labios.
―¿Estás seguro, tío? Lamentaría herirte en el primer día de tu llegada. ¿Quizás deberías descansar primero?
Estes se rió.
―Arrogante... Me encanta. Pero prepárate para ver tu ego destrozado.
¿Eso sería diferente a lo normal, cómo?
Nicholas le devolvió el saludo y esperó a que su tío diese el primer paso. Lo hizo. El sonido del metal chocando entre sí hizo eco en los muros de piedra que les rodeaban.  Esta vez,  no sólo veía los movimientos antes de que su tío los hiciese,  ganó fuerza con cada golpe.  Era como si desviase la fuerza vital  de Estes.
Como si mientras que su tío se hacía más débil, él se hiciese más fuerte. En cuestión de  minutos,  lo  tuvo  desarmado  y  sobre  la  espalda  con  la  punta  de  la  espada presionándole el cuello.
Con respiración irregular, Estes colocó las manos en señal de rendición.
―Me rindo, buen Nicholas.
Nicholas  enterró  la  espada  en  el  suelo,  se  quitó  el  casco  y  lo  colocó  en  la empuñadura. Extendió el brazo a su tío y lo ayudó a ponerse en pie.
Estes estaba incrédulo.
―Por  los  dioses,  ni  siquiera  respiras  con  dificultad.  ¡Oh,  ser  tan  joven  de nuevo...! ―Miró a Galen―. Mi  mayor  respeto, maestro Hoplomachos. Habéis hecho un trabajo increíble con la habilidad de mi sobrino. Hacía mucho tiempo que nadie me desarmaba, y mucho más que me tiraran al suelo. ―Entonces miró al rey―. Hermano, si hubiéramos tenido a Nicholas de nuestro lado en la guerra, nunca hubiésemos tenido que entrar en conversaciones con la Atlántida. La habríamos sepultado. Su padre finalmente cerró su mandíbula abierta.
―No sabía que era tan hábil.  El  muchacho lo ha escondido bien.  ―Volvió a mirar a Nicholas―. No es de extrañar que buscase una nueva armadura. Y me la negaste con desdén burlón... Gilipollas.
Pero no había rastro de eso ahora. En realidad su padre parecía casi orgulloso. El rey hizo un gesto con la barbilla hacia el escudo de Nicholas.
―Es hora de decorar tu aspis muchacho y que forjemos una xiphos y el  kopis de un guerrero. Finalmente estás listo para defender mi trono. Esas palabras deberían hacerle feliz. En cambio,  Nicholas sólo sentía vacío.  No
tenía orgullo o satisfacción dentro del corazón. Sinceramente, ya no quería elogios de su padre.  Ya no le importaba lo que pensaba el  bastardo.  No cuando sabía lo que sentía su progenitor sobre él. A menos que fuese perfecto, era basura para ser desechado y ridiculizado. O peor aún, olvidado. En todos los meses de tortura, su padre ni siquiera lo había echado de menos. De hecho, apenas lo miró o habló desde su regreso. La única razón de que estuviese aquí ahora era porque Estes había querido verlo entrenar.
“¿Por qué perder el tiempo...? El niño pelea como una Methusai. Prefiero mirar la hierba creciendo en el patio”.
Su padre estrechó la mirada en el hoplomachos.
―Galen,  trae un escribano y mándale diseñar  un emblema real  para mi  hijo. Algo digno de un campeón principesco. Un águila o un león, tal vez. Estes negó con la cabeza.
―Estaba pensando en un Pegaso o un tridente.
―Un fénix ―dijo Nicholas. No había nada más apropiado para él. Forjado por las llamas del río Flegetonte del Hades, emergió. Y como un fénix, realmente no existiría hasta que su padre estuviera bien muerto.
El rey inclinó la cabeza hacia él.
―Has oído a mi hijo, Galen. Será un fénix.
―Veré que se haga, Majestad y le entregaré el nuevo aspis dentro de un mes. Mientras Galen y su padre se iban para discutir el asunto, Estes se acercó.
―Tu padre tiene razón, Nicholas. Te estás convirtiendo en un hombre excelente. Nicholas no hizo ningún comentario mientras recuperaba el casco y la espada. 
―¿Cómo está mi hermano bajo tu custodia, tío?
Un extraño temblor  que Nicholas no pudo definir,  atravesó a Estes. Y aunque lo intentó, no pudo discernir los pensamientos de su tío sobre el tema.
―Está muy bien. Feliz. Saludable. Es igual que tú.
―A excepción de los ojos —le recordó.
―A excepción de los ojos.
Y las marcas de cicatrices...
Tratando de no pensar en eso, Nicholas colocó de nuevo el aspis contra la pared y entró en el despacho de Galen con Estes a un paso detrás de él.
―¿Joseph alguna vez pregunta por mí?
―Lo hace. A menudo. Un día, me gustaría teneros a los dos juntos. Creo que todos disfrutaríamos enormemente. ―Había algo incluso más extraño en su tono. Algo que le provocó un escalofrío por la espalda. Aun así, no escuchó un solo pensamiento de su tío. ¿Cómo era posible? Perturbado por  la anomalía,  Nicholas  colocó la espada de Galen en el  estante donde el entrenador normalmente la guardaba.
―Dime, joven Nicholas. ¿Alguna mujer ha atrapado tu atención o tu corazón?
Todo lo que podía hacer era no curvar el labio en rechazo a esa pregunta. Entre su madre, la locura odiosa de Ryssa y las mujeres infieles y volubles que se lanzaban a él constantemente, atarse a una era la última cosa que tenía en mente.
―No.


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Mensaje por issadanger Miér 15 Oct 2014, 2:29 pm

CAPÍTULO 18 Parte 2

―¿No? ―Estes estaba horrorizado como si no pudiese comprender tal cosa―. ¿Cómo puede ser que siendo tan joven y guapo, no estés enamorado? Ayudaría si no fuese un completo desconocido a esa emoción.
―Encuentro a las mujeres tediosas y exigentes. Aburridas y poco apetecibles. No tengo ningún interés en ellas.
Estes arqueó una ceja.
―¿Entonces prefieres la cama de un hombre?
Esta vez, realmente retorció la cara de asco cuando los recuerdos le asaltaron.
―Dioses, no. Nada de eso. No encuentro atractiva ninguna cama. Su tío boqueó y luego jadeó.
―¿Aún virgen? ¿A  tu edad? Inconcebible.  Tanto tu padre como yo teníamos bastardos en abundancia cuando teníamos quince. Y tu hermano hace mucho tiempo que  ha  encontrado  los  placeres  en  los  brazos  de  otros.  No  puedo  ni  contar  los amantes que ha tenido Joseph.
―Supongo  que  no  soy  el  hombre  que  es  mi  hermano.  ―Por  supuesto  no ayudaba haber pasado la mayor parte de un año siendo torturado por demonios que no conoces. Después de eso...
No tenía ningún deseo de ser tocado por nadie, bajo ningún motivo. Nicholas salió del despacho de Galen y se dirigió al vestidor. Estes le siguió.
―Oye, no quise ofenderte con mi sorpresa. Hablé de más. Sí, lo hiciste, gilipollas. ¿Por qué mencionarlo?
Aún enfadado con los  insultos, Nicholas  no dijo  nada mientras  se desataba la coraza. Estes le ayudó a sacarla. Cuando su tío la llevó al maniquí, se quitó la túnica negra y alcanzó la blanca.
Cuando su tío se volvió hacia él,  Estes aspiró bruscamente a la vista de las numerosas y feas cicatrices que tenía en el  cuerpo.  Extendiendo la mano,  su tío la puso sobre las que le estropeaban el lado izquierdo del pecho.
―Siento tanto lo que te pasó. La furia se intensificó por  la compasión inútil,  Nicholas se apartó de su tío para
desatarse las canilleras.
―Nicholas...
―Por favor, tío. No tengo ningún deseo de hablar de ello. Lo hecho, hecho está. Tú  mismo  lo  dijiste  en  aquel  momento.  Nunca  seré  el  mismo.  Toda  la experiencia,  combinada con el  ataque injustificado y brutal  de su madre,  le había privado de cualquier sentido de valor o seguridad. En el mejor de los casos, se sentía con su familia como un intruso indeseado, en el peor, un hijastro bastardo indeseado. Sólo quería estar lejos de todos ellos. Estes hizo una mueca cuando vio las cicatrices adicionales que le marcaban la espalda y la ingle.
―¿Es por eso que no has tomado una amante? 
En  parte,  pero  no por  las  razones  que  Estes  estaba  pensando.  No  estaba preparado para responder  preguntas sobre esas cicatrices y por qué las llevaría un príncipe que nunca había estado en batalla.
―Todo mi  equipo está bien y en perfecto estado de funcionamiento.  Eso no tiene  nada  que  ver  con  mi  decisión.  Los  sacerdotes  tomaron  precauciones  para asegurar que no me dejaran impotente o estéril. ―Su tono era tan frío como la ira que guardaba en el corazón.
Y Estes finalmente comprendió lo volátil que era este tema para él.
―Muy bien.  No es de mi  incumbencia.  Pero estoy aquí  para ti,  Nicholas.  Si  me necesitas.
No, no estás. Eres un cobarde bastardo. Y ese era el problema que tenía con su tío. Como todos los demás, Estes le mintió a la cara. Su valiente y noble tío, cuyas hazañas  habían  sido  contadas  por  historiadores,  poetas  y  escribas  había  estado demasiado asustado de su padre para llevarlo a casa contra sus deseos y salvarlo del
tormento. En cambio, el héroe de guerra escondió la cola entre las piernas, salió y dejó a un niño sufrir. ¿Cómo podría perdonarle?
La mirada de Nicholas fue a la cicatriz de doce centímetros del antebrazo, que su padre le había hecho,  y el  dolor  del  pasado lo atormentó con fuerza.  Estaba tan cansado de todo. Las mentiras, la dualidad. El odio.
Expectativas frustradas por parte de todos. Se fue a lavarse.
―Si no te importa, tío, me gustaría estar solo un rato.
―Pensé que odiabas el aislamiento.
Eso fue antes de ser obligado a ello y había aprendido a tener una paz amarga con las voces que gritaban y le susurraban en la cabeza.
―La gente cambia.
―Sí  que lo hacen.  ―Estes le palmeó la espalda―. Te dejaré con tu propia compañía. Pero sabes que te amo, sobrino. Si el amor significa abandonar a alguien cuando está indefenso y es una víctima, entonces podía estar sin él. Pero, ¿qué sabía él de los encantos de Afrodita? Esa perra le odiaba como todos los demás. Un tic le trabajó en la mandíbula cuando echó un vistazo al casco y la imagen de Atenea también se burló de él. Debería levantar esa placa y reemplazarla por Eris u Odia. Eran los únicos residentes del Olimpo con los que podría relacionarse.
Nicholas se secó y vistió, después se arremolinó la clámide ligera alrededor de los hombros. Hizo una capucha para cubrirse la cara. Lo último que quería era volver a casa donde su padre le haría más  demandas,  Ryssa  lo injuriaría con su podrida lengua y una puta al azar le agarraría la polla y trataría de metérsela dentro.
Sólo quiero cinco minutos de paz...
Había una nueva obra en la ciudad.  Si  se apresuraba, no se perdería más de unas pocas líneas. Al menos allí podría olvidar este mundo por un corto tiempo y vivir en otro. Y mientras se sentase en los asientos comunes, nadie le molestaría. Podría ser como todos los demás... Por lo menos por un rato.
Levantando la mano,  sostuvo la capucha en el  lugar  cuando se apresuró al miserable refugio que tenía.
―¿Estes?
Su hermano levantó la vista del  pergamino que estaba leyendo en el escritorio de Xerxes en el otro lado de la habitación.
―¿Sí?
Doblando los brazos sobre el pecho, Xerxes se apoyó en la pared detrás de él.
―Honestamente, ¿qué opinas de Nicholas?
Estes le miró fijamente.
―¿A qué te refieres?
Xerxes  vaciló y debatió un asunto que le molestaba constantemente.  No se atrevía a respirar  una palabra a nadie que no fuese su hermano.  Mientras que él podría dudar de la paternidad de Nicholas en privado, el chico era el único heredero que tenía. Públicamente,  siempre debía actuar como si no hubiese ninguna duda acerca
de su lealtad al príncipe Nicholas. Si Nicholas no heredase, la guerra civil dividiría el reino y no había nadie más lo suficientemente fuerte como para volver a unirlo. Y aunque Estes sería lo suficientemente fuerte para gobernarlo mientras viviera, nunca engendraría un heredero. Lo que destruiría la orgullosa casa de Aricles. Xerxes nunca podría permitirlo.
Didymos tenía que tener un fuerte e indiscutible rey en el  trono. Incluso si eso significase poner a un hombre que no había engendrado.
―¿Parece… raro?
Estes se recostó en la silla de madera y pensó en la pregunta.
―Está en un momento incómodo donde no es ni  niño ni  hombre,  sino una combinación de los  dos,  hermano.  El  cuerpo le está cambiando y creciendo más rápido de lo que él  pude seguir,  con potentes deseos que no conoce.  También se enfrenta  a  la  realidad  de  que  un  día,  cuando  te  hayas  ido,  gobernará  y  será
responsable  de  la  mayor  ciudad-estado  griega,  del  ejército  y  el  pueblo. ¿Honestamente? Todos éramos muy raros a su edad. Tú más que yo.
Xerxes se rió.
―Nadie era más raro que tú, hermano. ―Pero Estes tenía razón. Con la edad de Nicholas, Xerxes estaba constantemente aterrorizado de perder a su padre y tener que cargar  con un trono para el  que no estaba listo para ascender.  Había estado tan nervioso que había llevado a su padre a la locura con la constante preocupación por su salud. Y apenas tenía diecisiete cuando su padre había sucumbido a una repentina enfermedad.
Sin embargo, no sentía eso en Nicholas. El príncipe era muy distante y frío con él, y con todos los demás.  A veces, incluso temía que el  niño pudiese atentar  contra su vida.
Xerxes suspiró.
―Tal vez. Pero él realmente no se nos parece, ¿verdad?
―¿Estás loco? Tiene el mismo cabello rubio y ojos azules. Los mismos amplios hombros.
―Los rasgos…
―Son suyos. Concedido. Aun así, muchos hombres matarían por tener un chico tan guapo. Si dudas, ofrécelo en el mercado y verás lo rico que te haces.
―¡No voy a vender a mi hijo! ―gruñó.
―Entonces, ¿admites que es tuyo?
Xerxes resopló por el engaño de su hermano. Estes siempre había sido capaz de  vencerlo.  Es  lo  que  hizo  de  su  hermano  un  comandante  militar  tan  brillante. Siempre iba nueve pasos por  delante y sabía cómo manipular  a la gente para que hiciesen exactamente lo que quería.A pesar de todo, Xerxes no podía quitarse la sensación en el estómago de que Nicholas tenía un padre que no era él. Era más hermano de Joseph que hijo suyo.
Estes se frotó la barba.
―Hermano, ¿has visto las cicatrices que lleva Nicholas?
Xerxes frunció el ceño.
―¿Qué cicatrices?
―Es tu hijo. ¿Cómo no te has dado cuenta? Cubren al pobre muchacho. Por la espalda, a través de la ingle y costillas. Sin mencionar que su madre intentó matarlo, su hermana mayor  le reprende cada vez que habla y muchas veces cuando no lo hace, y todo el  tiempo tú te ríes de sus ataques y crees que su falta de respeto es
graciosa. Teniendo en cuenta todo eso, creo que tiene derecho a ser un poco raro de vez en cuando. Ha sufrido más tragedias y retos en su corta vida que la mayoría de los hombres en su vida entera.
Eso podría ser parte de lo que percibía. Pero había momentos en los que irradiaba un odio absoluto hacia él. Tiempos en los que se sentía como si estuviera planeando y confabulando contra él.
―Esconde cosas de mí.
―¿Debo recordarte los secretos que ocultamos a padre? ¿Iniciándonos con esa esclava pelirroja que compartimos cuando estábamos con nuestro tío Arel?
Se rió del recuerdo de las dos mejores semanas de su vida.
―Ella era un caramelo.
―En efecto.
Tal vez Estes estaba en lo cierto, después de todo...
―Creo que estoy exagerando. Sólo me preocupo por él y nuestro reino.
―Eso es lo que hacen los reyes y los padres.
Xerxes se rió.
―Entonces soy genial en ambos.
―Por supuesto que lo eres.
Xerxes sonrió al hermano que amaba más que a nada.
―Te extraño tanto cuando te vas.  Odio poder  verte sólo una vez  al  año y siempre una estancia demasiado corta.
―Quizás pueda quedarme más tiempo en mi próxima visita. ¿Tal vez me lleve a Nicholas de caza durante una semana sin ti? Podría confiar en mí si está lejos de aquí y sus  responsabilidades.  Entonces  le  podría  observar  y  ver  si  es  normal  o  no,  e informarte de lo que averigüe.
―Maravillosa idea. Y creo que le gustará. Últimamente ha estado bastante triste y apartado.
Estes sonrió.
―Espero ansioso mi  tiempo a solas con Nicholas.  Su pelo debería estar  en su longitud normal para entonces, y el cuerpo más desarrollado.
―¿Qué tiene que ver eso?
―Debería tener  más confianza en sí mismo.  Más como un hombre y menos ¿como un chico asustado.
Xerxes se mofó.
―Dudo  que deje de temer.  Es  otra cosa  que me irrita y  me preocupa.  Se esconde como un campesino aterrorizado y no un príncipe.  ―Eso también le hacía dudar de la paternidad de Nicholas. Seguramente, no engendraría un pequeño ratón tan asustado.
Estes cruzó la sala y le palmeó el hombro.
―Sácalo  de  tu  mente,  hermano.  Yo  me  encargo  de  mi  sobrino  y  sus necesidades.  Te lo prometo.  Una semana conmigo y será una persona totalmente diferente. Confía en mí. Sé cómo hacer de él un hombre.
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Mensaje por issadanger Miér 15 Oct 2014, 2:35 pm

CAPÍTULO 19
9 de mayo, 9533 a.C.


Nicholas estaba sentado solo en el  comedor, bebiendo vino mientras trataba de silenciar a los dioses que le gritaban en la cabeza. No sabía por qué en este día y en su cumpleaños  estaban mucho peor  de lo normal,  pero lo  estaban.  Era como si trataran de llevarlo a la verdadera locura.
«¡Dejadme en paz!»
Sin embargo, rugían.
Añadió otra ronda de vino y agua a su tazón y se preguntó cuánto más tendría que consumir antes de perder el  conocimiento.  Seguramente estaba a punto. Había estado bebiendo durante horas y había tomado casi tres jarras llenas. Cuando se recostó en la silla, sintió una presencia en la habitación con él. A esta hora  de  la  noche,  nadie  debería  estar  despierto  a  excepción  de  los  soldados patrullando afuera. Incluso su guardia personal estaba dormitando en el pasillo. Necesito remplazarlos con dos que no ronquen tan fuerte. Volvió la cabeza y se encontró con una de las doncellas de su hermana de pie en el umbral, mirándolo.
—¿Qué quieres? —gruñó.
—Vi la vela encendida y pensé que se había quedado encendida por accidente. Claro  que  lo  hizo.  Porque  las  velas  siempre  estaban  siendo  dejadas  sin vigilancia...
Mentirosa.  Sólo  por  una  vez,  le  gustaría  encontrar  a  una  mujer  que honestamente admitiera que le espiaba porque ella quería follar. En cambio, jugaban sus juegos como si fuera demasiado estúpido para saber la verdad.
—Como puedes ver, no es así. —Tomó un gran trago de vino.
En lugar de irse la bonita rubia se acercó. Lamiéndose los labios sugestivamente y se apoyó en la mesa junto a él.
—¿Os apetece un poco de compañía, Alteza?
—No particularmente.
—¿En serio? —Arrastró una mano sobre su seno derecho,  haciendo que el pezón se endureciera y sobresaliera a través del fino lino blanco. Fascinado,  no podía apartar los ojos de ella mientras su boca era regada por
algo más dulce que el vino. Ella se deslizó más cerca a fin de poder ponerse a horcajadas sobre las rodillas.
El  cuerpo  se  le  endureció  al  verla  así.  Los  lados  de  su  peplo se  separaron, mostrándole toda la longitud de su exquisita carne. 
—¿Alguna vez habéis tocado el pecho de una mujer, mi señor?
Estaba demasiado borracho para pensar con claridad y no podía hablar. Así que ella se acercó y se quitó la fíbula de su peplo. El material cayó hasta la cintura, dejando al descubierto la parte superior del cuerpo a su hambrienta mirada. La garganta se le secó.  A pesar  de que los senos de alabastro no eran muy grandes,
estaban muy bien formados y fácilmente le llenarían la palma.
Lamiéndose los labios, ella deslizó las caderas en la parte superior de la mesa frente a él  y luego levantó el  dobladillo de la túnica hasta los muslos y le mostró la imagen del vello rubio rizado en la unión de sus muslos.
—¿Queréis tocarme?
La copa de le cayó de los dedos entumecidos, una incesante necesidad de estar dentro de ella lo consumía. Ella se recostó sobre la mesa y dobló las rodillas para que él tuviera una vista perfecta. Entonces puso una mano entre las piernas de ella y pasó los dedos por  su húmeda hendidura.  Miró con asombro y en silencio mientras ella
suavemente se abría para él.
—¿Y bien? —preguntó ella,  su voz llena de hambre necesitada mientras se introducía los dedos profundamente dentro de su cuerpo y poco a poco se masturbaba para él. Gimiendo, ella empujó las caderas contra su mano, y monto sus dedos hasta que estuvieron resbaladizos y húmedos con su rocío. La respiración de él  se tornó dificultosa,  arqueó una ceja ante sus acciones. Bueno, no parece que se te necesite... cubrió.
—¿Qué está pasando?
La sirvienta dejó escapar  un pequeño chillido cuando saltó de la mesa y se Nicholas suspiró cuando vio a una enojada Ryssa  en la puerta,  mirándolo con dagas en los ojos... gracias a los dioses que no tenía una en la mano o probablemente la tendría enterrada en el pecho ahora.
—Nada, querida hermana.
Ella apretó los labios con disgusto mientras miraba a su caprichosa doncella.
—Se suponía que me ibas a buscar algo de beber, Eirene.
—Perdonadme, mi señora.
¿Ahora, la doncella era mansa y tímida? ¿En serio?
—¡Sube!
—Sí, mi señora. —Se agachó hacia el suelo para recuperar el broche, dándole una vista privilegiada de su culo bien formado mientras lo hacía. Con un último gruñido regio, Ryssa se dio la vuelta y los dejó. En el instante en
que su hermana se había ido, Eirene levantó la vista del suelo y le sonrió. —Si me necesitas, Alteza, no estoy muy lejos. —Levantándose, le presionó sus dedos en los labios juguetonamente para que pudiera olerla y saborearla.
Completamente desinteresado en el hedor de una puta, Nicholas se limpió cuando lo dejó. Las personas, especialmente las mujeres, nunca dejaban de sorprenderle. Deberías haber tomado lo que ofrecía.
Pero no tenía ningún interés en un coño público que le daba la bienvenida a cualquier  polla  que  estuviera  asequible.  Incluso  su  padre  habría  probablemente copulado  con ella.  Y ese pensamiento inmediatamente lo ablandó.  No tenía ningún deseo de atarse a una rencorosa, perra loca como su madre o Ryssa porque él estaba
duro por sus encantos. Prefería hacerse cargo de sus propias necesidades. O follar a una cabra.
Sacudiendo la cabeza para despejarse, recuperó el tazón del suelo y lo colocó sobre la mesa. Luego se dirigió a la cama. Solo. Al llegar a la parte superior de las escaleras, se encontró a Ryssa esperándolo.
—Debes permanecer lejos de mis sirvientas, ¿me oyes?
—Entonces  debes  decirle a tus doncellas  que se mantengan alejadas  de tu hermano.
Ella lo abofeteó.
—Son siervas. No pueden decirte que no y tú lo sabes. Es repugnante saber que te aprovechas de ellas en el momento en que me doy la espalda. Nicholas se limpió la sangre de los labios mientras un zumbido dio paso a la ira.
—¿Qué quieres de mí, Ryssa?
«Te quiero muerto».
Su respuesta tácita abofeteaba más duro que la mano. La palmada sólo había hecho  que  los  labios  le  sangraran.  Esas  palabras  furiosas  le  partían  el  corazón rápidamente y la odiaba por hacerle darse cuenta sobre el  hecho de que su propia hermana lo despreciaba.
—Quiero que te quedes lejos de mí  y mis doncellas.  Son buenas mujeres y decentes. No son tu harén privado.
«¿Por  qué  no  puedes  ser  como  Joseph?  Nunca  se  aprovecha  de  otra persona».
Apretó  los  dientes.  ¿Qué  le  diría  si  supiera  cuántos  amantes  su  precioso Joseph había tenido mientras Nicholas seguía siendo tan virgen como el  día en que entró en este mundo? Y lo era incluso con un dios persiguiendo su virginidad junto con toda mujer no relacionada con él.
No le creería.  Por  alguna razón,  quería odiarlo y se desvivía para encontrar razones para alimentar su resentimiento y su furia. Todo lo que hice fue tratar de complacerte a ti y a Madre. Pero esos días habían
terminado.  Había algunas personas que no pueden ser satisfechas, no importaba lo mucho  que  lo  intentara  y  no  había  nada  que  pudiera  hacer  al  respecto.  Estaba cansado de golpearse la cabeza contra la pared.
Ya le dolía lo suficiente. No necesitaba una conmoción cerebral.
—Buenas  noches,  dulce  hermana.  Que  el  poderoso  Morfeo  te  acune amablemente en su seno. —Se volvió, se dirigió a sus aposentos y cerró la puerta no fuera que otra de las doncellas se perdieran en su camino a la cocina. La cabeza le palpitaba furiosamente,  se fue a la cama y se lanzó a través de ella.
¿Había algo más traicionero en este mundo que una mujer, sobre todo cuando la perra era una artera?
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Mensaje por issadanger Miér 15 Oct 2014, 2:37 pm

CAPÍTULO 20
10 de mayo, 9533 a.C.

Paseándose de un lado a otro en su templo personal, Archon maldijo cuando un nuevo  aniversario  pasó  sin  que  hubieran  localizado  al  mocoso  perdido  de su esposa Apollymi.
El tiempo se estaba haciendo críticamente corto...
Si no encontraban a Apóstolos y lo mataban, su "amada" esposa iba a liberar los poderes del  pequeño bastardo y los dos se unirían para destruir a cada uno de los miembros de su panteón.
Comenzando con él.
Fulminó con la mirada a su hermana, Epithymia.  La diosa atlante del  deseo le había prometido que Apostolos moriría.  Ella había estado allí  en su nacimiento y lo tocó para que cualquiera que lo viera codiciara su cuerpo. Se suponía que los seres humanos ya habrían acabado con el niño. Y otro año había pasado y aún vivía.
—Tienes que decirnos dónde está —le gruñó Archon.
—No importa. Él ya no está allí.
—¿Qué quieres decir?
—Después de unos años, volví y el mocoso se había ido. Archon maldijo.
—¿Cómo puede esconderse de todos nuestros poderes colectivos? Le lanzó una mirada burlona.
—Te casaste con una diosa  primordial...  ¿Recuerdas?  Ninguno  de nosotros puede tocar los poderes de Apollymi.  La perra es poderosa,  por eso le tienes tanto miedo.
Y una vez que su hijo llegara a su mayoría de edad, sería el fin de todo.
—Tu mejor  apuesta es seguir  castigándolo con las voces y el  dolor.  Tarde o temprano, eso lo conducirá al suicidio.
—¿Y si no lo hace? —preguntó Archon.
—Sugiero que aprendas a nadar. —Destelló fuera del salón.
Archon maldijo. Tendrían que acelerar los planes. No había otra opción. Incluso si tenía que destruir  el  mundo humano,  necesitaba la cabeza de ese chico en una bandeja. Más pronto que tarde.
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Mensaje por issadanger Miér 15 Oct 2014, 2:45 pm

CAPÍTULO 21
18 de agosto, 9533 a.C.

Nicholas permaneció al  lado de su padre con su columna vertebral  rígida como una vara, haciendo lo posible por ignorar las voces que luchaban entre sí dentro de la cabeza. La más fuerte era el tono estridente de arpía que mejor conocía. Ryssa.
«Eres un mocoso malcriado. Me das asco. Ahí de pie, como si ya fueses rey. No eres más que un despreciable matón. Me sorprende que no hayas pedido que alguien más ocupe tu lugar para dar la bienvenida al Tío durante su visita». Deslizó la mirada hacia ella quien le dedicó una burlona y fría sonrisa. Qué más daba. En cualquier caso, nunca la perdonaría por su actitud con él años atrás. En contra de su voluntad, sus desagradables palabras se le reprodujeron en la mente.
“Tú eres la razón por la que se llevaron a mi hermano de mi lado. Sólo porque te pareces, no te conviertes en él.  Nunca podrás ser  Joseph.  No eres más que una mala copia de él. ¡Fuera de mi vista! Me pones enferma”.
Yo también te quiero.
A partir de ese día,  había hecho todo lo posible para cumplir con sus deseos. Relacionándose con ella únicamente cuando era absolutamente necesario.  Pero lo que más le desconcertaba era la forma en que le odiaba sin saber nada de él. Y, sin embargo,  se creía con todo derecho a su resentimiento.  Hasta el  punto de que se cubría con él como con un cálido y familiar manto.
“Estás feliz de que Joseph se haya ido. Sé que los estás. Sé que hiciste que Padre lo enviará lejos para no tener  competencia.  Eres así  de egoísta,  una mala bestia”. La diatriba más reciente contra él. Y en eso estaba definitivamente equivocada.  Echaba de menos a su hermano más de lo que las palabras pudieran expresar.  Desafortunadamente,  debido a las cosas que él había sentido estos pasados años, tenía el mal presentimiento de que el Joseph de hoy en día no sería para nada parecido a los recuerdos que guardaba de su amado hermano.
No más de lo que era el propio Nicholas respecto de lo que había sido cuando era niño.
El tiempo lo cambia todo. Y rara vez el cambio era para mejor. Sonriendo, su padre le dio una palmada en la espalda.
—Ahí viene.
Con un nudo en el  estómago revuelto,  Nicholas bajó las escaleras detrás de su padre  para  esperar  mientras  Estes  y  su  inesperado  séquito  desmontaban  y  se acercaban hacia ellos. ¿Por qué había tantos nobles con su tío? En el pasado, Estes siempre había venido solo con su escolta.
Hoy, viajaba con otras cinco personas como acompañantes... Después de cerrar la distancia entre ellos, Estes dio a Nicholas un fuerte abrazo.
—Mírate,  mi  precioso sobrino.  —Entonces le susurró al  oído—. Te has vuelto aún más guapo que tu hermano. —Apretó los bíceps de Nicholas—. Y más musculoso, también.
Qué extraño, a diferencia de su superficial y vacua hermana, Nicholas no se sentía atractivo en absoluto. Cada vez que alguien se acercaba a él, asumía que tenía mucho más  que ver  con su título que con su  persona.  Un instinto que,  en general,  era corroborado plenamente por sus pensamientos. Incluso el olímpico que le quería siempre le llamó por su título. Pocas veces por su nombre.
—Gracias, tío.  ¿Cómo está mi  hermano? —susurró Nicholas, sabiendo que si su padre escuchaba la pregunta, se pondría furioso con él. Cada vez que le preguntaba por  Joseph y le rogaba a su progenitor  que le permitiera a su hermano venir  a visitarlos, su padre le golpeaba o insultaba por ello.
Estes le miró para asegurarse de que su padre todavía estaba fuera del alcance del oído antes de responder.
—Muy bien. Deberías considerar venir de visita. Me encantaría recibirte.
—Mi padre nunca permitiría que me fuese. —Por lo menos no para un viaje del que Nicholas realmente pudiese disfrutar. Pero si se tratase de un viaje al  Tártaro...  el viejo no podría lanzarlo lo suficientemente rápido.
—¿Qué es esto? —preguntó su padre mientras se unía a ellos—. No estarás tratando de robarme a mi heredero, ¿no? —Me lo llevaría en un suspiro, si me dejaras. 
—Tiene demasiadas obligaciones aquí en casa.
Como limpiar  establos y decorar  templos que odiaba,  escuchando lamentos y quejas  mezquinas,  y  observando  la  sabiduría  de  su  "benevolente"  padre  lo  cual significaba decir "ohhh" y "ahhh" a todo lo que su padre hacía, como si el hijo de puta no tuviese suficientes aduladores ya.
—Una pena.
Estes se volvió hacia Ryssa y la levantó en sus brazos.
Nicholas  frunció  el  ceño  cuando  se  dio  cuenta  que  los  hombres  de  Estes  le lanzaban miradas curiosas. Pero pensó que, si habían conocido a Joseph en la casa de su tío en la Atlántida, probablemente se estarían preguntando, al igual  que todas las personas, si Nicholas también tenía algún poder divino. Lo único que no echaba de menos de tener a su hermano junto a él era la forma en que la gente quería ponerlos en fila e inspeccionarlos como si fueran fenómenos de la naturaleza por ser casi idénticos.
Excepto por los ojos.
Y ahora por  las  cicatrices  externas  y  voces...  Nicholas  jamás  había  perdido la ronquera del tiempo que paso en el Dionysion. Como Ryssa era tan rápida en señalar, sonaba como si estuviera perpetuamente resfriado.
“Uh, no hables y por todos los dioses, no trates de cantar. Tu voz es repelente. Suena como que necesitaras aclararte la garganta”.
Soltando a Ryssa, Estes dio un paso atrás e hizo un gesto hacia sus amigos.
—Puesto que estoy aquí para llevarme a Nicholas durante una semana... El  ceño  de  Nicholas  se  profundizó  mientras  miraba  a  su  padre  esperando  su confirmación. Nadie le había informado de esto. Su padre esquivó su mirada.
—... pensé que disfrutaría de una fiesta por eso —continuó Estes—. Permíteme presentarte a mis amigos. —Empujó al  hombre más cerca de él  hacia las escaleras
para saludar a Nicholas y a su padre—. El  señor Kastor, cuyo padre es un filósofo de Ithaca. Kastor fue enviado a la Atlántida como tutor de varios de los hijos de personas prominentes. —De no más de unos veinticinco años, Kastor tenía el pelo oscuro, una barba fina y una nariz gruesa. Intercambiaron cumplidos.
Estes hizo un gesto a los tres que permanecían juntos.
—También de los reinos griegos, el señor Noe de Atenas... —Parecía estar más cerca de la edad de su padre, pero era muy poco agraciado, con una papada maciza y una espesa y descuidada barba negra—. León de Macedonia...  —Un tipo corriente,alto, pelirrojo, muy delgado, y muy probablemente alrededor de los treinta y cinco años
—.  Nestor,  también  ateniense...  —Cabello  castaño  rizado  enmarcando  un  rostro huesudo que poseía una especie de exótica belleza. Bajando las escaleras, Estes fue hasta el último hombre en su grupo.
—Y un príncipe atlante que es  primo segundo de la actual  reina...  Xan.  —
Perfecto de cuerpo y cara, Xan tenía el tipo de físico que Nicholas daría lo que fuera por poseer. Estaba trabajando en ello, pero hasta ahora...
Tenía un largo camino por recorrer. Tenía los músculos muy definidos, pero muy delgados. El grupo hizo una reverencia a su padre y luego a él, a excepción de Xan, que se reunió con ellos como un igual.  Estrechó la mano de su padre y se volvió con una amistosa sonrisa hacia Nicholas.
—He estado esperando esto desde que Estes me invitó. He oído que eres un hombre con el que cabalgar, Príncipe Nicholas. El inesperado elogio le hizo sentir decididamente incómodo.
—No sé nada de eso, pero es un placer conocerlo, Su Alteza.
«Esta  debería  ser  una  semana  agradable  con  mi  pasatiempo  favorito  y  un apuesto príncipe para colmo».
«Estes tenía razón.  Se parecía a Joseph en todos los sentidos, excepto que Nicholas tiene unos perfectos y hermosos ojos. Fascinante».
—Estoy muy contento de haber cambiado de opinión acerca de venir... Nicholas sacudió la cabeza mientras sus silenciosos comentarios le asaltaron y fue tropezando de uno a otro tan rápido que no podía distinguir sus palabras individuales, que eran una mezcla de griego y atlante.
—Señores —dijo su padre con la perfecta diplomacia de su corona—, por favor, entrad y descansad un poco. Tengo un montón de bebidas para darles la bienvenida. Ryssa los guió dentro.
Nicholas arrastró a su padre a un lado.
—¿Por qué no me dijiste nada de esto?
«¿Por  qué  te  quejas?  A mí  me  gustaría  poder  pasar  una  semana  con  mi hermano y sin tener responsabilidades».
—No sabía que llevaba un séquito con él.  Pero no veo el  problema.  Ambos pensamos que disfrutarías en un refugio de caza con tu tío, lejos del estrés del palacio. 
—Su padre le dejó en la escalera yéndose detrás de los otros.
Apretando los dientes, Nicholas quiso maldecir a todos. ¿Nadie en su familia sabía lo más básico acerca de él? ¿Cómo podía compartir una casa todos los días con una gente que sabía tan poco acerca de su personalidad? No podía soportar  estar  con los extraños.  En absoluto.  Tampoco le atraía la caza.
¿Cómo podría librarse de esto?
Tal vez Galen podría romperme el brazo otra vez...
Pero ¿lo peor? Tenía un mal presentimiento en el estómago de que algo terrible iba a suceder. No sabía qué.
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NICHOLAS - NICHOLAS Y BET’ANYA - Página 6 Empty Re: NICHOLAS - NICHOLAS Y BET’ANYA

Mensaje por issadanger Miér 15 Oct 2014, 2:54 pm

CAPÍTULO 22
19 de agosto, 9533 a.C.

Nicholas no podía recordar la última vez que había sido tan feliz. Por mucho que odiara admitirlo, estaba contento de lo que su padre y su tío habían hecho por él. Era maravilloso estar  afuera sin las constantes críticas de su padre y las permanentes quejas de Ryssa. Sin tutores diciéndole lo estúpido que era. Ni mirando por los pasillos
para asegurarse de que su madre no estaba allí antes de que él  pasara. Ni  criadas licenciosas o mujeres agarrándole la polla. Incluso con la cabeza palpitándole, era genial. Sin duda podría vivir así durante un tiempo.
—Toma. —Estes le dio un trozo de carne seca mientras se escondían cerca de un arroyo,  en espera de que los ciervos olfatearan el  cebo que habían dejado para ellos. Nicholas rápidamente comió—. Esta deliciosa. ¿Qué contiene?
—Una hierba especial  que sólo se cultiva en la Atlántida.  No tenemos nada parecido aquí en Grecia.
—Deberías importarla. Podrías hacer una fortuna. Estes sonrió.
—Eso me han dicho. —Le entregó a Nicholas un odre con vino. Nicholas tomó un trago y luego lo bajó al oír el susurro de las hojas en las que había dejado caer el cebo. Levantó el arco, colocó una flecha y se inclinó para mirar.
Estes se movió para colocarse detrás de él, tan cerca que podía sentir el aliento de su tío sobre la parte posterior del cuello.
—Tranquilo. Sujeta el tiro.
Con la cabeza ladeada, Nicholas esperó.
—Levanta el  codo —le susurró Estes junto a la oreja.  Lo empujó suavemente para mostrarle a Nicholas cómo erguirse correctamente—. Caderas rectas. —Su tío dejó caer las manos en las caderas de Nicholas y las retorció ligeramente. Mientras lo hacía, la ingle de Estes le apretó las nalgas, haciéndole saber que su tío estaba completamente erecto.
Los ojos de Nicholas se abrieron conmocionados.
—¡Dispara!
Ignorando  totalmente  la  trayectoria  de  la  flecha,  Nicholas  la  dejó  volar  y  salió rápidamente de los brazos de su tío para que hubiera algo de distancia entre ellos. Pero Estes actuó como si nada hubiera pasado.
¿Lo había imaginado? Estes sonrió.
—¡Lo conseguiste, ardillita! Felicitaciones.
Pensando todavía en el  inquietante contacto íntimo,  y si fue o no intencional, Nicholas parpadeó, sin comprender lo que había dicho Estes. Xan le dio una palmada en el hombro mientras se unía a ellos.
—Gran tiro, Nicholas.
Sólo entonces Nicholas se dio cuenta de que lo había matado. Los otros hombres ya estaban sobre el ciervo, inspeccionándolo. Noe tenía una pequeña copa que usaba para coger algo de la sangre del ciervo.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Nicholas.
—Es tu primera víctima. Siempre se bebe la sangre de la primera. —Noe sujetó la copa para que él la tomara.
Haciendo una mueca de asco, vaciló.
—Está bien —dijo Estes detrás de él. Sacó la bota de vino y más de la carne seca—. Tengo esto preparado para quitarte el sabor. Pero es un rito de iniciación por el que pasamos todos.
Xan tomó el arco de Nicholas y le sonrió a Estes.
No estando seguro acerca de eso, Nicholas levantó la copa con sangre. Cerró los ojos, se lo bebió y luego se estremeció con repugnancia cuando el  sabor  salado y metálico le asaltó las papilas gustativas.
Puaj... ¿Cómo podría el estómago de un dios beber sangre humana?
—Toma. —Estes cambió la carne por la copa.
Nicholas rápidamente se la metió en la boca, masticó y luego bebió el vino. Su tío tenía razón otra vez. Por suerte mató el sabor inmediatamente.
—Todos vamos a cenar bien esta noche. —Leon sonrió a sus amigos. Kastor le guiñó un ojo a Leon.
—Bueno, yo también, porque siempre estoy hambriento por los cuartos traseros de un inmaculado ciervo. Incluso si eso significa compartirlo con todos vosotros. Todos se rieron.
Frunciendo el ceño, Nicholas no entendía qué tenía de gracioso el comentario.
—Entonces, ¿quién tiene que limpiar nuestra comida? —preguntó Nestor. Estes lanzó su daga a la tierra a los pies de Nestor.
—Es tu turno para despellejar  y cocinar la carne de venado.  Y vosotros cinco podéis sortearos el postre. —Su tío le puso las manos sobre los hombros para guiarlo lejos de los demás—. Ven, Nicholas. Vamos a quitarte la sangre de encima.
—¿Que sangre?
—La de tu túnica.
Mirando  hacia abajo,  Nicholas  se encogió cuando se  dio cuenta que se  había derramado  un  poco  de  la  sangre  del  venado  sobre  la  ropa.  Soy  un  completo incompetente.
¿Qué otra cosa era nueva?
Estes agarró su alforja y lo condujo al  lugar donde el  arroyo se ensanchaba a una corriente. Le dio jabón y una toalla.
—Puedes también deshacerte del sudor del día.
Mientras Nicholas fue a lavarse, Estes hizo una pequeña fogata. En el momento en que regresó con la ropa, su tío estaba sentado sobre una manta, mezclando hierbas en una pequeña olla de barro.
—¿Qué estás haciendo?
Estes le indicó que se cercara.
—¿Alguna vez has oído hablar de Eycharistisi?
Nicholas negó con la cabeza.
—¿Qué es?
—Otra planta especial  que crece en la Atlántida.  En verdad,  es un lugar  de sorpresas y maravillas. Tienen la medicina más avanzada que he visto nunca. —Estes avivó el fuego de las hierbas y luego removió las llamas hasta convertirlas en suaves rescoldos—. ¿Quieres probarlo?
Nicholas vaciló.  No parecían particularmente apetecibles, pero tampoco lo era la carne, y estaba excepcionalmente sabrosa. Arrodillado al  lado de su tío, extendió la mano para tomar las hierbas con los dedos.
Tirando de la olla hacia atrás, Estes se rió.
—No se comen, querido muchacho. Tú debes inhalar su fragancia. —Levantó un vaso pequeño que estaba al lado de la cazuela—. Pon esto junto a la nariz y la boca y respira profundamente.
—¿Es seguro?
—Mucho. Sabes que nunca te haría daño. Te quiero demasiado para eso. «Tú definitivamente vas a disfrutar de esto, ardillita...» Nicholas frunció el ceño ante el pensamiento de su tío.
—¿Qué es lo que hace?
—Va a aliviar tu dolor de cabeza y el malestar que has tenido durante el paseo hasta aquí. Haría cualquier cosa que no fuera cortarse la cabeza para conseguir disminuir el dolor  punzante.  Entre su tío,  los cinco amigos de Estes,  y los cuatro guardias que viajaban con ellos,  la cabeza no había sido más que un caos cacofónico de sus
pensamientos. Eran tan abrumadores, que ni  siquiera podía entender más que una palabra al azar o dos a la vez.
Si esto funcionaba para silenciar el ruido, compraría fanegadas de ella. Colocándose la copa junto a la cara, Nicholas hizo lo que Estes le dijo. Olía un poco a fruta exótica e hizo que la cabeza se le tambaleara.  Pero la mejor  parte es que callaron por completo las voces de los dioses y la gente de la mente. Sólo por ese silencio, estaba sumamente agradecido.
—Aquí. Tienes más vino.
Nicholas tomó el odre y bebió de él. Pero éste era diferente del que había bebido antes. Más picante. Le golpeó el estómago y luego se le difundió a través de las venas sintiéndolo como un calor espeso. La paz más tranquila, que nunca había conocido, se apoderó de él, como si estuviera durmiendo aunque estaba despierto.
De repente, sintió como si el cuerpo lo tuviera en llamas. Sopló aire frío sobre la piel.
Estes le quitó el vino de la mano y lo puso a un lado.
—Está bien, Nicholas. No luches contra ello.
¿No luchar  contra qué? Quemaba y le dolía.  Se frotó el  cuello,  tratando de refrescarse la carne.
—Estoy muy caliente...
—Se pasará dentro de un minuto.
Nicholas se lamió los labios repentinamente secos mientras el  fuego en el  cuerpo fue hacia la parte inferior… directamente a la ingle. En el instante en que lo hizo, tuvo una erección como ninguna que hubiera tenido antes. Cada parte del cuerpo le dolía con una necesidad feroz de que lo tocaran. Con los ojos muy abiertos, miraba a Estes, quien sonrió.
Estes se movió para colocarse detrás de él.  Se puso de rodillas, apartando el pelo de la cara de Nicholas y se inclinó hacia adelante para susurrarle junto a la oreja.
—¿Eres virgen todavía?
—Sí.
De repente tuvo miedo, Nicholas intentó levantarse, pero él lo mantuvo firme. Antes de que pudiera escapar, su tío le inmovilizó boca abajo en el suelo con el brazo torcido a la espalda. El pánico le llenó al darse cuenta de lo que su tío había planeado para él. Rogando por estar equivocado, se encogió cuando Estes le hundió la mano en el
pelo y utilizó sus rodillas para separarle los muslos.
—¿Qué estás haciendo, tío?
Estes arrojó su túnica al lado de ellos y presionó su cuerpo desnudo al de Nicholas.
—No tienes idea de lo difícil  que ha sido para mí esperar hasta que fueras lo suficientemente mayor  para esto.  Me vi obligado a vender  la virginidad de Joseph para recuperar  el  préstamo que tuve que hacer  para su formación.  Pero la tuya, ardillita, tengo la intención de disfrutar la posesión durante las próximas horas.
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