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NICHOLAS - NICHOLAS Y BET’ANYA
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Re: NICHOLAS - NICHOLAS Y BET’ANYA
CAPÍTULO 8
18 de junio, 9537 a.C.
Cuatro años más tarde.
Suspirando pesadamente, Nicholas rebuscó entre las mercancías del comerciante, tratando de encontrar algo que su hermana pudiera recibir como regalo de cumpleaños. Desafortunadamente, Ryssa tenía todo lo imaginable. Dudó con un collar.—No tenéis suficiente dinero para eso, Alteza. Nicholas se encogió ante el sonido del tono sarcástico del ayuda de cámara que se alegraba de poder decirle eso. En voz alta. Hubo varias risitas disimuladas entre los
clientes más cercanos que escucharon el comentario.
Gruñendo bajo, se alejó del collar. Odiaba que lo avergonzaran. Sufría bastante de eso con su hermana, madre, padre, tutores y entrenadores. Lo último que quería era que también un criado se burlarse de él públicamente.
A pesar de que Nicholas había pedido a su padre un préstamo, éste se había negado rotundamente. “Si quieres más dinero, trabaja más duro para conseguirlo”. Algo difícil de hacer frente a la magnitud de la carga de estudio que soportaba, las sesiones del tribunal a las que tenía que asistir, el entrenamiento bélico, las clases de estrategia y las obligaciones del templo.
Sin contar con el pequeño hecho de que ya trabajaba un promedio de unas veintidós horas a la semana...
Alteza.
Sólo rara vez se le pagaba por ello.
—Tienen artículos más baratos aquí que estoy seguro de que podéis pagarlo, Nicholas se encogió aún más ante la impertinencia del ayuda de cámara. No dispuesto a ser avergonzado todavía más, Nicholas se fue sin decir una palabra. El sirviente le siguió con la misma mirada engreída.
—¿Alteza? Estáis…
—Estás despedido —gritó Nicholas al ayuda de cámara tan pronto como salieron de la tienda—. Regresa al palacio inmediatamente, siervo. He tenido suficiente de ti por un día.
—¡Nicholas! —ladró Ryssa que pasó justo en ese preciso momento.
¿Por qué, dioses...? ¿Por qué?
Nicholas no le hizo caso ya que se negaba a ceder en esto. Ya era bastante malo ser reprendido y avergonzado todo el tiempo. No estaba dispuesto a tolerar que en público otros se riesen de él, también.
—Tengo a mi guardia. Vete. ¡Ahora!
El ayuda de cámara lo miró, pero no tenía más remedio que obedecer. Ryssa agarró el brazo de Nicholas, hundiéndole las uñas en la carne hasta que estuvo seguro que tendría cortes con forma de media luna.
—¡Eso fue grosero!
¿Y agarrarle el brazo delante de todo el mundo no lo era?
—Suéltame —gruñó.
Ella apretó el agarre.
—A padre le dará un ataque si te ve aquí sin tu ayuda de cámara.
—Tengo mis guardias.
Lo empujó hacia atrás.
—Está bien. Espero que te pille, pequeña bestia. Te lo mereces. —Sin una palabra, se giró hacia su guardia y escolta y lo dejó. Nicholas se frotó los pequeños cortes que le había dejado en la piel. Definitivamente
no tenía ganas de buscarle un regalo ahora. Pero si no lo hacía, su padre se pondría furioso.
Era de espera, después de todo.
Será mejor que sea rápido. Ryssa correría a delatarle. No tenía ninguna duda. Siempre lo hacía. El corazón le aporreaba con el miedo de ser atrapado en público sin el ayuda de cámara, entró en la tienda de al lado, donde a menudo compraba regalos para su padre. Se sorprendió bastante al encontrarse al Maestro Praxis en el interior. Pero como esta hora era habitualmente el tiempo de estudio que tenía asignado Nicholas con
él, tenía sentido que el Maestro Praxis también estuviese haciendo recados. Su tutor inclinó la cabeza hacia él.
—Príncipe Nicholas... ¿Cómo ha ido la búsqueda del regalo?
—Inútil hasta el momento, señor. Pero espero encontrar algo aquí.
—¿Tal vez podría serle útil?
Nicholas le sonrió.
—Espero que sí, Maestro Praxis. De lo contrario no voy a tener tiempo antes del banquete.
Su tutor le devolvió la sonrisa.
—Entonces vamos a contar esto como una lección de economía. Nicholas estaba más que agradecido por la ayuda.
El propietario salió de la parte posterior con un anillo para el Maestro Praxis.
—Saludos, joven príncipe.
—Saludos, Maestro Claudius. —Nicholas vagaba mirando los collares mientras que su tutor finalizaba su compra.
—Supongo que no buscáis algo para Su Majestad —le comentó el dueño cuando se acercó a ayudar a Nicholas.
—No, señor. Para mi hermana.
—Ah... Su Alteza estuvo aquí antes. —Sacó un par de peinetas de perlas. Con intrincados grabados, eran muy bonitas—. Exclusivas. Estaba muy encaprichada con ellas, pero dijo que tendría que solicitar el precio a su padre.
Nicholas se mordió los labios.
—¿Cuánto?
—Para vos, Alteza, un tetradracma
—Eso es un poco caro, ¿no? —le preguntó el Maestro Praxis al propietario.
—Estas son perlas de la mejor calidad disponible, al igual que la plata y el oro. Y la mano de obra es exclusiva.
Nicholas suspiró mientras el rostro le ardía de vergüenza.
—Me temo que no tengo mucho.
—¿Cuánto tenéis para gastar? —le preguntó el dueño. —La mitad de eso. —Había llevado todos los ahorros, incluyendo el dinero que había guardado para un juego de dados que quería comprarse por su cumpleaños la
próxima semana.
—¿Estaríais interesado en un intercambio?
Nicholas vaciló y luego asintió.
—Lo que tenéis, más... la fíbula
El corazón se le contrajo ante el precio. El rey le había regalado el broche el año pasado y era una de sus más preciadas posesiones. Se mordió el labio con indecisión. El Maestro Praxis frunció el ceño.
—Eso es un alto coste, Alteza. ¿Tal vez a ella le gustaría una pulsera? Tenía cajones a rebosar de ellas...
—¿A ella realmente le gustaban? —le preguntó al propietario.
—Mucho, por cierto.
Nicholas miró a su alrededor, pero no vio nada tan bonito... y si no la hacía feliz, su padre se pondría furioso. “Un rey debe sacrificarse por el bien de su pueblo”. Siempre se espera eso de él. Miró al maestro Praxis.
—El bien de la mayoría es siempre mejor que el bien de unos pocos. —Sin embargo, él realmente amaba su ínfula. A su hermana, no tanto.
Nicholas tocó el broche que era la única pieza de adorno que poseía de adulto. “Debemos arruinarnos por nuestras mujeres, muchacho. Una mujer feliz hace un hogar feliz. Una infeliz nos hace beber”.
Le dolió el estómago por la pérdida, Nicholas asintió y se desprendió del broche. Se lo entregó junto con las monedas al joyero, mientras su aprendiz embalaba el regalo. —Le encantará, Alteza —dijo Claudius.
El Maestro Praxis parecía tan encantado con la compra como Nicholas.
—Gracias. —Nicholas tomó las peinetas y se fue.
El Maestro Praxis lo siguió afuera.
—¿Queréis que os acompañe a casa, Alteza?
—Sí, por favor. Gracias, Maestro Praxis.
Y mientras caminaban, su tutor le impartió la lección de filosofía que había sido suspendida durante el día para que Nicholas pudiese asistir a sus otros deberes. En el momento en que llegaron al palacio, su padre lo estaba esperando en el vestíbulo con el ceño fruncido lo que provocó un duro golpe en el estómago de Nicholas.
—¿Dónde está tu ayuda de cámara?
—Lo envié de vuelta antes de tiempo.
—Y mírate. Salir en público así... Una vergüenza para mí. —Su padre le arrebató
la clámide a Nicholas que estaba sujetándose con la mano—. ¿Dónde está la fíbula que te regale?
Nicholas intercambió una mirada con el Maestro Praxis y le suplicó con los ojos que no dijera a su padre lo que había hecho. Saber que Nicholas había hecho trueques con un comerciante igual que un pescadero sin dinero sólo aumentaría la ira de su padre.
—Se ha perdido, Padre.
—¡Perdido! —Su padre maldijo—. Ve arriba y cámbiate.
Nicholas se dirigió por las escaleras para encontrarse a Ryssa con una sonrisa satisfecha en el pasillo. Quería tirarle el regalo. Pero el precio ya era demasiado alto.
Nicholas la ignoró y se fue a su habitación, donde el ayuda de cámara le estaba esperando para propinarle pellizcos y contusiones “accidentalmente” mientras enderezaba el atuendo de Nicholas.
Desaprobando la falta del broche con un chasquido de la lengua, el ayuda de cámara rebuscó una antigua hebilla infantil de latón en el cofre de madera de Nicholas. El sirviente acababa de recolocarle la clámide cuando su padre se unió a ellos.
—Déjanos.
Nicholas contuvo la respiración aterrado ante el tono agudo de su padre.
—Puesto que has demostrado que eres tan irresponsable, he devuelto tu regalo de cumpleaños al comerciante. No hay necesidad de darte nada hasta que aprendas a apreciar el coste de las cosas.
Nicholas abrió la boca para protestar y luego se contuvo. Su padre no escucharía.
—Sí, Padre.
—El Maestro Praxis está en su estudio. Sugiero que no lo hagas esperar. Con cuidado de no correr porque sólo los campesinos lo hacían, Nicholas fue a la sala en el fondo del pasillo donde su tutor estaba sentado con un severo ceño fruncido.
—¿Por qué no le dijisteis a vuestro padre lo que pasó con la fíbula, príncipe?
Debido a que un broche perdido le costaría a Nicholas un regalo de cumpleaños. Sin embargo un trueque significaría un castigo mayor. —Sólo los campesinos hacen trueques. Se habría enfurecido si hubiera sabido que me fui de compras sin el dinero suficiente.
—Sólo fue apenas suficiente, Alteza. El costo era extravagante y me desconcierta que no escogiera otro regalo.
Nicholas dejó escapar un suspiro cansado ante la frustración de cómo explicar el dilema a su tutor. —Si mi padre fuese a comprarlas (lo cual haría, dada la propensión a la insistencia de Ryssa) y le dijeran que pasé por allí buscando algo menos caro, aunque Ryssa las quisiese de una forma clara y profunda (por lo que Claudius me contó que le dijo ella) estaría en muchos más problemas. Mientras mi padre espera y acepta que Ryssa tenga que preguntar el precio de las joyas, no es aceptable para mí hacerlo. Un príncipe siempre debe ser visto como rico y respetable. Esto —señaló la hebilla barata —, es un mal menor.
Con el ceño fruncido, el Maestro Praxis suspiró.
—Nuestra lección de hoy era sobre Escila y Caribdis, pero creo nos la vamos a saltar. Estáis ya bien versado en encontraros entre la espada y la pared, Alteza, y en tener que bregar con éxito en las traicioneras aguas que los separan.
issadanger
Re: NICHOLAS - NICHOLAS Y BET’ANYA
CAPÍTULO 9
21 de junio, 9537 a.C.
Nicholas estaba sentado en el estudio con su padre y el Maestro Praxis, revisando su progreso semanal, cuando Ryssa irrumpió en la sala. Al principio, temió que estuviera enfadada. Pero a medida que se acercaba, vio la sonrisa en su cara. —¡Padre! Mira lo que un mensajero acaba de traer —habló efusivamente y abrió
sus manos para mostrar las peinetas que Nicholas había comprado—. ¡Joseph las envió para mí! ¿No es el mejor hermano de la historia?
El Maestro Praxis se quedó boquiabierto mientras se encontraba con la mirada de Nicholas.
De forma subversiva, Nicholas se tocó con el dedo los labios para implorar a su tutor que no dijera nada.
—Son preciosas, Ryssa.
Burlándose de él, ella se las puso en el pelo y se volvió hacia su padre.
—¡Las llevaré esta noche en el banquete! Y en cada banquete de ahora en adelante. ¿Cómo se habrá enterado de que yo las quería? ¿No son preciosas, Padre? ¡No puedo esperar a que Matisera las vea! —Salió corriendo del salón para ver a su madre.
Su padre frunció el ceño hacia Nicholas.
—¿Qué le has comprado a tu hermana?
—No he tenido tiempo, Padre. Lo siento.
La mirada en la cara de su padre prometía la venganza de las Furias. —Entonces te sugiero que encuentres algo. ¡Rápido! Y hablaremos de esto más tarde.
Eufemismo para una paliza en ciernes.
—Sí, Padre.
—Vete. Fuera de mi vista.
Nicholas recogió sus pergaminos y el Maestro Praxis lo acompañó fuera de la sala.
—Estoy sumamente confundido, Alteza.
Nicholas hizo un gesto con la barbilla hacia donde Ryssa estaba parada mostrando las peinetas a una de sus doncellas.
—Si yo se las hubiera dado, no estaría tan emocionada, te lo prometo. Las habría colocado en una caja y jamás las usaría. Significan mucho más para ella si vienen de mi hermano.
—Pero vos habéis pagado un alto precio por ellas y no sólo en monedas... —La mirada de su tutor se fijó en el costado de Nicholas donde la clámide se había abierto y expuesto la piel magullada. Nicholas la puso de nuevo en su lugar antes de que alguien más lo viera.
—Los regalos son para el deleite del receptor, no del donante, Maestro Praxis. Y si tengo que pagar un coste tan alto, prefiero verla disfrutar con sus peinetas que no hacerlo.
—Sois un buen muchacho, Alteza. Y espero que el regalo para vos sea la mitad de noble.
Nicholas reprimió un bufido burlón. Ryssa ya le había dado su regalo... una conferencia hirviente sobre por qué no era digno de recibir uno este año. Pero eso estaba bien para él. A diferencia de su hermana, él no le daba ningún valor a los objetos que, tarde o temprano, serían suprimidos o destruidos como
castigo.
issadanger
Re: NICHOLAS - NICHOLAS Y BET’ANYA
CAPÍTULO 10
30 de agosto, 9536 a.C.
Un año más tarde.
—Levantaos, suagroi sin valor.Nicholas lo vio todo rojo ante el insulto que le tildaba de abusar sexualmente de los cerdos. Empujándose desde el suelo donde había sido violentamente lanzado, miró a Galen, su hoplomachos -instructor de combate. Levantó el escudo falso, en forma de cuenco y la espada de madera, y se preparó para la siguiente ronda de Patea al
Príncipe hasta el Olvido.
—¿Suagroi? Lo siento, maestro Galen, pero su esposa es demasiado vieja para mí.
Eso consiguió la reacción que deseaba. Galen se volvió loco con él cuando atacó. Rápido y furioso, le llovían golpes letales tras golpes letales, Galen bloqueó la inútil xiphos (Espada corta de doble filo, a veces tiene un nervio central. Solían llevarla en un tahalí bajo la axila izquierda.) de Nicholas mientras el viejo hombre avanzaba lentamente haciendo añicos la gruesa madera del aspis (Era un escudo utilizado por la infantería pesada griega. De forma circular, se componía de láminas de madera encoladas entre sí. El interior se forraba de cuero fino y llevaba una abrazadera de bronce en el centro que iba remachada y una agarradera de cuero en el borde.) y doblaba la parte metálica alrededor del brazo con golpes que harían caer un grueso árbol. Algo que decía todo sobre la fuerza legendaria de Galen. Era todo lo que Styxx podía hacer para no morir. Finalmente se rindió y dejó caer la xiphos, que no le estaba ayudando a mantener la posición, y, a continuación, utilizó ambos brazos para mantener el escudo y evitar ser asesinado por el antiguo soldado que era más de treinta centímetros más alto y tenía seis veces su peso. De hecho, uno de los brazos carnosos de Galen era del mismo diámetro que la cintura de Styxx. De tal modo que el aspis era más un arma que una fuente de protección...
El debilitado brazo izquierdo, que aún se estaba recuperando de la ruptura que Galen le había provocado durante una práctica varios meses atrás, le dolía y amenazaba con ceder bajo el feroz asalto.
Gritando de rabia, Galen le dio una patada tan feroz que lo levantó de sus pies y lo tiró al suelo, de espaldas. Nicholas golpeó la tierra duramente, el aliento le dejó los pulmones con tal fuerza que sentía como si ambos hubiesen colapsado. Aturdido por el dolor, Nicholas miraba a su entrenador a través de las protecciones
de las mejillas de su casco de bronce. Galen le arrancó dolorosamente el escudo del brazo, lo tiró a un lado, y después comenzó a patearlo sin piedad en las costillas con toda su sólida fuerza.
Tenía los brazos entumecidos y dañados por los golpes anteriores, por lo que Nicholas no pudo ni siquiera empezar a protegerse de las patadas.
—¿Esa es vuestra respuesta, cuando os atacan, chico? ¿Dejar caer la xiphos y esconderos detrás del aspis como un ratón acorralado? ¿Qué creéis que os haría un enemigo en la batalla? Si tengo suerte, matarme.
—Decidme, ¿dónde está vuestra insolente lengua ahora?
No era la lengua lo que tenía dañado. Más bien, no conseguía introducir suficiente aire en los pulmones para hablar.
—¡Basta!
Galen dio una última patada a la ingle de Nicholas antes de atender al grito del rey. Enroscándose en sí mismo, Nicholas vio las estrellas mientras la bilis le subió por la garganta. Maldita sea, eso dolía. El viejo daba patadas como un rinoceronte en estampida.
Su hoplomachos se inclinó hacia su padre mientras Nicholas se retorcía en la miseria más absoluta.
—Majestad. ¿A qué debo este honor?
—Quería ver el progreso de mi hijo, como no lo hay... Déjanos.
Con una mirada feroz que le prometió un castigo por hacerlo parecer incompetente ante el rey, Galen inclinó la cabeza e hizo una rápida retirada. Todavía tosiendo y resollando, Nicholas se dio la vuelta y se forzó a ponerse en pie. Soltó la ingle y se enderezó a pesar de que todo lo que quería hacer era acostarse
hasta que pudiese respirar otra vez. La repulsión y el desprecio de su padre lo golpearon aún más duramente que la última patada de Galen. Nicholas escupió la sangre de los dientes flojos en el suelo.
—¿Qué es lo que vi? —gruñó su padre. Yo consiguiendo que mi culo fuera pateado por tu jubilado Polemarchos.
(En Atenas el polemarca era un alto comandante militar y ya aparece en la batalla de Maratón, donde tenía el mando del ala derecha de la falange.) ¿Estaba ciego? Había una razón por la cual Galen había encabezado una vez todo el ejército didymosian. Más fuerte que Atlas, el viejo buitre nunca había sido derrotado por nadie. Y definitivamente no por un chico escuálido.
Su padre le golpeó la coraza con tanta fuerza, que obligó a Nicholas a dar un paso atrás.
—¿Tiraste tu xiphos?
—Estaba intentando protegerme a mí mismo —explicó Nicholas.
Su padre dio un tirón al casco de la cabeza de Nicholas y lo tiró al suelo con asco. Lo golpeó otra vez en el pecho.
—No eres digno de esta buena armadura. La deshonras. —Sus ojos azules ardieron con furia un instante antes de que le diera un revés con la mano tan fuerte que le echó la cabeza hacia atrás—. ¡Cobarde!
Frente a él sin temor, Nicholas se lamió la sangre en los labios, después se los limpió con el dorso de la mano.
—Sólo soy un niño, Padre. No un soldado veterano.
Solamente doce... Galen usaba sandalias que eran más viejas. Su padre lo agarró del pelo y lo sacudió hacia adelante.
—Me has avergonzado con tu afeminado miedo —gritó en la oreja de Nicholas—. Pensé que estaba criando a un rey, no a una reina. Debería hacerte luchar con una de los peplos ( Antigua túnica griega que llevaban las mujeres. Es una pieza rectangular de grandes pliegues doblada en dos para cubrir el cuerpo y luego cosida
con el fin de formar una especie de tubo donde la parte superior desciende sobre el pecho, las dos mitades de la tela se sujeta a los hombros con alfileres sobre cada hombro.) y los pendientes de tu hermana. —Lo empujó lejos, en dirección a los vestuarios—. Cámbiate la ropa, vete a calmar a tu madre y después serás azotado por
tu cobardía e insolencia. ¿Entendido? Nicholas le ofreció el saludo más sarcástico que podía manejar.
—Entendido... mi rey. Me dolerá el culo.
La repugnante expresión en el rostro de su padre prometió severas represalias más tarde. Que así sea... No podía satisfacer las altas expectativas del rey. Menuda jodida sorpresa.
Asqueado consigo y con su padre, Nicholas recuperó el casco y el aspis. Cuando fue a recoger la xiphos, su padre lo pateó al suelo.
—No te has ganado el derecho a tocar una xiphos didymosian, ni siquiera una de entrenamiento, y no quiero tener tu débil y afeminada mano profanándola. —El rey la recuperó y se fue. Le dio la espada a Galen en su salida de la arena. Suspirando, Nicholas se levantó, volvió a recoger el dañado aspis y casco, y después se dirigió cojeando a cambiarse de ropa.
Galen le esperaba fuera del vestuario.
Sin decir una palabra, Nicholas dio al veterano soldado el escudo falso extremadamente doblado. Un aspis que permanecería sin pintar hasta que Nicholas demostrase ser digno de un símbolo de batalla.
Al ritmo que iba, no sería nunca. Enfermo ante la idea de lo que le esperaba, colocó el casco sobre el maniquí de
paja para la armadura y después fue a desvestirse. Se limpió otra ronda de sangre de la boca con el dorso de la mano, antes de lamer la herida que le había regalado su padre.
Galen se detuvo a pocos metros de distancia.
—¿Qué os dijo el rey?
—Debo ser azotado por mi cobardía.
Para su sorpresa, Galen se estremeció.
—No debería haber perdido los nervios, Alteza. Nicholas resopló.
—Mis enemigos no se contendrán. ¿Por qué debería hacerlo usted?
Sacudiendo la cabeza, la mirada de Galen cayó al brazo de Nicholas cuando se quitó los brazaletes de bronce.
—¡Dulce Hera!
Nicholas miró hacia abajo para ver que tenía el brazo izquierdo muy hinchado. Estaba incluso más grueso que los macizos antebrazos de Galen. Los cordones del protector del antebrazo habían dejado impresiones tan profundas, que ya se habían formado moretones a su alrededor.
—¿Os lo volviste a romper?
Nicholas apretó y aflojó el puño, después giró la muñeca y dobló el codo. Dolía, pero tenía movilidad total.
—No. Está bien. Sólo hinchado de la lucha.
—Debe doleros y actuáis como si no lo hiciese. ¿Cómo podéis soportarlo?
—¿Qué puedo decir, maestro Galen? La agonía de mis testículos aplastados distrae mi atención. Para su sorpresa, Galen se rió por primera vez desde que Nicholas lo conocía.
—Venid, joven príncipe. Dejadme ayudaros a salir de la armadura.
Nicholas frunció el ceño cuando el temor aumentó. No estaba acostumbrado a que la gente fuera amable y se preocupó. En realidad le daba miedo.
—¿Por qué estáis siendo amable conmigo?
—La culpa, Alteza. Es una cosa potente.
—¿Por qué deberíais sentir culpa?
—Os he juzgado mal, y no lo hago a menudo.
Nicholas estaba aún más confundido que antes.
Galen colocó la mano sobre el hombro de Nicholas en la forma de respeto y solidaridad. Sólo Joseph le había tocado alguna vez así.
—Si fuerais el mocoso que había pensado que erais, mi señor, os quejarías de lo injusto que es que os castiguen más tarde por mi injustificado ataque. Pero ocurre que en los últimos dos años que he estado entrenándole, nunca se quejó ni puso el grito en el cielo por algo de lo que le he hecho durante la práctica. Ni siquiera cuando
os rompí el brazo.
—Fue culpa mía. Me dijisteis que no sostuviese el escudo así y lo olvidé. —Nicholas bajó la mirada al brazo, que tenía cuatro veces el tamaño normal—. Es una lección que nunca olvidaré.
Los ojos grises de Galen se suavizaron.
—Como he dicho, Alteza, si fueseis el mocoso real, no pensaríais así. Incluso me culparíais por ello y pediríais mis huevos en bandeja de oro. —Galen desató la coraza de Nicholas, se la sacó por la cabeza y la puso en el maniquí por él. Inseguro de qué decir, se desató el Pteruges ( Pieza decorativa que caía de la cintura de la armadura, hecha de cuero y piezas metálicas y en casos especiales con joyas como adorno.) y se lo entregó a Galen. Su maestro hizo una mueca al ver que la inflamación era aún más severa, y los moretones más prominentes que antes.
—Debemos vendar el brazo.
Negando con la cabeza, Nicholas se movió para desatarse las espinilleras.
—Enfadaría a mi padre.
—¿Cómo es eso? —Galen recogió la túnica de lino blanco de Nicholas y la clámide de lana púrpura de donde Nicholas las había guardado y las colocó en el banquillo al lado de su pie.
—Ya me considera débil. Si lo vendamos, pensará que lo estoy haciendo para aplazar o disminuir la severidad del castigo. Confiad en mí, no sería bueno para mí. — Nicholas colocó las espinilleras y las sandalias en el estante, después se quitó la túnica de entrenamiento roja. La dobló y la colocó junto a ellas.
Al girar, vio el ceño feroz en cara de Galen mientras miraba el costado desnudo de Nicholas.
Miró hacia abajo para ver los moretones rojos y púrpuras a lo largo de las costillas y sobre el pecho que ya se estaban formando donde el hombre mayor lo pateó después de haberse caído. Y no estaba contando las contusiones descoloridas, de cosas que preferiría olvidar.
Galen levantó la mirada hacia la de Nicholas.
—¿Os conté sobre la primera vez que luché en batalla, Alteza?
Nicholas rápidamente se lavó en la gran palangana de agua.
—No, señor.
Galen respiró hondo mientras Nicholas se secaba, se ponía la túnica y la sujetaba con un cinturón alrededor de él.
—Estaba tan asustado que ensucié mi armadura. Eso empapó las piedras de modo que cuando mi comandante en jefe iba a atacar al enemigo, se resbaló y cayó encima.
Horrorizado, Nicholas lo miró. Quería reír, pero no se atrevía.
—Estaba tan enfadado que después de la batalla, me dio veinte latigazos por ello. Nicholas no estaba seguro de cómo reaccionar ante eso. Estaba divertido y espantado. Y la última cosa que quería hacer era ofender al hombre que rutinariamente podría partirle la cara. Galen le entregó a Nicholas la clámide real.
—Lo que estoy tratando de deciros, Alteza, es que todos los hombres, sin importar lo entrenados o valientes que sean, tienen momentos de profundo miedo. Ningún hombre debe ser juzgado por la primera y única vez que tira su espada para protegerse a sí mismo cuando se enfrenta a un oponente mucho más grande y feroz.
Por el contrario, se debe mirar todas las veces que no lo hace. Inclinó la cabeza respetuosamente hacia Nicholas.
—A pesar de que me haya jubilado y jurase que nunca volvería a la guerra otra vez, sería un honor cabalgar a vuestro lado en la batalla, joven príncipe y luchar bajo su bandera. Aunque hayamos luchado este día. —Su mirada gris se intensificó—. Ya no veo al niño que sois, sino más bien al hombre que seréis un día... Y ese hombre
será feroz. Eso era lo más amable que jamás le había dicho nadie.
—Gracias, maestro Galen. Golpeándose el hombro con el puño, Galen le saludó.
—Animaos, buen príncipe. Un día el rey verá lo que yo veo.
Agradecía las palabras, pero él lo sabía mejor. Su padre nunca lo vería como algo más que un error horrible.
—Una vez más, gracias.
Galen le ofreció una tímida sonrisa.
—Descansad bien esta noche, Alteza. Mañana no tendré misericordia de vos.
—Lo espero con impaciencia —dijo sarcásticamente.
La risa de Galen lo siguió fuera del edificio.
Suspirando con repentino temor por sus deberes por venir, Nicholas se dirigió hacia la colina del palacio con los guardias a la espalda. Dado que eran un elemento permanente en su vida, la mayoría del tiempo no se daba cuenta de que estaban allí. No antes de que sus pensamientos se anularan, de todos modos. Dioses, cómo
odiaba las voces que no le daban cuartel. Sin detenerse, entró en el palacio y se fue a sus aposentos para recuperar el regalo de cumpleaños para su madre del baúl junto a la ventana. Hizo una pausa cuando por casualidad destapó el caballo de madera de Jospeh. El dolor le golpeó duro mientras se atragantaba con las lágrimas. Cómo echaba de menos a su hermano. No había una hora en el día en que no se preguntara lo que le estaría sucediendo. Si estaba bien y feliz. Haciendo todo lo posible por no pensar en algo que no podía cambiar, envolvió al caballo en el paño y alcanzó el brazalete de oro que había comprado para su madre. Le llevó tres meses ahorrar el dinero para ello. Debido a que su padre quería que apreciara lo que les costaba a sus ciudadanos ganarse la vida, Nicholas no recibía un estipendio como otros nobles. Por el contrario, era
obligado a trabajar en el templo de los sacerdotes, vigilado por un guardián. Y, si en realidad hacía a su padre enfadar, el firme maestro era el que lo odiaba apasionadamente. Su padre le pagaba un salario por hora de trabajo, siempre y cuando le hablaran bien de su labor. Eso le parecía bien, excepto cuando mentían a
su padre por despecho mezquino. Puesto que no sabían cómo era su padre con él en privado, les parecía gracioso menospreciar sus esfuerzos con comentarios tales como: “Es un príncipe mimado después de todo, Majestad. ¿Qué podéis esperar realmente de alguien como él?” No tenían ni idea de que su padre tomaba cualquier informe de su "pereza" como una crítica y vergüenza personal. Tampoco sabían que Nicholas, a
diferencia de Ryssa, a la que daban todo lo que ella deseara, no recibía ninguna otra moneda de su padre. Así que por cada diez horas de trabajo, tenía suerte que le pagaran dos. Sí, su padre le vestía y alimentaba como correspondía a su posición, pero todos los fondos de beneficencia que se esperaban de un príncipe, así como los regalos para la familia y sirvientes, salían de lo ganado por Nicholas. Regalos que debían estar en consonancia con lo que daría un rey, o su padre también vería ese fracaso como un insulto personal.
“Nos caracterizamos por los regalos que damos...” Nicholas aspiró cuando pensó en los regalos que su padre le había "otorgado", tales como el "honor" de asistir a aburridas reuniones del Senado y de la Corte.
Entonces supongo que eres un jodido bastardo tacaño, Padre. Pero a Nicholas nunca le permitieron ser tan "amable". Irritado, tocó la pulsera que tenía la cara de Artemisa, la diosa mecenas de su madre en su tierra natal, estampada en el centro. Era delicada e intrincadamente compleja. Nunca había visto algo más bonito. Tal vez esta vez ella le sonreiría. Simplemente que no me lo lance a la cara como hizo el año pasado y añada
latigazos a los que ya tengo previstos. Y después de esta encantadora reunión con su anfitriona materna, tenía esa paliza por delante...
¡Khalash!
Colocándose la clámide hacia abajo para ocultar el brazo hinchado, se dirigió a los aposentos de ella para acabar de una vez. Llamó a la puerta y esperó a que respondiese la sirvienta. Habitualmente ella no le hablaba. La perra que había estado asistiendo a su madre desde que era una muchacha le hacía responsable de la ruina de ella y lo menospreciaba apasionadamente por ello.
Con la boca torcida, Dristas abrió la puerta ampliamente y le permitió entrar mientras sus guardias se quedaban fuera. Su madre estaba caminando frente a la ventana que daba al patio trasero. Estaba más nerviosa que de costumbre. «¡Hombres! Los odio a todos. Son cerdos sin valor, inútiles que deben ser sacrificados y destripados. ¡Cada uno de ellos! ¡Todos ellos pueden pudrirse en el Tártaro por toda la eternidad!»
Nicholas cortó los enfurecidos pensamientos que le sonaron en la cabeza. Éste era sin duda un mal momento.
Cuando empezó a darse la vuelta y salir, su madre lo vio.
—¿Qué haces aquí? Tú no eres mi Ryssa. Eso era definitivamente afirmativo. Su gran poder de observación nunca dejaba de asombrarle.
Alzó la pequeña caja de madera para que ella la viera.
—Te traía tu regalo de cumpleaños, Matisera. Pero veo que es un mal momento. Le recorrió con una mirada de desprecio.
—Otra baratija barata... Un atributo insignificante de un ingrato inútil. No realmente. El costo había sido elevado. Debería haber gastado el dinero en el caballo que quería. Al menos habría conseguido un poco de alegría de eso.
Y un poco de cariño para variar.
—Lo dejaré aquí en tu mesa para ti. —Lo depositó con el corazón dolorido por el odio de la madre que le dio a luz—. Feliz cumpleaños. —Deseando que pudiese hacerla sonreír, sólo una vez, se volvió para irse.
En el momento en que lo hizo, ella chilló de indignación. Antes de que Nicholas pudiera comprobar lo que estaba mal con ella, sintió un fuerte mordisco en el hombro derecho. Todas las sirvientas comenzaron a gritar. Las
voces tanto en la cabeza como fuera, eran tan estridentes que no podía entender ninguna de ellas. Cuando se giró, tuvo otro despiadado dolor en el brazo, seguido de otro y otro. Incapaz de comprender el origen de la sensación, miró a su pequeña madre y le vio el cuchillo ensangrentado en la mano cuando se lo sacó del cuerpo.
Se movió para apuñalarlo otra vez.
Nicholas le agarró la muñeca y la sostuvo con el brazo herido. La punta del cuchillo se cernía directamente sobre el corazón que era lo que ella le habría apuñalado si no hubiera parado el golpe.
—¿Matisera?
—¡Yo no soy tu madre, hijo de puta! —Arrebató la mano del debilitado agarre. A continuación, acunando el cuchillo con ambas manos, cayó contra él, usando su peso corporal completo para enterrarle el cuchillo en el pecho. Nicholas se hundió en el suelo cuando los guardias finalmente entraron en la habitación para detenerla. Aturdido y conmocionado, miró fijamente al techo con el horror de lo que había sucedido.
Su madre lo había apuñalado. En varias ocasiones.
Tenía el cuchillo todavía enterrado en la carne... hasta la empuñadura. Mordiéndose el labio, lo alcanzó y tiró de él. Sangre caliente le empapaba las ropas mientras esperaba morir finalmente. Un agudo zumbido en los oídos ahogó el sonido de todas las voces en la cabeza, llenándolo con una inesperada sensación de paz.
—¿Nicholas? Escuchó la voz de su tío a lo lejos. Pero no tenía ningún deseo de volver al infierno en el que vivía. En cambio, cerró los ojos y esperó a Hermes para que lo guiara a Caronte de modo que el antiguo dios le pudiera transportar a su lugar de descanso final.
issadanger
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