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Never Gonna Be Alone #2
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Never Gonna Be Alone #2
Nombre: Never Gonna Be Alone.
Autor: Lorena.
Adaptación: No.
Género: Drama y Romance.
Advertencias: Final de la novela con el mismo título que superó el exceso de páginas. Si quieres leer el principio, haz click aquí. La historia NO se ha remodelado.
Otras páginas: JB Spain.
Never Gonna Be Alone
Prefacio
Aterrorizada, incapaz de moverme, solo podía acertar a obedecer sus órdenes. Cerré los ojos, intentando no llevarme por la desesperación que me cubría entera. Su rostro volvió a aparecer en mi mente, sonriéndome y colmándome de un vacío desesperante al que para mi desgracia, ya estaba acostumbrada…
Kevonita
Re: Never Gonna Be Alone #2
¡HOLAAAAAA! ¡SOY YOOOOOOO! ¡HE VUELTOOOOOOOOO!
Dios, no sabéis las ganas que tenía de decir eso y de volver a colgar todo lo que tengo pensado para el final de este fanfic que se me ha alargado taaaaaanto... lo siento muchísimo por eso. He pasado por muuchas épocas en todo este tiempo y he de reconocer que en los últimos años no me he involucrado en la historia por varias razones: hubo veces en que preferí ignorarla mientras me dedicaba a escribir otras cosas mientras maduraba como escritora, hubo veces en las que la odié porque había cambios de humor poco convincentes y la historia que he repetido siempre y demasiado: la protagonista no para de decirse a sí misma que no va a volver a Nick, que ésa última vez que está con él va a ser la última. Es algo que he estado intentado cambiar en éste capítulo. Lo siento por las que lo habéis tenido que leer en el pasado. También ha habido veces en las que pensaba que no lo iba a lograr, que no podría con este capítulo porque mi idea principal era una muy diefrente a esta. Una idea que no me encajaba para nada, pero es algo que tenía pensado desde el principio y quería poner pero que creo que AHORA no es el momento. Seguramente, más adelante.
Os aprecio por lo que habéis recorrido este camino conmigo, tanto a las que vais a leerlo ahora cuando lo publique, como aquellas que se quedaron en el camino y las que podáis leerlo dentro de un mes o un año. Os quiero por aguantar la espera. Y os adoro por todo el apoyo incansable que una vez recibí y con el que creo que fui poco agradecida.
No puedo decir nada más que no haya dicho antes. Éste es el antepenúltimo capítulo de la novela. Y luego ya quedaría el epílogo. Así que no me enrollo mucho más y entenderé que haya gente que lo lea y no comente. NO VOY A MATAR A NADIE.
OS ADORO :*
Dios, no sabéis las ganas que tenía de decir eso y de volver a colgar todo lo que tengo pensado para el final de este fanfic que se me ha alargado taaaaaanto... lo siento muchísimo por eso. He pasado por muuchas épocas en todo este tiempo y he de reconocer que en los últimos años no me he involucrado en la historia por varias razones: hubo veces en que preferí ignorarla mientras me dedicaba a escribir otras cosas mientras maduraba como escritora, hubo veces en las que la odié porque había cambios de humor poco convincentes y la historia que he repetido siempre y demasiado: la protagonista no para de decirse a sí misma que no va a volver a Nick, que ésa última vez que está con él va a ser la última. Es algo que he estado intentado cambiar en éste capítulo. Lo siento por las que lo habéis tenido que leer en el pasado. También ha habido veces en las que pensaba que no lo iba a lograr, que no podría con este capítulo porque mi idea principal era una muy diefrente a esta. Una idea que no me encajaba para nada, pero es algo que tenía pensado desde el principio y quería poner pero que creo que AHORA no es el momento. Seguramente, más adelante.
Os aprecio por lo que habéis recorrido este camino conmigo, tanto a las que vais a leerlo ahora cuando lo publique, como aquellas que se quedaron en el camino y las que podáis leerlo dentro de un mes o un año. Os quiero por aguantar la espera. Y os adoro por todo el apoyo incansable que una vez recibí y con el que creo que fui poco agradecida.
No puedo decir nada más que no haya dicho antes. Éste es el antepenúltimo capítulo de la novela. Y luego ya quedaría el epílogo. Así que no me enrollo mucho más y entenderé que haya gente que lo lea y no comente. NO VOY A MATAR A NADIE.
OS ADORO :*
Kevonita
Re: Never Gonna Be Alone #2
CAPÍTULO ANTERIOR...
Quería dejar de lamentarme de mí misma, de la sensación de agobio y opresión en mi pecho que, al igual que mis pulmones, se expandía y contraía con cada una de mis respiraciones. Incluso al dormir era consciente de ello como si se negara a abandonarme, recordándome el motivo de mi desdicha, de la razón por la que estaba en el sofá de mi dúplex de alquiler con mi teléfono sobre la mesita frente al sofá tratando de disculparme con un mísero mensaje de texto con Nick después de mi comportamiento de la otra noche. Tenía la certeza de que llamarle iba a ser la peor de las decisiones, sabiéndome capaz de echarme a llorar al primer timbrazo. No tenía madera de ser una persona valiente, jamás lo había sido y ahora no veía en qué podía ayudarme si recurría al valor.
Faltaban menos de veinticuatro horas para el enlace, el que me separaría para siempre de él, el que pondría delante un muro inquebrantable entre nosotros y nos alejaría completamente el uno del otro. No estaba segura de que a él le importase; no como a mí, al menos.
Sentía como estaba consumiéndome ahí, sentada sin nada más que hacer que querer desaparecer.
Ahora era cuando se tornaba realidad lo que estaba temiendo, lo que jamás había querido que ocurriese a menos que fuera conmigo. Maldije mis circunstancias, mi vida y todo el camino que me había llevado hasta aquí, hasta este el momento de desdicha pura. Podía sentirla en cada poro de mi piel como una capa de suciedad angosta y difícil de quitar. Sabía que esto no era más que el principio de mi destrucción hasta que hiciese realidad el momento dónde entonces tendría que ir filtrándole información poco a poco a mi corazón y, al fin aceptar que, si la vida no es justa ¿por qué iba a serlo el amor?
Cogí mi bolsa de viaje y recaté del fondo La Cenicienta en versión con dibujos y letras a gran escala para niños; era una de las pocas pertenencias que me había llevado de casa, antes de partir a Francia. Recordaba cómo mamá lo había comprado cuando yo era pequeña, como parte de una colección que se vendía cada semana en los grandes almacenes y este era el decimoséptimo tomo de veintiséis. Mamá los compraba religiosamente para Liz y para mí y yo acabé enamorándome sin remedio de la historia.
A medida que pasaba las páginas, dejé de retener mis lágrimas permitiéndolas fluir de nuevo, dándole el espacio a mi corazón de llorar por lo que nunca tendría, por un amor tan puro como los cuentos de Disney, porque Nicholas no fuese mi príncipe Disney, porque jamás lo había sido y jamás lo sería. Lía y Moon movieron sus colas lentamente mientras se acomodaban mejor en mi regazo con ese sentido extraño de los perros cuando son muy apegados a sus dueños, mientras trataba de detener mis histéricos sollozos en un cojín.
Cerré el fino tomo abruptamente al saber que el príncipe encontraba a Cenicienta después de haberla buscado incansablemente por todo el reino con un zapato como único objeto de su dueña. Me levanté y lo dejé en la repisa de la barra americana que dividía la cocina del comedor y abracé mi cuerpo como pude, alejándome hasta el ventanal con vistas a la ciudad. El silencio dentro me estaba matando, me hacía escuchar mis pensamientos con más nitidez. No quería subir a la azotea (que había descubierto recientemente) donde ciertamente el sonido de la cuidad reverberaría y quizá así pudiera escapar de las acusaciones que mi yo interior me reprochaba salvo porque todo allí arriba evocaba un aire romántico en el que se incitaba a ver las estrellas mientras compartías confidencias con alguien que de verdad te importara.
Suspiré encontrando mi reflejo en el cristal que proyectaba hacia el centro de Los Ángeles, lleno de luces parpadeantes, rojas y amarillas para el tráfico y la opaca luz de las oficinas haciendo transparente mi silueta y pareciendo tan ajeno a mi dolor que se extendía por el pecho hasta mi alma… Me había recriminado muchas veces en mi vida ser estúpida, demasiado entregada a las causas perdidas de antemano, pero Nick había llegado a mi vida trastabillando mis planes, dándole otro sentido, deseando aprender más de todos y cada uno de los motivos que tenía él para disfrutar de la vida. Y sí, había pecado de estúpida, pero si algo debía llevar en la frente, etiquetándome, eso era ingenua.
Entendía de pronto a Liz, sus advertencias sobre el amor a mi llegada, como si supiese que mi destino estuviese ligado a un hombre prohibido, a alguien que no me amaba ni nunca lo haría.
Como si alguien en el cielo hubiese escuchado mi ruego, el timbre sonó sobresaltándome a mí y a mis pensamientos.
Salí de mi trance preguntándome quién podría ser a esta hora, a un horario no muy común (pasaban de las ocho de la noche) y sin que Charles me hubiese avisado de la visita. Informé de que iba en un momento y corrí al cuarto de baño a enjuagarme la cara borrando la huella de las lágrimas. Estaba horrorosa; podía asustar a cualquiera. Decidí aplicarme crema hidratante mientras avanzaba con pereza por el enorme piso lleno de sombras. Además, tenía la sensación de que hacía mucho últimamente este camino con el mismo propósito. Salvo que no era solo una sensación, de verdad había hecho demasiados paseos al baño por semejante motivo.
Ni siquiera me molesté en encender las luces, las de los pasillos exteriores serían suficiente. Miré por la mirilla antes de abrir. Mi corazón saltó traicioneramente en mi pecho arrastrando en su movimiento todo el aire de mis pulmones.
Abrí rápidamente, inconsciente, sin darme tiempo a procesar toda la situación y debatir los pros y los contras.
—¡Nicholas! —murmuré en una gran y exagerada exhalación. Mi corazón se había detenido al verlo. Era la última persona a la que esperaba ver antes de acostarme—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Hola —sonrió, y yo luchaba por recuperar el noventa por ciento de mi capacidad para pensar con claridad. Era ese efecto que provocaba siempre en mí, nublando mi juicio, aprovechándose inconscientemente de ello—. ¿Puedo entrar?
—Oh, sí, claro, lo siento. Por favor —balbuceé y me aparté del hueco que me interponía entre el umbral y la puerta, dejándole vía libre para que se colase en mi casa y de nuevo en mi corazón en la misma acción. Traté de normalizar mi respiración—. Perdón por mi educación. No esperaba visitas, pero siéntete como en tu casa.
Encendí las luces y la estancia se iluminó cegándome por un momento hasta que mis ojos se acostumbraron y pude contemplar a Nicholas sin problemas. Me examinó rápidamente sin comentar nada sobre mi aspecto que era el ideal para estar sola, no para tener compañía.
Lía y Moon le olisqueaban en busca de algún rastro sospechoso en él. Deduje que había estado con Elvis hacía poco por la forma tan impetuosa en que Lía le olfateaba la rodilla cuando Moon procedía a imitarla en sus mocasines de verano, la suficiente altura para ella puesto que era demasiado vaga para estirar el cuello e imitar a su amiga. Una parte de mí se enorgulleció de que Nicholas hubiese pasado la prueba e, incluso, que se dejaran acariciar dada su condición de desconocido.
Poco después ambas perdieron el interés y volvieron a sus capazos.
—Tienes dos perros —observó, y luego me miró como si fuera la novedad más extraña—. Tienes dos perros y no sabía nada.
—Perras —corregí con inocencia—. Y hay muchas cosas que no sabes de mí.
Nicholas arqueó las cejas pero no dijo nada.
Me abroché el cinturón de la bata bajo su atenta mirada, que esta vez parecía más precavida que la primera. Ahora que mi atuendo no dejaba volar la imaginación, hice acopio de todo mi valor para sonreír tranquila y resueltamente, como si su presencia no perturbase hasta el mínimo nervio de mi cuerpo y preguntar sin que la voz me saliese tomada:
—¿Quieres algo de beber? ¿Algún refresco, batido, agua? Tengo vino tinto.
—No me negaría a una copa de vino… —sonrió y me siguió hasta la cocina cuando enfilé el paso—. Oh, te traje esto… No son exactamente rosas pero me temo que la tienda ya no tenía nada fresco por las horas en las que las demandé. Pedí algo para una mujer y me recomendaron estas. Ni siquiera sé como se llaman, lo siento —parecía avergonzado mientras sacaba las flores de detrás de su espalda; un ramo envuelto en un delicado cenofal de pétalos blancos y transparentes.
Mi corazón dio un vuelco traicioneramente. Otra vez. Desobedeciéndome. Deseando ser libre para poder sentir lo que él quería y que yo estaba limitándole.
—Camelias —informé, y me miró, apoyado sobre el mármol como vino a hacer el día que estábamos en su cocina, el día que nos besamos—. Son camelias. Y son preciosas, muchas gracias.
Las camelias expresaban un mensaje implícito: “gracias por tu amistad”, todo un ultimátum, ironicé para mí misma y sonriendo porque apreciaba el detalle, las dejé en la encimera para buscar la botella de vino que no había tenido ocasión de abrir. Registré en los cajones –todavía (a pesar de las semanas que llevaba viviendo allí) no sabía encontrar la mitad de las cosas. Cuando por fin logré encontrar el sacacorchos, empecé a emplear esa utilidad.
—Siento todo el estruendo. Mis padres me prestaron parte de su cubertería para mi estancia aquí y la mitad de la vajilla pero no acostumbro a tener invitados —sonreí tímidamente y descubrí que él estaba mirándome con placidez, relajado completamente, como si cada noche repitiésemos el mismo proceso disfrutando de la compañía del otro—. Tampoco a beber vino —Y entonces caí en la cuenta—. Oh, lo siento, ¿has venido en coche? Porque entonces una copa no sería lo más conveniente si vas a conducir y podríamos enfocarnos en un zumo y dejar esto para… —me detuve; había estado a punto de decir “para otra ocasión”, algo que nunca ocurriría, y de lo que mi corazón nunca se repondría, ni se acostumbraría del todo. Nicholas me miraba ahora intensa y apreciativamente y no pude evitar que el sonrojo se concurriese en mis mejillas—. Bueno, podrías llevártelo. Digo, como regalo de bodas. Yo ciertamente no voy a bebérmelo, soy más de refrescos…
—Cassie, está bien —interrumpió, cesando mi parloteo incómodo para ambos—. Estoy en un hotel a unas manzanas de aquí. Por alguna razón mis hermanos pensaron que sería buena idea. Lo que quiero decir es que he venido andando.
—Oh… —musité y me obligué a apartar la vista de él y seguir enroscando el aparato en el corcho con renovado interés (imaginándome a Jane en su lugar) y fuerza desmedida a partes iguales por la frustración. ¿Por qué tenían que hacerlo tan malditamente complicado? ¿Un tapón de rosca era demasiado vulgar o qué?
—Trae aquí.
Nick liberó de mis manos la botella y se rió entre dientes.
—Tengo la sensación de que me iré de aquí sin haber bebido una copa por tu forma de luchar con la botella.
—No me juzgues —farfullé, mirándolo ceñuda. Me crucé de brazos—. No soy profesional y no intento serlo.
—Eso puedo verlo —acotó y volvió a reírse.
Le di un golpe en el brazo y pasé a poner las flores en el mismo jarrón de porcelana con detalles de cenefas con cuidado y esmero, cortando primero el lazo que retenía los tallos. Di gracias a Dios porque papá y mamá hubiesen puesto de detalle las flores al presentarme el piso y hubiesen comprado un jarrón para la ocasión. De otro modo, no se me habría ocurrido ningún sitio donde colocarlas.
No pude evitar pensar que esa podía ser la escena perfecta de un matrimonio joven y rebosante de amor, disfrutando de los primeros meses de recién casados, con tiempos venideros por delante: Nick ya había abierto la botella de vino y me había servido una copa retomando la acción para él mismo esta vez. Estaba apoyado contra la encimera con aire casual, con los dos primeros botones de la camisa abiertos y me contemplaba con aire pensativo. A lo largo de nuestros encuentros (ya fueran planeados o casuales), el silencio entre nosotros había sido incómodo y perturbador, solo arrojaban más y más tensión al ambiente. En esta ocasión, sin embargo, el silencio era calmado y solícito como si ninguno de los dos quisiese interrumpir el trabajo del otro.
—Has estado llorando —afirmó, en lo que podría ser una servicial proposición de ayuda encubierta. Dejé que mi pelo, recogido en una coleta, ocultase al menos parte de mi expresión. Él no podía conocerme tan bien. Nicholas tomó aire cuando permanecí callada—. ¿Es por tu padre? ¿Has vuelto a discutir con él?
—¿Mi padre? Oh, no. No, por supuesto que no. Nos llevamos mejor que nunca —le informé, puesto que era verdad y no había peligro en ello.
Frunció el ceño, como si eso le hubiese dado una nueva idea, más desagradable. E iba descartando opciones al mismo tiempo.
—¿Es ese tal Phil, el que me presentaste en el club la otra noche? ¿Ha hecho algo de lo que vaya a arrepentirse…?
—¡Nicholas, no! Deja de hacer conjeturas, por favor. Te sorprendería saber por la de cosas que puedo llegar a llorar. La mayor parte de ellas ridículas, créeme. Y no es Phil —añadí, mirándole reprobadora, como si no tuviese opción—. Es Will.
—Muy parecidos.
—No, no lo son —empezaba a sentirme bastante irritada con su actitud recelosa, así que opté por centrarme en las flores, puestas ya dentro del jarrón, a las que trataba de poner agua. Mamá siempre decía que se mantendrían más tiempo frescas si solo llenabas una cuarta parte del recipiente y cambiabas diariamente el agua. Opté por llenarlo casi hasta arriba con sentimiento de culpa; lo último que necesitaba recordar era a Nicholas Jonas la víspera de su boda, en mi casa, regalándomelas y haciendo el papel de novio celoso de mis amigos varones—. ¿Me disculpas un momento?
Sin esperar por una respuesta, me escabullí de la cocina, pero sobretodo de su intimidante mirada, la cual no era intimidante del todo, pero dado mi diminuto atuendo, así me lo parecía. Rápidamente me saqué el fino batín que ya no me parecía ser nada apropiado.
Troté hasta mi habitación y rebusqué en el armario hasta encontrar una fina chaqueta que hasta el momento no me había servido para nada y agradecí a Dios por el momento en que la puse en mi maleta. Tomé una bocanada de aire y lo expulsé lentamente tratando de infundirme valor para enfrentarme a Nicholas. Por alguna razón, sabía que jamás me acostumbraría a aquella sensación placentera de verle porque detrás de todas ellas estaría la angustia del evidente momento en que lo perdería. Había descartado todas las opciones pero una parte de mí deseaba que el día en que volviera a Los Ángeles, pudiera toparme con él a pesar de nuestras situaciones sentimentales. Por encima de mis sentimientos hacia él, o mis constantes contradicciones sobre qué hacer al respecto en lo que a Nicholas se refería, le tenía aprecio, a pesar de no estar dispuesta a ver cómo daba su paso más importante por obvias razones.
Traté de inculcarme calma y me armé de valor para enfrentarlo, esta vez sí, una última vez.
Salí a su encuentro de nuevo sorprendiéndome por cómo el aire se quedaba atorado en mis pulmones con tan solo verle allí plantado. Le encontré frente a las amplias ventanas, observando tranquilamente lo que ocurría fuera pero encerrado en la quietud de mi hogar temporal. Estaba inmaculadamente guapo con su aspecto casual y unos pantalones granate que a otro hombre no le habrían encajado como a él, le sentaban magníficamente bien combinado a la perfección con una clásica camisa blanca y una americana gris de tonalidad oscura.
—Son unas vistas impresionantes.
—No sabía que me habías oído venir.
Su cuerpo tembló en una risa silenciosa y me ofreció mi vaso de vino.
—Gracias.
—No eres tan sigilosa como crees.
—Vaya, acabas de hacer añicos todas mis esperanzas.
Volvió a reírse de nuevo pero cuando me miró estaba serio.
—¿Por qué le dijiste a tu conserje que me mintiera?
—¿Qué? —balbucí. Estaba sorprendida. Luchaba a conciencia para que mi mandíbula no se desencajase de mi boca.
—Por alguna razón que no sé si estoy dispuesto a saber, el hombre me juró y perjuró que no estabas en casa. Asumo que debiste darle órdenes de decirle que no estabas para mí —su voz era tranquila, y aun así podía notar que estaba dolido conmigo por mi decisión.
—¿Quién te lo ha dicho? —me aventuré a preguntar lentamente, ya sin negarlo.
—Nadie —dijo y tomó un sorbo de su¡ copa prolongando mi agonía a propósito—. Sólo tuve que cruzar la calle y mirar hacia arriba para verte en la ventana. Lo demás lo supuse. Y tú acabas de confirmármelo.
—Entonces, ¿cómo lograste entrar?
Automáticamente mi mano dirigió la copa hacia mis labios; se me había secado la boca. Quizá era por la combinación fatal de Nicholas, su perfección y su agudo sexto sentido que, al parecer, poseían algunos hombres también. ¿Cómo iba a salir indemne de esta si empezaba a hacer preguntas? ¿Cómo iba a responder sobre la marcha si cada palabra que salía de sus labios me quitaba el aliento?
—Me colé —reconoció y se quedó mirando el suelo bajo sus pies—. No es algo de lo que esté extremadamente orgulloso, he de decir. Al parecer alguno de tus vecinos tenía problemas con la llave de paso del agua de su apartamento y cuando entré yo el conserje de tu edificio tenía prisa cuando le dije mi nombre y le expliqué que era amigo tuyo. Supe que me había reconocido por aquél día en que vine recogerte para nuestra cita y el hombre hizo poco para disimular una mueca de fastidio en la cara. Me despachó del vestíbulo acompañándome hasta la puerta diciéndome que no estabas y que no sabía cuando volverías y que, además, era un poco tarde para visitar a una señorita. Así que salí sin más remedio del edificio y simplemente opté por hacer lo que había ido a hacer; tomar el aire, dejar de pensar. Me senté en un banco del parque de ahí abajo, y… te vi.
—Vaya, sí que tienes vista de lince —bromeé sin llegar a reírme. Nicholas ni siquiera se inmutó y siguió relatando.
—Asumo que no has salido del edificio y eso me hace atar cabos y creer que no querías que supiera que estabas aquí. Así que ahora, te agradecería, por favor, que me explicases el motivo y dieras algo de luz a mis conjeturas.
—No puedo. No me preguntes por qué. Simplemente, no puedo decírtelo.
—Cass… —empezó y yo sacudí la cabeza, deteniendo lo que sea que fuera a decir, logrando mi propósito: haciendo que dejara de hablar. No confiaba en mí en su presencia, si seguía insistiendo acabaría por confesar todo y humillarme a mí misma.
—Nick… Creo que deberías irte.
—¿Qué?
—Por favor.
Por el rabillo del ojo pude ver como miraba el suelo mientras cogía aire y lo expulsaba ruidosamente. Se rascó la nuca mientras yo cerraba los ojos con fuerza para escuchar como pasaba por mi lado. Ya ni siquiera me quedaba el valor de verlo marchar y sin embargo, me dolía, aun cuando mi corazón estaba roto por su amor no correspondido.
—No voy a ir —se había detenido para escuchar lo que tenía que decir. También se había vuelto hacia el sonido de mi voz—. Mañana. A tu… boda. Quería que lo supieras.
Se mantuvo en silencio tal como había esperado que hiciera a pesar de que una parte de mí deseaba que dijera algo, cualquier cosa sobre lo que acababa de decir. En cambio, avanzó un paso y volvió a detenerse, girándose en mi dirección.
—Respóndeme solo a una cosa; luego me marcharé y no volverás a saber nada de mí, te lo prometo. ¿He hecho algo que haya podido hacerte daño? ¿Sin que me haya dado cuenta?
—No —murmuré con pesar, porque todo este tiempo había estado culpándole de algo de lo único que escapaba a su alcance y entendimiento; Nicholas me había enamorado desde el primer instante siendo él mismo y la culpa recaía sobre mis hombros esta vez porque él solo era el hombre en el que había proyectado todos mis sueños e ilusiones, alguien que ya tenía su vida planificada antes de que yo apareciera y me había decepcionado por el simple hecho de no actuar como yo había querido. Si él supiera… —. Desearía que así fuera. No sabes cuánto… Pero nada de esto es tu culpa.
Escuché pasos de nuevo y de pronto estaba a mi lado, conmigo entre sus brazos inclinándose hacia mis labios para besarme.
Y yo solo pude corresponderle desesperadamente.
65.-
Quería dejar de lamentarme de mí misma, de la sensación de agobio y opresión en mi pecho que, al igual que mis pulmones, se expandía y contraía con cada una de mis respiraciones. Incluso al dormir era consciente de ello como si se negara a abandonarme, recordándome el motivo de mi desdicha, de la razón por la que estaba en el sofá de mi dúplex de alquiler con mi teléfono sobre la mesita frente al sofá tratando de disculparme con un mísero mensaje de texto con Nick después de mi comportamiento de la otra noche. Tenía la certeza de que llamarle iba a ser la peor de las decisiones, sabiéndome capaz de echarme a llorar al primer timbrazo. No tenía madera de ser una persona valiente, jamás lo había sido y ahora no veía en qué podía ayudarme si recurría al valor.
Faltaban menos de veinticuatro horas para el enlace, el que me separaría para siempre de él, el que pondría delante un muro inquebrantable entre nosotros y nos alejaría completamente el uno del otro. No estaba segura de que a él le importase; no como a mí, al menos.
Sentía como estaba consumiéndome ahí, sentada sin nada más que hacer que querer desaparecer.
Ahora era cuando se tornaba realidad lo que estaba temiendo, lo que jamás había querido que ocurriese a menos que fuera conmigo. Maldije mis circunstancias, mi vida y todo el camino que me había llevado hasta aquí, hasta este el momento de desdicha pura. Podía sentirla en cada poro de mi piel como una capa de suciedad angosta y difícil de quitar. Sabía que esto no era más que el principio de mi destrucción hasta que hiciese realidad el momento dónde entonces tendría que ir filtrándole información poco a poco a mi corazón y, al fin aceptar que, si la vida no es justa ¿por qué iba a serlo el amor?
Cogí mi bolsa de viaje y recaté del fondo La Cenicienta en versión con dibujos y letras a gran escala para niños; era una de las pocas pertenencias que me había llevado de casa, antes de partir a Francia. Recordaba cómo mamá lo había comprado cuando yo era pequeña, como parte de una colección que se vendía cada semana en los grandes almacenes y este era el decimoséptimo tomo de veintiséis. Mamá los compraba religiosamente para Liz y para mí y yo acabé enamorándome sin remedio de la historia.
A medida que pasaba las páginas, dejé de retener mis lágrimas permitiéndolas fluir de nuevo, dándole el espacio a mi corazón de llorar por lo que nunca tendría, por un amor tan puro como los cuentos de Disney, porque Nicholas no fuese mi príncipe Disney, porque jamás lo había sido y jamás lo sería. Lía y Moon movieron sus colas lentamente mientras se acomodaban mejor en mi regazo con ese sentido extraño de los perros cuando son muy apegados a sus dueños, mientras trataba de detener mis histéricos sollozos en un cojín.
Cerré el fino tomo abruptamente al saber que el príncipe encontraba a Cenicienta después de haberla buscado incansablemente por todo el reino con un zapato como único objeto de su dueña. Me levanté y lo dejé en la repisa de la barra americana que dividía la cocina del comedor y abracé mi cuerpo como pude, alejándome hasta el ventanal con vistas a la ciudad. El silencio dentro me estaba matando, me hacía escuchar mis pensamientos con más nitidez. No quería subir a la azotea (que había descubierto recientemente) donde ciertamente el sonido de la cuidad reverberaría y quizá así pudiera escapar de las acusaciones que mi yo interior me reprochaba salvo porque todo allí arriba evocaba un aire romántico en el que se incitaba a ver las estrellas mientras compartías confidencias con alguien que de verdad te importara.
Suspiré encontrando mi reflejo en el cristal que proyectaba hacia el centro de Los Ángeles, lleno de luces parpadeantes, rojas y amarillas para el tráfico y la opaca luz de las oficinas haciendo transparente mi silueta y pareciendo tan ajeno a mi dolor que se extendía por el pecho hasta mi alma… Me había recriminado muchas veces en mi vida ser estúpida, demasiado entregada a las causas perdidas de antemano, pero Nick había llegado a mi vida trastabillando mis planes, dándole otro sentido, deseando aprender más de todos y cada uno de los motivos que tenía él para disfrutar de la vida. Y sí, había pecado de estúpida, pero si algo debía llevar en la frente, etiquetándome, eso era ingenua.
Entendía de pronto a Liz, sus advertencias sobre el amor a mi llegada, como si supiese que mi destino estuviese ligado a un hombre prohibido, a alguien que no me amaba ni nunca lo haría.
Como si alguien en el cielo hubiese escuchado mi ruego, el timbre sonó sobresaltándome a mí y a mis pensamientos.
Salí de mi trance preguntándome quién podría ser a esta hora, a un horario no muy común (pasaban de las ocho de la noche) y sin que Charles me hubiese avisado de la visita. Informé de que iba en un momento y corrí al cuarto de baño a enjuagarme la cara borrando la huella de las lágrimas. Estaba horrorosa; podía asustar a cualquiera. Decidí aplicarme crema hidratante mientras avanzaba con pereza por el enorme piso lleno de sombras. Además, tenía la sensación de que hacía mucho últimamente este camino con el mismo propósito. Salvo que no era solo una sensación, de verdad había hecho demasiados paseos al baño por semejante motivo.
Ni siquiera me molesté en encender las luces, las de los pasillos exteriores serían suficiente. Miré por la mirilla antes de abrir. Mi corazón saltó traicioneramente en mi pecho arrastrando en su movimiento todo el aire de mis pulmones.
Abrí rápidamente, inconsciente, sin darme tiempo a procesar toda la situación y debatir los pros y los contras.
—¡Nicholas! —murmuré en una gran y exagerada exhalación. Mi corazón se había detenido al verlo. Era la última persona a la que esperaba ver antes de acostarme—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Hola —sonrió, y yo luchaba por recuperar el noventa por ciento de mi capacidad para pensar con claridad. Era ese efecto que provocaba siempre en mí, nublando mi juicio, aprovechándose inconscientemente de ello—. ¿Puedo entrar?
—Oh, sí, claro, lo siento. Por favor —balbuceé y me aparté del hueco que me interponía entre el umbral y la puerta, dejándole vía libre para que se colase en mi casa y de nuevo en mi corazón en la misma acción. Traté de normalizar mi respiración—. Perdón por mi educación. No esperaba visitas, pero siéntete como en tu casa.
Encendí las luces y la estancia se iluminó cegándome por un momento hasta que mis ojos se acostumbraron y pude contemplar a Nicholas sin problemas. Me examinó rápidamente sin comentar nada sobre mi aspecto que era el ideal para estar sola, no para tener compañía.
Lía y Moon le olisqueaban en busca de algún rastro sospechoso en él. Deduje que había estado con Elvis hacía poco por la forma tan impetuosa en que Lía le olfateaba la rodilla cuando Moon procedía a imitarla en sus mocasines de verano, la suficiente altura para ella puesto que era demasiado vaga para estirar el cuello e imitar a su amiga. Una parte de mí se enorgulleció de que Nicholas hubiese pasado la prueba e, incluso, que se dejaran acariciar dada su condición de desconocido.
Poco después ambas perdieron el interés y volvieron a sus capazos.
—Tienes dos perros —observó, y luego me miró como si fuera la novedad más extraña—. Tienes dos perros y no sabía nada.
—Perras —corregí con inocencia—. Y hay muchas cosas que no sabes de mí.
Nicholas arqueó las cejas pero no dijo nada.
Me abroché el cinturón de la bata bajo su atenta mirada, que esta vez parecía más precavida que la primera. Ahora que mi atuendo no dejaba volar la imaginación, hice acopio de todo mi valor para sonreír tranquila y resueltamente, como si su presencia no perturbase hasta el mínimo nervio de mi cuerpo y preguntar sin que la voz me saliese tomada:
—¿Quieres algo de beber? ¿Algún refresco, batido, agua? Tengo vino tinto.
—No me negaría a una copa de vino… —sonrió y me siguió hasta la cocina cuando enfilé el paso—. Oh, te traje esto… No son exactamente rosas pero me temo que la tienda ya no tenía nada fresco por las horas en las que las demandé. Pedí algo para una mujer y me recomendaron estas. Ni siquiera sé como se llaman, lo siento —parecía avergonzado mientras sacaba las flores de detrás de su espalda; un ramo envuelto en un delicado cenofal de pétalos blancos y transparentes.
Mi corazón dio un vuelco traicioneramente. Otra vez. Desobedeciéndome. Deseando ser libre para poder sentir lo que él quería y que yo estaba limitándole.
—Camelias —informé, y me miró, apoyado sobre el mármol como vino a hacer el día que estábamos en su cocina, el día que nos besamos—. Son camelias. Y son preciosas, muchas gracias.
Las camelias expresaban un mensaje implícito: “gracias por tu amistad”, todo un ultimátum, ironicé para mí misma y sonriendo porque apreciaba el detalle, las dejé en la encimera para buscar la botella de vino que no había tenido ocasión de abrir. Registré en los cajones –todavía (a pesar de las semanas que llevaba viviendo allí) no sabía encontrar la mitad de las cosas. Cuando por fin logré encontrar el sacacorchos, empecé a emplear esa utilidad.
—Siento todo el estruendo. Mis padres me prestaron parte de su cubertería para mi estancia aquí y la mitad de la vajilla pero no acostumbro a tener invitados —sonreí tímidamente y descubrí que él estaba mirándome con placidez, relajado completamente, como si cada noche repitiésemos el mismo proceso disfrutando de la compañía del otro—. Tampoco a beber vino —Y entonces caí en la cuenta—. Oh, lo siento, ¿has venido en coche? Porque entonces una copa no sería lo más conveniente si vas a conducir y podríamos enfocarnos en un zumo y dejar esto para… —me detuve; había estado a punto de decir “para otra ocasión”, algo que nunca ocurriría, y de lo que mi corazón nunca se repondría, ni se acostumbraría del todo. Nicholas me miraba ahora intensa y apreciativamente y no pude evitar que el sonrojo se concurriese en mis mejillas—. Bueno, podrías llevártelo. Digo, como regalo de bodas. Yo ciertamente no voy a bebérmelo, soy más de refrescos…
—Cassie, está bien —interrumpió, cesando mi parloteo incómodo para ambos—. Estoy en un hotel a unas manzanas de aquí. Por alguna razón mis hermanos pensaron que sería buena idea. Lo que quiero decir es que he venido andando.
—Oh… —musité y me obligué a apartar la vista de él y seguir enroscando el aparato en el corcho con renovado interés (imaginándome a Jane en su lugar) y fuerza desmedida a partes iguales por la frustración. ¿Por qué tenían que hacerlo tan malditamente complicado? ¿Un tapón de rosca era demasiado vulgar o qué?
—Trae aquí.
Nick liberó de mis manos la botella y se rió entre dientes.
—Tengo la sensación de que me iré de aquí sin haber bebido una copa por tu forma de luchar con la botella.
—No me juzgues —farfullé, mirándolo ceñuda. Me crucé de brazos—. No soy profesional y no intento serlo.
—Eso puedo verlo —acotó y volvió a reírse.
Le di un golpe en el brazo y pasé a poner las flores en el mismo jarrón de porcelana con detalles de cenefas con cuidado y esmero, cortando primero el lazo que retenía los tallos. Di gracias a Dios porque papá y mamá hubiesen puesto de detalle las flores al presentarme el piso y hubiesen comprado un jarrón para la ocasión. De otro modo, no se me habría ocurrido ningún sitio donde colocarlas.
No pude evitar pensar que esa podía ser la escena perfecta de un matrimonio joven y rebosante de amor, disfrutando de los primeros meses de recién casados, con tiempos venideros por delante: Nick ya había abierto la botella de vino y me había servido una copa retomando la acción para él mismo esta vez. Estaba apoyado contra la encimera con aire casual, con los dos primeros botones de la camisa abiertos y me contemplaba con aire pensativo. A lo largo de nuestros encuentros (ya fueran planeados o casuales), el silencio entre nosotros había sido incómodo y perturbador, solo arrojaban más y más tensión al ambiente. En esta ocasión, sin embargo, el silencio era calmado y solícito como si ninguno de los dos quisiese interrumpir el trabajo del otro.
—Has estado llorando —afirmó, en lo que podría ser una servicial proposición de ayuda encubierta. Dejé que mi pelo, recogido en una coleta, ocultase al menos parte de mi expresión. Él no podía conocerme tan bien. Nicholas tomó aire cuando permanecí callada—. ¿Es por tu padre? ¿Has vuelto a discutir con él?
—¿Mi padre? Oh, no. No, por supuesto que no. Nos llevamos mejor que nunca —le informé, puesto que era verdad y no había peligro en ello.
Frunció el ceño, como si eso le hubiese dado una nueva idea, más desagradable. E iba descartando opciones al mismo tiempo.
—¿Es ese tal Phil, el que me presentaste en el club la otra noche? ¿Ha hecho algo de lo que vaya a arrepentirse…?
—¡Nicholas, no! Deja de hacer conjeturas, por favor. Te sorprendería saber por la de cosas que puedo llegar a llorar. La mayor parte de ellas ridículas, créeme. Y no es Phil —añadí, mirándole reprobadora, como si no tuviese opción—. Es Will.
—Muy parecidos.
—No, no lo son —empezaba a sentirme bastante irritada con su actitud recelosa, así que opté por centrarme en las flores, puestas ya dentro del jarrón, a las que trataba de poner agua. Mamá siempre decía que se mantendrían más tiempo frescas si solo llenabas una cuarta parte del recipiente y cambiabas diariamente el agua. Opté por llenarlo casi hasta arriba con sentimiento de culpa; lo último que necesitaba recordar era a Nicholas Jonas la víspera de su boda, en mi casa, regalándomelas y haciendo el papel de novio celoso de mis amigos varones—. ¿Me disculpas un momento?
Sin esperar por una respuesta, me escabullí de la cocina, pero sobretodo de su intimidante mirada, la cual no era intimidante del todo, pero dado mi diminuto atuendo, así me lo parecía. Rápidamente me saqué el fino batín que ya no me parecía ser nada apropiado.
Troté hasta mi habitación y rebusqué en el armario hasta encontrar una fina chaqueta que hasta el momento no me había servido para nada y agradecí a Dios por el momento en que la puse en mi maleta. Tomé una bocanada de aire y lo expulsé lentamente tratando de infundirme valor para enfrentarme a Nicholas. Por alguna razón, sabía que jamás me acostumbraría a aquella sensación placentera de verle porque detrás de todas ellas estaría la angustia del evidente momento en que lo perdería. Había descartado todas las opciones pero una parte de mí deseaba que el día en que volviera a Los Ángeles, pudiera toparme con él a pesar de nuestras situaciones sentimentales. Por encima de mis sentimientos hacia él, o mis constantes contradicciones sobre qué hacer al respecto en lo que a Nicholas se refería, le tenía aprecio, a pesar de no estar dispuesta a ver cómo daba su paso más importante por obvias razones.
Traté de inculcarme calma y me armé de valor para enfrentarlo, esta vez sí, una última vez.
Salí a su encuentro de nuevo sorprendiéndome por cómo el aire se quedaba atorado en mis pulmones con tan solo verle allí plantado. Le encontré frente a las amplias ventanas, observando tranquilamente lo que ocurría fuera pero encerrado en la quietud de mi hogar temporal. Estaba inmaculadamente guapo con su aspecto casual y unos pantalones granate que a otro hombre no le habrían encajado como a él, le sentaban magníficamente bien combinado a la perfección con una clásica camisa blanca y una americana gris de tonalidad oscura.
—Son unas vistas impresionantes.
—No sabía que me habías oído venir.
Su cuerpo tembló en una risa silenciosa y me ofreció mi vaso de vino.
—Gracias.
—No eres tan sigilosa como crees.
—Vaya, acabas de hacer añicos todas mis esperanzas.
Volvió a reírse de nuevo pero cuando me miró estaba serio.
—¿Por qué le dijiste a tu conserje que me mintiera?
—¿Qué? —balbucí. Estaba sorprendida. Luchaba a conciencia para que mi mandíbula no se desencajase de mi boca.
—Por alguna razón que no sé si estoy dispuesto a saber, el hombre me juró y perjuró que no estabas en casa. Asumo que debiste darle órdenes de decirle que no estabas para mí —su voz era tranquila, y aun así podía notar que estaba dolido conmigo por mi decisión.
—¿Quién te lo ha dicho? —me aventuré a preguntar lentamente, ya sin negarlo.
—Nadie —dijo y tomó un sorbo de su¡ copa prolongando mi agonía a propósito—. Sólo tuve que cruzar la calle y mirar hacia arriba para verte en la ventana. Lo demás lo supuse. Y tú acabas de confirmármelo.
—Entonces, ¿cómo lograste entrar?
Automáticamente mi mano dirigió la copa hacia mis labios; se me había secado la boca. Quizá era por la combinación fatal de Nicholas, su perfección y su agudo sexto sentido que, al parecer, poseían algunos hombres también. ¿Cómo iba a salir indemne de esta si empezaba a hacer preguntas? ¿Cómo iba a responder sobre la marcha si cada palabra que salía de sus labios me quitaba el aliento?
—Me colé —reconoció y se quedó mirando el suelo bajo sus pies—. No es algo de lo que esté extremadamente orgulloso, he de decir. Al parecer alguno de tus vecinos tenía problemas con la llave de paso del agua de su apartamento y cuando entré yo el conserje de tu edificio tenía prisa cuando le dije mi nombre y le expliqué que era amigo tuyo. Supe que me había reconocido por aquél día en que vine recogerte para nuestra cita y el hombre hizo poco para disimular una mueca de fastidio en la cara. Me despachó del vestíbulo acompañándome hasta la puerta diciéndome que no estabas y que no sabía cuando volverías y que, además, era un poco tarde para visitar a una señorita. Así que salí sin más remedio del edificio y simplemente opté por hacer lo que había ido a hacer; tomar el aire, dejar de pensar. Me senté en un banco del parque de ahí abajo, y… te vi.
—Vaya, sí que tienes vista de lince —bromeé sin llegar a reírme. Nicholas ni siquiera se inmutó y siguió relatando.
—Asumo que no has salido del edificio y eso me hace atar cabos y creer que no querías que supiera que estabas aquí. Así que ahora, te agradecería, por favor, que me explicases el motivo y dieras algo de luz a mis conjeturas.
—No puedo. No me preguntes por qué. Simplemente, no puedo decírtelo.
—Cass… —empezó y yo sacudí la cabeza, deteniendo lo que sea que fuera a decir, logrando mi propósito: haciendo que dejara de hablar. No confiaba en mí en su presencia, si seguía insistiendo acabaría por confesar todo y humillarme a mí misma.
—Nick… Creo que deberías irte.
—¿Qué?
—Por favor.
Por el rabillo del ojo pude ver como miraba el suelo mientras cogía aire y lo expulsaba ruidosamente. Se rascó la nuca mientras yo cerraba los ojos con fuerza para escuchar como pasaba por mi lado. Ya ni siquiera me quedaba el valor de verlo marchar y sin embargo, me dolía, aun cuando mi corazón estaba roto por su amor no correspondido.
—No voy a ir —se había detenido para escuchar lo que tenía que decir. También se había vuelto hacia el sonido de mi voz—. Mañana. A tu… boda. Quería que lo supieras.
Se mantuvo en silencio tal como había esperado que hiciera a pesar de que una parte de mí deseaba que dijera algo, cualquier cosa sobre lo que acababa de decir. En cambio, avanzó un paso y volvió a detenerse, girándose en mi dirección.
—Respóndeme solo a una cosa; luego me marcharé y no volverás a saber nada de mí, te lo prometo. ¿He hecho algo que haya podido hacerte daño? ¿Sin que me haya dado cuenta?
—No —murmuré con pesar, porque todo este tiempo había estado culpándole de algo de lo único que escapaba a su alcance y entendimiento; Nicholas me había enamorado desde el primer instante siendo él mismo y la culpa recaía sobre mis hombros esta vez porque él solo era el hombre en el que había proyectado todos mis sueños e ilusiones, alguien que ya tenía su vida planificada antes de que yo apareciera y me había decepcionado por el simple hecho de no actuar como yo había querido. Si él supiera… —. Desearía que así fuera. No sabes cuánto… Pero nada de esto es tu culpa.
Escuché pasos de nuevo y de pronto estaba a mi lado, conmigo entre sus brazos inclinándose hacia mis labios para besarme.
Y yo solo pude corresponderle desesperadamente.
Última edición por Kevonita el Vie 16 Oct 2015, 7:58 pm, editado 1 vez
Kevonita
Re: Never Gonna Be Alone #2
CAPÍTULO NUEVO.
66.- We’ve Got Tonight.
Todavía podía saborear el vino en sus labios, tratando los míos con amoroso cariño. Claro que yo también había bebido, pero me gustaba más el sabor en su boca al devorar la mía, al explorar con su lengua cada rincón de mi boca y desear más sabiendo que había una línea que no tenía que cruzar porque él se arrepentiría por la mañana y yo acabaría con un corazón irreconstruible cuando me dijera que todo había sido un error y que no debería haber pasado.
Nuestros cuerpos se unían, correspondiéndose en los lugares correctos deseando más y más, siendo complacidos por cada pequeña caricia que nuestras manos creaban en el cuerpo ajeno.
Mis manos, sobre su pecho, sentían el acelerado latido de su corazón. Las suyas capturaban mi cara junto a la suya, mis labios pegados a los suyos, queriendo hacer eterno este momento.
Me separé repentinamente de él. No quise poner mucha distancia entre nosotros, solo le di un empujoncito suave lo suficiente para ver sus ojos del color del chocolate fundido y caballerosamente él se apartó sin objetar. Rápidamente empecé a echar de menos el calor de su cuerpo pegado al mío.
Nos contemplamos un instante, recuperando el ritmo de nuestras respiraciones y Nick sonrió. Me sonrió adorablemente y el momento era tan perfecto que mis ojos se llenaron de lágrimas cuando su risa me sacudió con calidez desde mi frente donde plantó un tierno beso para luego mirarme directamente.
—No llores. No puedo soportar que sea por mí y no saber cómo consolarte y arreglarlo, Cassie…
Negué con la cabeza.
—Es solo que… No soy yo. Y estoy segura de que este tú, no eres tú —balbuceé sonando a juego de palabras. Me mordí el labio inferior y mi boca capturó toda su atención.
Con otra tierna sonrisa, me atrajo hacia él de nuevo y me dejé llevar por sus labios, que se encontraron desesperadamente con los míos. Con un movimiento tremendamente dulce que hizo que mis pies hormigueasen por la sensación, Nick deslizó su lengua por mi labio inferior, abriendo mi boca y trazó con avidez un camino hasta la mía. Gemí en su boca; aquél no había sido su único movimiento: sus manos, que se habían transportado a mi cintura, me apegaron más a su cuerpo.
Abandonó mi boca besando tentadoramente y trazando un camino perfecto de pequeños besos hasta mi lóbulo que mordisqueó suavemente y me derritió contra su musculoso cuerpo al mismo tiempo que sacaba todo el aire de mis pulmones.
—Ah…
Me mordí el labio mientras le dejaba más acceso al contorno de mi cuello suspirando entrecortadamente.
—Maldita sea, Cassie —farfulló con la voz ronca; apenas podía distinguirle cuando lo miraba, abrumada por el placer—. Me estás volviendo loco…
Ése era también el pensamiento que estaba produciendo en mí, pero todavía seguía demasiado mareada por las intensas sensaciones que me hacía sentir y que, al parecer, no estaba dispuesto a acabar todavía; sus labios trazaron un contorno por mi mandíbula cambiando indiscretamente el rumbo hacia mi cuello que le ofrecí desvergonzadamente para que siguiera torturándome sin piedad. Pronto la ropa comenzó a sobrar de nuestros cuerpos y Nick deshizo el nudo de mi bata con manos ágiles y expertas y deslizó la prenda por mis brazos, finalmente lanzándola a un lado que poco nos interesó mientras yo seguía siendo su centro de atención.
Era delicado con un toque de rudeza que parecía impropia de él pero que a la vez solo me excitaba más a la par que sus labios descendían por mi clavícula con intención de ir más abajo pero sin atreverse todavía. Cogió mi cara entre sus fuertes manos repentinamente, obligándome a mirarle a los ojos: sus pupilas estaban dilatadas, su boca deliciosa y sensualmente hinchada por los besos que habíamos compartido, había algo tan erótico y excitante en descubrir esa parte de él…
Sus manos, era como si estuvieran en todas partes a la vez mientras sus labios no dejaban que pudiese escapar. Tampoco lo quería.
Sus dedos treparon por mi columna vertebral, provocándome una descarga tan excitante que tuvo que aferrarme a su cuello para no perder el equilibrio.
—Dios mío, Nick —murmuré, perdida en sensaciones que jamás creí posible sentir. O que existiesen.
—Cassie… —farfulló, pero pude atisbar algo de urgencia y ruego en su voz, desesperación—. Cassie, quiero esto. Te quiero a ti. ¿Entiendes lo que quiero decir? Te necesito.
Quise buscar alguna señal de arrepentimiento en sus ojos, en sus gestos, en cualquiera otra parte y todo lo que pude hacer fue besarle. Besarle para que, si hubiera un resquicio de duda en él, ésta se disipara y al final fuera completamente mío.
El oxígeno dejó de entrar de repente en mi organismo o quizá solo era yo la que contenía el aliento, no estaba segura de ninguna de las dos cosas, solo sabía que quería corresponder a Nicholas de la misma manera que él deseaba que lo hiciera porque, si eso no era lo que había esperado, ya no sabía lo que podía ser entonces.
Pero, por alguna razón, me detuve a ser crítica conmigo misma, reprochándome las consecuencias que podría tener no solo en mi vida, sino también en la suya.
—Antes… —divagué, perdida en todo lo que quería decir, en lo mucho que deseaba confesarle que esto era lo que siempre había querido al hacer el amor con un hombre que me gustase a rabiar, del que estuviera enamorada, del que amaba, como él…—. A esto me refería antes. No… No podemos. No puedes…
Sin saber cómo, sin saber de dónde había sacado la determinación, puse distancia entre él y yo porque no estaba segura de ser capaz de mantener las manos alejadas de aquél hombre que revolucionaba cada terminación de mi cuerpo solo con mirarme.
Nick era un remolino de confusión, pasión, tortura y perplejidad, todo junto y revuelto. Y, aun así, era el hombre más apuesto con el que jamás me había encontrado, hecho un desastre. Un desastre que yo había creado y eso volvía a darme como un mazo con mi pecho como diana, devolviéndome a la cruda realidad.
Avanzó en un cauteloso paso hacia mí y por seguridad retrocedí otro, alzando la mano como medida de seguridad.
—No tienes ni idea de cuánto he deseado hasta la más mínima de esas caricias desde que te conocí. He querido negarlas y he querido negarte todo este tiempo pero… no es fácil. No, no lo es, porque consigo odiarte cuando estás fuera de mi alcance y mi propósito se esfuma cuando estás aquí, frente a mí, y eso me hace ver cuán perfecto eres para mí —mi voz era solo un hilo de sonido, tomada, tratando de no romper en llanto. Mis ojos, anegados con lágrimas, recibían orden estricta de no derramar ni una gota, pero todo el intrincado sistema interior valía mucho más que una nota de advertencia y, con pesar, me veía obligada a enjuagar lágrimas con la misma frecuencia con la que detestaba que aparecieran. No me atreví a mirarle así, sintiendo como ahora todo se derrumbaba y él era capaz de verlo, algo que me habría prometido que jamás ocurriría.
A través de mi borrosa visión, percibí en sus ojos la decisión terminante de acercarse a consolarme sin importar lo que yo dijera.
—¡No! —Grazné echándome hacia atrás una vez más, tropezando sin querer con una mesilla auxiliar junto al sofá—. No te acerques. Es más de lo que puedo soportar.
—Cassie, yo no… —la desesperación y la culpabilidad cubrieron sus hermosas facciones y yo solo estaba centrada en mi dolor que parecía haberse extendido hasta dejarme exhausta física y psicológicamente—. Yo no sabía… No era mi intención…
—Claro, era obvio que no lo sabías. Y yo lo supe desde el primer momento.
—¿Desde el primer…? —se llevó las manos a la cabeza en un gesto de incredulidad y luego se frotó los ojos con cansancio.
—Todo este tiempo me he estado repitiendo a mí misma que siempre que te veía iba a ser la última vez y nada ha salido como esperaba. No sé si las coincidencias existen o si todo esto ha sido una maldita broma de mal gusto, solo sé que cada vez que te negaba por mí, por mi bien y mi propia salud mental, aparecías y todo volvía a empezar de nuevo como una maldita ruleta rusa —me sequé los ojos con rabia con el dorso de la mano. Logré tranquilizarme un poco, lo suficiente como para hablar antes de quebrarme por completo—. Podré sonar como una loca, pero esos momentos que pasé contigo me hicieron ver cómo podría ser mi vida a tu lado y ¡Dios! Era perfecto. Perfecto y monótono y podría acostumbrarme porque… porque fue más perfecto de lo que alguna vez había imaginado que sería el amor después de hacer millones de suposiciones sobre cómo debía ser. Y, maldita sea, fuiste tú. Tuviste que irrumpir en mi vida dejándola patas arriba y ahora me toca a mí hacer todo el trabajo duro. Me toca empezar de nuevo sabiendo que no voy a encontrar a alguien como tú con el que compartir las nimiedades de cada día como hice contigo por pura satisfacción, sabiendo que no va a haber nadie ahí fuera como tú —tragué saliva con dificultad, porque el simple hecho de ordenárselo a mi cerebro ya me hacía estar exhausta. Hice acopio de la última pizca de fuera que me quedaba y le miré. Y sonreí. Nick nunca había sido mío y él no tendría que estar aquí la noche de antes de su boda, consolando a la persona que le acababa de confesar que estaba enamorada de él. Debía estar dando vueltas en la cama de su habitación, intranquilo y deseoso al mismo tiempo porque la mujer de su vida aceptaría ser su compañera de viaje y amarlo frente a cualquier adversidad—. Ahora deberías entender por qué no puedo ir a tu boda. Tienes que irte. Vas a ser feliz y yo me voy a alegrar por ti y no volveremos a vernos nunca más. Así tiene que ser.
Durante lo que me pareció una eternidad, nos miramos a los ojos. Ya había memorizado sus facciones antes y era algo de lo que me iba a arrepentir en el futuro, pero me era inevitable no hacerlo ahora que estaba acostumbrada a verle, a repasar cada contorno que hubiese quedado sin ser recordado ni grabado a fuego, solo para darme cuenta de nuevo que era imposible que hubiese pasado cualquier pequeño detalle por alto. Por las noches me había descubierto analizando mentalmente cada imagen que venía a mi memoria, tratando de hacer encajar todos los detalles que había capturado la última vez que le había visto y retocando cualquier posible defecto hasta que había conseguido un retrato perfecto.
Con una cautela que salía de mi corazón cansado de su excesivo uso, me acerqué a Nick. Su aroma me invadió y me resigné una vez más. Tenía que dejarlo ir.
Apoyé mis manos en sus hombros e inmediatamente lo sentí tensarse bajo mi tacto. Ponerme de puntillas me supuso un esfuerzo enorme y entonces le di un beso en la mejilla que duró más de lo que deseaba y solo reparé en mis manos echas puños, agarrando su camisa con fuerza cuando me separé. Me obligué a deshacerlos.
—Ve —le hice un gesto con la cabeza en dirección a la puerta y sonreí alentadoramente, o eso esperaba—. Sé feliz, Nicholas.
Sin decir una palabra, se dio la vuelta y no miró atrás cuando se fue.
Admito que corrí cuando la puerta se cerró detrás de él, arrepentida por haberle dejado marchar, porque todavía me aferraba a la idea de que yo era la indicada para él. Pero no abrí la puerta. No miré por la mirilla para tener un último vistazo suyo. Me apoyé en la puerta y mi espalda se deslizó hasta que toqué el suelo y solo pude dejar salir un llanto entrecortado que me destrozó entera.
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