Breakaway (Niall Horan)

breakaway

i spread my wings and learn how to fly

—Glenn, no me voy a ir por siempre… —me susurró cerca del rostro. Su aliento, que siempre recordaría, olía a cola de cereza y a menta. Sus manos suaves, de dedos largos y uñas cuadradas; los lunares en su rostro y espalda, el rubor en sus mejillas, su inmensa sonrisa… Es lo que siempre he tenido presente. Y su voz. Él tenía una voz armoniosa: levemente rasposa, masculina y bonita a pesar de ser un adolescente. Su risa catártica y contagiosa aún me saca muchos suspiros y sonrisas. Pero era tiempo de disidir de él y aferrarme a los recuerdos tan agradables que pasé a su lado.

Con el rostro empapado de lágrimas, resoplé e hipé para recuperar el aliento. Las despedidas nunca se me habían dado bien. Pese al dolor que sentía en el pecho y el nudo tremendo en la garganta que me dificultaba respirar, tiré de las esquinas de mi boca y sonreí con la mayor sinceridad que pude. Pensando en que él estaría bien, sería feliz y conformándome con su felicidad y quizá las postales y las cartas que me enviaría de Nueva York.

—Estoy bien, Niall —murmuré con voz nasal y acomodé una sonrisa en mi rostro. Sus brillantes ojos azules, esos ojos que aún me persiguen en sueños, habían dejado de ser los halos que hacían de mi vida un mundo de colores. Él, con lágrimas contenidas y las orbes opacas, me miró por última vez antes de estallar en llanto, un llanto tan desgarrador que no hice más que imitarle y sollozar a su lado, aferrándome a su cuerpo. Nos abrazamos con tanta necesidad que mi estómago se inundó de mariposas y mis mejillas cogieron rubor.
—Perdón —susurró, alejándose de mí y pasando las manos por sus mofletes. Yo tomé el cuello de mi camiseta rosa y la utilicé de pañuelo. Sequé mis mejillas y ojos, suspirando amargamente.
—Tus padres están esperanto por ti, Niall —murmuré con voz ronca. Él cerró los ojos, recuperando el ritmo de su respiración.
—No quiero irme, Glenn —confesó.

Nuestras miradas se encontraron y el corazón se me hundió en el pecho. Dolía saber que él tampoco quería dejarme. Sonriendo tristemente, pasé el dorso de mi mano por su mejilla sonrosada y lágrimas traicioneras se acumularon en las esquinas de mis ojos. Amaba cuando sonreía con todos los dientes. Amaba cuando se ruborizaba. Amaba cuando se doblaba prácticamente hasta el suelo por las carcajadas. Amaba cuando me defendía de los chicos de la escuela, cuando me arrullaba en las noches mientras lloraba por la pérdida de papá, cuando me contaba historias graciosas, cuando me traía chocolate a escondidas… Amaba cuando me abrazaba, amaba su capacidad de desaparecer todo alrededor y hacerme sentir única. Amaba todo de él. Y aún lo amo… Muchísimo más que antes.

Regresé la mano de vuelta a mi regazo e inmediatamente volví a perderme en sus impolutos ojos azules cuando capturó mis mejillas con las suyas. Mi corazón se aceleró. El claxon del todoterreno último modelo de sus padres sonó y mis labios temblaron ante el conocimiento de su partida inminente.

No quería que se marchara.

Finalmente, en un acto sin precedentes, su boca rozó la mía y nuestra respiración se volvió superficial. Apreté los ojos juntos, sintiendo el calor de mis mejillas viajar hasta la punta de las orejas y fruncí los labios, en busca de algo más que un simple toque. Niall inclinó ligeramente el rostro y atrapó mi labio superior entre los suyos. Me besó con tanta delicadeza, tanta ternura y amor que lágrimas traicioneras rodaron por mis mejillas hasta perderse entre la unión de nuestras bocas. Enredé los brazos en su cuello y lo besé con toda la inocencia que una chica de quince años tenía.

Nos separamos, con la respiración agitada, los ojos llorosos y brillantes. Niall adquirió un rojo más oscuro en las mejillas cuando me acerqué a sus labios rosados y deposité un último beso sobre ellos.

—Te amo, Glenn Martin —pterodáctilos suplieron a las mariposas y solté una vergonzosa risa nerviosa y aguda. Cubrí mi boca con ambas manos y me acerqué a su oído.
—Te amo también, Niall Horan —besé su mejilla y suspiré aún cerca—, siempre —susurré.

Nuestros rostros se partieron en dos con las bobas sonrisas y nos pusimos sobre nuestros pies. Alcé el rostro, echándolo ligeramente hacia atrás y me perdí por última vez en aquellos ojos perfectos que ni un ser humano en la faz de la Tierra poseía. Enredamos nuestros brazos alrededor del cuerpo del otro y tallé mi mejilla contra su pecho, sintiéndome por última vez en el hogar al que siempre pertenecí y ahora añoro. Finalmente, tomados de las manos, caminamos hasta la entrada de la hacienda. Apreté su mano por última vez y Niall se montó en el asiento trasero, bajó la ventanilla y cogió el colgante que mi Nana nos había obsequiado. Tomé entre mis pequeñas manos la mitad del yin yang y mis ojos volvieron a humedecerse.

—Nos volveremos a ver Glenn, te juro que volveremos a encontrarnos —sonreímos a pesar de las lágrimas escurriéndose sobre nuestras mejillas y asentí febrilmente, sintiendo ya el vacío en donde se encuentra el corazón. Aferrándome a sus promesas y a la ilusión de volver a encontrarme con Niall Horan. El único chico al que había amado y al que siempre amaré.
—Te amo Niall —susurré y agité la mano libre, despidiéndome. El hizo lo mismo y achicó los ojos intentando escapar de las lágrimas.
—Yo más, Glenn… Te extrañaré —el coche comenzó a andar sobre el camino de terracería y corrí a su lado, con un dolor indescriptible en el pecho y llorando como hacía algunos meses había llorado por Albert Martin. Su cabeza se asomó por la ventanilla y continúe corriendo tras el coche, llenándome de tierra y sollozando como nunca. Gritó muchas veces que me amaba hasta que los mismos se desvanecieron en la distancia y se perdieron entre la vereda de árboles que abren camino a la carretera. Tiré de mis rodillas al suelo y cubrí mi rostro con las manos, tratando de ser un poco menos miserable. Sabía en ese momento, que el pequeño Niall James Horan Gallagher jamás se saldría de mi corazón y siempre viviría en mis recuerdos.

—Hija, ¿me echas una mano por aquí? —escucho la voz estridente de mamá en la lejanía. Parpadeo, alejando la humedad de mis ojos y me pongo de pie, sacudiendo el polvo de mis vaqueros. Troto sobre las escaleras de la entrada principal y atravieso el portal, escuchando esta vez más alto y molesto el grito de mamá pidiendo ayuda.
—¡Ya voy! —grito con una sonrisa en la cara, negando con la cabeza y dirigiéndome al casón.

Mamá está montada sobre una de las ornamentadas sillas de madera del comedor principal, pasando el plumero sobre uno de los enormes muebles de madera lustrosa y cara. Lynda Martin es una señora pequeña de estatura, ligeramente rechoncha, de mejillas siempre rosas, sonrisa amigable, pizpiretos ojos grises y cabello corto teñido de color miel.

Suelto una carcajada en cuanto la veo y ella me observa desde arriba, intentando pero fallando fulminarme con la mirada.

—Deja de reírte a mis expensas y móntate que tengo que limpiar este… maldito —murmura como queriendo no decirlo y se baja de un salto— mueble.
—Deja de intentar maldecir y expresarte con malas palabras —pongo los ojos en blanco y me subo a la silla, cogiendo el plumero de las manos de mamá y limpiando eficazmente la zona polvorienta—. Cada que intentas ser ruda terminas de rodillas en la capilla rezando el rosario y pidiendo perdón por ser una pecadora —escucho su risita reprimida y me da un ligero azote en el trasero.
—Cállate, niña, y ponte a limpiar el resto que tu pobre y enana madre no alcanza esa magnitud de alturas —resopla divertida y se va tarareando no sé qué a la cocina. Me río por última vez y continúo con la limpieza.

Mi mamá es genial. La amo más que a mi vida. Después de que papá falleciera por un repentino ataque al corazón, dejándonos solas a mí, a ella y a LeAnn —la menor de los Martin—, se hizo invencible. Lloramos mucho, sufrimos aún más, pero ella se las ha sabido apañar por su cuenta para que a mí y a mi hermana no nos falte nada.

LeAnn es un tanto exasperante y suele estar de mal humor. Cuando está de buenas no sabes qué es mejor: que tenga su cara de perro rabioso o esté jodiendo como una hiena. Exige más de lo que mamá puede y ella, con tal de hacer feliz a la pequeña llena de hormonas y pubertad, la consiente. Tiene más ropa que buenas notas —toda ella de marca reconocida—, aparatos electrónicos de última generación y ese tipo de modas tontas que la sociedad ha adoptado en la actualidad.

Con gotas de sudor bajando por mis sienes, suelto una bocanada de aire y me siento en el lugar donde mis pies estuvieron antes. El clima de Texas es nocivo para la salud; bueno, eso es muy extremista… Pero hace un calor de los mil demonios. Atender el campo y mantener limpia una de las haciendas más reconocidas en todo Silver Spur no es una tarea sencilla. Pero mamá es algo así como el capataz de aquí. Emma Horan depositó su entera confianza en ella cuando papá falleció y mi madre quiso hacerse cargo de la hacienda.

Este es el hogar de la carne de res más deliciosa y de buena calidad en todo Texas y Estados Unidos. Además, de aquí salen cargamentos de leche y una gran variedad de frutas y verduras, mismos que hacen que los Horan ganen dinero a borbotones y vivan como reyes en el centro de Manhattan.

Suelto un suspiro de frustración.

Odio amar a Niall. Han pasado largos y tortuosos seis años desde que se fue muy lejos de mí. Pero aún puedo sentir su beso en mis labios, sus brazos en mi cuerpo y su intensa mirada en la mía. Está bajo mi piel y, a mis ya veintiún años de edad, no he dejado que otro chico supla el lugar de mi amado. Mientras las chicas de mi edad salen de juerga por las noches, se emborrachan y tienen sexo como si fuera una religión, yo mantengo los ojos en mis libros, estudiando, ayudando en el mantenimiento de esta casa y tratando de ser feliz junto a mi pequeña familia. Así es la vida y así quise ser desde el primer instante en que salí del útero de mamá.

Echo mi halo de cabello castaño oscuro a la espalda y llevo la silla de regreso al comedor, sacudiendo con el plumero la tierra que desprendieron mis Chucks y guardando dicho material en el cuarto de limpieza. Me inclino en la entrada de la cocina, cogiendo el marco de la puerta entre mis manos y observando a mamá revolviendo en una hoya. Huele a estofado de res con vegetales.

Mi favorito.

—Mamá, iré a dar un paseo con Dolly a los alrededores —Lynda vuelve el rostro con una sonrisa tierna, camina hacia mí y se pone de puntillas para plantarme un beso en la frente.
—Ten cuidado —suspira y nos abrazamos ligeramente.  Acomodo una sonrisa en el rostro y parto directo a las caballerizas.

Dolly fue mi primer yegua. Papá la compró para mí cuando recién cumplí los catorce años. Acaricio la zona detrás de sus orejas y me pego a su hocico, dándole cariñosos besos sobre su pelo color caramelo. Ella me hace sus tiernos sonidos y pongo la silla de montar en su lomo. Me monto en ella y cabalgamos a paso suave rumbo al monte, donde el césped brilla por el sol y el aire golpea de lleno en mi rostro. Descansamos debajo de la copa de un enorme almecino y observo al sol esconderse detrás de los cerros y al cielo opalescente coloreándose de rosados, naranjas y lilas. Por primera vez en mucho tiempo siento ese cosquilleo de serenidad y me empapo con la imagen de la puesta del sol.

Dolly y yo recorremos el largo sendero de terracería donde una vez correteé el auto del chico que amo y una sonrisa triste se acomoda en mi cara. Atravesamos el “Bienvenido” —que es un arco de acero con letras esculpidas entre dos líneas curvas— y levanto el rostro, encontrándome con un lujoso BMW color plata estacionado frente a la escalinata de la casa. Frunzo el ceño y me acerco poco a poco, con el corazón retumbando como loco en el pecho.

De pronto, una cabeza rubia aparece en lo alto de la escalera y unos luminosos ojos se encuentran con los míos.

Es él.

Lleva el cabello despeinado. Su pelo no es igual de claro, pero mechones rubios y castaños bailan sobre su cabeza de mandíbula cuadrada, pómulos altos, cejas pobladas y nariz prominente. El corazón me sube directo a la garganta y me odio por no llevar nada de maquillaje —a pesar de no saberlo utilizar— ni una camiseta más linda. O el cabello limpio y arreglado. Suspiro y bajo de Dolly, rogándole que no se vaya.

El Niall que está como estatua sobre la loseta de las escaleras no es muy parecido al que vive en mi memoria. Este Niall luce como un artista de la televisión. No es el mismo niño con cara de bebé y travesura. Pero es condenadamente caliente como el infierno.

Lleva bonitos y finos pantalones de mezclilla que caen por sus caderas. Zapatillas Vans negras y una camiseta de algodón de cuello V del mismo color. Bíceps abultados, hombros anchos y cintura estrecha se esconden debajo de una fina tela. Mis mejillas se colorean con un fuerte rubor carmesí y sonrío con todos los dientes. De pronto, ambos corremos a los brazos del otro: él bajando los escalones y yo atravesando el tramo, hasta que nos encontramos a unos metros de su coche y nos fundimos en un abrazo.

Huele delicioso.

Huele a Niall.

Paseo mi nariz por su pecho y cuello y noto el agradable olor a colonia cara y su humor, el mejor aroma en el planeta. Sonrío contra su camiseta y refuerzo mi agarre en su espalda, sintiendo músculos que antes no había moverse con flexibilidad debajo de mis antebrazos.

—Glenn —susurra, escondiendo la cara en la curva de mi cuello y depositando castos besos en la zona sensible de mi oreja. Comienza a repartir un sendero de besos hasta mi mandíbula y mejillas, hasta que nuestros rostros quedan a escasos centímetros de distancia y sus claros ojos azules me miran con amor. Ese mismo amor que hubo cuando dijo por vez primera que me amaba. Sonrío bobaliconamente y él me muestra el hoyuelo en su mejilla izquierda.

Al fin regresó.

Su voz ha adquirido un tono grave y profundo, el hoyuelo en su barbilla se ha pronunciado y su boca luce mucho más llena. Su boca con esos labios que se llevaron mi primer beso. Vuelvo a ruborizarme con violencia y aprieto mis brazos alrededor de él, paseando mis manos desde su cintura hasta enredarlas en su suave cabello rubio.

—Te extrañé jodidamente mal, Glenn —cierra los ojos y apoya su frente en la mía, respirando de manera superficial. Relamo mi boca y muerdo ligeramente mi labio inferior, observando de cerca los rasgos suaves de su rostro, como de príncipe encantador.
—Te tardaste mucho en regresar, Niall —le digo en voz baja, perdida en el vaivén de su pecho contra el mío. Suple la frente por su boca y me da un beso, aplastándome contra su cuerpo.
—Estás hermosa —murmura, y vuelvo a ruborizarme—, soy un afortunado, ¿a que sí? —se ríe ligeramente y mis ojos se empañan. Oh, cómo extrañé esa melodía. Me río también y lo aprieto contra mí.
—Estás muy guapo —murmuro también y sonrío contra su pecho, los casi inexistentes vellos dorados de sus pectorales haciéndome cosquillas en la mejilla—, mi pequeño Niall —susurro, y siento su sonrisa sin verle el rostro.
—Dime, por favor, que no sólo yo estuve muriendo en la distancia y que me extrañaste tanto como yo a ti —su voz suena tan desesperada y sincera que comienzo a reír. Cuánto le amo—. No sabes lo mucho que te amo, dulce Glenn.

¡Me ama!

—Niall —farfullo, borracha de felicidad—, te amo como a nada en este mundo, siempre te amé —suspiro, tragándome el nudo en la garganta.
—Te amo —repite en un susurro, alejándose brevemente de mí y conectando su mirada con la mía—, extrañé tanto estos bellos ojos grises —murmura, con su aliento haciéndome cosquillas en la cara.

Menta.

Su mano, mucho más grande y masculina que antes, se posa en mi mejilla y su brazo se enreda en mi cintura, con sus dedos curiosos haciéndome cosquillas en la carne desnuda del bajo de mi camiseta de franela. Sonrío, cerrando los ojos y chocando mi boca contra la suya. Las mariposas renacen, expandiéndose y multiplicándose dentro de mí, y el sentimiento de plenitud explota en mi pecho como una botella de champagne. Me pongo de puntillas, sujetándome de su hombro y cogiendo cabello de su nuca.

Sonreímos.

—Te amo, Glenn Martin —susurra sobre mis labios—. Te amaré siempre.