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NO ME OLVIDES ♥ JOE Y TÚ (Adaptación)
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: NO ME OLVIDES ♥ JOE Y TÚ (Adaptación)
sigueeeeeeeeeeee
pasa por mis novelas son hermosas historias
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anasmile
Re: NO ME OLVIDES ♥ JOE Y TÚ (Adaptación)
Capitulo 5
24 de Septiembre
Querido Diario:
Papá y mamá todavía no han llegado, de modo que aprovecho estos minutos para escribir algunas líneas. Estoy en una encrucijada. Nathan me gusta de verdad, pero detesto que crea que soy una persona que en realidad no soy. Quizás deba confesar la razón por la cual trabajo en Lavender House. Pero…tal vez no. Por otra parte, no quiero que piense que estoy mintiendo… O sea, no se puede decir que estoy mintiendo exactamente cuando lo único que he hecho es omitir explicar un asunto personal. ¿Será así? Oh, ¿A quien trato de engañar? El que calla otorga, de modo que estoy mintiendo de todas maneras .Sin embargo, me gusta mucho. Al lado de Nathan, Todd parece un chiquilín. Y no porque no sea agradable. Lo es. Pero lo máximo que ha hecho en su vida laboralmente hablando, es formar parte de la tripulación en el yate de su primo. Creo que voy a esperar a que Nathan y o nos conozcamos un poco más antes de revelarle toda la verdad. ¿Porqué la vida es tan complicada? Por fin conozco a un tipo increíble, y termina metida en un lío.
— _____ — gritó su madre desde abajo —, ya llegamos, baja tu padre quiere hablar contigo.
_____ frunció el entrecejo. Aquellas palabras sonaron ominosas. Arrojó su diario en un cajón bajó corriendo.
— Hola ¿Qué tal el club? — preguntó al entrar en el living. Su padre estaba parado frente al hogar, y la madre sentada en el sillón.
— Muy bueno — respondió el padre — ¿Qué tal la biblioteca?
―Oh, Santo Dios — pensó _____ — me pescaron cenando con Nathan‖
— Oh, bien. Terminé el resumen del libro y tomé algunas notas para mi examen de historia. _ Estaba realmente nerviosa. Aunque no había faltado a la verdad, su respuesta parecía falsa.
— Bien — Gerald se dirigió al sofá para sentarse junto a su esposa — Nos gustaría hablar contigo.
— ¿Acerca de qué? — preguntó _____.
— Acerca de ese lugar en el que estás trabajando. Lavender House. — Hizo una pausa — _____, ese no es un hogar de ancianos. Joe Martell está en el directorio y me dijo que es un hogar para enfermos terminales.
Decidió hacerse la tonta.
— ¿Y?
— ¡Y! ¿Es todo lo que tienes que decir? — Protestó su madre — Estás trabajando en un hogar para enfermos terminales y ni siquiera nos has avisado.
— No me pareció importante. No encuentro demasiadas diferencias entre un hogar para ancianos y un hogar para enfermos terminales.
— ¡Que no hay demasiada diferencia! — Eileen meneó la cabeza — No seas ridícula. La gente va a esos establecimientos a morir.
— También se mueren en los hogares de ancianos.
— Pero muchos siguen viviendo — Refunfuñó la señora McNab — Tienes diecisiete años. La gente del Departamento de Libertad Condicional no tiene derecho a confinarte en un lugar así. Podría ser terriblemente perjudicial para tu salud emocional.
Decidió recurrir a otra táctica.
— Por tu actitud, parecería que yo soy la culpable de eso. — dijo a la defensiva — Si mal no recuerdo, hace pocos días tú y papá opinaban que yo me merecía el peor de los castigos. ¿A qué viene tanto escándalo ahora?
Sus padres intercambiaron miradas de culpa.
— Sea cual fuere la impresión que te llevaste en ese momento — Acotó su padre por fin — De haber sabido que Lavender House era un hogar para enfermos terminales y no un simple geriátrico, habría removido cielo y tierra para obligar al Departamento de Libertad Condicional a que te transfiriera.
— Tú estabas conmigo cuando dictaron la sentencia — señaló _____.
— Oh, lo hecho, hecho está. — Comentó Eileen de inmediato. — La cuestión es que un hogar para enfermos terminales no es un sitio apropiado para una chica de diecisiete años.
— Pero, mamá — se esforzó por mantener un tono sereno — me gusta trabajar allí.
— Poco me importa si te gusta o no — Se levantó del sillón de un salto y comenzó a caminar de aquí para allá por el living. — a tu edad es poco saludable estar expuesta a la muerte en forma permanente. Vaya, sólo mírate al espejo.
— No veo nada malo en mí.
— Pero te ha afectado — se detuvo frente al hogar, se dio vuelta de repente y miró ceñuda a su hija — Mírate. No te alimentas bien, estas deprimida, y vaya a saber que enfermedades corres el riesgo de contraer en ese lugar.
_____ tragó saliva. Rayos, todo esto era culpa suya. Si ella no hubiera pasado tanto tiempo haciéndose la deprimida por los rincones, sus padres no estarían sermoneándola por lo de Lavender House. Bueno, sin todo ese teatro, sus padres tampoco se habrían fastidiado tanto al enterarse de que en realidad se trataba de un hogar para enfermos terminales. Ahora tendría que controlar seriamente los daños causados.
— Debo reconocer que en un principio estaba bastante deprimida — comenzó con cautela — pero, por sobre todas las cosas, fue por el hecho de que me hubieran arrestado. Mi fastidio no tenía nada que ver con el lugar en sí.
— ¿Tienen pacientes con sida allí? — preguntó su padre mirándola a los ojos.
_____ no se animó a mentir. Le habría muy fácil averiguarlo.
— Un par. Pero yo casi no tengo contacto con ellos.
— ¿Qué quieres decir con eso de casi?
— Que ni siquiera los veo muy seguido — respondió _____ con franqueza — Por lo general están durmiendo cuando yo llego.
— ¿Tienes algún contacto con sus fluidos corporales?
La chica suspiró. Papá estaba dispuesto a jugar al abogado.
— No — primera mentirilla. Aunque, en realidad no era una mentira en el estricto orden de la palabra. Refregar unos cuentos inodoros y lavabos no era estar en contacto con los fluidos corporales de los pacientes. Además no quería cumplir su servicio comunitario en otra parte. Y si dejaba Lavender House, no volvería a ver a Nathan, ni a Polly, ni a Joe. — Mira todo lo que hago es preparar las bandejas con la cena, algunas tareas domésticas, y visitar algunos pacientes. Sólo hay uno o dos casos de sida y esas personas están tan deterioradas, que pasan la mayor parte del tiempo en cama.
— Pero sigue siendo un hogar para enfermos terminales. — Vociferó la madre — Y no creo que te corresponda estar en ese sitio. No está bien. No es saludable.
— Cálmate querida — susurró su padre — Todo saldrá bien. Si notamos que ese sitio empieza a alterar la salud mental de nuestra hija, tomaré cartas en el asunto. Tengo conexiones en la comunidad legal de esta cuidad.
— ¿Y qué significa eso? — preguntó _____.
_ Significa que podríamos conseguir que cumplas tus servicios comunitarios en otra parte, en el Hospital Municipal, por ejemplo La miraba a los ojos mientras hablaba.
— Pero yo no quiero trabajar allí — protestó — Allí hay muchas voluntarias. Todas las adolescentes bobas del Landsdale High trabajan allí para poder coquetear con los pacientes. Lo último que necesitan es otra voluntaria.
— Ése no es el caso — interpuso su madre.
— Te sientes muy comprometida a seguir trabajando en Lavender House — observó su padre, muy serio — ¿Porqué?
_____ estaba desesperada por hacer entrar en razón a sus padres.
— Porque por primera vez en mi vida siento que estoy haciendo algo útil, que no sea ocuparme exclusivamente de mí. De acuerdo, sólo doblo sábanas, preparo bandejas con comida, y leo para algunos pacientes, pero eso es todo lo que tiene esta gente. — Arguyó — Hacer servicios comunitarios significa saldar una deuda. Estoy haciendo cosas que no tienen nada que ver con preocuparme por la popularidad que me he ganado en la escuela o por lograr calificaciones muy altas que me permitan ingresar a una buena universidad.
— A tu edad — se opuso su padre — me parece importante que te preocupes por tus calificaciones.
— No con exclusividad — replicó _____. Estaba azorada. No podía creer que estuviera discutiendo con su padre de igual a igual. Pero la situación era importante para ella, mucho más de lo que imaginaba. La idea de no volver a ver a sus amigos la hacía sentir descompuesta. —Ah, papá…Además, me gusta trabajar en Lavender House. Desde que llegué nadie ha muerto.
— Está bien, está bien — Alzó la mano pidiendo silencio — No quiero decir que ya mismo vaya a hacer algo.
— Pero, Gerald — interrumpió su esposa.
— Escucha, Eileen — continuó con serenidad — Es la primera vez que oigo a nuestra implorar con tanta pasión por algo que no sea un par de zapatos nuevos o un viaje a Palm Springs con sus amigas. Realmente estoy asombrado.
— Gracias papá.
— No me agradezcas todavía, porque sigo muy firme en mi determinación de realizar algunas averiguaciones por tu bien. Y si me entero que este lugar está afectando tu salud emocional, te sacaré de allí en menos de lo que canta un gallo ¿te parece justo?
¿Averiguaciones? ¿Sobre qué? Pero estaba tan aliviada por la postergación que no podía seguir presionándolo.
— Me parece justo — Sonrió a ambos. A Eileen de brazos cruzados, al parecer no se le había pasado la furia. Gerald le sonrió.
— Bueno, no estoy de acuerdo — masculló la mujer — En absoluto. Un hogar para enfermos terminales dista mucho de ser el sitio ideal para una adolescente de diecisiete años.
_____ estuvo preocupada toda la noche. Pensar que tal vez no volviera a ver a Nathan o al resto de sus amigos la agobiaba. Y estaba decidida a que tal cosa no ocurriera. Se sentía comprometida con Lavender House y se quedaría allí a cualquier precio. La necesitaban. A pesar de que hacía poco que trabajaba en el hogar, la falta de voluntarias y visitas era notable.
El lunes por la mañana, durante el desayuno, se sirvió cereales y tostadas en abundancia, asegurándose de que sus padres advirtieran lo mucho que había comido. Sonrió hasta que las mejillas le dolieron de tanto estirarlas y charló como una cotorra al oído de su madre en todo el trayecto al colegio. Los convencería de que Lavender House no era deprimente aunque muriera en el intento.
Una vez en el colegio, olvidó todos sus problemas y se concentro en los estudios. Si bajaba las calificaciones, sus padres lo utilizarían como excusa para trasladarla. Hasta llegó al punto de pasar la hora del almuerzo en la biblioteca a fin de adelantar parte de la tarea. Leyó los apuntes de inglés en el autobús, camino al Hogar.
Cuando entró en la cafetería, Nathan la aguardaba con un vaso de Coca en la mano.
— Hola. ¿Cómo estás?
— Bien — mintió, y fabricó una sonrisa —. ¿Diste tu examen?
Nathan asintió, observándola con detenimiento. — ¿De veras estás bien? Te noto preocupada.
Ella lo miró, atónita
— ¿Cómo te diste cuenta? Entré aquí sonriendo como una hiena
Nathan soltó una carcajada.
—Tal vez reías con los labios, pero no con 1os ojos. ¿Qué pasa? _____ debatió en silencio si convenía o no confesarle la verdad.
— Oh, sólo un altercado con mis padres — contestó, y apuró un sorbo de Coca —. El hecho de que trabaje tantas horas como voluntaria en el Hogar no los hace saltar de alegría ni mucho menos. —Tal vez tengan razón. _____ alzó la vista de inmediato. —Oye, se supone que debes estar de mi lado, ¿no?
— Lo estoy — se defendió él —. Pero hablemos claro: pasas horas muchas horas allí. ¿Tus padres se molestaron porque bajaron tus calificaciones, tal vez?
— Mis notas son buenas. — A medida que pasaban los minutos. _____ se deprimía más y más. ¿Es que no se daba cuenta de que, si no iba a Lavender House a diario no podría verlo? Por supuesto que no, pensó. ¿Cómo podía ser? Ella no le había confesado toda la verdad. Nathan no sabía que estaba castigada. Tampoco que estaba cumpliendo servicios comunitarios y que, si la sacaban de Lavender House, tendría que cumplir su condena en cualquier otro lugar, con la misma cantidad de horas. ¡Y con la suerte que tenía últimamente, lo más factible era que la mandaran a recoger basura a Hargraves Park! ¡Maldición!
— ¿Entonces cuál es el problema? — preguntó Nathan.
— Mi salud emocional. — Sonrió de muy mala gana. — Piensan que no es bueno para mí estar tanto tiempo con personas moribundas.
— Oh, sí... Entiendo a qué se refieren. Extendió el brazo hacia atrás y tomó un lienzo húmedo. ¿Cómo puedes soportarlo?
— Desde que estoy allí, nadie ha muerto — admitió. No estaba segura de cómo iba a manejar la situación cuando llegara el momento, pero sabía que no se derrumbaría. La gente muere todo el tiempo.
— Listo el pedido — gritó el cocinero. Nathan sonrió y fue a retirar la bandeja.
Después no tuvieron tiempo para seguir hablando. _____ terminó su bebida, lo saludó con la mano y se fue.
Cuando entró en el Hogar, encontró a la señora Drake sentada detrás del escritorio. Estaba tan absorta en su tarea, que ni siquiera levantó la cabeza para mirarla. _____ tuvo que carraspear para llamar su atención.
— Oh. — Sobresaltada, le sonrió. — Hola. No oí que se abriera la puerta.
— Parece muy concentrada en su trabajo. — _____ dejó su mochila en el piso.
— Estoy preparando el folleto.
— ¿Folleto?
— Para nuestra exhibición a puertas abiertas. — Meneó la cabeza y se quitó los anteojos — Solemos organizar una todos los años y siempre choco contra el mismo obstáculo: no tengo la menor idea de lo que debe decirse para lograr que la comunidad venga a visitarnos. Algunas no somos muy talentosas con las palabras... ni como dibujantes, ni tenemos la inventiva necesaria para conseguir que la gente no tire el folleto a la basura sin molestarse en leerlo primero.
— ¿Por qué hacen estas muestras? — preguntó _____. Era obvio que la presencia de tanta gente recorriendo el lugar perturbaría a los pacientes y traería toda clase de inconvenientes.
— Para recaudar fondos — respondió la señora Drake sin rodeos —. No vivimos del aire aquí.
— Pero yo creí que... — Se interrumpió. En realidad, no sabía qué creía.
— ¿Qué? ¿Que teníamos una subvención del gobierno? — La directora sonrió con cinismo y negó con la cabeza. — De ninguna manera. Recibimos donaciones privadas, de las iglesias, de grupos comunitarios y de cualquiera que escuche las súplicas de quienes están por morir.
— Oh, perdón. No me había dado cuenta.
— No te disculpes, sólo dime que sabes dibujar — le rogó la señora Drake —. Por favor, necesitamos algo bien ocurrente, algo que llame la atención para que no lo hagan un bollo y lo tiren sin leerlo.
— Vuelvo a pedirle disculpas. — _____ rió al ver la desazón de la mujer. — Puedo pintar ventanas, pero soy incapaz de dibujar. Ni siquiera una miserable casita.
— ¿Por qué no le encarga a Joe el diseño? — Sugirió la señora Thomas, que se acercaba al escritorio con una bandeja de café —. Es un joven tan talentoso, que estoy segura de que hará bellezas con ese folleto. Tal vez pueda hacer un pájaro, un arco iris o un dibujo del roble que está en el patio.
— Es una idea maravillosa. — Tal era la fascinación de la señora Drake, que parecía estar a punto de besar a la señora Thomas. — ¿Por qué no se me habrá ocurrido antes?
La mente de _____ giraba a dos mil revoluciones por segundo. Una exhibición a puertas abiertas. Podía ser la respuesta a sus ruegos. Si lograba que sus padres vinieran, que conocieran en persona el lugar, tal vez dejaran de preocuparse por ella.
— Oh, ¿cuándo es?
—El catorce de octubre — respondió la directora —. Por favor, promociónala entre todos tus amigos. Quiero que venga la mayor cantidad de gente posible.
— Y que no se olviden de traer las chequeras — agregó la señora Thomas.
Rieron las tres. Luego la señora Drake entregó a _____ una lista con las actividades para el resto de la semana. No le parecieron tan tortuosas. Tenía que limpiar los baños sólo una vez.
Ese día le tocaba hacer visitas a los pacientes y llevarles las bandejas con la comida. Guardó su mochila y subió las escaleras a toda prisa.
Llamó suavemente a la puerta de Joe.
— Pasa — bramó él.
_____ sonrió. Debe estar en un buen día. Entró en la habitación, pero se detuvo de repente. El joven se hallaba sentado junto a la ventana, con un atril ante los ojos.
— Cierra la puerta — masculló, sin levantar la vista de la pintura.
_____ cerró la puerta sin hacer ruido y estiró el cuello para poder ver su trabajo. Joe la miró.
— Bueno, no te quedes allí o te pescaras una tortícolis. Acércate y dame tu opinión.
Era ridículo, pero se sintió halagada. Cruzo la sala y se puso de pie detrás de él. Quedó boquiabierta. La pintura era exquisita.
Monse_Jonas
Re: NO ME OLVIDES ♥ JOE Y TÚ (Adaptación)
Capitulo 5 Segunda Parte
— Es un mirlo — susurró ella — Y Twin Oaks Boulevard. — De todo lo que había imaginado, fue eso lo que más la sorprendió. Joe había captado al pájaro posado sobre un cable telefónico que se extendía por encima de la parada de autobús, en la acera de enfrente. Las plumas negras reflejaban el brillo del sol que se ocultaba detrás de la licorería, el cielo tenía el color del crepúsculo, la postura del ave anunciaba su inminente vuelo. Joe había sabido capturar la sensación de calles desiertas. La oscuridad presurosa disimulaba la melancolía de los enrejados de las casas. El sol poniente echaba un manto piadoso de terciopelo sobre la calzada poceada, con aceras plagadas de basura. Una imagen inusual, inédita; habría tenido que entristecerla, pero no fue así. Más bien fue una inyección de vida.
— Y bien — preguntó él, mirando desafiante la pintura, como si hubiera esperado que peleara con él —. ¿Qué te parece? Y no me ven con ese cuento de que no entiendes nada de arte pero que sabes qué te gusta. Sólo dime la verdad.
— Es hermoso.
Joe se volvió y advirtió que ella estaba contemplando el cuadro. Oyó admiración en su tono de voz. — Para ser una rica niñita malcriada, tienes buen gusto.
— Modestia también., por lo que observo — replicó _____.
El chico apoyó su pincel y se retiró hacia atrás. Se puso de pie y se desperezó. _____ hizo una mueca. Estaba tan delgado que podía contarle las costillas sin necesidad de que se quitara la camiseta.
— ¿Te gustó el libro? — le preguntó, acercándose a la cama.
Pero no logró engañarla ni por un instante. Era obvio que estaba agotado y que trataba por todos los medios de que no se le notara. ¡Hombres! Machistas hasta las últimas consecuencias. — Me encantó. Wyndham es un autor excelente. Mejor que Asimov.
Fue como flamear una bandera colorada frente a un toro. Joe se lanzó a defender a su autor predilecto con una profunda pasión. Así comenzó el debate.
— Además — insistió él, más de media hora después — Asimov es el responsable del concepto de cerebro positrónico, un concepto — debo agregar — que han robado todas las películas y espectáculos televisivos con robots. Con sólo ver a Data, de Viaje a las Estrellas...
— Data es un androide — corrigió _____ —, no un robot.
— Detalles, detalles, androide o robot, sigue siendo el concepto de Asimov. — Hizo una pausa. — Oye, ¿te gustaría ver arte de ciencia ficción?
— Por supuesto — aceptó. A decir verdad, no sabía a qué se refería, pero ni muerta se lo iba a preguntar.
Hizo un gesto con la cabeza, señalando el armario.
— Tendrás que ir a buscarlo. Saca el sobre grande que está en el estante de arriba.
Le obedeció por pura curiosidad. El sobre era, en realidad, una de esas cajas gigantes que se usan para mandar encomiendas. Cuando se la entregó, observó que estaba muy pálido.
— ¿Estas seguro de que quieres mostrarme esto ahora? Si estás cansado, puedo volver mañana.
— Me siento bien — respondió con brusquedad, pero _____ supo que mentía. Abrió la solapa con esfuerzo y luego extrajo una pila de dibujos. Se los pasó a _____ y dijo: — Llévalos al escritorio y apóyalos para poder ver los planos.
La chica quedó asombrada. El primer dibujo era un paisaje de otro mundo o, quizá, de otra dimensión. Unos cristales, dibujados a la perfección y con gran detalle, nacían de suelo extraterrestre. Seres humanoides de luces y sombras caminaban entre joyas resplandecientes. Entusiasmada, dio vuelta el dibujo y siguió con el próximo. Eran excelentes. Hermosos, exóticos y de otro planeta. Se volvió de inmediato, para agradecerle que hubiera tenido la gentileza de compartir esas obras con ella.
Joe dormía profundamente.
_____ apiló los dibujos con prolijidad y salió de la habitación en puntas de pie. Cuando cerró la puerta, le echó un último vistazo. Se sentía culpable. No debía haberse quedado tanto tiempo de visita. No tenía que olvidar la gravedad de su mal.
En eso se topó con la señora Drake.
— Oh, hola. Justo bajaba para empezar con las bandejas de la cena.
— No hay prisa — respondió la mujer —. ¿Fuiste a visitar a Joe?
— Sí, estaba mostrándome sus obras de arte. — Advirtió que la directora llevaba en la mano el folleto a medio terminar. — Pero luego se quedó dormido.
— Entonces no lo molestaré — dijo la señora Drake. Comenzó a volverse, pero de inmediato se arrepintió y miró a _____ a los ojos. Has estado acompañando a Joe en varias oportunidades, ¿verdad?
— Sí — contestó ella, confundida por la pregunta —. ¿No es correcto? Me refiero a si ésa no es una de las tareas que debo desarrollar en la institución.
— No te preocupes, por supuesto que es correcto. Me alegra que Joe pase su tiempo con gente joven. En estos momentos necesita una amiga.
_____ vaciló.
— ¿Ninguno de sus amigos viene a visitarlo? — En realidad no era un asunto suyo, pero la curiosidad la estaba matando.
La señora Drake frunció los labios y meneó la cabeza.
— Como no pueden manejar la situación, han optado por poner distancia. Alguna que otra vez recibe una carta o una tarjeta de sus viejos amigos, pero eso es todo.
— Es tremendo — comentó la chica.
— A decir verdad, no — dijo la directora —. La muerte asusta a la mayoría. Y Joe se está muriendo. Ni siquiera su novia viene a verlo.
— ¿Novia? — _____ experimentó una sensación rara en la boca del estomago. — No sabía que la tuviera.
— Ya no la tiene. — Suspiró. — Pero la tenía cuando llegó aquí. Pobre Joe, estaba loco por ella. Cuando empezó su cuesta abajo, la muchacha dejó de venir.
— ¿Cómo se llamaba? — Sabía que se estaba comportando como una chismosa.
— Creo que Karen, Connie o algo por el estilo. — Miró a _____, estudiándola en silencio. — Me alegra que tú y Joe hayan hecho buenas migas, sólo Dios sabe cuánto necesita tener alguien a quien aferrarse. Pero no quiero que olvides algo muy importante.
— ¿Qué? — _____ la observó con cautela. Si estaba por endilgarle uno de esos plomazos respecto de que ella y Joe pertenecían a núcleos sociales totalmente distintos, podía ahorrar saliva. Su interés por Joe Jonas sólo era platónico.
— Joe está por morir.
— Ya lo sé.
— ¿De veras? — La directora sonrió con tristeza. — Lo dudo.
— Por supuesto que lo sé — insistió _____ —. Esto es un hogar para enfermos terminales.
— Correcto. Por lo tanto, no habrá transplantes de corazón ni posibles milagros. Pronto Joe ya no estará entre nosotros. Sólo quiero que lo comprendas. — Se volvió y se alejó por el pasillo.
— Señora Drake — la llamó _____ —. ¿Cuánto tiempo le queda? — Sabía que ya había hecho esa pregunta, pero quizás… A lo mejor, en esta ocasión recibía una respuesta que le gustara un poco más.
La directora se detuvo pero no se volvió para mirarla.
— No lo sabemos. Una semana, un mes, dos meses. Ciertas cosas, _____, quedan simple y sencillamente en manos de Dios.
_____ archivó las palabras de la señora Drake en un rincón de su memoria. Se convenció de que no tenía sentido machacar sobre algo que no podía cambiar. Estaba buscando una caja de libros en el interior de su guardarropa, cuando sus dedos rozaron un cartón. Tiró de la caja y abrió las tapas.
Sonrió satisfecha. Desde el verano anterior no veía su colección de libros de ciencia ficción. Empezó a revolver entre los volúmenes, buscando algo que pudiera interesar á Joe. Descartó dos de ellos, de Philip K. Dick, media docena de novelas de Viaje a las Estrellas y varios títulos de Harrison, hasta que encontró lo que buscaba.
Sonó el teléfono. Como pudo, _____ se puso de pie y tomó el auricular.
— Hola.
— Hola, _____. Habla Nathan.
— Nathan, ¿qué tal?
―Tranquila, _____, tranquila. No querrás espantarlo, ¿verdad?‖
— No tuvimos mucho tiempo para conversar hoy — continuó él —. Y quería saber como iban tus cosas.
— Oh, bien. — Se apartó un mechón de pelo de la cara. — Aunque ahora estoy en una nube de polvo. Acabo de sacar unos libros viejos de mi armario. — La frase sonó patética. — Yo… pensaba llevarlos a Lavender House.
— ¿De qué tipo?
— ¿Qué cosa de qué tipo?
— Los libros. ¿De qué género son?
— Ciencia ficción. — Esperó algún comentario despectivo.
— ¿Tienes alguno de Robert Heinlein? — preguntó él, entusiasmado.
_____ sonrió. Gracias a Dios, Nathan era un amante de la lectura.
― No. No me gusta mucho ese autor, pero tengo algunos de Harrison, de Asimov y muchos otros. Te los llevaré al bar antes de dejarlos en el hogar. Puedes verlos y quedarte con los que quieras. Cuando los termines, los llevaré a Lavender House, ¿de acuerdo?
― Fantástico. ¿Cómo los llevarás? No pensarás cargar semejante caja en el autobús, ¿no? La sonrisa de _____ se esfumó.
― Iba a pedirle a mamá q me llevara. Mañana no trabaja. ― Era la verdad. Había planeado pedir a su madre que la llevara a su trabajo, con la caja incluida. Todo formaba parte de la campaña para lograr que sus padres desistieran de su intención de transferirla a otro lugar.
― ¿Qué tal si yo paso a buscarte? ― Sugirió Nathan ―. Mañana mi madre me prestara su auto. Podría pasar por el colegio y llevarte al hogar.
El pánico se apoderó de _____. No había nada en el mundo que deseara mas que aceptar, pero no podía arriesgarse a que él estuviera cerca de cualquier persona enterada de que la habían arrestado y que estaba cumpliendo servicio comunitario. Su adorada amiga Jennifer no se perdería semejante ocasión.
― Pero si hacemos eso, yo tendría que cargar con los libros hasta el colegio ― señaló ―. Además, la caja es tan grande que no entra en el armario del colegio.
― Podríamos pasar por tu casa y recogerlos dijo él.
Ahora si que estaba muerta de miedo. Maldición. Sabía que, si Nathan iba a su casa, mamá Eileen lo echaría todo a perder.
― Gracias de todas maneras ― le dijo ―, pero lo cierto es que mamá quiero conocer Lavender House. Nunca ha estado allí.
― De acuerdo ― dijo él ―. ¿Te veo en el bar mañana?
― Claro. ¿No quieres echar un vistazo a los libros?
Nathan se río.
― Bueno, me gustaría verte todos los días. Hizo una pausa. ¿Tienes planes para el sábado a la noche?
― Eh… yo… ― ¡Santo Dios, Nathan estaba a punto de invitarla a salir y ella seguía castigada!
Pero tenía que haber una manera. Se devanó los sesos tratando de recordar si su madre había mencionado algo respecto de que tenía que salir con su padre ese día. ― En realidad, no.
― ¿Te gustaría ir al cine? ― preguntó.
_____ inspiró profundamente. Tenía que haber una manera. La encontraría aunque fuese el último que hiciera en su vida. Si sus padres se apiadaban de ella y le levantaban el castigo… Si se negaba, tal vez nunca más la invitara a salir.
― Me encantaría.
― Estupendo. ¿Te gustan las películas extranjeras?
― Nunca vi ninguna ― reconoció ―. No, espera. Sí, una película francesa por cable, la semana pasada, ¿Por qué?
― Porque dan dos películas en el Art Cinema de Ventura y pensé que tal vez te gustara verlas. Ambas son francesas. Soy una especie de fanático de las películas extrajeras ― agregó con cautela ―. Pero si te aburren, podemos ir a otra parte.
_____ estaba en el mejor de los mundos. Habría sido capaz de aguantarse un documental sobre el ciclo vital de los helechos con tal de estar con Nathan.
― No es mala idea. Me gustaría ver qué tal son las películas francesas.
Conversaron un rato más y luego cortaron. _____ se quedó con la vista clavada en el teléfono, pensando en el modo más efectivo de hablar con sus padres.
En aparato volvió a sonar. Tanto la sorprendió la llamada, que se sobresaltó. Esta vez era Jennifer.
Durante diez minutos tuvo que soportarla cotorreando sobre las prácticas deportivas y Todd.
― Qué pena que sigas castigada ― le dijo, aunque su voz no fue compasiva ni nada que se le pareciera ― El sábado por la noche hay una fiesta en casa de Todd.
― Está bien ― respondió _____ ―. Tengo otros planes.
― Oh. ― Jennifer hizo una pausa. ― Entonces, si tienes otros planes, dudo que tengas interés en ir a la casa de Todd.
_____ supuso que a Nathan no le habría gustado en absoluto hacer sociales con una chica tan frívola como ella.
― Te agradezco de todas maneras, pero estoy ocupada.
― ¿En qué? –preguntó con suspicacia.
_____ se dio cuenta de que su amiga no le creía. Habría apostado a que creía que se pasaría toda la noche encerrada en su casa, mirando la televisión.
― Tengo que salir con un chico.
― ¿Con quién?
― Se llama Nathan.
― Nathan ― murmuró Jennifer ―. No conozco a nadie de ese nombre.
― ¿Y por qué tendrías que conocerlo? ― dijo _____ ―. Es un estudiante universitario y para el sábado a la noche me invitó al Art Cinema de Ventura.
― Art Cinema ― bramó Jen ―. ¿Te refieres a ese cine que pasa esas películas tan raras?
― No son raras, sino extranjeras. Voy a ver unas francesas.
― Puáj.
― ¿Cómo sabes que son ―puáj‖? ― Se enfadó _____ ―. ¿Alguna vez viste alguna? ― Sabía que era inútil discutir con Jennifer. Antes de admitir que estaba equivocada, prefería cortarse la lengua. De pronto, se dio cuenta de lo poco que les quedaba en común. El descubrimiento fue impactante. Y como si eso no hubiera bastado, comprendió que durante todos esos años de amistad, también había existido rivalidad entre las dos. Si ella se compraba un vestido nuevo, Jennifer no mezquinaba ni un céntimo y aparecía con un conjunto exclusivo. Incluso Todd. A Jennifer nunca le había gustado mucho, hasta que él invitó a salir a _____. Nunca había reparado en eso ahora. No entendía cómo había podido mantener una amistad con alguien que no terminaba de simpatizarle y que, obviamente, sentía lo mismo por ella. Era una locura total.
― La verdad, no ― admitió Jennifer de mala gana ―. Pero no necesitas experimentar una cosa para saber que no te gustará. No necesito arrojarme de un avión en un paracaídas para saber que no me gusta el vértigo.
o��""p��wcolor:#FF99CC'>Ese día le tocaba hacer visitas a los pacientes y llevarles las bandejas con la comida. Guardó su mochila y subió las escaleras a toda prisa. Llamó suavemente a la puerta de Joe.
— Pasa — bramó él.
_____ sonrió. Debe estar en un buen día. Entró en la habitación, pero se detuvo de repente. El joven se hallaba sentado junto a la ventana, con un atril ante los ojos.
— Cierra la puerta — masculló, sin levantar la vista de la pintura.
_____ cerró la puerta sin hacer ruido y estiró el cuello para poder ver su trabajo. Joe la miró.
— Bueno, no te quedes allí o te pescaras una tortícolis. Acércate y dame tu opinión.
Era ridículo, pero se sintió halagada. Cruzo la sala y se puso de pie detrás de él. Quedó boquiabierta. La pintura era exquisita.
Monse_Jonas
Re: NO ME OLVIDES ♥ JOE Y TÚ (Adaptación)
Aquí su capi chicas, gracias por comentar ñ_ñ
Saludos
Saludos
Monse_Jonas
Re: NO ME OLVIDES ♥ JOE Y TÚ (Adaptación)
GUAU AHORA CAMBO U FORMA DE SER!!!..
ESAS SON LAS PERSONAS ADECUIDAS!!!.. NO COMO SU "AMIGA"...
OJALA Y SUS PADRES NO QUIERAN TRASLADARLA A OTRA INSTITUCION!!!!....
Y JOE ES AAAHH UNICO!!!!
ESAS SON LAS PERSONAS ADECUIDAS!!!.. NO COMO SU "AMIGA"...
OJALA Y SUS PADRES NO QUIERAN TRASLADARLA A OTRA INSTITUCION!!!!....
Y JOE ES AAAHH UNICO!!!!
chelis
Re: NO ME OLVIDES ♥ JOE Y TÚ (Adaptación)
Capitulo 6
30 de Septiembre
Querido Diario:
¡Caramba que he tenido suerte! Mamá y papá estaban tan emocionados por mi dedicación al servicio comunitario, que se deshicieron en atenciones para que yo no saliera esa noche. Sin embargo, fue una situación bastante complicada. Me refiero a que yo no quería que Nathan pasara a buscarme por casa por temor a que se enterara que de que me habían arrestado.
Entonces, apelé a mi ingenio y, aunque tenga que caminar un poco, le pedí que me fuera a buscar a la biblioteca ¡Qué tanto! De todas maneras, tengo que ir para devolver algunos libros. Si hago un balance, la semana fue bastante buena. Papá no hizo más comentarios respecto de sacarme de Lavender House, e incluso conseguí que él y mamá aceptaran ir a la exhibición del catorce.
Joe sigue siendo un guarango total. No deja de molestarme, pero yo ya he llegado a un punto en el cual nada me importa. Ayer me llevó a la rastra al jardín para que lo ayudara a dar de comer a los pájaros.
El bolígrafo de _____ se detuvo. Una sonrisa perezosa se dibujó en sus labios al recordar la tarde del día anterior. Había llegado a Lavender House hecha un manojo de nervios. La jaqueca no la dejaba en paz. En Santa Ana, un viento seco y caliente que penetra hasta los huesos, soplaba sin piedad desde el desierto. Joe, que llevaba un estéreo portátil en una mano y una bolsa con migas de pan en la otra, se encontró con ella al pie de las escaleras, le ordenó que lo siguiera y la llevó afuera.
― ¿Qué pasa? ― preguntó _____ cuando salieron al patio.
― Vamos a dar de comer a los pájaros ― respondió él. Colocó un casete en el estéreo y le arrojó la bolsa con migas de pan. ― Te encantará, Princesa. Es una de las delicias de la vida.
_____ le contesto con una mueca y él rió. La música de Mozart comenzó a flotar en el ambiente. Las hojas que el viento arrastraba creaban una danza peculiar, dibujando intrincados círculos en el jardín. Ella pensó que Joe había enloquecido. Sin embargo, accedió a todos sus pedidos.
Durante media hora escucharon música clásica y arrojaron migas de pan para los pájaros. El viento no dejó de azotarlos en ningún momento. Las ramas del árbol y las hojas de la palmera parecían seguir el compás que marcaba el estéreo de Joe.
Fue maravilloso, mágico. El mal humor y la jaqueca de _____ desaparecieron. No pudo determinar por qué había gozado tanto con aquella experiencia. Quizás fue porque era la primera vez que se tomaba el tiempo para contemplar a los pájaros o, quizás, porque el entusiasmo que Joe mostraba ante las cosas más simples de la vida parecía muy intenso. No lo sabía, pero tampoco le importaba. Lo único que sabía era que nunca volvería a sentir el caluroso Santa Ana contra su piel sin pensar en lo bueno que era estar viva.
Miró el reloj. Hora de irse. Guardó el diario en el cajón de su mesa de noche. Se miró por última vez en el espejo y decidió que los pantalones verde oliva, de corte tan sentador, que había elegido y combinado con una blusa color marfil formaban un atuendo ideal. Esos tonos la favorecían y destacaban a la perfección su contorneada figura. Espera impresionar a Nathan.
Una vez en la biblioteca, dejó los libros que debía devolver en el casillero correspondiente y luego extrajo de su bolso un cepillo para el pelo, para retocarse el peinado. No bien lo devolvió a su sitio, vio que Nathan venía subiendo las escalinatas. Le sonrió con admiración al verla.
― Parece que te tomas los estudios muy en serio ― comenzó _____ al ver la carpeta que llevaba bajo el brazo.
― Solo quiero sacármelos de encima ― respondió ―. Odio tener cosas inconclusas dando vueltas a mí alrededor.
― Sí ― coincidió ella. Le tomó la mano y entrelazaron los dedos. ― Yo también. Anoche me quedé estudiando hasta que amaneció. Tengo un examen difícil el lunes. El auto esta allí.
Cruzaron la calle, en dirección a un Toyota rojo, de modelo antiguo. Nathan sacó un manojo de llaves y abrió la puerta de _____.
― Como verás, ni se parece a un Rolls, pero nos llevará al cine.
_____ ocupó su asiento y luego se estiró para destrabar la puerta de Nathan. No le importaba qué auto manejaba, solo quería estar con él. Frunció el entrecejo. Se preguntaba si debía decírselo o no. Pero no quería presionar demasiado para que él no la creyera desesperada.
― Espero que te gusten estas películas ― comentó Nathan, mientras giraba la llave para encender el motor ―. Son buenas reposiciones, pero estarán subtituladas. No te molesta leer, ¿verdad?
― ¿Los subtítulos? No.
― Bien. ― Sonrió. ― Alguna gente lo detesta. Mi madre por ejemplo.
A _____ no se le ocurría ningún tema de conversación. Hablar de la escuela podía ser un error. ¿Qué podía interesarle a Nathan de Landsdale High? No tenían amigos en común y, por lo tanto, era otro tema perdido. Tampoco quería hacerle preguntas personales, pues así le habría dado pie a que él también formulara las suyas y, en consecuencia, ella se vería obligada a seguir mintiendo. Demonios. Cómo se complicaban las cosas.
―¿Por qué no actúas con naturalidad?‖, le indicó su conciencia.
No se atrevía. Ni loca le confesaría que estaba trabajando en Lavender House porque la habían condenado a cumplir servicios comunitarios. Nathan gustaba de ella. En verdad. _____ no estaba preparada para arruinar la buena opción que se había formado sobre su persona. Todavía no. Tal vez, después que se conocieran un poco más, podría arriesgarse. Pero no en ese momento.
― Estás muy callada esta noche ― observó Nathan.
― Tú tampoco pareces un loro parlanchín ― acotó ella.
― Supongo que ambos estamos un poco tensos. ― La miró. ― Es nuestra primera salida. Es un plomo, ¿no?
― ¿Qué? ¿Salir conmigo?
― No. ―Volvió a mirarla. ― No quise decir eso.
_____ se rió.
― Lo sé. Pero esta no es nuestra primera salida. Ya fuimos juntos a la biblioteca y a cenar.
― Eso no vale porque era de día. Ahora supongo que tendré que cumplir con todos los rituales. ¿Le gustará la película? ¿Esperará que me despida de ella con un beso? Tú sabes, todo lo que implica estar con alguien que te gusta.
_____ se quedó mirando su perfil por un momento y luego se echó a reír a carcajadas. ¡Qué suerte! Nathan acababa de confesar que estaba tan nervioso como ella.
― Creo que tienes razón. Las primeras citas son un plomo. Entonces, ¿qué tal si hacemos de cuenta que ya hemos pasado por esto miles de veces y dejamos de preocuparnos?
― Genial ― respondió él, con una sonrisa de oreja a oreja.
La tensión desapareció y charlaron con espontaneidad hasta el Art Cinema. Para su propio asombro, _____ quedo fascinada con las películas.
Eran más de las once cuando salieron del cine. Entre bostezos, se recostó contra el respaldo del asiento del auto y observó a Nathan de reojo.
― Las películas fueron maravillosas.
Nathan dobló la esquina y se detuvo en una luz roja.
― A mí también me gustaron. ¿Estás ocupada mañana?
_____ deseaba volver a verlo con desesperación, pero tampoco quería abusar de su buena suerte. Sus padres no le permitirían salir dos días seguidos.
― Tengo que estudiar.
Nathan frunció el entrecejo decepcionado.
― Yo también tendría que estudiar ― murmuró ―. Pero prefiero pasar el día contigo.
― Pensaba estudiar en la biblioteca.
Nathan echó una mirada de reojo en dirección a ella.
― Qué casualidad, yo también iba a estudiar allí. Extendió el brazo y encendió la radio. Se oyó una música suave, _____ cerró los ojos.
Ninguno de los dos sintió la necesidad de hablar. Pero, en esa oportunidad, el silencio no fue algo agobiante ni tenso sino sereno y muy, muy natural.
― Abre los ojos, Bella Durmiente ― le dijo Nathan veinte minutos después ―. Casi llegamos a casa.
_____ parpadeo sorprendida. Se había relajado a tal punto que se quedó dormida.
― Oh, Dios, lo siento. No fue mi intención quedarme dormida.
― No te preocupes. Solo indícame cómo llegar a tu casa ― sugirió.
― Deje mi auto en la biblioteca.
Nathan la miró sin entender nada, pero no dijo ni una palabra.
― Es ese pequeño, blanco, que está allí. ― Señaló el vehículo estacionado justo debajo del semáforo, junto a las escalinatas de la biblioteca.
Nathan estacionó detrás. Apagó el motor y se volvió hacia ella. Por un largo rato, se limitó a mirarla. _____ habría sido capaz de donar seis meses de su mensualidad con tal de saber en qué pensaba.
― Está noche la pasé muy bien ― murmuró ella.
― Yo también ― dijo él en voz baja ―. _____, me gustas mucho.
― Tú también me gustas mucho. ― Tenía la sensación que él quería llegar a algo.
― Pero no quiero iniciar una relación si existe un problema.
Azorada, lo miró fijo.
― No hay problema, Nathan. No sé a qué te refieres.
― De acuerdo. Lo diré con todas las letras. ¿Existe alguna razón por la que no quieras que yo sepa dónde vives o que conozca a tus padres? Mañana será la tercera vez que nos vemos y no tengo ni la más remota idea de cuál es tu dirección…
― Nathan, esto es una locura. Tuve que ir en mi auto hasta la biblioteca ― protestó ―. Vivo en 246 Hollander Road.
― ¿Estás segura que no hay otra cuestión?
― Por supuesto que estoy segura. ¿Qué otra cosa podría ser?
Nathan tamborileó los dedos sobre el volante y clavo la vista en el parabrisas.
― No lo sé. Tal vez no quieres que tus padres me vean. Todo es como era en un principio con Gina. Cuando empezamos a salir, siempre tenía que pasar a buscarla lejos de su casa. Un día por fin me animé a preguntárselo de frente y ella confesó que yo no pertenecía a la clase de chico con los que solía salir. Las niñas bien como ella no salen con trabajadores como yo, que huelen a aceite de cocina y grasa de hamburguesa.
― Pero creí que me habías dicho que Gina te uso como herramienta para rebelarse frente a sus padres.
― Y así fue, pero al comienzo jugó sucio y con premeditación conmigo. Se negaba que la acompañara a los sitios donde pudiera verme sus amigos ricos y tampoco quería conocer a mi madre. ― Meneó la cabeza y sonrió con cinismo. ― Que idiota fui. Tardé semanas en darme cuenta de lo que pasaba. Mira no es mi intención presionarte de ninguna manera para que tomes una decisión, pero quiero ser claro desde ahora. No me avergüenzo del lugar del que prevengo ni de lo que soy. Si esto es un inconveniente para ti, será mejor que dejemos de vernos antes de que alguno de los dos resulte herido.
_____ se acercó y le tocó el brazo.
― Nathan, yo quiero seguir viéndote. Créeme que tu forma de vida no es un problema para mí. Me pareces maravilloso. Eres inteligente, mantienes a tu madre, trabajas mucho y pienso que eres muy buen mozo.
El joven se volvió hacia ella con una sonrisa a flor de labios.
― De acuerdo, ¿pero habrá problemas para con tus padres? ― Le rodeó la cintura con el brazo mientras hablaba.
― No, a mis padres los dejaras encantados ― respondió _____. Y era verdad. Sus progenitores, que provenían de clase humilde, respetaban el esfuerzo del trabajo intenso y la educación más que ninguna otra cosa en el mundo.
Nathan la atrajo hacia sí y le rozó la boca con la suya. El corazón de _____ parecía estar por estallar, su presión sanguínea había alcanzado el límite máximo. Él se echó hacia atrás, la miró a los ojos y luego profundizó el beso. Un momento después la soltó y le abrió la puerta.
― Vamos ― le ordenó, sacándola del auto casi a la rastra ―. Sube a tu auto. ¿Prefieres que te siga hasta tu casa?
_____ que aun seguía mareada por el beso no podía pensar con rapidez.
― Eh… ― Quiso negarse, pero luego cambió de opinión ― Sí, me gustaría.
Durante las dos semanas siguientes, tuvo la sensación de ir caminando sobre una cuerda floja. Continuo viendo a Nathan tan a menudo como pudo, y de alguna manera se las arregló para convencerlo de que no se sentía avergonzada de él ni sus orígenes. Tarea peligrosa, pensó, mientras miraba por la ventana del bar.
El Santa Ana había dejado de soplar hacía bastante ya, llevándose consigo los últimos días de verano. Caía una lluvia helada y copiosa, que salpicaba los paneles de vidrio y salpicaba las calles.
― ¿Quieres otras Coca? ― preguntó él.
― No. Tengo que ir al hogar. ― Empezó a cargar su mochila.
― _____, ¿Por qué no vienes en tú auto?
Se encogió de hombros. Había estado esperando que le hiciera esa pregunta durante mucho tiempo y, por lo tanto, tenía una respuesta preparada.
― Es más barato tomar el autobús. La nafta cuesta dinero.
― Cierto. A pesar de que el auto es de mi madre, yo pago mi parte de la nafta porque lo uso mucho. ¡Y vaya que consume ese desgraciado! ― Comentó ― ¿Están listos para mañana a la noche?
_____ asintió e hizo un gesto con la cabeza en dirección a la ventana.
― Si. Espero que el tiempo nos acompañe. Me daría mucha rabia saber que la gente no viene a la exhibición sólo por la lluvia.
― No te preocupes. Habrá mucha gente ― la tranquilizó ― hasta mi madre asistirá.
_____ sonrió. Le gustaba el modo en que Nathan hablaba de su madre. Eileen le había dicho una vez que uno puede darse cuenta de lo que siente un hombre por las mujeres al ver como trata a su propia madre. Ojala la teoría fuera cierta.
― Mis padres también irán ― acotó, se volvió para sonreírle. ― Estoy ansiosa por presentártelos.
― Lo mismo digo ― dijo él en voz baja. Dejó de mirarla al ver que la puerta se abría y entraba un cliente, forcejeando con su paraguas. _____ decidió que era mejor irse.
Llegó al hogar echa sopa y agotada. Polly estaba en el escritorio de la recepción.
― Hola niña, ¿Cómo estas? Santo Dios, está lloviendo a mares allí afuera.
― Hola Polly. Ojala que mañana pare para la exhibición. ― Dejó su mochila y el paraguas en el suelo y comenzó a desabrocharse la chaqueta.― ¿Cuáles son mis actividades para hoy?
― Ninguna ― Polly rió ― Lo creas o no, todo está tan limpio que pudiéramos comer del piso si quisiéramos. La señorita Thomas prohibió la entrada a la cocina, sin excepciones, porque está preparando algo especial para mañana, y la señora Drake está durmiendo una siesta arriba.
― ¿Y qué se supone que tengo que hacer yo?
― Déjate la chaqueta puesta y sube ― la voz de Joe se oyó por la escalera.
Con suspicacia _____ alzó la mirada.
Polly volvió a reír.
― Oh, no te pongas paranoica. Sube de una vez fíjate qué quiere.
_____ bufó.
― Uf, la última vez que le hice caso me convenció de de que jugara una partida de póquer y perdí dos semanas de mi mensualidad.
― Anda, gallina, te prometo que no habrá partidas de póquer ― gritó Joe desde arriba.
― Está bien. Déjame guardar mis cosas, primero.
Se apresuró a colocar el paraguas y la mochila en su lugar. La relación que mantenía con ese muchacho era extraña. Muy extraña. Él seguía llamándola Princesa y volviéndola loca, pero de todas maneras ella le brindaba lo mejor de si, y, además, notó que cada vez que llegaba a su lugar se trabajo, Joe se las ingeniaba para merodear por la entrada. Mientras subía las escaleras, una sonrisa cautelosa se dibujaba en sus labios. Rayos. Incluso llegó al punto de venir un domingo a traerle otra caja de libros y galletas caseras con trocitos de chocolate. Lo único que no le confesó era que se había quedado media noche del sábado en vela, horneándole las malditas galletas. No quería que se agrandara demasiado. Entre el hogar, Nathan, su tarea, la escuela y Joe, podía decirse que había olvidado los rostros de sus viejos amigos.
― Vamos, sal tú primero ― bramó Joe.
― ¡Oye! ¿A qué viene tanta prisa? ― protestó ella ―. No tenemos que ir a ninguna parte.
― Por supuesto que si ― la corrigió. Le sonreía con picardía mientras subía los últimos escalones. ― Tal vez pare.
― ¿Qué cosa tal vez pare?
― La lluvia.
― Joe ― le dijo con paciencia, siempre siguiéndolo ―. Otra vez te equivocas. Necesitamos que pare. Mañana a la noche habrá una exposición y serie muy triste que a nuestros adinerados visitantes se les mojaran las chequeras, ¿no crees?
El río y abrió una puerta estrecha que había al final del corredor.
― No te preocupes, Princesa. Con solo mirarme a mí y a los otros patéticos habitantes de este ―rejunte‖, el dinero correrá como pan caliente.
_____ quedó boquiabierta, pero como era imposible ver su rostro, no pudo determinar si estaba bromeando o no. Ya había empezado a subir algunos escalones.
― Vamos, tortuga. Te lo vas a perder.
― ¿Qué? ― preguntó, mientras escalaba los peldaños que daban al ático. Joe estaba de buen humor ese día. Lo de ―patéticos habitantes‖ había sido un claro ejemplo.
Se puso de pie junto a una ventana, dándole la espalda. Sin decir una palabra, le hizo un gesto para que se acercara.
― Ven. Mira.
_____ obedeció. Comenzó a mirar por la ventana, y desde lo alto del edificio de cuatro pisos había una vista fabulosa. O habría sido fabulosa si no hubiera estado sumida en las sombras.
― ¿Qué?
― Twin Oaks Boulevard ― murmuró ―. Vamos, mira a fondo. Observa cuanto neón hay allí abajo.
― Si, veo.
― Ahora mira la calle. ¿Ves como los colores se separan, se reúnen y se reflejan en una decena de formas diferentes? ― agregó Joe.
_____ apoyó la cabeza en la ventana, tocando el vidrio con la nariz para concentrarse en la calle. Desde el hogar hacia el sur, había unos seis letreros luminosos. El rojo furioso de Hanrahan’s Bar and Grill, el amarillo estridente de Ernestine’s Checks Cashed, el de rayas azules y blancas de The All Night, All Right Quick Mart, y el verde brillante de Chinese Restaurant, todos se confundían sobre la calle mojada en una masa de flotantes corrientes policromas. _____ observaba cada vez con mayor interés; no podía creer que nunca hubiera reparado en lo bello que era el reflejo del neón en la lluvia.
― Es maravilloso ― comentó ―. Convierte una calle insulsa en algo mágico… ― Se interrumpió por temor a seguir adelante con una cursilería. Pero Joe no se rió.
Robó una mirada en dirección a el y notó que también contemplaba la calle. Tenía un brillo especial en los ojos y una sonrisa en los labios. A la tenue luz del ático, _____ observó cuan delgado estaba su rostro: la piel parecía estirada al máximo sobre los huesos, y tenía la boca quebrada en líneas de dolor.
Monse_Jonas
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