Friendzone.

Capítulo 3

Find an empty space in line. Where your love is reciprocated by someone else, which corresponds not want that feeling, because you already despositaste your love on the wrong person.

Salón 108. Biología.
El día no pudo haber empezado mejor.

Sí me lo preguntan, enseñar a los jóvenes a poner un condón —usando al gran señor pepino―, no debería contar como clase de biología.
Fue completamente incómodo, al menos para mí.
Juro que cada cinco minutos, podía escuchar toda una sinfonía de risas contenidas o bromas hacía los vírgenes.
Sí bien faltaban solo diez minutos para salir. No podía soportar una aguda risa más.
Me levante de mi asiento, y me dirigí directamente hacia adelante. Con una sonrisa inocente, solté una pequeña mentira para salir de este sitio lleno de hormonas adolescentes.

No sopese que mi karma llegaría justo en ese momento por la pequeña mentira que tuve que decir.
Oí como la maestra Kingston decía mi nombre en el momento preciso en que abría la puerta del salón.  
— ¿Señorita Montgomery?—pregunto.
Con una sonrisa digna de comercial para pasta dental, gire.
— ¿sí? — pregunte, mientras quedaba plantada justo en el sitio en el que está. Esperando a que mi maestra, diga algo.
Ella solo se acercó, y enfrente de todo el salón. Y poso enfrente de mí, una caja de cartón marrón.
Y cuando supe que era el contenido. Solté una pequeña maldición internamente.
Eran condones.
— ¿puedes ayudar a repartir esto a toda la clase antes de irte? —No espero mi respuesta— gracias.
Cogí la caja con un suspiro y empecé a repartirlos. Ahora, las risas no eran pequeñas y amortiguadas. Es más, eran tan claras y fuertes que mis mejillas adquirieron un avergonzado color carmesí.
Querido karma, que te den.

Cinco minutos después, fui objeto de la burla adolescente. Simples palabras, como: “enséñame a usarlo”, “tal vez quisieras ponérmelo.”, fueros las principales palabras de la mayoría del sexo masculino.
Tal vez, ahora deba saltarme la clase de biología por lo que resta del año.

Ya  me faltaba poco, en ese momento. Llegue justo a Connor  (el último que faltaba), el chico que podía hacerme suspirar de mil maneras diferentes. Mi corazón dio un vuelco, pero me negué a que alguien lo note.
Tenía un envoltorio plateado en mi mano. Enfrente del chico más hermoso que he visto en mi vida.
Bien. Las cosas no pudieron ir mejor.
Estuve a punto de dárselo y salir volando de ese salón. Si tuviera alas, claro.
Pero fue como si el tiempo se hiciera ardorosamente lento. No fue hasta que sentí un flash en mi cara, que salí de mi estupor. Alex estaba con una cámara, sonriendo.
―Demonios, esto debe estar en el anuario. ―dijo, con una sonrisa acentuada.
Si antes mis mejillas estaban de carmesí. Ahora las sentí malditamente en llamas. Pude hacerme una imagen que tendría en su costosa cámara. Yo, con las mejillas ardiendo y un condón en la mano. Algo encantador.


Bien, estaba dicho. Este día no pudo haber sido mejor.

Ya terminado todo deje la caja en el escritorio, y camine de una manera rápida hacia la puerta.
—Eh, ¿señorita Montgomery? —formulo la maestra, nuevamente.
Querido Dios. ¿Qué hice para merecer esto?
— ¿sí? —respondí de vuelta.
Volvió a acercarse a mí, y puse todo mi empeño en no salir en ese mismo instante.
¿Qué más quería que hiciera?, ¿Repartir pepinos a la clase?, ¿No se daba cuenta la maestra Kingston que obligar a una chica adolescente a repartir preservativos a toda la clase, era una de las cosas que una chica adolescente nunca querría hacer?
—Tome, —abrió mi mano, y depósito tres envoltorios plateados—una jovencita hermosa debe protegerse en su período sexual activo.

Estuve a diez — tal vez a cinco—segundos de golpearla
Pero, antes de que pudiera decir o hacer algo. La campana dio un sonoroso ruido.

Salvada por la campana.

Y no hablaba de mí. Hablaba de la maestra Kingston. Cinco segundos más, y la hubiera golpeado en esos bonitos ojos marrones.

Estoy segura que esta semana se iba a poner interesante.


✰✰✰✰✰✰



Tarde.
Adiós a mi historial de asistencia perfecta en el instituto. Aún no me acostumbraba al autobús, al menos hasta que vuelva a tener  mi jeep.

Pero esa no era la única razón de mi retraso.
Maldije entre dientes ante lo manipulador que podía ser Trevor. Con tan solo cinco años tenía la mente más manipuladora que un niño de cinco años pueda tener.  O tal vez el ingenuo era yo.
Mi mente no aceptaba la segunda opción.

Era demasiado tarde como para arriesgarse a entrar en el salón del señor Hamilton. Así que, decidí pasar de largo, hasta el final del pasillo. Deslice mis pies sobre la loza, hasta quedar sentado con las piernas flexionadas. Bien, Tristan piensa. ¿Qué harías si te quedaras fuera de una clase para pasar el tiempo?
Mi respuesta fue instantánea. Lo cual era lamentable. ¿Tan predecible era?
Sí, lo era.
Cogí mi indispensable libreta y un lápiz de mi morral.
Sé que es poco normal que un chico tenga un bloc, la mayoría de veces escondido. Pero prefería escribir en lo que se refería a mis sentimientos.  No era un fanático en aceptarlo pero, sí. Aquella “libreta” seria en otros términos, lo más parecido a un diario. Me negaba a aceptar que lo era, pero si nadie se enteraba a más que yo. Supongo que no iba a sufrir burlas. Por mí estaba bien, en lo que respecta.

La aceptación era una de mis reglas a seguir.
Lo cual me hacía más lamentable de lo que era.

Seguir vagando en mi mente en blanco, era uno de mis puntos no tan débiles. Me había acostumbrado a ser un gran partidario de emociones internas que quedaban a mi alcance. Si no sabían cómo o lo que sentías. No podrían lastimarte. Haciendo caso omiso de ti, claro. El ser humano siempre hallaba una forma de dañarse.

No tuve tiempo de seguir divagando, ya que la campana —o debería decir sirena de incendios—, dio su familiar sonido.
Todo el mundo comenzó a salir, y los pasillos que eran desiertos, ahora eran el centro de movilidad activo. Me maldije por haberme posado tan lejos de mi casillero. Tendría suerte de cruzar vivo hasta el otro extremo. Bien, tú puedes Tristan.

Había logrado caminar hasta la mitad, antes de que la viera. Reconocería ese aroma hasta en un baño público.  Lo sé, no suena tan romántico como debería, pero se entiende mi punto.

No sabía cuánto me afectaría una criatura de 1.68 cm, cabello pelirrojo, con aroma a frambuesas y grandes ojos verdes. Estuve perdido, desde que la vi. Y sí. Podía ser un perdedor romántico cuando me lo proponía.
Sabía hacia donde se dirigía. Si quería sorprenderla debía llegar antes.
Cruce todo el camino de más, corriendo. Estuve a punto de llegar a mi destino cuando sentí como mi hombro se hundía. Y algo voló hasta caer al suelo. Me detuve, mientras veía como la chica bajaba la mirada al suelo para recoger todo lo que yo había hecho caer.

Eso confirmaba mi teoría. Boston High debía ser el instituto con más caídas por pasillos de la historia.  Yo había aportado unas cuantas.

Podía hacer dos cosas.
Primera. Ignorar que tuve la completa culpa de que se cayeran sus cosas. Y correr para alcanzar a Troian.
Segunda. Sentirme como la peor escoria del mundo por pensar siquiera en irme. Darle una disculpa, y ayudarla a recoger todo.

No me pondría a analizar todos los pros y contras. Aunque era evidente que la segunda opción era la que saldría ganadora.  
―déjame ayudarte. —murmure mientras caía de rodillas para recogerlo todo.
Al ver que no hablaba, insistí.
—eh, lo siento, —dije un poco más alto. —Gissel —dije mientras miraba un cuaderno abierto, en el que se leía perfectamente  en un gran corazón un “Ian y Gissel” — ¿O debo llamarte, Ian? —bromeé un poco. Tratando de hacer que pueda decir una palabra.

Tal parece que no funciono. O al menos no como lo esperaba. Note como sus mejillas se encendían, y prácticamente arranco el cuaderno de mi mano, cogió todo lo que traía, y de la misma forma que no la vi cuando tropecé con ella, aquella chica se había esfumado.

Me encogí de hombros y suspire. Bien, supuse que Troian estaría ahora mismo encaminándose a la siguiente clase, así que yo haría lo mismo. Debía ir a entrenamiento.

Aun no llegaba a procesar del porque aun iba a las prácticas. Mayormente mí puesto élite en el equipo era: calentar la banca.

Bien, acabemos con esto.
Me senté en mi usual asiento, esperando instrucciones del coach.
El sentimiento de arrinconamiento vino de inmediato, estaba allí —sin hacer mayormente nada—, mientras veía al mis compañeros, los que comúnmente olvidaban mi nombre.
Genial.

Fue lo mismo de siempre, moriría en la banca antes de que el coach me considere para ser un jugador.

El entrenamiento no duro mucho, por lo menos. Fui el primero en salir de allí. Cerré mi taquilla, y camine hasta el pasillo que me dirigía a la cafetería. Observe mi libreta y pensé en lo próximo que mi patética pero muy elaborada mente, escribiría. Estaban tan ensimismado que alguien tuvo que golpear mi hombro para llamar mi atención.
―! Hey! ― dijo él mientas caminaba a lado mío.
―hey― hable yo, sin tan entusiasmo. No era muy bueno en saber que responder cuando alguien como Stanley Mckinley   te decía hey, en mitad del pasillo.
― ¿eres del equipo? Hoy te vi en el entrenamiento.
―No, solo soy un pobre chico al cual las chicas de Boston High obligaron a estar al equipo, porque quieren que robe la ropa sudada del equipo. ―Bromeé un poco. Mis bromas eran mi sistema de defensa ante posibles amistades.
―Entonces se llevaran una decepción cuando sepan que no robaste nada. ―soltó una pequeña carcajada al decirlo.
― ¿Quién dice que no robe alguna? ― Contrataqué mientras mis hombros caían.

Entonces, él giro y abrió la bolsa donde usualmente todos guardaban su uniforme de los osos.
Risas agudas salieron de mí en cuanto lo vi, rebuscar todas las piezas con un gesto preocupado.
Tristan Collinwood, eres un maldito genio.
―Jesús amigo, ¿sabes que el coach me patearía el culo si era hubiera sido verdad? ―dijo el volviendo a cerrar todo.
Esto era raro. Era como si caminar con Stanley me proporcionara más miradas de las que…bueno, de las que nunca había tenido.
Troian era amiga de él. Lo sabía.  Mayormente todo el mundo conoce a Troian.
Un punto a favor, por ser una pelirroja.
Otra vez sentí un golpe suave en mi hombro.
― ¿estás seguro de que no tienes alguna clase de déficit de atención, amigo? ―pregunto al notar que estaba algo perdido en mis pensamientos.
―Espero que no. ―dije mientras mi mente volaba en qué hacer.

Seguí hablando con Stan, quien fue alguien inteligente al hablar. No era ni la mitad de idiota de lo que pensé que un capitán usualmente era.
Por mi estaba bien.  Era bueno poder hablar con alguien del sexo masculino.

Estuve a punto de despedirme de él, para ir a buscar a Troian. Pero en el momento en el que me planteaba hacerlo. Una pequeña rubia salió disparada hacia Stan, lo agarró del brazo, y corrió arrastrando al pobre rubio con ella.
El giro su cabeza a mi dirección, y pude notar su sonrisa de disculpa. Yo solo me encogí de hombros para decirle que no importaba.
―Mujeres―bufé― no se puede vivir con ellas, pero tampoco sin ellas.


✰✰✰✰✰✰



Teniendo en cuenta mi “acontecimiento” de la mañana. Tal vez no fuera buena idea querer comer en una misma mesa con Connor. Ya de por sí, me costaba hablarle. Aún así tuve que pensarlo bien.  Afrontar siempre ha sido un tema de estatus quo. En lo referente al manual de Troian Montgomery.
Así que con toda la fuerza de voluntad ganada, me dirigí hacia ellos.
Me dije a mi misma que caminaba tan lento, porque..., bueno aun debía trabajar en ese porque.
Antes de llegar sentí como dos manos conocidas cogieron mi cintura. Reconocería esas manos donde sea.
—Por la cara que llevas hoy, parece fueras a matarte, como tu mejor amigo estoy aquí para impedir tu muerte, asesina. ―fue lo que primero escapo de sus labios.
―Y por la cara que llevas todos los días Tristan, diría que tus padres cometieron homicidio genético. ― Contrataqué.
― Ouch. ― dijo mientras dramatizaba. ―por el insulto te doy un nueve, practica en ser más dura, cariño.
―Cállate Tristan―reí.
Ambos reímos un poco.
Pero pare al instante al notar como algo contenido se hallaba en sus ojos.
―Suéltalo. ―Empecé a decir mientras me paraba frente a él y hacia contacto visual.
Las ventajas de tener ojos grandes.
No espero a hacerse el desentendido, él sabía a lo que me refería.
― ¿realmente te parezco eso, Troian? ―pregunto una octava más alto de lo que usualmente solía hablar.
―Claro que no.
― ¿entonces qué piensas de mí? ―insistió.
Era algo simple de Tristan, capa duramente vulnerable.
― ¿quieres que te sea sincera?
―Por favor. ―Pidió.
―Pienso que eres un geek antisocial sarcástico pero con estilo. ―solté con una sonrisa.
El solo me gruño en respuesta.
―Troian…―dijo en voz ronca. Amenazante.
―Bien, ―me rendí―eres un geek antisocial sarcástico con estilo y, ―hice énfasis en esta última letra―muy lindo.
―puedo sobrevivir con eso.―me dio en respuesta.
―tomare eso como un, gracias Troian, por ello eres mi mejor amiga. ― bromeé con él―vamos, es hora de dejar la antisocialidad a un lado, Collinwood.
―Troian―dijo― sabes que no quiero ir a un lugar donde deba hablar con más que monosílabas. ¿Cierto?
―No soy partidaria de la violencia, pero no me dejas oportunidad.

Lo tome del brazo antes de que quisiera irse a otro lugar. Las clases de kickboxing debían servirme alguna vez.


Caminamos ante la mesa, donde se encontraban la mayoría de chicos ―incluidos Connor y Alex―, bien Tristan sería mi apoyo moral.
Dios bendiga a mi mejor amigo fuera de línea.

―Hola chicos, ―salude― este es Tristan, el pequeño chico que ayuda a que mi ego valla en aumento.
―Tal vez puedas subir el mío, Tristan, ―hablo un moreno muy conocido en la mesa―soy George. Troian te tenía escondido ¿eh?
Bufidos se repartieron por la mesa.
―Y hablando de esconderse, dime Troian ¿no tendrás un preservativo escondido por allí?―carcajeo George.
Ahora los bufidos eran estruendosas risas.
Mi cara era de un gran tono carmesí, de nuevo. Toda la mesa sabía de lo que hablaba George.
Claro, no tenía más que sumar uno más uno para saber quién se lo había contado.
Suspire.

Y el día acababa de empezar.

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Capítulo 4

i'm in love with you, you just want to be friends, and I'm totally cool livin' with that constant pain.

—La literatura es el arte que utiliza como instrumento la palabra.—carraspeé un poco para seguir leyendo.— Por extensión, se refiere también al conjunto de producciones literarias de una nación, de una época o incluso de un género y al conjunto de obras que versan sobre un arte o una ciencia.—La señorita Robbens hizo una seña con la mano y suspiré.
—Gracias señorita Johnson.—caminé directo a mi lugar y dejé caer mi cabeza en el escritorio.—La literatura es una de las mejores cosas que existen en la vida, te sacan de una posible depresión como posiblemente te den una.—Levanté mi cabeza y saque una pluma para empezar a hacer garabatos en ella.—Sinceramente, respecto a mi, la literatura es la cosa más magnifica en el mundo.  
—Creo que usted no conoce el sexo.—todo el grupo estalló en carcajadas por el comentario de Andrew, rodé los ojos al ver lo ignorante que es ese chico.
—Creo señor Dillon, que a usted le falta cultura, ¿no señorita Johnson?—rápidamente todos se giraron a verme, por lo cual me sentí un poco acosada. Una de las miradas que más me incomodaban es la de Andrew, no te debes de meter con el, ya que, es un poco … especial.
—No lo se, creo que todas las personas somos diferentes y algunas son un poco más ignorantes que otras. —el grupo hizo un ruido y algunas carcajadas se escucharon, pero sin embargo, algo me incomodaba.  
Y el timbre sonó dándome un pase a salir de ese lugar rápido, solo tomé mis libros en brazos apresurada y salí de ahí lo antes posible. Los pasillos se fueron llenando poco a poco y fui haciendo paso entre ellos. Podía sentir golpes en los hombros por las personas que caminaban rápido para ir a su casillero, literalmente comencé a correr ya que no traía los libros de la siguiente hora, pero como tengo la peor suerte en el mundo, choque con un chico. Caí al suelo y me puse en cuclillas para tomar mis libros.
—Déjame ayudarte.—murmuró, lo ignore para tomar el libro de literatura y el de Ciencias. —eh, lo siento, —habló más fuerte y tome la bolsa con los lápices.—Gissel— abrí los ojos más de lo que los tenía —¿O debo llamarte, Ian? —mis mejillas se tornaron de un tono rojo carmesí y las sentí en llamas.  
Le arrebaté mi libreta y salí de ahí, al llegar a mi casillero, me sentí un poco aliviada, introduje la combinación y eche los libros ahí. Tomé la libreta y arranqué la hoja para después hacerla una bola y echarla en mi bolsa. Agarré los libros de las siguientes clases y alguien cerró mi casillero. Era Andrew.
—Hey, hola.—habló, giré a ver si había alguien atrás de mi, presa del pánico.
—Hola.—dije dudosa. El no es el típico chico que habla con chicas como yo, o bueno, que saluda a cualquier chica.
—¡Scarlett!—giré para ver a mi mejor amigo con los brazos abiertos, sus mejillas acaloradas y una sonrisa en la boca. Corrí hasta donde estaba y me abrazo.  
—Ian.—me levanto un poco y me movió de un lado al otro.—Basta, tenemos clases.  
Me puso en mi lugar y me separo un poco, tenía una sonrisa en la boca y sus mejillas aún seguían estando rojas, no se como logra tenerlas así tanto tiempo. Estando solo, con su madre o cualquier persona. Es tan adorable, que duele.
—Emh, Scar, dejaste a tu amigo ahí.—señaló hacia mi casillero y giré a ver. Ahí seguía Andrew.
—Oh, espera.—me separé completamente y me acerque a Andrew.—¿Necesitabas algo?  
—Oh no, te iba a decir algo, pero, ya no.
Y así de simple se alejó, por lo cual me fui junto con Ian a la clase de matemáticas.  



 



Al terminar la clase de matemáticas salí del salón con Scarlett, caminamos juntos hasta el comedor, hasta la mesa donde estaban nuestros amigos, mejor dicho James y . Le moví la silla para que se sentará y sus mejillas tomaron color, me da ternura cuando se ruboriza por pequeñas cosas.  

—Awww, tus mejillas están rojas.—dijo James apuntando a Scarlett y sus orejas comenzaron a tener color igual. Al parecer el noto igual, porque comenzó a soltar carcajadas y hacer que algunos voltearan a ver la mesa.  
—James, déjala, no vez que pronto nos dejará.—todos me voltearon a ver, especialmente ella con el ceño fruncido.
—¿Por que?—preguntaron Scar y James al mismo tiempo, que solté una carcajada.  
—Porque tiene un amigo nuevo.—levanté y baje las cejas al mismo tiempo haciendo que rieran los dos.
—Es una mentira Ian.
—No lo es querida, te vi con el cuando te iba a saludar.
—Ian, comete un snickers. —dijo desplomándose en la silla y haciendo que James y yo cayéramos en carcajadas.—Y bueno, ¡Calloway!

Reí y negué con la cabeza. Su primo se acerco y nos saludo a todos, venía con su mejor amiga y ella solo se sentó junto Scar.  

— ¿Sabías que a Brooke le huele el pelo a cuatro diferentes tipos de champú?—hablo de repente James
— Lo sé, me lo contaste.—le contesté recordando.
— ¿Enserio? ¿Cuando?—me pegué con mi palma en la cara.
— Ayer.—le contesté como si fuera lo obvio.
— No lo recuerdo.—dijo intentando recordar. Lo mataré.
— ¡Lo dijiste seis veces!—grité exasperado a lo que las mesas de a lado giraron a vernos.—Seis veces James, no cinco ni siete, seis.

Comenzó a reír y le contagio la risa a Calloway, Snow y a Scarlett. Solo negué con la cabeza y la deje caer en la mesa.  Puse mis brazos de una forma en la que nadie pudiera ver mi cara, solo escuche como una silla se arrastraba y de repente estuve en el suelo. La risa de James fue más fuerte que casi llora de risa, lleve mi mano izquierda a mi cabeza y acomode mi cabello. Scarlett tenía las manos en la boca y sus mejillas estaban rojas. Me puse de pie y sacudí mi ropa, le sonreí y la tome de la cintura, sus mejillas aumentaron de color y con todas mis fuerzas la puse sobre mi hombro y salí corriendo de ahí, rumbo al área de los casilleros.
—¡Ian! ¡Bájame!—se movía mucho y me hacía perder fuerza, por lo cual la acomodé.
—Si te sigues moviendo, tu trasero estará en el suelo.—Y se dejó de mover, camine hasta llegar donde estaba mi casillero y la bajé.
—Eres un idiota, yo no fui.—sus manos comenzaron a golpearme y solo puede reír.—Te caíste solo.
—No era para eso Scar.—sus manos dejaron de pegarme y lleve mi mano a mi nuca.—Te tengo que decir algo.
—Ah sí, ¿qué es?—suspiré y ella jugó con sus manos preocupada. Adoro sus pequeños gestos.
—Mi mamá quiere que te lleve a cenar.—abrió sus ojos como platos y reí, tomé sus manos y las acaricie para que se tranquilizará.
—¿Porque?—soltó un suspiro.
—No lo sé, si quieres, no vayas. —suspiré.—Piensa que somos pareja y por eso, pero no somos nada.
—Si, solo mejores amigos.

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