Camilo The Magician. {One Shoot}

Camilo.

¡Qué bien sonaba!

Ca-mi-lo.

Oh, sí, podría hasta deletrear su nombre.

C-a-m-i-l-o.

¡Ganaría un concurso de deletreo con su nombre!

Él sabía que ese mago era la solución. ¡Debía haberlo pensado antes! Tenía las soluciones para todo, y estaba casi seguro de que cuando le implorara su ayuda, Camilo lo ayudaría sin pensárselo un segundo. ¡Y lo sentía bajo su piel!

Pero debía apresurar el paso sí quería llegar a su guarida antes de que se pusiera el sol. Caminó dando grandes zancadas y aterrorizado de como el tiempo pasaba. Pero sí de algo estaba seguro era de que llegaría antes de la hora del té.

Observó cómo dejaba atrás las casas vetustas y ajadas, las cuales cambiaban lentamente por casas suntuosas. Dejaba atrás su barrio infame para acercarse al de gente rica y con grandiosos futuros. Y aunque a veces envidiaba un poco toda la paz que se creaba allí, sabía que su familia estaba en otro lado y que su corazón le esperaba en casa, con una taza caliente de té barato y un pedazo de pan.

Los números de las mansiones iban creciendo a medida que avanzaba. Mil cuatrocientos noventa y uno, mil cuatrocientos noventa y dos, mil cuatrocientos noventa y tres, ¡mil cuatrocientos noventa y cuatro! ¡Ya estaba allí! ¡Lo tenía! Avanzó hasta pulsar el botón del timbre de la mansión, y espero a que alguien le abriera. Sí nadie lo hacía, vendría mañana por la mañana y le pediría a Camilo su ayuda.

Se sorprendió al ver que la puerta cobraba vida y se abría sola. Perplejo, se limpió los sucios zapatos antes de entrar. Su rostro asombrado le sacó una sonrisa a Camilo, quién estaba sentado en un sillón, muy cerca de la puerta por donde él había entrado. El hombre alto y robusto, quien estaba vestido con unos pantalones negros, una camisa blanca, una corbata negra, una chaqueta del mismo color que su corbata y pantalones y un sombrero de copa negro, se levantó. Totalmente elegante. Podía haber ido a saludar a la reina en aquellas ropas.

– Buenas tardes, Camilo –saludó, todavía impresionado con el acto magnifico que acababa de presenciar.
– Buenas –respondió el hombre, cortante. Luego, aclaró su garganta y habló en un tono agudo, como si estuviera frente a un chico de cinco años–. ¿Qué se te ofrece, chiquitín?

Deseo con todas sus fuerzas que el hombre nunca hubiera dicho eso. ¡Él tenía once años, no era un niño pequeño con el que se debía hablar agudo! Pero lo dejo pasar, de todos modos. No podía tener problemas con Camilo en aquel momento de tanta delicadeza.

– Verás, Camilo. Necesito ver, a donde envías esa carta. ¡Esa carta que haces desaparecer cuando alguien la tiene entre sus manos! La verdad es que tengo algunas dudas sobre donde comienza la realidad y donde el espectáculo y… –dijo. Había ojeado algunos artículos en el periódico que su padre leía y muchos de ellos trataban de fraudes. ¡Era algo inaceptable! ¡Magos fraudes! ¡Magos que jugaban con la mente del mundo! ¡Esos artículos no eran nada más que pamplinas! Solo inventaban cosas y la gente lo creía. Ilusos. ¿Cómo podían creerle a solo unas cuantas palabras tontas? Era una locura. ¿Y qué era lo peor de todo lo que decía aquel periódico? ¡Qué solo era una ilusión! Decía que los magos hacían creer a la gente que tenían manos mágicas, haciendo aparecer un conejo de un sombrero, ¡y el conejo ya estaba allí antes! Claramente, las cosas no eran así, el mago debía introducir su mano en el sombrero, hacer su magia y luego aparecería el conejo. ¡Todo el mundo lo sabía! ¡Los conejos no salían de la nada y mucho menos de un sombrero común y corriente! Era obvio que el conejo salía de la mano del mago.¡Y era por eso que debía hablar con Camilo! Camilo tenía poderes verdaderos, él lo sabía. ¡Vamos, ninguna puerta se abría sola! ¡El hombre era espectacular y el mundo debía saberlo!
– Ve al grano de una vez, niño, no tengo todo el tiempo –se sabía que Camilo no tenía un temperamento muy agradable, pero lo dejaría pasar. Una vez más, lo dejaría pasar.
– Camilo, esto es algo sumamente importante. Tengo unos amigos que dicen que los magos no son nada más que una mentira inventada para los niños. ¡Pero yo creo en ustedes! Y bueno, he decido que es el fin de tener estas dudas en sus cabezas y me he ofrecido a preguntarle a un mago de verdad todo esto. Sé que usted debe saber las respuestas.

Camilo sonrió halagado y dijo: – No le creas a tus amigos, sé sobre el artículo que decía cosas horribles sobre los magos. ¡Ni siquiera puedo creer todo lo que leía! Pero, niño, sí tú sabes que nosotros, los magos, somos reales, ¿qué clase de duda tendrías tú?

– Ya sabe, me han dicho tantas cosas sobre los magos que no sé que creer. Quiero saber sí en realidad usted y sus amigos magos… –comenzó a susurrar lo que decía–. Sí en realidad tienen poderes.

Camilo lanzó una carcajada, y con ello levantó las manos al aire, intentando contener la risa que por dentro lo mataba.

El chico, esperando la respuesta del mago, notó como la puerta se entreabría y cerraba con cada movimiento de las manos que Camilo hacía. Notó un hilo en el dedo del mago, el cual llegaba hasta la puerta y tiraba de ella. No quiso arruinar su fiesta y calló, hasta que el hombre dejo de reírse con la mirada asesina que el chico le mandaba.

– ¡Por supuesto que sí soy un mago verdadero, niñito entrometido! –vociferó, enojado–. ¿Qué crees que soy? ¿Un fraude?

Camilo levantó la mano en signo de ofensa, y sin querer golpeó su sombrero, el cual cayó al suelo, dejando ver a un lindo conejo blanco, sobre la cabeza del mago.