the boy with long legs. {os}

"quizá a cada veinte quilómetros encontremos un lago helado."

Piernas largas y pantalones ajustados a la cadera. Un chico atractivo al que no le prestan suficiente atención; guitarra en mano, su única razón para seguir.
Sonrisa rota y libros de amor bajo el brazo. Una chica a la que no le importa estar sola; papel y lápiz marcando inconfundibles historias.
Un músico desinteresado y una chica solitaria. Él, el problema. Ella, la solución.

— Señorita, ¿me está escuchando? — Andrew Ballie, el becario del director Murphy, era una persona complicada. Nadie en su sano juicio le hubiera ignorado mientras él daba su discursillo sobre el Chicago Tigers y el porqué de la ausencia de carteles en los pasillos; pero Ana lo había hecho, dejando atrás cada recordatorio del porqué estaba con él.

— No, lo siento, tenía pájaros en la cabeza. — Se apresuró a disculparse mientras colocaba su mochilla correctamente y apretaba los dedos sobre la portada azul de "bajo la misma estrella".

— No importa. — Andrew forzó una sonrisa a medias, obteniendo como resultado lo más similar a una mueca de dolor. — El laboratorio está a la derecha, al fondo del pasillo, donde también encontrarás los baños y el aula de Historia. — Ana observó con atención cada rincón que Andrew Ballie señalaba con  fingida hospitalidad y se dio el lujo de parar de escuchar en cuanto vió unas amplias escaleras que descendían hasta el sótano del instituto.

— ¿Qué hay ahí abajo? — Le preguntó, interrumpiéndole.

— ¿Abajo? — Andrew parecía desconcertado, como si su pregunta le hubiera abofeteado.—  Allí sólo hay trastos del taller de arte dramático. Oh, y la vieja aula de música.

— ¿Vieja? — Ana arrugó el entrecejo con curiosidad.

— Sí, bueno, en 2006 remodelaron todo el instituto durante las vacaciones y creyeron que el aula de música estaría mejor orientada en la planta superior. Aún así, no demolieron la sala y ahora, en algunas ocasiones, los profesores la usan como aula de castigo. Aunque todavía queden algunos instrumentos  que no pudieron trasladar y los chicos del taller de música lo usan para ensañar. — Andrew suspiró. — Nada del otro mundo.

— Nadie me dijo que hubiera un taller de música. — Ana se ofreció a decir, explotando la burbuja de incomodidad que se había formado entre Andrew y ella. Señaló hacia la escalera. — ¿Puedo...?

— Sí, por supuesto. — Andrew sonrió, ésta vez mucho más alegre. — De todos modos, debo volver a la oficina. En cuanto termines de hechar un vistazo, ve hacia administración y no olvides pedir tu nuevo horario. Bienvenida al Chicago Tiger, Anastasia –Ana– McVey. — Le dijo Andrew antes de desaparecer por el amplio pasillo hacia el despacho de Murphy.

Ana se encaminó por las escaleras, sujetando fuertemente su libro y mochila con ansiedad. ¿Habría alguien abajo? Ésa era la única pregunta que le golpeaba en la frente cada vez que descendía un  escalón. ¿Y si no debe bajar? Se preguntó. Aunque tampoco es que Andrew se lo hubiera negado o impedido, él había estado encantado con su curiosidad por la vieja aula y no le había prohibido el paso hacia los escalones. No era como si estuviera prohibida la entrada, tampoco.
El pasillo por el que se adentraba prometía ser tan amplio y vacío como cualquiera de los que formaban el Chicago Tiger, con la clara diferencia de que las paredes carecían de ventanas y los fluorescentes en el techo daban lo mejor de ellos para que nadie estuviera a oscuras. Ana escuchó una batería no muy lejos, acompañada de unas divertidas carcajadas.

Su pregunta había obtenido una respuesta: había alguien en el aula.