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Burn It Down. |Galería de Escritos y Adaptaciones|
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Burn It Down. |Galería de Escritos y Adaptaciones|
W E L C O M E
Now burn it down.
x Galería de Escritos y Adaptaciones.
x Pedir permiso para adaptar los escritos.
x Comentá si querés, pero quitá la firma.
x Enjoy! (:
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Pigeon.
Re: Burn It Down. |Galería de Escritos y Adaptaciones|
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Cazadores Oscuros 1: Placeres de la Noche.
x Adaptación del libro homónimo de Sherrylin Kenyon.
x Ciencia Ficción, Acción, Romance.
x Alto lenguaje, Escenas eróticas, Violencia.
x Terminada
x [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
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Prólogo
Acostumbrado a las riquezas desde el momento de su nacimiento, Zayn de Tracia manejaba su carisma y su encanto con la misma destreza que empuñaba la espada. Valeroso y audaz, regía a los que lo rodeaban mostrando en toda ocasión el lado más apasionado de su carácter.
Ardiente, salvaje e impaciente, su vida siempre era arriesgada. No conocía el peligro, no establecía límites.
El mundo era su alimento y había prometido saciarse.
Con la fuerza de Ares, el cuerpo y el rostro de Adonis y los sensuales dones de Afrodita se veía acosado por toda mujer que posase los ojos en él. Lo deseaban y soñaban con poseer al orgulloso príncipe guerrero cuyas caricias –según se aseguraba– eran lo más cercano al goce paradisíaco que una mujer pudiese conocer.
Pero no era un hombre cuyo corazón se domase con facilidad.
Vivía intensamente, aprovechando cada instante, gozando de todos sus sentidos y satisfaciendo todos y cada uno de sus salvajes deseos. Gozaba dando placer tanto como recibiéndolo.
Las escasas mujeres que habían logrado pasar una noche de éxtasis a su lado, trataban con despótico desprecio a aquéllas que sólo podían soñar con acariciar aquel exquisito cuerpo.
Porque él era la Pasión. El Deseo. Sensual y ardiente.
Un guerrero desde su nacimiento, respetado y temido por todo el que lo conocía. En la época en la que el Imperio Romano era invencible, se encargó él solo de rechazar su avance con la misma destreza que un héroe, y llenó su nombre y su reino de riquezas y gloria. Durante un tiempo, se dijo que sería el soberano de todo el mundo conocido.
Hasta que un brutal acto de traición lo convirtió en el Soberano de la Noche.
Ahora camina por el sombrío reino que separa la Vida del Inframundo. No es ni hombre ni bestia; su naturaleza es completamente diferente.
Es la Soledad. La Oscuridad.
Una sombra nocturna.
Un espíritu incansable y solitario cuyo destino no es otro que salvar a los humanos que lo desprecian y lo temen. No conocerá la paz ni el descanso hasta que encuentre a la mujer que esté dispuesta a no traicionarlo. Un corazón puro que vea más allá de su lado tenebroso y lo devuelva a la luz.
Ardiente, salvaje e impaciente, su vida siempre era arriesgada. No conocía el peligro, no establecía límites.
El mundo era su alimento y había prometido saciarse.
Con la fuerza de Ares, el cuerpo y el rostro de Adonis y los sensuales dones de Afrodita se veía acosado por toda mujer que posase los ojos en él. Lo deseaban y soñaban con poseer al orgulloso príncipe guerrero cuyas caricias –según se aseguraba– eran lo más cercano al goce paradisíaco que una mujer pudiese conocer.
Pero no era un hombre cuyo corazón se domase con facilidad.
Vivía intensamente, aprovechando cada instante, gozando de todos sus sentidos y satisfaciendo todos y cada uno de sus salvajes deseos. Gozaba dando placer tanto como recibiéndolo.
Las escasas mujeres que habían logrado pasar una noche de éxtasis a su lado, trataban con despótico desprecio a aquéllas que sólo podían soñar con acariciar aquel exquisito cuerpo.
Porque él era la Pasión. El Deseo. Sensual y ardiente.
Un guerrero desde su nacimiento, respetado y temido por todo el que lo conocía. En la época en la que el Imperio Romano era invencible, se encargó él solo de rechazar su avance con la misma destreza que un héroe, y llenó su nombre y su reino de riquezas y gloria. Durante un tiempo, se dijo que sería el soberano de todo el mundo conocido.
Hasta que un brutal acto de traición lo convirtió en el Soberano de la Noche.
Ahora camina por el sombrío reino que separa la Vida del Inframundo. No es ni hombre ni bestia; su naturaleza es completamente diferente.
Es la Soledad. La Oscuridad.
Una sombra nocturna.
Un espíritu incansable y solitario cuyo destino no es otro que salvar a los humanos que lo desprecian y lo temen. No conocerá la paz ni el descanso hasta que encuentre a la mujer que esté dispuesta a no traicionarlo. Un corazón puro que vea más allá de su lado tenebroso y lo devuelva a la luz.
Pigeon.
Re: Burn It Down. |Galería de Escritos y Adaptaciones|
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Cazadores Oscuros 2: El Abrazo de la Noche.
x Adaptación del libro homónimo de Sherrylin Kenyon.
x Ciencia Ficción, Acción, Romance.
x Alto lenguaje, Escenas eróticas, Violencia.
x En Proceso
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Prólogo
Los fuegos rugientes del pueblo ardían a gran altura en la noche, lamiendo el cielo oscuro como serpientes enroscándose a través del terciopelo negro. El humo flotó en el aire a través de la oscuridad brumosa, acre con el perfume de muerte y venganza.
La vista y el olor deberían traer alegría para Harry.
No lo hizo.
Nada le traería alegría otra vez.
Nada.
La amarga agonía que fluía dentro de él lo dejaba incapacitado. Debilitado. Era más de lo que podía soportar y ese pensamiento era casi suficiente como para hacerle reír.
O maldecir.
Aye, él maldijo desde el intolerable peso de su dolor.
Uno por uno, él había perdido a cada ser humano en la tierra que alguna vez había significado algo para él.
Todos ellos.
A los siete años, se había quedado huérfano y con la pesada responsabilidad de cuidar a su hermana recién nacida. Sin un lugar a donde ir e incapaz de alimentarla, había regresado al clan que una vez había sido liderado por su madre.
Un clan que había desterrado a sus padres antes de su nacimiento.
Su tío había estado en su primer año como rey cuando Harry ingresó a la fuerza en su gran salón.
A regañadientes el rey lo había aceptado a él y a Ceara, pero su clan nunca lo había hecho.
No, hasta que Harry los forzó a ello.
Ellos no respetaban su ascendencia, pero Harry les había hecho respetar su espada y temperamento. Respetar su voluntad para mutilar o matar violentamente a cualquiera que lo insultara.
Cuando alcanzó su edad viril, nadie se atrevía a desafiarlo para burlarse de su nacimiento o impugnar el recuerdo de su madre o su honor.
Había crecido dentro de las tropas de guerreros y había aprendido todo lo que podía acerca de armas, peleas, y liderazgo.
Al final, había sido unánimemente votado como el sucesor de su tío por las mismas personas que una vez se habían burlado de él.
Como el heredero, Harry había permanecido al lado derecho de su tío, protegiéndolo implacablemente hasta que una emboscada enemiga los había cogido desprevenidos.
Herido y agonizando, Harry había sostenido en sus brazos a su tío Idiag mientras moría de sus heridas.
–Cuida a mi esposa y a Ceara, chico –su tío murmuró antes de morir–. No me hagas lamentar el haberte aceptado.
Harry lo prometió. Pero unos pocos meses más tarde, encontró a su tía violada y asesinada por sus enemigos. El cuerpo profanado y dejado como presa para los animales.
Menos de un año después, él acunaría contra su pecho a su preciosa esposa, Nynia, mientras ella exhalaba su último aliento dejándolo totalmente solo, despojado de su tierno y reconfortante contacto.
Ella había sido su mundo.
Su corazón.
Su alma.
Sin ella, él ya no tenía deseos de vivir.
Con su espíritu tan quebrado como su corazón, había colocado a su hijo nacido muerto en los brazos sin vida de ella y los había sepultado a los dos juntos al lado del lago donde él y Nynia habían jugado cuando niños.
Luego, había hecho como le enseñaran su madre y su tío.
Había sobrevivido para dirigir a su clan.
Dejando a un lado su amargura, había vivido sólo para el bienestar del clan.
Como un cacique, había derramado bastante sangre como para llenar el mar rugiente y había recibido incontables heridas en su carne por su gente. Condujo a su clan hacia la gloria en contra de todos los clanes del centro y del norte que habían tratado de conquistarlos. Con casi toda su familia muerta, le había dado a su clan todo lo que tenía. Su lealtad. Su amor.
Él aun les había ofrecido su vida para protegerlos de los dioses.
Y en un latido, los miembros del clan habían tomado lo último en la tierra que había amado.
Ceara.
Su apreciada hermana pequeña por la que él había jurado a su madre, padre, y tío que la protegería a cualquier precio. Ceara con dorados cabellos y risueños ojos ámbar. Tan joven. Tan amable y confiada.
Para satisfacer la ambición egoísta de uno, su clan la había matado violentamente ante sus ojos mientras él yacía atado, incapacitado para detenerlos.
Ella había muerto llamándole para que la ayudara.
Sus gritos horrorizados todavía sonaban en sus oídos.
Después de la ejecución, el clan se había vuelto contra él y le había quitado la existencia igualmente. Pero la muerte a Harry no le había aliviado. Él había sentido sólo culpa. Culpa y la necesidad para enmendar los agravios hechos contra su familia.
Esa necesidad vengativa había transcendido todo, aún la muerte misma.
–¡Que los dioses los condenen a todos ustedes! –Harry atronó a la ardiente aldea.
–Los dioses no nos condenan, nos condenamos nosotros mismos con nuestras palabras y acciones.
Harry dio la vuelta abruptamente a la voz detrás de él para ver a un hombre vestido todo de negro. Llegando a la pequeña subida, este hombre era diferente a cualquiera que él hubiera visto antes.
El viento de la noche formaba remolinos alrededor de la figura, ondulando la capa tejida mientras caminaba con una gran vara retorcida de guerrero, sostenida en su mano izquierda. La oscura y antigua madera de roble tenía tallados símbolos y la parte superior estaba decorada con plumas sostenidas por un cordón de cuero.
La luz de la luna bailaba sobre el cabello negro que llevaba peinado en tres largas trenzas.
Sus ojos plateados y brillantes parecían cambiar como una misteriosa niebla. Esos ojos encendidos eran extraños y escalofriantes.
Parado tenía la medida de un gigante. Harry nunca antes había tenido que levantar la mirada ante nadie y este extraño tenía la altura de una montaña. No fue hasta que el hombre se acercó, que Harry se percató que era sólo unos centímetros más alto y no tan mayor como al principio le pareció. Ciertamente, su estilo era el de un joven que estaba en el precioso umbral entre la adolescencia y la madurez.
Hasta que uno lo veía más de cerca. Allí, en los ojos del desconocido, yacía la sabiduría de los años. Éste no era un muchacho, era un guerrero que había peleado duro y había visto demasiado.
–¿Quién es usted? –preguntó Harry.
–Soy Acheron Parthenopaeus –dijo con acento extraño pero perfectamente en la lengua céltica natal de Harry–. Fui enviado por Artemisa para entrenarte para tu vida nueva.
La Diosa griega había dicho a Harry que esperara a este hombre que había vagado por la tierra desde tiempos inmemoriales.
–¿Y qué me enseñará usted a mí, hechicero?
–Te enseñaré a matar violentamente a los Daimons que cazan en la humanidad desventurada. Te enseñaré a esconderte durante el día a fin de que los rayos del sol no te maten. Te mostraré como hablar sin revelar tus colmillos a los hombres y todo lo demás que necesites saber para sobrevivir.
Harry rió amargamente mientras un dolor cegador lo atravesaba otra vez. Estaba tan adolorido y herido que escasamente podía respirar. Todo lo que quería era paz.
Su familia.
Y ellos ya se habían ido.
Sin ellos, él ya no tenía deseos de sobrevivir. No, él no podía vivir con este peso en el corazón.
Miró a Acheron.
–Dígame, Hechicero, hay algún hechizo que pueda terminar con la agonía de esta maldición.
Acheron le lanzó una mirada dura.
–Sí, Celta. Yo te mostraré como enterrar el dolor tan profundamente que no te molestará nunca más, pero ten en cuenta que nada es dado libremente y ninguna cosa dura para siempre. Un día algo vendrá para hacerte sentir otra vez y con ello vendrá todo el dolor del tiempo sobre ti. Todo lo que has escondido saldrá y no sólo podría destruirte, sino a cualquiera cerca de ti.
Harry ignoró esa última parte. Todo lo que quería por ahora era un día en donde su corazón no estuviera quebrado. Un momento libre de su tormento. Estaba dispuesto a pagar cualquier precio por eso.
–¿Está seguro que no sentiré nada?
Acheron asintió.
–Te lo puedo enseñar sólo si me escuchas.
–Entonces enséñeme bien, Hechicero... Enséñeme bien.
La vista y el olor deberían traer alegría para Harry.
No lo hizo.
Nada le traería alegría otra vez.
Nada.
La amarga agonía que fluía dentro de él lo dejaba incapacitado. Debilitado. Era más de lo que podía soportar y ese pensamiento era casi suficiente como para hacerle reír.
O maldecir.
Aye, él maldijo desde el intolerable peso de su dolor.
Uno por uno, él había perdido a cada ser humano en la tierra que alguna vez había significado algo para él.
Todos ellos.
A los siete años, se había quedado huérfano y con la pesada responsabilidad de cuidar a su hermana recién nacida. Sin un lugar a donde ir e incapaz de alimentarla, había regresado al clan que una vez había sido liderado por su madre.
Un clan que había desterrado a sus padres antes de su nacimiento.
Su tío había estado en su primer año como rey cuando Harry ingresó a la fuerza en su gran salón.
A regañadientes el rey lo había aceptado a él y a Ceara, pero su clan nunca lo había hecho.
No, hasta que Harry los forzó a ello.
Ellos no respetaban su ascendencia, pero Harry les había hecho respetar su espada y temperamento. Respetar su voluntad para mutilar o matar violentamente a cualquiera que lo insultara.
Cuando alcanzó su edad viril, nadie se atrevía a desafiarlo para burlarse de su nacimiento o impugnar el recuerdo de su madre o su honor.
Había crecido dentro de las tropas de guerreros y había aprendido todo lo que podía acerca de armas, peleas, y liderazgo.
Al final, había sido unánimemente votado como el sucesor de su tío por las mismas personas que una vez se habían burlado de él.
Como el heredero, Harry había permanecido al lado derecho de su tío, protegiéndolo implacablemente hasta que una emboscada enemiga los había cogido desprevenidos.
Herido y agonizando, Harry había sostenido en sus brazos a su tío Idiag mientras moría de sus heridas.
–Cuida a mi esposa y a Ceara, chico –su tío murmuró antes de morir–. No me hagas lamentar el haberte aceptado.
Harry lo prometió. Pero unos pocos meses más tarde, encontró a su tía violada y asesinada por sus enemigos. El cuerpo profanado y dejado como presa para los animales.
Menos de un año después, él acunaría contra su pecho a su preciosa esposa, Nynia, mientras ella exhalaba su último aliento dejándolo totalmente solo, despojado de su tierno y reconfortante contacto.
Ella había sido su mundo.
Su corazón.
Su alma.
Sin ella, él ya no tenía deseos de vivir.
Con su espíritu tan quebrado como su corazón, había colocado a su hijo nacido muerto en los brazos sin vida de ella y los había sepultado a los dos juntos al lado del lago donde él y Nynia habían jugado cuando niños.
Luego, había hecho como le enseñaran su madre y su tío.
Había sobrevivido para dirigir a su clan.
Dejando a un lado su amargura, había vivido sólo para el bienestar del clan.
Como un cacique, había derramado bastante sangre como para llenar el mar rugiente y había recibido incontables heridas en su carne por su gente. Condujo a su clan hacia la gloria en contra de todos los clanes del centro y del norte que habían tratado de conquistarlos. Con casi toda su familia muerta, le había dado a su clan todo lo que tenía. Su lealtad. Su amor.
Él aun les había ofrecido su vida para protegerlos de los dioses.
Y en un latido, los miembros del clan habían tomado lo último en la tierra que había amado.
Ceara.
Su apreciada hermana pequeña por la que él había jurado a su madre, padre, y tío que la protegería a cualquier precio. Ceara con dorados cabellos y risueños ojos ámbar. Tan joven. Tan amable y confiada.
Para satisfacer la ambición egoísta de uno, su clan la había matado violentamente ante sus ojos mientras él yacía atado, incapacitado para detenerlos.
Ella había muerto llamándole para que la ayudara.
Sus gritos horrorizados todavía sonaban en sus oídos.
Después de la ejecución, el clan se había vuelto contra él y le había quitado la existencia igualmente. Pero la muerte a Harry no le había aliviado. Él había sentido sólo culpa. Culpa y la necesidad para enmendar los agravios hechos contra su familia.
Esa necesidad vengativa había transcendido todo, aún la muerte misma.
–¡Que los dioses los condenen a todos ustedes! –Harry atronó a la ardiente aldea.
–Los dioses no nos condenan, nos condenamos nosotros mismos con nuestras palabras y acciones.
Harry dio la vuelta abruptamente a la voz detrás de él para ver a un hombre vestido todo de negro. Llegando a la pequeña subida, este hombre era diferente a cualquiera que él hubiera visto antes.
El viento de la noche formaba remolinos alrededor de la figura, ondulando la capa tejida mientras caminaba con una gran vara retorcida de guerrero, sostenida en su mano izquierda. La oscura y antigua madera de roble tenía tallados símbolos y la parte superior estaba decorada con plumas sostenidas por un cordón de cuero.
La luz de la luna bailaba sobre el cabello negro que llevaba peinado en tres largas trenzas.
Sus ojos plateados y brillantes parecían cambiar como una misteriosa niebla. Esos ojos encendidos eran extraños y escalofriantes.
Parado tenía la medida de un gigante. Harry nunca antes había tenido que levantar la mirada ante nadie y este extraño tenía la altura de una montaña. No fue hasta que el hombre se acercó, que Harry se percató que era sólo unos centímetros más alto y no tan mayor como al principio le pareció. Ciertamente, su estilo era el de un joven que estaba en el precioso umbral entre la adolescencia y la madurez.
Hasta que uno lo veía más de cerca. Allí, en los ojos del desconocido, yacía la sabiduría de los años. Éste no era un muchacho, era un guerrero que había peleado duro y había visto demasiado.
–¿Quién es usted? –preguntó Harry.
–Soy Acheron Parthenopaeus –dijo con acento extraño pero perfectamente en la lengua céltica natal de Harry–. Fui enviado por Artemisa para entrenarte para tu vida nueva.
La Diosa griega había dicho a Harry que esperara a este hombre que había vagado por la tierra desde tiempos inmemoriales.
–¿Y qué me enseñará usted a mí, hechicero?
–Te enseñaré a matar violentamente a los Daimons que cazan en la humanidad desventurada. Te enseñaré a esconderte durante el día a fin de que los rayos del sol no te maten. Te mostraré como hablar sin revelar tus colmillos a los hombres y todo lo demás que necesites saber para sobrevivir.
Harry rió amargamente mientras un dolor cegador lo atravesaba otra vez. Estaba tan adolorido y herido que escasamente podía respirar. Todo lo que quería era paz.
Su familia.
Y ellos ya se habían ido.
Sin ellos, él ya no tenía deseos de sobrevivir. No, él no podía vivir con este peso en el corazón.
Miró a Acheron.
–Dígame, Hechicero, hay algún hechizo que pueda terminar con la agonía de esta maldición.
Acheron le lanzó una mirada dura.
–Sí, Celta. Yo te mostraré como enterrar el dolor tan profundamente que no te molestará nunca más, pero ten en cuenta que nada es dado libremente y ninguna cosa dura para siempre. Un día algo vendrá para hacerte sentir otra vez y con ello vendrá todo el dolor del tiempo sobre ti. Todo lo que has escondido saldrá y no sólo podría destruirte, sino a cualquiera cerca de ti.
Harry ignoró esa última parte. Todo lo que quería por ahora era un día en donde su corazón no estuviera quebrado. Un momento libre de su tormento. Estaba dispuesto a pagar cualquier precio por eso.
–¿Está seguro que no sentiré nada?
Acheron asintió.
–Te lo puedo enseñar sólo si me escuchas.
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Última edición por Pigeon. el Jue 12 Jun 2014, 3:08 pm, editado 1 vez
Pigeon.
Re: Burn It Down. |Galería de Escritos y Adaptaciones|
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Nocturne
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Re: Burn It Down. |Galería de Escritos y Adaptaciones|
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Ánima
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