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Luna de miel de un millonario Joe y Tu

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Luna de miel de un millonario Joe y Tu  - Página 5 Empty Re: Luna de miel de un millonario Joe y Tu

Mensaje por Yhosdaly Mar 15 Nov 2011, 8:59 pm

Que si me gusto???
xDios me quede sin aliento!!
Siguelaa por lo q mas quieras!!
Siguelaaa!!
Me fascino la MINI MARATON!Porque fueron solo 3 capis!
Y normalmente haces maraton de 6 capis!
pero de Igual forma me Enamoro!
Siguelaa!!!

#SIGUELA CON CARACTER DE OBLOGACION!
Me Enamoro cada dia de tus noves!!
(Ahhh Joe se esta encantando mas con la rayis, baile de 20segundos)
Siguelaa porfiss!!!
att: tu fielllllisiimaa Lectora!!
Yhosdaly
Yhosdaly


http://www.twitter/YhosdalyL

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Luna de miel de un millonario Joe y Tu  - Página 5 Empty Re: Luna de miel de un millonario Joe y Tu

Mensaje por Karli Jonas Miér 16 Nov 2011, 7:51 am

Hola!! NUEVA LECTORA
OMJ ESTA SÚPER GENIAL LA NOME
ME ENCANTA Y AME EL MARATÓN
AHHHH SIGUEEEEEE PLIS!!
Karli Jonas
Karli Jonas


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Luna de miel de un millonario Joe y Tu  - Página 5 Empty Re: Luna de miel de un millonario Joe y Tu

Mensaje por andreita Miér 16 Nov 2011, 10:11 am

omj super capss me encantaron!!!!!
andreita
andreita


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Luna de miel de un millonario Joe y Tu  - Página 5 Empty Re: Luna de miel de un millonario Joe y Tu

Mensaje por jamileth Miér 16 Nov 2011, 4:08 pm

siguela!!!
jamileth
jamileth


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Luna de miel de un millonario Joe y Tu  - Página 5 Empty Re: Luna de miel de un millonario Joe y Tu

Mensaje por Nani Jonas Miér 16 Nov 2011, 4:41 pm

siguela plis
Nani Jonas
Nani Jonas


http://misadatacionesnanijonas.blogspot.mx/

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Luna de miel de un millonario Joe y Tu  - Página 5 Empty Re: Luna de miel de un millonario Joe y Tu

Mensaje por Val's Matth. Miér 16 Nov 2011, 7:55 pm

Maraton!!!!!! y Bienvenidas a las nuevas lectoras *_*


Twitter: @Inscandinavia




Capítulo 10


—El rojo te sienta de
maravilla —le dijo Joe.


—Gracias —repuso _____—.
No es un color que suela llevar. A mí me pareció demasiado llamativo. Pero
Nicole me convenció de que me lo comprara.


Se dirigían al
restaurante a bordo del buggy. La
noche ya había caído y la estrecha carretera estaba iluminada por farolas que
colgaban de las palmeras, de trecho en trecho.


—Nosotros usamos mucho
el rojo en publicidad —le explicó él—. Es el más potente de los colores
primarios. Un estudio reciente ha demostrado que a los hombres nos parecen más
atractivas las mujeres que se visten con ese color.


—¿De veras? Pues me
alegro, porque también me he comprado un biquini rojo.


—Ya lo he visto. Me
muero de ganas de verte con él. Y sin él —añadió con una maliciosa sonrisa.


_____ sintió el efecto
de aquellas palabras en todo el cuerpo: hasta en los dedos de los pies, con sus
uñas recién pintadas, también de rojo.


—¿Con o sin sandalias?


La sensual risa de Joe
no logró más que excitarla aún más.


—Sospecho que acabarás
cansándote de llevarlas —señaló con la cabeza los altísimos tacones.


—Son demasiado altas,
¿verdad?


—Diablos, no. Son
estupendas. Sólo que imagino que será difícil andar con ellas.


—He estado practicando.


—Perfecto. Y te dejaré
que sigas practicando conmigo esta noche.


A _____ se le secó de repente
la garganta.


—Haciendo… ¿qué?


«Qué deliciosa que es»,
pensó Joe. Se esforzaba por mostrarse atrevida, picante, cuando por dentro
seguía siendo la misma chica dulce e inocente de siempre. Le encantaba que
estuviera dispuesta a probar nuevas cosas. Pero también que nunca hubiera hecho
esas cosas con ningún otro hombre.


Esos pensamientos le
despertaron un dulce sentimiento de posesión que jamás antes había
experimentado.


—Lo que a ti más te
guste, querida —repuso con tono suave.


Cuando se volvió nuevamente
para mirarla, la sorprendió humedeciéndose los labios con la punta de la
lengua. Así que era eso lo que quería hacer…


La vista de la verja de
seguridad delante de ellos anunciaba el fin de la carretera privada. Joe saludó
al guardia con un gesto cuando los dejó pasar. El bosque tropical del otro lado
terminaba bruscamente, dando paso a más jardines que rodeaban los diferentes
edificios del complejo. Había también más carreteras, que se perdían en todas
direcciones. Blancos postes de señales en cada cruce indicaban los caminos al
hotel, a la playa principal, a las piscinas… y al Hibiscus.


Joe giró a la izquierda
y continuó por la carretera que llevaba al aparcamiento del restaurante, que
sorprendentemente estaba lleno. Había oído que Dream Island rara vez estaba
vacía, pero tampoco había esperado encontrar tanta gente.


El ambiente del
restaurante era delicioso, con grandes ventanales que daban a una de las
mayores piscinas que Joe había visto en su vida. Cuando llamó antes por
teléfono, le habían dado a escoger entre cenar fuera o dentro. Había dudado, ya
que le habían advertido de que en aquella época de año solía haber tormentas.
En aquel momento se alegró de haber elegido cenar dentro, ya que soplaba una
fuerte brisa marina y hacía bastante más fresco que en el interior de la isla.


Un joven y atractivo
camarero los llevó a una mesa desde la que se disfrutaba de una espléndida
vista de la piscina. El joven se mostró muy atento a la hora de tomarles nota,
y les sirvió la botella de vino solícito, algo que le pareció muy agradable…
hasta que se fijó en la dirección de su mirada.


Cuando el camarero se
tomó su tiempo en abrir la botella y servirles el vino. Joe advirtió con
irritación que sus ávidos azules volaban al escote de _____ con mayor
frecuencia de lo que habría sido correcto o decente.


Estaba indignado. Se
prometió que si aquel tipo volvía a fijarse en el escote de _____, él…«¿Tú
qué?», le preguntó la voz de la razón, irónica. «¿Montarás una escena? ¿Harás
el ridículo? ¿Pedirás otra mesa? ¿Te marcharás dando un portazo?».


Él nunca hacía esas
cosas. De hecho, se había pasado toda su vida adulta ejerciendo un férreo
control sobre su carácter. El mal ejemplo de su padre, que había tenido la
horrible costumbre de estallar por nada, o de volcar su furia en el maltrato
físico o de palabra, había vacunado a Joe contra todo tipo de comportamiento
desagradable o irracional. Con los años se había ganado la reputación de
mantener una perfecta tranquilidad en las situaciones más difíciles, en medio
de las peores crisis. Nunca estallaba, ni siquiera cuando la gente hacía cosas
estúpidas. Nunca perdía el control.


Y nunca tampoco se había
dejado llevar por los celos, ni siquiera cuando había estado casado con una de
las mujeres más bellas del mundo.


De ahí su estupor cuando
se sorprendió a sí mismo víctima de un ataque de celos que no sólo le resultaba
ajeno, sino además casi incontrolable. La tentación de sacar a _____ de allí,
lejos de la mirada lasciva de aquel camarero, resultaba casi insoportable.


Con un enorme esfuerzo
de voluntad, logró desviar la mirada y barrió el restaurante con la vista, sin
ver nada en realidad, hasta que descubrió que el camarero ya se había retirado
después de tomarle la orden a _____.


Y sólo entonces
reconoció a una mujer que se hallaba sentada en una mesa cercana.


—¡Dios mío, pero si es
Jessie! —exclamó de pronto.


Jessie debió de haber
oído su nombre, porque alzó la mirada, sonrió y le hizo una seña. Aunque seguía
siendo una cliente de Images, Joe no había seguido personalmente su gran éxito
de los últimos años. Una vez que Jackie entró en escena. Joe juzgó mas prudente
encargar la asesoría de imagen de su antigua amante a otro agente, una medida
que al final había resultado innecesaria. Pero eso no lo había sabido en aquel
entonces.


Jessie seguía teniendo
un nombre en el mundo del espectáculo, aunque ya no vendía tantos discos como
antes. Hacía ya tiempo que había cumplido los cuarenta y se conservaba muy
bien.


Joe la saludó con la
mano y miró luego a _____, que estaba bebiendo un sorbo de vino, algo
ruborizada. Que supuestamente hubiera disfrutado de las atenciones de aquel
camarero era algo que le sacaba de quicio. ¡De repente no estaba tan seguro de
que le gustara en absoluto aquella nueva imagen tan sexy que tenía!


—Tendrás que disculparme
un momento, _____ —le dijo, con un tono más tranquilo de lo que se sentía por
dentro—. Tengo que acercarme a saludar a una amiga mía.


_____ se tensó
visiblemente. Ciertamente había estado disfrutando de las atenciones del
camarero; incluso había descubierto un ligero brillo de celos en los ojos de Joe.
La había excitado pensar que estaba celoso.


Pero, de repente, era
ella la celosa. Porque sabía exactamente quién era esa amiga de Joe.


—Supongo que te refieres
a Jessica Masón.


—¿Eres fan de Jessie?


—Por el amor de Dios,
todo el mundo conoce a Jessie y lo que tú hiciste por ella. Durante años estuvo
saliendo en todos los periódicos y revistas —que ella no había tenido costumbre
de leer por aquel entonces. Si no hubiera buscado a Joe por Internet, no habría
sabido absolutamente nada de su relación con Jessica Masón, ni de su vida
pasada. Él, por su parte, nunca le había hablado de aquel episodio.


Pero… ¿por qué habría
debido hacerlo?, pensó con una súbita punzada de amargura. Ella no era su media
naranja. Sólo su estúpida segunda esposa.


¡Qué tonta había sido!


—Pero de eso hace años —repuso
él.


_____ se encogió de
hombros.


—Creo que yo ya había
nacido por aquel entonces. Y sabía leer. Tengo casi veinticinco años. Joe, no
cinco.


—Ya.


—¿Por qué no la invitas
a que venga? —se oyó decir a sí misma. Dios sabía por qué. Debía de ser
masoquista… O tal vez era la curiosidad lo que le había movido a hacer la
oferta, el deseo de ver de cerca de una mujer que de lejos parecía tan fabulosa…


—¿No te importa?


—¿Debería importarme?


—No —respondió él, tras
una ligera vacilación—. Supongo que no.


No era una respuesta muy
reconfortante. Pero _____ sonrió y Joe se apresuró a invitar a su antigua
conquista a acercarse, por señas.


La observó mientras se
dirigía hacia ellos, con un paso tan sensual como su rostro y su figura.
Vestida como iba con unos vaqueros negros ajustados y un top amarillo tejido, con un escandaloso escote, sus encantos
quedaban perfectamente a la vista. «Seguro que se ha operado los senos», pensó _____
con mala intención. Y la cara, porque de cerca eran muy pocas las arrugas que
se distinguían en su rostro, ni siquiera alrededor de los ojos. Por lo demás,
iba muy maquillada. Demasiado. La melena, larguísima y muy negra, le daba un
aspecto excesivamente juvenil.


—No, no —dijo Jessie
cuando él le sacaba ya una silla—. No voy a quedarme. Ya he acabado de cenar y
he de irme. Esta noche tengo actuación en el hotel. Sólo quería saludarte y
felicitarte a ti y a tu esposa. Me enteré de que te habías vuelto a casar el
año pasado. Parece que en esta ocasión has elegido mejor —añadió, sorprendiendo
a _____ con una amable sonrisa—. Es un placer conocerte, querida —le tendió la
mano.


—Lo mismo digo —respondió
_____ mientras se la estrechaba.


—¿Sabes? Tu marido es un
hombre maravilloso. Me ayudó mucho cuando más lo necesitaba. Siempre le estaré
agradecida. No. Joe, siéntate y calla la boca por una vez. ¡Hombres! —exclamó,
haciendo un gesto de exasperación—. Simplemente no saben aceptar un cumplido.
Bueno, queridos, tengo que irme. Si tenéis tiempo, sería estupendo que fuerais
a verme al concierto. Actúo a las nueve, y a las once también. Por supuesto, lo
entenderé si no lo hacéis… ¡Me hago cargo de que la gente viene aquí para otras
cosas que para verme actuar!


—_____ y yo estamos aquí
de segunda luna de miel —le informó Joe.


—¡Qué romántico! Joe
debe de quererte mucho, cariño —le dijo a _____—. Ya sabes que el romanticismo
no es precisamente su fuerte.


—¿Qué ha pasado con los
cumplidos? —le preguntó él, irónico.


—Joe, querido, imagino
que a estas alturas _____ ya sabrá de sobra lo muy pragmático que eres. Y no es
ningún crimen no ser romántico. En mi experiencia, los tipos más románticos son
los peores de todos. Prefiero a los que son sinceros. Bueno, me voy. Ha sido un
placer haberos visto, de verdad —y se marchó.


_____ se quedó
asimilando todo lo que le había dicho Jessie, esforzándose a la vez por no
sentirse amargada y celosa al mismo tiempo. Y no sólo porque Joe se hubiera
acostado con aquella mujer, sino por lo sincero que, al parecer, había sido con
ella.


«Ojalá hubiera sido
igual de sincero conmigo», pensó. «Ojalá me hubiera dicho la verdad: que lo
único que quería de mí era que me quedara embarazada. Si lo hubiera hecho, yo
de todas formas habría sido tan estúpida como para casarme con él, pero al
menos habría sabido la verdad…»


Llegaron sus platos sin
que _____ hubiera pronunciado una sola palabra. Ni siquiera dio las gracias al
camarero. Una vez que se hubo marchado, bajó la mirada a su plato de risotto: ya ni se acordaba de que lo
había pedido.


Joe había pedido un
enorme churrasco con ensalada. Pero él tampoco tomó el cuchillo y el tenedor:
en lugar de ello, se la quedó mirando con expresión pensativa.


—¿Qué pasa? —le
preguntó.


—Nada —mintió.


—No tienes por qué
sentirte celosa.


Su intuitivo comentario
la irritó todavía más.


—¿Por qué? ¿Por qué hace
años que te acostaste con ella?


Joe no pudo evitar
sentirse complacido por lo áspero de su comentario. Más que complacido:
reconfortado.


Extrañamente, había
aborrecido su propio ataque de celos. En cambio, los celos de _____ le
gustaban. Y mucho.


—Yo no amaba a Jessie.


_____ casi soltó una
carcajada. «Vaya novedad», quiso decirle. «Tú no amas a las mujeres con las que
te acuestas. Ni siquiera a aquellas con las que te casas».


—Ese no es el tema.


—¿Cuál es el tema?


—El tema es que ella te
conoce mejor que yo —le espetó _____—. Tú nunca hablas conmigo, Joe. Sé que no
he estado muy comunicativa desde que perdí el bebé, y supongo que la culpa ha
sido mía. Pero, antes de aquello, tú no hablaste conmigo. De verdad no, al
menos. No sabría absolutamente nada ni de tu pasado, ni de tu carrera, ni de
esa mujer… si no me hubiera informado sobre ti por Internet.


Joe se quedó totalmente
sorprendido: tanto del genio de _____ como de aquella revelación.


—¿Me has buscado por
Internet?


—¿Cómo si no habría
averiguado quién eras y lo que hacías? Estaba locamente enamorada de ti y no te
conocía. Y sigo sin conocerte. Como te dije antes. Jessica Manson te conoce
mejor que yo.


—En realidad, no.


—¿Cómo puedes decir eso?
Trabajaste con ella durante mucho tiempo. Erais amantes. No lo niegues.


—No lo niego.


—¡Qué pena que tu
sinceridad sólo haya llegado hasta allí!


Joe frunció el ceño.


—¿Qué has querido decir?


—Nada —tomó su tenedor.


—No, has querido decir
algo.


«Ésta es tu oportunidad.
_____», le aconsejó una voz interior. «Díselo. Dile que sabes que no te quiere.
Que le ha estado mintiendo durante todo el tiempo».


Pero no podía. ¿Se lo
impedía el deseo que sentía por él? ¿O acaso era el amor? Quizá fueran ambas
cosas. Soltó un suspiro cargado de frustración.


—El caso es, Joe, que
toda esposa quiere comprender a su marido, no sólo amarlo ciegamente. Deberías
haber compartido conmigo más cosas sobre tu pasado. Yo te lo he contado todo
sobre mí. Que, por otra parte, ha sido muy poco. De increíbles experiencias
vitales, o éxitos fulgurantes, pocos. Y de antiguos amantes no he tenido que
confesarte nada.


—Pero tú nunca has
querido saber nada de mis antiguas amantes —protestó él—. Me lo dijiste tú
misma.


Quizá porque, de manera
inconsciente, había tenido miedo de saberlo. ¿A qué mujer le habría gustado
escuchar historias sobre las bellísimas mujeres con las que había salido su
marido?


Pero de repente se dio
cuenta de que ya no tenía miedo. Si algo había aprendido durante aquella última
semana, era que poseía coraje para hablar las cosas. Algunas cosas, al menos.


—No me refería a tu vida
amorosa. Joe… ¡sino a tu vida en general! ¿Cómo eras de niño? ¿Cuáles eran tus
esperanzas y tus temores, tus sueños y tus ambiciones?


Joe experimentó una
punzada de exasperación ante aquel interrogatorio. Nunca le había gustado
contarle la historia de su vida a nadie. Evocar su desgraciada infancia no era
precisamente su idea de diversión. Pero _____ estaba en lo cierto. No se había
mostrado muy comunicativo con ella, quizá como reacción a lo expansivo y
sincero que había sido con Jackie, para luego encontrarse con que había
desnudado su alma a una mujer que no la tenía.


Ahora se daba cuenta,
sin embargo, de lo mucho que eso podía significar para _____.


Así que procedió a
contarle, mientras cenaban, la historia de su familia, lo ocurrido con su
padre. No se guardó nada. Le contó toda la verdad. Sólo cuando llegó a la parte
de la muerte de su hermano sintió que se le cerraba la garganta. Se las arregló
para decirle lo de su testamento, pero luego sencillamente tuvo que
interrumpirse.


Suspirando, tomó su copa
y la apuró de un solo trago. «Es por eso por lo que no me gusta hablar del
pasado», se dijo, triste. «Porque no puedo soportar los recuerdos. No puedo
soportar el dolor».


_____ lo miraba
fijamente. Había escuchado, horrorizada, todo lo que le había dicho sobre el
maltrato que había sufrido su familia a manos de su padre. Todas aquellas
historias sobre palizas y humillaciones habían hecho que sus propias quejas
sobre su materialista y dominante madre se le antojaran insignificantes. _____
nunca había dudado de que su madre la quisiera. Como tampoco había dudado de
que a su padre nunca le hubiera importado realmente que ella lo tratara así. Henry
Donnelly era un hombre débil que siempre había necesitado a su lado a una mujer
práctica y con carácter. Pero cruel… eso jamás.


Se le ocurrió de repente
que quizá la incapacidad de Joe para amar procediera precisamente de la falta
de cariño en su infancia. Quizá si su hermano no hubiera fallecido, las cosas
habrían sido diferentes. Alan debió de haberle querido mucho para haberle
legado todo su patrimonio en su testamento.


—¿Qué edad tenía Alan
cuando murió? —le preguntó, incapaz de recordar lo que había leído por
Internet.


—Veintitrés. El forense
certificó que se trató de un accidente —esbozó una mueca irónica—. Una
combinación de velocidad y alcohol. Pero a mí siempre me pareció muy extraño
que Alan redactara su testamento justo un día antes de morir, dejándomelo todo
a mí. Antes de eso, jamás se le ocurrió redactar uno. ¿Y por qué ese día
precisamente? Eso es lo que me pregunto.


—¿Crees que se suicidó?


—No lo sé —Joe se
encogió de hombros—. Nadie lo sabe, excepto quizá mi padre. Sólo sé una cosa: Alan
no era feliz. Era un chico muy inteligente. Quería ser médico. Pero nuestro
padre se negó a pagarle los estudios de Medicina. Así que Alan se metió en el
negocio familiar y se convirtió en su criado, en su peón para todo. Un peón muy
bien pagado, obviamente, por la extensión de su patrimonio, pero un peón al fin
y al cabo.


—Pero pudo haberse
marchado y ser libre como hiciste tú, Joe.


—No era tan fácil. Alan
era el primogénito, el hijo responsable. No se quedó en casa porque tenía miedo
de marcharse. Pero no por él, sino por mamá. Se quedó para protegerla.


—Oh, Joe, es todo tan
trágico…


La compasión que vio en
sus ojos lo dejó conmovido. Pero no quería su compasión. Y tampoco quería
seguir hablando de su padre ni de su pasado.


—¿Por qué no dejamos la
historia de mi vida para otro momento? —le propuso bruscamente—. Dentro de poco
volverá ese infernal camarero para preguntarnos si todo es de nuestro gusto…
con el verdadero objetivo de mirar tu escote. Te juro que no volveremos más, al
menos contigo vestida así.


—No voy vestida más
provocativamente que tu Jessie —se defendió _____, secretamente complacida por
sus celos.


—Jessie no es mi esposa.
A mí no me importa que le guste que se fijen en ella los desconocidos.


—A mí no me gusta que se
fijen en mí los desconocidos… —replicó, indignada—. ¿Cómo te atreves a decirme
una cosa así?


Joe se sonrió. Se
atrevía porque quería volver al mismo tema que se había prometido evitar antes.
El sexo representaba una maravillosa distracción de la angustia y el dolor
emocional.


—Estás muy bella cuando
te enfadas. Vamos, cómete el risotto.


_____ lo fulminó con la
mirada.


—Ya no tengo apetito.


—Yo tampoco —repuso él,
y la barrió con la mirada: primero su rostro, luego sus senos, y finalmente sus
labios—. De comida, al menos.


_____ se quedó sin
aliento. Tragó saliva.


—Pero… pero… ¿qué pasa
con la comida? ¿Y el vino?


—Tenemos comida más que
suficiente en la villa. Y un montón de botellas de vino.


Se había quedado
estupefacta. ¿Cómo se atrevía a hacer eso? ¿Levantarse sin más de la mesa y marcharse?
Le parecía escandaloso. Y sin embargo… ella también quería hacerlo.


—No pienses —le ordenó
mientras se levantaba y le ofrecía la mano—. Vámonos.


Por un fugaz instante, _____
todavía dudó, ya que su instinto de supervivencia le advertía de que, si
obedecía sin resistirse, estaría perdida. Joe se enseñorearía de su cuerpo, y
de su vida. Ya no tendría ninguna posibilidad de abandonarlo. Sería suya, tan
suya como nunca lo había sido antes.


¿Fue el brillo de deseo
que vio en sus ojos lo que la decidió? ¿O quizá el hecho de que hubiera
confiado en ella hacía unos minutos? ¿Qué fue lo que selló su destino?


Levantándose temblorosa,
aceptó su mano.






Capítulo 11


Joe no pudo creer en su
buena suerte cuando _____ aceptó su mano. «¡Sí», exclamó para sus adentros,
triunfante. «¡Sí!».


El corazón le latía
salvajemente en el pecho mientras casi la arrastraba fuera del restaurante,
delante de la mirada asombrada del camarero, hasta el aparcamiento.


Al momento siguiente
estaban a bordo del buggy, de camino
a la villa. El simple pensamiento de hacer el amor con Nicole había catapultado
a Joe al peligroso estado de excitación en que se había encontrado antes de que
aquel lascivo camarero se fijara en su escote. Pero ahora estaba todavía peor.
Mucho peor. No recordaba haber tenido nunca una erección así. No podía esperar.
Simplemente no podía.


_____ se quedó sin
aliento cuando Joe, soltando una maldición, frenó bruscamente a un lado de la
carretera. Ni siquiera tuvo tiempo de preguntarle por lo que sucedía, porque la
levantó en brazos del asiento y se internó con ella en el bosque tropical.


—No puedo esperar —fue
lo único que le dijo.


No necesitó más. _____
sabía lo que iba a hacer. Y sabía también que ella se lo iba a permitir.


La palmera bajo la que
se encontraban era de tronco ancho, y estaba ligeramente inclinada. Joe no se desvistió,
ni la desvistió a ella. Simplemente se desabrochó el pantalón y, alzándole la
falda, hizo a un lado la pequeña pieza de satén rojo.


_____ soltó un grito
cuando lo sintió dentro. Después de eso él la acalló con sus besos, ahogando
los gemidos que le subían por la garganta. La cabeza le daba vueltas por lo
salvaje de aquella unión, de aquella pasión. Joe alcanzó demasiado pronto el
orgasmo, pero aun así a ella le encantó: sobre todo la manera en que la abrazó,
desesperado, como si le fuera la vida en ello.


—Lo siento —murmuró
contra su pelo—. Lo siento.


Su disculpa la
sorprendió.


—No necesitas
disculparte —susurró _____—. No me importa.


—Claro que necesito
disculparme —gruñó—. Me he comportado como un animal.


—Pero a mí no me
importa, de verdad —insistió ella.


Joe alzó la cabeza y
ella pudo sentir la intensidad de su mirada, en medio de la oscuridad que los
envolvía.


—¿Me estás diciendo la
verdad?


—Yo nunca te mentiría —y
le acunó el rostro entre las manos.


Joe soltó un gruñido y
la besó de nuevo. La besó hasta que sintió que su miembro se endurecía de nuevo
en su interior.


—La próxima vez será
para ti, cariño… —musitó contra sus labios, y se incorporó con ella en brazos,
sin separarse.


De manera sorprendente,
cargó con ella en esa postura hasta el buggy.
Y, de manera más sorprendente aún, condujo hasta la villa con ella sentada en
su regazo, de frente a él, fundidos sus cuerpos en uno solo. La carretera tenía
sus baches y, para cuando aparcaron. _____ sólo podía pensar en una cosa: en
desahogar aquella clamorosa excitación sexual que atenazaba su cuerpo.


Cuando Joe bajó del buggy para dirigirse a la villa, con
ella en brazos, _____ enterró el rostro en su cuello mientras rezaba para que
ese desahogo llegara pronto. Como no entraron en la casa, alzó la cabeza… justo
a tiempo de descubrir sus intenciones.


—¡No! —gritó al ver que
bajaba lentamente los escalones que llevaban a la piscina—. ¡Destrozarás
nuestra ropa!


—Lo dudo. La ropa cara
aguanta mucho.


El agua los fue
envolviendo poco a poco, deliciosamente tibia y sensual. Pero sus ropas no
tardaron en convertirse en un problema. La camisa de Joe se le pegó al pecho,
mientras que la falda de _____ flotaba en la superficie.


—Será mejor que nos
desnudemos —propuso él.


—Pero… —no quería
separarse.


—Sí, lo sé… pero no será
más que una corta interrupción. Tenemos toda la noche. _____. De hecho,
disponemos de diez días enteros.


_____ descubrió que
desvestirse en una piscina no era tarea fácil. Finalmente quedaron los dos
desnudos. El agua acariciaba su piel como un guante de seda.


—Creo que deberíamos
salir.


—¿Salir?¿Por qué?


—Hacer el amor en el
agua es una fantasía muy común, pero suele tener un efecto de anticlímax. Mi
única intención al venir aquí era enfriarnos un poco. Quédate si quieres dentro
mientras voy a buscarte un albornoz —salió rápidamente de la piscina y
desapareció en la casa.


_____ no pudo evitar una
punzada de decepción. ¡Ella no pensaba en absoluto que hacer el amor pudiera
ser un anticlímax! Por supuesto, él ya había alcanzado el orgasmo, mientras que
ella estaba totalmente frustrada…


Joe volvió con un grueso
albornoz blanco. Se había atado una pequeña toalla azul a la cintura.


—Vamos, sirenita. Fuera
del agua.


_____ intentó combatir
su pudor mientras subía los escalones y abandonaba la piscina bajo su mirada.
Desafortunadamente no era todavía la mujer mundana que le habría gustado ser:
poniéndose a toda prisa el albornoz, se ató el cinturón.


—No, no, _____ —le dijo
él, desatándole el cinturón y abriéndole de nuevo el albornoz—. Quiero mirarte
mientras te seco el pelo… —y, dicho eso, se quitó la toalla que llevaba a la
cintura.


Se tomó su tiempo en
secarle el cabello con la toalla y, desde luego, la miró. Mucho. En un
determinado momento le abrió el albornoz para descubrir sus pezones erectos y
procedió a secárselos, haciéndola estremecerse de placer. Acto seguido entornó
los ojos y arrojó la toalla a un lado.


—Hora de irse a la cama.


—¿La cama? —repitió
ella, sorprendida. Se había estado imaginando que harían el amor en cualquier
otra parte. Fuera, quizá, en una de las tumbonas, o en el enorme salón, donde
había tantos sofás. Y alfombras. Mullidas y exóticas alfombras hechas para
hacer el amor en ellas…


—Sí, la cama —repitió él—.
No te sorprendas tanto. En mi locura hay un orden.


No lo dudaba. Evidentemente,
el animal incontrolable que la había amado unos minutos antes, y que tanto le
había gustado a ella, había desaparecido. Había sido sustituido por el frío
hombre de mundo que, demasiado bien lo sabía _____, no hacía nada que no
hubiera pensado antes.


Joe no estaba
acostumbrado a actuar por impulso. Era tan pragmático como Jessie le había
dicho que era. Por eso mismo, el hecho de que ella le hubiera hecho perder el
control, aunque sólo hubiera sido por una vez, no podía menos que suscitarle
una cierta satisfacción.


—Vamos —dijo él,
tomándola firmemente de un codo para hacerla entrar en la villa y llevarla al
dormitorio.


La cama seguía deshecha,
con los almohadones esparcidos por el suelo. Joe alisó las sábanas y colocó
luego los seis almohadones en dos filas: tres en el cabecero de la cama y los
otros tres delante.


—Ahora, quítate esto —le
bajó el albornoz por los hombros—. Túmbate en medio de la cama, con la cabeza
apoyada en la primera fila de almohadones.


_____ no pensó en
desobedecer. Quería hacerlo.


Cuando Joe se agachó
para recoger algo del suelo. _____, ya tumbada, alzó la cabeza y se quedó sin
aliento al ver que estaba sacando el cinturón de las trabillas del albornoz.
Una vez más, adivinó lo que estaba a punto de hacer.


—Levanta los brazos por
encima de la cabeza, hacia el cabecero de la cama. Junta las manos y apóyalas
en el almohadón. Así.


Con los ojos muy
abiertos, vio que procedía a atarle con el cinturón del albornoz una muñeca y
después la otra.


—¿Demasiado apretado?


—No —respondió ella.


—Quiero que estés cómoda
—le dijo mientras seguía trabajando.


Al fin saltó de la cama
y se la quedó mirando. _____ no podía ver exactamente lo que había hecho: sólo
sentirlo. No podía separar las muñecas, pero sí moverlas ligeramente. Se las
había atado con el cinturón, cuyo otro extremo debía de haber asegurado al
cabecero de la cama.


—Qué imagen tan
deliciosa.


_____ no se sentía
«deliciosa», sino más bien insoportablemente excitada y cruelmente abandonada.
Quería que continuara mirándola, sí. Pero ansiaba mucho más que la tocara…


—Así que… ¿te gusta,
querida?


¿Qué si le gustaba? Le
resultaba imposible describir lo que estaba sintiendo en esos momentos. Era
como si todo su mundo hubiera basculado fuera de su eje. Respiraba
aceleradamente, con el corazón a punto de salírsele del pecho.


Sencillamente no podía
hablar.


—¿Quieres que te desate?


Sus miradas se
encontraron mientras negaba con la cabeza de un lado a otro. Joe sonrió.


—Tengo la sensación de
que te va a gustar.


Se tumbó a su lado en la
cama. Acababa de estirar una mano hacia sus senos cuando sonó el teléfono que
estaba sobre la mesilla. _____ lo contempló horrorizada.


—No contestes —logró
pronunciar.


—No tardaré nada. ¿Diga?
—contestó con cierta brusquedad—¿Qué? No, no, no le pasaba nada a la comida. Ni
al vino. Mi esposa se sintió un tanto indispuesta, así que tuvimos que volver
inmediatamente —volviéndose hacia _____, le hizo un guiño—. Gracias por llamar.
Sí, seguro que se pondrá bien. Sólo necesita un poco de reposo en cama y
algunos mimos… Adiós —después de colgar, esbozó la sonrisa más sensual que _____
había visto en su vida—. Y ahora… dediquémonos a esos mimos…






Capítulo 12


—¿Te das cuenta, _____? —le
dijo Joe mientras nadaban en el mar—. ¡Ni una sola vez, en toda la semana
pasada, me han llamado de la oficina!


—Es increíble —repuso,
muy seria—. ¿Cómo habrán podido arreglárselas sin ti?


—Se está usted burlando
de mí, señora, bajo su propia responsabilidad.


_____ se echó a reír.
¡Qué feliz se sentía! Apenas una semana atrás, una felicidad semejante se le
habría antojado imposible. Pero una semana en Dream Island era mucho tiempo. En
aquellos días había llegado a conocerlo más que en todo lo que habían llevado
de matrimonio, lo cual la había convencido de que Joe, aunque no la amaba como
Hugh amaba a su llamante esposa, la quería y se preocupaba de ella. Aquella
nueva intimidad, que trascendía el puro sexo, representaba una esperanza para
su matrimonio.


Joe no había vuelto a
hacerle ninguna confesión sobre su infancia, pero le había hablado bastante
sobre su matrimonio. _____ había descubierto que era mucho más creativo e
imaginativo de lo que había supuesto en un principio. _____ siempre había
creído que los éxitos de su pragmático marido se habían debido más que nada a
su visión para los negocios. Ahora sabía que solía participar personalmente en
las campañas publicitarias que habían hecho famosa a su empresa.


Quizá por eso se había
quedado tan sorprendido de que no lo hubieran llamado en toda una semana.
Obviamente creía que Images no podría sobrevivir sin su presencia, o al menos
sin su supervisión, sobre todo en lo que se refería a la agencia de modelos que
había lanzado últimamente.


—Bueno, siempre puedes
llamarlos tú —le sugirió ella.


—¡Cómo! —resopló—. Dime
una cosa: desde que llevamos aquí… ¿cuándo me ha quedado tiempo para hacer otra
cosa que no fuera mantener satisfecha a mi mujer?


—Tú eres el único
culpable. Insististe en que ampliara mis horizontes sexuales.


—He creado un monstruo.


—No me había dado cuenta
de que no estabas disfrutando esta tarde…


A _____ se le aceleró el
pulso sólo de pensar en lo que acababa de hacerle. Tal vez no tuviera demasiada
experiencia en el sexo oral, de hecho había estado mucho más nerviosa de lo que
había aparentado… Pero una vez que fue consciente del placer que le estaba
dando, todo había marchado a las mil maravillas.


—Para ser la primera
vez, se te ha dado condenadamente bien.


Estuvo a punto de
decirle que lo había hecho por amor, pero no lo hizo. Esa era la única cosa que
no había logrado resolver con aquel viaje: confesarle su amor. Quizá porque no
había querido escuchar su respuesta. _____ podía vivir con un marido que
simplemente la deseara, algo de lo que, ahora sí, estaba segura. Pero no habría
podido vivir con alguien que no le fuera sincero.


Joe tampoco le había
dicho que la amaba, algo de lo cual ella se sentía agradecida. Se preguntó cuál
sería su reacción si Joe volvía a decírselo. Suponía que tendría que esperar y
ver. Y seguiría tomando la píldora.


Lo de tener un bebé
tendría que esperar. Lo cual le recordó…


—¿Qué hora es? —le
preguntó.


—Las cinco y media.


Se habían ido a nadar a
primera hora de la tarde, cuando mejor estaba el agua. Después pensaban
acercarse a comer algo al restaurante. La noche anterior habían disfrutado de
una copiosa cena de cinco platos en el restaurante principal, ya que Joe había
insistido en que necesitaban descansar y comer bien para recuperar las
energías. Posiblemente también habían bebido demasiado, porque ambos se habían
quedado rápidamente dormidos nada más terminar de hacer el amor.


Ese día había sido
diferente: Joe la había despertado temprano por la mañana para la primera de
sus sesiones amorosas. La única vez que la había dejado en paz había sido a
media mañana, cuando la asistenta se presentó para limpiar la villa. Y también
en ese momento, durante su baño en el mar.


—Tendremos que salir
pronto —le dijo _____, pensando que no quería tomar demasiado tarde la píldora.


—Buena idea. Me está
entrando dolor de cabeza. O he abusado mucho del sol… o de otra cosa —añadió
con una sonrisa triste.


—Pobrecito.


—Me merezco el castigo —repuso,
burlón—. Mira, yo saldré primero. Así no me sentiré tentado de volver a las
andadas cuando te vea con ese biquini rojo tan sensual…


A _____ le encantaba que
le dirigiera esos cumplidos. La hacía sentirse realmente bella y deseable.


—¿Piensas tomar algo?


—Seguro que habrá algún
analgésico en el baño —ya se dirigía hacia la arena.


_____ se quedó admirando
su trasero desnudo, que ya se le había empezado a broncear. Nunca se ponía
bañador: casi se había convertido en el nudista que había sugerido el primer
día. Tenía un cuerpo magnífico, pensó por enésima vez. Por delante y por
detrás.


—Espero que no te estés
sirviendo del dolor de cabeza como excusa —le gritó cuando ya se encaminaba por
el sendero flanqueado de palmeras que llevaba a la villa.


—No te preocupes, que
seguiré al pie del cañón…


Riendo, salió también
del agua. Cuando llegó a la villa, se zambulló en la piscina para quitarse la
sal y la arena del cuerpo. Poco después. Joe aparecía en la terraza, vestido
con un albornoz, las manos hundidas en los bolsillos.


—¿Encontraste las
pastillas?


—Desde luego —respondió
con una voz extrañamente fría—. Pero no eran analgésicos. ¿Te importaría explicarme
qué es esto? —sacó la mano derecha del bolsillo y le enseñó sus píldoras
anticonceptivas.


_____ tenía la culpa
escrita en el rostro, lo cual le hizo sentirse aún más asqueado que cuando las
descubrió por accidente en el baño. Había estado buscando los analgésicos por
todas partes, así que la bolsa de aseo de _____ había sido el último recurso.
Hacía años que no tenía jaquecas, pero aquélla prometía ser muy fuerte.


La vista del paquete de píldoras
lo había dejado aún más mareado. Intentó permanecer tranquilo, pero no sirvió
de nada. Una ciega rabia empezó a crecer en su pecho, martilleándole las sienes…


—No tenías intención de
tener otro bebé, ¿verdad?


—Bueno, yo…


—¿Tenías o no intención
de tenerlo? —rugió.


Observó cómo se
ruborizaba. Durante todo aquel día, cada vez que le había hecho el amor, había
estado pensando en engendrar un hijo. Su hijo, de los dos. Hasta entonces, en
realidad, durante toda la semana pasada, el objetivo que había justificado
aquella segunda luna de miel había pasado a un segundo plano. Pero nunca había
desaparecido del todo. Al fin y al cabo, era lo que más ansiaba en el mundo.


El hecho de que hubiera
tomado medidas para evitar que sucediera le había despertado muy malos
recuerdos. Había estado seguro de que _____ no era como Jackie. Pero se había
equivocado. Era igual de egoísta y de cruel. Sabía que él quería un hijo. Sabía
que él había esperado que eso ocurriera en aquellas vacaciones. Y ella,
deliberadamente, lo había hecho imposible. La otra noche le había dicho que
nunca le mentiría. Pero lo había hecho, le había mentido. Y de la peor manera
posible.


—Joe, por favor. Deja
que te explique…


—Demasiado tarde —le
espetó—. Nada de lo que puedas decirme podrá disculpar nunca lo que has hecho.
Me mentiste, _____. Y yo no puedo soportar la mentira —dicho eso, se dirigió de
vuelta a la playa.


Estaba rompiendo el
paquete y lanzando los trozos al mar cuando _____ se materializó a su lado. Ya
no tenía una expresión culpable: todo lo contrario.


—¡Así que no puedes
soportar la mentira! —estalló, con las manos en las caderas—. Y me lo dices tú.
Joe Jonas. ¡Tú, que me has estado mintiendo desde que nos conocimos!


Joe se la quedó mirando
fijamente, en silencio.


—Tú nunca me amaste —le
espetó ella—. Querías un hijo y yo fui lo suficientemente estúpida como para
dártelo. Tú me hiciste creer que me querías. Pero nunca me amaste. Ni por un
momento.


—¿Quién te dijo eso?


—Nadie me lo dijo
directamente. Escuché una conversación de Hugh y Russell en el hospital;
creyeron que estaba dormida. Te juro que no me quedó ninguna duda de las
razones que tuviste para casarte conmigo.


Joe soltó un gruñido: la
fuerte jaqueca le impedía pensar con claridad. Su primera reacción fue de
consternación, pero la segunda fue de absoluto asombro.


—Si eso es cierto…
¿entonces cómo es que no me abandonaste en aquel preciso momento?


—¡Una pregunta lógica
viniendo de mi sensato marido! ¿No se le ha ocurrido pensar que quizá estaba
tan destruida moralmente que fui incapaz de reaccionar? Quería dejarte, pero
simplemente no tenía la fuerza necesaria para hacerlo… Después, fui a la boda
de Hugh y tomé la decisión, porque vi lo que era el amor verdadero y ya no
quise conformarme con menos. De vuelta a casa, iba a pedirte el divorcio cuando
me besaste y… bueno, el momento pasó. Luego, a la mañana siguiente, cuando
volviste a besarme y me propusiste que pasáramos una segunda luna de miel, yo
pensé… bueno…


—¿Qué pensaste? —le
espetó—. ¿Pensaste en vengarte de mí antes de abandonarme?


Esperó a que lo negara.
Pero no lo hizo. No pronunció una sola palabra. Simplemente se lo quedó mirando
fijamente con aquellos enormes ojos suyos.


Joe hizo lo que siempre
hacía cuando se sentía herido: luchar.


—Entiendo. Quisiste
manipularme como yo te manipulé a ti. Quizá incluso hacer que me enamorara de ti.
Oh, sí, me atrevo a decir que yo formé parte de tu pequeña agenda de venganza.
Lo admito, _____: lo hiciste muy bien. La nueva imagen sexy. Tu disposición a
probar cosas nuevas. Así que dime, querida: cuando ayer te estrenaste
haciéndome una felación y yo te supliqué que no te detuvieras… eso te excitó,
¿verdad? ¡Estoy seguro de que sí!


Le dolía pensar que el
sentimiento que había impulsado a _____ a tener sexo con él no había sido el
amor, sino el odio. Le dolía más que cualquier otra cosa que pudiera recordar.
Ni siquiera descubrir la verdad sobre Jackie le había dolido tanto.


Pero se negaba a dejar
traslucir aquel dolor. Se negaba a abandonarla sin defenderse antes.


—Te equivocas con lo que
has dicho de que me casé contigo sólo porque quería un hijo —le espetó—. Es
cierto que no te amaba. Lo admito. En eso te mentí. En aquel tiempo, me sentía
incapaz de amar a mujer alguna. Pero me gustabas mucho y quería formar una
familia contigo. Tener una familia y una vida en común, llena de cariño y de
compromiso. Desde el primer momento en que te conocí, ya no volví a mirar a ninguna
otra mujer, ni siquiera cuando no me diste sexo durante tres meses. Yo nunca
quise hacerte daño. Pero tú, _____… —la acusó con el dedo. Una inmensa amargura
se reflejaba en su voz— tú tuviste toda la intención de hacerme daño cuando
aceptaste mi propuesta de pasar esta segunda luna de miel. Tú quisiste hacerme
daño y destruirme. Pero déjame decirte una cosa, querida: se necesita algo más
que esto para destruirme. Mucho más. Y ahora, haz la maleta y sal de mi vida.


_____ abrió la boca para
decir algo. Lo que fuera.


Pero la mirada que le
lanzó Joe la disuadió de hacerlo. Tal vez nunca la hubiera amado antes, pero en
aquel momento la odiaba. Podía verlo en sus ojos. No tenía sentido pedirle
disculpas ni defenderse, ni tan siquiera intentar explicarle por qué había
hecho lo que había hecho.


Todo había terminado. Su
matrimonio había acabado.


—Bueno, ¿a qué estás
esperando? Estoy seguro de que no tendrás problema en encontrar una habitación
en el hotel principal. Luego podrás tomar el helicóptero de la mañana que te
llevará a tierra firme. Hay varios vuelos diarios de Cairns a Sidney. Las
llaves del buggy están sobre la mesa
del vestíbulo. ¡Así que vete de una maldita vez!


Pero _____ seguía sin
poder moverse. Por dentro, estaba empezando a temblar.


—Joe, yo… yo…


—¡No! No quiero oírte. Y
tampoco quiero volver a verte. Así que asegúrate de estar fuera de mi casa para
cuando vuelva. Ya se pondrá mi abogado en contacto contigo —después de
fulminarla por última vez con la mirada, giró sobre sus talones y se zambulló
en el mar.


_____ quiso salir tras
él, suplicarle que la escuchara. Pero una vez más sabía que sería inútil. No
sólo la odiaba, sino que estaba seguro de que ella lo odiaba a él también. Su
perversa sospecha de que había aceptado acompañarlo a aquella isla para
vengarse de él no podía ser más absurda.


Entró en la casa. No le
llevó mucho tiempo hacer el equipaje, aunque le temblaban las manos. El
pensamiento de subirse a aquel buggy
y presentarse sola en el hotel la horrorizaba. ¿Qué pensarían de ella?


Para cuando lo hizo, si
embargo, estaba demasiado deprimida para preocuparse por lo que pudieran pensar
los demás. Una vez en la habitación del hotel, se tumbó en la cama a llorar.


Un ruido fuerte y
continuo la despertó en mitad de la noche. Al principio pensó que era el rumor
de la lluvia, pero cuando logró levantarse y se acercó a la terraza, descubrió
que era el silbido del viento. Un viento fortísimo que hacía temblar todo el
edificio.


En la recepción le
confirmaron que no había motivo alguno para alarmarse, que el hotel era sólido
como una roca, construido para soportar todo tipo de tormentas, algo
relativamente frecuente en los meses de otoño, y que ésa en concreto podría
prolongare durante un día o dos.


Hasta entonces, sin
embargo, los helicópteros permanecerían retenidos y ningún cliente podría salir
de la isla.


_____ se quedó desolada.
Estaba desesperada por salir de allí lo antes posible… para conseguir una
prescripción de la píldora del día después.


—Seguro que tendrán
algún médico en el hotel… —le dijo al recepcionista.


—Sí. Pero ayer el doctor
Wilkinson tuvo que viajar a tierra firme para asistir a una boda. La vuelta la
tenía prevista mañana a primera hora, pero dudo que pueda con esta tormenta.
¿Se encuentra usted enferma? ¿Podemos ayudarla en algo?


—No, no estoy enferma.
Puedo esperar, supongo.


Ahora que pensaba sobre
ello, recordó que el médico le había dicho que disponía de setenta y dos horas
de plazo para poder tomar la píldora del día después. En aquel momento no las
había tenido todas consigo, temerosa de que pudiera debilitarse en su
resolución y dejar que Joe le hiciera el amor. Por eso había decidido seguir
tomando la píldora anticonceptiva.


No le gustaba la idea de
quedarse embarazada de Joe en esos momentos.


—Oh, Dios —murmuró en
voz alta, sintiéndose repentinamente mareada.


—¿Puedo hacer algo por
usted, señora? —le preguntó amable el recepcionista—. ¿Le apetece que le suba
una bebida caliente? ¿Un brandy quizá?


—Un brandy me vendría
bien, gracias.


Cinco minutos después,
estaba sentada en un sillón al lado de la ventana, bebiendo el brandy a sorbos
y pensando que ella era la única culpable de la situación. Había sido un error
dejarle pensar a Joe que podían tener otro hijo. Debería haber sido sincera con
él y haberle dicho que no se sentía preparada.


Pero ésa no habría sido
toda la verdad. Si le hubiera confesado que sabía que no la amaba, entonces su
matrimonio habría terminado fracasando de todas formas. Porque… ¿cómo habría podido
sobrevivir su relación después de aquello? Era un problema de pérdida de
respeto. De respeto mutuo.


Sin embargo, Joe no
había tenido razón cuando la acusó de haber intentado hacerle daño.


No era cierto. Ella lo
amaba. Y, de manera perversa, en aquel momento su amor por él era mayor que
nunca.


Las lágrimas rodaron por
sus mejillas cuando recordó lo que le había dicho sobre su intención de formar
una familia con ella, de tener una familia y una vida en común, llena de cariño
y de compromiso. Cualquier posibilidad en ese sentido se había evaporado.


Otro horrible
pensamiento asaltó su mente. Cuando finalmente consiguiera salir de la isla,
tendría que volver a casa de sus padres. ¿Adónde si no podría ir? No tenía
amigos. Nadie que no hubiera sido amigo de Joe en primera instancia. No tenía
trabajo, ni dinero propio…


La perspectiva de
enfrentarse a su madre le resultaba infinitamente deprimente. Era lo que menos
necesitaba en aquel momento.


Tardó algún tiempo en
quedarse dormida. Cuando se despertó por la mañana, la tormenta había amainado.
Hacia las diez estaba volando en helicóptero hacia Cairns, y poco antes de las
tres aterrizaba en el aeropuerto Mascot de Sidney. Hacía frío y llovía: aquel
tiempo horrible combinaba perfectamente con su humor. El taxista no le dirigió
la palabra durante el corto trayecto a Bellevue Hill, algo de lo que se sintió
agradecida.


La vista de la preciosa
casa en la que había vivido con Joe renovó su dolor. Y sus preocupaciones.
¿Habría llamado Joe a Roberta para contarle lo sucedido? ¿La recibiría mal su
ama de llaves?


Esperaba que no. No
podría soportar mucho más.
Val's Matth.
Val's Matth.


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Luna de miel de un millonario Joe y Tu  - Página 5 Empty Re: Luna de miel de un millonario Joe y Tu

Mensaje por Val's Matth. Miér 16 Nov 2011, 7:56 pm

Capítulo 13


Roberta le abrió la
puerta con el asombro pintado en la cara. Evidentemente Joe no le había
informado de lo sucedido, lo cual era un alivio.


—Creía que no vendrían
hasta el martes. ¿Y el jefe?


_____ se preparó para la
reacción de la mujer.


—No viene conmigo. Hemos
cortado, Roberta. Vengo para hacer las maletas y marcharme.


Roberta se mostró
todavía más sorprendida.


—Pero yo creía que… Oh,
es una verdadera pena, _____…


—Sí —le dio la razón,
esforzándose por no llorar. La barbilla estaba empezando a temblarle—. Pero así
es. Era inevitable —metió su bolsa de viaje en el vestíbulo en penumbra, y la
dejó en el suelo con un suspiro.


—¿Por qué dice eso? —le
preguntó el ama de llaves mientras cerraba la puerta.


_____ aspiró
profundamente y se volvió hacia ella:


—Porque Joe no me ama,
Roberta.


—¿Qué? ¡Eso es una
tontería! Él la ama.


—Lo siento. Roberta,
pero se equivoca usted. Él nunca me ha amado. Lo único que quería era una
esposa y un hijo.


—No me lo creo.


—Él mismo me lo dijo.


La mujer se la quedó
mirando con la boca abierta.


—¡Jamás me lo habría
imaginado! —parecía indignada y consternada a la vez— Oh, pobrecita…


—¿Le importaría subir
conmigo y ayudarme a hacer la maleta? Tengo bastantes cosas —no sólo su ropa,
sino también sus pinturas, más todos sus cuadros.


—¿Se va hoy?


—Joe me dijo que no
quería verme aquí para cuando regresara.


—¿Qué? ¡Pero qué
canalla!


_____ sacudió la cabeza.


—No, Roberta, no es un
canalla. Estaba muy enfadado conmigo. El caso es… que le di la impresión,
cuando acepté su propuesta de marcharnos de segunda luna de miel, de que estaba
feliz y dispuesta a concebir otro bebé. Pero no era cierto. Estaba tomando la píldora
y se enteró.


—Oh…


—Se puso furioso
conmigo.


—Sí, me lo puedo
imaginar. Pero seguro que podrá entender por qué tenía usted miedo de quedarse
embarazada demasiado pronto. Lo pasó muy mal cuando perdió el bebé.


—Sí, es verdad —estuvo a
punto de decirle que cuando lo pasó peor fue cuando se enteró de que Joe no la
amaba, estando en el hospital, pero eso habría sido llevar las confidencias
demasiado lejos. No eran grandes amigas, al fin y al cabo. Y no tenía ninguna
duda de que Roberta querría seguir trabajando para Joe. Le resultaría difícil
encontrar un empleo mejor remunerado.


—Quizá todavía puedan
arreglar las cosas…


—No, Roberta. Se ha
acabado.


—Me cuesta tanto creer
que el señor Jonas no la quiera… por la manera en que se comporta, yo habría
jurado que… —parecía genuinamente perpleja—. Mire, a lo mejor la quiere y no es
consciente de ello…


—No puedo permitirme
pensar eso. Roberta. Yo misma me lo he buscado, por ser tan estúpidamente
romántica. Es hora de que madure de una vez y me enfrente a la vida tal como
es, y no como me gustaría que fuera.


—¿Adónde piensa ir? —le
preguntó Roberta mientras la seguía escaleras arriba.


—A casa de mis padres,
supongo. Viven en Woolahra.


—Eso no está muy lejos
de aquí. Llamaré a Bill para que la lleve si quiere.


—No hace falta, gracias.
Puedo conducir —tenía un coche pequeño, regalo de cumpleaños de sus padres. No
era tan moderno como el de Joe, pero servía. No había vuelto a conducirlo desde
el aborto: no se había sentido lo suficientemente segura como para hacerlo.


—¿Seguro? —le preguntó
Roberta, dubitativa.


—Sí.


Eran más de las seis
cuando llegó a la casa familiar, un edificio de dos plantas rodeado de
terrazas, con un jardín bien cuidado. Había sido el regalo de bodas del abuelo
de _____ a su único hijo y heredero.


La familia Donnelly
había emigrado de Irlanda a Australia poco después de la Primera Guerra
Mundial. El bisabuelo de _____ había ganado una pequeña fortuna con la patente
de una máquina industrial de empaquetado. Su hijo, el abuelo de _____, había
engrosado el patrimonio familiar a través de la adquisición de inmuebles en
Sidney, incluida aquella casa, comprada en los años cincuenta por una ganga. El
padre de _____, que nunca había destacado por su astucia como inversor, había
mermado dicho patrimonio vendiendo buena parte de aquellas propiedades para
invertir en la Bolsa
justo antes de la crisis de los ochenta.


_____ había escuchado
tantas veces la historia de aquellas desastrosas inversiones que había perdido
ya la cuenta. Su madre nunca dejaba pasar la oportunidad de repasarle por la
cara los fracasos a su marido. Para Janet Donnelly, perder dinero era el peor
de los pecados. _____ era bien consciente del recibimiento que le daría cuando
se enterara de que había roto con su millonario marido.


Afortunadamente, su
madre todavía no había vuelto de su partida semanal de bridge, lo cual le dio la oportunidad de guardar todas sus cosas en
su antigua habitación. Y prepararse para lo que sabía iba a ser una reunión
familiar ciertamente desagradable.


Su padre le preparó un
té y la acogió con cariño, como siempre. _____ se lo explicó todo de una manera
sencilla y sincera, recibiendo a cambio palabras de consuelo y comprensión. No
esperaba la misma reacción cuando regresara su madre.


_____ estaba en su
dormitorio del primer piso cuando eso sucedió. El retomo de Janet Donnelly fue
anunciado por un clamor de voces: la alta y estridente de ella, y la baja y
ahogada de su marido.


Irrumpió en su
habitación sin llamar.


—Tu padre me ha dicho
que has dejado a tu marido —fueron sus primeras palabras, pronunciadas con un
tono de censura.


_____ se quedó
sorprendida al descubrir que su primera reacción no era de pánico, como habría
sido de esperar. En lugar de ello, se irguió y se la quedó mirando con
expresión perfectamente tranquila.


—Bueno, eso no es del
todo exacto. Yo no he dejado a Joe; me ha dejado él a mí. Me echó de la villa
de Dream Island, con órdenes de que estuviera fuera de su casa para cuando
volviera.


Janet Donnelly se quedó
completamente helada.


—¡Dios mío! ¿Cómo ha
podido hacerte algo así?


—Se enteró de que estaba
tomando la píldora.


—¡La píldora! —gritó—.
¿Estuviste tomando la píldora durante tu segunda luna de miel? ¡Oh, pero qué
estúpida!


_____ no había esperado
menos. Pero, sorprendentemente, los insultos no la afectaban en absoluto.


—Bueno, no todo está
perdido —continuó su madre mientras caminaba de un lado a otro de la
habitación, con las manos en las mejillas—. Se ha enfadado contigo, eso es
todo.


_____ casi se echó a
reír. La palabra «enfadado» difícilmente podía describir el humor de Joe. Su
madre se detuvo frente a ella.


—No deberías haberte
marchado de la casa —la acusó con un dedo tembloroso—. Nunca se debe abandonar
voluntariamente el hogar conyugal. Esto es lo que vas a hacer: vuelve a casa
ahora mismo, y cuando Joe regrese, te disculpas adecuadamente con él y…


—No —la interrumpió _____
con firmeza—. No pienso volver a casa, madre. Y tampoco voy a disculparme con
él. Joe no me ama. Nunca me ha amado. Lo único que quería de mí era un hijo. Me
dejó embarazada deliberadamente para asegurarse de que podía tener hijos. Al
contrario de lo que hizo con su primera mujer, de la que se divorció cuando se
dio cuenta de que era estéril.


—¿De veras? No es eso lo
que he oído yo. Tengo entendido que ella se negó a tener hijos Pero eso no
importa: a la larga, el matrimonio no tiene nada que ver con el amor, hija mía.
Tiene que ver con la seguridad, con el estatus social. Joe es un hombre
brillante y muy rico. Divorciarte de él sería una locura.


—Yo no quiero seguir
casada con un hombre que no me ama —replicó _____.


—¡Oh, por el amor de
Dios!


—Sí, por el amor de Dios
—pronunció otra voz a su espalda.


_____ abrió mucho los
ojos cuando vio a su padre, que normalmente desaparecía cuando su mujer sufría
una crisis, entrar tranquilamente en la habitación para colocarse a su lado.


—Si te quedara un mínimo
de compasión en el cuerpo, Janet —le dijo a su esposa mientras pasaba a _____
un brazo por los hombros con gesto cariñoso—, ahora mismo estarías consolando a
tu hija, en lugar de empujarla a que vuelva con un hombre que no la ama. Yo,
mejor que nadie, sé lo que es estar casado con alguien que ni te ama ni te
respeta, y no me gustaría que _____ corriera esa misma suerte. Mi hija, además,
no es estúpida. Es una chica buena e inteligente que no se merece tener un hombre
cruel y mentiroso por marido. Y también se merece algo mejor que una madre que
sólo piensa en el dinero.


Janet tuvo la
consideración de sonrojarse. Pero no le duró mucho.


—Si _____ hubiera tenido
la infancia de miseria que tuve yo, entonces sabría valorar mejor el dinero.
¿Pero qué sabe ella de eso? ¡Si ni siquiera ha tenido nunca un empleo! Y eso es
aplicable a ti también, Henry. Tú naciste con una cucharilla de plata en la
boca. Los dos fuisteis a las mejores escuelas y recibisteis la mejor de las educaciones.
Vosotros no tuvisteis que dejar la escuela a los catorce años para meteros a
trabajar en una fábrica. A los veinte años, yo habría sido capaz de hacer lo
que fuera para dejar de ser pobre.


—Incluso casarte con un
hombre al que no amabas —la acusó su marido.


_____ pudo ver la
confusión dibujarse en el rostro de su madre.


—Pero eso no es cierto…
Yo te amaba. Henry. Eras el hombre más bueno y encantador del mundo, y el mejor
marido… pero luego perdiste todo ese dinero y… yo me enfadé tanto… —las lágrimas
que afloraron a sus ojos no pudieron sorprender más a _____. Nunca había visto
llorar a su madre. Ni una sola vez.


Pero no, eso no era
cierto. En una ocasión sí que la había visto llorar: cuando murió su abuela. _____
tenía doce años en aquel entonces. Su madre acababa de salir del sanatorio, la
víspera del funeral. Había subido a su coche; _____ la había estado esperando
fuera. Se había sentado al volante y durante un buen rato no había dicho nada.
Luego había murmurado algo sobre lo envejecida que había visto a su madre, pese
a los cincuenta y cinco años que tenía. Sobre lo vieja y cansada que la había
visto.


Fue entonces cuando
estalló en sollozos. Agarrada al volante, con la cabeza baja, había llorado
interminablemente. En aquel momento, consternada. _____ no había sabido qué
hacer ni qué decir.


Esa vez sí que lo supo.
Se acercó a ella y la abrazó.


—Tranquila, mamá. Yo sé
que amas a padre.


Janet alzó la cabeza,
con los ojos brillantes.


—Me has llamado «mamá».


_____ sonrió.


—¿Te molesta?


—No, en absoluto.


—¿Y tú, papá? ¿Te
molesta que te llame así en vez de «padre»?


—Claro que no, cariño.
Al contrario.


—De todas formas,
tendrás que buscarte un abogado, _____ —le señaló su madre, recuperándose
rápidamente—. Los divorcios son un engorro.


—No creo que éste lo sea
—repuso _____—. No quiero nada de Joe.


—¡Qué no quieres nada! —parecía
horrorizada—. Pero… pero él tiene que pagarte por lo que te ha hecho. Quiero
decir que… se lo puede permitir. Tiene muchos millones…


—Y yo —dijo su marido.
Habló con una voz tan queda que _____ casi no lo oyó.


—¿Qué has dicho, Henry? —le
preguntó su mujer.


—He dicho que yo también
tengo muchos millones. Unos doscientos ochenta, según el último saldo.


Ambas se le quedaron
mirando fijamente. _____ sabía que su familia poseía dinero, pero tanto…


Su padre esbozó una
sonrisa extraña, que _____ nunca le había visto antes. Una sonrisa casi de
engreimiento.


—Cuando perdí todo ese
dinero con la crisis de los ochenta… en realidad lo único que perdí fue dinero
de papel. Me pareció absurdo vender todas esas acciones cuando habían caído a
unos niveles tan bajos, así que las conservé. Pero seguí vigilando de cerca la
evolución del mercado a la espera de algún signo de recuperación, algo que no
me había preocupado de hacer en los años ochenta, no iba a cometer ese mismo
error por segunda vez. Tomé la decisión de que, si para el año 2000 lograba
recuperar mis pérdidas y ganar algún beneficio, saldría del mercado de acciones
para meterme en el negocio inmobiliario. Cosa que al final hice, con lo cual me
ahorré la crisis de septiembre del año siguiente. Compré inmuebles cerca de la
ciudad. Luego vi la oportunidad de adquirir títulos de rentabilidad segura a
precios bajos. En resumidas cuentas, que durante los últimos años he conseguido
hacer un buen capital.


_____ se había quedado
impresionada.


—Nuestra hija no
necesita recibir ningún dinero de Jonas —continuó, orgulloso—. Yo tengo más que
suficiente para mantenerla. Y a ti también, amor mío —añadió, lanzando una
sardónica sonrisa a su esposa.


—¡Henry Donnelly! ¡Eres
un hombre perverso y mentiroso! Pero también muy listo —se acercó para darle un
gran abrazo—. Ahora podremos comprarnos una casa más grande…


—No vamos a hacer nada
de eso, señora mía —se opuso con tono firme—. Esta casa está muy bien. Lo que
vamos a hacer es embarcarnos en uno de esos cruceros de lujo, en un camarote de
primera. Y viajar a París para que te compres ropa cara. ¿Te gustaría?


—Oh, Henry…


—Y _____ no tendrá que
pedirle dinero a ese canalla que tiene por marido…


—No es un canalla —protestó
_____ antes de que pudiera evitarlo.


Ambos se la quedaron
mirando de hito en hito.


—¡No irás a decirnos que
todavía amas a ese hombre, después de todo lo que te ha hecho! —exclamó Janet.


_____ suspiró.


—Me temo que sí.


—¡Eso es ridículo!


—Janet —le advirtió su
marido—. Déjala. No siempre podemos dejar de amar a alguien… por mucho daño que
nos haya hecho.


La insinuación que
contenían aquellas palabras logró acallarla.


—No pienso quedarme aquí
mucho tiempo —dijo _____—. Me buscaré un empleo. Y luego me iré. No quiero que
me mantengas, padre… quiero decir papá… pero si realmente quieres ayudarme,
quizá puedas alquilarme uno de esos pisos tuyos. Por un precio rebajado, claro.


—No hay problema,
querida. ¿Pero qué clase de empleo piensas buscar? En Sidney hay mucho paro, no
te olvides. Y tú estás muy poco cualificada.


—El año pasado Nathan
Price me comentó que podría ofrecerme un empleo en su galería de arte. Me dijo
que yo tenía buen ojo para las exposiciones de pintura.


—Eso suena fantástico… Y
ahora, señora mía… —se volvió hacia su esposa— ¿qué tenemos para cenar?


—Pensé que te gustaría
salir, cariño —repuso Janet con tono dulce—. Al fin y al cabo, nos lo podemos
permitir.


—No creo que _____ esté
de humor para salir.


—No os preocupéis por
mí. Yo me prepararé una tostada.


—¿Lo ves, Henry? Estará
bien, no tienes que preocuparte —oyó _____ decir a su madre mientras guiaba a
su marido fuera de la habitación.


Una vez que se marcharon
sus padres, se dejó caer en el borde de la cama pensando que, sorprendentemente,
sí que estaba bien. Feliz no, claro. Pero sobreviviría. Había madurado mucho
durante aquella última semana. Había ganado confianza, y valor. La _____ que
había perdido a su bebé había sido incapaz de enfrentarse a la verdad, o de
actuar precisamente por esa verdad. El día anterior, había hecho algo más que
eso. No sólo se había enfrentado a la verdad, sino que además la había
expresado en voz alta, a sabiendas de las consecuencias.


Pero ahora tenía que
vivir con esas consecuencias. Tenía que vivir su vida sin el hombre al que
amaba.


Pensar en Joe le provocó
la inevitable punzada de dolor. Pero no lloró. Ya había llorado bastante la
noche anterior, y después en el avión, de regreso a Sidney. La hora de las
lágrimas ya había pasado, pero al parecer todavía no la de los recuerdos. _____
no se arrepentía del todo de aquella segunda luna de miel. ¿Cómo habría podido
hacerlo? El sexo había sido increíble. Y la pasión de Joe había sido real. Ella
lo había enloquecido de deseo. No era amor, pero era algo.


Mientras permanecía
sentada allí, recordando, se preguntó por lo que Joe estaría haciendo en aquel
momento. ¿Habría abandonado ya Dream Island? ¿O se quedaría allí hasta el
martes?


Dudaba que se quedara
allí solo. Volvería antes del martes. Quizá estuviera ya de camino a casa…


Casa…


_____ contempló la
habitación que había sido su refugio durante sus años de adolescencia. Era
amplia, con una ventana que daba al jardín trasero, con un alféizar donde había
pasado incontables horas dibujando. Estaba pintada de un tono verde claro, con
ribete blanco. La cama era grande, con un colorido edredón. Los muebles eran de
madera de pino. Había dos mesillas, un tocador y una estantería llena de libros
de arte. En una esquina se alzaba un caballete vacío.


Nunca había cubierto las
paredes con pósteres, como solían hacer las adolescentes. Sobre la cama colgaba
una reproducción de Monet. Tenía un armario empotrado enorme, que en aquel
momento estaba lleno de todas las cosas que se había traído de su casa. No sólo
ropa, sino también sus pinturas.


Al menos tenía consigo a
su primer amor, pensó. Sin él, no estaba segura de que hubiera podido
sobrevivir.


Aspirando profundamente,
se levantó para sacar los dos cuadros que había pintado desde que tuvo el
aborto. Cuidadosamente, los colocó uno junto a otro en el caballete, ya que no
eran pinturas grandes, y volvió a sentarse en la cama para contemplarlos.


Eran autorretratos de
estilo impresionista, con pinceladas gruesas y poco definidas, desnudos de
cuerpo completo en blanco y negro. Eran buenos, decidió una vez más. Se los
mostraría a Nathan al día siguiente, cuando fuera a solicitarle trabajo. Tenía
la sensación de que le gustarían.


Y a Joe también le
habrían gustado si hubiera llegado a verlos. Aunque en realidad nunca había
estado interesado en el arte y la pintura. Había fingido estarlo, pero eso
había sido al principio, cuando la estuvo seduciendo para que…


Experimentó una nueva
punzada de amargura, pero intentó sobreponerse. La amargura era un sentimiento
autodestructivo. Joe tenía excusas válidas para haber hecho lo que hizo. Ahora
se daba cuenta de ello. Era un alma herida, incapacitada para el amor
verdadero. Incapaz de comprender los sentimientos de los demás.


La empatia no era su
punto fuerte. Lo cual era una verdadera lástima. ¿Cómo podía no darse cuenta de
que su comportamiento era tan cruel e insensible como lo había sido el de su
padre? Todavía tenía mucho que aprender si realmente quería ser un buen padre.
Muchísimo.


El corazón se le aceleró
de repente cuando pensó en la píldora del día después que el médico le había
dado antes de abandonar Dream Island, y que todavía no había sido capaz de
tomar. Y no porque quisiera tener otro bebé, a esas alturas.


Estaba segura de que Joe
no sería el padre maravilloso que ella había imaginado. Los motivos que tenía
para anhelar con tanta desesperación tener un hijo no eran los más adecuados.
Para Joe no era más que una cuestión de orgullo viril, o el deseo de
demostrarle a su padre que podía hacerlo mucho mejor que él.


¿Cómo podía ser Joe un buen
padre para su hijo cuando ni siquiera la amaba a ella? ¿Qué clase de ejemplo
era ése?


«Piensa. _____», le
ordenó una voz interior. «Tú no vas a volver con Joe. Si piensas tener ese
hijo, él luchará por quitártelo. Sabes que lo hará. No corras ese riesgo. Actúa
mientras todavía puedas hacerlo».


Se levantó para recoger
su bolso. Abriéndolo, sacó la píldora y se la llevó al baño. Una vez allí,
buscó un vaso para llenarlo de agua. No había ninguno.


Nada más fácil que
tragarse una pastilla. Pero, simplemente, no podía hacerlo. Al final, la
escupió al inodoro y tiró de la cadena.


Dejaría decidir al azar.
Ocurriera lo que ocurriera, asumiría las consecuencias de sus actos. Y si
llegaba a concebir un bebé, no dejaría que Joe se lo arrebatara. Lucharía por
su hijo.






Capítulo 14


En el preciso momento en
que _____ tiraba la píldora al inodoro, Joe se despertaba del largo sueño que
le lo había mantenido fuera de combate durante todo el domingo. La noche
anterior por fin había encontrado unos analgésicos, mucho después de que
hubiera empezado la tormenta, con aquel horrible viento que casi lo había
vuelto loco, conspirando con su dolor de cabeza. Después de tomarse doble dosis
de tranquilizantes, se había quedado dormido.


El sonido del móvil le
arrancó un gruñido. Rodando al otro lado de la cama, buscó a tientas el
teléfono y se le cayó al cuelo. Estuvo a punto de caerse él también de la cama
cuando se estiró para recogerlo, mientras decidía para sus adentros que nunca
más volvería a tomar dosis doble de ningún medicamento…


—Joe Jonas.


—¿Es voz de resaca la
que estoy oyendo? —inquirió una voz masculina—. No puedes haberte quedado
dormido. Todavía no son ni las siete, es demasiado temprano para irse a la
cama. A no ser que… Vaya, ¿he llamado en un mal momento?


Joe volvió a tumbarse,
suspirando. Era Russell.


—En este momento,
cualquier momento es malo.


—Lo siento, amigo. No
pretendía interrumpir nada. Si quieres, te llamo después.


—No, no me refería a
eso. Te mereces saber lo que ha pasado.


—Eso no suena nada bien…


—Desde luego. _____ ya
no está aquí. Se ha marchado a casa.


—¿Cómo? ¿Pero por qué?


—Yo le pedí que se
marchara —¿pedir? Eso sí que había sido un eufemismo. Hizo una mueca al
recordar su irracional comportamiento del día anterior. Había estado ciego de
rabia. Aunque no tan ciego como para que la realidad de la situación resultara
más que evidente. _____ lo odiaba. Por supuesto que sí.


Pero eso no le había
dado derecho a que le hiciera lo que le había hecho. Él se había mostrado
ciertamente cruel en su condena de sus actos, pero no había estado del todo
equivocado. ¿O sí?


—¿Se puede saber por qué
diablos has hecho algo tan estúpido? —inquirió Russell.


—El problema de fondo,
amigo, es que _____ lo sabe. Sabe por qué me casé con ella. Te oyó a Hugh y a
ti hablando del tema cuando estuvo en el hospital, convaleciente del aborto. Me
dijo que vosotros pensabais que estaba dormida.


—Dios mío, lo siento, Joe…


—No pasa nada, Russ. No
es culpa tuya. Toda la culpa es mía.


—Pero si _____ ha sabido
la verdad durante todo este tiempo… ¿por qué ha esperado hasta ahora para
decírtelo?


—No me lo dijo. Todo
saltó cuando descubrí por casualidad que había estado tomando la píldora. Me
enfadé mucho, como te puedes imaginar. Ella me hizo creer que estábamos
intentando concebir un hijo cuando lo único que quería era vengarse.


—¿Vengarse? ¿Qué clase
de venganza?


—Es difícil de explicar.


—Inténtalo.


—Mirando las cosas
retrospectivamente, creo que estuvo intentando hacer que me enamorara de ella.
O al menos que enloqueciera de deseo. Se comportó de manera diferente. Y vestía
de manera diferente. Se mostró… muy provocativa.


—Sexy, quieres decir.


—Sí, muy sexy. Jamás me
había excitado tanto una mujer.


—¿Ni siquiera Jackie?


—Esto ha sido distinto.
Como te dije antes, es difícil de explicar. Ella misma me dijo en el avión que
la _____ de antes había desaparecido y que ahora tenía una nueva imagen. ¿Te
das cuenta de la ironía? Una nueva imagen. Debí haberme dado cuenta en aquel
momento. Quiero decir que la chica con la que me casé no era en absoluto la
misma que me llevé a Dream Island. Debí haber adivinado entonces que estaba
tramando algo. El problema fue que… ¡estaba demasiado ocupado pensando en lo
que tenía delante!


—Er… yo no
responsabilizaría únicamente a _____ de esa nueva imagen suya. Creo que en
parte la culpa es de Nicole. Ella me dijo que la había animado a que vistiera
de una manera más sexy…


—Lo que sea. El
resultado final ha sido el mismo. _____ ha conseguido lo que quería. Que yo me
haya enamorado locamente de ella.


—¿Qué? Yo pensaba que aún
seguías enamorado de Jackie…


—Diablos, no.


—Pero te viste con ella
en uno de tus viajes, ¿no? Justo antes de que te casaras con _____.


—Me la encontré un día
en Nueva York, eso es todo. No hicimos más que intercambiar unas palabras.


—¿Nada más?


—¡Diablo. Russ! No
pensarás que me acosté con ella, ¿verdad?


—Bueno, yo…


—Menuda opinión debes de
tener de mí… —murmuró con tono cansado.


—Yo creía que aún
seguías enamorado de Jackie. Tú nunca me dijiste lo contrario.


—Ya, bueno, te lo estoy
diciendo ahora…


—Y yo me alegro. Porque
ésa es precisamente la razón de mi llamada. Jackie ha estado intentando ponerse
en contacto contigo. En tu oficina le dijeron que estarías de vuelta el martes
y que estaban seguros de que a primera hora del miércoles estarías en tu despacho.
Lo sé porque tu secretaria me llamó para preguntarme si había hecho bien al no
decirle a tu ex dónde estabas. Parece que Jackie le dijo que se trataba de una
emergencia. De cualquier manera, dijo también que podría esperar hasta el
miércoles y que concertaría una cita contigo para la hora de comer. Yo sólo
quería avisarte para que estuvieras preparado. Aunque supongo que ahora eso ya
no importará mucho, ya que has roto con _____…


—Si piensas que voy a
volver con Jackie, entonces necesitas ir al psiquiatra.


—No soy yo quien
necesita ir al psiquiatra, sino tú. Esta vez tuviste en tus manos a la mejor
chica del mundo y la has arrojado de tu lado. Debiste haberle contado la verdad
desde el principio. Entonces quizá sí que habrías tenido una oportunidad.


—Lo dudo —musitó Joe—.
¿Tienes alguna idea de lo que puede querer Jackie de mí?


—¿Qué es lo que las
mujeres como ella suelen querer? Dinero, supongo.


—Pues de mí no va a
conseguir ni un céntimo.


—¿Y qué pasa con _____?
Tendrás que salir tras ella, ya lo sabes, o tendrás que responder ante mí y
ante Hugh, por no hablar de Nicole. No la obligues a acudir a algún maldito
abogado de divorcios. Dale justamente lo que se merece, que ya es mucho.


Joe pensó en todas las
cosas desagradables que le había dicho, y en la crueldad con la que la había
expulsado de la isla y de su casa de Sidney. Todavía podía ver la cara que
había puesto. ¿Había sido una expresión de sorpresa o de dolor? En cualquier
caso, no había discutido con él. Simplemente se había marchado.


Quizá _____ no debería
haber hecho lo que hizo, pero él había sido el principal culpable. Y si ella
había querido vengarse de él… ¿quién podía culparla?


—No te preocupes. Me
aseguraré de localizarla —¿para qué si no le servía todo el dinero que tenía?
Tener una familia en un futuro cercano se le antojaba algo altamente
improbable. Sería mejor que se tomara las cosas con tranquilidad, sin
apresurarse.


—¿Entonces cuándo
volverás? Si _____ ya no está allí, podrías tomar mañana un avión.


—Eso haré.


—¿Por qué no te vienes a
cenar a casa mañana por la noche? Me atrevo a asegurar que para entonces
necesitarás compañía.


—¿Tú crees que Nicole
querrá que vaya allí? Tengo la sensación de que se enfadará conmigo una vez que
se entere de lo sucedido.


—No seas ridículo.


Pero a Joe no le parecía
algo tan ridículo. Siempre había sido consciente de que Nicole no lo apreciaba
tanto como a Hugh. Y entendía el porqué. Sabía que no era una persona muy
agradable: era arrogante y egoísta. Y tan insensible como le había dicho _____
que era.


—De acuerdo —dijo,
suspirando—. Hasta mañana, entonces. ¿A las siete?


—A las siete estará
bien. Y trae una botella. O dos. Podrás quedarte a dormir.


—Lo haré. Gracias. Russ.


—¿Por qué?


—Por estar siempre a mi
lado. Hugh y tú. No sé lo que haría sin vosotros.


Hubo un corto y tenso
silencio hasta que Russell soltó una carcajada:


—Cuidado amigo. Te estás
poniendo muy sentimental a tu edad…


—Supongo que será el
efecto del amor —repuso, y colgó.


Russell colgó lentamente
el teléfono y salió en busca de Nicole. Estaba en la cocina, preparando la
cena.


—Acabo de llamar a Joe
para avisarle de lo de Jackie… —le dijo mientras se sentaba en uno de los
taburetes.


Nicole alzó la mirada,
ceñuda.


—Ojalá no lo hubieras
hecho.


—La verdad es que estuve
a punto de no hacerlo. Pero entonces no habría sabido lo que sé ahora.


—¿Y qué es? —el ceño de
Nicole se profundizó.


—Se ha acabado. El
matrimonio de Joe con _____.


—¡No! ¿Qué ha pasado?


Russell le contó todo lo
que le había dicho Joe.


—¡Qué tontería tan
grande! —exclamó Nicole cuando hubo terminado—. _____ es la mujer menos
vengativa que conozco. ¡Ese hombre, además de ser un canalla, está loco de
remate!


Russell suspiró. Joe
tenía razón: a Nicole no le caía demasiado bien.


—No creo que Joe tenga
toda la culpa de lo sucedido. _____ le mintió. Le hizo creer que estaban
intentando tener otro bebé cuando durante todo el tiempo estuvo tomando la píldora.
Además, cambió de imagen: se vistió y comportó como la mujer más sexy del
mundo.


Nicole esbozó una mueca.


—Y supongo que yo soy la
culpable de eso.


—Eso ya se lo dije yo a Joe…


—¡Yo sólo intenté
ayudarla en su objetivo de que Joe se enamorara de ella!


—Bueno, pues has tenido
éxito. El pobre diablo lo está pasando mucho peor de lo que lo pasó con Jackie.


—¿Ahora la quiere de
verdad? —le preguntó Nicole—. ¿Estás seguro? A lo mejor te ha dicho que la ama
y no es verdad.


—Por el amor de Dios,
¿por qué habría de hacer algo así? Deberías haberle oído, Nicole. Está
completamente destrozado.


—Me cuesta creerlo.


—Lo comprobarás por ti
misma mañana por la noche. Le he invitado a cenar.


—¡Oh, no!


—Ten un poco de
compasión, cariño. Está sufriendo mucho.


—Está bien… —suspiró—.
Pero apuesto a que la pobre _____ está sufriendo todavía más. Me pregunto si ya
se habrá marchado de la casa.


—Imagino que sí. Dudo
que quiera seguir allí para cuando vuelva Joe.


—¿Y a dónde habrá ido?
No tiene exactamente muchos amigos.


Russell se encogió de
hombros.


—A casa de sus padres,
supongo.


—Pobre _____, con esa
madre que tiene… Creo que llamaré a Kara para averiguar el número de teléfono y
la dirección del matrimonio Donnelly. Su madre era amiga de la madre de _____,
jugaba al bridge con ella, o algo
parecido…


Russell la miró
entristecido.


—¿De verdad crees que es
prudente que te metas en…?


—¡Russell McClain! Tengo
que tolerar que hayas invitado a Joe a cenar a casa porque es amigo tuyo.
Bueno, pues yo me considero amiga de _____. ¿Qué clase de amiga sería si no
intentara localizarla para ofrecerle mi ayuda?


—Mientras no hagas nada
más… No me gustaría que la invitaras a vivir aquí, o algo parecido…


—Por favor, no me digas
lo que tengo o no tengo que hacer, Russell —le reprendió, severa—. Soy tu
socia, no tu empleada.


—Sí, querida.


—Así está mejor —y
continuó cortando verdura.


Russell puso los ojos en
blanco en cuanto su esposa le dio la espalda. ¿Por qué las mujeres no podían
hacer lo mismo que los hombres cuando una relación se acababa: emborracharse
sin más y olvidarse de todo? Pero no, ellas tenían que entrometerse. Cualquiera
con dos dedos de frente podía darse cuenta de que el matrimonio de Joe no tenía
solución. Nada excepto un milagro podría arreglarlo.


Pero no, Nicole tenía
que intentarlo. Suponía que era por eso por lo que era una persona tan
maravillosa. Admiraba enormemente su espíritu generoso y la compasión que siempre
demostraba hacia los demás.


¡Algunas veces, sin
embargo, era demasiado bondadosa para su propio bien!






Capítulo 15


Cuando _____ se despertó
a la mañana siguiente, por un fugaz instante no recordó dónde estaba. Pero
luego, cuando contempló su antiguo dormitorio, ya más despejada, los recuerdos
afloraron… y con ellos la desesperación.


Gimió y rodó al otro
lado de la cama, enterrando la cara en las almohadas.


«No puedo soportarlo. Es
demasiado». Mordiéndose un puño para no sollozar, se hizo un ovillo y rezó para
volver a dormirse: sólo en el sueño podía encontrar un mínimo de tranquilidad.
Tardó bastante, pero al final consiguió su objetivo.


Seguía allí, muerta para
el mundo, cuando Nicole telefoneó. _____ se despertó con un sobresalto cuando
su madre le sacudió un hombro suavemente.


—¿Qué pasa? —exclamó,
sentándose en la cama.


—Tienes una llamada —le
dijo Janet Donnelly, tapando con la otra mano el micrófono del teléfono
inalámbrico—. Nicole McClain.


_____ se quedó
sorprendida. ¿Cómo habría sabido Nicole que estaba allí? Sólo había una
respuesta a aquella pregunta: Joe debía de haber llamado a Russell para
contarle lo sucedido. Y luego Nicole habría concluido que ella no había tenido
ningún lugar adonde ir que no fuera la casa de sus padres.


No quería hablar con
Nicole. No quería hablar con nadie. ¿Pero cómo podía negarse, con su madre
delante? Janet era una purista de las buenas maneras.


—Gracias —tomó el
teléfono, y esperó a que su madre saliera de la habitación antes de hablar.


—Hola.


—_____, soy Nicole.


—Sí. Ya me lo ha dicho
mamá.


—Por tu voz, deduzco que
estás fatal.


—¿De veras?


—Sí, pobrecita… Mira, sé
lo que pasó. Russell tuvo que llamar a Joe ayer por un asunto urgente y él se
lo contó. Tengo que decirte que, en mi opinión. Joe se ha comportado como un
absoluto canalla. Ahora que Russell no me está oyendo, puedo decirlo.


_____ suspiró.


—La culpa no fue toda
suya.


—Tonterías. Él tuvo toda
la culpa. Para empezar, nunca debió haberse casado contigo.


—Ya.


—Pareces tan triste…
Dime. ¿Qué vas a hacer? No a largo plazo, sino hoy. ¿Qué piensas hacer hoy?


_____ soltó una nerviosa
carcajada.


—Pretendía levantarme y
salir a pedir empleo en una galería de arte que conozco. En una ocasión, su
propietario me dijo que me lo daría si lo necesitaba. Pero la verdad es que no
tengo fuerzas para hacerlo. Sólo tengo ganas de quedarme en la cama y seguir
durmiendo…


—Eso es la depresión. No
puedes hacer eso. Mira, hoy es mi día libre. Voy a buscarte e iremos juntas a
esa galería de arte. ¿Dónde está, por cierto?


—En Bondi.


—Perfecto. Luego
comeremos juntas. Conozco un sitio por allí. ¿Qué hora es? Mmmm… las diez y
diecisiete minutos. Te daré de tiempo hasta las once para que te prepares.
Levántate y dúchate. Y ponte algo de colores alegres.


_____ no supo qué
decirle. Negarse era imposible. Nicole era como un torbellino. Su amabilidad la
conmovió tanto que ya no pudo reprimir las lágrimas.


—Gracias —pronunció con
voz ahogada.


—De nada.


—Vamos. Levántate y deja
de llorar.


—¿Cómo sabías que estaba
llorando?


—_____, yo también soy
mujer.


Y una mujer
increíblemente hermosa, según comprobó _____ una vez más cuando le abrió la
puerta a las once. Vestida con un elegante traje negro y una blusa de seda
blanca estaba impresionante.


_____ envidió no sólo su
belleza, sino su aire de absoluta seguridad y confianza en sí misma. Si algo
positivo había sacado de aquella última semana, era su convencimiento de que, a
su modo, ella era también una mujer atractiva, con una buena figura y un estilo
propio.


Cuando Joe eligió para
ella el vestido amarillo de lana que lucía en ese momento, le había parecido
demasiado llamativo, demasiado escandaloso. Ahora, en cambio, ni su color ni su
ajustado talle la molestaban lo más mínimo.


—Perfecto —aprobó
Nicole, mirándola de arriba abajo—. Vamos, chica, recoge tu bolso y vámonos.


—Quiero llevarme un par
de pinturas —dijo _____, y señaló el paquete envuelto que había dejado en el
vestíbulo, apoyado contra la pared—. Si eres tan amable de llevarme el bolso…


—¿Son tuyas? —le
preguntó mientras bajaban los escalones del portal.


—Sí. Quiero ver qué es
lo que Nathan piensa de ellas.


—¿Nathan?


—El dueño de la galería.
Nathan Price.


—No lo conozco, pero es
igual. La verdad es que no sé mucho de arte. ¿Son buenas?


—Yo así lo creo.


—Me gusta ese tono —la
miró, alegre—. Muy positivo.


—Es difícil no ser
positiva a tu lado, Nicole.


—¡Qué cosas tan bonitas
me dices!


«Y qué maravillosa
persona eres tú», pensó _____ mientras se dirigían a la galería. No le
sorprendía que Russell la quisiera tanto.


Ese último pensamiento,
sin embargo, fue como una espada de doble filo, porque la llevaba a ansiar de
nuevo la luna… ¡Qué no habría dado por que Joe la hubiera mirado como Russell
miraba siempre a Nicole, y Hugh a Kathryn! Pero él nunca la había mirado así.
Ni nunca lo haría.


Nicole conducía en
silencio, indecisa sobre si sacar el tema de Joe o no. No tenía ninguna
intención de decirle que Joe creía haberse enamorado de ella durante su segunda
luna de miel, porque, francamente, lo dudaba. Que la deseara era otra cosa.
Nicole dudaba seriamente de la capacidad de Joe para enamorarse, sobre todo
cuando en teoría lo había estado de aquella patética y engreída top model


Decidió esperar a ver a Joe
aquella noche antes de formular juicio alguno sobre ese punto. Se estaba
convirtiendo en una especialista en interpretar en lenguaje corporal: su
trabajo en el negocio inmobiliario le estaba enseñando muchas cosas. En esos
días podía saber, simplemente mirando a un cliente, si se trataba de un
comprador serio o no. A esas alturas, a Joe le resultaría muy difícil
engañarla.


Mientras tanto,
necesitaba averiguar lo que _____ sentía por su marido. Obviamente, se sentía
muy dolida. Quizás hasta lo odiaba. Pero demasiadas veces el odio era
precisamente la otra cara del amor.


En cualquier cosa, lo de
poner a prueba las frágiles emociones de _____ bien podría esperar hasta la
hora de comer. La invitaría a una copa de vino o dos, y esperaría a que se
relajara lo suficiente antes de abordar un tema tan delicado.


—¿Dónde está esa galería
de arte? —le preguntó cuando ya se acercaban a Bondi.


—Gira a la izquierda en
el siguiente semáforo. Y luego la segunda calle a la derecha. Detrás hay lugar
para aparcar.


Nicole encontró la
galería, un edificio de color gris claro de dos plantas, contiguo a un callejón
que llevaba al aparcamiento trasero. En la fachada, un enorme ventanal
proporcionaba una vista completa de las obras expuestas, entre ellas una gran
colección de cerámica.


La campanilla de la
puerta anunció su entrada y un hombre rubio, vestido con una camisa rosa y una
corbata de estampado de Cachemira salió de la trastienda. Al principio no
pareció reconocer a _____, pero en seguida una enorme sonrisa se dibujó en su
rostro de rasgos finos y atractivos.


—_____, querida… ¡Cuánto
tiempo! ¡Estás guapísima! Y… ¿qué es lo que me traes? ¿Pinturas nuevas? Vamos a
ver…


—Son diferentes de lo
que he hecho hasta ahora —dijo ella mientras desenvolvía el paquete—. Son para
mirarlas de lejos —colocó las pinturas sobre un aparador, apoyándolas en la
pared.


Tanto Nathan Price como Nicole
se quedaron impresionados. No sólo eran buenas, pensó Nicole. Eran obras
maestras.


—¡Dios mío! —exclamó
Nathan, llevándose las manos a las mejillas. Aquel gesto resultó más elocuente
que cualquier palabra.


—¿Te gustan? —inquirió _____,
sonrojándose.


Ambas pinturas eran
desnudos. La primera se titulaba Desesperación.
Un título muy adecuado. Una joven morena estaba sentada en un taburete, con los
hombros hundidos y la cabeza entre las manos. No se le veía el rostro:
afortunadamente, aquel detalle la volvía irreconocible. Y afortunadamente
también, las partes más íntimas de su cuerpo no resultaban visibles.


La segunda pintura no
era tan discreta como la primera. La joven morena estaba sentada a horcajadas
sobre una silla, con los brazos apoyados en el respaldo. De la parte inferior
sólo se veían las piernas, pero se podían distinguir perfectamente los senos,
con los pezones endurecidos.


Una vez más. _____ se
alegró de haber hecho irreconocible su rostro con un eficaz uso de las sombras.
Sólo se le veía un ojo, un ojo increíble con una expresión tan intensa como
inconfundible: el título. Deseo,
resultaba casi innecesario.


Era la pintura más
cargada de erotismo que Nicole había visto en su vida.


—¿Las ha visto Joe? —le
preguntó en voz baja, un poco ronca. Mirar aquella pintura le había acelerado
la respiración. Podía imaginar perfectamente la reacción de un hombre…


—No.


Su respuesta no la
sorprendió.


—Podría conseguir
treinta de los grandes sólo por ésta —declaró Nathan, señalando la pintura
titulada Deseo—. Tengo varios
clientes acaudalados que compran desnudos. Por la otra no creo que saquemos
tanto. Quizá sólo veinte.


_____ se lo quedó
mirando de hito en hito. ¡Cincuenta mil dólares! Ya había sabido que eran
buenas, pero no tanto…


—Por supuesto, si
pintases algunas más —añadió Nathan, con los ojos brillantes—, podríamos montar
una exposición, por ejemplo, para antes de Navidad. Con la publicidad adecuada,
causarías sensación.


_____ no sabía qué
decir.


—Has encontrado tú
fuerte, cariño —continuó Nathan—. Los desnudos siempre se venden bien. Pero te
sugiero que pintes una rubia la próxima vez. Y un cambio de escenario. Tu amiga…
—miró a Nicole de arriba abajo— podría ser un buen modelo. Pero conserva el
blanco y negro. Es muy expresivo.


—¿Y qué tal un hombre? —sugirió
_____, evocando el cuerpo desnudo de Joe. No necesitaría que posara para ella.
Recordaba cada línea de su cuerpo. Cada músculo.


—Eso sería aún mejor —exclamó
Nathan, entusiasmado—. ¡Ampliarías tu mercado potencial con unos cuantos
desnudos masculinos!


—No estaba pensando en
varios —repuso _____—, sino en uno. Uno solo. Tardé cerca de tres meses en
pintar esos dos.


—Ya, pero ahora que
sabes que son buenos… —le señaló Nathan, con tono petulante— pintarás con mayor
rapidez. No hay nada como la confianza en uno mismo para eso, y la inspiración.
Todavía quedan siete meses para Navidad. Con cuatro obras más bastará. Pongamos
dos rubias y dos hombres. ¿Qué me dices?


—No lo sé, Nathan. Yo
sólo he venido a darte una opinión, y a pedirte trabajo.


—¿Trabajo? Oh, cariño,
siento no poder ofrecerte nada. En estos momentos la situación es bastante
difícil. Ya tengo a una chica que viene a ayudarme los fines de semana y los
días de exposición. Y no puedo despedirla a ella para contratarte a ti.
¿Verdad?


—Por supuesto que no.


—Mira, cariño —acercándose,
le tomó las manos entre las suyas—, aprovecha esta oportunidad para pintar. Pon
toda tu emoción en el trabajo.


—No sé, Nathan —la
verdad era que no se sentía con mucho ánimo para hacerlo. Volvía a sentirse
terriblemente cansada—. Yo… pensaré sobre ello.


—No te las lleves —objetó
Nathan al ver que se disponía a envolver de nuevo las pinturas—. ¿Y si las
mando enmarcar y las exponemos? Quizá recibamos alguna oferta.


—De acuerdo —aceptó _____—.
Pero no las vendas sin consultarme antes.


—Como quieras.


—¿Estás segura de que
quieres vender esas pinturas? —le preguntó Nicole minutos después, mientras
tomaban el aperitivo. Ella había pedido un agua mineral, y su amiga una copa de
Chardonnay, de las bodegas de Hunter Valley. Estaban en una cafetería del
barrio; no era nada del otro mundo, pero Nicole la conocía y la comida era
buena—. Son magníficos, pero cualquiera podría darse cuenta de que la morena
eres tú.


—¿Tan obvio es?


—Sí.


_____ bajó su copa de
vino.


—¿Qué importa? A Joe, desde
luego, no le va a importar. No me quiere, ni a mí ni a mis pinturas.


—¿Estás segura de eso?


—Completamente.


—¿Tú le sigues
queriendo, _____?


—No debería —desvió la
mirada, sacudiendo la cabeza—. Sé que no debería.


—Pero le quieres.


Asintió, incapaz de
hablar.


De pronto Nicole no supo
qué hacer ni qué decir. Lo único que sabía era que tenía que asegurarse de que
lo que _____ creía era realmente la verdad. Si Joe no la quería, entonces se
merecía lo que le ocurriera. Pero si realmente la amaba… entonces tenía que
saber que aquella encantadora mujer seguía amándolo a su vez.


—Joe vendrá a cenar esta
noche a casa.


_____ alzó la cabeza y
se la quedó mirando con una expresión que era una mezcla de sorpresa y
reproche.


—No ha sido idea mía —se
apresuró a explicarle Nicole—, sino de mi media naranja. Y yo no pude negarme.


_____ suspiró resignada.


—Joe y Russell están muy
unidos. Por no hablar de Hugh. Ninguno de los dos aprobó que Joe se casara
conmigo. Pero estuvieron en nuestra boda y no dijeron una sola palabra.


—Nunca lo habrían hecho.
Son amigos muy leales.


—Lo entiendo. Pero no
tienen nada en común, excepto quizá el golf, y que son muy ricos. ¿Por qué son
tan buenos amigos?


—Russell no siempre fue
rico —le señaló Nicole—. Cada uno aprecia las virtudes de los demás. Y se
comprenden muy bien. Estuvieron juntos en el internado, compartiendo la misma
habitación. Y también en la universidad. Hasta que el padre de Russell se
suicidó. Eso lo sabías, ¿verdad?


—Sí. Joe me contó la
historia después del jaleo que se montó en vuestra boda.


—Aquello dejó destrozado
a Russell. Se convirtió en un ser amargado. Tanto Joe como Hugh le ayudaron
mucho.


De repente. _____
frunció el ceño.


—¿Sabías que el padre de
Joe había sido un maltratador?


—Cielos, no. No tenía ni
idea. Y no creo que Russell lo sepa tampoco. Si lo sabía, jamás me lo mencionó.


—A Joe no le gusta
hablar de ello.


—Pero a ti te lo dijo.


—Sólo recientemente.


«Durante su segunda luna
de miel», pensó Nicole. Cuando Joe afirmaba haberse enamorado de ella…


Tuvo oportunidad de
seguir pensando sobre ello durante la comida. Y durante el trayecto de vuelta a
Woolahra.


—Gracias por la comida,
Nicole —le dijo _____, una vez ante la casa de sus padres—. Y por haberme
acompañado a ver a Nathan.


—¿Qué harás si te llama
para decirte que ha encontrado comprador para tus pinturas? ¿Las venderás o
esperarás a montar la exposición?


—Ahora mismo no lo sé.
Es posible que no haga ni una cosa ni la otra. Son pinturas íntimas. Nicole. La
verdad es que nunca pensé realmente en venderlas. Sólo quería saber la opinión
de Nathan.


—No tienes por qué
venderlas si no quieres.


—No, desde luego —no le
gustaba la idea de que la gente las mirara y pensara que era ella. Ciertamente
había ejercitado su imaginación, pero el sentimiento, las emociones habían sido
todas suyas. Suspirando, miró de nuevo a Nicole—. ¿Le dirás a Joe que has
estado conmigo hoy?


—Sí, ¿por qué no? Tú
eres mi amiga. Él no.


—¿De verdad?


Su vulnerabilidad
resultaba conmovedora. «Mataré a ese hombre si al final resulta que no te quiere»,
pensó Nicole mientras se inclinaba para darle un beso en la mejilla.


—Por supuesto que sí. Te
llamaré mañana en algún momento. Y no te quedes con los brazos cruzados. Aunque
no decidas vender esas dos pinturas en particular, sigue pintando. Y no duermas
demasiado. El mundo del arte está esperando a su nuevo genio.


—Ojalá —rió _____,
irónica, antes de bajarse del coche.


—¡Las ilusiones estás
destinadas a hacerse realidad!


«Sólo algunas, Nicole»,
pensó _____, triste, mientras se despedía con la mano. «Sólo algunas».
Val's Matth.
Val's Matth.


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Mensaje por jamileth Miér 16 Nov 2011, 8:49 pm

me encanto la maraton..
ojala que joe y la rayis se arreglen rapido...

siguela!!!
jamileth
jamileth


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Mensaje por Yhosdaly Miér 16 Nov 2011, 10:27 pm

Wowowowow!!!!!
Ameeee el maraton!! Ahora si puedo decirlO!
Fuel EL MARATON!!
Siguelaa
Quiero q la rayis y Joe vuelvan!!!
Ahhhh la rayis stara embarazada??? (Baile de 30segundos)
Quiiero que sea ciertO!!!!

Siguela
Amo como escribess!!!
Att: tu siempre fiel y mega adicta a tus novess!!!
Yhosdaly
Yhosdaly


http://www.twitter/YhosdalyL

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Mensaje por next to you Jue 17 Nov 2011, 7:53 am

me encanto la maraton
gracias por subirlaaa
sigueeeeeeeeee
aww no que mallll
osea joe porque la hecho asi de la isla
y luego dice que esta enamorado jummm
que no penso que la rayis aun no se sentia preparada para tener un bb
ehh??
y ahoraa aaaaaaaaaaeeeeeeeeeeeee
ya quiero saber que pasara siguela porfas
next to you
next to you


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Mensaje por andreita Jue 17 Nov 2011, 8:49 am

me enacnto no puedo creer loq ue paso
ens erio toto e
s muy triste

siguelaaa
andreita
andreita


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Mensaje por -GrizJonasLovatoCyrus- Jue 17 Nov 2011, 10:03 am

AME LA MARATON FUE LA MEJOR
ME ENCANTARON SIGUELA PLEASE
QUIERO MAS ESTA SUPER BUENA :D
-GrizJonasLovatoCyrus-
-GrizJonasLovatoCyrus-


https://www.facebook.com/profile.php?id=100001404695273&ref=h

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Mensaje por Nani Jonas Jue 17 Nov 2011, 11:43 am

siguela porfavor
Nani Jonas
Nani Jonas


http://misadatacionesnanijonas.blogspot.mx/

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Mensaje por jamileth Jue 17 Nov 2011, 3:18 pm

siguela!!!!
jamileth
jamileth


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Mensaje por Karli Jonas Jue 17 Nov 2011, 3:59 pm

Waaaa en verdad ame el maratón
Porfavooor siguelaaaaaaaaaa!!
Karli Jonas
Karli Jonas


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