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"Un Lugar Para Joe" Empty "Un Lugar Para Joe"

Mensaje por Suzzey Jue 08 Dic 2011, 3:08 pm

Nombre: Un Lugar Para Joe"
Autor: sue
Adaptación: si :] Laura Lee Guhrke muy buena autora :)
Género: (Drama y Romance)
Advertencias: a veces tardo en subir
Otras Páginas: ninguna creo
Autora de "Una Esperanza En Mi Vida" y la adaptación de " La Estación Del Arcoiris"
OjAla les guste y comente si. otra adaptacion es muy tierna y disfrutenla


Durante los años posteriores a la guerra civil americana, la hermosa y testaruda _____ Maitland lucha contra todo y contra todos para salvar a su familia y a su plantación de Luisiana, que se encuentra al borde de la ruina. Para conseguirlo no duda en acoger en su casa al cínico ex boxeador Joseph Branigan. Pronto descubre que, tras sus modales rudos, se esconde un hombre que sufre, y ese sufrimiento despierta unos sentimientos que ________ no se puede permitir.
joe Branigan vio morir a su familia en Irlanda, y con ella murieron sus esperanzas. Joe juró que nunca volvería a amar, pero ______ y su familia de niños adoptados le demostrarán que siempre hay algo por lo que merece la pena seguir luchando.

Suzzey
Suzzey


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"Un Lugar Para Joe" Empty Re: "Un Lugar Para Joe"

Mensaje por Suzzey Jue 08 Dic 2011, 3:12 pm

Capítulo 1
Norte de Luisiana, 1871
Cuando Joe Branigan se agachó para pasar bajo las cuerdas del cuadrilátero y entró en el ring, los hombres de Callersville pensaron que era demasiado guapo para ser un buen boxeador. Las mujeres, por supuesto, habrían tenido una opinión totalmente distinta al respecto, pero allí no había mujeres. Así que los hombres de Callersville le echaron un solo vistazo al delgado cuerpo de Joe y a su bonito rostro, y decidieron que el campeón local era un firme ganador.
Joe se detuvo en medio del ring y respondió a los abucheos y silbidos que le recibían a él, el extraño, con un insolente gesto a modo de provocación. Luego se dirigió lentamente hacia su rincón en el ring y se dispuso a esperar, mientras el corredor de apuestas tomaba nota a los últimos jugadores. Los ojos cafes de Joe inspeccionaron las filas abarrotadas de gente —era viernes por la noche— sin fijarse en ningún rostro en particular. Después de veinte ciudades y veinte peleas en setenta días, todas las caras le parecían iguales, brillantes de sudor, esperando ansiosamente la pelea y anónimas.
Pero a Joe eso no le importaba. La vida en el circuito de boxeo le iba bien. Si ganaba la pelea aquella noche, lo celebraría con un baño caliente, un buen puro y compartiendo una botella de buen whisky irlandés con algún ángel misericordioso de labios color carmín que no pidiese nada más que un billete de un dólar y un beso de despedida. Al día siguiente, continuaría camino de otra ciudad y de otra pelea.
Ni ataduras, ni familia, ni compromiso. Aquélla era la vida de Joe y así es como quería que fuera.
La entrada de su contrincante fue recibida con vítores y Joe se dio la vuelta para ver a Elroy Harlan caminando entre la multitud. El campeón reinante de Jackson Parish y el favorito de las apuestas era un mastodonte, una pared humana que entró en el ring aclamado por amigos y vecinos.
Joe calculó que Elroy pesaba por lo menos veinte kilos más que él, pero sabía por experiencia que los más grandes eran también los más lentos. Si Elroy hubiese tenido una constitución parecida a la suya, Joe se habría preocupado, pero cuando Elroy se dirigió hacia su rincón del ring y lo miró con el ceño fruncido, él se limitó a apoyarse despreocupadamente contra las cuerdas y le lanzó al otro hombre una sonrisa deliberadamente provocadora. Cuando les provocaba, se enfurecían.
—Irlandés hijo de puta —gruñó Elroy.
Joe le sonrió aún más ampliamente. Los tipos furiosos cometían errores.
El boxeo era sólo un trabajo, una forma de ganarse la vida. No era divertido, pero era mejor que destripar pescado en Boston o limpiar excrementos de caballo de las calles de Nueva York doce horas al día por un mísero salario. Era mejor que estar clavando tornillos bajo el asfixiante sol en la vía del tren. Joe sólo trabajaba dos noches por semana durante cinco meses al año, y era libre el tiempo restante. No tenía que responder ante nadie, no necesitaba a nadie. Sí, la vida en el circuito de boxeo le iba bien.
—Ya te estás poniendo chulo, ¿no?
La voz de Dan Sweeney, su manager, lo apartó de sus pensamientos y Joe se dio la vuelta y se encogió de hombros despreocupadamente.
—No puedo evitarlo, Danny. Mira al tipo. Puede que no tenga ni siquiera que golpearle. Me limitaré a bailar a su alrededor hasta que esté mareado. Se caerá solo.
Danny y él habían bromeado a menudo sobre el estilo de boxear de Joe, pero en aquella ocasión, Dan no se rio. Al contrario. Miró alrededor y luego se inclinó hacia Joe, apoyando la frente en las cuerdas que los separaban.
—Las apuestas están hechas, tío.
—¿Y?
Dan se pasó la mano por la mandíbula.
—Ninguna sorpresa. Elroy es el gran favorito. Pero las apuestas por él son pequeñas, ninguna supera el dólar o los dos dólares. —Dan hizo una pausa y luego continuó—. Por otro lado, han venido un par de ricachones de Nueva Orleans que te vieron pelear en Shaugnessey la pasada primavera. Y han apostado una burrada por ti. Quinientos cada uno.
—Pues pronto serán aún más ricos.
Pero Dan negó con la cabeza.
—No, tío. El corredor de apuestas ha tenido una pequeña charla conmigo y ha dejado claro que prefiere no tener que pagar ese dinero, no sé si me sigues.
Joe le seguía. Si Elroy ganaba, habría muchos a los que pagar, pero cantidades pequeñas y el corredor sacaría un buen beneficio de las apuestas de los dos tipos de Nueva Orleans. Si Joe ganaba, sólo ganarían esos dos hombres, pero el corredor perdería una buena cantidad de dinero. Miró a Dan a los ojos y le dijo en voz alta:
—Quiere que me deje ganar.
—Digamos que sería mejor para nosotros que Elroy ganase esta pelea.
—Por encima de mi cadáver —dijo Joe con una sonrisa de niño bueno.
—Es en lo que podrías convertirte —gruñó Dan, y añadió—: No seas estúpido.
El árbitro le hizo una señal a Joe indicándole que la pelea estaba a punto de comenzar y Dan se apartó. Joe se estiró contra las cuerdas y se dirigió hacia el centro del ring mientras se desabrochaba la camisa. Dan tenía razón. Nunca le habían pedido antes que se dejara ganar, pero sabía que si desafiaba al corredor de apuestas tendría problemas. Podría lograr salir de la tienda, incluso podría salir de la ciudad, pero no iría mucho más lejos. Era mejor que dejase que el viejo Elroy le diese un golpe por sorpresa que lo tirase al suelo. Más fácil. Más seguro.
Joe dejó que la camisa le resbalase por los hombros y la tiró a un rincón del cuadrilátero detrás de él. La multitud dejó escapar un murmullo de asombro ante las cicatrices que atravesaban su pecho y su espalda, pero, como siempre hacía ante las miradas y los murmullos curiosos, él los ignoró.
Pero su aparente calma era pura fachada. Había gente que creía que aquellas cicatrices eran el precio pagado por su valentía y su coraje, pero Joe sabía la verdad. Al recordar a los hombres que le habían causado aquellas marcas, sintió de nuevo un odio familiar rugiendo en su interior. Aquellos hombres le habían arrancado todo lo que era, poco a poco, hasta convertirlo en lo que ellos querían que fuese, hasta convertirlo en lo que él más odiaba. En aquellos momentos, había enterrado ese odio muy adentro y lo escondía tras una sonrisa presuntuosa y una seguridad arrogante, pero el odio nunca lo abandonaba.
«Algunas cosas nunca cambian», pensó mientras esperaba a que el árbitro diese la señal para que comenzase la pelea. Aquello no era Irlanda, pero seguía habiendo hombres que le exigían que se subyugase, hombres que querían poseerlo, utilizarlo. De pronto lo invadió la rebeldía, con repentina ferocidad.
El árbitro dibujó con tiza una línea en el suelo.
—Los pies en la línea, caballeros —gritó, y se apartó de un salto—. Ni patadas, ni pellizcos, ni mordiscos.
El rosario del boxeador, una letanía que Joe escuchaba dos días por semana de mayo a septiembre. «Ave María —pensó mientras esquivaba un puñetazo de hierro que intentaba propinarle Elroy, y—: ni hablar de dejarse ganar.»
El puño de Elroy le pasó por encima de la cabeza. Joe se irguió y con fuerza, golpeó con la izquierda las costillas, con la derecha a la mandíbula y con la izquierda de nuevo las costillas. Antes de que le alcanzasen los golpes de respuesta de su contrincante, dio un salto hacia atrás.
Echó un vistazo a Dan y vio cómo el viejo hacía un movimiento negativo con la cabeza. Sabía que para cuando terminase el combate, haría tiempo que se habría marchado y que debería enfrentarse solo a las consecuencias de su decisión. «Dios, algunas cosas nunca cambian.»
Elroy golpeó de nuevo pero esta vez Joe no fue lo suficientemente rápido. El puño le dio en la mejilla y se tambaleó hacia atrás viendo las estrellas.
«Jesús, Conor, apártate.» Podía oír la voz de su hermano Michael dándole instrucciones, igual que cuando eran niños, como si estuviese todavía en su casa en Derry y no en una tienda que apestaba a sudor en Luisiana, como si Michael todavía estuviera vivo. «No te quedes ahí parado. Cuando venga a por ti, apártate.»
Elroy embistió de nuevo sacudiendo los puños y esta vez Joe siguió el consejo de su hermano. Se agachó hacia el lado izquierdo y después propinó con fuerza tres puñetazos a la barriga de Elroy, para seguidamente apartarse de nuevo fuera de su alcance. Después dio una vuelta de trescientos sesenta grados y Conor pudo oír el ruido de los huesos de su puño al lanzarle un gancho a la mandíbula de Elroy.
Este se tambaleó, pero recuperó el equilibrio y levantó el puño para devolverle el golpe. Pero Joe no estaba allí.
—¿Qué diablos…? —murmuró Elroy mirando a su alrededor confundido.
Joe lo llamó con un silbido y el otro se dio la vuelta justo a tiempo para recibir el último golpe. El flamante campeón de Jackson Parish se derrumbó y el eco del ruido de su cuerpo al golpear el suelo se confundió con el murmullo de consternación del público. Joe se hizo a un lado, alternando el peso de su cuerpo de un pie al otro, respirando a través de los dientes, expectante por si Elroy conseguía levantarse y continuar la pelea. El hombre lo intentó, pero no pudo ni siquiera ponerse de rodillas.
Joe levantó el puño en el aire reivindicando su victoria y se llevaron a Elroy fuera del ring. Michael habría estado orgulloso.
Pero sabía que disfrutaría poco de su victoria y que el precio que tendría que pagar por ella sería alto. Se dirigió a su rincón a coger una toalla y mientras se enjuagaba el sudor del rostro, observó cómo los que habían perdido las apuestas se dirigían hacia la salida. Hubo sólo dos hombres que se detuvieron junto a la mesa del corredor de apuestas para recoger sus ganancias. Joe sabía que aquellos eran los dos tipos ricos de Nueva Orleans.
Tal como esperaba, Dan se había marchado. El organizador le entregó los veinticinco dólares del premio y Joe guardó los billetes doblados en un pequeño bolsillo de una de sus botas, aunque sabía que los hombres del corredor de apuestas se lo quitarían, probablemente después de haberle dado una paliza de muerte.
Se puso la camisa y se la abrochó. Hizo una mueca de dolor al notar sus manos malheridas. Cogió la bolsa de cuero que contenía todo lo que poseía, se la cargó al hombro y se dirigió hacia la salida de la tienda que en aquellos momentos estaba ya vacía.
Ni siquiera pudo alcanzar la ancha puerta de salida. Por ella entraron tres hombres y Joe los observó mientras se colocaban uno junto a otro bloqueándole el paso. El hombre que estaba en medio habló:
—Hay alguien que quiere tener una charla contigo.
—¿Ah, sí?
Joe cerró el puño alrededor del asa de su bolsa, listo para lanzarla a un lado si era necesario.
—Es una pena, porque me voy ahora mismo —dijo procurando que su voz sonase despreocupada.
—No lo creo.
El hombre que había hablado dio un paso al frente y los otros dos le imitaron, dirigiéndose los tres hacia Joe.
Habría podido con cualquiera de ellos, incluso con dos, pero contra tres sabía que ni rezando tenía posibilidad alguna. Sin embargo, tampoco podía echar a correr, así que relajó uno de sus hombros y dejó caer la bolsa al suelo junto a sus pies. Le dio una patada apartándola, levantó los puños y le dio un golpe lateral al hombre que tenía más cerca, tan fuerte que lo dejó tendido en el suelo. Pero antes de que pudiera hacer cualquier otro movimiento, los otros dos le placaron.
Luchó para liberarse, pero no lo consiguió. El hombre que estaba en el suelo se levantó y se puso delante de él. Joe sabía lo que iba a venir después. Alzó un pie del suelo y le dio una patada en plena ingle. Pero aquella breve victoria fue la última.
Los dos hombres que lo sujetaban tiraron de él y Joe vio el puño viniendo hacia él. Intentó agacharse, pero no lo consiguió. Sintió una explosión de dolor, un destello ardiente y de color blanco en uno de sus ojos, un segundo antes de que un puñetazo en el estómago lo dejase sin respiración. Le llovieron puñetazos en el rostro y en el cuerpo hasta que dejó de luchar. Cuando los hombres lo soltaron, cayó al suelo de rodillas y una patada en los riñones lo dejó tendido boca abajo en el suelo. Se lamió los labios y pudo notar el sabor a sangre y a polvo.
Los dos hombres que lo habían sujetado se pusieron a cada uno de sus lados y empezaron a darle patadas, sacudiéndole el cuerpo como si fuese una lata de hojalata. No tardó mucho en oír un crujido y supo que era el ruido de sus costillas al romperse. Intentó huir a gatas, maldiciendo lo estúpido que había sido. Debería haber aceptado el apaño. ¿Cuándo aprendería a no ir contra corriente?
—Ya es suficiente.
Joe sintió cómo le daban la vuelta para ponerlo boca arriba. Abrió un ojo, totalmente hinchado y vio de pie frente a él a un hombre delgado y de cabello color caoba al que no había visto antes. El hombre puso una de sus brillantes botas sobre la garganta de Joe y le apretó hasta cortarle la respiración.
—Deja que me presente —tenía acento sureño. Hablaba apretando un cigarrillo de liar entre los dientes—. Soy Nick Tyler. Como eres de fuera, puede que el nombre no te diga mucho. Así que es mejor que te explique cómo funcionan las cosas por aquí.
Vernon se irguió y dio un paso atrás y Joe pudo aspirar una buena bocanada de aire sintiendo el dolor de sus costillas.
—Soy el dueño de prácticamente toda la ciudad —dijo Nick después de dar una calada al cigarrillo y acompañando sus palabras de un gesto teatral con el brazo— y de casi todas las tierras de los alrededores aunque las tenga arrendadas a granjeros locales. Soy el dueño del colmado, del aserradero, del restaurante, del periódico y del hotel. Si algo no es mío, procuro comprarlo. Prácticamente todo el mundo por aquí trabaja para mí. Soy el jefe, soy el banco, soy la ley. ¿Lo entiendes, chaval?
Joe consiguió hacer un gesto de asentimiento. Lo comprendía muy bien. Puede que el acento fuese diferente, pero eran palabras que no oía por primera vez.
—Bien. Me has costado un buen puñado de dólares esta noche y no me gusta perder dinero. Si alguna vez vuelves a cruzarte en mi camino, chaval, te haré pedazos como si fueses un palo seco y servirás de pasto a las llamas. —Nick lanzó el cigarrillo al suelo y lo aplastó contra la tierra con el tacón de su bota. Acto seguido se agachó y metió los dedos dentro de la bota de Joe quitándole su dinero. Se dio la vuelta y dirigiéndose a los tipos que estaban de pie junto a él, les dijo—: Chicos, llevaos este saco de mierda y arrojadlo al lugar que le corresponde.
Cogieron a Joe por los tobillos y las muñecas y sintió que todo el cuerpo se le descoyuntaba, como un pollo chamuscado. Lo sacaron fuera de la tienda y lo metieron en la parte trasera de un carro aparcado en las inmediaciones. Joe apretó los dientes para poder soportar el dolor sin un gemido. Gritar y mostrar el dolor era el primer paso para la rendición.
El carro arrancó de un bandazo y salió del pueblo. Cada bache del camino se convertía en una agonía para los músculos doloridos y los huesos rotos de Joe. Cerró los ojos y empezó a contar hacia atrás desde el número mil, un truco que había aprendido hacía mucho tiempo. Si uno se concentraba en esa inútil cuenta atrás, se lograba mantener a raya el dolor. «Novecientos noventa y nueve, novecientos noventa y ocho…»
Joe se encontraba dentro de un carromato descubierto en medio del campo de Luisiana, pero en su mente había vuelto a Mountjoy. La brisa veraniega portaba un aroma a melocotones maduros y a jazmín en flor, esencias dulces que el olor ácido y húmedo de la cárcel cubría. «Ochocientos cincuenta y dos, ochocientos cincuenta y uno…»
El carro pasó sobre un surco del camino y el cuerpo de Joe se elevó unos centímetros en el aire. Aterrizó con fuerza sobre su hombro y sintió como si sus carceleros le acabasen de descoyuntar el brazo y se lo hubiesen vuelto a poner en su sitio. Se mordió el labio hasta hacerse sangre, pero no gritó. Habían pasado cuatro años y estaba a miles de kilómetros de distancia, pero en aquella ocasión no pensaba darles a aquellos bastardos de Orange la satisfacción de oír sus gritos.
A lo lejos, oyó el sonido de un trueno. Sintió una gota de la cálida lluvia veraniega sobre su piel, pero rápidamente se tornó fría… Otra vez la lluvia, la maldita lluvia irlandesa que llegaba hasta él arrastrada por el viento invernal a través del ventanuco diminuto que se abría sobre su cabeza. Tiró de las cadenas que lo sujetaban contra las paredes de la celda, pero seguía sintiendo los carámbanos que se le clavaban en el cogote como afiladas agujas. «Setecientos veintiséis…»
El carromato ralentizó la marcha. Alguien le empujó con la bota y rodó sobre su espalda hasta caer en la carretera de tierra como un fardo. Una nueva oleada de dolor le recorrió todo el cuerpo y lanzó un grito. Odió ser tan débil. Unos segundos más tarde, la oscuridad se cernió sobre él. «Setecientos veinticinco, setecien…»
Cuando se despertó, se encontraba tendido en medio de una carretera en un paraje desierto. Estaba solo y era de día. Cerró los ojos y cayó de nuevo inconsciente.


______ Maitland necesitaba un hombre, y no sólo porque quería limpiar los pastos del sur y plantar algodón la próxima primavera, porque las vallas se estaban cayendo y el porche trasero se estaba hundiendo, o porque los melocotones habrían madurado en dos meses y no habría nadie para ayudarle a hacer la recolecta.
No, la verdad era que _________ Maitland necesitaba un hombre porque el techo estaba lleno de goteras y ella tenía miedo a las alturas.
Agitó las riendas, pero Cally era una vieja mula testaruda y su intención era llevarla al pueblo a su propio ritmo, así que no hacía esfuerzo alguno por ir más rápido. Aquel paso cansino sólo hacía que ________ siguiese dándole vueltas a sus problemas. Se removió en el asiento del carromato y procuró no impacientarse.
A lo mejor al llegar al pueblo descubría que alguien había respondido a su anuncio. Con sus ahorros había publicado un anuncio solicitando ayuda en la Jackson Parish Gazette, y también había puesto carteles por toda la ciudad, pero después de tres meses no había recibido una sola respuesta. Cierto era que sólo podía ofrecer alojamiento y comida, y, claro, no era un gran incentivo. Los pocos hombres en buenas condiciones físicas que había por la zona de Callersville podían trabajar en el aserradero a cambio de un sueldo auténtico o trabajar sus tierras como agricultores arrendatarios.
Le cayó una gota de lluvia en el dorso de la mano oscureciendo la gastada piel marrón de su guante. Le siguió otra gota, y otra. _________ levantó la vista hacia las pesadas nubes de un color gris metálico que cubrían el cielo y se preguntó si debía dar la vuelta. Había estado lloviendo durante la noche y la carretera ya estaba llena de fango. Podría llegar hasta la ciudad, pero si caía otra tormenta aquel día Cally no conseguiría llevarla de vuelta a casa.
De todos modos, el viaje probablemente sería en vano. La última vez que había estado en la ciudad Stan le había dicho que no podían seguirle fiando en la tienda y no creía que lograse mucho pidiéndoselo.
________ se mordió el labio inferior y miró fijamente la carretera que se extendía frente a ella, llena de surcos y curvas. Los tiempos habían sido duros después de la guerra. Pero desde la muerte de Nate el verano anterior, las cosas habían ido a peor. Nate era un viejo cascarrabias y no muy de fiar, pero era fuerte a pesar de su edad, habilidoso con el martillo y leal de manera incondicional. Además, siempre le había ayudado con la cosecha.
Tenía tres chicas a las que sacar adelante, cerdos y pollos a los que alimentar y la recogida de melocotones en septiembre. El día no tenía horas suficientes para que pudiese ocuparse de todo ella sola. Hasta la muerte de Nate, no se había dado cuenta de cuánto dependía del viejo jornalero ni cuánto lo iba a echar de menos.
Pensó en las chicas y se preguntó cómo iba a poder alimentarlas si no llegaba a tiempo para sacar la cosecha de melocotones a la venta. A lo mejor no debería haberlas acogido cuando murieron sus padres en 1865. Puede que hubiese sido mejor que las hubiesen mandado a un orfanato, puesto que ella no era capaz de ocuparse adecuadamente de ellas.
La carga de todo se le hacía de pronto a ______ demasiado pesada, y aunque tenía veintinueve años, le parecía que tenía muchos más.
—Dios mío —murmuró—, necesitaría algo de ayuda aquí abajo.
La respuesta le llegó en forma de lluvia.
—Supongo que eso es un no —suspiró ______.
Se echó hacia adelante y se bajó el sombrero de paja de ala ancha cubriéndose los ojos. Tampoco era mucho pedir, la verdad, sólo un hombre que pudiera ayudarla, un hombre al que no le importase trabajar duro y que no esperase cobrar a cambio.
_______ tiró de las riendas suavemente, guiando a Cally por una pronunciada curva de la carretera. Cuando el carromato tomó la curva, se dio cuenta de que había algo en medio del camino, a unos cuatro metros de distancia. Tiró con fuerza de las riendas para detener a Cally y miró fijamente entre las orejas del animal: tendido sobre la tierra en medio del sendero, había un hombre.
Probablemente lo mejor que podía hacer era volver a casa. Últimamente, desde la guerra, había siempre gente peligrosa merodeando por los caminos. ______ jugueteó con las riendas sin saber muy bien qué hacer. Estaba sola y el hombre era un desconocido.
Sin embargo, ahí tumbado no parecía una grave amenaza. Sin apartar la vista de él, descendió del carromato. Se recogió la falda marrón desteñida para que no se manchase con el barro y se acercó.
Era difícil describir el aspecto de aquel hombre, pero ______ sabía que no era de Callersville. Su cabello oscuro estaba cubierto de lodo. Tenía la cara delgada y sin barba, pero estaba hinchada y oscurecida por unos moratones. Sobre uno de los ojos tenía una herida profunda y otra bastante fea en la barbilla. Llevaba la ropa desgarrada y manchada de barro. Cuando _____ se acercó, el hombre no se movió. Se preguntó si estaría muerto.
Pero cuando se agachó junto a su cuerpo, vio cómo le subía y bajaba el pecho al respirar. No, no estaba muerto, por lo menos de momento.
________ se puso en pie y miró a su alrededor. No había nada que pudiera explicar qué hacía aquel hombre allí en aquel estado deplorable. Estaba solo y no parecía llevar nada consigo.
De pronto el hombre gimió y ella se dio cuenta de que debía estar sufriendo muchísimo. No podía dejarlo ahí. Si de algún modo pudiera subirlo al carromato, lo llevaría hasta su casa.
______ miró fijamente a aquel desconocido inconsciente y se preguntó si sabría cómo reparar un tejado y recoger melocotones. En aquel momento no parecía capaz de nada. Suspiró y se echó el sombrero hacia atrás. Levantó la vista al cielo oscuro y parpadeó al notar las gotas de lluvia que caían sobre su rostro:
—Dios mío —dijo con pesar—, no era esto precisamente lo que había pensado.
Suzzey
Suzzey


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Mensaje por Heaven.Foster Jue 08 Dic 2011, 6:13 pm

siiiii PRIMERA LECTORRAAAAA :)!!!!!!
Heaven.Foster
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Mensaje por Heaven.Foster Jue 08 Dic 2011, 6:40 pm

jajajajaja pero de todas maneras al final le manaron un hombre
haha me encanta sigela :)
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Mensaje por chelis Jue 08 Dic 2011, 8:12 pm

nueva lectora
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Mensaje por andreita Vie 09 Dic 2011, 10:54 am

NMUEVA LECTORA!!!
CORAZON SEGUIRE ESTA NVE SUPER ATENTA :)
andreita
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Mensaje por chelis Vie 09 Dic 2011, 11:57 am

esperando caaapiiiisss
chelis
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Mensaje por Suzzey Vie 09 Dic 2011, 12:27 pm

En un rato mas lo subo
Suzzey
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Mensaje por andreita Vie 09 Dic 2011, 2:34 pm

si :)
andreita
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Mensaje por Suzzey Vie 09 Dic 2011, 4:00 pm

Capítulo 2
Joe recuperó la conciencia lentamente. Sabía que estaba todavía tendido en medio de la carretera y que llovía de nuevo. También sabía que le dolía todo. El dolor que sentía en cada uno de los músculos de su cuerpo era la cruel prueba de que se había despertado. Mantuvo los ojos cerrados deseando caer inconsciente de nuevo, pero no funcionó.
Oyó una voz que venía de arriba, una voz de mujer. Movió la cabeza de un lado a otro y abrió los ojos para encontrarse frente al dobladillo empapado de una apagada falda marrón. Se le nubló la vista y Joe parpadeó para fijar la mirada. Al cabo de un instante, pudo ver con claridad la imagen de la mujer que estaba de pie junto a él.
Desvió la vista más allá del raído vestido y del descolorido guardapolvo que sin duda esconderían una forma femenina, hasta llegar a su rostro. Pero no le estaba mirando. La mujer tenía el rostro vuelto hacia el cielo y dejó escapar un hondo suspiro antes de dirigir su mirada hacia él y descubrir que estaba despierto y mirándola fijamente.
No sonrió. Puso las manos en las caderas, unas manos pequeñas dentro de unos guantes de hombre. Frunció los labios y lo estudió por debajo de su sombrero de paja de ala ancha.
—Bueno —dijo con el acento lento y sureño de una oriunda de Luisiana— no tiene usted muy buen aspecto, señor.
Joe estaba absolutamente de acuerdo con esa afirmación sobre su estado.
—¿Ha acabado así porque ha intentado robar a alguien? —le preguntó mirándolo a los ojos.
Él intentó negar con la cabeza, pero ese mínimo movimiento le hizo gemir de dolor. Tragó saliva con esfuerzo:
—No.
—¿Le ha robado alguien a usted?
—Podríamos decir que sí.
—Mmm…
Se dio la vuelta y se marchó. Joe creyó que lo iba a dejar allí y se convenció al ver el carromato tirado por una pobre mula pasar de largo. Pero la mujer detuvo el carro y volvió a bajar de un salto, levantando el barro del camino con sus botas al caer sobre un charco.
—¿Cree que puede llegar hasta el carromato? —preguntó regresando a su lado.
Joe asintió y empezó a sentarse, pero un intenso dolor le recorrió la espalda. Lanzó un gruñido y volvió a tumbarse sobre el barro. La mujer fue a ayudarle, pero él se dijo a sí mismo que no necesitaba su ayuda. Tomó aire profundamente, tensó la mandíbula y se puso en pie sin apoyo.
Pero antes de que pudiera dar un paso hacia el carro, todo a su alrededor empezó a dar vueltas y le fallaron las piernas. Un segundo después ella estaba a su lado. Le rodeó las caderas con un brazo y colocó su hombro bajo el de Joe, evitando que cayese al suelo. Se tambaleó un poco por su peso, pero consiguió mantenerlo erguido.
—¿Está orgulloso? —comentó. Y Joe no supo si era un cumplido o una crítica.
Se apoyó en ella pesadamente mientras lo conducía hasta el carromato y a pesar de que estaba muy cerca, a Joe le parecieron kilómetros. Cuando llegaron a la parte de atrás, se detuvo para recuperar el aliento y él mismo logró subir y se dejó caer sobre las tablas con un golpe seco y con las piernas todavía colgándole. Cerró los ojos y se desmayó otra vez.
______ se dirigió a la parte delantera del carromato, se subió y sujetó las riendas. La pobre Cally se resbaló sobre el lodo durante un buen rato. Cuando finalmente logró hacer pie, ______ dio la vuelta al carro y se dirigieron hacia casa.
La lluvia paró tan repentinamente como había comenzado y ______ lo agradeció. Cally sería capaz de llevarlos a casa sin mayores contratiempos.
Pensó en el hombre malherido que llevaba detrás. ¿Qué iba a hacer con él? Había atendido a bastantes heridos durante la guerra y sabía que debía tener varias costillas rotas y que podía tener alguna hemorragia interna. Tardaría semanas en volverse a mantener en pie, y cuando pudiese hacerlo, se iría carretera abajo.
Giró la cabeza y lo miró. Estaba otra vez inconsciente. Dirigió una mirada de rebeldía hacia el cielo. La próxima vez que le pidiese un hombre a Dios sería mucho más específica.


—¿Está muerto? —preguntó en voz muy baja Carrie rompiendo el silencio. Inmediatamente se oyó la voz disgustada de su hermana mayor.
—Claro que no —dijo Becky con un deje de superioridad; ella ya tenía catorce años—. No estaríamos ocupándonos de él si estuviera muerto, ¿no?
—Supongo que no —replicó Carrie, quien observaba desde el marco de la puerta cómo Becky y ______ se inclinaban sobre el lecho del desconocido. Su hermana menor, Miranda, estaba junto a ella, con los ojos muy abiertos y callada. Chester, el perro pastor de la familia, había olisqueado desconfiado al extraño y después se había situado entre las dos niñas y la cama, sabiendo que no había que fiarse de los desconocidos.
_______ se quitó el sombrero y lo depositó sobre la silla que había en un rincón de la habitación. Después se quitó el gastado guardapolvo y lo dejó encima del sombrero. Se remangó y echó un vistazo a la niña que estaba frente a ella.
—¿Cómo está, mamá? —preguntó Becky.
—Creo que bastante mal, cariño. Puede que esté sangrando por dentro.
—¿Deberíamos quitar la tabla?
Habían encontrado una larga tabla de madera en el establo y la habían usado como camilla casera para poder trasladarlo desde el carromato hasta una habitación del primer piso. Lo habían dejado sobre la cama sin quitar la tabla. El desconocido había lanzado algunos gemidos, pero no se había despertado.
________ lo miró fijamente y frunció el ceño pensando en lo que le había preguntado Becky.
—Creo que no —contestó—. Tiene algunas costillas rotas y me será más fácil vendárselas si lo dejamos tal como está.
Para vendarle las costillas, debería quitarle la camisa. Estaba manchada de sangre y rota por todos lados, así que no merecía la pena arreglarla. Cogió los bordes de la camisa desde el cuello y dio un fuerte tirón a la blanca tela. Los botones salieron despedidos y ________ se quedó con la camisa hecha pedazos en las manos.
—Dios mío —exclamó.
—¿Qué pasa, mamá? —preguntó Carrie de nuevo, y empezó a moverse hacia la cama con la intención de echar un vistazo.
________ levantó el brazo para detener a la niña y Carrie se paró con un pie ya dentro de la habitación. Miró a Becky que a su vez miraba asombrada las vivas cicatrices que cruzaban el pecho del desconocido.
—Becky, ve a la cocina y llévate a las niñas contigo —ordenó _______. Las quería fuera de la habitación—. Llévate a Chester también, pon agua a hervir, desata a Cally y llévala al establo. Cuando hierva el agua, tráemela y llena con la bomba una palangana de agua fría. ¿Podrás hacerlo?
—Sí, mamá.
Becky cogió a sus hermanas de la mano y las llevó fuera de la habitación. Chester las siguió de cerca.
________ miró fijamente al extraño. A pesar de su estado, era un hombre fuerte y musculoso, acostumbrado al trabajo duro. Cuando estuviese curado de sus heridas, a lo mejor querría quedarse una temporada. Puede que pudiese ayudarle con la granja. Puede que, después de todo, Dios sí hubiese respondido a sus plegarias.
Se inclinó y observó las cicatrices, visibles a pesar del cabello negro que cubría su pecho. Reconocía las señales de quemaduras, de latigazos y de heridas de bala. Pero había otras marcas dentadas, como si le hubiesen arrancado la piel y le hubiesen dejado el cuerpo en carne viva. ______ había visto alguna vez las crueles cicatrices de los esclavos negros, y había visto las heridas de guerra de los soldados confederados, pero no había visto nunca algo así.
Pasó la yema del dedo por la clavícula y el hombro del desconocido, preguntándose qué le habría ocurrido. Estaba segura de que eran cosas horribles y le invadió una ola de compasión.
Le apretó la frente y notó que tenía algo de fiebre. Sabía que por la noche subiría. Joe se removió en sueños y movió la cabeza inquieto. Después soltó una retahíla de maldiciones. ______ apartó la mano de golpe horrorizada y pensó que sólo un hombre de muy mala calaña podía pronunciar aquellas palabras, incluso en sueños. Supo que se había equivocado: Dios nunca le enviaría a un hombre así a ayudarla, probablemente todo lo contrario.
Salió de la habitación en busca de lo necesario. Primero, recogió hojas de consuelda del jardín, procurando recordar todo aquello que la vieja Sally le había explicado sobre las plantas medicinales. Habría deseado que hubiera estado con ella esa noche, pero como Nate, como su familia, la vieja Sally ya no estaba.
Le dio instrucciones a Becky para que pusiese la consuelda en agua hirviendo, vertiese el líquido en jarras y colocase las jarras en una fuente hasta que se enfriase. Después cogió tijeras, yodo, vendas y trapos. Cuando volvió a la habitación, el hombre daba vueltas en la cama como si le atormentase una violenta pesadilla.
_____ fue junto a él y dejó en una silla lo que había traído. Cuando le tocó la frente, se asustó al notar lo caliente que estaba. Había estado fuera tan sólo un momento y, sin embargo, la fiebre había subido muchísimo. Debía estar delirando. Las costillas podían esperar. Lo primero que tenía que hacer era quitarle la ropa mojada.
Becky entró en la habitación portando un cubo de agua fría y después de dárselo a _____, salió otra vez. Volvió al cabo de un rato con la tetera de agua hirviendo. ______ señaló la gruesa alfombra a los pies de la cama.
—Déjala ahí —le ordenó—. Yo…
—¡Bastardos! —gritó el hombre golpeando la inocente almohada que tenía a su lado—. ¡Malditos cabrones bastardos!
______ echó un vistazo a Becky. Sólo tenía catorce años. Estaba de pie con la mirada fija en aquel extraño, con la boca abierta, horrorizada y asustada.
—Becky —dijo ______ secamente, y la niña levantó la vista—, vete y prepara algo de comer para las niñas. Yo me quedaré aquí —añadió con un tono más suave.
—¿No vas a necesitar mi ayuda?
—Estaré bien —le contestó con una sonrisa que pretendía mostrarle seguridad—. Son casi las doce y necesito que les des de comer a las niñas. He preparado un estofado esta mañana.
Becky le lanzó una última mirada de curiosidad al extraño y después se marchó, dejando a ______ sola con su atormentado paciente.
La joven se dirigió al pie de la cama y tiró de las botas del desconocido. Pero pronto se dio cuenta de un problema con el que no había contado. No había modo de quitarle los pantalones. Estaban todavía mojados y era un hombre corpulento, demasiado pesado para que ella sola pudiera moverlo o levantarlo.
Finalmente, utilizó las tijeras para abrirle los pantalones por los laterales, una tarea incómoda y molesta ya que el hombre no se estaba quieto. Lanzó una rápida mirada a su desnudez y se apresuró a apartar la vista, cubriéndolo hasta la cintura con una sábana. La vida había cambiado mucho desde el comienzo de la guerra, pero había un mínimo decoro que siempre había que conservar. Incluso después del accidente de su padre, cuando había hecho todo por él menos masticar su comida, nunca lo había bañado. Nate se había ocupado de esa tarea en concreto. Incluso durante la guerra, cuando había atendido a tantos soldados heridos en el hospital de campaña en Viena, nunca había visto a un hombre sin ropa. Las enfermeras jefe nunca lo habrían permitido. Al fin y al cabo, ella era una mujer soltera.
«Nadie lo sabrá.»
Aquella breve visión no le había servido de nada. A todos nos gusta ver con nuestros propios ojos lo que se esconde con tanto celo.
«Nadie lo sabrá.»
______ se mordió el labio. Echó un vistazo a la puerta abierta y después levantó la sábana y observó durante un largo rato, asombrada por lo que estaba viendo. Pero cuando oyó la voz de su madre censurándola desde el cielo, bajó rápidamente la sábana y enrojeció(jejje pero aun asi vio )que . La curiosidad era un vicio débil y pecaminoso.
En uno de los bolsillos del pantalón encontró diez billetes, pero nada más. Dejó el dinero sobre el lavamanos y metió los trozos de los pantalones y los jirones que quedaban de la camisa en la bolsa de los harapos. Le vendó las costillas rotas con fuertes tiras de ropa blanca, le limpió los cortes con yodo y le aplicó compresas empapadas con el té de consuelda en los golpes y moratones. Cuando empezó a oscurecer, _____ estaba exhausta, pero sabía que aún le quedaba mucho trabajo por delante. El hombre tenía todavía mucha fiebre y sabía que debía conseguir que le bajase.
Durante toda aquella noche y las dos noches que siguieron se ocupó de él. Le humedeció la frente y el pecho con agua fresca, le obligó a beber con lentas cucharadas agua y té hecho con corteza de sauce. También intentó tranquilizarlo, pero la suave voz de ______ junto a su oído parecía empeorar su estado de ánimo, así que se mantenía alejada de él cuando gritaba. Intentaba descansar un poco durante los momentos en que él parecía estar calmado.
A veces hablaba en susurros. A veces gritaba, pero casi siempre de forma incoherente y pocas veces con ternura. Casi todo lo que decía era ininteligible para _____. Hablaba en una extraña lengua extranjera que ella no podía reconocer. Pero a veces hablaba en inglés y ella llegó a captar en su violento farfullar algo sobre armas y amnistía, sobre un lugar llamado Mountjoy y un hombre llamado Sam Gallagher.
Al alba del cuarto día, todavía seguía con fiebre. ______ mojó el trapo en el cubo de agua fría que había junto a su silla por enésima vez, lo escurrió y lo miró preguntándose con qué horrores estaría soñando. De pronto, alargó un brazo y ______ se apartó de un salto. El brazo golpeó la figurita de porcelana que había en la mesilla junto a la cama, se tambaleó y cayó. Ella intentó cogerla, pero la estatua cayó de la mesa, golpeó el suelo y se rompió en mil pedazos.
_______ se quedó mirando los trozos de lo que había sido una pastora. Formaba parte de una pareja que había pertenecido a su bisabuela. La había traído de su Escocia natal y había pasado de generación en generación. Desde la guerra, _______ se había visto obligada a vender prácticamente todo lo que tenía de valor para sobrevivir, pero no había sido capaz de deshacerse de aquel par de figuritas. Aquella delicada pastora había sobrevivido a los viajes, al tiempo, a la guerra y a la pobreza para acabar siendo destruida por las pesadillas de aquel hombre.
______ se dejó caer en la silla y se hundió en ella, exhausta. Miró los pedazos rotos que rodeaban sus pies sin fuerzas siquiera para barrerlos. Hizo esfuerzos para frenar sus ganas de llorar.


Joe no necesitaba abrir los ojos para saber que ya no estaba tendido en medio de la carretera. Notó un aroma delicioso, una agradable mezcla de pan recién hecho, café caliente y sábanas limpias que le indicó que o bien estaba en el cielo o en casa de alguien, y lo primero era poco probable. Al pensar en pan recién hecho, se dio cuenta de lo hambriento que estaba. Inspiró profundamente, pero una oleada de dolor le recorrió todo el cuerpo y sintió como si tuviese barras de hierro alrededor del torso. Se le fue el hambre.
Abrió los ojos, parpadeando ante la brillante luminosidad que llenaba la habitación. Apartó las sábanas y vio que alguien lo había desvestido y le había vendado las costillas. Frunció el ceño incapaz de recordar cómo había sido. Se acordaba de la pelea y de los hombres que le habían golpeado pero, después de eso, lo único que le venía a la mente eran imágenes borrosas y distorsionadas aunque familiares: gente muriendo, el asesinato de Sean, sangre y armas y carceleros, la voz de Delemere en su oído, y una desconocida inclinándose sobre él. Oh, Dios mío. Había vuelto a tener aquellos sueños.
Recordó a la mujer. Lo había encontrado en la carretera y lo había subido a su carromato. Debía de estar en su casa. Levantó la cabeza y vio que estaba en una habitación sencilla y con poco colorido, pero de pronto la cabeza le empezó a dar vueltas. La dejó caer sobre la almohada.
—Buenos días.
Movió la cabeza al oír las palabras. Sentada en la silla que había junto a su cama, había una niña pequeña de unos nueve años. Sus pequeñas piernas le colgaban del asiento y las movía adelante y atrás perezosamente mientras lo observaba con sus ojos azules.
Joe se humedeció los labios resecos y el movimiento hizo que le vibrase la mandíbula.
—Hola —contestó con voz ronca. Dios, qué sed tenía.
La niña siguió observándolo como si fuese un curioso y extraño insecto.
—¿Por qué gritas tanto?
—¿Gritar? —Estaba aturdido y medio dormido, pero intentaba entender a qué se refería.
—Todo el rato. Podemos oírte a través de las ventanas —frunció el ceño acusadoramente—. No nos has dejado dormir.
Joe se dio cuenta de pronto de a qué se refería. Se horrorizó al pensar que aquella pequeña había oído la agonía de sus pesadillas. A saber lo que habría estado diciendo.
—Debía de estar soñando.
Dejó de fruncir el ceño y asintió con gesto de haber comprendido.
—Yo también tengo pesadillas. No te preocupes, mamá dice que no tenemos que tener miedo de las pesadillas porque no son reales.
La mamá de esa niña no tenía ni idea de lo que estaba hablando. Sus pesadillas, de hecho, eran muy reales.
—¿Cuánto tiempo llevo aquí? —preguntó.
—Creo que unos tres días.
—¿Tres días? —la miró sorprendido, incapaz de recordar nada de todo ese tiempo.
—¿Qué quiere decir gilipollas? —preguntó la niña inclinando la cabeza pensativamente.
—¿Qué? —exclamó él sorprendido. Se preguntó con qué otros epítetos habría emponzoñado los oídos de la chiquilla—. Creo que una niña de tu edad no debería conocer ese tipo de palabras.
—Es una palabrota, ¿verdad? —dijo claramente encantada—. Nunca la había oído.
El comentario fue tan espontáneo que Joe no pudo evitar sonreír, pero al hacerlo, notó un agudo dolor en la mandíbula y borró rápidamente la sonrisa de su rostro.
—Soy Carrie —dijo ella—. ¿Tú quién eres?
—Joe.
—¿A quién le gritabas en tus sueños? —preguntó.
Él volvió la cabeza y contempló el techo. Cerró los ojos un momento y pensó en carceleros y en terratenientes británicos.
—A nadie importante.
—Los llamaste de mil formas distintas.
—No es verdad —negó él.
—Sí, señor, dijo que eran malditos bas…
—¡Carrie! —gritó una voz femenina, y Joe levantó la cabeza despacio y reconoció a la mujer del carromato—. Ya está bien. Te he dicho que no entres aquí.
—Pero quería verlo, mamá.
—El desayuno está listo. Ve a la cocina.
—Pero…
—Fuera —ordenó la mujer señalando la puerta abierta detrás de ella.
—Sí, mamá —dijo Carrie con un profundo suspiro. Se bajó de la silla y añadió—: Adiós, señor Joe.
Le hizo un gesto de despedida con la mano y se dirigió hacia la puerta.
—Sólo quería echar un vistazo… —añadió en tono ofendido. Y se marchó.
La mujer se dirigió hacia él y Joe pudo observarla mientras se le acercaba. Lo primero que le llamó la atención fue su aspecto gris. Iba vestida con un traje marrón, del color del lodo, abrochado hasta la barbilla. Tenía el pelo también marrón y lo llevaba recogido con un simple moño en el cogote. Le recordó a una vulgar polilla.
Pero cuando llegó hasta la cama y pudo ver bien su cara, tuvo que cambiar de opinión. Tenía los ojos también marrones, oscuros y dulces, del color del chocolate, y unas pestañas gruesas y larguísimas. Su piel tenía una fina textura y era del color de la nata fresca. Y tenía pequeñas marcas alrededor de los ojos que indicaban que era una mujer que sonreía con frecuencia. Pero a él no le sonrió.
—Soy _____ Maitland —dijo.
—Joseph Branigan —respondió él, deseando que le diese algo de beber. Tenía tanta sed.
—Bueno, señor Branigan, ha causado un cierto revuelo por aquí —en su frente se dibujó una leve arruga—. Espero que su vocabulario no sea tan explosivo cuando está despierto.
La remilgada desaprobación que había en su voz se vio suavizada por la cadencia de su acento sureño. Sin embargo, a él le irritó y se puso a la defensiva. Se protegió con su habitual máscara y le sonrió a pesar de que le dolía muchísimo la mandíbula:
—Lo cierto es que sí lo es —dijo con estudiado descuido—. Maldigo y grito todo el rato, ¿sabe?
Por cómo lo miró, parecía que se lo había creído.
—No toleraré ese vocabulario delante de mis niñas —dijo ella. Después se inclinó y le puso la mano en la frente.
Sintió la deliciosa frescura de su piel y notó el olor a vainilla y a clavo en su mano. De nuevo le entró un hambre tremenda.
—Recuérdemelo la próxima vez que me quede dormido. Así procuraré controlarme.
Ella se sonrojó, algo que echaba a perder la severidad de su gesto, suavizando sus rasgos.
—Todavía tiene fiebre —dijo, y apartó la mano—. También tiene varias costillas rotas y algunas heridas graves. Los que le dieron la paliza lo hicieron a conciencia.
Y se quedó mirándolo fijamente como si esperara una explicación.
Él no tenía ninguna intención de dársela, así que le preguntó:
—¿Dónde está mi ropa?
—En la bolsa de los harapos. Lo que queda de ella.
______ vio cómo él fruncía el ceño confundido y enrojeció aún más.
—Tuve que rasgarla —dijo volviéndose hacia la mesa que tenía a su lado—. No había otro modo de quitársela.
Aquella mujer lo había desvestido. Una idea interesante, pensó, y repasó el perfil de su cuerpo observando cuidadosamente cualquier atisbo de curva femenina. Pero había poco que ver. El cuello alto y las largas mangas dejaban poco al descubierto, pero sí pudo adivinar una cintura estrecha y generosas caderas. Le dio un poco de rabia pensar que había estado inconsciente cuando ella lo desvestía.
______ sacó un trapo del cubo de agua que había en la mesa, lo escurrió, se colocó junto a él y le humedeció las mejillas. Joe se humedeció los labios saboreando el agua fresca en su rostro.
—¿Y mi bolsa?
—No había nada. Sólo este dinero —y señaló con el trapo el lavamanos que había al otro lado de la habitación—. Lo he dejado allí.
Recordó que la bolsa se había quedado en la tienda. Maldición. Había una botella de buen whisky escocés que le habría ido muy bien en ese momento. Levantó la vista hacia la mujer y se preguntó si ella tendría algo para beber en la casa, pero al instante rechazó la idea. Era del tipo de mujeres que no bebían, y si lo hacían, no lo reconocían.
La mujer se inclinó de nuevo sobre el lecho y oprimió su frente con el trapo húmedo.
—Le he vendado las costillas —dijo—. Pero tardarán seis semanas en curarse. Creo que también ha tenido alguna hemorragia interna. ¿Tiene familiares a los que deba informar de sus heridas?
—No —dijo él con rotundidad cerrando los ojos—. No tengo familia.
Ella se irguió y dejó caer el trapo dentro del cubo.
—Le traeré algo de té para la fiebre.
El té le pareció… aceptable. Vio cómo la mujer bajaba el cubo de la mesa y lo depositaba en el suelo. Salió de la habitación y volvió en seguida con una bandeja. En ella llevaba una tetera de porcelana desconchada que evidentemente había conocido tiempos mejores, una taza a juego y un cuenco plano de estaño. Dejó la bandeja en la mesa y colocó en el suelo junto a la cama el cazo.
—Por si necesita orinar —le explicó.
Se acercó a la cama con la taza en la mano y sopló para enfriar el té, sin dejar de mirarlo por encima del borde, estudiándolo con la mirada, pero sin decir nada.
Al cabo de un rato, probó la temperatura del líquido con la punta del dedo, asintió satisfecha y se inclinó sobre él.
—Beba todo lo que pueda.
Joe levantó la cabeza despacio apretando los dientes por el dolor. ________ lo cogió del cogote con la mano que tenía libre para ayudarle a levantarse y apretó la taza contra sus labios. Al inhalar el nocivo olor del té, notó que se le revolvía el estómago. Se echó un poco hacia atrás.
—Jesús, ¿qué clase de té es éste?
—Por favor, deje de quejarse, señor Branigan. Es té de corteza de sauce, y ha tomado una gran cantidad durante los últimos días. Es para la fiebre.
—Al infierno la fiebre —murmuró él mirando con disgusto el líquido verde pálido que había dentro de la taza que tenía delante de las narices—. Ese brebaje me matará.
—Sé que huele mal y aún sabe peor, pero sirve para aliviar el dolor y la fiebre.
Joe le lanzó una mirada dubitativa, pero sorbió un poco de té. Se tomó casi la mitad. La mujer tenía razón: sabía peor de lo que olía y el simple hecho de tragar hacía que le doliesen las costillas. Además, mantenerse erguido le mareaba. Le empezó a dar vueltas la cabeza y sintió que se le contraía el estómago. Iba a vomitar. «Jesús, María y José.»
Tuvo una arcada y el té salió despedido sobre la mano de ______, la taza y sobre el mismo Joe. Casi con violencia, apartó la mano de la mujer y se dejó caer sobre la almohada, limpiándose la boca con la mano. Cerró los ojos deseando que el estómago se le asentase. Dios, odiaba la debilidad, la debilidad y la humillación, y no poder hacer nada al respecto.
—Se lo dije —gruñó.
Sintió cómo la mujer retiraba la mano de detrás de su cabeza para echarle el pelo de la frente hacia atrás.
—No se va a morir, señor Branigan —dijo en el tono más suave que le había oído hasta entonces—. Es demasiado terco para eso.
Suzzey
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Mensaje por joseph Vie 09 Dic 2011, 4:31 pm

me gusta siguela porfa!!!!
joseph
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Mensaje por chelis Vie 09 Dic 2011, 6:19 pm

oooooooooooooooohh joe te apoyo odio la medicinaaaa!!!!.


jejejeje siguela porfaaaaaa
aaaandaaaaaa
chelis
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http://www.twitter.com/chelis960

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Mensaje por Suzzey Vie 09 Dic 2011, 8:05 pm

joseph escribió:me gusta siguela porfa!!!!


Eres nueva vrd? Bienvenida
Suzzey
Suzzey


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Mensaje por andreita Sáb 10 Dic 2011, 8:44 am

esta super la nove
ese joe es uy malhumorado
jajja siguela
andreita
andreita


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Mensaje por Heaven.Foster Sáb 10 Dic 2011, 8:53 am

JAJAJA BUENISIMO EL CAPP SIGELAAA!!
Heaven.Foster
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http://Twitter.com/andsGH

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