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California.
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Re: California.
ahora si ya me lo leí(?) que bonito cap amo como escribes marie, eso nadie lo puede negar bc escribes a lo diosa potencia <33
amo a zach, aunque lo hayan encontrado en su cuarto con toda la marihuana, me cae bien y lo amo :skip: JAJAJAJA XD me morí en la parte donde sassy le esta mordiendo los calzoncillos, ajskajs también estaba emocionada)? woow, apenas le dijo a su mama fue como "PREPARA TUS MALETAS COMO SI TE FUERAS HOY EN LA NOCHE" (?) todo re rápido :skip: a menos que se quisieran deshacer de el claro aunque no lo creo por que es zach y quien quisiera hacer eso xDDD yo también soy re indecisa cuando me voy de viaje, uno nunca sabe que echar :c y lo peor de todo es que yo le pido ayuda a mi mama...xd pero awww que bello cap, ya quiero ver la relación de esos dos en california y omggg, las amo mucho, comenten y paz mundial for everyoneeee.
que la siga quien la siga(?) yo estaré aquí esperando emocionada
je, besitooos.
amo a zach, aunque lo hayan encontrado en su cuarto con toda la marihuana, me cae bien y lo amo :skip: JAJAJAJA XD me morí en la parte donde sassy le esta mordiendo los calzoncillos, ajskajs también estaba emocionada)? woow, apenas le dijo a su mama fue como "PREPARA TUS MALETAS COMO SI TE FUERAS HOY EN LA NOCHE" (?) todo re rápido :skip: a menos que se quisieran deshacer de el claro aunque no lo creo por que es zach y quien quisiera hacer eso xDDD yo también soy re indecisa cuando me voy de viaje, uno nunca sabe que echar :c y lo peor de todo es que yo le pido ayuda a mi mama...xd pero awww que bello cap, ya quiero ver la relación de esos dos en california y omggg, las amo mucho, comenten y paz mundial for everyoneeee.
que la siga quien la siga(?) yo estaré aquí esperando emocionada
je, besitooos.
Última edición por banana. el Dom 01 Jun 2014, 11:01 am, editado 1 vez
tenshittae
Re: California.
Vas después de Mari, o sea que ya puedes comenzar a escribir. Marie, edita eso, thanks.bigtimerush. escribió:Chicas, ¿cuál es mi turno? ♡
Invitado
Invitado
Capítulo 02.
capítulo 2.
Narrado por Katelyn Clark y Daemon Black.
Algo suena, fue lo primero que pensé. Apreté los músculos de mi rostro en una contracción quejosa. El insistente y escandaloso sonido no paraba de hacer crujir mis oídos y alarmar mi cuerpo de pies a cabeza por la sacudida auditiva. Las paredes se cerraron sobre mí, el calor aumentaba en mi vientre por la presión del nerviosismo constante. ¡Santo Dios, algo suena!
Las sabanas parecieron obedecer a regañadientes la exigencia matutina, y se desprendieron de mi atorada suspensión, que se definía en un cincuenta por ciento despierta y el resto, medio dormida aún. La frialdad de mi burbuja se reventó, y una esencia particular de calor se extendió por mis extremidades. Entonces de repente, el sonido de trasfondo se había apagado con el murmuro de mi sensatez abriéndose paso, o eso pensé.
Mi habitación estaba hundida en un espesor mañanero que no podía ser más que un pesar aproximado. Las aproximaciones prometían, sin duda, un día igual que al demás, en el cual haría lo que siempre estaba acostumbrada previamente por pura cuestión de mantener y no olvidar: un café con pastel de fresas en la mañana, la dulce pero agria voz de mi madre retumbando la cocina al sugerir planes en familia —ella creía solemnemente en un cambio drástico que produjera efectos permanentes, más yo cada día olvidaba el significado positivo incrustado sin razón en el seguir adelante—, mi rostro contraído en la nada y una buena dosis de “Vete al demonio”.
Sin embargo, creían —más bien conservaban esa esperanza irremediable— en que cada día traía su propio afán, y esta vez, casi olvidé como respirar.
Mi madre con frecuencia estaba desesperada, y no había ni una maldita duda al respecto.
—Dawson —susurré, ronca y aturdida, los vellos a lo largo de mi nuca se erizaron sin alarma—. ¿Estás aquí, no es cierto? Genial.
¿Lo peor? Era extraña la ocasión en la que no deducía presencias.
Mi sentido auditivo se agudizó, doliendo en el proceso por la vergüenza, no dándome otra opción más que esperar pacientemente a que Dawson tuviera la cortesía de explicarme la razón de su grata sorpresa.
No me animé a despertar motrizmente mi rostro. ¿Qué Dawson podría ser la cosa más hermosa del mundo? Hecho. ¿Qué cualquier chica se mojaría la ropa interior por sentirlo en su habitación? Hecho. ¿Qué yo, Katelyn Clark, sentía que era hora de hacerle frente al bochorno? Olvídenlo.
—Lindas ropas, Kat —ahogó una risita, pude captarlo, estaba tomándome el pelo—. ¿Me consigues una igual? Sería jodidamente divertido estar a tono con tu nivel.
Por un segundo, mi pecho se sobresaltó por lo profundamente divertido de su voz. Al segundo siguiente, deseé morir cuando recordé que mi pijama o ropa de dormir era el motivo de burla para los hermanos Black. ¿Qué tenía de malo mi conjunto de vaquitas rosas? A mi parecer no era más que el sentido de la moda atrasado, sin vida y del asco.
Así que, que Dawson Black me estuviera observando desde no sabía qué ángulo —sospechaba que desde mi closet, por la cercanía aún lejana de su voz— en mi pijama favoritamente ridícula era realmente decepcionante.
—Si haces otro comentario acerca de mi pijama partiré tu lindo cráneo en dos.
Finalmente lo hice.
Abrí los ojos de golpe, y la cadena de propuestas para hacerlo pagar por su tono halagador me hicieron ahogarme con el propio aire que no pude expulsar.
Dawson Black, una vez más en menos de cinco minutos, había provocado que mi corazón sufriera un ataque agresivo, atentando con mi vida. Pero yo no era dramática, en lo absoluto. Por desgracia, no era que estuviera guapo mi mejor amigo —aunque sólo Dios sabía que yo estaba consciente de eso—, sino que agitaba en mi dirección dos sobres blancos; las líneas de texto intentando grabarse en mi memoria y el abrumador olor a masculinidad y menta que logró dispersar mi cabello hacia atrás.
—Buenos días, Clark —me sonrío con… ¿Ironía? Uh, demonios si mis ojos no propagaban una visión borrosa de su rostro— ¿Estas lista para ir a California? Unas vacaciones podrían parecer atractivas, en un maldito mundo paralelo, obviamente.
Miré por enésima vez la taza de café caliente a través de la curiosidad, o el impacto de la noticia. Humeaba, y era la ocasión adecuada para deducir que era una perfecta metáfora con mi humor reciente. Me pregunté por qué era una mala idea considerar tal opción, refiriéndome al viaje, y las posibles respuestas a eso desarrollaron un presagio indirecto en lo más imposible de las locuras.
Sin embargo, hacía tiempo que las buenas noticias no venían escritas en un pedazo de papel de lujo. La correspondencia fue lo suficientemente explicita como para pensarlo un par de veces y aun así conservar como solo yo podía la fugaz interrogante. California no era una mala idea, sobre todo si te quemabas los ojos cada vez que llovía en Inglaterra, irónicamente.
Expresé internamente mis dudas, pero ninguna fue resuelta a cabalidad. Por lo tanto, decidí compartírselas a mi dulce hermana.
—¡Idiota, ven aquí! —le grité a Daphne.
Mientras esperaba por su magnífica presencia, tomé un sorbo del café. El agrio sabor diario a horas tempranas sacudió mi lengua en una mueca de disgusto. Estaba tan amargo, que preferí apartarlo e ignorar el sobre de azúcar diminuto en la punta de la mesa de vidrio brillante. El día, quizás, era una extraña metáfora general que se dedicaría a cuestionarme sin algún derecho a la pasividad.
Dee realmente estaba dándose una bomba en atenderme. Amaba con locura a mi hermana, pero condicionaba mi control de amabilidad.
—¡No tengo todo el maldito día, hermanita! —me concentré en evitar sonar grosero para su mal genio a estas horas, así que añadí—: ¡Por favor!
Las consecuencias de una Dee —diminutivo de Daphne— obstinada eran malas bromas, sarcasmo y posiblemente me patearía el culo si no contribuía felizmente.
Rechacé las posibilidades de llamar a Dawson por quinta vez en la mañana, por el simple hecho de que sabía perfectamente que a él no le causaba entusiasmo la idea de irnos ese mismo a día a California. Y no lo culpaba. Con mi regreso inesperado de Londres, las cosas ya apestaban lo suficiente como para tomar en cuenta de lo que me perdí… como que mi padre había muerto de una sobredosis hace un año. Mi madre había decidido superar el acontecimiento yéndose al otro lado del mundo, con su delantal blanco viejo y pintoresco, su esencia a alegría aplastada y, por supuesto, sus miles de pinturas de oleo para evitar caer en depresión. ¡Pero buenas noticias! Huir de los problemas no ayudaba a absolutamente nada, ni siquiera cuando pensó que sería una fantástica idea dejar a Dee y a Dawson a sus dieciocho años recién cumplidos solos, con una gran casa de lujo para sus caprichos y una cadena de servicios disponibles todo el día. Los adolescentes no pensaban racionalmente, y eso nadie más que yo lo sabía. Dee iba a causar más problemas de los que debía, y Dawson actuaria con tal indiferencia que le aceptaría sus malditos deseos con tal de zafársela.
Sin darle tiempo a mi sangre que hirviera más y me pulsara en la cien como un tic predefinido, Dee apareció en el umbral de la puerta de vidrio de la cocina, cuán linda princesita con esos grandes y brillantes ojos color verde suave, inteligentemente inspeccionándome; y a juzgar por su expresión, leyó el sarcasmo en mis ojos lapislázuli.
Mi hermana trilliza Dee y yo teníamos dos minutos de diferencia a mi favor, pero aun así, el parecido resultaba perturbadoramente espléndido para la vista de los mundanos. Las mismas facciones distinguidas por mi madre, la semejanza entre color de ojos —verdes intenso, con ese matiz peculiar de azul eléctrico alrededor del iris— tenía el poder mágico de poner a prueba la hipnosis experimentada, la forma de sonreír con fines de manipulación o sinceridad, ese toque de inteligencia arrebatada de un prodigio en la curvatura de nuestros labios y el mensaje que transmiten nuestros ojos y, finalmente, la escultural figura típica de modelos de revistas —o eso decía la gente que presentaba un enamoramiento con los trillizos Black—. Dawson, en cambio, presentaba notorias diferencias, o por lo menos una, el color de ojos: los suyos eran perfectos, avellanados, el caramelo intacto derritiéndose en su consolación; de resto, éramos perfectamente iguales, sin embargo, mi cabello era de color negro, el de ellos, de un extraño color miel que provocaba efectos sumamente idiotas en la gente.
Mis mejillas temblaron al medio sonreír, ofreciéndole una bandera blanca bandeándose.
—Daphne, ¿Sabías tú de esto? —le pregunté, deslizando el sobre blanco hasta llegar al lado de la azúcar intacta. Su cuello estirándose para alcanzar a ver las letras plasmadas en imprenta elegante pero casual, donde claramente se leía “California”; sus mejillas adquirieron un adorable color rosa sutil, y mis ojos se convirtieron en dos rendijas potentes—. Suéltalo ya, en todo caso.
El tic volvía pausadamente conforme sus ojos chispeaban excitación.
—Uhm… sí, Daemon —contestó, convirtiéndose en la creatura más gentil del maldito universo en apenas un pestañeo—. Kat llamó esta mañana, de hecho, hablaba con ella hace un minuto. ¡Dawson estará contento de que vayas! —mentiras, sucias mentiras en su exclamación—. Será divertido para ustedes, después de… todo.
De repente, mi pecho sufrió una agresiva contracción. Su última expresión se cayó, pero se compuso tan rápido que no la analicé completamente.
Sacudí la cabeza.
—¿Ustedes? —carraspeé para aclararme la garganta, atascado en una respiración. Oh, no—. Quiero que vayas, tienes que ir, de ninguna manera te dejare sola aquí.
Tampoco era como que iría, finalmente, solo aclaraba un punto crucial en la jodida situación. Daphne ese acercó, danzando como una bailarina profesional —y lo era, desde los diez años—; su perfecta sincronía entre ojos y movimientos era espeluznante.
—Daemon, ya tengo diecinueve años, creo que puedo cuidarme sola —sus labios pegados a mi mejilla; me besó y soltó una risita—. Además, te hará bien ver otra cosa que no sean esas británicas plásticas.
—¿No puedo convencerte de lo contrario, verdad? —bajé la cabeza, y tomé una respiración profunda. Su perfume de canela desvaneciéndose mientras se sentaba al otro lado de la pequeña y modesta mesa de cristal—. Dawson no quiere verme ni en sus sueños, Dee.
Ella rodó los ojos y desplazó el drama.
—No, no puedes —gemí en silencio—. Entiéndelo, Daemon, te fuiste y pretendiste que no tenías familia ya. Últimamente le están afectando las partidas directas —Dee torció sus labios y miró detenidamente su esmalte de uñas morado eléctrico—. Kat le despeja un poco la mente, por esa razón no está aquí esta mañana.
Me estremecí ante la mención de ese nombre y razones de un Dawson resplandeciendo diariamente. ¿Kat? Ya eran dos veces en las que oía pronunciar de manera cargada de florecitas y felicidad el nombre de esa chica. Yo la recordaba, como una bruja sin sentimientos, pero la recordaba. Siempre tan disgustada con todo el mundo, arrastrando con sus conductas antipáticas y suspicaces; siempre lograba ganar el afecto de su entorno, pero el mío era un privilegio del que nunca gozaría. Katelyn Clark me parecía tan desagradable en tantos sentidos, que podía compararlo con todos los días del año en escalas evidentes.
Y no era como que la conociera muy bien.
Dee, una vez más, cortó el hilo de mis pensamientos con su mirada envenenada. Su rostro ya no era compasivo ni encantador, era el de un conejito rabioso a punto de morder con sus pequeños dientes.
—Daemon, en un año pueden suceder muchísimas cosas, así que, te agradecería encarecidamente que te retractaras antes de sacar una conclusión proporcionalmente idiota.
Vaya.
—Uh, claro, ¿La perra de Katelyn cambió en un año? ¡Gracias, internado mental! —elevé mis cejas y aumenté a diez el dulce sarcasmo mediante una pequeña nota amarga e indiferente.
Lo siguiente me envió una respuesta rápida al cerebro.
Mi suéter favorito negro había sido arruinado totalmente; el café ya frío por mi capricho de no tomarlo se escurría por la tela hasta palpar mi pecho casi con malicia. El karma, definitivamente, era una perra. Dee era rápida, tanto que mis canales visuales no pudieron divisar cuando la taza blanca y resbaladiza de la bebida fue arrancada de la punta de la mesa. Sus ojos enviaron balas de fuego a los míos, su sonrisa encantadora se distorsionaba entre el placer y la descomprensión.
De algo estaba seguro, Katelyn significa mucho más de lo que yo pensaba para ellos y no permitirían que nadie —ni siquiera su atractivo e inigualable hermano— la atacara de cualquier forma.
—Empaca tus maletas, ya ordené tres boletos de avión directo a California, hermanito —sus palabras eran firmes, sin derecho a ninguna replica calculada, pero no pasé desapercibido la cifra.
Sí… Iría a California.
—¡Dawson, querido, siempre traes las buenas noticias a este hogar! —exclamó mi madre, furtiva y con exceso de emociones puntiagudas y con enfoques de ensoñación en la mirada que le dedicó a Dawson—. Desde hace tiempo Kat ha querido viajar; salir de estas cuatro paredes por un rato.
Elevé una ceja en respuesta.
—Yo no querí… —mi madre, Reneé, me bloqueó el ceño fruncido y abrió los ojos como platos, suplicantes. Lancé una sonrisa de disculpas—. Quiero decir, ¡Wohoo! ¡Alabado sea el Señor! Siempre quise viajar a California.
Dawson permanecía con el rostro inescrutable, sentado junto a mí en su posición más seria y a la defensiva, en el sofá crema de la sala de conferencia general. Podía sentir sus respiraciones calmadas, así como también podía oír los latidos de su corazón experimentando un ataque de nervios si me concentraba un poco. Posé mis dedos fríos y pálidos en sus nudillos apretados sobre sus rodillas flexionadas y le di un apretón suave.
—Hija mía, eres muy mala mintiendo. No tienes que hacer feliz a tu madre todo el tiempo, lo sabes, ¿no? —intervino mi padre, David, con las arrugas de su frente haciéndose presentes por mi estado de incomodidad.
Sonreí de lado un poco, un poco apenas perceptible cuando mi madre asintiendo, con sus hermosos ojos azules brillantes por las lágrimas se dedicó a sí misma un encogimiento de consolación. Mi padre deslizó su brazo por encima de sus hombros y la atrajo contra sí, infundiéndole algo de condescendencia.
Honestamente, muy dentro de mí, la idea de ir a esa famosa casa recién abierta en California me provocaba cosquillas en el pecho y una sensación latente de esperanza, que solo sentía cuando Dawson o Dee estaban cerca. Nunca antes había ido a algún lugar sola con amigos ni pasado por algo así, la mayoría del tiempo no salía de entre las páginas de mis libros románticos, absorbiendo historias irreales que generaban una gran tasa de imposibilidades en mi lista. Desde hace tres años que no vivía el sueño americano deseado, ni tenía una vida normal dentro de lo reglamentario en la adolescencia. Y para mí, las cosas funcionaban bien así. Recibía clases particulares, con los tutores más cotizados de Phoenix y prácticamente no me hacía falta nada más que el aire libre viajando por mis pulmones. Pero yo solo sabía que olvidar lo sucedido hace tan poco tiempo era una pérdida de tiempo y una acumulación inútil de malos sentimientos en mi conciencia.
Descarté las horrendas probabilidades que tomaban fuego en mis pensamientos y centré mi aura renovada en lo divertido que sería viajar a California con mis amigos —Dee y Dawson—.
—Padre —intenté suavizar sus arrugas en la frente con mi tono suave—. Yo podré soportarlo, creo que con las previsiones necesarias las cosas realmente muy bien.
Las arrugas se habían ido del rostro preocupado pero positivo de mi padre, y un alivio empezó a recorrerme por dentro. Miró su anillo de compromiso, una línea gruesa plateada que resplandecía aun en la oscuridad, y luego a mí y a…
Dawson.
Él seguía justo como una hermosa estatua del mármol más fino que haya visto. El musculo de su mandíbula sobresalía y se movía, lo que indicaba que no estaba muy a gusto con mi posición. Suspiré. Black podría llegar a ser el amigo más sobreprotector que haya pisado la tierra; hasta el punto de llevarme a hacer las compras para la casa tres veces a la semana con la excusa de que podría atropellar a una anciana, o en las noches que mi padre lo dejaba dormir en la mansión, me leía Cumbres Borrascosas hasta quedarme dormida con la excusa de que adoraba observarme mientras sonreía como una idiota hasta dormirme. Lo amaba, en teoría, pero me conducía a la impotencia cuando se lo proponía.
—En ese caso tengo que prepararte todo, Katelyn —chilló mi madre levantándose con energía del sillón y dándome un abrazo breve por encima de los hombros. Saboreé su particular esencia a vainilla—. Te prometo que te divertirás un montón con los chicos.
Asentí con los labios fruncidos mientras desaparecía de la estancia de reuniones con mi padre pisando sus talones, no sin antes guiñarme un ojo antes de salir completamente. Dawson no emitió movimiento alguno de asentimiento, sólo respiraba regularmente y miraba hacia algún pinto de la gran habitación, pero sus ojos se encontraban desorbitados.
Justo tres segundos antes de que mis labios se abrieran y detonaran la tercera guerra mundial, el timbre de la casa agitó mis nervios de manera insignificante.
—Tal vez es Robert, el conductor designado por mi padre —le dije a Dawson, mi voz tembló por la distancia imaginaria entre él y yo—. Ya hablaremos, Daw, confía en mí.
Apoyé mis labios sobre su mejilla rápidamente, y casi corrí hasta la entrada de la casa; cuando lo logré, mis pulmones estaban forzándose por trabajar en la medida de lo normal. Aspiré una bocanada de aire y mis manos sudaban cuando giré el pomo entre mis manos.
Mi corazón se detuvo por largos segundos que parecieron malditamente eternos; el pulso de mis venas en la cien me obligó a presionar mis ojos fuertemente y reincorporarme cuando una fuerte mano me atrajo hacia atrás por la cintura.
De repente, los nervios ya no eran una cuestión insignificante.
El sujeto que se exhibía ante mis sensibles ojos parecía el demonio en persona, con esa facha de chico malo con reputación, la sonrisa más arrogante y detestable, agregándole a la función VIP un gran matiz de superioridad. Era una especia de ensoñación hecha realidad, como esa atroz sensación de que se avecinaba una gran tormenta imparable.
Seguramente mi expresión era de estupefacción por las expectativas sobrepasadas al detallar al curiosos chico al que encontraba familiar y miedo porque nunca me había enfrentado a semejante reacción de sentimientos en menos de dos segundos. Era un nuevo record que nadie podría romper ni que lo intentara mil veces.
Por primera vez en mi vida destapé una controversia que creía improbable; pude percibir la lucha que se desataba entre el fuego y el hielo, y no estaba segura de cual sucumbiría primero.
Las sabanas parecieron obedecer a regañadientes la exigencia matutina, y se desprendieron de mi atorada suspensión, que se definía en un cincuenta por ciento despierta y el resto, medio dormida aún. La frialdad de mi burbuja se reventó, y una esencia particular de calor se extendió por mis extremidades. Entonces de repente, el sonido de trasfondo se había apagado con el murmuro de mi sensatez abriéndose paso, o eso pensé.
Mi habitación estaba hundida en un espesor mañanero que no podía ser más que un pesar aproximado. Las aproximaciones prometían, sin duda, un día igual que al demás, en el cual haría lo que siempre estaba acostumbrada previamente por pura cuestión de mantener y no olvidar: un café con pastel de fresas en la mañana, la dulce pero agria voz de mi madre retumbando la cocina al sugerir planes en familia —ella creía solemnemente en un cambio drástico que produjera efectos permanentes, más yo cada día olvidaba el significado positivo incrustado sin razón en el seguir adelante—, mi rostro contraído en la nada y una buena dosis de “Vete al demonio”.
Sin embargo, creían —más bien conservaban esa esperanza irremediable— en que cada día traía su propio afán, y esta vez, casi olvidé como respirar.
Mi madre con frecuencia estaba desesperada, y no había ni una maldita duda al respecto.
—Dawson —susurré, ronca y aturdida, los vellos a lo largo de mi nuca se erizaron sin alarma—. ¿Estás aquí, no es cierto? Genial.
¿Lo peor? Era extraña la ocasión en la que no deducía presencias.
Mi sentido auditivo se agudizó, doliendo en el proceso por la vergüenza, no dándome otra opción más que esperar pacientemente a que Dawson tuviera la cortesía de explicarme la razón de su grata sorpresa.
No me animé a despertar motrizmente mi rostro. ¿Qué Dawson podría ser la cosa más hermosa del mundo? Hecho. ¿Qué cualquier chica se mojaría la ropa interior por sentirlo en su habitación? Hecho. ¿Qué yo, Katelyn Clark, sentía que era hora de hacerle frente al bochorno? Olvídenlo.
—Lindas ropas, Kat —ahogó una risita, pude captarlo, estaba tomándome el pelo—. ¿Me consigues una igual? Sería jodidamente divertido estar a tono con tu nivel.
Por un segundo, mi pecho se sobresaltó por lo profundamente divertido de su voz. Al segundo siguiente, deseé morir cuando recordé que mi pijama o ropa de dormir era el motivo de burla para los hermanos Black. ¿Qué tenía de malo mi conjunto de vaquitas rosas? A mi parecer no era más que el sentido de la moda atrasado, sin vida y del asco.
Así que, que Dawson Black me estuviera observando desde no sabía qué ángulo —sospechaba que desde mi closet, por la cercanía aún lejana de su voz— en mi pijama favoritamente ridícula era realmente decepcionante.
—Si haces otro comentario acerca de mi pijama partiré tu lindo cráneo en dos.
Finalmente lo hice.
Abrí los ojos de golpe, y la cadena de propuestas para hacerlo pagar por su tono halagador me hicieron ahogarme con el propio aire que no pude expulsar.
Dawson Black, una vez más en menos de cinco minutos, había provocado que mi corazón sufriera un ataque agresivo, atentando con mi vida. Pero yo no era dramática, en lo absoluto. Por desgracia, no era que estuviera guapo mi mejor amigo —aunque sólo Dios sabía que yo estaba consciente de eso—, sino que agitaba en mi dirección dos sobres blancos; las líneas de texto intentando grabarse en mi memoria y el abrumador olor a masculinidad y menta que logró dispersar mi cabello hacia atrás.
—Buenos días, Clark —me sonrío con… ¿Ironía? Uh, demonios si mis ojos no propagaban una visión borrosa de su rostro— ¿Estas lista para ir a California? Unas vacaciones podrían parecer atractivas, en un maldito mundo paralelo, obviamente.
Daemon Black.
Miré por enésima vez la taza de café caliente a través de la curiosidad, o el impacto de la noticia. Humeaba, y era la ocasión adecuada para deducir que era una perfecta metáfora con mi humor reciente. Me pregunté por qué era una mala idea considerar tal opción, refiriéndome al viaje, y las posibles respuestas a eso desarrollaron un presagio indirecto en lo más imposible de las locuras.
Sin embargo, hacía tiempo que las buenas noticias no venían escritas en un pedazo de papel de lujo. La correspondencia fue lo suficientemente explicita como para pensarlo un par de veces y aun así conservar como solo yo podía la fugaz interrogante. California no era una mala idea, sobre todo si te quemabas los ojos cada vez que llovía en Inglaterra, irónicamente.
Expresé internamente mis dudas, pero ninguna fue resuelta a cabalidad. Por lo tanto, decidí compartírselas a mi dulce hermana.
—¡Idiota, ven aquí! —le grité a Daphne.
Mientras esperaba por su magnífica presencia, tomé un sorbo del café. El agrio sabor diario a horas tempranas sacudió mi lengua en una mueca de disgusto. Estaba tan amargo, que preferí apartarlo e ignorar el sobre de azúcar diminuto en la punta de la mesa de vidrio brillante. El día, quizás, era una extraña metáfora general que se dedicaría a cuestionarme sin algún derecho a la pasividad.
Dee realmente estaba dándose una bomba en atenderme. Amaba con locura a mi hermana, pero condicionaba mi control de amabilidad.
—¡No tengo todo el maldito día, hermanita! —me concentré en evitar sonar grosero para su mal genio a estas horas, así que añadí—: ¡Por favor!
Las consecuencias de una Dee —diminutivo de Daphne— obstinada eran malas bromas, sarcasmo y posiblemente me patearía el culo si no contribuía felizmente.
Rechacé las posibilidades de llamar a Dawson por quinta vez en la mañana, por el simple hecho de que sabía perfectamente que a él no le causaba entusiasmo la idea de irnos ese mismo a día a California. Y no lo culpaba. Con mi regreso inesperado de Londres, las cosas ya apestaban lo suficiente como para tomar en cuenta de lo que me perdí… como que mi padre había muerto de una sobredosis hace un año. Mi madre había decidido superar el acontecimiento yéndose al otro lado del mundo, con su delantal blanco viejo y pintoresco, su esencia a alegría aplastada y, por supuesto, sus miles de pinturas de oleo para evitar caer en depresión. ¡Pero buenas noticias! Huir de los problemas no ayudaba a absolutamente nada, ni siquiera cuando pensó que sería una fantástica idea dejar a Dee y a Dawson a sus dieciocho años recién cumplidos solos, con una gran casa de lujo para sus caprichos y una cadena de servicios disponibles todo el día. Los adolescentes no pensaban racionalmente, y eso nadie más que yo lo sabía. Dee iba a causar más problemas de los que debía, y Dawson actuaria con tal indiferencia que le aceptaría sus malditos deseos con tal de zafársela.
Sin darle tiempo a mi sangre que hirviera más y me pulsara en la cien como un tic predefinido, Dee apareció en el umbral de la puerta de vidrio de la cocina, cuán linda princesita con esos grandes y brillantes ojos color verde suave, inteligentemente inspeccionándome; y a juzgar por su expresión, leyó el sarcasmo en mis ojos lapislázuli.
Mi hermana trilliza Dee y yo teníamos dos minutos de diferencia a mi favor, pero aun así, el parecido resultaba perturbadoramente espléndido para la vista de los mundanos. Las mismas facciones distinguidas por mi madre, la semejanza entre color de ojos —verdes intenso, con ese matiz peculiar de azul eléctrico alrededor del iris— tenía el poder mágico de poner a prueba la hipnosis experimentada, la forma de sonreír con fines de manipulación o sinceridad, ese toque de inteligencia arrebatada de un prodigio en la curvatura de nuestros labios y el mensaje que transmiten nuestros ojos y, finalmente, la escultural figura típica de modelos de revistas —o eso decía la gente que presentaba un enamoramiento con los trillizos Black—. Dawson, en cambio, presentaba notorias diferencias, o por lo menos una, el color de ojos: los suyos eran perfectos, avellanados, el caramelo intacto derritiéndose en su consolación; de resto, éramos perfectamente iguales, sin embargo, mi cabello era de color negro, el de ellos, de un extraño color miel que provocaba efectos sumamente idiotas en la gente.
Mis mejillas temblaron al medio sonreír, ofreciéndole una bandera blanca bandeándose.
—Daphne, ¿Sabías tú de esto? —le pregunté, deslizando el sobre blanco hasta llegar al lado de la azúcar intacta. Su cuello estirándose para alcanzar a ver las letras plasmadas en imprenta elegante pero casual, donde claramente se leía “California”; sus mejillas adquirieron un adorable color rosa sutil, y mis ojos se convirtieron en dos rendijas potentes—. Suéltalo ya, en todo caso.
El tic volvía pausadamente conforme sus ojos chispeaban excitación.
—Uhm… sí, Daemon —contestó, convirtiéndose en la creatura más gentil del maldito universo en apenas un pestañeo—. Kat llamó esta mañana, de hecho, hablaba con ella hace un minuto. ¡Dawson estará contento de que vayas! —mentiras, sucias mentiras en su exclamación—. Será divertido para ustedes, después de… todo.
De repente, mi pecho sufrió una agresiva contracción. Su última expresión se cayó, pero se compuso tan rápido que no la analicé completamente.
Sacudí la cabeza.
—¿Ustedes? —carraspeé para aclararme la garganta, atascado en una respiración. Oh, no—. Quiero que vayas, tienes que ir, de ninguna manera te dejare sola aquí.
Tampoco era como que iría, finalmente, solo aclaraba un punto crucial en la jodida situación. Daphne ese acercó, danzando como una bailarina profesional —y lo era, desde los diez años—; su perfecta sincronía entre ojos y movimientos era espeluznante.
—Daemon, ya tengo diecinueve años, creo que puedo cuidarme sola —sus labios pegados a mi mejilla; me besó y soltó una risita—. Además, te hará bien ver otra cosa que no sean esas británicas plásticas.
—¿No puedo convencerte de lo contrario, verdad? —bajé la cabeza, y tomé una respiración profunda. Su perfume de canela desvaneciéndose mientras se sentaba al otro lado de la pequeña y modesta mesa de cristal—. Dawson no quiere verme ni en sus sueños, Dee.
Ella rodó los ojos y desplazó el drama.
—No, no puedes —gemí en silencio—. Entiéndelo, Daemon, te fuiste y pretendiste que no tenías familia ya. Últimamente le están afectando las partidas directas —Dee torció sus labios y miró detenidamente su esmalte de uñas morado eléctrico—. Kat le despeja un poco la mente, por esa razón no está aquí esta mañana.
Me estremecí ante la mención de ese nombre y razones de un Dawson resplandeciendo diariamente. ¿Kat? Ya eran dos veces en las que oía pronunciar de manera cargada de florecitas y felicidad el nombre de esa chica. Yo la recordaba, como una bruja sin sentimientos, pero la recordaba. Siempre tan disgustada con todo el mundo, arrastrando con sus conductas antipáticas y suspicaces; siempre lograba ganar el afecto de su entorno, pero el mío era un privilegio del que nunca gozaría. Katelyn Clark me parecía tan desagradable en tantos sentidos, que podía compararlo con todos los días del año en escalas evidentes.
Y no era como que la conociera muy bien.
Dee, una vez más, cortó el hilo de mis pensamientos con su mirada envenenada. Su rostro ya no era compasivo ni encantador, era el de un conejito rabioso a punto de morder con sus pequeños dientes.
—Daemon, en un año pueden suceder muchísimas cosas, así que, te agradecería encarecidamente que te retractaras antes de sacar una conclusión proporcionalmente idiota.
Vaya.
—Uh, claro, ¿La perra de Katelyn cambió en un año? ¡Gracias, internado mental! —elevé mis cejas y aumenté a diez el dulce sarcasmo mediante una pequeña nota amarga e indiferente.
Lo siguiente me envió una respuesta rápida al cerebro.
Mi suéter favorito negro había sido arruinado totalmente; el café ya frío por mi capricho de no tomarlo se escurría por la tela hasta palpar mi pecho casi con malicia. El karma, definitivamente, era una perra. Dee era rápida, tanto que mis canales visuales no pudieron divisar cuando la taza blanca y resbaladiza de la bebida fue arrancada de la punta de la mesa. Sus ojos enviaron balas de fuego a los míos, su sonrisa encantadora se distorsionaba entre el placer y la descomprensión.
De algo estaba seguro, Katelyn significa mucho más de lo que yo pensaba para ellos y no permitirían que nadie —ni siquiera su atractivo e inigualable hermano— la atacara de cualquier forma.
—Empaca tus maletas, ya ordené tres boletos de avión directo a California, hermanito —sus palabras eran firmes, sin derecho a ninguna replica calculada, pero no pasé desapercibido la cifra.
Sí… Iría a California.
Katelyn Clark.
—¡Dawson, querido, siempre traes las buenas noticias a este hogar! —exclamó mi madre, furtiva y con exceso de emociones puntiagudas y con enfoques de ensoñación en la mirada que le dedicó a Dawson—. Desde hace tiempo Kat ha querido viajar; salir de estas cuatro paredes por un rato.
Elevé una ceja en respuesta.
—Yo no querí… —mi madre, Reneé, me bloqueó el ceño fruncido y abrió los ojos como platos, suplicantes. Lancé una sonrisa de disculpas—. Quiero decir, ¡Wohoo! ¡Alabado sea el Señor! Siempre quise viajar a California.
Dawson permanecía con el rostro inescrutable, sentado junto a mí en su posición más seria y a la defensiva, en el sofá crema de la sala de conferencia general. Podía sentir sus respiraciones calmadas, así como también podía oír los latidos de su corazón experimentando un ataque de nervios si me concentraba un poco. Posé mis dedos fríos y pálidos en sus nudillos apretados sobre sus rodillas flexionadas y le di un apretón suave.
—Hija mía, eres muy mala mintiendo. No tienes que hacer feliz a tu madre todo el tiempo, lo sabes, ¿no? —intervino mi padre, David, con las arrugas de su frente haciéndose presentes por mi estado de incomodidad.
Sonreí de lado un poco, un poco apenas perceptible cuando mi madre asintiendo, con sus hermosos ojos azules brillantes por las lágrimas se dedicó a sí misma un encogimiento de consolación. Mi padre deslizó su brazo por encima de sus hombros y la atrajo contra sí, infundiéndole algo de condescendencia.
Honestamente, muy dentro de mí, la idea de ir a esa famosa casa recién abierta en California me provocaba cosquillas en el pecho y una sensación latente de esperanza, que solo sentía cuando Dawson o Dee estaban cerca. Nunca antes había ido a algún lugar sola con amigos ni pasado por algo así, la mayoría del tiempo no salía de entre las páginas de mis libros románticos, absorbiendo historias irreales que generaban una gran tasa de imposibilidades en mi lista. Desde hace tres años que no vivía el sueño americano deseado, ni tenía una vida normal dentro de lo reglamentario en la adolescencia. Y para mí, las cosas funcionaban bien así. Recibía clases particulares, con los tutores más cotizados de Phoenix y prácticamente no me hacía falta nada más que el aire libre viajando por mis pulmones. Pero yo solo sabía que olvidar lo sucedido hace tan poco tiempo era una pérdida de tiempo y una acumulación inútil de malos sentimientos en mi conciencia.
Descarté las horrendas probabilidades que tomaban fuego en mis pensamientos y centré mi aura renovada en lo divertido que sería viajar a California con mis amigos —Dee y Dawson—.
—Padre —intenté suavizar sus arrugas en la frente con mi tono suave—. Yo podré soportarlo, creo que con las previsiones necesarias las cosas realmente muy bien.
Las arrugas se habían ido del rostro preocupado pero positivo de mi padre, y un alivio empezó a recorrerme por dentro. Miró su anillo de compromiso, una línea gruesa plateada que resplandecía aun en la oscuridad, y luego a mí y a…
Dawson.
Él seguía justo como una hermosa estatua del mármol más fino que haya visto. El musculo de su mandíbula sobresalía y se movía, lo que indicaba que no estaba muy a gusto con mi posición. Suspiré. Black podría llegar a ser el amigo más sobreprotector que haya pisado la tierra; hasta el punto de llevarme a hacer las compras para la casa tres veces a la semana con la excusa de que podría atropellar a una anciana, o en las noches que mi padre lo dejaba dormir en la mansión, me leía Cumbres Borrascosas hasta quedarme dormida con la excusa de que adoraba observarme mientras sonreía como una idiota hasta dormirme. Lo amaba, en teoría, pero me conducía a la impotencia cuando se lo proponía.
—En ese caso tengo que prepararte todo, Katelyn —chilló mi madre levantándose con energía del sillón y dándome un abrazo breve por encima de los hombros. Saboreé su particular esencia a vainilla—. Te prometo que te divertirás un montón con los chicos.
Asentí con los labios fruncidos mientras desaparecía de la estancia de reuniones con mi padre pisando sus talones, no sin antes guiñarme un ojo antes de salir completamente. Dawson no emitió movimiento alguno de asentimiento, sólo respiraba regularmente y miraba hacia algún pinto de la gran habitación, pero sus ojos se encontraban desorbitados.
Justo tres segundos antes de que mis labios se abrieran y detonaran la tercera guerra mundial, el timbre de la casa agitó mis nervios de manera insignificante.
—Tal vez es Robert, el conductor designado por mi padre —le dije a Dawson, mi voz tembló por la distancia imaginaria entre él y yo—. Ya hablaremos, Daw, confía en mí.
Apoyé mis labios sobre su mejilla rápidamente, y casi corrí hasta la entrada de la casa; cuando lo logré, mis pulmones estaban forzándose por trabajar en la medida de lo normal. Aspiré una bocanada de aire y mis manos sudaban cuando giré el pomo entre mis manos.
Mi corazón se detuvo por largos segundos que parecieron malditamente eternos; el pulso de mis venas en la cien me obligó a presionar mis ojos fuertemente y reincorporarme cuando una fuerte mano me atrajo hacia atrás por la cintura.
De repente, los nervios ya no eran una cuestión insignificante.
El sujeto que se exhibía ante mis sensibles ojos parecía el demonio en persona, con esa facha de chico malo con reputación, la sonrisa más arrogante y detestable, agregándole a la función VIP un gran matiz de superioridad. Era una especia de ensoñación hecha realidad, como esa atroz sensación de que se avecinaba una gran tormenta imparable.
Seguramente mi expresión era de estupefacción por las expectativas sobrepasadas al detallar al curiosos chico al que encontraba familiar y miedo porque nunca me había enfrentado a semejante reacción de sentimientos en menos de dos segundos. Era un nuevo record que nadie podría romper ni que lo intentara mil veces.
Por primera vez en mi vida destapé una controversia que creía improbable; pude percibir la lucha que se desataba entre el fuego y el hielo, y no estaba segura de cual sucumbiría primero.
- open me, baby:
- ¡Hola, beellas! Aquí está mi capítulo, en realidad está muy simple y largo, pero espero que el objetivo de este primer encuentro haya sido bastante claro. Me gustaría que el capítulo de Marie no pasara desapercibido, pues estos síntomas de un estancamiento. Disculpen la demora una vez más, y espero ansiosa la siguiente chica.
bigtimerush.
Re: California.
Lamento mi retraso, ya habrá otra oportunidad de excusarme, ahora quiero decirles que me he quedado petrificada con tanta perfección. Dios y luego dicen que escribo bien, al lado de ustedes dos soy una analfabeta. Marie, querida, déjame decirte que escribes con fluidez y eso es admirable, de veras. Zack me lo imaginaba más... Uhm, no sé, no tengo una idea ahora pero me sorprendió mucho eso de que era drogadicto y esas mierdas. Ugh, es que ya me imagino el drama que habrá en casa cuando todos se conozcan, cuando comiencen los chismes y el "me caes mal" o cosas similares. En cuanto a lo demás, muy bueno, me parece que esta todo en perfectas condiciones
Mey, no tengo que decir nada, en serio. *Se quita el sombrero* bah, si el solo leer lo de Kat ya estaba sofocándome de la rabia, cosas que me molestan es que me molesten por mis pijamas, ¡que les den! Aisshh. Dawson, Daemon... Tengo que admitir que al principio estaba más perdida que quién sabe que. Ya, ya, que lleguen, que lleguen. Eso es lo único que pienso; que lleguen re desorbitados, con ideas simples en la mente y cuando lleguen... ¡BAM! Buena suerte, mariquitas. Uhm, ya no es tan extraño que sepas que escribes realmente bien, uhm ya.
Connie tienes cinco días contando desde hoy.
Mey, no tengo que decir nada, en serio. *Se quita el sombrero* bah, si el solo leer lo de Kat ya estaba sofocándome de la rabia, cosas que me molestan es que me molesten por mis pijamas, ¡que les den! Aisshh. Dawson, Daemon... Tengo que admitir que al principio estaba más perdida que quién sabe que. Ya, ya, que lleguen, que lleguen. Eso es lo único que pienso; que lleguen re desorbitados, con ideas simples en la mente y cuando lleguen... ¡BAM! Buena suerte, mariquitas. Uhm, ya no es tan extraño que sepas que escribes realmente bien, uhm ya.
Connie tienes cinco días contando desde hoy.
Invitado
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Re: California.
me siento vaga pq no he comentando nada, bue. hola a todas <3. ahre. sinceramante amé ambos capítulos, son perfs. marie y mey, ambas escriben hermoso. and, bue, paja hacer un comentario decente y sin tanta mierda junta, eso. ahora me pondré a escribir y blá.
Invitado
Invitado
Re: California.
bueno, esto es feo pero me iré de la novela porque ya no tengo inspiración para aquí :c lo siento en verdad
peralta.
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Re: California.
yo amo esta nc with my life c':
pero necesito ponerme las pilas
pq la escuela me mata
pero necesito ponerme las pilas
pq la escuela me mata
tenshittae
Re: California.
ya estoy terminando el capítulo, so, tal vez para mañana ya lo suba <3
Invitado
Invitado
Re: California.
esta nc es la mejor ):
y stephy, está bien bby, te extrañaremos ): CONNY DE CARTER SPEARS, SUBE. ah.
y stephy, está bien bby, te extrañaremos ): CONNY DE CARTER SPEARS, SUBE. ah.
bigtimerush.
Re: California.
Tengo que editar aquí. Pero al rato, ahqué. Sólo puedo decir una cosa (porque leí el capítulo hace tiempo) ES PERFECTO. PORQUE TODO LO QUE ESCRIBES ES ASÍ. TE AMO.
wanweird
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