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"Secretos De Una Noche De Verano" {Nick y Tu} -- Adaptación-
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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"Secretos De Una Noche De Verano" {Nick y Tu} -- Adaptación-
Hermosísimas, espero estén acá leyendo esta hermosa novela de Lisa Kleypas cuyos protagonistas en la original son Annabelle Peyton y Simon Hunt. C: Espero la disfruten comenten e inviten a sus amigas para que lean más capítulos.
Byeee.
Repito NO es mía. Les dejo el argumento y ustedes dirán si la sigo.
Nombre: Secretos De Una Noche De Verano
Autor: Lisa Kleypas
Adaptación: Sí
Género: Generales.
Advertencias: Para mayores de 16 Años.
Otras Páginas: Ninguna. Por mi parte.
Londres, 1841
A pesar de que a Invitado Peyton le habían advertido durante toda su vida que jamás aceptara dinero de los desconocidos, hizo una excepción cierto día... y descubrió muy pronto por qué debería haber seguido el consejo de su madre.
Sucedió durante una de esas raras ocasiones en las que su hermano, Jeremy disfrutaba de un día libre en el colegio y, tal y como era su costumbre, Invitado y él habían ido a ver el último espectáculo panorámico en Leicester Square. Le había costado dos semanas de recorte de gastos ahorrar el dinero necesario para pagar las entradas. Dado que eran los únicos vástagos supervivientes de la familia Peyton, Invitado y su hermano pequeño siempre se habían sentido extrañamente unidos, a pesar de los diez años de diferencia que los separaban. Las enfermedades infantiles se habían llevado a los dos niños que habían nacido después de Invitado, antes de que ninguno de ellos hubiera llegado a cumplir su primer año de vida.
-Invitado -dijo Jeremy al regresar del puesto de entradas para el panorama-, ¿tienes algo más de dinero?
Ella negó con la cabeza y lo miró de forma inquisitiva.
-Me temo que no. ¿Por qué?
Con un breve suspiro, Jeremy se apartó un mechón de cabello de color miel que le había caído sobre la frente.
-Han doblado el precio de las entradas para este espectáculo... Al parecer, es mucho más caro que sus escenografías habituales.
-El anuncio del periódico no decía nada acerca de un aumento de precios -dijo Invitado con indignación. Bajó la voz y susurro: « ¡Por las campanas del infierno!» mientras rebuscaba en su monedero con la esperanza de encontrar alguna moneda que antes hubiera pasado por alto.
Jeremy, que tenía doce años, echó una ceñuda mirada al enorme cartel que había colgado entre las columnas de la entrada del teatro panorámico: «LA CAÍDA DEL IMPERIO ROMANO: UN ESPECTÁCULO DE ILUSIONISMO DEL MÁS ALTO NIVEL CON IMÁGINES DIORÁMICAS.» Desde su apertura hacía quince días, el espectáculo había recibido una avalancha de visitantes que se mostraban impacientes por contemplar las maravillas del Imperio romano y su trágica caída... «Es como volver atrás en el tiempo», elogiaban los espectadores al salir. El tipo habitual de panorama consistía en un lienzo con una intrincada escena pictórica que colgaba en una habitación circular y que rodeaba a los espectadores. En algunas ocasiones, se utilizaba la música y una iluminación especial para el espectáculo aún más entretenido mientras un conferenciante se desplazaba alrededor del círculo para describir lugares lejanos o famosas batallas.
Sin embargo, según The Times, esta nueva producción era un espectáculo «diorámico», lo que significaba que el lienzo pintado estaba fabricado con calicó transparente aceitado que se iluminaba algunas veces desde el frente y otras desde atrás con luces de filtros especiales. Trescientos cincuenta espectadores permanecían el centro, sobre un carrusel que manejaban dos hombres para que la audiencia girara lentamente durante el espectáculo. El juego de luces, cristales plateados, filtros y actores contratados para representar a los asediados romanos producían un efecto que había sido etiquetado como “exhibición animada”. Por lo que Invitado había leído. Los culminantes momentos finales de erupciones volcánicas simultáneas eran tan realistas que algunas de las mujeres del público se habían desmayado entre gritos.
Jeremy le arrebató el monedero de las manos a Invitado, tiró del cordón que lo cerraba y se lo devolvió a su hermana.
-Tenemos dinero suficiente para una entrada-dijo de forma práctica-.Entra tú. De todas formas, a mí no me apetece ver el espectáculo.
A sabiendas de que el muchacho mentía en su favor, Invitado meneó la cabeza.
-Desde luego que no. Entra tú. Yo puedo ver el espectáculo siempre que quiera… Eres tú quien siempre está en el colegio. Además, sólo durara un cuarto de hora. Iré a alguna de las tiendas de por aquí mientras estás dentro.
- ¿Para qué comprar sin dinero?- preguntó Jeremy, y sus ojos azules reflejaban una franca incredulidad-.Vaya, eso sí que parece divertido.
-Lo mejor de ir de comprar es ver las cosas, no comprarlas.
Jeremy resopló.
-Eso es lo que siempre dice la gente pobre para consolarse mientras pasea por Bond Street. Además, no pienso dejar que vayas a ningún sitio sola… Te acosarían todos los hombres de los alrededores.
-No seas tonto-musito Invitado.
Su hermano sonrió de repente. Recorrió con la mirada el elegante rostro de Invitado, sus ojos azules y la mata de rizos recogidos con horquillas que brillaban con un tono castaño dorado bajo el ajustado borde de su sombrero.
-No vengas con falsas modestias. Sabes muy bien el efecto que causas en los hombres y, por lo que yo sé, no dudas en utilizarlo.
Invitado reaccionó a sus bromas con un falso ceño fruncido.
- ¿Por lo que tú sabes? ¡Ja! ¿Qué puedes saber tú de mi comportamiento con los hombres si te pasas la mayor parte del tiempo en el colegio?
La expresión de Jeremy se volvió seria.
-Eso va a cambiar-dijo-.Esta vez no voy a regresar al colegio… Puedo ayudaros a ti y a mamá muchísimo más si consigo un trabajo.
Ella abrió los ojos de par en par.
-Jeremy, no vas a hacer nada de eso. Le darías un disgusto a mamá, y si papá estuviese vivo...
-Invitado -la interrumpió Jeremy sin alzar la voz-, no tenemos dinero. Ni siquiera podemos conseguir cinco míseros chelines más para la entrada al panorama...
-Pues vas a conseguir un buen trabajo -dijo Invitado con ironía- sin educación y sin contactos importantes. A menos que quieras convertirte en barrendero o en recadero, será mejor que te quedes en la escuela hasta que puedas aspirar aun empleo decente. Entretanto, encontraré a algún hombre rico con el que casarme y las cosas volverán a ir bien de nuevo.
-Tú sí que vas a encontrar un buen marido sin dote -replicó Jeremy.
Se miraron el uno al otro con el ceño fruncido hasta que se abrieron las puertas y la multitud pasó junto a ellos para entrar en el carrusel. Colocando un brazo alrededor de Invitado de forma protectora, Jeremy la condujo lejos de la muchedumbre.
-Olvida el panorama -dijo sin más-. Haremos otra cosa, algo divertido que no cueste nada.
- ¿Como qué?
Se produjo un momento de reflexión. Cuando se hizo evidente que ninguno de ellos haría sugerencia alguna, ambos estallaron en carcajadas.
-Señorito Jeremy -dijo una voz profunda a sus espaldas.
Sin dejar de sonreír, Jeremy se giró para enfrentarse al desconocido. .
-Señor Hunt -dijo con cordialidad al tiempo que le tendía la mano-. Me sorprende que me recuerde.
-Ya mí también... Ha crecido más de una cabeza desde que lo vi por última vez. -El hombre apretó la mano de Jeremy-. De vacaciones escolares, ¿verdad?
-Sí, señor.
Al ver la confusión de Invitado y aprovechando que el desconocido de aventajada estatura les indicaba a sus amigos que subieran al carrusel sin él, Jeremy, le susurro a su hermana al oído:
-El señor Hunt..., el hijo del carnicero. Me lo encontré una o dos veces en la tienda su padre cuando mama me mandaba a recoger algún pedido. Sé amable con él... Es un tipo muy importante.
Invitado se percató, no sin cierta diversión, que el señor Hunt estaba excepcionalmente bien vestido para ser el hijo de un carnicero. Llevaba una elegante chaqueta negra y esos pantalones sueltos que estaban de moda y que, de alguna manera, no lograban ocultar las líneas esbeltas y fuertes del cuerpo que cubrían. Al igual que la mayoría de los hombres que entraban al teatro, ya se había quitado el sombrero, dejando al descubierto su pelo oscuro y ligeramente ondulado. Era un hombre alto y de complexión fuerte que parecía tener alrededor de treinta años, de rasgos acentuados, una nariz fina y grande, una boca amplia y unos ojos tan negros que resultaba imposible distinguir el iris de la pupila. Tenía un rostro sumamente masculino, y alrededor de sus ojos y de sus labios bailoteaba una especie de humor sardónico que no se debía en absoluto a la frivolidad. Era evidente, incluso para un espectador sin discernimiento alguno, que no era un hombre dado al ocio, ya que su cuerpo y su naturaleza hablaban de arduo trabajo y análoga ambición.
-Mi hermana, la señorita Invitado Peyton -dijo Jeremy-. Este es el señor Nicholas Hunt.
-Un placer -murmuró Hunt con una reverencia.
A pesar de que sus modales eran perfectos, el brillo que había en sus ojos provocaba un extraño aletea bajo las costillas de Invitado. Sin saber por qué, se echó hacia atrás en busca de la protección de su hermano pequeño incluso mientras lo saludaba. Para su sorpresa, parecía incapaz de apartar la mirada de la de ese hombre. Como si algún tipo de sutil sensación de reconocimiento se hubiera transmitido entre ellos... No era que se hubiesen conocido antes..., sino más bien que se hubieran ido acercando paulatinamente hasta que, al final, un impaciente destino hubiera provocado que sus caminos se cruzaran. Una idea absurda que ella no era capaz de desechar. Inquieta, permaneció como una indefensa cautiva de aquella penetrante mirada hasta que un inoportuno e intenso rubor cubrió sus mejillas.
Hunt habla con Jeremy, pero sin apartar los ojos de Invitado.
- ¿Podría acompañarles hasta el carrusel?
Se produjo un instante de incómodo silencio hasta que Jeremy respondió con estudiada indiferencia:
-Gracias, pero hemos decidido no asistir al espectáculo.
Hunt arqueó una de sus oscuras cejas.
- ¿Están seguros? Tiene todo el aspecto de ser uno de los buenos. -Su intuitiva mirada se paseó del rostro de Invitado al de Jeremy y se percató de las señales que traicionaban la incomodidad de ambos. Su voz se suavizó cuando volvió a hablar con Jeremy-. Sin duda hay una norma que dice que uno jamás debería discutir ciertos asuntos en presencia de una dama. De cualquier forma, no puedo evitar preguntarme... si es posible, joven Jeremy, que le haya pillado desprevenido el aumento de precio de las entradas. Si así fuera, me alegraría mucho poder prestarle unas monedas para...
-No, gracias -dijo Invitado con presteza al tiempo que golpeaba a su hermano con el codo en el costado.
Con un respingo, Jeremy clavó la mirada en el rostro impenetrable del hombre.
-Le agradezco la oferta, señor Hunt, pero mi hermana no parece dispuesta a...
-No quiero ver el espectáculo -lo interrumpió Invitado con frialdad-. He oído que algunos de los efectos especiales son bastante violentos y resultan de lo más angustiosos para una mujer. Preferiría dar un tranquilo paseo por el parque.
Hunt volvió a mirarla y sus penetrantes ojos brillaron con un destello de burla.
- ¿Tan impresionable es usted, señorita Peyton?
Molesta por el sutil desafío, Invitado tomó el brazo de Jeremy y tiró de él con insistencia.
-Es hora de irnos, Jeremy. No retrasemos más al señor Hunt estoy segura de que está impaciente por ver el espectáculo...
-Me temo que será una decepción para mí -les aseguró Hunt con seriedad- si ustedes no asisten también. -Le dedicó a Jeremy una mirada alentadora-. Sentiría mucho que por culpa de unos míseros chelines usted y su hermana se perdiera la función de tarde.
Al sentir que su hermano se ablandaba, Invitado le susurró de forma brusca al oído:
- ¡Ni se te ocurra permitirle que nos pague las entradas, Jeremy!
Sin prestarle atención, Jeremy le respondió con franqueza a Hunt.
-Señor, si acepto su oferta de préstamo, no estoy seguro de cuándo podré reembolsárselo.
Invitado cerró los ojos y dejó escapar un débil gemido de mortificación. Se esforzaba muchísimo para que nadie averiguara la estrechez económica en la que vivían... y saber que ese hombre se había percatado de lo importante que era para ella cada chelín le resultaba insoportable.
-No hay ninguna prisa -oyó que respondía Hunt sin la menor incomodidad-. Vaya a la tienda de mi padre la próxima vez que venga de visita del colegio y déjele el dinero a él.
-De acuerdo, entonces -dijo Jeremy con evidente satisfacción, y ambos se estrecharon las manos para sellar el trato-. Gracias, señor Hunt.
-Jeremy... –comenzó a decir Invitado con voz baja pero letal. -Esperen aquí -dijo Hunt por encima del hombro mientras se encaminaba al puestecillo donde se vendían las entradas.
-Jeremy, ¡ya sabes que está mal aceptar dinero de él! -Invitado contempló con furia el rostro imperturbable de su hermano-. Dios, ¿cómo has podido? No está bien... ¡Y pensar que estás en deuda con esa clase de hombre es intolerable!
- ¿Qué clase de hombre? -Contraatacó su hermano con fingida inocencia-. Ya te lo he dicho, es un tipo importante... Ah, bueno, supongo que te refieres a que pertenece a la clase baja. -Una sonrisa pesarosa curvó los labios del muchacho-. Es difícil decir algo así de él, sobre todo cuando es asquerosamente rico. Y la verdad es que no se puede decir que tú y yo seamos miembros de la nobleza. Apenas llegamos a las ramas más bajas de ese árbol, lo que significa...
- ¿Cómo es posible que el hijo de un carnicero sea asquerosamente rico? -Preguntó Invitado-. A menos que la población de Londres esté consumiendo mayores cantidades de ternera y cerdo de lo que yo creo, hay un límite para lo que puede ganar un carnicero.
-No he dicho que trabajara en la tienda de su padre -le explicó Jeremy con un tono de superioridad-.Lo único que dije fue que me lo encontré allí. Es un hombre de negocios.
- ¿Quieres decir que es un especulador financiero? Invitado frunció el ceño. En una sociedad que consideraba de mal gusto el mero hecho de hablar de asuntos comerciales, no había nada más bajo que hacer de la inversión financiera un modo de vida.
-Es algo más que eso -dijo su hermano. Pero supongo que da igual lo que haga o cuánto tenga, ya que es hijo de un simple plebeyo.
Al escuchar semejante crítica de boca de su hermano pequeño, Invitado lo miró con los ojos entrecerrados.
-Pareces muy democrático, Jeremy-dijo con sequedad-. Y no hace falta que actúes como si yo me estuviera comportando de forma arrogante... Me opondría a que un duque tratara de damos el dinero de las entradas con la misma determinación que si lo hace un hombre de negocios.
-Pero no durante tanto tiempo -dijo Jeremy, que se echó a reír al ver la expresión de su hermana.
El regreso de Nicholas Hunt impidió cualquier réplica posterior. Mirándolos con esos perspicaces ojos de color café, el hombre esbozó una ligera sonrisa.
-Ya está todo arreglado. ¿Entramos?
Invitado avanzó con torpeza, a impulsos de los discretos empujones de su hermano.
-Por favor, no se sienta obligado a acompañamos, señor Hunt -dijo, a sabiendas de que se estaba comportando con desconsideración; no obstante, había algo en ese hombre que provocaba chispazos de alarma en todos sus nervios.
No daba la impresión de ser un hombre en quien se pudiera confiar... De hecho, a pesar de sus elegantes ropas y de su apariencia pulcra, no parecía muy civilizado. Era esa clase de hombre con el que una mujer de buena cuna jamás querría estar a solas. Y la visión que tenía de él no estaba en absoluto relacionada con la posición social... Era una especie de conciencia innata de un apetito ardiente y un temperamento masculino que le resultaban por completo desconocidos.
-Estoy segura -continuó con cierta incomodidad -de que querrá volver a reunirse con sus compañeros.
Ese comentario fue recibido con un perezoso encogimiento de sus anchos hombros.
-Jamás los encontraré entre esta muchedumbre.
Invitado podría haber rebatido esa afirmación, señalando que, por ser uno de los hombres más altos de la audiencia, era probable que Hunt localizase a sus amigos sin dificultad alguna. No obstante, era obvio que discutir con él no llevaría a ninguna parte. Tendría que ver el espectáculo panorámico con Nicholas Hunt a su lado..., no le quedaba otro remedio. Sin embargo, al ver el entusiasmo de Jeremy, parte del resentimiento de Invitado se evaporó y su voz ya se había suavizado cuando le habló a Hunt de nuevo:
-Discúlpeme, no pretendía ser tan ruda. Lo que sucede es que no me agrada sentirme en deuda con un desconocido.
Hunt le dedicó una mirada apreciativa que le resultó desconcertante a pesar de su brevedad.
-Puedo entender eso a la perfección -dijo al tiempo que la guiaba entre la gente-. De cualquier forma, en este caso no hay obligación alguna. Y no somos exactamente desconocidos: su familia es cliente habitual del negocio de la mía desde hace años.
Entraron en el gran teatro circular y subieron a un descomunal carrusel rodeado por una verja de hierro con puertas. A su alrededor, a la distancia de unos diez metros del carrusel, podía verse la detallada imagen de un paisaje de la Antigua Roma pintado a mano. El espacio intermedio estaba ocupado por una compleja maquinaria que arrancó comentarios de entusiasmo a la multitud. Una vez que los espectadores llenaron el carrusel, la habitación se oscureció de pronto, lo que provocó una oleada de jadeos de nerviosismo y expectación. Con un leve chirrido de la maquinaria y el resplandor de una luz azul que llegaba de la parte trasera del lienzo, el paisaje adquirió una dimensión y un tinte de realidad que dejó atónita a Invitado. Casi podía permitirse creer en el engaño de que se encontraban en Roma a mediodía. Unos cuantos actores ataviados con togas y sandalias aparecieron en escena cuando el narrador comenzó a relatar la historia de la Antigua Roma.
El diorama era incluso más fascinante de lo que Invitado había creído en un principio. Sin embargo, no era capaz de concentrarse en el espectáculo que se desarrollaba ante ella: era demasiado consciente del hombre que se hallaba a su lado. No ayudaba mucho que, en ocasiones, él se inclinara para susurrarle algún comentario inapropiado al oído, reprendiéndola en broma por mostrar tampoco interés ante la visión de caballeros vestidos con fundas de almohada. A pesar de lo mucho que trataba de reprimir su diversión, Invitado no pudo contener unas cuantas risillas reacias, ganando se con ello las miradas de reproche de algunas de las personas que estaban a su alrededor y entonces, por supuesto, Hunt se burlaba de ella por haberse reído durante una lección tan importante, lo que hacía que le entraran ganas de echarse a reír de nuevo. Jeremy parecía demasiado absorto en el espectáculo como para notar las payasadas de Hunt, y estiraba el cuello todo lo que podía para distinguir qué piezas de la maquinaria eran las que producían aquellos asombrosos efectos.
Sin embargo, Hunt se calló cuando una repentina parada en la rotación del carrusel provocó una ligera sacudida de la plataforma. Algunas personas perdieron el equilibrio, pero fueron sujetadas de inmediato por la gente que las rodeaba. Sorprendida por la interrupción del movimiento, Invitado se tambaleó y se encontró de pronto estabilizada por el fuerte brazo de Hunt que la apretaba contra su pecho. El hombre la liberó en el instante en que recuperó el equilibrio e inclinó la cabeza para preguntarle en voz baja si se encontraba bien.
-Vaya, desde luego que sí -dijo Invitado sin aliento-. Le ruego que me disculpe. Sí, estoy perfectamente...
Al parecer, no era capaz de terminar la frase; su voz se apagó para convertirse en un incómodo silencio cuando la invadieron las sensaciones. Jamás en su vida había experimentado una reacción semejante ante un hombre. Las implicaciones de aquella sensación de urgencia, o cómo satisfacerla, estaban mas allá del alcance de su li-mitado conocimiento. Lo único que sabía en aquel momento era que deseaba con desesperación seguir apoyada en él, en un cuerpo tan firme y esbelto que parecía invulnerable y que proporcionaba un puerto seguro mientras el suelo temblaba bajo sus pies. La fragancia de hombre, la límpida piel masculina, el cuerpo pulido y el aroma del lino almidonado excitaban todos sus sentidos con una agradable expectación. No se parecía en nada al olor de colonia y de las pomadas que utilizaban los aristócratas a los que había tratado de enamorar durante las dos temporadas anteriores.
Profundamente abrumada, Invitado se dedicó a contemplar el lienzo, sin prestada más mínima atención a las fluctuaciones de luz y de color que transmitían la impresión de que se acercaba la caída de la noche..., el crepúsculo del Imperio romano. Hunt parecía igual de indiferente al espectáculo, ya que tenía la cabeza inclinada hacia ella y la mirada clavada en su rostro. Aunque su respiración seguía siendo suave y regular, a la joven le parecía que el ritmo se había acelerado un poco.
Invitado se humedeció los labios, que de pronto se habían quedado secos.
-Usted... usted no debería mirarme de esa manera.
A pesar de que el comentario no fue mas que un susurro, él lo oyó.
-Con usted aquí, no merece la pena contemplar otra cosa.
Ella no se movió ni dijo nada, pretendiendo no haber escuchado el sutil susurro del demonio, mientras su corazón latía a un ritmo frenético y se le hacía un nudo en el estómago. ¿Cómo podía suceder aquello en un teatro lleno de gente y con su hermano justo al lado? Cerró los ojos un instante para luchar contra una sensación de vértigo que nada tenía que ver con el giro del carrusel.
- ¡Mira! -Exclamó Jeremy al tiempo que le daba un codazo, lleno de entusiasmo-. Están a punto de aparecer los volcanes.
De pronto, el teatro se sumió en una oscuridad impenetrable mientras un siniestro retumbar se elevaba desde el fondo de la plataforma. Hubo unos cuantos gritos de alarma, alguna que otra risa nerviosa y sonoros jadeos de expectación. Invitado se irguió al sentir el roce de una mano sobre la espalda. La mano de él, que se deslizaba con deliberada lentitud hacia arriba por su columna... Su aroma, fresco y seductor, inundó sus fosas nasales... y, antes de que pudiera emitir sonido alguno, los labios del hombre se unieron a los suyos en un beso suave, cálido y arrebatador. Estaba demasiado abrumada como para moverse y sus manos se agitaron en el aire como mariposas suspendidas a medio vuelo; su cuerpo tambaleante quedó anclado por la ligera pero firme sujeción de su cintura mientras que la otra mano de Hunt reptaba por la espalda hasta su cuello.
A Invitado la habían besado antes; hombres jóvenes que le habían robado un abrazo rápido durante un paseo por el jardín o en un rincón del salón cuando no los observaban. Pero ninguno de esos breves encuentros de coqueteo había sido como aquél…, un beso lento y mareante que la llenaba de euforia. Se sentía atravesada por las sensaciones, demasiadas para controladas, y se estremeció indefensa en su abrazo. Siguiendo sus instintos, se apoyó ciegamente en la tierna e incansable caricia de sus labios. La presión de su boca se incrementó cuando el hombre comenzó a exigir más, recompensando su tácita respuesta con una voluptuosa exploración que incendió los sentidos de Invitado.
Justo cuando la joven comenzaba a perder todo rastro de cordura, la boca de Hunt la liberó con súbita rapidez, dejándola aturdida. Sin retirar el apoyo de su mano sobre la nuca de Invitado, el hombre inclinó la cabeza hasta que un murmullo hormigueó en la oreja de la joven.
-Lo siento. No he podido resistirme.
Dejó de tocada por completo y, cuando la luz roja iluminó finalmente el teatro, Nicholas Hunt había desaparecido.
- ¿Has visto eso? -Exclamó Jeremy, que señalaba con alegría un volcán de pega que había delante de ellos del cual parecían brotar ríos de brillante roca fundida que se deslizaban por sus laderas-. ¡Increíble! -Al notar que Hunt ya no estaba allí, frunció el ceño con desconcierto-. Dónde se ha metido el señor Hunt? Supongo que habrá ido a buscar a sus amigos.
Con un encogimiento de hombros, Jeremy volvió a su excitada contemplación de los volcanes y unió sus exclamaciones a las de la atónita audiencia.
Con los ojos abiertos de par en par e incapaz de pronunciar una palabra, Invitado se preguntó si lo que ella creía que había sucedido habría sucedido en realidad. No era posible que la hubiera besado un desconocido en medio de un teatro. Y que la hubiera besado de esa manera....
Bueno, eso era lo que ocurría cuando se permitía que caballeros desconocidos pagaran las cosas: eso les daba licencia para aproveharse de una. Con respecto a su propio comportamiento... Avergonzada y perpleja, Invitado se esforzó por comprender por qué le había permitido al señor Hunt que la besara. Debería haber protestado y haberlo apartado de ella. En cambio, se había quedado allí de pie, aturdida por un estúpido embeleso mientras él... ¡Dios!, le daba un vuelco el corazón sólo de pensado. En realidad, no importaba cómo o por qué Nicholas Hunt había sido capaz de sortear sus bien pertrechadas defensas. El hecho era que lo había conseguido..., y que, por tanto, era un hombre que tendría que evitar a toda costa.
Byeee.
Repito NO es mía. Les dejo el argumento y ustedes dirán si la sigo.
Nombre: Secretos De Una Noche De Verano
Autor: Lisa Kleypas
Adaptación: Sí
Género: Generales.
Advertencias: Para mayores de 16 Años.
Otras Páginas: Ninguna. Por mi parte.
Prólogo
Londres, 1841
A pesar de que a Invitado Peyton le habían advertido durante toda su vida que jamás aceptara dinero de los desconocidos, hizo una excepción cierto día... y descubrió muy pronto por qué debería haber seguido el consejo de su madre.
Sucedió durante una de esas raras ocasiones en las que su hermano, Jeremy disfrutaba de un día libre en el colegio y, tal y como era su costumbre, Invitado y él habían ido a ver el último espectáculo panorámico en Leicester Square. Le había costado dos semanas de recorte de gastos ahorrar el dinero necesario para pagar las entradas. Dado que eran los únicos vástagos supervivientes de la familia Peyton, Invitado y su hermano pequeño siempre se habían sentido extrañamente unidos, a pesar de los diez años de diferencia que los separaban. Las enfermedades infantiles se habían llevado a los dos niños que habían nacido después de Invitado, antes de que ninguno de ellos hubiera llegado a cumplir su primer año de vida.
-Invitado -dijo Jeremy al regresar del puesto de entradas para el panorama-, ¿tienes algo más de dinero?
Ella negó con la cabeza y lo miró de forma inquisitiva.
-Me temo que no. ¿Por qué?
Con un breve suspiro, Jeremy se apartó un mechón de cabello de color miel que le había caído sobre la frente.
-Han doblado el precio de las entradas para este espectáculo... Al parecer, es mucho más caro que sus escenografías habituales.
-El anuncio del periódico no decía nada acerca de un aumento de precios -dijo Invitado con indignación. Bajó la voz y susurro: « ¡Por las campanas del infierno!» mientras rebuscaba en su monedero con la esperanza de encontrar alguna moneda que antes hubiera pasado por alto.
Jeremy, que tenía doce años, echó una ceñuda mirada al enorme cartel que había colgado entre las columnas de la entrada del teatro panorámico: «LA CAÍDA DEL IMPERIO ROMANO: UN ESPECTÁCULO DE ILUSIONISMO DEL MÁS ALTO NIVEL CON IMÁGINES DIORÁMICAS.» Desde su apertura hacía quince días, el espectáculo había recibido una avalancha de visitantes que se mostraban impacientes por contemplar las maravillas del Imperio romano y su trágica caída... «Es como volver atrás en el tiempo», elogiaban los espectadores al salir. El tipo habitual de panorama consistía en un lienzo con una intrincada escena pictórica que colgaba en una habitación circular y que rodeaba a los espectadores. En algunas ocasiones, se utilizaba la música y una iluminación especial para el espectáculo aún más entretenido mientras un conferenciante se desplazaba alrededor del círculo para describir lugares lejanos o famosas batallas.
Sin embargo, según The Times, esta nueva producción era un espectáculo «diorámico», lo que significaba que el lienzo pintado estaba fabricado con calicó transparente aceitado que se iluminaba algunas veces desde el frente y otras desde atrás con luces de filtros especiales. Trescientos cincuenta espectadores permanecían el centro, sobre un carrusel que manejaban dos hombres para que la audiencia girara lentamente durante el espectáculo. El juego de luces, cristales plateados, filtros y actores contratados para representar a los asediados romanos producían un efecto que había sido etiquetado como “exhibición animada”. Por lo que Invitado había leído. Los culminantes momentos finales de erupciones volcánicas simultáneas eran tan realistas que algunas de las mujeres del público se habían desmayado entre gritos.
Jeremy le arrebató el monedero de las manos a Invitado, tiró del cordón que lo cerraba y se lo devolvió a su hermana.
-Tenemos dinero suficiente para una entrada-dijo de forma práctica-.Entra tú. De todas formas, a mí no me apetece ver el espectáculo.
A sabiendas de que el muchacho mentía en su favor, Invitado meneó la cabeza.
-Desde luego que no. Entra tú. Yo puedo ver el espectáculo siempre que quiera… Eres tú quien siempre está en el colegio. Además, sólo durara un cuarto de hora. Iré a alguna de las tiendas de por aquí mientras estás dentro.
- ¿Para qué comprar sin dinero?- preguntó Jeremy, y sus ojos azules reflejaban una franca incredulidad-.Vaya, eso sí que parece divertido.
-Lo mejor de ir de comprar es ver las cosas, no comprarlas.
Jeremy resopló.
-Eso es lo que siempre dice la gente pobre para consolarse mientras pasea por Bond Street. Además, no pienso dejar que vayas a ningún sitio sola… Te acosarían todos los hombres de los alrededores.
-No seas tonto-musito Invitado.
Su hermano sonrió de repente. Recorrió con la mirada el elegante rostro de Invitado, sus ojos azules y la mata de rizos recogidos con horquillas que brillaban con un tono castaño dorado bajo el ajustado borde de su sombrero.
-No vengas con falsas modestias. Sabes muy bien el efecto que causas en los hombres y, por lo que yo sé, no dudas en utilizarlo.
Invitado reaccionó a sus bromas con un falso ceño fruncido.
- ¿Por lo que tú sabes? ¡Ja! ¿Qué puedes saber tú de mi comportamiento con los hombres si te pasas la mayor parte del tiempo en el colegio?
La expresión de Jeremy se volvió seria.
-Eso va a cambiar-dijo-.Esta vez no voy a regresar al colegio… Puedo ayudaros a ti y a mamá muchísimo más si consigo un trabajo.
Ella abrió los ojos de par en par.
-Jeremy, no vas a hacer nada de eso. Le darías un disgusto a mamá, y si papá estuviese vivo...
-Invitado -la interrumpió Jeremy sin alzar la voz-, no tenemos dinero. Ni siquiera podemos conseguir cinco míseros chelines más para la entrada al panorama...
-Pues vas a conseguir un buen trabajo -dijo Invitado con ironía- sin educación y sin contactos importantes. A menos que quieras convertirte en barrendero o en recadero, será mejor que te quedes en la escuela hasta que puedas aspirar aun empleo decente. Entretanto, encontraré a algún hombre rico con el que casarme y las cosas volverán a ir bien de nuevo.
-Tú sí que vas a encontrar un buen marido sin dote -replicó Jeremy.
Se miraron el uno al otro con el ceño fruncido hasta que se abrieron las puertas y la multitud pasó junto a ellos para entrar en el carrusel. Colocando un brazo alrededor de Invitado de forma protectora, Jeremy la condujo lejos de la muchedumbre.
-Olvida el panorama -dijo sin más-. Haremos otra cosa, algo divertido que no cueste nada.
- ¿Como qué?
Se produjo un momento de reflexión. Cuando se hizo evidente que ninguno de ellos haría sugerencia alguna, ambos estallaron en carcajadas.
-Señorito Jeremy -dijo una voz profunda a sus espaldas.
Sin dejar de sonreír, Jeremy se giró para enfrentarse al desconocido. .
-Señor Hunt -dijo con cordialidad al tiempo que le tendía la mano-. Me sorprende que me recuerde.
-Ya mí también... Ha crecido más de una cabeza desde que lo vi por última vez. -El hombre apretó la mano de Jeremy-. De vacaciones escolares, ¿verdad?
-Sí, señor.
Al ver la confusión de Invitado y aprovechando que el desconocido de aventajada estatura les indicaba a sus amigos que subieran al carrusel sin él, Jeremy, le susurro a su hermana al oído:
-El señor Hunt..., el hijo del carnicero. Me lo encontré una o dos veces en la tienda su padre cuando mama me mandaba a recoger algún pedido. Sé amable con él... Es un tipo muy importante.
Invitado se percató, no sin cierta diversión, que el señor Hunt estaba excepcionalmente bien vestido para ser el hijo de un carnicero. Llevaba una elegante chaqueta negra y esos pantalones sueltos que estaban de moda y que, de alguna manera, no lograban ocultar las líneas esbeltas y fuertes del cuerpo que cubrían. Al igual que la mayoría de los hombres que entraban al teatro, ya se había quitado el sombrero, dejando al descubierto su pelo oscuro y ligeramente ondulado. Era un hombre alto y de complexión fuerte que parecía tener alrededor de treinta años, de rasgos acentuados, una nariz fina y grande, una boca amplia y unos ojos tan negros que resultaba imposible distinguir el iris de la pupila. Tenía un rostro sumamente masculino, y alrededor de sus ojos y de sus labios bailoteaba una especie de humor sardónico que no se debía en absoluto a la frivolidad. Era evidente, incluso para un espectador sin discernimiento alguno, que no era un hombre dado al ocio, ya que su cuerpo y su naturaleza hablaban de arduo trabajo y análoga ambición.
-Mi hermana, la señorita Invitado Peyton -dijo Jeremy-. Este es el señor Nicholas Hunt.
-Un placer -murmuró Hunt con una reverencia.
A pesar de que sus modales eran perfectos, el brillo que había en sus ojos provocaba un extraño aletea bajo las costillas de Invitado. Sin saber por qué, se echó hacia atrás en busca de la protección de su hermano pequeño incluso mientras lo saludaba. Para su sorpresa, parecía incapaz de apartar la mirada de la de ese hombre. Como si algún tipo de sutil sensación de reconocimiento se hubiera transmitido entre ellos... No era que se hubiesen conocido antes..., sino más bien que se hubieran ido acercando paulatinamente hasta que, al final, un impaciente destino hubiera provocado que sus caminos se cruzaran. Una idea absurda que ella no era capaz de desechar. Inquieta, permaneció como una indefensa cautiva de aquella penetrante mirada hasta que un inoportuno e intenso rubor cubrió sus mejillas.
Hunt habla con Jeremy, pero sin apartar los ojos de Invitado.
- ¿Podría acompañarles hasta el carrusel?
Se produjo un instante de incómodo silencio hasta que Jeremy respondió con estudiada indiferencia:
-Gracias, pero hemos decidido no asistir al espectáculo.
Hunt arqueó una de sus oscuras cejas.
- ¿Están seguros? Tiene todo el aspecto de ser uno de los buenos. -Su intuitiva mirada se paseó del rostro de Invitado al de Jeremy y se percató de las señales que traicionaban la incomodidad de ambos. Su voz se suavizó cuando volvió a hablar con Jeremy-. Sin duda hay una norma que dice que uno jamás debería discutir ciertos asuntos en presencia de una dama. De cualquier forma, no puedo evitar preguntarme... si es posible, joven Jeremy, que le haya pillado desprevenido el aumento de precio de las entradas. Si así fuera, me alegraría mucho poder prestarle unas monedas para...
-No, gracias -dijo Invitado con presteza al tiempo que golpeaba a su hermano con el codo en el costado.
Con un respingo, Jeremy clavó la mirada en el rostro impenetrable del hombre.
-Le agradezco la oferta, señor Hunt, pero mi hermana no parece dispuesta a...
-No quiero ver el espectáculo -lo interrumpió Invitado con frialdad-. He oído que algunos de los efectos especiales son bastante violentos y resultan de lo más angustiosos para una mujer. Preferiría dar un tranquilo paseo por el parque.
Hunt volvió a mirarla y sus penetrantes ojos brillaron con un destello de burla.
- ¿Tan impresionable es usted, señorita Peyton?
Molesta por el sutil desafío, Invitado tomó el brazo de Jeremy y tiró de él con insistencia.
-Es hora de irnos, Jeremy. No retrasemos más al señor Hunt estoy segura de que está impaciente por ver el espectáculo...
-Me temo que será una decepción para mí -les aseguró Hunt con seriedad- si ustedes no asisten también. -Le dedicó a Jeremy una mirada alentadora-. Sentiría mucho que por culpa de unos míseros chelines usted y su hermana se perdiera la función de tarde.
Al sentir que su hermano se ablandaba, Invitado le susurró de forma brusca al oído:
- ¡Ni se te ocurra permitirle que nos pague las entradas, Jeremy!
Sin prestarle atención, Jeremy le respondió con franqueza a Hunt.
-Señor, si acepto su oferta de préstamo, no estoy seguro de cuándo podré reembolsárselo.
Invitado cerró los ojos y dejó escapar un débil gemido de mortificación. Se esforzaba muchísimo para que nadie averiguara la estrechez económica en la que vivían... y saber que ese hombre se había percatado de lo importante que era para ella cada chelín le resultaba insoportable.
-No hay ninguna prisa -oyó que respondía Hunt sin la menor incomodidad-. Vaya a la tienda de mi padre la próxima vez que venga de visita del colegio y déjele el dinero a él.
-De acuerdo, entonces -dijo Jeremy con evidente satisfacción, y ambos se estrecharon las manos para sellar el trato-. Gracias, señor Hunt.
-Jeremy... –comenzó a decir Invitado con voz baja pero letal. -Esperen aquí -dijo Hunt por encima del hombro mientras se encaminaba al puestecillo donde se vendían las entradas.
-Jeremy, ¡ya sabes que está mal aceptar dinero de él! -Invitado contempló con furia el rostro imperturbable de su hermano-. Dios, ¿cómo has podido? No está bien... ¡Y pensar que estás en deuda con esa clase de hombre es intolerable!
- ¿Qué clase de hombre? -Contraatacó su hermano con fingida inocencia-. Ya te lo he dicho, es un tipo importante... Ah, bueno, supongo que te refieres a que pertenece a la clase baja. -Una sonrisa pesarosa curvó los labios del muchacho-. Es difícil decir algo así de él, sobre todo cuando es asquerosamente rico. Y la verdad es que no se puede decir que tú y yo seamos miembros de la nobleza. Apenas llegamos a las ramas más bajas de ese árbol, lo que significa...
- ¿Cómo es posible que el hijo de un carnicero sea asquerosamente rico? -Preguntó Invitado-. A menos que la población de Londres esté consumiendo mayores cantidades de ternera y cerdo de lo que yo creo, hay un límite para lo que puede ganar un carnicero.
-No he dicho que trabajara en la tienda de su padre -le explicó Jeremy con un tono de superioridad-.Lo único que dije fue que me lo encontré allí. Es un hombre de negocios.
- ¿Quieres decir que es un especulador financiero? Invitado frunció el ceño. En una sociedad que consideraba de mal gusto el mero hecho de hablar de asuntos comerciales, no había nada más bajo que hacer de la inversión financiera un modo de vida.
-Es algo más que eso -dijo su hermano. Pero supongo que da igual lo que haga o cuánto tenga, ya que es hijo de un simple plebeyo.
Al escuchar semejante crítica de boca de su hermano pequeño, Invitado lo miró con los ojos entrecerrados.
-Pareces muy democrático, Jeremy-dijo con sequedad-. Y no hace falta que actúes como si yo me estuviera comportando de forma arrogante... Me opondría a que un duque tratara de damos el dinero de las entradas con la misma determinación que si lo hace un hombre de negocios.
-Pero no durante tanto tiempo -dijo Jeremy, que se echó a reír al ver la expresión de su hermana.
El regreso de Nicholas Hunt impidió cualquier réplica posterior. Mirándolos con esos perspicaces ojos de color café, el hombre esbozó una ligera sonrisa.
-Ya está todo arreglado. ¿Entramos?
Invitado avanzó con torpeza, a impulsos de los discretos empujones de su hermano.
-Por favor, no se sienta obligado a acompañamos, señor Hunt -dijo, a sabiendas de que se estaba comportando con desconsideración; no obstante, había algo en ese hombre que provocaba chispazos de alarma en todos sus nervios.
No daba la impresión de ser un hombre en quien se pudiera confiar... De hecho, a pesar de sus elegantes ropas y de su apariencia pulcra, no parecía muy civilizado. Era esa clase de hombre con el que una mujer de buena cuna jamás querría estar a solas. Y la visión que tenía de él no estaba en absoluto relacionada con la posición social... Era una especie de conciencia innata de un apetito ardiente y un temperamento masculino que le resultaban por completo desconocidos.
-Estoy segura -continuó con cierta incomodidad -de que querrá volver a reunirse con sus compañeros.
Ese comentario fue recibido con un perezoso encogimiento de sus anchos hombros.
-Jamás los encontraré entre esta muchedumbre.
Invitado podría haber rebatido esa afirmación, señalando que, por ser uno de los hombres más altos de la audiencia, era probable que Hunt localizase a sus amigos sin dificultad alguna. No obstante, era obvio que discutir con él no llevaría a ninguna parte. Tendría que ver el espectáculo panorámico con Nicholas Hunt a su lado..., no le quedaba otro remedio. Sin embargo, al ver el entusiasmo de Jeremy, parte del resentimiento de Invitado se evaporó y su voz ya se había suavizado cuando le habló a Hunt de nuevo:
-Discúlpeme, no pretendía ser tan ruda. Lo que sucede es que no me agrada sentirme en deuda con un desconocido.
Hunt le dedicó una mirada apreciativa que le resultó desconcertante a pesar de su brevedad.
-Puedo entender eso a la perfección -dijo al tiempo que la guiaba entre la gente-. De cualquier forma, en este caso no hay obligación alguna. Y no somos exactamente desconocidos: su familia es cliente habitual del negocio de la mía desde hace años.
Entraron en el gran teatro circular y subieron a un descomunal carrusel rodeado por una verja de hierro con puertas. A su alrededor, a la distancia de unos diez metros del carrusel, podía verse la detallada imagen de un paisaje de la Antigua Roma pintado a mano. El espacio intermedio estaba ocupado por una compleja maquinaria que arrancó comentarios de entusiasmo a la multitud. Una vez que los espectadores llenaron el carrusel, la habitación se oscureció de pronto, lo que provocó una oleada de jadeos de nerviosismo y expectación. Con un leve chirrido de la maquinaria y el resplandor de una luz azul que llegaba de la parte trasera del lienzo, el paisaje adquirió una dimensión y un tinte de realidad que dejó atónita a Invitado. Casi podía permitirse creer en el engaño de que se encontraban en Roma a mediodía. Unos cuantos actores ataviados con togas y sandalias aparecieron en escena cuando el narrador comenzó a relatar la historia de la Antigua Roma.
El diorama era incluso más fascinante de lo que Invitado había creído en un principio. Sin embargo, no era capaz de concentrarse en el espectáculo que se desarrollaba ante ella: era demasiado consciente del hombre que se hallaba a su lado. No ayudaba mucho que, en ocasiones, él se inclinara para susurrarle algún comentario inapropiado al oído, reprendiéndola en broma por mostrar tampoco interés ante la visión de caballeros vestidos con fundas de almohada. A pesar de lo mucho que trataba de reprimir su diversión, Invitado no pudo contener unas cuantas risillas reacias, ganando se con ello las miradas de reproche de algunas de las personas que estaban a su alrededor y entonces, por supuesto, Hunt se burlaba de ella por haberse reído durante una lección tan importante, lo que hacía que le entraran ganas de echarse a reír de nuevo. Jeremy parecía demasiado absorto en el espectáculo como para notar las payasadas de Hunt, y estiraba el cuello todo lo que podía para distinguir qué piezas de la maquinaria eran las que producían aquellos asombrosos efectos.
Sin embargo, Hunt se calló cuando una repentina parada en la rotación del carrusel provocó una ligera sacudida de la plataforma. Algunas personas perdieron el equilibrio, pero fueron sujetadas de inmediato por la gente que las rodeaba. Sorprendida por la interrupción del movimiento, Invitado se tambaleó y se encontró de pronto estabilizada por el fuerte brazo de Hunt que la apretaba contra su pecho. El hombre la liberó en el instante en que recuperó el equilibrio e inclinó la cabeza para preguntarle en voz baja si se encontraba bien.
-Vaya, desde luego que sí -dijo Invitado sin aliento-. Le ruego que me disculpe. Sí, estoy perfectamente...
Al parecer, no era capaz de terminar la frase; su voz se apagó para convertirse en un incómodo silencio cuando la invadieron las sensaciones. Jamás en su vida había experimentado una reacción semejante ante un hombre. Las implicaciones de aquella sensación de urgencia, o cómo satisfacerla, estaban mas allá del alcance de su li-mitado conocimiento. Lo único que sabía en aquel momento era que deseaba con desesperación seguir apoyada en él, en un cuerpo tan firme y esbelto que parecía invulnerable y que proporcionaba un puerto seguro mientras el suelo temblaba bajo sus pies. La fragancia de hombre, la límpida piel masculina, el cuerpo pulido y el aroma del lino almidonado excitaban todos sus sentidos con una agradable expectación. No se parecía en nada al olor de colonia y de las pomadas que utilizaban los aristócratas a los que había tratado de enamorar durante las dos temporadas anteriores.
Profundamente abrumada, Invitado se dedicó a contemplar el lienzo, sin prestada más mínima atención a las fluctuaciones de luz y de color que transmitían la impresión de que se acercaba la caída de la noche..., el crepúsculo del Imperio romano. Hunt parecía igual de indiferente al espectáculo, ya que tenía la cabeza inclinada hacia ella y la mirada clavada en su rostro. Aunque su respiración seguía siendo suave y regular, a la joven le parecía que el ritmo se había acelerado un poco.
Invitado se humedeció los labios, que de pronto se habían quedado secos.
-Usted... usted no debería mirarme de esa manera.
A pesar de que el comentario no fue mas que un susurro, él lo oyó.
-Con usted aquí, no merece la pena contemplar otra cosa.
Ella no se movió ni dijo nada, pretendiendo no haber escuchado el sutil susurro del demonio, mientras su corazón latía a un ritmo frenético y se le hacía un nudo en el estómago. ¿Cómo podía suceder aquello en un teatro lleno de gente y con su hermano justo al lado? Cerró los ojos un instante para luchar contra una sensación de vértigo que nada tenía que ver con el giro del carrusel.
- ¡Mira! -Exclamó Jeremy al tiempo que le daba un codazo, lleno de entusiasmo-. Están a punto de aparecer los volcanes.
De pronto, el teatro se sumió en una oscuridad impenetrable mientras un siniestro retumbar se elevaba desde el fondo de la plataforma. Hubo unos cuantos gritos de alarma, alguna que otra risa nerviosa y sonoros jadeos de expectación. Invitado se irguió al sentir el roce de una mano sobre la espalda. La mano de él, que se deslizaba con deliberada lentitud hacia arriba por su columna... Su aroma, fresco y seductor, inundó sus fosas nasales... y, antes de que pudiera emitir sonido alguno, los labios del hombre se unieron a los suyos en un beso suave, cálido y arrebatador. Estaba demasiado abrumada como para moverse y sus manos se agitaron en el aire como mariposas suspendidas a medio vuelo; su cuerpo tambaleante quedó anclado por la ligera pero firme sujeción de su cintura mientras que la otra mano de Hunt reptaba por la espalda hasta su cuello.
A Invitado la habían besado antes; hombres jóvenes que le habían robado un abrazo rápido durante un paseo por el jardín o en un rincón del salón cuando no los observaban. Pero ninguno de esos breves encuentros de coqueteo había sido como aquél…, un beso lento y mareante que la llenaba de euforia. Se sentía atravesada por las sensaciones, demasiadas para controladas, y se estremeció indefensa en su abrazo. Siguiendo sus instintos, se apoyó ciegamente en la tierna e incansable caricia de sus labios. La presión de su boca se incrementó cuando el hombre comenzó a exigir más, recompensando su tácita respuesta con una voluptuosa exploración que incendió los sentidos de Invitado.
Justo cuando la joven comenzaba a perder todo rastro de cordura, la boca de Hunt la liberó con súbita rapidez, dejándola aturdida. Sin retirar el apoyo de su mano sobre la nuca de Invitado, el hombre inclinó la cabeza hasta que un murmullo hormigueó en la oreja de la joven.
-Lo siento. No he podido resistirme.
Dejó de tocada por completo y, cuando la luz roja iluminó finalmente el teatro, Nicholas Hunt había desaparecido.
- ¿Has visto eso? -Exclamó Jeremy, que señalaba con alegría un volcán de pega que había delante de ellos del cual parecían brotar ríos de brillante roca fundida que se deslizaban por sus laderas-. ¡Increíble! -Al notar que Hunt ya no estaba allí, frunció el ceño con desconcierto-. Dónde se ha metido el señor Hunt? Supongo que habrá ido a buscar a sus amigos.
Con un encogimiento de hombros, Jeremy volvió a su excitada contemplación de los volcanes y unió sus exclamaciones a las de la atónita audiencia.
Con los ojos abiertos de par en par e incapaz de pronunciar una palabra, Invitado se preguntó si lo que ella creía que había sucedido habría sucedido en realidad. No era posible que la hubiera besado un desconocido en medio de un teatro. Y que la hubiera besado de esa manera....
Bueno, eso era lo que ocurría cuando se permitía que caballeros desconocidos pagaran las cosas: eso les daba licencia para aproveharse de una. Con respecto a su propio comportamiento... Avergonzada y perpleja, Invitado se esforzó por comprender por qué le había permitido al señor Hunt que la besara. Debería haber protestado y haberlo apartado de ella. En cambio, se había quedado allí de pie, aturdida por un estúpido embeleso mientras él... ¡Dios!, le daba un vuelco el corazón sólo de pensado. En realidad, no importaba cómo o por qué Nicholas Hunt había sido capaz de sortear sus bien pertrechadas defensas. El hecho era que lo había conseguido..., y que, por tanto, era un hombre que tendría que evitar a toda costa.
Danne G.
Re: "Secretos De Una Noche De Verano" {Nick y Tu} -- Adaptación-
llegue!!! todavía no eh leido pero estoy en eso jajaj marcando precencia siguelaaa!
Flor
Re: "Secretos De Una Noche De Verano" {Nick y Tu} -- Adaptación-
AAAAAAHHHHHH ME ENCANTOOOOOOO DE VERDAD DIOS NICHOLAS ES VERDAD LO QUE DICEN QUE VA DEMASIADO RÁPIDO EN ESO e_e SEGUILAA PLZZZZ UN CAP. MAS
raqel d' Jonas(NJJ<3
Re: "Secretos De Una Noche De Verano" {Nick y Tu} -- Adaptación-
Espero unos comentarios más y posteo el siguiente capítulo. Me he cambiado el nombre, como podrán ver.
Danne G.
Re: "Secretos De Una Noche De Verano" {Nick y Tu} -- Adaptación-
AAAAH YO QUIEROO CAP...
PD: ESTA SUPER TU NOMBRE DE USUARIO :3 :D
PD: ESTA SUPER TU NOMBRE DE USUARIO :3 :D
raqel d' Jonas(NJJ<3
Re: "Secretos De Una Noche De Verano" {Nick y Tu} -- Adaptación-
Yo también!! para que quede bien en las noves! jajaja ame los capitulos *_* ame ya la novela por dios
Flor
Re: "Secretos De Una Noche De Verano" {Nick y Tu} -- Adaptación-
Hola nueva lectora!
ahh me encanta la nove!
yo ya la habia leido antes pero la chica no lo continuo!
asi que please sube capi
ahh me encanta la nove!
yo ya la habia leido antes pero la chica no lo continuo!
asi que please sube capi
Mire
Re: "Secretos De Una Noche De Verano" {Nick y Tu} -- Adaptación-
Bienvenida Mire, no te preocupes que como sea terminaré de postear esta novela, no sé si las demás ya que me han dicho que ya están posteadas. Sin embargo si lo piden lo haré. Espero disfruten de este primer capítulo y debo decirles que esta novela es muy bonita, una historia de perseverancia y verdadero amor, de darte cuenta de lo que de verdad necesitas y no lo que ansias y que aun así no te sirve de nada.
Quería consultarles si ¿Prefieren que use la clave para que salgan sus nombres de usuario o mejor la ____________ como en este cap?
Un bezaso.
Londres, 1843
El final de la temporada
Una chica decidida a contraer matrimonio podía superar cualquier obstáculo salvo la ausencia de una dote.
_______________ movía el pie con impaciencia bajo la liviana tela de su falda blanca sin perder ni un solo instante la expresión sosegada de su rostro. Durante las tres desastrosas temporadas que habían quedado atrás, se había acostumbrado a ser un «florero», ese objeto bonito al que nadie prestaba atención. Se había acostumbrado, pero no se había resignado. En más de una ocasión, se le había pasado por la cabeza que merecía mucho más que estar sentada en una de esas sillas de respaldo alto dispuestas en un extremo de la habitación... esperando, esperando, esperando una invitación que nunca llegaba. E intentando aparentar que no le importaba nada; que era del todo feliz observando cómo las demás chicas bailaban y eran agasajadas por sus admiradores.
Dejó escapar un largo suspiro mientras jugueteaba con el diminuto carné de baile que colgaba de una cinta atada alrededor de su muñeca. La tapa se deslizó y dejó al descubierto un librito de páginas de marfil, casi transparentes, que se abrían en forma de abanico. Se suponía que una chica anotaba los nombres se sus parejas de baile en esas delicadas hojitas de marfil. Para _______________, ese abanico de páginas en blanco se asemejaba a una hilera de dientes que le sonreía con sorna. Cerró bruscamente la cubierta plateada y echó un vistazo a las tres chicas sentadas junto a ella; todas se esforzaban por enfrentarse a su destino con idéntica despreocupación.
Sabía muy bien cuál era el motivo por el que todas estaban allí. La considerable fortuna familiar de la señorita Evangeline Jenner provenía del juego y sus orígenes eran humildes. Además, la señorita Jenner era terriblemente tímida y, para colmo, tartamudeaba, lo que hacía que una conversación con ella se considerase como una sesión de tortura para ambos participantes.
Las otras dos chicas, la señorita Lillian Bowman y su hermana pequeña, Daisy, aún no se habían aclimatado a Inglaterra y, a juzgar por el desarrollo de los acontecimientos, tardarían bastante en hacerlo. Se decía que la señora Bowman había traído a sus hijas desde Nueva York porque allí nadie les había hecho una oferta ma-trimonial adecuada. Eran conocidas como «las herederas de las pompas de jabón» o, en ocasiones, como «las princesas del dólar». A pesar de sus elegantes pómulos y de sus almendrados ojos oscuros, en Inglaterra tendrían muchas menos oportunidades que en Norteamérica, a menos que encontraran alguna madrina aristocrática que las apoyara y les enseñara cómo encajar en la sociedad británica.
A _______________ se le ocurrió que, a lo largo de los últimos meses de esa aciaga temporada; las cuatro -la señorita Jenner, las Bowman y ella misma- habían compartido idéntico destino en los distintos bailes y fiestas: siempre sentadas en una esquina o junto a la pared. Y, aun así, apenas se habían dirigido la, palabra, atrapadas como solían estar en el silencioso tedio de la espera. Su mirada se encontró con la de Lillian Bowman, cuyos aterciopelados ojos oscuros tenían un inesperado brillo de diversión.
-Al menos, podrían haber dispuesto unas sillas más cómodas -murmuró Lillian-, ya que es obvio que vamos a estar sentadas toda la noche.
-Deberíamos pedir que grabaran nuestros nombres en ellas -replicó _______________ con acritud-. Después de todo el tiempo que llevo sentada, esta silla me pertenece.
Evangeline Jenner trató de reprimir una risilla nerviosa al tiempo que alzaba una mano 'enfundada en un guante para apartar un rizo de intenso color rojo que había caído sobre su frente. La sonrisa consiguió que sus enormes ojos azules resplandecieran y que sus mejillas, cubiertas por unas cuantas pecas doradas, se sonrojaran. Al parecer, esa súbita sensación de hermandad había conseguido que olvidara por un momento la timidez.
-No ti-tiene sentido que usted sea un florero -le dijo a _______________-. Es la chica más hermosa que hay en este lugar; los hombres deberían estar pe-peleándose por conseguir bailar con usted.
_______________ alzó un hombro con un delicado movimiento.
-Nadie quiere casarse con una chica sin dote.
Los duques sólo se casaban con muchachas pobres en el fantasioso mundo de los cuentos de hadas. En la vida real, los duques, vizcondes y demás poseedores de títulos nobiliarios cargaban con la enorme responsabilidad financiera que suponía mantener sus inmensas propiedades y sus extensas familias, por no mencionar las ayudas que necesitaban los arrendatarios. Un aristócrata acaudalado necesitaba casarse con una heredera tanto como lo necesitaba uno sin fortuna.
-Nadie quiere casarse tampoco con una nouveau-riche americana -dijo en confianza Lillian Bowman-. Nuestra única esperanza de encajar aquí es casamos con un noble con un título inglés de renombre.
-Pero no tenemos quien nos apadrine -añadió su hermana pequeña, Daisy. Era una muchacha de baja estatura; una versión élfica de Lillian, con la misma tez clara, una abundante melena oscura y ojos castaños. Sus labios se curvaron en una sonrisa travie-sa-. Si por casualidad conoce a alguna duquesa simpática que esté dispuesta a aceptamos bajo su ala, le estaríamos muy agradecidas.
-Yo ni siquiera quiero encontrar un marido -confesó Evangeline Jenner-. Estoy su-su-sufriendo la temporada porque no tengo otra cosa mejor que hacer. Soy demasiado mayor para seguir en la escuela y mi padre... -Se interrumpió abruptamente y dejó escapar un suspiro-. Bueno, sólo me queda una temporada más por sufrir antes de cumplir los veintitrés y ser declarada una solterona. ¡Estoy deseando que-que llegue ese momento!
- ¿Es que hoy en día se considera que una mujer es una solterona a partir de los veintitrés?-preguntó _______________ con fingida alarma, al tiempo que dejaba los ojos en blanco-. ¡Dios Santo! No tenía ni idea de que la flor de mi juventud hubiera quedado tan atrás.
- ¿Cuántos años tiene? -preguntó, curiosa, Lillian Bowman. _______________ miró a izquierda y derecha para asegurarse de que nadie las escuchaba.
-El mes que viene cumpliré veinticinco.
La confesión provocó tres miradas compasivas y una respuesta alentadora por parte de Lillian:
-No aparenta más de veintiuno.
_______________ cerró los dedos sobre su carné de baile, de modo que quedó oculto en su mano. El tiempo pasaba con rapidez, pensó y ésa, su cuarta temporada, estaba llegando a su fin con sorprendente celeridad. Una chica no se aventuraba a una quinta temporada..., se consideraría como algo sumamente ridículo. Tenía que atrapar a un marido sin pérdida de tiempo. De otro modo, no podrían seguir manteniendo a Jeremy en el colegio y se verían obligadas a trasladarse de su modesta casita adosada a una pensión. Y, una vez que comenzaba la caída, no había modo de ascender de nuevo."
En los seis años que habían transcurrido desde la muerte del padre de _______________, fallecido a causa de una dolencia cardiaca, los recursos financieros de la familia se habían reducido a la nada. Habían intentado por todos los medios camuflar la desesperada estrechez con la que vivían, y para ello fingían tener media docena de criados en lugar de la agobiada ayudante de cocina y del mayordomo de edad avanzada; daban la vuelta a sus desgastados vestidos con el fin de aprovechar el lustre del revés de la tela; o vendían las piedras preciosas de las joyas y las reemplazaban por otras falsas. _______________ estaba más que harta de los continuos esfuerzos que debían hacer para engañar a todo el mundo, cuando, al parecer, ya era de dominio público que se encontraban al borde del desastre. En los últimos tiempos, incluso había comenzado a recibir discretas propuestas por parte de hombres casados, que dejaban bastante claro que sólo tenía que pedirles ayuda y ellos se la prestarían de inmediato... No era necesario mencionar la índole de las compensaciones que tendría que ofrecer por dicha <>. Era muy consciente de que su aspecto podría convertida en una amante de primera clase.
-Señorita Peyton -dijo Lillian Bowman-, ¿qué tipo de hombre busca como esposo?
-Bueno... -exclamó _______________ con una frivolidad poco respetuosa-. Cualquier noble me vendría bien.
- ¿Cualquiera?- repitió Lillian con incredulidad-. ¿Y qué hay de un aspecto físico agradable?
_______________ se encogió de hombros.
-Sería muy bien recibido, pero en absoluto imprescindible. - ¿Y la pasión? -inquirió Daisy.
-Del todo innecesaria.
- ¿La inteligencia? _sugirió Evangeline.
_______________ volvió a encogerse de hombros.
-Negociable.
- ¿El encanto? -preguntó Lillian.
- También negociable.
-No exige mucho -comentó Lillian con sequedad-. En cuanto a mí, tendría que añadir unas cuantas condiciones a la lista. Mi aristócrata deberá tener el cabello oscuro, ser guapo, ser un bailarín consumado..., y jamás deberá pedir permiso antes de darme un beso.
-Yo quiero casarme con un hombre que haya leído todas las obras de Shakespeare -afirmó Daisy-. Alguien tranquilo y de carácter romántico (si lleva gafas, mucho mejor), al que le guste la poesía y la naturaleza; y me gustaría que no tuviera demasiada ex-periencia con las mujeres.
Su hermana mayor la miró, exasperada.
-Está claro que no vamos a competir por el mismo hombre. _______________ miró a Evangeline Jenner.
- ¿Qué tipo de hombre le, gustaría a usted, señorita Jenner?
-Llámeme Evie, por favor -murmuró la chica, ruborizándose tanto que el color de sus mejillas rivalizó con el intenso rojo de su cabello-. Supongo que... me gustaría alguien que-que fuese amable y.., -Se detuvo y agitó la cabeza con una sonrisa autocrítica-, :No lo sé. Alguien que me a-ame. Que me ame de verdad.
Esas palabras conmovieron a _______________ y la sumieron en la melancolía. El amor era un lujo al que jamás se había permitido aspirar; se trataba de un mero detalle superficial cuando estaba en juego la supervivencia de su familia. No obstante, alargó el brazo y acarició la mano de la otra chica a través del guante.
-Espero que lo encuentre -le deseó con sinceridad-. Tal vez no tenga que esperar demasiado tiempo.
-Me gustaría que usted lo encontrara primero-contestó Evie con una sonrisa tímida-. Ojalá pudiera ayudarla a encontrar a alguien.
-Parece ser que todas necesitamos ayuda de un modo u otro -comentó Lillian. Su mirada se deslizó hasta _______________ para estudiarla con detenimiento-. Hum... No me importaría convertirla en mi reto personal.
-¿Cómo? -_______________ arqueó las cejas al tiempo que se preguntaba si debería sentirse halagada u ofendida.
Lillian se dispuso a dar una explicación.
-La temporada llegará a su fin en unas cuantas semanas y ésta será la última para usted, supongo. Si lo consideramos desde un punto de vista práctico, sus aspiraciones de casarse con un hombre que sea su igual socialmente hablando se desvanecerán a finales de junio. _______________ asintió con cautela.
-En ese caso, propongo... -Lillian se detuvo a media frase. Al seguir la dirección de su mirada, _______________ vio la oscura figura que se acercaba a ellas y gimió para sus adentros.
El intruso no era otro que el señor Nicholas Hunt; un hombre con el que ninguna de ellas quería tener nada que ver... y por muy buenas razones.
-Entre paréntesis -dijo _______________ en voz baja-, mi marido ideal sería la antítesis del señor Hunt.
-No me diga... -murmuró Lillian con ironía, ya que el sentimiento era compartido por todas.
Se podía obviar el hecho de que un hombre hubiera ascendido gracias a su ambición, siempre y cuando poseyera la elegancia de un caballero. Sin embargo, Nicholas Hunt carecía de ella. No había modo de mantener una conversación educada con un hombre que decía exactamente lo que pensaba, sin importarle lo poco halagadora o lo molesta que pudiera ser su opinión.
Tal vez pudiera decirse que el señor Hunt era guapo. _______________ suponía que algunas mujeres encontrarían su corpulenta masculinidad bastante atractiva; hasta ella debía admitir que había algo fascinante en toda esa fuerza contenida dentro del traje de etiqueta negro y la camisa blanca. No obstante, el dudoso atractivo de Nicholas Hunt quedaba del todo eclipsado por su falta de modales. El hombre carecía de delicadeza, de idealismo y no sabía reconocer la elegancia..., era todo libras y peniques, todo egoísmo, todo avaricia calculada. Cualquier otro hombre en su situación habría tenido la decencia de parecer avergonzado por su falta de refinamiento; pero Hunt había decidido, al menos en apariencia, hacer de su carencia una virtud. Le encantaba burlarse de los rituales y del encanto de la cortesía aristocrática mientras sus fríos ojos negros brillaban llenos de humor..., como si se estuviese riendo de todos ellos.
Para alivio de _______________, Hunt jamás había demostrado, ni con una palabra ni con un gesto, que recordaba aquel día tan lejano en el diorama, cuando le había robado un beso en la oscuridad. Con el paso del tiempo, había logrado convencerse de que todo había sido producto de su imaginación. En retrospectiva, parecía un hecho irreal, sobre todo aquella parte en la que ella respondía con tanto ímpetu a un extraño tan atrevido.
Sin duda, muchas personas compartían el desagrado que Nicholas Hunt despertaba en _______________, pero, para estupor de la clase social prominente de Londres, el tipo se había hecho un hueco y allí pensaba quedarse. Durante los últimos años, había amasado una fortuna incomparable tras adquirir la mayoría de las acciones de las compañías que fabricaban maquinaria agrícola, barcos y locomotoras. A pesar de su falta de modales, Hunt era invitado a todas las fiestas celebradas por la nobleza, dado que, sencillamente, era demasiado rico como para ignorarlo. Hunt personificaba la amenaza de la iniciativa industrial sobre las fortunas de la rancia aristocracia británica, cuya financiación dependía de la explotación agrícola de sus propiedades. Por tanto, la nobleza lo recibía con disimulada hostilidad a pesar de permitirle de mala gana la entrada a su sagrado círculo social. Y, para empeorar las cosas, el hombre no fingía estar agradecido; al contrario, parecía disfrutar al imponer su presencia en lugares donde ésta no era bien recibida.
Durante las escasas ocasiones en las que _______________ se había encontrado con él desde aquel día en el diorama, lo había tratado con frialdad y había rechazado cualquier intento de conversación, así como sus invitaciones a bailar, Él siempre parecía encontrar divertido su desdén y se dedicaba a contemplarla con tal descaro que conseguía que se le erizara el vello de la nuca. _______________ esperaba que el hombre perdiera el interés por ella algún día, pero, de momento, parecía aferrarse a su molesta insistencia.
_______________ percibió el alivio del resto de las floreros cuando Hunt las pasó por alto para dirigirse a ella en particular.
-Señorita Peyton -dijo a modo de saludo. Su mirada, oscura como la obsidiana, parecía percatarse de todo del cuidadoso zurcido en el borde de las mangas de su vestido; del diminuto ramillete de capullos de rosa que había utilizado para disimular la desgastada parte superior de su corpiño; de las perlas falsas que colgaban de sus orejas... _______________ lo miró con una expresión de gélido desafío. El aire que los separaba parecía estar cargado con una especie de tira y afloja, con un reto elemental. _______________ sentía que todas sus terminaciones nerviosas se estremecían de disgusto ante la proximidad de ese hombre.
-Buenas noches, señor Hunt.
-¿Me haría el favor de concederme un baile? -preguntó él sin más preámbulos.
-No, gracias.
-¿ Por qué no?
-Tengo los pies cansados,
Él alzó una de sus oscuras cejas.
-¿y a qué se debe? Lleva sentada aquí toda la noche. _______________ lo miró a los ojos sin parpadear.
-No tengo por qué explicarle mis motivos, señor Hunt. -Un vals no le causaría demasiadas molestias.
A pesar de los esfuerzos de _______________ por permanecer calmada, sintió que los músculos de su rostro se tensaban ligeramente.
-Señor Hunt -replicó con tirantez-, ¿nunca le han dicho que es de mala educación acosar a una dama para que haga algo que no desea hacer?
Él esbozó una pequeña sonrisa.
-Señorita Peyton, si tuviera que preocuparme por parecer educado, jamás conseguiría lo que quiero. Tan sólo pensé que le agradaría abandonar su papel de florero durante un tiempo. Y si este baile se desarrolla del modo habitual, es más que posible que mi invitación sea la única que reciba.
-Qué encantador -comentó ella, fingiendo un entusiasmo que no sentía-. Con esos cumplidos tan ingeniosos, ¿cómo podría rechazarlo?
En los ojos de Hunt apareció de súbito una expresión cautelosa. -En ese caso, ¿bailará conmigo?
-No -susurró _______________ con aspereza-, Y ahora márchese, Por favor.
En lugar de escabullirse mortificado por la negativa, Hunt se limitó a sonreír y la blancura de sus dientes quedó resaltada por el contraste con el tono oscuro de su piel. La sonrisa le confirió un aspecto de pirata.
-¿Qué hay de malo en un baile? Soy una excelente pareja; incluso es posible que disfrute.
-Señor Hunt -murmuró, cada vez más exasperada-, la idea de ser su pareja, sea en lo que sea, hace que se me hiele la sangre en las venas.
Hunt se acercó un poco más y, bajando la voz de modo que nadie más pudiera escucharlo, contestó:
-Muy bien. Pero, antes de marcharme, le diré algo para que lo medite, señorita Peyton. Es muy posible que algún día no pueda permitirse el privilegio de rechazar una oferta honorable de alguien como yo..., o ni siquiera una deshonrosa.
Los ojos de _______________ se abrieron de par en par al tiempo que la indignación se extendía en forma de rubor desde la parte superior de su corpiño. Ya había aguantado demasiado; además de tener que estar toda la noche sentada, se veía obligada a soportar los insultos de un hombre al que despreciaba.
-Señor Hunt, actúa usted como el villano de una pésima obra de teatro.
El comentario le arrancó otra sonrisa al hombre, que se inclinó con irónica cortesía antes de alejarse.
Mortificada por el encuentro, _______________ lo vio marcharse con los ojos entrecerrados.
El resto de las floreros dejó patente su alivio en forma de suspiro colectivo en cuanto desapareció el señor Hunt. Lillian Bowman fue la primera en hablar.
-No parece impresionarle demasiado la palabra «no», ¿verdad? -¿Qué le ha dicho antes de marcharse, _______________?- preguntó Daisy con curiosidad-. El comentario que la ha hecho ruborizarse.
_______________ clavó la mirada en la cubierta plateada de su carné de baile y acarició con el pulgar una diminuta doblez en la esquina.
-El señor Hunt ha insinuado que, algún día, mi situación podría ser tan desesperada como para verme obligada a considerar la posibilidad de ser su amante.
Si no hubiera estado tan preocupada, _______________ se habría reído al contemplar las idénticas expresiones de asombro que aparecieron en el rostro de las tres muchachas. Sin embargo, en lugar de protestar movida por su ira virginal o de dejar pasar el tema, Lillian formuló una pregunta que _______________ no había esperado:
-¿ y estaba en lo cierto?
-Estaba en lo cierto en lo referente a lo desesperado de mi situación -admitió ella-. Pero no en cuanto a la posibilidad de convertirme en su amante; ni suya ni de ningún otro. Me casaría con un granjero antes de caer tan bajo.
Lillian le dedicó una sonrisa, dado que, al parecer, se identificaba con la determinación que subyacía bajo la respuesta de _______________.
-Me cae usted bien -anunció antes de reclinarse en la silla y cruzar las piernas con una desfachatez que parecía del todo inapropiada para una chica que disfrutaba de su primera temporada.
-El sentimiento es mutuo -contestó _______________ automáticamente, movida por las buena maneras que dictaban una respuesta educada ante semejante cumplido; pero, en cuanto pronunció la frase, quedó sorprendida al comprobar que era cierto.
La mirada analítica de Lillian la recorrió de arriba abajo mientras seguía hablando.
-Me causaría un profundo desagrado veda trotar detrás de una mula o cavando en un sembrado de remolacha; usted no ha nacido para eso, ni mucho menos.
-Estoy de acuerdo -contestó _______________ con sequedad-. ¿Y qué podemos hacer al respecto?
Si bien la pregunta se formuló con intención retórica, Lillian pareció tomarla en serio.
-Me disponía a explicarlo. Antes de que nos interrumpieran, estaba a punto de hacer una proposición: deberíamos hacer un pacto para ayudamos las unas a las otras a encontrar marido. Si los hombres adecuados no vienen tras nosotras, seremos nosotras la que los persigamos a ellos. El proceso será mucho más eficaz aunamos nuestros esfuerzos en lugar de luchar en solitario. Comenzaremos con la mayor de nosotras (que al parecer es usted, _______________) y seguiremos así hasta que llegue el turno de la más joven.
-Eso no me favorece en absoluto -protestó Daisy.
-Es lo justo -la reconvino Lillian-. Tú dispones de más tiempo que las demás.
-¿A qué tipo de «ayuda» se refiere? -inquirió _______________.
-A la que sea necesaria. -Lillian comenzó a escribir sin pérdida de tiempo en su carné de baile-. Compensaremos los puntos débiles de cada una de nosotras y daremos consejo y colaboración cuando la situación así lo requiera. -Alzó la mirada y sonrió alegremente-. Seremos como un equipo de rounders.
_______________ la contempló con escepticismo.
._¿ Se refiere a ese juego en el que los caballeros se turnan para golpear una bola de cuero utilizando unos bates planos?
-No sólo juegan los caballeros -replicó Lillian-. En Nueva York también juegan las damas, siempre y cuando no se dejen llevar en exceso por el entusiasmo.
Daisy esbozó una sonrisa pícara.
-Como cuando Lillian se enfureció tanto, después de que uno de sus tiros fuera anulado, que acabó arrancando del suelo el poste de una de sus bases.
-Ya estaba suelto -protestó Lillian-. Un poste suelto podría haber sido una amenaza para uno de los corredores.
-Especialmente si lo lanzas contra ellos -concluyó Daisy, respondiendo al ceño fruncido de su hermana con una dulce y burlona sonrisa.
Conteniendo la risa, _______________ dejó de mirar a las dos hermanas para contemplar la expresión de ligera perplejidad en el rostro de Evie. No le resultó muy difícil leer los pensamientos de la chica: las hermanas americanas iban a necesitar mucho entrenamiento antes de poder despertar el interés de los aristócratas adecuado. Cuando volvió aprestar atención a las Bowman, _______________ no pudo evitar sonreír al ver sus ansiosos semblantes. Era muy fácil imaginarse a ese par golpeando bolas con bates y corriendo por el campo con las faldas remangadas hasta las rodillas. Se preguntó si todas las chicas americanas compartían ese carácter arrollador... Sin duda, las Bowman serían el terror de cualquier caballero británico educado que osara acercarse a ellas,
-A decir verdad, nunca se me había ocurrido que la caza de un marido pudiera concebirse como un deporte de equipo -dijo.
-¡Pues debería serlo! -Exclamó Lillian con énfasis-. Piense en lo efectivo que sería de ese modo. La única dificultad que podría surgir es que dos de nosotras se interesaran por el mismo hombre; pero, dados nuestros respectivos gustos, parece improbable.
-En ese caso, acordaremos no competir por el mismo caballero -propuso _______________.
-Y, a-además -interrumpió Evie de forma inesperada-, no haremos daño a nadie.
-Muy hipocrático -dijo Lillian en señal de aprobación.
-Pues yo creo que tiene razón, Lillian -protestó Daisy, que había malinterpretado el comentario de su hermana-. No intimides a la pobre chica, por el amor de Dios.
Lillian frunció el entrecejo, repentinamente irritada.
-He dicho «hipocrático», no «hipócrita», idiota.
_______________ intervino sin dilación, antes de que las hermanas comenzaran a discutir.
-Entonces, debemos ponemos de acuerdo, en cuanto al plan de acción; no nos serviría de mucho si cada una persiguiera su propio objetivo.
-Y tendremos que contarnos todo lo que suceda - prosiguió Daisy, encantada.
-¿Incluso los-los detalles más íntimos? -preguntó Evie con timidez.
-Vaya! ¡Sobre todo ésos!
En el rostro de Lillian apareció una sonrisa irónica antes de someter el vestido de _______________ a una mirada calculadora.
-Sus ropas son desastrosas -dijo sin rodeos-. Voy a darle unos cuantos de mis vestidos. Tengo baúles llenos con vestidos que ni siquiera he llegado a ponerme y no vaya echarlos de menos. Mi madre jamás se dará cuenta.
_______________ se apresuró a negar con la cabeza. Se sentía agradecida por el detalle, pero también mortificada por lo evidente de sus dificultades económicas.
-No, no. No puedo aceptar un regalo semejante. Es usted muy generosa, pero...
-El azul pálido con ribetes de color lavanda -dijo Lillian a Daisy en un murmullo-. ¿Lo recuerdas?
-¡Sí! Le sentará de maravilla -contestó Daisy, entusiasmada-. Mucho mejor que a ti.
-Gracias -replicó Lillian, que fingió mirada con desagrado por el comentario. '
-No, en serio... -protestó _______________.
-y el de muselina verde con el encaje blanco en la parte delantera -prosiguió la mayor de las Bowman.
-No puedo aceptar sus vestidos, Lillian -insistió _______________ sin alzar la voz.
La chica alzó la mirada de su carné de baile, en el que seguía tomando notas.
-¿Porqué no?
-En primer lugar, no puedo pagarle. Además, sería inútil. Unas cuantas plumas no harán más atractiva mi falta de dote.
-¡Vaya! El dinero... -comentó Lillian con la indiferencia característica de alguien que no lo necesita-. Usted va a pagarme con algo que es mucho más valioso que unas simples monedas. Va a enseñarnos a Daisy ya mí a ser... bueno, a parecemos a usted. Nos va a enseñar que cosas hay que decir y qué hay que hacer; todas esas reglas de las que nadie habla pero que nosotras parecemos transgredir a todas horas. Si es posible, hasta puede ayudamos, a encontrar a una madrina. Y entonces, podremos traspasar todas las puertas que ahora mismo nos cierran. En cuanto a su falta de dote…. Sólo tiene que echarle el anzuelo al hombre adecuado. Nosotras le ayudaremos a tirar del hilo.
_______________ la miró con absoluta perplejidad.
-Están hablando completamente en serio.
-Por supuesto que sí -replicó Daisy-. Será todo un alivio poder ocupar nuestro tiempo en otra cosa que no sea sentarnos contra la pared como unas idiotas. Lillian y yo estamos a punto de volvemos locas por lo aburrida que está resultando ser la tem-porada.
-Yo-yo también -añadió Evie.
-Está bien... -_______________ paseó la mirada de un rostro a otro, incapaz de contener la sonrisa-. Si las tres están dispuestas, yo también me uno. Pero, si vamos a hacer un pacto, ¿no deberíamos firmar con sangre o algo así?
-¡Por Dios, no! -Exclamó Lillian-. Creo que todas podemos, expresar nuestro acuerdo sin necesidad de abrirnos las venas ni nada parecido. -Hizo un gesto para señalar su carné de baile-. supongo que ahora deberíamos hacer una lista de los buenos partidos que siguen solteros tras la temporada. Y, por desgracia, en estos momentos quedan muy pocos libres. ¿ Deberíamos ordenarlos según su rango? ¿Empezando por los duques?
_______________ negó con la cabeza.
-No deberíamos molestamos con los duques, puesto que no sé de ninguno que sea un buen partido, que tenga menos de setenta años y que conserve algún diente.
-En ese caso, la inteligencia y el encanto son negociables, pero no así los dientes, ¿estoy en lo cierto? -preguntó Lillian con picardía, lo que arrancó una carcajada de _______________.
-Los dientes son negociables -replicó _______________-, si bien sumamente preferibles.
-Muy bien -concluyó Lillian-. Una vez descartada la categoría de los viejos duques chochos, prosigamos con los condes. Conozco a un tal lord Westcliff, por ejemplo...
-No, Westcliff no. -_______________ hizo un gesto de repulsión mientras añadía-Es un hombre frío como el hielo; además, no tiene ningún interés en mí. Me lancé prácticamente en sus brazos durante mi primera temporada, hace cuatro años y lo único que conseguí fue que me mirase como si fuera algo que se había quedado pegado a su zapato.
-En ese caso, olvidemos a Westcliff. -La mayor de las Bowman alzó las cejas con curiosidad-.¿Qué tal lord St. Vincent? Es Joven, adecuado, atractivo como el pecado...
-No funcionaría -contestó _______________-. Sin importar lo comprometedora que resultara la situación, St. Vincent jamás me haría una proposición. Ya ha comprometido, seducido y arruinado por completo al menos a una docena de mujeres; el honor no significa nada para él.
-El conde de Eglinton, entonces -sugirió Evie de forma indecisa-; pero es bastante cor-cor-corpulento y tiene al menos cincuenta años...
-Anótelo en la lista -instó _______________-. No puedo permitirme ser melindrosa al respecto.
-También está el vizconde Rosebury -señaló Lillian al tiempo que fruncía levemente el ceño-; aunque es bastante extraño y está un poco..., bueno, flácido.
-Mientras tenga el bolsillo firme, puede tener todo lo demás flácida -comentó _______________, consiguiendo que las tres chicas rieran entre dientes-. Anótelo también.
Haciendo caso omiso de la música y de las parejas que giraban delante de ellas, las cuatro siguieron trabajando con ahínco en la lista y, en ocasiones, las carcajadas que los comentarios provocaban en ellas consiguieron atraer algunas miradas curiosas de aquellos que se encontraban cerca.
-Silencio -ordenó _______________, esforzándose por adoptar una aptitud seria-. No queremos que nadie sospeche lo que estamos planeando. Además, se supone que las floreros no deben reírse.
Al instante, todas ellas intentaron adoptar sus expresiones más serias, lo que provocó una nueva oleada de risillas.
-¡Vaya, mirad! -Exclamó Lillian, que estaba observando la creciente lista de posibles candidatos a marido-. Por una vez, nuestros carnés de baile están llenos. -Echó un vistazo a la lista de solteros y frunció los labios en actitud pensativa-. Acabo de caer en la cuenta de que algunos de estos caballeros asistirán a la fiesta que organiza Westcliff en su propiedad de Hampshire como broche final de la temporada, Daisy y yo hemos sido invitadas. ¿Y usted, _______________?
-Soy amiga de una de sus hermanas -contestó ella-. Creo que puedo conseguir una invitación. Le suplicaré, si es necesario.
-Intentaré poner algo de mi parte para que lo consiga -le dijo Lillian con actitud confiada antes de sonreír a Evie-. Y conseguiré una invitación también para usted.
-¡Qué divertido va a ser esto! -Exclamó Daisy-. Así pues, nuestro plan está en marcha. Dentro de quince días, invadiremos Hampshire en busca de un marido para _______________.
Alargando los brazos, todas unieron las manos, sin dejar de sentirse un poco frívolas e indecisas, pero bastante animadas.
«Tal vez mi suerte esté a punto de cambiar», pensó _______________ antes de cerrar los ojos y recitar una pequeña plegaria de esperanza.
Quería consultarles si ¿Prefieren que use la clave para que salgan sus nombres de usuario o mejor la ____________ como en este cap?
Un bezaso.
1° Capítulo.
Londres, 1843
El final de la temporada
Una chica decidida a contraer matrimonio podía superar cualquier obstáculo salvo la ausencia de una dote.
_______________ movía el pie con impaciencia bajo la liviana tela de su falda blanca sin perder ni un solo instante la expresión sosegada de su rostro. Durante las tres desastrosas temporadas que habían quedado atrás, se había acostumbrado a ser un «florero», ese objeto bonito al que nadie prestaba atención. Se había acostumbrado, pero no se había resignado. En más de una ocasión, se le había pasado por la cabeza que merecía mucho más que estar sentada en una de esas sillas de respaldo alto dispuestas en un extremo de la habitación... esperando, esperando, esperando una invitación que nunca llegaba. E intentando aparentar que no le importaba nada; que era del todo feliz observando cómo las demás chicas bailaban y eran agasajadas por sus admiradores.
Dejó escapar un largo suspiro mientras jugueteaba con el diminuto carné de baile que colgaba de una cinta atada alrededor de su muñeca. La tapa se deslizó y dejó al descubierto un librito de páginas de marfil, casi transparentes, que se abrían en forma de abanico. Se suponía que una chica anotaba los nombres se sus parejas de baile en esas delicadas hojitas de marfil. Para _______________, ese abanico de páginas en blanco se asemejaba a una hilera de dientes que le sonreía con sorna. Cerró bruscamente la cubierta plateada y echó un vistazo a las tres chicas sentadas junto a ella; todas se esforzaban por enfrentarse a su destino con idéntica despreocupación.
Sabía muy bien cuál era el motivo por el que todas estaban allí. La considerable fortuna familiar de la señorita Evangeline Jenner provenía del juego y sus orígenes eran humildes. Además, la señorita Jenner era terriblemente tímida y, para colmo, tartamudeaba, lo que hacía que una conversación con ella se considerase como una sesión de tortura para ambos participantes.
Las otras dos chicas, la señorita Lillian Bowman y su hermana pequeña, Daisy, aún no se habían aclimatado a Inglaterra y, a juzgar por el desarrollo de los acontecimientos, tardarían bastante en hacerlo. Se decía que la señora Bowman había traído a sus hijas desde Nueva York porque allí nadie les había hecho una oferta ma-trimonial adecuada. Eran conocidas como «las herederas de las pompas de jabón» o, en ocasiones, como «las princesas del dólar». A pesar de sus elegantes pómulos y de sus almendrados ojos oscuros, en Inglaterra tendrían muchas menos oportunidades que en Norteamérica, a menos que encontraran alguna madrina aristocrática que las apoyara y les enseñara cómo encajar en la sociedad británica.
A _______________ se le ocurrió que, a lo largo de los últimos meses de esa aciaga temporada; las cuatro -la señorita Jenner, las Bowman y ella misma- habían compartido idéntico destino en los distintos bailes y fiestas: siempre sentadas en una esquina o junto a la pared. Y, aun así, apenas se habían dirigido la, palabra, atrapadas como solían estar en el silencioso tedio de la espera. Su mirada se encontró con la de Lillian Bowman, cuyos aterciopelados ojos oscuros tenían un inesperado brillo de diversión.
-Al menos, podrían haber dispuesto unas sillas más cómodas -murmuró Lillian-, ya que es obvio que vamos a estar sentadas toda la noche.
-Deberíamos pedir que grabaran nuestros nombres en ellas -replicó _______________ con acritud-. Después de todo el tiempo que llevo sentada, esta silla me pertenece.
Evangeline Jenner trató de reprimir una risilla nerviosa al tiempo que alzaba una mano 'enfundada en un guante para apartar un rizo de intenso color rojo que había caído sobre su frente. La sonrisa consiguió que sus enormes ojos azules resplandecieran y que sus mejillas, cubiertas por unas cuantas pecas doradas, se sonrojaran. Al parecer, esa súbita sensación de hermandad había conseguido que olvidara por un momento la timidez.
-No ti-tiene sentido que usted sea un florero -le dijo a _______________-. Es la chica más hermosa que hay en este lugar; los hombres deberían estar pe-peleándose por conseguir bailar con usted.
_______________ alzó un hombro con un delicado movimiento.
-Nadie quiere casarse con una chica sin dote.
Los duques sólo se casaban con muchachas pobres en el fantasioso mundo de los cuentos de hadas. En la vida real, los duques, vizcondes y demás poseedores de títulos nobiliarios cargaban con la enorme responsabilidad financiera que suponía mantener sus inmensas propiedades y sus extensas familias, por no mencionar las ayudas que necesitaban los arrendatarios. Un aristócrata acaudalado necesitaba casarse con una heredera tanto como lo necesitaba uno sin fortuna.
-Nadie quiere casarse tampoco con una nouveau-riche americana -dijo en confianza Lillian Bowman-. Nuestra única esperanza de encajar aquí es casamos con un noble con un título inglés de renombre.
-Pero no tenemos quien nos apadrine -añadió su hermana pequeña, Daisy. Era una muchacha de baja estatura; una versión élfica de Lillian, con la misma tez clara, una abundante melena oscura y ojos castaños. Sus labios se curvaron en una sonrisa travie-sa-. Si por casualidad conoce a alguna duquesa simpática que esté dispuesta a aceptamos bajo su ala, le estaríamos muy agradecidas.
-Yo ni siquiera quiero encontrar un marido -confesó Evangeline Jenner-. Estoy su-su-sufriendo la temporada porque no tengo otra cosa mejor que hacer. Soy demasiado mayor para seguir en la escuela y mi padre... -Se interrumpió abruptamente y dejó escapar un suspiro-. Bueno, sólo me queda una temporada más por sufrir antes de cumplir los veintitrés y ser declarada una solterona. ¡Estoy deseando que-que llegue ese momento!
- ¿Es que hoy en día se considera que una mujer es una solterona a partir de los veintitrés?-preguntó _______________ con fingida alarma, al tiempo que dejaba los ojos en blanco-. ¡Dios Santo! No tenía ni idea de que la flor de mi juventud hubiera quedado tan atrás.
- ¿Cuántos años tiene? -preguntó, curiosa, Lillian Bowman. _______________ miró a izquierda y derecha para asegurarse de que nadie las escuchaba.
-El mes que viene cumpliré veinticinco.
La confesión provocó tres miradas compasivas y una respuesta alentadora por parte de Lillian:
-No aparenta más de veintiuno.
_______________ cerró los dedos sobre su carné de baile, de modo que quedó oculto en su mano. El tiempo pasaba con rapidez, pensó y ésa, su cuarta temporada, estaba llegando a su fin con sorprendente celeridad. Una chica no se aventuraba a una quinta temporada..., se consideraría como algo sumamente ridículo. Tenía que atrapar a un marido sin pérdida de tiempo. De otro modo, no podrían seguir manteniendo a Jeremy en el colegio y se verían obligadas a trasladarse de su modesta casita adosada a una pensión. Y, una vez que comenzaba la caída, no había modo de ascender de nuevo."
En los seis años que habían transcurrido desde la muerte del padre de _______________, fallecido a causa de una dolencia cardiaca, los recursos financieros de la familia se habían reducido a la nada. Habían intentado por todos los medios camuflar la desesperada estrechez con la que vivían, y para ello fingían tener media docena de criados en lugar de la agobiada ayudante de cocina y del mayordomo de edad avanzada; daban la vuelta a sus desgastados vestidos con el fin de aprovechar el lustre del revés de la tela; o vendían las piedras preciosas de las joyas y las reemplazaban por otras falsas. _______________ estaba más que harta de los continuos esfuerzos que debían hacer para engañar a todo el mundo, cuando, al parecer, ya era de dominio público que se encontraban al borde del desastre. En los últimos tiempos, incluso había comenzado a recibir discretas propuestas por parte de hombres casados, que dejaban bastante claro que sólo tenía que pedirles ayuda y ellos se la prestarían de inmediato... No era necesario mencionar la índole de las compensaciones que tendría que ofrecer por dicha <
-Señorita Peyton -dijo Lillian Bowman-, ¿qué tipo de hombre busca como esposo?
-Bueno... -exclamó _______________ con una frivolidad poco respetuosa-. Cualquier noble me vendría bien.
- ¿Cualquiera?- repitió Lillian con incredulidad-. ¿Y qué hay de un aspecto físico agradable?
_______________ se encogió de hombros.
-Sería muy bien recibido, pero en absoluto imprescindible. - ¿Y la pasión? -inquirió Daisy.
-Del todo innecesaria.
- ¿La inteligencia? _sugirió Evangeline.
_______________ volvió a encogerse de hombros.
-Negociable.
- ¿El encanto? -preguntó Lillian.
- También negociable.
-No exige mucho -comentó Lillian con sequedad-. En cuanto a mí, tendría que añadir unas cuantas condiciones a la lista. Mi aristócrata deberá tener el cabello oscuro, ser guapo, ser un bailarín consumado..., y jamás deberá pedir permiso antes de darme un beso.
-Yo quiero casarme con un hombre que haya leído todas las obras de Shakespeare -afirmó Daisy-. Alguien tranquilo y de carácter romántico (si lleva gafas, mucho mejor), al que le guste la poesía y la naturaleza; y me gustaría que no tuviera demasiada ex-periencia con las mujeres.
Su hermana mayor la miró, exasperada.
-Está claro que no vamos a competir por el mismo hombre. _______________ miró a Evangeline Jenner.
- ¿Qué tipo de hombre le, gustaría a usted, señorita Jenner?
-Llámeme Evie, por favor -murmuró la chica, ruborizándose tanto que el color de sus mejillas rivalizó con el intenso rojo de su cabello-. Supongo que... me gustaría alguien que-que fuese amable y.., -Se detuvo y agitó la cabeza con una sonrisa autocrítica-, :No lo sé. Alguien que me a-ame. Que me ame de verdad.
Esas palabras conmovieron a _______________ y la sumieron en la melancolía. El amor era un lujo al que jamás se había permitido aspirar; se trataba de un mero detalle superficial cuando estaba en juego la supervivencia de su familia. No obstante, alargó el brazo y acarició la mano de la otra chica a través del guante.
-Espero que lo encuentre -le deseó con sinceridad-. Tal vez no tenga que esperar demasiado tiempo.
-Me gustaría que usted lo encontrara primero-contestó Evie con una sonrisa tímida-. Ojalá pudiera ayudarla a encontrar a alguien.
-Parece ser que todas necesitamos ayuda de un modo u otro -comentó Lillian. Su mirada se deslizó hasta _______________ para estudiarla con detenimiento-. Hum... No me importaría convertirla en mi reto personal.
-¿Cómo? -_______________ arqueó las cejas al tiempo que se preguntaba si debería sentirse halagada u ofendida.
Lillian se dispuso a dar una explicación.
-La temporada llegará a su fin en unas cuantas semanas y ésta será la última para usted, supongo. Si lo consideramos desde un punto de vista práctico, sus aspiraciones de casarse con un hombre que sea su igual socialmente hablando se desvanecerán a finales de junio. _______________ asintió con cautela.
-En ese caso, propongo... -Lillian se detuvo a media frase. Al seguir la dirección de su mirada, _______________ vio la oscura figura que se acercaba a ellas y gimió para sus adentros.
El intruso no era otro que el señor Nicholas Hunt; un hombre con el que ninguna de ellas quería tener nada que ver... y por muy buenas razones.
-Entre paréntesis -dijo _______________ en voz baja-, mi marido ideal sería la antítesis del señor Hunt.
-No me diga... -murmuró Lillian con ironía, ya que el sentimiento era compartido por todas.
Se podía obviar el hecho de que un hombre hubiera ascendido gracias a su ambición, siempre y cuando poseyera la elegancia de un caballero. Sin embargo, Nicholas Hunt carecía de ella. No había modo de mantener una conversación educada con un hombre que decía exactamente lo que pensaba, sin importarle lo poco halagadora o lo molesta que pudiera ser su opinión.
Tal vez pudiera decirse que el señor Hunt era guapo. _______________ suponía que algunas mujeres encontrarían su corpulenta masculinidad bastante atractiva; hasta ella debía admitir que había algo fascinante en toda esa fuerza contenida dentro del traje de etiqueta negro y la camisa blanca. No obstante, el dudoso atractivo de Nicholas Hunt quedaba del todo eclipsado por su falta de modales. El hombre carecía de delicadeza, de idealismo y no sabía reconocer la elegancia..., era todo libras y peniques, todo egoísmo, todo avaricia calculada. Cualquier otro hombre en su situación habría tenido la decencia de parecer avergonzado por su falta de refinamiento; pero Hunt había decidido, al menos en apariencia, hacer de su carencia una virtud. Le encantaba burlarse de los rituales y del encanto de la cortesía aristocrática mientras sus fríos ojos negros brillaban llenos de humor..., como si se estuviese riendo de todos ellos.
Para alivio de _______________, Hunt jamás había demostrado, ni con una palabra ni con un gesto, que recordaba aquel día tan lejano en el diorama, cuando le había robado un beso en la oscuridad. Con el paso del tiempo, había logrado convencerse de que todo había sido producto de su imaginación. En retrospectiva, parecía un hecho irreal, sobre todo aquella parte en la que ella respondía con tanto ímpetu a un extraño tan atrevido.
Sin duda, muchas personas compartían el desagrado que Nicholas Hunt despertaba en _______________, pero, para estupor de la clase social prominente de Londres, el tipo se había hecho un hueco y allí pensaba quedarse. Durante los últimos años, había amasado una fortuna incomparable tras adquirir la mayoría de las acciones de las compañías que fabricaban maquinaria agrícola, barcos y locomotoras. A pesar de su falta de modales, Hunt era invitado a todas las fiestas celebradas por la nobleza, dado que, sencillamente, era demasiado rico como para ignorarlo. Hunt personificaba la amenaza de la iniciativa industrial sobre las fortunas de la rancia aristocracia británica, cuya financiación dependía de la explotación agrícola de sus propiedades. Por tanto, la nobleza lo recibía con disimulada hostilidad a pesar de permitirle de mala gana la entrada a su sagrado círculo social. Y, para empeorar las cosas, el hombre no fingía estar agradecido; al contrario, parecía disfrutar al imponer su presencia en lugares donde ésta no era bien recibida.
Durante las escasas ocasiones en las que _______________ se había encontrado con él desde aquel día en el diorama, lo había tratado con frialdad y había rechazado cualquier intento de conversación, así como sus invitaciones a bailar, Él siempre parecía encontrar divertido su desdén y se dedicaba a contemplarla con tal descaro que conseguía que se le erizara el vello de la nuca. _______________ esperaba que el hombre perdiera el interés por ella algún día, pero, de momento, parecía aferrarse a su molesta insistencia.
_______________ percibió el alivio del resto de las floreros cuando Hunt las pasó por alto para dirigirse a ella en particular.
-Señorita Peyton -dijo a modo de saludo. Su mirada, oscura como la obsidiana, parecía percatarse de todo del cuidadoso zurcido en el borde de las mangas de su vestido; del diminuto ramillete de capullos de rosa que había utilizado para disimular la desgastada parte superior de su corpiño; de las perlas falsas que colgaban de sus orejas... _______________ lo miró con una expresión de gélido desafío. El aire que los separaba parecía estar cargado con una especie de tira y afloja, con un reto elemental. _______________ sentía que todas sus terminaciones nerviosas se estremecían de disgusto ante la proximidad de ese hombre.
-Buenas noches, señor Hunt.
-¿Me haría el favor de concederme un baile? -preguntó él sin más preámbulos.
-No, gracias.
-¿ Por qué no?
-Tengo los pies cansados,
Él alzó una de sus oscuras cejas.
-¿y a qué se debe? Lleva sentada aquí toda la noche. _______________ lo miró a los ojos sin parpadear.
-No tengo por qué explicarle mis motivos, señor Hunt. -Un vals no le causaría demasiadas molestias.
A pesar de los esfuerzos de _______________ por permanecer calmada, sintió que los músculos de su rostro se tensaban ligeramente.
-Señor Hunt -replicó con tirantez-, ¿nunca le han dicho que es de mala educación acosar a una dama para que haga algo que no desea hacer?
Él esbozó una pequeña sonrisa.
-Señorita Peyton, si tuviera que preocuparme por parecer educado, jamás conseguiría lo que quiero. Tan sólo pensé que le agradaría abandonar su papel de florero durante un tiempo. Y si este baile se desarrolla del modo habitual, es más que posible que mi invitación sea la única que reciba.
-Qué encantador -comentó ella, fingiendo un entusiasmo que no sentía-. Con esos cumplidos tan ingeniosos, ¿cómo podría rechazarlo?
En los ojos de Hunt apareció de súbito una expresión cautelosa. -En ese caso, ¿bailará conmigo?
-No -susurró _______________ con aspereza-, Y ahora márchese, Por favor.
En lugar de escabullirse mortificado por la negativa, Hunt se limitó a sonreír y la blancura de sus dientes quedó resaltada por el contraste con el tono oscuro de su piel. La sonrisa le confirió un aspecto de pirata.
-¿Qué hay de malo en un baile? Soy una excelente pareja; incluso es posible que disfrute.
-Señor Hunt -murmuró, cada vez más exasperada-, la idea de ser su pareja, sea en lo que sea, hace que se me hiele la sangre en las venas.
Hunt se acercó un poco más y, bajando la voz de modo que nadie más pudiera escucharlo, contestó:
-Muy bien. Pero, antes de marcharme, le diré algo para que lo medite, señorita Peyton. Es muy posible que algún día no pueda permitirse el privilegio de rechazar una oferta honorable de alguien como yo..., o ni siquiera una deshonrosa.
Los ojos de _______________ se abrieron de par en par al tiempo que la indignación se extendía en forma de rubor desde la parte superior de su corpiño. Ya había aguantado demasiado; además de tener que estar toda la noche sentada, se veía obligada a soportar los insultos de un hombre al que despreciaba.
-Señor Hunt, actúa usted como el villano de una pésima obra de teatro.
El comentario le arrancó otra sonrisa al hombre, que se inclinó con irónica cortesía antes de alejarse.
Mortificada por el encuentro, _______________ lo vio marcharse con los ojos entrecerrados.
El resto de las floreros dejó patente su alivio en forma de suspiro colectivo en cuanto desapareció el señor Hunt. Lillian Bowman fue la primera en hablar.
-No parece impresionarle demasiado la palabra «no», ¿verdad? -¿Qué le ha dicho antes de marcharse, _______________?- preguntó Daisy con curiosidad-. El comentario que la ha hecho ruborizarse.
_______________ clavó la mirada en la cubierta plateada de su carné de baile y acarició con el pulgar una diminuta doblez en la esquina.
-El señor Hunt ha insinuado que, algún día, mi situación podría ser tan desesperada como para verme obligada a considerar la posibilidad de ser su amante.
Si no hubiera estado tan preocupada, _______________ se habría reído al contemplar las idénticas expresiones de asombro que aparecieron en el rostro de las tres muchachas. Sin embargo, en lugar de protestar movida por su ira virginal o de dejar pasar el tema, Lillian formuló una pregunta que _______________ no había esperado:
-¿ y estaba en lo cierto?
-Estaba en lo cierto en lo referente a lo desesperado de mi situación -admitió ella-. Pero no en cuanto a la posibilidad de convertirme en su amante; ni suya ni de ningún otro. Me casaría con un granjero antes de caer tan bajo.
Lillian le dedicó una sonrisa, dado que, al parecer, se identificaba con la determinación que subyacía bajo la respuesta de _______________.
-Me cae usted bien -anunció antes de reclinarse en la silla y cruzar las piernas con una desfachatez que parecía del todo inapropiada para una chica que disfrutaba de su primera temporada.
-El sentimiento es mutuo -contestó _______________ automáticamente, movida por las buena maneras que dictaban una respuesta educada ante semejante cumplido; pero, en cuanto pronunció la frase, quedó sorprendida al comprobar que era cierto.
La mirada analítica de Lillian la recorrió de arriba abajo mientras seguía hablando.
-Me causaría un profundo desagrado veda trotar detrás de una mula o cavando en un sembrado de remolacha; usted no ha nacido para eso, ni mucho menos.
-Estoy de acuerdo -contestó _______________ con sequedad-. ¿Y qué podemos hacer al respecto?
Si bien la pregunta se formuló con intención retórica, Lillian pareció tomarla en serio.
-Me disponía a explicarlo. Antes de que nos interrumpieran, estaba a punto de hacer una proposición: deberíamos hacer un pacto para ayudamos las unas a las otras a encontrar marido. Si los hombres adecuados no vienen tras nosotras, seremos nosotras la que los persigamos a ellos. El proceso será mucho más eficaz aunamos nuestros esfuerzos en lugar de luchar en solitario. Comenzaremos con la mayor de nosotras (que al parecer es usted, _______________) y seguiremos así hasta que llegue el turno de la más joven.
-Eso no me favorece en absoluto -protestó Daisy.
-Es lo justo -la reconvino Lillian-. Tú dispones de más tiempo que las demás.
-¿A qué tipo de «ayuda» se refiere? -inquirió _______________.
-A la que sea necesaria. -Lillian comenzó a escribir sin pérdida de tiempo en su carné de baile-. Compensaremos los puntos débiles de cada una de nosotras y daremos consejo y colaboración cuando la situación así lo requiera. -Alzó la mirada y sonrió alegremente-. Seremos como un equipo de rounders.
_______________ la contempló con escepticismo.
._¿ Se refiere a ese juego en el que los caballeros se turnan para golpear una bola de cuero utilizando unos bates planos?
-No sólo juegan los caballeros -replicó Lillian-. En Nueva York también juegan las damas, siempre y cuando no se dejen llevar en exceso por el entusiasmo.
Daisy esbozó una sonrisa pícara.
-Como cuando Lillian se enfureció tanto, después de que uno de sus tiros fuera anulado, que acabó arrancando del suelo el poste de una de sus bases.
-Ya estaba suelto -protestó Lillian-. Un poste suelto podría haber sido una amenaza para uno de los corredores.
-Especialmente si lo lanzas contra ellos -concluyó Daisy, respondiendo al ceño fruncido de su hermana con una dulce y burlona sonrisa.
Conteniendo la risa, _______________ dejó de mirar a las dos hermanas para contemplar la expresión de ligera perplejidad en el rostro de Evie. No le resultó muy difícil leer los pensamientos de la chica: las hermanas americanas iban a necesitar mucho entrenamiento antes de poder despertar el interés de los aristócratas adecuado. Cuando volvió aprestar atención a las Bowman, _______________ no pudo evitar sonreír al ver sus ansiosos semblantes. Era muy fácil imaginarse a ese par golpeando bolas con bates y corriendo por el campo con las faldas remangadas hasta las rodillas. Se preguntó si todas las chicas americanas compartían ese carácter arrollador... Sin duda, las Bowman serían el terror de cualquier caballero británico educado que osara acercarse a ellas,
-A decir verdad, nunca se me había ocurrido que la caza de un marido pudiera concebirse como un deporte de equipo -dijo.
-¡Pues debería serlo! -Exclamó Lillian con énfasis-. Piense en lo efectivo que sería de ese modo. La única dificultad que podría surgir es que dos de nosotras se interesaran por el mismo hombre; pero, dados nuestros respectivos gustos, parece improbable.
-En ese caso, acordaremos no competir por el mismo caballero -propuso _______________.
-Y, a-además -interrumpió Evie de forma inesperada-, no haremos daño a nadie.
-Muy hipocrático -dijo Lillian en señal de aprobación.
-Pues yo creo que tiene razón, Lillian -protestó Daisy, que había malinterpretado el comentario de su hermana-. No intimides a la pobre chica, por el amor de Dios.
Lillian frunció el entrecejo, repentinamente irritada.
-He dicho «hipocrático», no «hipócrita», idiota.
_______________ intervino sin dilación, antes de que las hermanas comenzaran a discutir.
-Entonces, debemos ponemos de acuerdo, en cuanto al plan de acción; no nos serviría de mucho si cada una persiguiera su propio objetivo.
-Y tendremos que contarnos todo lo que suceda - prosiguió Daisy, encantada.
-¿Incluso los-los detalles más íntimos? -preguntó Evie con timidez.
-Vaya! ¡Sobre todo ésos!
En el rostro de Lillian apareció una sonrisa irónica antes de someter el vestido de _______________ a una mirada calculadora.
-Sus ropas son desastrosas -dijo sin rodeos-. Voy a darle unos cuantos de mis vestidos. Tengo baúles llenos con vestidos que ni siquiera he llegado a ponerme y no vaya echarlos de menos. Mi madre jamás se dará cuenta.
_______________ se apresuró a negar con la cabeza. Se sentía agradecida por el detalle, pero también mortificada por lo evidente de sus dificultades económicas.
-No, no. No puedo aceptar un regalo semejante. Es usted muy generosa, pero...
-El azul pálido con ribetes de color lavanda -dijo Lillian a Daisy en un murmullo-. ¿Lo recuerdas?
-¡Sí! Le sentará de maravilla -contestó Daisy, entusiasmada-. Mucho mejor que a ti.
-Gracias -replicó Lillian, que fingió mirada con desagrado por el comentario. '
-No, en serio... -protestó _______________.
-y el de muselina verde con el encaje blanco en la parte delantera -prosiguió la mayor de las Bowman.
-No puedo aceptar sus vestidos, Lillian -insistió _______________ sin alzar la voz.
La chica alzó la mirada de su carné de baile, en el que seguía tomando notas.
-¿Porqué no?
-En primer lugar, no puedo pagarle. Además, sería inútil. Unas cuantas plumas no harán más atractiva mi falta de dote.
-¡Vaya! El dinero... -comentó Lillian con la indiferencia característica de alguien que no lo necesita-. Usted va a pagarme con algo que es mucho más valioso que unas simples monedas. Va a enseñarnos a Daisy ya mí a ser... bueno, a parecemos a usted. Nos va a enseñar que cosas hay que decir y qué hay que hacer; todas esas reglas de las que nadie habla pero que nosotras parecemos transgredir a todas horas. Si es posible, hasta puede ayudamos, a encontrar a una madrina. Y entonces, podremos traspasar todas las puertas que ahora mismo nos cierran. En cuanto a su falta de dote…. Sólo tiene que echarle el anzuelo al hombre adecuado. Nosotras le ayudaremos a tirar del hilo.
_______________ la miró con absoluta perplejidad.
-Están hablando completamente en serio.
-Por supuesto que sí -replicó Daisy-. Será todo un alivio poder ocupar nuestro tiempo en otra cosa que no sea sentarnos contra la pared como unas idiotas. Lillian y yo estamos a punto de volvemos locas por lo aburrida que está resultando ser la tem-porada.
-Yo-yo también -añadió Evie.
-Está bien... -_______________ paseó la mirada de un rostro a otro, incapaz de contener la sonrisa-. Si las tres están dispuestas, yo también me uno. Pero, si vamos a hacer un pacto, ¿no deberíamos firmar con sangre o algo así?
-¡Por Dios, no! -Exclamó Lillian-. Creo que todas podemos, expresar nuestro acuerdo sin necesidad de abrirnos las venas ni nada parecido. -Hizo un gesto para señalar su carné de baile-. supongo que ahora deberíamos hacer una lista de los buenos partidos que siguen solteros tras la temporada. Y, por desgracia, en estos momentos quedan muy pocos libres. ¿ Deberíamos ordenarlos según su rango? ¿Empezando por los duques?
_______________ negó con la cabeza.
-No deberíamos molestamos con los duques, puesto que no sé de ninguno que sea un buen partido, que tenga menos de setenta años y que conserve algún diente.
-En ese caso, la inteligencia y el encanto son negociables, pero no así los dientes, ¿estoy en lo cierto? -preguntó Lillian con picardía, lo que arrancó una carcajada de _______________.
-Los dientes son negociables -replicó _______________-, si bien sumamente preferibles.
-Muy bien -concluyó Lillian-. Una vez descartada la categoría de los viejos duques chochos, prosigamos con los condes. Conozco a un tal lord Westcliff, por ejemplo...
-No, Westcliff no. -_______________ hizo un gesto de repulsión mientras añadía-Es un hombre frío como el hielo; además, no tiene ningún interés en mí. Me lancé prácticamente en sus brazos durante mi primera temporada, hace cuatro años y lo único que conseguí fue que me mirase como si fuera algo que se había quedado pegado a su zapato.
-En ese caso, olvidemos a Westcliff. -La mayor de las Bowman alzó las cejas con curiosidad-.¿Qué tal lord St. Vincent? Es Joven, adecuado, atractivo como el pecado...
-No funcionaría -contestó _______________-. Sin importar lo comprometedora que resultara la situación, St. Vincent jamás me haría una proposición. Ya ha comprometido, seducido y arruinado por completo al menos a una docena de mujeres; el honor no significa nada para él.
-El conde de Eglinton, entonces -sugirió Evie de forma indecisa-; pero es bastante cor-cor-corpulento y tiene al menos cincuenta años...
-Anótelo en la lista -instó _______________-. No puedo permitirme ser melindrosa al respecto.
-También está el vizconde Rosebury -señaló Lillian al tiempo que fruncía levemente el ceño-; aunque es bastante extraño y está un poco..., bueno, flácido.
-Mientras tenga el bolsillo firme, puede tener todo lo demás flácida -comentó _______________, consiguiendo que las tres chicas rieran entre dientes-. Anótelo también.
Haciendo caso omiso de la música y de las parejas que giraban delante de ellas, las cuatro siguieron trabajando con ahínco en la lista y, en ocasiones, las carcajadas que los comentarios provocaban en ellas consiguieron atraer algunas miradas curiosas de aquellos que se encontraban cerca.
-Silencio -ordenó _______________, esforzándose por adoptar una aptitud seria-. No queremos que nadie sospeche lo que estamos planeando. Además, se supone que las floreros no deben reírse.
Al instante, todas ellas intentaron adoptar sus expresiones más serias, lo que provocó una nueva oleada de risillas.
-¡Vaya, mirad! -Exclamó Lillian, que estaba observando la creciente lista de posibles candidatos a marido-. Por una vez, nuestros carnés de baile están llenos. -Echó un vistazo a la lista de solteros y frunció los labios en actitud pensativa-. Acabo de caer en la cuenta de que algunos de estos caballeros asistirán a la fiesta que organiza Westcliff en su propiedad de Hampshire como broche final de la temporada, Daisy y yo hemos sido invitadas. ¿Y usted, _______________?
-Soy amiga de una de sus hermanas -contestó ella-. Creo que puedo conseguir una invitación. Le suplicaré, si es necesario.
-Intentaré poner algo de mi parte para que lo consiga -le dijo Lillian con actitud confiada antes de sonreír a Evie-. Y conseguiré una invitación también para usted.
-¡Qué divertido va a ser esto! -Exclamó Daisy-. Así pues, nuestro plan está en marcha. Dentro de quince días, invadiremos Hampshire en busca de un marido para _______________.
Alargando los brazos, todas unieron las manos, sin dejar de sentirse un poco frívolas e indecisas, pero bastante animadas.
«Tal vez mi suerte esté a punto de cambiar», pensó _______________ antes de cerrar los ojos y recitar una pequeña plegaria de esperanza.
Danne G.
Re: "Secretos De Una Noche De Verano" {Nick y Tu} -- Adaptación-
NUEVA Y FIEL LECTORAA!!
ESTA MUY BUENA TU NOVE!!!
ENCIMA EN EL PROLOGO LA PROTAGONISTA SE LLAMA YULIAA Y MI NOMBRE DE USUARIO ES IGUAll!! GENIALL!!
ME ENCANTO EL CAP!!
SIGUELA POR FAVORRR!!!
ESTA MUY BUENA TU NOVE!!!
ENCIMA EN EL PROLOGO LA PROTAGONISTA SE LLAMA YULIAA Y MI NOMBRE DE USUARIO ES IGUAll!! GENIALL!!
ME ENCANTO EL CAP!!
SIGUELA POR FAVORRR!!!
Yuliaa
Re: "Secretos De Una Noche De Verano" {Nick y Tu} -- Adaptación-
esta muy buena la nove me encanta!
siguela
siguela
Mire
Re: "Secretos De Una Noche De Verano" {Nick y Tu} -- Adaptación-
aaaahhh me encantoo el cap... dios nicholas quiere bailar conmigo pero yo no quiero dios tendre que hablar seriamente conmigo por dejar escapar a un pez hermosos y lindo XD Seguilaa
Pd: una pregunta que decía en donde están <> porque no aparece nada :/
Pd: una pregunta que decía en donde están <> porque no aparece nada :/
raqel d' Jonas(NJJ<3
Re: "Secretos De Una Noche De Verano" {Nick y Tu} -- Adaptación-
Me encantó el capitulooo !!!
siguela cuando puedasss un besote
siguela cuando puedasss un besote
Flor
Re: "Secretos De Una Noche De Verano" {Nick y Tu} -- Adaptación-
<> Serías TÚ pero parece que cometí un error al postear.. C: Lo lamento.
Mañana les traigo nuevo cap. Una calurosa bienvenida a Yuliaa y la verdad es que la protagonista original es de nombre Annabelle pero puse un código para que ustedes vieran su nombre de usuario en lugar de Annebelle, pero prefiero la _____________ que el código.
Mañana les traigo nuevo cap. Una calurosa bienvenida a Yuliaa y la verdad es que la protagonista original es de nombre Annabelle pero puse un código para que ustedes vieran su nombre de usuario en lugar de Annebelle, pero prefiero la _____________ que el código.
Danne G.
Re: "Secretos De Una Noche De Verano" {Nick y Tu} -- Adaptación-
Preciosas les dejo el segundo cap de la nove, que por cierto es bastante corto pero vendrán más y mejores C:
Las amo, espero comenten mucho y traigan genete nueva, proque trato de sacar el tiempo para ahcer la adaptación a cada capi y solo espero un coment de cada una como recompensa no sólo a mi sino a Lisa. C:
Nicholas Hunt había aprendido a una edad temprana que, dado que el destino no lo había bendecido con sangre azul ni con riquezas ni con algún don extraordinario, tendría que labrarse su propia fortuna en un mundo que, a menudo, resultaba ser poco caritativo. Era diez veces más combativo y ambicioso que un hombre normal y corriente. A la gente solía resultarle más fácil permitir que se saliera con la suya que enfrentarse a él. Si bien era una persona dominante, tal vez incluso implacable, su sueño no se veía perturbado por ninguna crisis de conciencia. La ley de la naturaleza dictaba la supervivencia de los más fuertes y, en cuanto a los más débiles, era mejor que corrieran a esconderse.
Su padre había sido carnicero y había conseguido sacar adelante a una familia de seis miembros; Nicholas había trabajado como su ayudante desde que tuvo la edad suficiente para blandir la pesada hacha de la carnicería. Esos años de trabajo en la tienda de su padre lo habían dotado de los brazos musculosos y los fornidos hombros de un carnicero. Su familia siempre había esperado que él continuara con el negocio, pero cuando cumplió los veintiún años, Nicholas había desilusionado a su padre al abandonar la tienda para abrirse camino de un modo diferente. Tras invertir sus pequeños ahorros, se dio cuenta de que acababa de descubrir su verdadero talento en la vida: hacer dinero.
Nicholas adoraba el lenguaje de la economía, los factores de riesgo, la interacción del mercado con la industria y la política..., y no tardó en percatarse de que, en un corto espacio de tiempo, la creciente red de ferrocarril británica proporcionaría los ingresos básicos que asegurarían la eficiencia de la actividad bancaria. Los envíos de dinero en metálico y de las acciones, así como la creación de oportunidades de inversión a corto plazo, dependerían en gran medida del buen funcionamiento del ferrocarril. Nicholas siguió sus instintos e invirtió hasta el último chelín en acciones ferroviarias; poco después, fue recompensado con unos enormes beneficios que rein-virtió en un diversificado abanico de intereses. En esos momentos, con treinta y tres años de edad, poseía el control de tres fábricas diferentes, de una fundición de más de dos hectáreas de superficie y de un astillero. Era invitado -si bien de mala gana- a los bailes de la aristocracia y se codeaba con los pares del reino en las juntas directivas de seis compañías.
Tras años de incesante trabajo, había conseguido casi todo lo que se había propuesto. No obstante, si alguien le hubiera preguntado si era un hombre feliz, no habría tenido más remedio que resoplar en respuesta. La felicidad, ese efímero resultado del éxito, era una señal segura de la autocomplacencia. Y, por naturaleza, Nicholas jamás podría ser auto complaciente, como tampoco se daría nunca por satisfecho; ni quería llegar a estado. .
De todos modos... en el rincón más oculto y profundo de su desatendido corazón, había un deseo que Nicholas parecía incapaz de sofocar.
Se aventuró a lanzar una mirada encubierta al otro lado del salón de baile y, como era habitual, sintió la punzada dolorosa y peculiar que lo asaltaba cada vez que descubría la presencia de ______________ Peyton. A pesar de las muchas mujeres disponibles -y había un buen número de ellas-, ninguna había logrado acaparar su atención de un modo tan efectivo y excluyente. El atractivo de ______________ iba más allá de la mera belleza física, aunque bien sabía Dios que había sido bendecida con, un injusto exceso en ese aspecto. Si hubiera una pizca de poesía en el alma de Nicholas, podría haber compuesto docenas de versos arrebatadores que describieran, sus encantos, No obstante, era plebeyo hasta la medula de los huesos y le resultaba del todo imposible encontrar las palabras precisas para plasmar la atracción que la muchacha ejercía sobre él. Lo único que sabia era que la visión de ______________ a la vacilante luz de las velas conseguía aflojarle las rodillas.
Nicholas nunca había olvidado la primera vez que la había visto, de pie en la entrada del diorama, rebuscando en su monedero mientras fruncía el ceño. El sol arrancaba destellos de oro y champán a su cabello castaño claro y lograba que su piel resplandeciera. Había visto en ella algo tan delicioso... tan tangible... Tal vez se tratara del aspecto aterciopelado de su piel junto con esos ojos azules, sumados al ceño ligeramente fruncido que él había deseado aliviar.
Entonces habría jurado que, a esas alturas, ______________ ya estaría casada. La evidencia de que los Peyton habían caído en desgracia no era un factor significativo para él, ya que asumía que cualquier aristócrata con cerebro vería su valor y no tardaría en reclamada. Sin embargo, según pasaban los años y ______________ seguía soltera, había comenzado a albergar una débil esperanza. La valentía que ella mostraba en su decidida búsqueda de marido le resultaba enternecedora, la seguridad con la que volvía a ponerse sus desgastados vestidos…, el valor que se otorgaba a sí misma, a pesar de la falta de dote. El modo tan ingenioso con el que abordaba el proceso de atrapar un marido le recordaba a un jugador experimentado que jugara sus cartas en una baza que había perdido de antemano. ______________ era inteligente, precavida e inflexible, además de hermosa, si bien en los últimos tiempos la amenaza de la pobreza le había conferido cierta dureza a su mirada y a sus labios. Desde un punto de vista egoísta, Nicholas no lamentaba las dificultades económicas de la joven; en realidad, éstas le proporcionaban una oportunidad que jamás habría tenido de otro modo.
El problema residía en su incapacidad para descubrir el modo de conseguir que ______________ lo aceptara, cuando era más que obvio que ella sentía repugnancia por todo lo que él representaba. Nicholas era muy consciente de que su carácter carecía de refinamientos y lo que peor, tenía tantos deseos de convertirse en un caballero como un tigre de ser un gato doméstico. No era más que un hombre que poseía una enorme cantidad de dinero y que carga con la frustración de saber que no le serviría de nada a la hora de conseguir lo que más deseaba.
Hasta ese momento, su estrategia había consistido en esperar pacientemente, ya que sabía que la desesperación acabaría llevando a ______________ a hacer cosas que ni siquiera habría considerado en un principio. Las penurias económicas tenían la virtud de presentar las situaciones bajo una nueva luz. En poco tiempo, el juego de ______________ llegaría a su fin. No le quedaría más remedio que elegir entre dos opciones: casarse con un pobre o ser la amante de un rico. Y, si era la última opción la elegida, la cama en la que acabaría no sería otra que la suya.
-Un bocadito sabroso, ¿no es cierto? -fue el comentario que alguien hizo cerca de él.
Cuando Nicholas se giró, vio a Henry Burdick, hijo de un vizconde que, según los rumores, estaba en su lecho de muerte. Atrapado en la interminable espera previa a la muerte de su padre para poder disponer tanto del título como de la fortuna familiar, Burdick pasaba la mayor parte de su tiempo apostando y persiguiendo faldas.
Siguió la mirada de Nicholas hasta ______________, que estaba inmersa en una animada conversación con las floreros que la rodeaban.
-No sabría decirle -contestó Nicholas, con un profundo ramalazo de antipatía hacia Burdick y todos los de su ralea: privilegiados a los que les habían ofrecido todos los caprichos en bandeja de plata desde el día en que llegaron al mundo y que, por regla general, no hacían nada que justificara la imprudente generosidad del destino. Burdick sonrió, con el rostro rubicundo a causa del exceso de bebida y la abundante comida.
-Tengo la intención de descubrirlo muy pronto -comentó.
Burdick no era el único con semejantes aspiraciones. Un considerable número de hombres había puesto la mirada en ______________, con la misma expectación que sentiría una manada de lobos durante la persecución de una presa herida. En cuanto ella tocara fondo y, por tanto, no pudiera ofrecer la más mínima resistencia, uno de ellos se adelantaría para lanzar el ataque mortal. N o obstante, tal y como sucedía en la naturaleza, el macho dominante siempre sería el ganador.
Un amago de sonrisa se abrió paso en el severo rictus de Nicholas.
-Me sorprende usted -murmuró-. Siempre he asumido que las dificultades de una dama tendrían que inspirar la caballerosidad de un hombre de su categoría; y, por el contrario, descubro que está considerando las irrespetuosas ideas que se atribuyen a los de mi clase.
Burdick dejó escapar una breve carcajada, ajeno al brillo salvaje que apareció en los ojos negros de Nicholas.
-Sea una dama o no, tendrá que elegir a uno de nosotros cuando sus recursos se agoten.
-¿ Ninguna de sus señorías le ofrecerá matrimonio? -preguntó Nicholas con voz indolente.
-¡Dios Santo! ¿Y para qué? -Burdick se humedeció los labios, movido por las imágenes que su mente ya anticipaba-. No hay necesidad alguna de casarse con la muchacha cuando dentro de muy poco tiempo estará disponible por un precio adecuado.
-Tal vez tenga demasiada dignidad para eso.
-Lo dudo -replicó el joven aristócrata con jovialidad-. Las mujeres pobres que poseen ese tipo de belleza no pueden permitir el lujo de mostrarse dignas. Además, circula el rumor de que ya han estado entregando sus favores a lord Hodgeham.
-¿A Hodgeham? -Si bien la noticia lo sobresaltó, el rostro de Nicholas permaneció impasible-. ¿Y en qué se basa ese rumor?
-¡Vaya! Pues el carruaje de Hodgeham ha sido visto en los establos situados tras la residencia de los Peyton a extrañas horas de la noche... Y, de acuerdo con algunos acreedores, es él quien se hace cargo de pagar las cuentas de la familia de vez en cuando. -Burdick se detuvo para reírse sin disimulo-. Una noche entre esos preciosos muslos bien se merece pagar la cuenta del tendero, ¿no le parece?
La inmediata respuesta de Nicholas fue el impulso asesino de separar la cabeza de Burdick del resto de su cuerpo. No podía decir con seguridad qué había despertado su ira en mayor medida: la imaginación d ______________ Peyton en la cama con el cerdo de Hodgeham o el despectivo regodeo de Burdick ante un rumor que posiblemente fuese incierto.
..Me atrevería a señalar que, puestos a difamar la reputación de una dama, es mucho mejor contar con pruebas fehacientes de lo que se está diciendo -advirtió Nicholas con un tono de voz que no por apacible era menos peligroso.
-¡Diantres! Los chismes no requieren de prueba alguna -contestó el joven al tiempo que guiñaba un ojo-. Además, el tiempo se encargará de revelar el verdadero carácter de la dama en cuestión. Hodgeham no tiene recursos suficientes para mantener a una belleza como ésa, y ella no tardará mucho en exigir cosas que él no podrá darle. Vaticino que para el final de la temporada, la dama se acercará al caballero que tenga los bolsillos más abultados.
-Que serán los míos -replicó Nicholas sin necesidad de alzar la voz.
Burdick parpadeó a causa de la sorpresa, al tiempo que su sonrisa desaparecía mientras se preguntaba si habría oído bien.
-¿Qué….?
-He estado observando mientras usted y esa manada de imbéciles con la que se relaciona olisqueaban sus talones durante dos años -explicó Nicholas con los ojos entrecerrados-. A partir de este momento, han perdido toda oportunidad de conseguida.
-¿ Que he perdido qué? ¿ Qué quiere decir con eso? -preguntó, indignado, Burdick.
_Quiero decir que infligiré todo el daño posible, ya sea mental, físico o económico, al primer hombre que se atreva a poner un pie en mi territorio. Y la próxima persona que repita cerca de mí un solo rumor infundado sobre la señorita Peyton, descubrirá que se le queda atascado en la garganta... junto con uno de mis puños.-La sonrisa de Nicholas dejaba entrever cierta amenaza sanguinaria mientras contemplaba la atónita expresión de Burdick-. Puede decírselo a cualquiera que esté interesado -le advirtió antes de alejarse del pomposo y boquiabierto pipiolo.
Las amo, espero comenten mucho y traigan genete nueva, proque trato de sacar el tiempo para ahcer la adaptación a cada capi y solo espero un coment de cada una como recompensa no sólo a mi sino a Lisa. C:
2° Capítulo.
Nicholas Hunt había aprendido a una edad temprana que, dado que el destino no lo había bendecido con sangre azul ni con riquezas ni con algún don extraordinario, tendría que labrarse su propia fortuna en un mundo que, a menudo, resultaba ser poco caritativo. Era diez veces más combativo y ambicioso que un hombre normal y corriente. A la gente solía resultarle más fácil permitir que se saliera con la suya que enfrentarse a él. Si bien era una persona dominante, tal vez incluso implacable, su sueño no se veía perturbado por ninguna crisis de conciencia. La ley de la naturaleza dictaba la supervivencia de los más fuertes y, en cuanto a los más débiles, era mejor que corrieran a esconderse.
Su padre había sido carnicero y había conseguido sacar adelante a una familia de seis miembros; Nicholas había trabajado como su ayudante desde que tuvo la edad suficiente para blandir la pesada hacha de la carnicería. Esos años de trabajo en la tienda de su padre lo habían dotado de los brazos musculosos y los fornidos hombros de un carnicero. Su familia siempre había esperado que él continuara con el negocio, pero cuando cumplió los veintiún años, Nicholas había desilusionado a su padre al abandonar la tienda para abrirse camino de un modo diferente. Tras invertir sus pequeños ahorros, se dio cuenta de que acababa de descubrir su verdadero talento en la vida: hacer dinero.
Nicholas adoraba el lenguaje de la economía, los factores de riesgo, la interacción del mercado con la industria y la política..., y no tardó en percatarse de que, en un corto espacio de tiempo, la creciente red de ferrocarril británica proporcionaría los ingresos básicos que asegurarían la eficiencia de la actividad bancaria. Los envíos de dinero en metálico y de las acciones, así como la creación de oportunidades de inversión a corto plazo, dependerían en gran medida del buen funcionamiento del ferrocarril. Nicholas siguió sus instintos e invirtió hasta el último chelín en acciones ferroviarias; poco después, fue recompensado con unos enormes beneficios que rein-virtió en un diversificado abanico de intereses. En esos momentos, con treinta y tres años de edad, poseía el control de tres fábricas diferentes, de una fundición de más de dos hectáreas de superficie y de un astillero. Era invitado -si bien de mala gana- a los bailes de la aristocracia y se codeaba con los pares del reino en las juntas directivas de seis compañías.
Tras años de incesante trabajo, había conseguido casi todo lo que se había propuesto. No obstante, si alguien le hubiera preguntado si era un hombre feliz, no habría tenido más remedio que resoplar en respuesta. La felicidad, ese efímero resultado del éxito, era una señal segura de la autocomplacencia. Y, por naturaleza, Nicholas jamás podría ser auto complaciente, como tampoco se daría nunca por satisfecho; ni quería llegar a estado. .
De todos modos... en el rincón más oculto y profundo de su desatendido corazón, había un deseo que Nicholas parecía incapaz de sofocar.
Se aventuró a lanzar una mirada encubierta al otro lado del salón de baile y, como era habitual, sintió la punzada dolorosa y peculiar que lo asaltaba cada vez que descubría la presencia de ______________ Peyton. A pesar de las muchas mujeres disponibles -y había un buen número de ellas-, ninguna había logrado acaparar su atención de un modo tan efectivo y excluyente. El atractivo de ______________ iba más allá de la mera belleza física, aunque bien sabía Dios que había sido bendecida con, un injusto exceso en ese aspecto. Si hubiera una pizca de poesía en el alma de Nicholas, podría haber compuesto docenas de versos arrebatadores que describieran, sus encantos, No obstante, era plebeyo hasta la medula de los huesos y le resultaba del todo imposible encontrar las palabras precisas para plasmar la atracción que la muchacha ejercía sobre él. Lo único que sabia era que la visión de ______________ a la vacilante luz de las velas conseguía aflojarle las rodillas.
Nicholas nunca había olvidado la primera vez que la había visto, de pie en la entrada del diorama, rebuscando en su monedero mientras fruncía el ceño. El sol arrancaba destellos de oro y champán a su cabello castaño claro y lograba que su piel resplandeciera. Había visto en ella algo tan delicioso... tan tangible... Tal vez se tratara del aspecto aterciopelado de su piel junto con esos ojos azules, sumados al ceño ligeramente fruncido que él había deseado aliviar.
Entonces habría jurado que, a esas alturas, ______________ ya estaría casada. La evidencia de que los Peyton habían caído en desgracia no era un factor significativo para él, ya que asumía que cualquier aristócrata con cerebro vería su valor y no tardaría en reclamada. Sin embargo, según pasaban los años y ______________ seguía soltera, había comenzado a albergar una débil esperanza. La valentía que ella mostraba en su decidida búsqueda de marido le resultaba enternecedora, la seguridad con la que volvía a ponerse sus desgastados vestidos…, el valor que se otorgaba a sí misma, a pesar de la falta de dote. El modo tan ingenioso con el que abordaba el proceso de atrapar un marido le recordaba a un jugador experimentado que jugara sus cartas en una baza que había perdido de antemano. ______________ era inteligente, precavida e inflexible, además de hermosa, si bien en los últimos tiempos la amenaza de la pobreza le había conferido cierta dureza a su mirada y a sus labios. Desde un punto de vista egoísta, Nicholas no lamentaba las dificultades económicas de la joven; en realidad, éstas le proporcionaban una oportunidad que jamás habría tenido de otro modo.
El problema residía en su incapacidad para descubrir el modo de conseguir que ______________ lo aceptara, cuando era más que obvio que ella sentía repugnancia por todo lo que él representaba. Nicholas era muy consciente de que su carácter carecía de refinamientos y lo que peor, tenía tantos deseos de convertirse en un caballero como un tigre de ser un gato doméstico. No era más que un hombre que poseía una enorme cantidad de dinero y que carga con la frustración de saber que no le serviría de nada a la hora de conseguir lo que más deseaba.
Hasta ese momento, su estrategia había consistido en esperar pacientemente, ya que sabía que la desesperación acabaría llevando a ______________ a hacer cosas que ni siquiera habría considerado en un principio. Las penurias económicas tenían la virtud de presentar las situaciones bajo una nueva luz. En poco tiempo, el juego de ______________ llegaría a su fin. No le quedaría más remedio que elegir entre dos opciones: casarse con un pobre o ser la amante de un rico. Y, si era la última opción la elegida, la cama en la que acabaría no sería otra que la suya.
-Un bocadito sabroso, ¿no es cierto? -fue el comentario que alguien hizo cerca de él.
Cuando Nicholas se giró, vio a Henry Burdick, hijo de un vizconde que, según los rumores, estaba en su lecho de muerte. Atrapado en la interminable espera previa a la muerte de su padre para poder disponer tanto del título como de la fortuna familiar, Burdick pasaba la mayor parte de su tiempo apostando y persiguiendo faldas.
Siguió la mirada de Nicholas hasta ______________, que estaba inmersa en una animada conversación con las floreros que la rodeaban.
-No sabría decirle -contestó Nicholas, con un profundo ramalazo de antipatía hacia Burdick y todos los de su ralea: privilegiados a los que les habían ofrecido todos los caprichos en bandeja de plata desde el día en que llegaron al mundo y que, por regla general, no hacían nada que justificara la imprudente generosidad del destino. Burdick sonrió, con el rostro rubicundo a causa del exceso de bebida y la abundante comida.
-Tengo la intención de descubrirlo muy pronto -comentó.
Burdick no era el único con semejantes aspiraciones. Un considerable número de hombres había puesto la mirada en ______________, con la misma expectación que sentiría una manada de lobos durante la persecución de una presa herida. En cuanto ella tocara fondo y, por tanto, no pudiera ofrecer la más mínima resistencia, uno de ellos se adelantaría para lanzar el ataque mortal. N o obstante, tal y como sucedía en la naturaleza, el macho dominante siempre sería el ganador.
Un amago de sonrisa se abrió paso en el severo rictus de Nicholas.
-Me sorprende usted -murmuró-. Siempre he asumido que las dificultades de una dama tendrían que inspirar la caballerosidad de un hombre de su categoría; y, por el contrario, descubro que está considerando las irrespetuosas ideas que se atribuyen a los de mi clase.
Burdick dejó escapar una breve carcajada, ajeno al brillo salvaje que apareció en los ojos negros de Nicholas.
-Sea una dama o no, tendrá que elegir a uno de nosotros cuando sus recursos se agoten.
-¿ Ninguna de sus señorías le ofrecerá matrimonio? -preguntó Nicholas con voz indolente.
-¡Dios Santo! ¿Y para qué? -Burdick se humedeció los labios, movido por las imágenes que su mente ya anticipaba-. No hay necesidad alguna de casarse con la muchacha cuando dentro de muy poco tiempo estará disponible por un precio adecuado.
-Tal vez tenga demasiada dignidad para eso.
-Lo dudo -replicó el joven aristócrata con jovialidad-. Las mujeres pobres que poseen ese tipo de belleza no pueden permitir el lujo de mostrarse dignas. Además, circula el rumor de que ya han estado entregando sus favores a lord Hodgeham.
-¿A Hodgeham? -Si bien la noticia lo sobresaltó, el rostro de Nicholas permaneció impasible-. ¿Y en qué se basa ese rumor?
-¡Vaya! Pues el carruaje de Hodgeham ha sido visto en los establos situados tras la residencia de los Peyton a extrañas horas de la noche... Y, de acuerdo con algunos acreedores, es él quien se hace cargo de pagar las cuentas de la familia de vez en cuando. -Burdick se detuvo para reírse sin disimulo-. Una noche entre esos preciosos muslos bien se merece pagar la cuenta del tendero, ¿no le parece?
La inmediata respuesta de Nicholas fue el impulso asesino de separar la cabeza de Burdick del resto de su cuerpo. No podía decir con seguridad qué había despertado su ira en mayor medida: la imaginación d ______________ Peyton en la cama con el cerdo de Hodgeham o el despectivo regodeo de Burdick ante un rumor que posiblemente fuese incierto.
..Me atrevería a señalar que, puestos a difamar la reputación de una dama, es mucho mejor contar con pruebas fehacientes de lo que se está diciendo -advirtió Nicholas con un tono de voz que no por apacible era menos peligroso.
-¡Diantres! Los chismes no requieren de prueba alguna -contestó el joven al tiempo que guiñaba un ojo-. Además, el tiempo se encargará de revelar el verdadero carácter de la dama en cuestión. Hodgeham no tiene recursos suficientes para mantener a una belleza como ésa, y ella no tardará mucho en exigir cosas que él no podrá darle. Vaticino que para el final de la temporada, la dama se acercará al caballero que tenga los bolsillos más abultados.
-Que serán los míos -replicó Nicholas sin necesidad de alzar la voz.
Burdick parpadeó a causa de la sorpresa, al tiempo que su sonrisa desaparecía mientras se preguntaba si habría oído bien.
-¿Qué….?
-He estado observando mientras usted y esa manada de imbéciles con la que se relaciona olisqueaban sus talones durante dos años -explicó Nicholas con los ojos entrecerrados-. A partir de este momento, han perdido toda oportunidad de conseguida.
-¿ Que he perdido qué? ¿ Qué quiere decir con eso? -preguntó, indignado, Burdick.
_Quiero decir que infligiré todo el daño posible, ya sea mental, físico o económico, al primer hombre que se atreva a poner un pie en mi territorio. Y la próxima persona que repita cerca de mí un solo rumor infundado sobre la señorita Peyton, descubrirá que se le queda atascado en la garganta... junto con uno de mis puños.-La sonrisa de Nicholas dejaba entrever cierta amenaza sanguinaria mientras contemplaba la atónita expresión de Burdick-. Puede decírselo a cualquiera que esté interesado -le advirtió antes de alejarse del pomposo y boquiabierto pipiolo.
Danne G.
Re: "Secretos De Una Noche De Verano" {Nick y Tu} -- Adaptación-
Jajajaja ame este capitulo ! bien Nick es un tierno *_*
defendiendo a ______ es un amor lo amo !!
jajaj siguela cuando puedas linda un besito
defendiendo a ______ es un amor lo amo !!
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Flor
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