A beautiful trouble {Louis Tomlinson}

Jude Harrison nunca se había fijado en un chico después de darse cuenta de que nadie valía la pena realmente. La más joven de los Harrison era una completa marginada, no tenía amigos y tampoco le importaba tenerlos. Era de esas chicas poco femeninas, no le gustaba creer en cuentos de hadas cómo todas las niñas, tampoco los vestidos o los zapatos; todo lo contrario a su hermana. Lana era lo que todo chica quisiera ser, popular, hermosa y adinerada. Las hermanas nunca se habían llevado bien, pero al fin y al cabo eran hermanas.

Jude está dispuesta a cambiar cuándo conoce a Louis Tomlinson; un chico encantador, divertido y con unos hermosos ojos azules. Por alguna extraña razón, Jude comienza a fijarse en él. Algo poco creíble, pero así es, Jude Harrison está interesada en alguien. Pero aquí no termina todo, Jude no es la única que se fija en Louis, la mejor amiga de su hermana quiere tenerlo, pero tampoco es que Jude va a quedarse de brazos cruzados. Por más que Louis fuera un problema, era su hermoso problema.

El sol casi no brillaba, ya que las nubes comenzaban a ganarle la carrera, pintando el cielo de gris. Las hojas de los árboles caían de ellos, llenando las calles de un color verde amarillento, el otoño empezaba a reinar las calles de San Francisco. Jude, por alguna extraña razón, se había despertado de buen humor. Por más que hacía algo de frío y el viento chocaba contra las ventanas, era un buen día. Y ella lo sabía. A Jude nunca le había gustado el sol, pensaba que este la perseguía y que nunca la dejaba tranquila.  

Bajo las escaleras y se encontró con un Theo durmiendo incómodamente en el sofá. Sus piernas estaban en el respaldo y su cabeza estaba a punto de chocar con el suelo. Tuvo que reprimir la risa al escucharlo roncar. Tomó valor y con la poca fuerza que tenía acomodo a su hermano en una forma aceptable y lo cubrió con una manta, no sin antes darle un beso en la mejilla. Comió una manzana verde, de sus favoritas. Creía que las rojas eran para las personas comunes, y que no sabían cuán jugosa podía ser la verde. Jude era una persona fuera de lo normal, con sus gustos y manías. Eso era algo que la había especial, pero casi nadie lo sabía.

Fue al jardín y le puso la correa a Dallas, su pequeña mascota no tan pequeña. El perro la recibió con ladridos y un alegre movimiento de cola. Por más que fuera un animal, lo consideraba de sus mejor amigos, después de Theo, claro. Cuándo Dallas era más pequeño podía llevarlo en la canasta de la bicicleta, pero su labrador había crecido, por más joven que fuera y ya ni su cabeza entraba.

Ató la correa a mano y manubrio de su bicicleta color turquesa para pasar por la sala, tratando de no hacer tanto ruido. Dallas no colaboró tanto haciendo silencio, pero aún así Theo ni se dignó a abrir los ojos. Cuándo estaba por cerrar la puerta, pudo ver la figura de Lana caminando hasta la cocina. Suerte que me levanté antes, pensó.

Montó su bicicleta y antes de comenzar a pedalear, ajustó su morral y metió la cabeza en su gorro de lana azul que su abuela le había hecho su abuela antes de que su familia se mudase. Cerró la puerta de rejas que cercaba su casa y comenzó a andar. Las carcajadas de Jude eran acompañadas por el canto le los pájaros, mientras Dallas corría a su lado y no paraba de ladrar, haciendo que todo el vecindario se despertara. Que Dallas ladrara era algo normal, así que por suerte ningún vecino de quejaba. Es más, todos le tenían un gran cariño a los Harrison. Al pasar por la casa de la señora Polanski, esta se encontraba barriendo las hojas que molestaban en el asfalto. Polanksi no se había percatado de su presencia, pero Jude la saludó con el tintineo de la campana. Conocía ese sonido e instantáneamente sonrió.

Después de varias calles, los dos llegaron al gran parque que acostumbraban a ir. Jude respiró con fuerza el aire puro que le regalaba las grandes arboledas. Soltó a Dallas y este comenzó a correr por todo el parque, jugando con otro cachorro. Siguió andando, dando vuelvas por aquel parque y no se dio cuenta de que una baldosa estaba rota. La bicicleta dio un salto, haciendo que la morena salte también. Estaba a punto de caer, cuándo unos brazos la tomaron antes de impactara con el suelo.

— Te tengo —murmuró una voz masculina. Jude abrió los ojos y se encontró con la sonrisa más hermosa que había visto. Su mirada era azulada y te hacía perderse en ella. Tardó varios instantes en que sus ojos se percataran de su vestimenta. Tenía una nariz roja de plástico, la peluca naranja tenía miles de rulos y parecía que usaba un pijama. Un payaso la había salvado, un payaso malditamente guapo.

— G-Gracias —apenas pudo articular. Cayeron en la cuenta de que estaban muy cerca y Jude fue la primera en alejarse, sólo que el castaño no soltó su cadera.

— ¿Estás bien? —agachó la cabeza, tratando de encontrar los ojos de la morena. Esta sólo asintió con la cabeza.

— Puedes soltarme —rió. El muchacho bajó los brazos con cautela, no quería dejar de tocarla.

— Lo siento —se rascó la nuca sin saber que decir —. Uhm, soy Louis —extendió su mano. Jude vaciló en aceptarla, pero al final lo hizo.

— Jude —trató de sonreír. Sus manos estuvieron entrelazadas un buen rato, para luego dejar que la incomodidad y el silencio llenaran el ambiente —. No es que sea de mi incumbencia, pero, ¿por qué un payaso?

A Louis se le escapó una carcajada, haciendo que Jude riera también. —Trabajo de payaso en el parque.

Entonces, ¿era él? Era él el payaso que siempre veía correr con los niños y les regalaba globos de animales y los hacía reír con sus malos chistes. La sonrisa de Jude se ensanchó.

— Los niños tienen suerte —dijo sin pensarlo. La mirada de Louis se tornó confundida, tratando de descifrar que quiso decir con eso, pero aún así, la sonrisa no se le borraba de la cara. El reloj del castaño sonó, haciendo que los dos dieran un salto en el lugar. Apretó un botón para que se callara y miró la hora.

— Jude, tengo que irme —dijo sin dejar de mirar su reloj —. Pero me encantaría volver a verte.

El comentario hizo que esta se ruborizara y no pudo ocultar la boba sonrisa. — Sí, bueno, vengo seguido, quizás nos veamos otra vez.

Louis afirmó con la cabeza y se acercó al rostro de la morena para plantar un beso su mejilla. — Adiós.

— Gracias otra vez —gritó, para que Louis pueda escucharla. Se dio la vuelta y tomó su bicicleta para marcharse a casa con Dallas. En todo el día, ni las palabras de Lana pudieron quitarle la sonrisa de los labios.


Los niños se habían dispersado por todo el parque en busca de sus padres. Louis estaba a punto de quitarse el maquillaje, cuándo una mano femenina le ganó, tomando primera el pequeño pañuelo. Sus ojos se encontraron con Jude, una hermosa Jude. Los dos sonrieron.
La morena se acercó a él cuidadosamente y comenzó a quitar el maquillaje, dejando ver su hermoso rostro. Se veía más guapo sin todo ese ridículo disfraz.

— ¿Estás lista para que te gané en los vídeo juegos?

— ¡Hiciste trampa, Louis! —se quejó, haciendo que su amigo riera con incredulidad.

— ¡Mentira! Tú fuiste la que se puso a ligar con el encargado —se cruzó de brazos.

— Vamos, idiota —tomó el abrigo de su amigo y caminaron hasta la casa de Louis. Sería una larga tarde.