Terminales|Novela Colectiva|CANCELADA!

Los ojos de Sammanta vagaban por la habitación completamente blanca, sin emoción visible en su cara. Un hombre vestido con bata y un estetoscopio en su cuello continuaba hablando, pero ella había enfocado su atención en un horrible cuadro, la única cosa con algún color que no sea abstracto.
—¿Quiere decir que no puedo hacer nada? —Preguntó ella, interrumpiéndolo en la mitad de su explicación.
El doctor Mays suspiró y posó una mirada llena de pena sobre la chica de cabellos rubios.
—Lo lamento, señorita Winter, pero no hay nada que podamos hacer —respondió—. Incluso, con quimioterapia, sólo alargaríamos lo inevitable por unos meses.
—Entiendo. —Su voz era baja y fría; detonando que quería irse de allí lo más pronto posible— Gracias por todo.
Sin hacer otro sonido, se levantó de su asiento y salió por la puerta, sin alguna mirada hacia el hombre detrás de ella, que la miraba tristemente.
Sammanta recibió varias miradas de las enfermeras de aquel hospital, pero no les hizo caso. ¿Cómo prestarle atención a cosas superficiales cuándo tus días comenzaban la cuenta hacia atrás? Ella suspiró, y las lágrimas que consiguió guardar tras la fachada fría comenzaban a acumularse en sus ojos.
No entendía el porqué de la injustica que se encontraba en su vida, ¡ella tan sólo quería ser una adolescente normal! Pero no podía. Junto a su odioso y agresivo padre, el cáncer atacando su organismo cada vez más y, ahora, los treinta días que le quedaban de vida, su vida estaba de cabeza. Por un segundo, deseó acabar con todo, porque, ¿qué otras opciones tenía?
Pero no lo haré, se decía, soy fuerte. Puedo superar esto.
O eso creía.
No sabía cuánto tiempo le habrá llevado caminar hasta aquel nuevo parque, grande y rodeado de árboles verdes y llenos de flores tropicales. Le gustaba, pero, en ese momento, no podía apreciar la belleza del lugar ya que sus problemas ocupaban toda su cabeza y sus pensamientos.
Se sentó en una de las bancas vacías de allí, esta era un poco vieja y le faltaba pintura, pero algo modesto y rústico con su propio toque de lindura.
Un mes, quizás treinta días, pero no más. Las palabras de Mays volvían a su cabeza, y ella sólo quería quitarlas de allí, no quería recordarlas.
Las lágrimas bajaban sobre sus mejillas suavemente, creando una suave cascada y mojando su cara. Escondió su rostro entre sus dos rodillas y comenzó a llorar libremente.
Ya no le importaba que la vieran débil, porque eso es lo que era.
Los sollozos se apoderaron de su cuerpo, cada uno más doloroso que el anterior sólo por el simple hecho de que desgarraban su garganta gracias a la fuerza que estos poseían.
Sintió un toque en su hombro, pero lo ignoró, pensando que era sólo su imaginación haciéndole creer que alguien se preocupaba por ella. Sí, claro, pensaba, cómo si le importara a alguien.
—Disculpa, —una voz –un poco más alta de lo normal en el rango de hombres–  detrás de ella dijo— ¿lloras por problemas falsos y llamar la atención de los demás, o tu vida, ciertamente, es una mierda?
Sammanta levantó la cabeza, sólo para ver al joven chico con el ceño fruncido y su rostro muy cerca de ella. Era lindo, apuesto, hermoso incluso. Poseía cabello castaño y unos hipnotizantes ojos azules que resplandecían, llenos de brillo.
Pero no se permitía pensar en que sus labios se veían suaves, o que su mano era cálida al tacto, reconfortante.
Ella sólo negó con la cabeza y lanzó una carcajada falsa.
—En otros momentos, eso me hubiera molestado, ¿sabes? —Su voz era apenas un murmullo suave—. Pero ahora todo me da igual —se encogió de hombros y bajó la cabeza, suspirando sonoramente.
El chico levantó una ceja y sonrió débilmente. Le agradaba ella, no sabía porque, pero lo hacía.
—¿Quisieras decime por qué están tan deprimida? —Preguntó, rozando sus manos.
—¿Por qué debería? —Devolvió la pregunta.
—¿Siempre acostumbras a contestar a una pregunta con otra?
—¿Lo hago? —sonrió, ahora viéndolo a los ojos—. Tú dime.
Él rió, y valla que su risa era hermosa. Y, por ese momento, ella quiso sacar todo lo que la acojonaba. Quería desahogarse, no sentirse ignorada.
Sin controlar a su boca o las palabras que salían de ella, dijo:
—Tengo leucemia, y me han diagnosticado treinta días de vida, aproximadamente.
Tan pronto las palabras abandonaron su organismo, sus hombros se relajaron visiblemente y curvó sus labios en una escondida sonrisa torcida.
Observó la reacción del chico. Su risa había cesado, al igual que su cara ya no mostraba ese gesto arrogante y sarcástico que Sammanta encontraba irresistible —aunque nunca lo diría.
Su cara había adquirido un tono de tristeza, y parecía que su aura había oscurecido. Eso no lo detuvo, sin embargo, de hablar.
—Definitivamente es un problema real. —Suspiró, y luego volvió a sonreír, esta vez con humildad— Te propongo algo, sólo dime tu nombre.
—Sammanta Winter—respondió al instante, y sus mejillas se enrojecieron. Rogaba porque él no lo note.
—Sam, desde ahora Sam será. Escúchame bien Sam, porque sólo lo diré una vez. Carson Hummel te cumplirá todo lo que quieras hacer a partir de ahora, como… una lista.
—Estoy halagada —rió, tomando coraje y envolviendo sus manos juntas— pero hay dos problemas. El primero es que no tengo una lista —comenzó a enumerar con sus dedos—, y el segundo es que no tengo ni idea de quién diablos es Carson Hummel.
—Carson Hummel soy yo, linda. Y la lista la crearemos juntos. ¿Aceptas?
Carson la examinaba, esperando su respuesta, y Sam sólo pudo asentir, feliz. Esos serían unos maravillosos treinta días.

Vanessa Evans.Ψ