Un pequeño copo de nieve

El insensato calor del verano anunciaba la partida de la nieve. Miles de niños ponían caras largas, porque ya no podrían hacer ángeles en la capa blanca, porque las batallas y fuertes hechas de un frio sólido llegaban a su fin y los trineos desaparecerían en cuestión de días. Nostalgia, eso era lo que abatía al pequeño pueblo del que se desconoce el nombre. Quizás el nuevo tiempo diera oportunidad a las playas.

Katy era una infante que había enfermado durante la temporada donde caía la nieve, se había perdido los juegos que esta ofrecía y las risas que se le contagiaría. La fiebre le había impedido aquello, más no la maldecía ya que era de humanos el caer enfermos. Sin embargo no aceptaba el hecho de estar encerrada durante esa época y debía conformarse con ver por la ventana de su habitación, un cristal era su único consuelo. “¿Por qué?” se preguntaba mientras rodaba por la cama. Quería sentir en su piel aquellos copos de nieve que caían del cielo, quizás, pensaba ella, eran una bendición de los dioses aquel fenómeno. El reloj seguía avanzado y la desesperación continuaba, ¿Cuándo podría salir?, era lo que le preguntaba a su mamá, a lo que ella contestaba: –cuando recuperes la buena salud- ¿Cuándo seria eso?. Días, semanas y el mes entero en cama estuvo.

Una mañana su cuerpo amaneció más favorecido, el dolor y los mareos habían desaparecido, el mostrado mejoramiento fue comunicado a su madre, que estaba a cargo de sus cuidados, esta, con gran dificultad de ser convencida le otorgó el permiso privilegiado de salir a su pequeño jardín. Ansias y emoción fue lo que demostró Katy, alegre de que su sueño se hiciera realidad. Guantes y gorro de invierno, bufanda a cuadros y un suéter de mangas largas; abrigada así para que la enfermedad no regresara a ella. ¿Cuál fue su sorpresa al abrir la puerta?, la nieve había desaparecido. Horror y tristeza se dibujaron en su rostro, sus ojos azules se llenaron de lágrimas, escondió aquella expresión tras la melena rubia y se quedó mirando al suelo en el umbral de la entrada. Como un perro herido o abandonado, lloro la pequeña de tan solo nueve años.

Y de repente cayo un pequeño copo de nieve, el último de aquel invierno, aterrizo en su cabeza para devolverle la ilusión pérdida. Paciencia, era lo único que necesitaba, desde aquel día esperar el próximo invierno seria su tarea.