to love is to destroy. {will herondale}

Jenna entró a la sala de armas, el último lugar donde debería estar Jem. Había buscado en su habitación, en la biblioteca, en el comedor, le había preguntado a Sophie, Charlotte, Henry, ¡a todos! Y nadie sabía dónde estaba, todos decían “con Will”, ¿dónde estaba Will? El último lugar que se le ocurría era la sala de armas, podía ser que estuvieran entrenando o algo así.

Abrió la puerta y en efecto, ahí estaban Will y Jem. Pero no entrenaban, estaban hablando de pie en medio de la sala. Will parecía preocupado pero Jem lo tranquilizaba, Jenna no entendía eso, Jem tenía la habilidad de consolar y calmar a todo el mundo en sus peores momentos.

El ruido que provocó la puerta cuando ella entró hizo que ambos chicos se giraran a mirarla. Jem sonrió ligeramente, su cabello rubio casi blanco se veía brillante, al igual que sus ojos claros. Tenía la piel clara, casi tanto como la de Will. Ambos eran completamente diferentes, tanto físicamente como en la forma de ser y pensar.

—Jem, necesito hablar contigo.
—¿Sabes? Eso es mal educado de tu parte, querer hablar a solas con Jem cuando yo estoy hablando con él, ¿acaso no te enseñaron educación, Lightwood?
—Más que a ti, sí.

Will se mostró ofendido y le indicó a Jem que fuera con Jenna. Ambos chicos se pusieron a caminar por el Instituto en silencio, la pelinegra no estaba segura de qué buscaba, quería hablar con Jem a solas pero se sentía vigilada en cualquier lugar. Al final consiguió llevarlo a una especie de escaleras escondidas que según Jem, nadie las usaba desde hacia años.

—¿Qué querías decirme?
—Cuando fui con Jessamine me encontré con Magnus Bane, el brujo. —Se quedó callada unos segundos pensando en qué diría y Jem la miró, sus ojos eran preciosos, pero su mirada la incomodaba así que volteó al suelo—. Me dijo que los subterráneos no estaban contentos con el Cónsul Wayland, que él últimamente no estaba con la Clave, desaparecía y nadie sabía dónde estaba. Magnus cree que él trama algo.
—¿Y tú qué crees?
—Sé que trama algo, estoy segura.
—Debemos decírselo a Charlotte.

A Jenna por un momento le pasó por la cabeza decirle que el Cónsul la había mandando a espiar, pero no podía decirle eso, pensaba en su padre y lo decepcionado que se sentiría, sería mucho mejor que se quedara callada sin hablar palabra sobre eso. Era su misión y aunque no la fuera a llevar a cabo, sería mejor callarse por un tiempo.

—No, por favor no. Te lo dije a ti porque necesitaba compartirlo pero sabía que si te lo pedía no se lo dirías a la señora Branwell.
—No se lo diré. Pero si sabes algo más quiero que me lo digas.
—Sé algo más.

Bien. No había vuelta atrás, tendría que decirle a Jem que la habían enviado ahí a espiar pero que no tenía intenciones de hacerlo, no traicionaría al Instituto de esa manera. Además todos ahí le agradaban, menos Will, pero no los traicionaría a todos sólo para perjudicar a Will; además la que saldría más afectada sería Charlotte.

—¿Qué?
—El Cónsul Wayland no me trajo aquí para continuar mi entrenamiento, quiere que espíe a la señora Branwell por él.
—¿Y sabes el por qué? —No parecía molesto. De hecho estaba completamente tranquilo con lo que le acababa de confesar Jenna, parecía que no diría nada y ni siquiera se había alterado.
—No sé muy bien sobre el asunto, pero creo que quiere sacar a Charlotte del Instituto. Quiere encontrar algo que la perjudique para que la Clave esté de acuerdo con sacarla.
—Escucha, no puedes decir nada de Charlotte, nada. Pero si el Cónsul Wayland te presiona mucho avísame, a la hora que sea, no importa, te ayudaré a engañarlo.
—Gracias, Jem.

Él le sonrió y después comenzó a toser horriblemente. Tosía descontroladamente y escupía sangre. Jenna no sabía que hacer, no sabía si gritar o llevarlo a rastras hasta donde estaba Charlotte, no pensaba que pasaría algo así.

—¡Jem!

Nada.

Él seguía convulsionando y escupiendo sangre. Jenna estaba alterada y gritó lo más fuerte que pudo. Will llegó corriendo y se tiró junto a Jem, llevaba algo en la mano derecha.

—Vete, Jen.
—¿Qué le pasa?
—Que te vayas.
—No me voy a ir hasta que me digas que le pasa.
—Jen, vete.
—No me voy a ir, William Herondale, te guste o no me quedaré aquí.
—Por favor, Jen, vete.

Nunca había visto a Will Herondale rogarle a alguien pero así le suplicara no se movería, se quedaría justo donde está viendo qué le sucede a Jem. Aunque llevaba muy poco de conocerlo le tenía algo de aprecio y le preocupaba lo que le pasara.

—Puedo ayudarte —se ofreció la chica Lightwood.

Will suspiró. Sabía que por más que le suplicara y dijera que se fuera ella se quedaría justo donde está.

—Sostenlo.

Jenna se acomodó junto a Jem y se manchó las manos de sangre color rojo vivo que manaba de la boca de Jem. Will le administró una especie de polvo extraño y Jem se calmó mucho, bastante a decir verdad.

Cuando Jem volvió en sí, a la primera que vio fue a Jenna ya que estaba casi sobre él sosteniéndolo para que Will pudiera hacer lo que tenía que hacer. Se sintió preocupado, seguramente ella le preguntaría el por qué se había puesto así y no podría mentirle porque ella le había dicho lo del Cónsul a él y a nadie más. Pero le asustaba decirle la verdad, aunque quizá ya la sabía, con Benedict Lightwood como padre debe haber pocas cosas que no sepas.

—Will —habló Jem.
—¿Qué?
—¿Puedes ayudarme a ponerme de pie?

Will asintió y lo cargó por los codos para ponerlo de pie. Jem se tambaleó un poco, pero Will le dio un bastón haciendo que pudiera equilibrarse al fin. No miró a Jenna en ningún momento, ni siquiera a Will, tenía la mirada perdida en el suelo.

—Iré a lavarme. —Dijo Jenna y se alejó por el pasillo. No quería incomodar a Jem preguntándole qué demonios había sucedido, pero la curiosidad era mucha. Sabía que si lo hacía Jem se sentiría mal, lo notó en su mirada cuando vio que ella lo sostenía y estaba manchada de su sangre.

Cerró su habitación de un portazo que seguramente debió oírse en cada rincón del Instituto y entró a ducharse. El agua se había teñido de rojo conforme se enjuagaba los brazos y el pecho, no le importaba. Había visto mucha sangre a lo largo de su vida, no era momento para asustarse. Aunque le preocupaba Jem, mucho. La sangre que veía siempre era después de una batalla, no cuando estaba charlando con alguien con toda tranquilidad.

La idea de preguntarle a Jem le revolvía el estómago, él era su amigo y sentía que si le preguntaba algo como eso, sería mucho más difícil para él que para ella. Además sobrellevar algo así sin contárselo a nadie sería difícil, muy difícil a decir verdad.

Cuando terminó de ducharse se puso la ropa de combate y salió caminando con sigilo hacia la sala de armas. Si alguien sabía que había salido del Instituto así como así buscando algún peligro, seguramente le dirían algo y quería evitarse todo eso. Tomó dos espadas y varios cuchillos serafín y salió del Instituto con bastante tranquilidad.

Will vio que Jenna había salido del Instituto, y con tal de encontrarla haciendo algo que la hiciera quedar mal, la seguiría. Debía admitir que el aspecto rudo y salvaje de ella lo llenaba de curiosidad, quería saber qué pensaba para ser así. O tal vez ni siquiera lo pensaba, era así por su familia o la gente que conocía. De igual manera era muy rara para ser chica, no era que conociera muchas chicas de su edad, pero sí conocía varias cazadoras de sombras y ninguna era como ella. La pelinegra era una chica que buscaba el peligro, parecía tener un enorme deseo de acabar con su vida pero Will dudaba que fuera así, todos aprecian la vida.

Aunque, ¿quién sabe? Tal vez su vida era tan miserable que quisiera acabar con ella, aunque dudaba mucho que fuera a suicidarse. Jenna lo confundía, la odiaba pero de igual manera lo confundía su carácter y lo que hacía.

Se movían por las calles de Londres con sigilo, ella caminaba con total normalidad, ni siquiera se fijaba en si alguien la estaba siguiendo. Will en cambio, caminaba entre las sombras, tratando de no hacer ruido. Seguramente si Jenna oía algún ruido extraño se daría la vuelta a ver qué lo había provocado y vería a Will, y eso simplemente no podía pasar.

La chica Lightwood dio la vuelta en lo que parecía ser un callejón sin salida, el lugar era oscuro y aterrador, había basura ahí tirada y el olor era casi insoportable. Will sentía que no podía respirar, no sin pescar alguna enfermedad.

—Herondale, no hace falta que te ocultes. Sé que estás ahí.

Will salió de dónde estaba y vio que Jenna lo fulminaba con la mirada, se le notaba molesta pero parecía mantener la calma para no decapitarlo de una vez por todas.

—¿Desde cuándo sabías que te seguía?
—Desde que salí del Instituto. ¿Por qué me seguías?
—Te vi salir y me dio curiosidad de saber a dónde ibas. Por cierto, ¿a dónde ibas?
—A meterme en problemas —confesó encogiéndose de hombros. Lo que decía era verdad, iría a buscar problemas o a buscar a algún demonio con el cual entretenerse un rato.
—Escucha, Lightwood, cuando alguien dice “meterme en problemas” se refiere a irse por ahí a buscar a alguien con quien pasar un rato. Pero cuando tú dices eso te refieres a buscar una muerte segura.
—¿Y qué si así es? Además no buscaba una muerte segura, aún quiero hacer algunas cosas antes de morir. —Odiaba que todos creyeran que ella quería acabar con su vida, ¿por qué alguien querría hacerlo?
—¿Cómo qué?
—No creo que sea de tu incumbencia, además eres tú el que tiene el deseo de salvar a todo el mundo, eso también es suicida.
—No. Tú eres suicida porque haces cosas innecesarias que te ponen en peligro de muerte. Yo, como cualquier cazador de sombras, hago cosas que tengo que hacer y me ponen en peligro de muerte.
Jenna bufó.
—Contigo es imposible. —Caminó evitando a Will y salió del callejón. Lo odiaba, ¿cómo podía ser tan terco e imbécil? Aún no podía explicárselo, siempre tenía que ganar, en cualquier cosa Will Herondale tenía que ganar.

Caminó furiosa por las calles de Londres, la mayoría estaban completamente vacías, ni siquiera había rastro de vida. Pero eso no le importaba, no quería volver al Instituto, odiaba estar ahí de infiltrada sintiéndose completamente excluida. No entendía de qué hablaban, siempre charlaban a sus espaldas y ella no entendía lo que decían, no tenía ni la más remota idea de lo que hablaban.

Sintió un dolor en el estómago y se miró, la remera se le había teñido de rojo por la sangre que manaba de su estómago. Segundos después cayó inconsciente.