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Wild-[Harry y Tú]
O W N :: Zona Libre :: Zona Libre :: Sin Tabú
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Wild-[Harry y Tú]
Capítulo 1.
“Conocí a un hombre que medía dos metros.
Este hombre era bastante ambicioso en un mundo que es tan vicioso para todos nosotros.
Yo dije “hola”, y él respondió:
-Escucha estas palabras que he vivido durante toda mi vida:
-Eres tan alto como tu corazón te deje ser, y sólo eres tan pequeño como el mundo te haga ver”.
-On the brightside – Never Shout Never.
Me desperté en un avión lleno de gente vieja. Normalmente, solía poner este calificativo a todo el que rebasara los veinticinco años. Claro está que cualquiera puede ser viejo antes de esa edad si lo prefiere. Como esa extraña chica rubia que leía fielmente una revista de modas con una niña pija de portada. Si piensan que eso no es ser viejo en absoluto, vean dentro de la revista y compárenlo con la realidad.
Es por eso que yo estaba viajando en este aparato en primer lugar. Porque no quería ser vieja, y porque la mejor manera de hacerlo es escapar de todo lo que te haga sumarte diez años encima. Ah, y porque hice algo malo e ilegal o lo que sea. Por eso tengo que salir de aquí antes de que la poli me convierta en carne pinchada en un palo yaciente tras las rejas. O quizá en un sucio reformatorio para adolescentes en donde me la pasaría mejor que nunca fumando maría y traficando tres botellas extra grandes de Vodka diarias mientras follaba con un rastafari. Pero prefería pasármela bien estando lejos de camas apestosas y señoras regordetas que te controlan la vida. Si algo odiaba, era que me dijeran qué podía hacer, y qué no.
Tragué saliva mirándome las piernas cubiertas con medias pantis rotas. No me había alcanzado el tiempo para cambiarme de ropa cuando salí corriendo de la juerga directo hacia mi fiel escondite de dinero. Eran los resultados de comercializar droga utilizando mis encantos en los clubes de solteros y en las escuelas de niños pijos en el Este de la ciudad. Había abierto la caja de metal donde escondía los fardos de verdes y los cigarrillos “artesanales”. Lo vacié todo en mi mochila repleta de ropa, y salí corriendo una vez más, sintiendo la adrenalina correr por mis venas, y ahora heme aquí, mirando una película de vaqueros en la televisión portátil del Universitario que se había sentado a mi lado y resistiendo las ganas de fumarme un porro.
Aparté la mirada de la televisión y miré por la ventana, intentando mantenerme alejada de mis botas gastadas de cuero sintético negro donde escondía mis Camel, y suspiré hondo, volviendo a cerrar los ojos esperando quedarme dormida de nuevo. Al fallar en el intento, desenterré del bolsillo delantero de mi mochila negra el iPod que un señor muy amable me había regalado al ver mi mano apuntar una navaja en su cuello, y comencé a desenredar los audífonos con delicadeza. Me rugía la panza. ¿Cuándo había sido la última vez que comí exactamente? ¿Dos, tres días?
Miré al gordito de la otra hilera de asientos que se zampaba un perrito caliente gustosamente, y aparté la mirada, tragando saliva lo más que pude, intentando llenarme con mis propios líquidos. Suspiré al desenredar por completo los audífonos, y los ubiqué en mis orejas por debajo de mis trenzas desaliñadas. Cambié de canción desesperadamente una y otra vez, hasta llegar a mi preciada hilera por la A. Suspiré por enésima vez y cerré los ojos, intentando alejar cualquier pensamiento que incitara a mi panza a rugir y concentrándome en la melodía que se filtraba en mis oídos.
Tarareé en voz baja mi canción favorita, frunciendo el ceño al concentrarme por completo en la letra, resistiendo mis propios impulsos. Ahora mismo podría fumarme el cabello de la chica rubia, pero no podía a menos que quisiera que me echaran de aquí también. Y necesitaba llegar a Londres. Preferiblemente viva y con libertad condicional.
Inhalé hondo y expulsé el aire virgen por la boca. Bendita seas, Amy Winehouse, por sacarme de estos aprietos.
Si necesitaba recurrir a alguien, como, a alguien que realmente quería, recurría a Amy. Ella no sabía de mi existencia, por supuesto, y de hecho, había muerto, pero aún así era la única capaz de entenderme. A veces, cuando no podía dormir, me imaginaba un mundo perfecto donde ella y yo éramos las mejores amigas e íbamos por el mundo pateando el culo de todo el que nos hizo daño. Pero luego abría los ojos y me daba cuenta de que tenía que irme de ahí, y entonces arrastraba mi mochila detrás de mí y todo se volvía a repetir. Sin embargo, ésta era la primera vez que corría hacia otra ciudad y no de casa en casa, así que en parte estaba emocionada.
Horas después, caminé por las inmensas calles de Londres, sumiéndome en el lado feo de la ciudad, porque era el que más iba conmigo. Y además, estaba segura de que no podría resistirme al ver toda esa ropa bonita en las tiendas, y no quería otro arresto. Me mordí la uña del pulgar pintada de negro, maña que tenía desde siempre y que prefería mantenerla conmigo como una especie de esencia personal.
El aire olía a gasolina y a botes de basura, sin embargo, lo inhalé gustosamente, cerrando los ojos mientras apretaba con fuerza las asas de mi mochila colgada en mi espalda. Comencé a dar saltitos mientras caminaba. Qué feliz estaba de estar en Londres, aunque fuera en el basurero de la ciudad.
Desvié la vista hacia una pared ladrillada donde el humo negro de una quema de basura había hecho estragos, y me dejé caer en el suelo, acomodándome la falda para cruzarme de piernas y abrí mi mochila, subiendo la vista hacia las personas que se amontonaban frente a mí. Saqué un Camel y lo encendí, inhalando con gusto, y soltando el humo hacia arriba, dejando que mi aliento se mezclara con el humo del cigarrillo para que el aire gélido de las siete de la noche hiciera su trabajo. Era mi cosa favorita para hacer cuando andaba de ocio, y más que estábamos en vacaciones y no tenía que preocuparme por llegar al Instituto oliendo a hierba quemada.
Rebusqué en la mochila para repasar qué había traído. Puse el cigarrillo en el murito donde estaba sentada, y comencé a arrancar con las uñas las cosas fuera de la mochila, poniéndolas todas en orden frente a mis pies. Seguidamente, observé todo minuciosamente, dando una calada al Camel y volviéndolo a colocar en su lugar. Ropa, maquillaje, cigarrillos, pastillas alucinógenas para el estrés, y una botella de Vodka completa. El dinero estaba escondido en mis bragas.
Recogí todo del suelo y volví a meterlo en la mochila, poniendo la ropa de última para tapar todo lo demás. A continuación, tomé el Camel entre mis dedos y me levanté de allí. Mejor iba pensando en dónde iba a dormir antes de que me agarrara la noche.
Jugueteé con el cigarrillo hasta que se consumió, y entonces lo tiré hacia unas plantas que se movían suavemente con la brisa helada que me congeló la punta de la nariz. Me abracé a mí misma mientras la mandíbula me temblaba del frío, y observé a mi alrededor, tragando saliva. Aún cuando estaba en un sitio de mala muerte, el olor a perritos calientes y hamburguesas me quemaba la nariz deliciosamente, adentrándose en mis pulmones. Me mantuve con la mirada en el frente, abrazándome la panza con fuerza, ignorando el dolor típico de no-he-comido-en-tres-días y caminando lo más rápido que pude.
Me detuve en una calle ciega llena de grafitis y cajas de cartón vacías, evaluándolas. Olía a pis de gato y a marihuana. Tentador, pero no. Me di la vuelta, decidida en que de seguro había más lugares para dormir que ése, porque no podía permitirme pagar un motel. Ni siquiera tenía tanta pasta y mis pies se estaban cansando. Pero ignoré el dolor en mis plantas y continué caminando hacia delante, encontrándome en una bajada vertiginosa cuyas aceras estaban destartaladas. Bajé la calle con cuidado, apretando los puños para soportar el frío. Me estaba congelando aquí afuera.
Me detuve de nuevo una vez hube bajado la totalidad de la calle inclinada, y di un paso en seco sobre el suelo con una de mis botas. Miré a mi alrededor, encontrándome con locales extraños abiertos y algunos edificios con todas las ventanas encendidas con luces calientes en su interior.
Normalmente se me hacía un poquito más fácil encontrar un lugar dónde quedarme en Brampton, pero eso era sólo porque había crecido ahí y conocía cada alrededor como a la palma de mi mano. Pero aquí… Tragué saliva. Quizás venir a Londres no había sido una buena idea, después de todo. ¿Pero qué iba a hacer? ¿Quedarme en Brampton y dejar que los polis me encontraran? Había sido obligada a darme a la fuga.
Pero esto se estaba poniendo jodidamente difícil. Si hiciera, tal vez, como que, un poquito menos de frío, yo podría seguir caminando y encontrar algo donde quedarme al menos hasta el día siguiente, y sería feliz. Pero no. Me estaba muriendo de frío aquí afuera y todo lo que veía eran edificios atestados de púas y trozos de botellas ya que carecían de seguridad decente. Sería un pelín difícil colarme.
Cerré los ojos y me concentré en el sonido del ambiente. A lo lejos, un gato chilló estruendosamente. Un camión gigante me hizo ver su gran tamaño al tocar el claxon que casi me rompía los tímpanos. Y luego, las ruedas secas de los autos comenzaron a resonar contra la grava. Suspiré, y apreté los labios. Podía estar perdida en la calle más horripilante de Londres, pero yo creía fuertemente en la suerte. Era bastante supersticiosa, otra maña que conservaría como mi esencia personal. Me gustaba tener mi propia esencia, sonaba bastante guay.
Bien. “Si abro los ojos, y el próximo auto que pasa es rojo, encontraré un lugar donde dormir y la pasaré guay en Londres. Si es azul, tendré que dormir aquí mismo y definitivamente mi suerte es una mierda”.
Apreté los párpados con fuerza, respirando agitadamente, y luego abrí los ojos, clavándolos en el auto que se aproximó a pasarme de largo.
Era rojo.
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“Conocí a un hombre que medía dos metros.
Este hombre era bastante ambicioso en un mundo que es tan vicioso para todos nosotros.
Yo dije “hola”, y él respondió:
-Escucha estas palabras que he vivido durante toda mi vida:
-Eres tan alto como tu corazón te deje ser, y sólo eres tan pequeño como el mundo te haga ver”.
-On the brightside – Never Shout Never.
Me desperté en un avión lleno de gente vieja. Normalmente, solía poner este calificativo a todo el que rebasara los veinticinco años. Claro está que cualquiera puede ser viejo antes de esa edad si lo prefiere. Como esa extraña chica rubia que leía fielmente una revista de modas con una niña pija de portada. Si piensan que eso no es ser viejo en absoluto, vean dentro de la revista y compárenlo con la realidad.
Es por eso que yo estaba viajando en este aparato en primer lugar. Porque no quería ser vieja, y porque la mejor manera de hacerlo es escapar de todo lo que te haga sumarte diez años encima. Ah, y porque hice algo malo e ilegal o lo que sea. Por eso tengo que salir de aquí antes de que la poli me convierta en carne pinchada en un palo yaciente tras las rejas. O quizá en un sucio reformatorio para adolescentes en donde me la pasaría mejor que nunca fumando maría y traficando tres botellas extra grandes de Vodka diarias mientras follaba con un rastafari. Pero prefería pasármela bien estando lejos de camas apestosas y señoras regordetas que te controlan la vida. Si algo odiaba, era que me dijeran qué podía hacer, y qué no.
Tragué saliva mirándome las piernas cubiertas con medias pantis rotas. No me había alcanzado el tiempo para cambiarme de ropa cuando salí corriendo de la juerga directo hacia mi fiel escondite de dinero. Eran los resultados de comercializar droga utilizando mis encantos en los clubes de solteros y en las escuelas de niños pijos en el Este de la ciudad. Había abierto la caja de metal donde escondía los fardos de verdes y los cigarrillos “artesanales”. Lo vacié todo en mi mochila repleta de ropa, y salí corriendo una vez más, sintiendo la adrenalina correr por mis venas, y ahora heme aquí, mirando una película de vaqueros en la televisión portátil del Universitario que se había sentado a mi lado y resistiendo las ganas de fumarme un porro.
Aparté la mirada de la televisión y miré por la ventana, intentando mantenerme alejada de mis botas gastadas de cuero sintético negro donde escondía mis Camel, y suspiré hondo, volviendo a cerrar los ojos esperando quedarme dormida de nuevo. Al fallar en el intento, desenterré del bolsillo delantero de mi mochila negra el iPod que un señor muy amable me había regalado al ver mi mano apuntar una navaja en su cuello, y comencé a desenredar los audífonos con delicadeza. Me rugía la panza. ¿Cuándo había sido la última vez que comí exactamente? ¿Dos, tres días?
Miré al gordito de la otra hilera de asientos que se zampaba un perrito caliente gustosamente, y aparté la mirada, tragando saliva lo más que pude, intentando llenarme con mis propios líquidos. Suspiré al desenredar por completo los audífonos, y los ubiqué en mis orejas por debajo de mis trenzas desaliñadas. Cambié de canción desesperadamente una y otra vez, hasta llegar a mi preciada hilera por la A. Suspiré por enésima vez y cerré los ojos, intentando alejar cualquier pensamiento que incitara a mi panza a rugir y concentrándome en la melodía que se filtraba en mis oídos.
Tarareé en voz baja mi canción favorita, frunciendo el ceño al concentrarme por completo en la letra, resistiendo mis propios impulsos. Ahora mismo podría fumarme el cabello de la chica rubia, pero no podía a menos que quisiera que me echaran de aquí también. Y necesitaba llegar a Londres. Preferiblemente viva y con libertad condicional.
Inhalé hondo y expulsé el aire virgen por la boca. Bendita seas, Amy Winehouse, por sacarme de estos aprietos.
Si necesitaba recurrir a alguien, como, a alguien que realmente quería, recurría a Amy. Ella no sabía de mi existencia, por supuesto, y de hecho, había muerto, pero aún así era la única capaz de entenderme. A veces, cuando no podía dormir, me imaginaba un mundo perfecto donde ella y yo éramos las mejores amigas e íbamos por el mundo pateando el culo de todo el que nos hizo daño. Pero luego abría los ojos y me daba cuenta de que tenía que irme de ahí, y entonces arrastraba mi mochila detrás de mí y todo se volvía a repetir. Sin embargo, ésta era la primera vez que corría hacia otra ciudad y no de casa en casa, así que en parte estaba emocionada.
Horas después, caminé por las inmensas calles de Londres, sumiéndome en el lado feo de la ciudad, porque era el que más iba conmigo. Y además, estaba segura de que no podría resistirme al ver toda esa ropa bonita en las tiendas, y no quería otro arresto. Me mordí la uña del pulgar pintada de negro, maña que tenía desde siempre y que prefería mantenerla conmigo como una especie de esencia personal.
El aire olía a gasolina y a botes de basura, sin embargo, lo inhalé gustosamente, cerrando los ojos mientras apretaba con fuerza las asas de mi mochila colgada en mi espalda. Comencé a dar saltitos mientras caminaba. Qué feliz estaba de estar en Londres, aunque fuera en el basurero de la ciudad.
Desvié la vista hacia una pared ladrillada donde el humo negro de una quema de basura había hecho estragos, y me dejé caer en el suelo, acomodándome la falda para cruzarme de piernas y abrí mi mochila, subiendo la vista hacia las personas que se amontonaban frente a mí. Saqué un Camel y lo encendí, inhalando con gusto, y soltando el humo hacia arriba, dejando que mi aliento se mezclara con el humo del cigarrillo para que el aire gélido de las siete de la noche hiciera su trabajo. Era mi cosa favorita para hacer cuando andaba de ocio, y más que estábamos en vacaciones y no tenía que preocuparme por llegar al Instituto oliendo a hierba quemada.
Rebusqué en la mochila para repasar qué había traído. Puse el cigarrillo en el murito donde estaba sentada, y comencé a arrancar con las uñas las cosas fuera de la mochila, poniéndolas todas en orden frente a mis pies. Seguidamente, observé todo minuciosamente, dando una calada al Camel y volviéndolo a colocar en su lugar. Ropa, maquillaje, cigarrillos, pastillas alucinógenas para el estrés, y una botella de Vodka completa. El dinero estaba escondido en mis bragas.
Recogí todo del suelo y volví a meterlo en la mochila, poniendo la ropa de última para tapar todo lo demás. A continuación, tomé el Camel entre mis dedos y me levanté de allí. Mejor iba pensando en dónde iba a dormir antes de que me agarrara la noche.
Jugueteé con el cigarrillo hasta que se consumió, y entonces lo tiré hacia unas plantas que se movían suavemente con la brisa helada que me congeló la punta de la nariz. Me abracé a mí misma mientras la mandíbula me temblaba del frío, y observé a mi alrededor, tragando saliva. Aún cuando estaba en un sitio de mala muerte, el olor a perritos calientes y hamburguesas me quemaba la nariz deliciosamente, adentrándose en mis pulmones. Me mantuve con la mirada en el frente, abrazándome la panza con fuerza, ignorando el dolor típico de no-he-comido-en-tres-días y caminando lo más rápido que pude.
Me detuve en una calle ciega llena de grafitis y cajas de cartón vacías, evaluándolas. Olía a pis de gato y a marihuana. Tentador, pero no. Me di la vuelta, decidida en que de seguro había más lugares para dormir que ése, porque no podía permitirme pagar un motel. Ni siquiera tenía tanta pasta y mis pies se estaban cansando. Pero ignoré el dolor en mis plantas y continué caminando hacia delante, encontrándome en una bajada vertiginosa cuyas aceras estaban destartaladas. Bajé la calle con cuidado, apretando los puños para soportar el frío. Me estaba congelando aquí afuera.
Me detuve de nuevo una vez hube bajado la totalidad de la calle inclinada, y di un paso en seco sobre el suelo con una de mis botas. Miré a mi alrededor, encontrándome con locales extraños abiertos y algunos edificios con todas las ventanas encendidas con luces calientes en su interior.
Normalmente se me hacía un poquito más fácil encontrar un lugar dónde quedarme en Brampton, pero eso era sólo porque había crecido ahí y conocía cada alrededor como a la palma de mi mano. Pero aquí… Tragué saliva. Quizás venir a Londres no había sido una buena idea, después de todo. ¿Pero qué iba a hacer? ¿Quedarme en Brampton y dejar que los polis me encontraran? Había sido obligada a darme a la fuga.
Pero esto se estaba poniendo jodidamente difícil. Si hiciera, tal vez, como que, un poquito menos de frío, yo podría seguir caminando y encontrar algo donde quedarme al menos hasta el día siguiente, y sería feliz. Pero no. Me estaba muriendo de frío aquí afuera y todo lo que veía eran edificios atestados de púas y trozos de botellas ya que carecían de seguridad decente. Sería un pelín difícil colarme.
Cerré los ojos y me concentré en el sonido del ambiente. A lo lejos, un gato chilló estruendosamente. Un camión gigante me hizo ver su gran tamaño al tocar el claxon que casi me rompía los tímpanos. Y luego, las ruedas secas de los autos comenzaron a resonar contra la grava. Suspiré, y apreté los labios. Podía estar perdida en la calle más horripilante de Londres, pero yo creía fuertemente en la suerte. Era bastante supersticiosa, otra maña que conservaría como mi esencia personal. Me gustaba tener mi propia esencia, sonaba bastante guay.
Bien. “Si abro los ojos, y el próximo auto que pasa es rojo, encontraré un lugar donde dormir y la pasaré guay en Londres. Si es azul, tendré que dormir aquí mismo y definitivamente mi suerte es una mierda”.
Apreté los párpados con fuerza, respirando agitadamente, y luego abrí los ojos, clavándolos en el auto que se aproximó a pasarme de largo.
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