"Enséñame a Olvidar" (Nick)

— Hoy es un buen día —dijo Lindsay saliendo del desván y metiéndose un fajo de dinero entre los pechos, ésta iba seguida de Pitt, el viejo asno dueño de la cafetería, era obvio que entre esos dos había pasado algo. Pitt siempre tenía algo con alguna de sus camareras, en especial si tenían la edad de Lindsay y esos exuberantes pechos — Si eres generosa con el jefe, ______, él será generoso contigo — me susurro Lindsay al oído mientras pasaba a mi lado, le dedique una cara de asco.

— La pequeña Li tiene razón, corazón, puedo llegar a ser muy generoso cuando se me provoca, tú puedes hacer que eso pase — Dijo el oloroso Pitt acercándose peligrosamente a mi.
— Ya le he dicho muchas veces que no estoy interesada — Dije secamente terminando de freír unos huevos
— Vamos, cariño, la vamos a pasar genial
— No gracias

— Llevas tres meses trabajando para mi y no has sucumbido a mis encantos — murmuró en mi oído — Me pregunto… ¿Por qué será? — me agarro el trasero, me giré inmediatamente, hasta quedar de frente a él. Su sudorosa y gorda cara estaba muy cerca de la mía, sonrió descaradamente mostrando unos dientes amarillos debido a su mal hábito de fumarse más de una cajetilla completa de cigarrillos por día, con un diente de bronce oxidado que según él era de oro. Todo su cuerpo despedía una hediondez, que se me aguaron los ojos al percibirlo <<Como hará Lindsay para acostarse con él>> pensé con repugnancia.

Le agarré la mano con la que había apretado mi trasero fuertemente y se la retorcí hasta verlo hacer muecas de dolor, sus pupilas se dilataron y soltó un gemido ahogado, eso dolía, lo había aprendido en unas clases de defensa personal que había tomado. Que útil me había sido con tipos como aquel que pretendían pasarse de listos.

— ¿Duele eso? —Susurre en su oído — La próxima vez que me intente tocar, lo castraré.Mi cara estaba llena de furia y mis ojos inyectados de sangre cuando lo solté, el viejo asno no podía ni respirar ni hablar así que gire sobre mis talones, cogí el pedido de la mesa cinco y me encaminé fuera de la cocina, cada parte de mi cuerpo despedía furia, pero me contuve para cuando llegué con los clientes, así era el trabajo, esa es la vida de una camarera.

— ¿Lo intentó de nuevo contigo cariño? — me preguntó Doris, otra camarera, la más vieja y amable de todas, tenía cuarenta y seis años pero se mantenía como de treinta, además de tener una personalidad muy cálida y un carácter de hierro, ella y su hijo Dylan eran las únicas personas es ése pueblo de mierda que se preocupaban por mi. Suspire con resignación y dejé mi bandeja vacía para esperar la otra orden. Me giré hacia Doris con una sonrisa.
— Si, pero esta vez le dejé advertido que conmigo no hay posibilidad
— Esa es mi chica, pero cuéntame ¿Le dolió?
— Como a los mil demonios, puso esa cara de cólico fuerte que… — Nos reímos levemente — Fue agradable, me liberé
— Eso está muy bien, y no temas por si te despedirá, estos días han estado tan ajetreados que te necesita, confía en mí. — me sonrió
— ¿Sabes? Lo último que me hubiera importado es ser despedida, me hubiera hecho un favor, estoy harta aquí
— Pero lo necesitas, cariño, necesitas pagar lo que debes en la universidad — Suspiré resignada
— Si, jamás pensé que estudiar fotografía fuera tan costoso
— Pero te falta muy poco por pagar, trabajas cinco meses más es este infierno y obtendrás tu diploma. Además tus fotografías lo valen, son hermosas — me sonrió cálidamente.
— Gracias — murmuré apenada — Ya sabes que en cuanto pueda hacerlo, te pagaré la cámara
— ______...— me miró con reproche — Ya sabes que no tienes que pagarme nada, es un regalo… de tus veintitrés años
— No los cumplo hasta dentro de dos meses
— Da igual — hizo un gesto como restándole importancia — La cámara la necesitas tú mas que yo
— Gracias, Doris — sonreí sinceramente.

Me dirigí hacia una mesa que acababan de ocupar.
— Bienvenidos a Paradise Dinner, ¿Qué desean ordenar? — recité mis palabras habituales mientras observaba los clientes. Era una pareja, con una niña. Todos se veían bastante hambrientos.
— Una galleta y un vaso de leche ¿Cuánto cuestan? — Preguntó humildemente la señora
—Tres dólares, señora — La mujer miró a su marido como preguntándole si estaba bien, él sólo asintió
— Entonces, queremos eso

Fui rápidamente y les llevé la leche y la galleta. Desde la cocina observé luego como la niña, de unos seis años, partía la galleta en tres trocitos, y se los daba a sus padres, cuando la mujer lo rechazó, la niña murmuró algo como <<Se que tu también tienes hambre mami, cómelo, por favor>>

Recordé las innumerables veces que yo pasé hambre, no era la mejor sensación del mundo. Y no iba a dejar que ésas personas la experimentaran, al menos no por ahora. Tomé rápidamente la siguiente orden. Dos huevos con tocino y arroz y tres sodas. Las llevé rápidamente hacia ellos. El hombre me miró sorprendido mientras ponía los alimentos en la mesa
— No hemos ordenado nada de eso señorita
— No tenemos cómo pagarlo— Murmuró la señora, quien devoraba con la mirada el alimento
— Es cortesía del restaurante, no se preocupen, no tendrán que pagar por nada, es gratis
— ¿En serio? — Pregunto la pequeña — Porque mis papis tienen hambre, yo también tenía, pero ellos han gastado todo lo que nos quedaba para darme de comer, yo quiero que ellos coman también, además — me hizo señas para que me acercara y me susurro al oído — mi pancita sigue con hambre, pero un poquitito
— ¿Cómo te llamas? — pregunté
— Ángela
— Bueno, Ángela, ustedes son una familia con mucha suerte, se han ganado la cena gratis, no te preocupes, te aseguro que después de comer esta delicia tu pancita quedará satisfecha — ella soltó unas risitas
— ¿y la de mi mami también?
— Si, la de tus padres también — sonreí
— Gracias, señorita, es usted un Ángel, de verdad, Que Dios la bendiga— me dijo la mujer cogiéndome las manos y mirándome con devoción
— No tiene que agradecerme nada.

Cuando entré de nuevo en la cocina, Pitt se acercó a mí destilando furia.
— ¿Qué demonios fue eso? ¿Ellos van a pagar por la comida?
— No — contesté fría
— ¿Entonces?
— Ellos estaban famélicos, señor
— ¿Y crees que a mi me importa? — Preguntó cogiéndome fuertemente por los hombros
— Pues debería — dije apartándome de su agarre — es un acto de solidaridad
— ¿Crees que yo vivo de la caridad? Esto no es un centro de ayudas humanitarias, ¡Es un restaurante respetable! ¡No hacemos caridad! Así que la próxima vez…

— ¡Es un puto restaurante! — grité hecha una furia — Y ¡Renuncio! No quiero seguir trabajando En este infierno. Usted es el viejo más asno y asqueroso que he conocido jamás, ojalá se vallan al infierno usted y su restaurante de la mierda — Saqué del bolsillo de mi delantal, quince dólares, y se los tiré — La cuenta de la mesa tres, y métaselos por donde le quepan — grité despectivamente mientras me alejaba al pequeño closet para sacar mis cosas.
— ¿Renunciaste, cariño? — Preguntó Doris entrando en el cuarto, yo sólo asentí — Pero, necesitas el dinero
— Maldita sea, lo sé, pero no se esta forma Doris, no de esta forma — me quité el desagradable y corto vestido de camarera, quedando en ropa interior

— Entonces ¿que vas a hacer? — preguntó preocupada. Me encogí de hombros mientras me ponía el Short y la camisa
— No lo sé, supongo que ir a casa y obligar a Hunter a que despegue los ojos de la pantalla y consiga trabajo
— Doris suspiro con pesar
— ¿Cómo tienes a ese vago como novio? Es un parásito, vive de ti
— No lo sé, supongo que es para tener compañía, para no sentirme tan sola. — Reí amargamente
— Valiente compañía, y sabes que no estás sola, nos tienes a los chicos y a mi, además de Dylan, él es tu amigo. — ambas reímos
— Gracias Doris. Salúda a Cody y a Jackie de mi parte, iré a visitarlos pronto — La abrace. No sabía porque pero aquello lo sentía como una despedida, y yo vivía a 20 mins de Doris, era poco probable que nos estuviéramos despidiendo, pero al menos yo, así lo sentía.

— Volverás, chiquita, volverás — Me gritó el viejo Pitt cuando salía del establecimiento. Le enseñe mi dedo de la mitad mientras abría la puerta.

Me choqué con un hombre, alto y de cabello rulado, con gafas de sol y una maleta. Me miró y susurro un <<Lo siento>> a la vez que se quitaba los lentes. Sus ojos eran oscuros, del color de su cabello, hechizantes, sostuvimos la mirada unos segundos, después él se dirigió a ocupar una mesa. Con un encogimiento de hombros salí del restaurante. Estaba guapo, definitivamente estaba guapo.