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Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
Bienvenida a la nueva lectoraa!!!
Estos días no he podido subir porque ¡me he quedado sin internet! Y me he tenido que conectar desde el portatil, pero en ese no tengo la nove... :evil:
Bueno, para recompensaros... os subo ahora!!!
Estos días no he podido subir porque ¡me he quedado sin internet! Y me he tenido que conectar desde el portatil, pero en ese no tengo la nove... :evil:
Bueno, para recompensaros... os subo ahora!!!
SandyJonas
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
Capítulo 16
En un pequeño callejón, en el interior de un sencillo garaje, está Sergio, el mecánico. Viste un mono azul oscuro con un rectángulo blanco, verde y rojo de Castrol en la espalda. No se sabe muy bien si ha sido esponsorizado por las carreras que hizo hace algunos años o por todo el aceite que cambia a las motos. El hecho es que, cada vez que le llevan una, sea cual sea el problema que tenga, después de haberla probado, acaba diciendo siempre lo mismo: «Le haremos unas cuantas reparaciones y luego le cambiaremos el aceite.»
Mariolino, su ayudante, es un chico con aire de ser poco despierto. Considera a Sergio un genio, un ídolo. Un dios del motor. Mariolino pone siempre el disco de Battisti cuando trabajan.
—Coño Seʹ, habla propio de ti, ¿eh?
Sergio sigue trabajando y luego se pasa una mano por el pelo dejándolo todavía más grasiento.
—Por supuesto, no creo que se refiera a ti. Tú con un destornillador en la mano haces solo desastres, milagros no, desde luego.
Una vieja Free azul empujada por un pardillo con gafas se detiene delante del garaje. Han llegado los dos. La Free tiene bloqueada la rueda posterior. El alelado se quita las gafas y se enjuga el sudor de la cara. Sergio se ocupa de la moto. Decidido y seguro le quita el cubrechasis. Parecería un cirujano si no fuera porque no lleva guantes y porque tiene las manos sucias de aceite. Un cirujano, además, no elegiría nunca un ayudante como Mariolino. El pardillo se queda delante de él. Observa inquieto a aquel lento mecánico seccionar su Free. Como el familiar de un paciente, preocupado no tanto por cuánto pueda ser de grave la enfermedad como, mucho más materialista, por cuánto pueda costar la operación entera.
—Hay que cambiar el variador, no es una broma.
La moto de Joe frena delante del garaje. Dando gas por última vez deja oír hasta qué punto aquella VF 750 no necesita mínimamente que la arreglen. Sergio se seca las manos con un trapo.
—Hola, Joe, ¿qué pasa? ¿Algún problema? —Joe sonríe. Da unas afectuosas palmadas sobre el depósito de su Honda.
—Esta moto desconoce esa palabra. Hemos venido a recoger el cacharro de Pollo. —Pollo se ha acercado mientras tanto a su moto. La vieja Kawa 550. El trágico «ataúd».
—Está arreglada. He tenido que cambiar los pistones, las bandas y todo el bloque del motor. Algunas piezas te las he puesto usadas. —Sergio enumera otros trabajos bastante caros—. Y, además, le hemos cambiado el aceite. —Pollo lo mira.
No conecta con él. Sergio ni tan siquiera prueba—. Pero esto no te lo añado a la cuenta. Es un regalo.
Hace un año, Sergio tuvo una violenta discusión con ellos que le enseñó el modo en que había que tratarlos.
Es primavera. Joe le trae su Honda recién comprada para hacerle la revisión.
—Habría que echar también un vistazo al cubremotor lateral que vibra…
Algunos días después, Joe vuelve al garaje de Sergio para recoger su moto.
Paga la cuenta sin discutir, incluido el cambio completo del aceite. Pero cuando prueba la moto, el cubremotor sigue vibrando. Joe vuelve al garaje con Pollo y se lo dice. Sergio le asegura que la ha arreglado.
—De todos modos, si quieres te la arreglo de nuevo, solo que tienes que pedir una nueva cita y, naturalmente, pagarme el trabajo.
Por si fuera poco, Sergio comete un enorme error. Acercándose a Joe, le da unas palmaditas en el hombro y, sobre todo, tiene una salida realmente desgraciada.
—A saber, además, cómo llevas la moto. Por eso has roto otra vez el
cubremotor.
Joe pierde los estribos. Su moto es, junto a Pollo, la única cosa que le importa realmente. Además, odia a aquellos que le tocan al hablar.
—Te equivocas. Es mucho más fácil romper las piezas laterales de una moto. Mira, eh…
Joe va al fondo de la fila de motos que hay delante del garaje. Da una patada violenta a la primera. Una Honda 1000, roja y pesada, cae sobre la que está a su lado, una 500 Custom perfectamente conservada. También esta se cae, sobre una Suzuki 750 y, más allá, sobre un SH 50 blanco y ligero. Motos caras y que están de moda, motos nuevas y modelos antiguos caen unas sobre otras con un ruido de chatarra increíble, acabando en el suelo arrastradas por aquella ola de destrucción, como un pequeño gran dominó, jugado a un alto precio. Sergio intenta detenerlas. En vano.
También la última Peugeot cae al suelo de lado destrozándose el costado. Sergio se queda horrorizado. Joe le sonríe.
—¿Has visto lo fácil que es? —Antes de que Sergio pueda decir algo, Joe prosigue—: Si no me arreglas enseguida la moto te incendio el garaje. —Apenas una hora después, el cubremotor está arreglado. Desde entonces, no ha vuelto a vibrar.
Joe, por descontado, no pagó nada.
El pardillo espera silencioso en un rincón, mirando preocupado su Free con el motor abierto. Joe entra a coger las llaves de la Kawa de Pollo.
—Está bien, muchacho. Déjamela. Veremos lo que puedo hacer. —Esta última frase aumenta un poco más la preocupación de aquel memo. Piensa justamente que su Free se encuentra ya en una fase terminal.
—¿Cuándo puedo pasar?
—Mañana mismo. —El joven gafotas se siente un poco aliviado al oír esas noticias. Sonríe y se aleja estúpidamente feliz. Sergio le entrega las llaves a Pollo. La Kawasaki vuelve a rugir de nuevo. El humo sale potente de los silenciadores. Las revoluciones suben veloces. Pollo da gas una o dos veces, luego sonríe feliz. Joe lo mira. Es como un niño. Pollo sonríe algo menos cuando Sergio le hace la cuenta. Pero se la esperaba. Ha gripado y cambiar los pistones y todo el resto no es en absoluto una broma. Pollo consigue pagar la cuenta por un pelo. Sergio se mete el dinero en el bolsillo. Naturalmente, no emite ninguna factura.
—Con cuidado, Pollo, ahora es como si estuviera en rodaje. Ve despacio. —
Pollo suelta el puño del gas.
—Coño, es verdad, no lo había pensado. Esta noche hay carrera y yo sigo de todos modos sin la moto. Todo este lío no ha servido para nada.
Pollo mira a Joe.
—Pero tú podrías…
Joe, pillando al vuelo a dónde quiere llegar, hace callar a su amigo.
—Alto. Frena. Mi moto no se toca. Te presto lo que quieras, pero la moto no.
Por una vez te puedes limitar a mirar, ¿eh?
—Sí, venga, ¿y yo qué hago?
—Me animas a mí, yo esta noche corro.
Sergio los mira con una cierta envidia.
—¿De verdad vais al invernadero?
—Ven, ¿no? Podemos quedar e ir juntos.
—No puedo. Por cierto, ¿Siga va todavía por allí?
—Claro, siempre está allí.
—Bueno, dadle recuerdos. Le he hecho ganar, ¿eh?
—Bueno, como quieras. Si cambias de idea ya sabes dónde estamos.
Pollo y Joe se despiden de él y, a continuación, meten la primera. Pollo da gas varias veces para calentar bien el motor. Acto seguido, al oír aquel bonito ruido profundo y seguro se dobla y acelera haciendo el caballito. Joe lo sigue, levanta la rueda delantera y acelerando se aleja con su amigo por la calle principal. Sergio vuelve a entrar en el garaje. Mira las viejas fotos que hay colgadas en la pared. Su moto, las carreras. Era invencible. Ahora son otros tiempos, han pasado muchos años, es tarde. Recuerda lo que le dijo una vez un amigo: «Crecer significa no volver a correr a doscientos.» Puede que sea verdad. Él ha crecido. Ahora tiene responsabilidades. Una familia y también un hijo. Sergio se acerca a la vieja radio sobre la mesa sucia de aceite. Mete de nuevo la cinta. Es la única que tiene. Hace años que escucha siempre las mismas canciones.
«Probablemente, mis padres no me deseaban a mí, sino a otro hijo», piensa Sergio.
Luego mira a Mariolino. Ahí está, inclinado sobre la motocicleta que se ha quedado abierta en medio del garaje. «No es solo cuestión de células», piensa Sergio.
Mariolino se vuelve hacia él.
—Ah, Seʹ, pero ¿qué tiene este Free?
—Ay Marioliʹ, ¿no ves que ese chico es bobo? Lo ha puesto sobre la bicicleta y se le ha atascado la rueda. La Free no tiene nada, mueve la palanca del variador y hazle un buen cambio de aceite, verás como luego arranca sin problemas.
Mariolino se inclina sobre la Free. Emplea algunos minutos antes de encontrar la palanca. Sergio sacude la cabeza. Es cierto, cuando se tiene un hijo, uno deja de ir a doscientos por hora. Cuando el hijo en cuestión es Mariolino uno ya no va a ninguna parte. Sergio coge la cazadora y se la pone sobre el mono. Decide arriesgarse y salir de todos modos.
—Vuelvo enseguida.
Mariolino lo mira preocupado.
—¿Adónde vas, papá?
—A comprar los grandes éxitos de Battisti. Han salido hoy. Ya es hora de que cambiemos de cinta.
En un pequeño callejón, en el interior de un sencillo garaje, está Sergio, el mecánico. Viste un mono azul oscuro con un rectángulo blanco, verde y rojo de Castrol en la espalda. No se sabe muy bien si ha sido esponsorizado por las carreras que hizo hace algunos años o por todo el aceite que cambia a las motos. El hecho es que, cada vez que le llevan una, sea cual sea el problema que tenga, después de haberla probado, acaba diciendo siempre lo mismo: «Le haremos unas cuantas reparaciones y luego le cambiaremos el aceite.»
Mariolino, su ayudante, es un chico con aire de ser poco despierto. Considera a Sergio un genio, un ídolo. Un dios del motor. Mariolino pone siempre el disco de Battisti cuando trabajan.
—Coño Seʹ, habla propio de ti, ¿eh?
Sergio sigue trabajando y luego se pasa una mano por el pelo dejándolo todavía más grasiento.
—Por supuesto, no creo que se refiera a ti. Tú con un destornillador en la mano haces solo desastres, milagros no, desde luego.
Una vieja Free azul empujada por un pardillo con gafas se detiene delante del garaje. Han llegado los dos. La Free tiene bloqueada la rueda posterior. El alelado se quita las gafas y se enjuga el sudor de la cara. Sergio se ocupa de la moto. Decidido y seguro le quita el cubrechasis. Parecería un cirujano si no fuera porque no lleva guantes y porque tiene las manos sucias de aceite. Un cirujano, además, no elegiría nunca un ayudante como Mariolino. El pardillo se queda delante de él. Observa inquieto a aquel lento mecánico seccionar su Free. Como el familiar de un paciente, preocupado no tanto por cuánto pueda ser de grave la enfermedad como, mucho más materialista, por cuánto pueda costar la operación entera.
—Hay que cambiar el variador, no es una broma.
La moto de Joe frena delante del garaje. Dando gas por última vez deja oír hasta qué punto aquella VF 750 no necesita mínimamente que la arreglen. Sergio se seca las manos con un trapo.
—Hola, Joe, ¿qué pasa? ¿Algún problema? —Joe sonríe. Da unas afectuosas palmadas sobre el depósito de su Honda.
—Esta moto desconoce esa palabra. Hemos venido a recoger el cacharro de Pollo. —Pollo se ha acercado mientras tanto a su moto. La vieja Kawa 550. El trágico «ataúd».
—Está arreglada. He tenido que cambiar los pistones, las bandas y todo el bloque del motor. Algunas piezas te las he puesto usadas. —Sergio enumera otros trabajos bastante caros—. Y, además, le hemos cambiado el aceite. —Pollo lo mira.
No conecta con él. Sergio ni tan siquiera prueba—. Pero esto no te lo añado a la cuenta. Es un regalo.
Hace un año, Sergio tuvo una violenta discusión con ellos que le enseñó el modo en que había que tratarlos.
Es primavera. Joe le trae su Honda recién comprada para hacerle la revisión.
—Habría que echar también un vistazo al cubremotor lateral que vibra…
Algunos días después, Joe vuelve al garaje de Sergio para recoger su moto.
Paga la cuenta sin discutir, incluido el cambio completo del aceite. Pero cuando prueba la moto, el cubremotor sigue vibrando. Joe vuelve al garaje con Pollo y se lo dice. Sergio le asegura que la ha arreglado.
—De todos modos, si quieres te la arreglo de nuevo, solo que tienes que pedir una nueva cita y, naturalmente, pagarme el trabajo.
Por si fuera poco, Sergio comete un enorme error. Acercándose a Joe, le da unas palmaditas en el hombro y, sobre todo, tiene una salida realmente desgraciada.
—A saber, además, cómo llevas la moto. Por eso has roto otra vez el
cubremotor.
Joe pierde los estribos. Su moto es, junto a Pollo, la única cosa que le importa realmente. Además, odia a aquellos que le tocan al hablar.
—Te equivocas. Es mucho más fácil romper las piezas laterales de una moto. Mira, eh…
Joe va al fondo de la fila de motos que hay delante del garaje. Da una patada violenta a la primera. Una Honda 1000, roja y pesada, cae sobre la que está a su lado, una 500 Custom perfectamente conservada. También esta se cae, sobre una Suzuki 750 y, más allá, sobre un SH 50 blanco y ligero. Motos caras y que están de moda, motos nuevas y modelos antiguos caen unas sobre otras con un ruido de chatarra increíble, acabando en el suelo arrastradas por aquella ola de destrucción, como un pequeño gran dominó, jugado a un alto precio. Sergio intenta detenerlas. En vano.
También la última Peugeot cae al suelo de lado destrozándose el costado. Sergio se queda horrorizado. Joe le sonríe.
—¿Has visto lo fácil que es? —Antes de que Sergio pueda decir algo, Joe prosigue—: Si no me arreglas enseguida la moto te incendio el garaje. —Apenas una hora después, el cubremotor está arreglado. Desde entonces, no ha vuelto a vibrar.
Joe, por descontado, no pagó nada.
El pardillo espera silencioso en un rincón, mirando preocupado su Free con el motor abierto. Joe entra a coger las llaves de la Kawa de Pollo.
—Está bien, muchacho. Déjamela. Veremos lo que puedo hacer. —Esta última frase aumenta un poco más la preocupación de aquel memo. Piensa justamente que su Free se encuentra ya en una fase terminal.
—¿Cuándo puedo pasar?
—Mañana mismo. —El joven gafotas se siente un poco aliviado al oír esas noticias. Sonríe y se aleja estúpidamente feliz. Sergio le entrega las llaves a Pollo. La Kawasaki vuelve a rugir de nuevo. El humo sale potente de los silenciadores. Las revoluciones suben veloces. Pollo da gas una o dos veces, luego sonríe feliz. Joe lo mira. Es como un niño. Pollo sonríe algo menos cuando Sergio le hace la cuenta. Pero se la esperaba. Ha gripado y cambiar los pistones y todo el resto no es en absoluto una broma. Pollo consigue pagar la cuenta por un pelo. Sergio se mete el dinero en el bolsillo. Naturalmente, no emite ninguna factura.
—Con cuidado, Pollo, ahora es como si estuviera en rodaje. Ve despacio. —
Pollo suelta el puño del gas.
—Coño, es verdad, no lo había pensado. Esta noche hay carrera y yo sigo de todos modos sin la moto. Todo este lío no ha servido para nada.
Pollo mira a Joe.
—Pero tú podrías…
Joe, pillando al vuelo a dónde quiere llegar, hace callar a su amigo.
—Alto. Frena. Mi moto no se toca. Te presto lo que quieras, pero la moto no.
Por una vez te puedes limitar a mirar, ¿eh?
—Sí, venga, ¿y yo qué hago?
—Me animas a mí, yo esta noche corro.
Sergio los mira con una cierta envidia.
—¿De verdad vais al invernadero?
—Ven, ¿no? Podemos quedar e ir juntos.
—No puedo. Por cierto, ¿Siga va todavía por allí?
—Claro, siempre está allí.
—Bueno, dadle recuerdos. Le he hecho ganar, ¿eh?
—Bueno, como quieras. Si cambias de idea ya sabes dónde estamos.
Pollo y Joe se despiden de él y, a continuación, meten la primera. Pollo da gas varias veces para calentar bien el motor. Acto seguido, al oír aquel bonito ruido profundo y seguro se dobla y acelera haciendo el caballito. Joe lo sigue, levanta la rueda delantera y acelerando se aleja con su amigo por la calle principal. Sergio vuelve a entrar en el garaje. Mira las viejas fotos que hay colgadas en la pared. Su moto, las carreras. Era invencible. Ahora son otros tiempos, han pasado muchos años, es tarde. Recuerda lo que le dijo una vez un amigo: «Crecer significa no volver a correr a doscientos.» Puede que sea verdad. Él ha crecido. Ahora tiene responsabilidades. Una familia y también un hijo. Sergio se acerca a la vieja radio sobre la mesa sucia de aceite. Mete de nuevo la cinta. Es la única que tiene. Hace años que escucha siempre las mismas canciones.
«Probablemente, mis padres no me deseaban a mí, sino a otro hijo», piensa Sergio.
Luego mira a Mariolino. Ahí está, inclinado sobre la motocicleta que se ha quedado abierta en medio del garaje. «No es solo cuestión de células», piensa Sergio.
Mariolino se vuelve hacia él.
—Ah, Seʹ, pero ¿qué tiene este Free?
—Ay Marioliʹ, ¿no ves que ese chico es bobo? Lo ha puesto sobre la bicicleta y se le ha atascado la rueda. La Free no tiene nada, mueve la palanca del variador y hazle un buen cambio de aceite, verás como luego arranca sin problemas.
Mariolino se inclina sobre la Free. Emplea algunos minutos antes de encontrar la palanca. Sergio sacude la cabeza. Es cierto, cuando se tiene un hijo, uno deja de ir a doscientos por hora. Cuando el hijo en cuestión es Mariolino uno ya no va a ninguna parte. Sergio coge la cazadora y se la pone sobre el mono. Decide arriesgarse y salir de todos modos.
—Vuelvo enseguida.
Mariolino lo mira preocupado.
—¿Adónde vas, papá?
—A comprar los grandes éxitos de Battisti. Han salido hoy. Ya es hora de que cambiemos de cinta.
SandyJonas
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
Capítulo 17
En la plaza Euclide, delante de la salida del Falconieri, hay algunos coches parados en doble fila. Tras ellos algunos conductores, llenos de obligaciones y sin hijos que van a aquel colegio, se pegan al claxon: el habitual y terrible concierto posmoderno.
Algunos muchachos con Peugeot y SH 50 se paran justo delante de la escalera.
También Raffaella llega en ese momento. Encuentra un pequeño hueco al otro lado de la calle, enfrente de la gasolinera que hay antes de la iglesia, y se mete en él con su
Peugeot 205 cuatro puertas. Palombi la reconoce. Recordando la noche anterior, decide que es mejor poner tierra por medio.
Se une al grupo de muchachos que hay a los pies de la escalera. Argumento del día: la fiesta de Roberta y los que se colaron en ella. Algún muchacho cuenta su propia versión de los hechos. Debe de ser cierta a juzgar por las marcas de los golpes que le asestaron. Al menos es verdad que ha ido y que ha recibido lo suyo, el resto puede que hasta se lo invente. Brandelli se acerca a ellos.
—Hola, Chicco, ¿cómo va?
—Bien —miente descaradamente. Su amigo, sin embargo, le cree. Chicco se ha convertido ya en todo un experto en cuestión de mentiras. Las ha probado de todos los tipos esa misma mañana, cuando su padre ha visto el estado en el que había quedado el BMW. Lástima que su padre no sea tan crédulo como su amigo. No se tragó en lo más mínimo la historia del robo. Cuando Chicco decidió contarle entonces la verdad, su padre se enfadó realmente. En efecto, pensándolo bien, toda aquella historia es absurda. Esos tipos son absurdos, pensó Chicco. Destruirme el coche de ese modo. Aunque mi padre no me crea, se lo demostraré. Encontraré a esos gamberros, descubriré sus nombres y los denunciaré. ¡Eso haré! ¡Bien! Antes o después los encuentro, seguro.
Chicco se queda paralizado. Sus deseos se han visto realizados en menos que canta un gallo. Pero él no parece muy feliz. Joe y Pollo aparecen a toda velocidad en la curva con las motos inclinadas y muy próximas. Reducen la marcha y adelantan a un coche. Luego se detienen a unos metros de Brandelli. Chicco, antes de que Joe lo reconozca, se da la vuelta. Sube a su Vespa, el único medio del que ahora dispone, y se aleja rápidamente. Joe se enciende uno de los cigarrillos que le han birlado a Martinelli y se dirige a Pollo.
—¿Estás seguro de que es aquí?
—Claro que sí. Lo he leído en su agenda. Ayer quedamos en ir a comer juntos.
—Menudo estás hecho. Pero si no tienes un euro. ¿Cómo te puedes permitir esas generosidades?
—Pero bueno, ¿qué quieres? Te he llevado hasta el desayuno. ¡Así que cierra la boca!
—Sí, por dos miserables sándwiches.
—Ah, ¿miserables? Dos sándwiches al día, suman un capital a final de mes. En cualquier caso, no te preocupes, se ha ofrecido ella, soy su invitado, no pago.
—Qué morro tienes, has encontrado incluso la rica que te ofrece. ¿Cómo es?
—Mona. Me parece que incluso simpática. Un poco extraña, tal vez.
—Algo extraño tiene que tener si decide ir a comer contigo e invitarte. ¡O es extraña o es un monstruo! —Joe suelta una carcajada.
Suena el timbre de la última hora. En lo alto de las escaleras aparecen unas muchachas. Todas visten más o menos de uniforme. Rubias, morenas, castañas. Bajan a saltos, deprisa, lentas o en grupo. Charlando. Alguna contenta porque la interrogación ha ido bien. Otra cabreada por la mala nota del ejercicio que han hecho en clase. Algunas miran esperanzadas al chico que acaban de conquistar o a aquel que las ha dejado confiando en hacer las paces. Otras, menos agraciadas, controlan si está ese tan guapo, ese que les gusta a todas ellas, las menos afortunadas. Ese que seguramente acabará saliendo con una de otra clase. Algunas chicas que han ido al colegio en motocicleta se encienden un cigarrillo. Daniela baja deprisa los últimos escalones y se dirige corriendo hacia Palombi. Raffaella ve a su hija y toca el claxon.
Le hace una señal para que suba de inmediato al coche. Daniela asiente pero antes se acerca a Palombi y lo saluda con un beso apresurado en la mejilla.
—Hola, ha venido mi madre, me tengo que ir. ¿Hablamos hoy por la tarde? Me tienes que llamar a casa porque el móvil allí no funciona…
—Vale. ¿Cómo va la mejilla?
—¡Mejor, mucho mejor! Me voy, no me gustaría tener una recaída.
Salen las otras clases. Al final les toca a las del último año.
_____ y Pallina aparecen en lo alto de las escaleras. Pollo le da una palmada a Joe.
—Mira, es esa. —Joe mira hacia arriba. Ve a algunas chicas más mayores que bajan las escaleras. Entre ellas reconoce a _____. Se vuelve hacia Pollo.
—¿Cuál es?
—Esa con el pelo claro y suelto, esa menuda. —Joe vuelve a mirar hacia arriba. Debe de ser la chica que está junto a _____.
No sabe por qué, pero se alegra de que no sea _____ la tipa extraña que lleva a comer a Pollo, invitándole, además.
—Mona, pero yo conozco a la que va a su lado.
—¿Ah, sí? ¿Y cómo?
—Me duché con ella ayer por la noche.
—Pero ¿qué coño dices…?
—Te lo juro. Pregúntaselo.
—¿Crees de verdad que se lo puedo preguntar? Qué hago, voy hasta ella y le digo: perdona, ¿ayer te duchaste con Joe? ¡Vamos!
—Entonces se lo digo yo.
Pallina está considerando con _____ los diversos modos de enseñarle la comunicación a Raffaella, cuando ve a Pollo.
—¡Oh, no!
_____ se vuelve hacia ella.
—¿Qué pasa?
—Ahí está el que ayer me robó la paga de la semana.
—¿Cuál es?
—El que está ahí abajo. —Pallina indica a Pollo. _____ mira en esa dirección.
Pollo está de pie y, a su lado, sentado en la moto, está Joe.
—¡Oh, no!
Pallina mira preocupada a su amiga.
—¿Qué pasa? ¿También a ti te ha robado dinero?
—No, su amigo, el que está a su lado, me metió bajo la ducha.
Pallina asiente, como si el hecho de que unos tipos les roben en el bolso y las metan bajo la ducha fuera la cosa más normal del mundo.
—¡Ah, entiendo, no me lo habías dicho!
—Esperaba olvidarlo. Vamos.
Bajan decididas los últimos escalones. Pollo se acerca a Pallina. _____ deja que se expliquen y se dirige a Joe.
—¿Qué haces aquí? ¿Se puede saber a qué has venido?
—¡Eh, calma! Antes que nada, este es un sitio público y, además, he venido a acompañar a Pollo que hoy sale a comer con esa.
—Da la casualidad de que «esa» es mi mejor amiga. Y que Pollo en cambio es un ladrón, dado que ayer le robó el dinero.
Joe la imita.
—Da la casualidad de que Pollo es mi mejor amigo y que no es un ladrón. Es ella la que lo ha invitado a comer y, entre otras cosas, paga tu amiga. Eh, pero ¿por qué eres tan ácida conmigo? ¿Qué pasa, estás enfadada porque no te invito a comer?
Te llevo si quieres. ¡Basta con que pagues tú!
—Lo que hay que oír…
—Entonces hacemos así: tú mañana traes dinero, reservas en un buen sitio y yo tal vez pase a recogerte… ¿De acuerdo?
—¡Figúrate si yo voy contigo!
—Bueno, ayer por la noche fuiste, y hasta me abrazabas.
—Cretino.
—Venga, monta que te acompaño.
—Imbécil.
—¿Es posible que solo sepas decir palabrotas? ¡Una buena chica como tú con el uniforme, que viene aquí al Falconieri toda modosita y luego va y se comporta así!
¡No está bien, no!
—Gilipollas.
Pollo se acerca justo a tiempo de oír ese último cumplido.
—Veo que os estáis haciendo amigos. Entonces, ¿venís a comer con nosotros?
_____ mira sorprendida a su amiga.
—¡Pallina, no me lo puedo creer! ¿Vas a comer con ese ladrón?
—Bueno, al menos recupero algo, ¡paga él!
Joe mira a Pollo.
—¡Qué canalla…! Me habías dicho que te invitaba ella.
Pollo sonríe a su amigo.
—Bueno, de hecho, así es. Ya sabes que yo no miento nunca. Ayer le robé su dinero y pago con eso. Así que, en un cierto sentido, paga ella. ¿Qué hacéis entonces, venís o no?
Joe, con aire insolente, mira a _____.
—Lo siento, tengo que ir a comer a casa de mi padre. Pero no desesperes.
¿Quedamos mañana?
_____ trata de controlarse.
—¡Nunca!
Pallina monta detrás de Pollo. _____ la mira amargada, se siente traicionada. Pallina intenta calmarla.
—¡Nos vemos más tarde, paso por tu casa!
_____ hace ademán de irse. Joe la detiene.
—Eh, espera. Si no me toman por mentiroso. Dilo, por favor. ¿Es verdad o no que ayer nos duchamos juntos?
_____ se libera.
—¡Vete a la mierda!
Joe le sonríe a Pollo.
—¡Es su modo de decir que sí!
Pollo sacude la cabeza y se marcha con Pallina. Joe se queda mirando a _____ mientras cruza la calle. Camina con paso resuelto. Un coche frena para no atropellarla. El conductor toca el claxon. _____, sin ni siquiera volverse, sube al coche.
—¡Hola, mamá!
_____ le da un beso a Raffaella.
—¿Ha ido bien en el colegio?
—Estupendamente —miente. Recibir un dos en latín y una comunicación en el cuaderno no es, lo que se dice, ir estupendamente.
—¿No viene Pallina?
—No, va por su cuenta. —_____ piensa en su amiga, que va a comer con aquel tipo, Pollo. Absurdo. Raffaella toca el claxon, exasperada.
—Pero bueno, ¿se puede saber qué hace Giovanna? Daniela, te dije que se lo dijeras.
—Aquí está, llega ahora.
Giovanna, una muchacha rubia algo lánguida, cruza lentamente la calle y sube al coche.
—Perdone, señora. —Raffaella no dice nada. Mete la primera y se pone en marcha. La violencia con la que arranca es de por sí bastante elocuente. Daniela mira por la ventanilla. Su amiga Giulia habla con Palombi delante del colegio. Daniela se enfada.
—¡No es posible! Cada vez que me gusta uno Giulia se tiene que poner a hablar con él y a comportarse como una idiota. Mira que es increíble. Parece que lo haga adrede. Antes odiaba a Palombi y ahora, se pone a hablar con él. Giulia ve pasar el Peugeot. Saluda a Daniela y le indica con un gesto que la llamará por la tarde. Daniela la mira con odio y no le responde. Luego se vuelve hacia su hermana.
—_____, ¿Joe ha venido a recogerte?
—No.
—¿Cómo que no? He visto que hablabais.
—Pasaba por casualidad.
—Bueno, podías haber vuelto con él. ¡Aquí está!
Justo en ese momento, Joe pasa a toda velocidad con su moto junto al Peugeot. Raffaella vira de golpe asustada. Inútilmente. Joe no la habría tocado jamás. Calcula siempre la distancia al milímetro.
La Honda 750 se dobla dos o tres veces rozando a los otros coches. Acto seguido, Joe, con las Ray‐Ban oscuras en los ojos, se vuelve ligeramente y sonríe.
Está seguro de que _____ lo mira. De hecho, no se equivoca. Joe reduce y sin detenerse en el semáforo rojo emboca la calle Siacci a toda velocidad. Un coche que viene por su derecha toca el claxon, cargado de razón. Un guardia no alcanza a ver bien la matrícula. La moto desaparece adelantando a otros coches. Raffaella se detiene en el semáforo y se vuelve hacia _____.
—Como se te ocurra subir detrás de ese tipo no sé lo que te hago. Es un cretino.
¿Has visto cómo conduce? Mira, _____, no bromeo, no quiero que vayas con él.
Puede que su madre tenga razón. Joe conduce como un loco. Y sin embargo, anoche, cuando iba detrás de él con los ojos cerrados, en silencio, no tuvo miedo. Al contrario, le gustó ir con él. _____ abre la bolsa de la compra y arranca un trozo de pizza blanca. No siempre se puede uno controlar. Luego, movida por un impulso de total transgresión, decide que aquel es el momento adecuado.
—Hoy me han puesto una buena nota, mamá.
En la plaza Euclide, delante de la salida del Falconieri, hay algunos coches parados en doble fila. Tras ellos algunos conductores, llenos de obligaciones y sin hijos que van a aquel colegio, se pegan al claxon: el habitual y terrible concierto posmoderno.
Algunos muchachos con Peugeot y SH 50 se paran justo delante de la escalera.
También Raffaella llega en ese momento. Encuentra un pequeño hueco al otro lado de la calle, enfrente de la gasolinera que hay antes de la iglesia, y se mete en él con su
Peugeot 205 cuatro puertas. Palombi la reconoce. Recordando la noche anterior, decide que es mejor poner tierra por medio.
Se une al grupo de muchachos que hay a los pies de la escalera. Argumento del día: la fiesta de Roberta y los que se colaron en ella. Algún muchacho cuenta su propia versión de los hechos. Debe de ser cierta a juzgar por las marcas de los golpes que le asestaron. Al menos es verdad que ha ido y que ha recibido lo suyo, el resto puede que hasta se lo invente. Brandelli se acerca a ellos.
—Hola, Chicco, ¿cómo va?
—Bien —miente descaradamente. Su amigo, sin embargo, le cree. Chicco se ha convertido ya en todo un experto en cuestión de mentiras. Las ha probado de todos los tipos esa misma mañana, cuando su padre ha visto el estado en el que había quedado el BMW. Lástima que su padre no sea tan crédulo como su amigo. No se tragó en lo más mínimo la historia del robo. Cuando Chicco decidió contarle entonces la verdad, su padre se enfadó realmente. En efecto, pensándolo bien, toda aquella historia es absurda. Esos tipos son absurdos, pensó Chicco. Destruirme el coche de ese modo. Aunque mi padre no me crea, se lo demostraré. Encontraré a esos gamberros, descubriré sus nombres y los denunciaré. ¡Eso haré! ¡Bien! Antes o después los encuentro, seguro.
Chicco se queda paralizado. Sus deseos se han visto realizados en menos que canta un gallo. Pero él no parece muy feliz. Joe y Pollo aparecen a toda velocidad en la curva con las motos inclinadas y muy próximas. Reducen la marcha y adelantan a un coche. Luego se detienen a unos metros de Brandelli. Chicco, antes de que Joe lo reconozca, se da la vuelta. Sube a su Vespa, el único medio del que ahora dispone, y se aleja rápidamente. Joe se enciende uno de los cigarrillos que le han birlado a Martinelli y se dirige a Pollo.
—¿Estás seguro de que es aquí?
—Claro que sí. Lo he leído en su agenda. Ayer quedamos en ir a comer juntos.
—Menudo estás hecho. Pero si no tienes un euro. ¿Cómo te puedes permitir esas generosidades?
—Pero bueno, ¿qué quieres? Te he llevado hasta el desayuno. ¡Así que cierra la boca!
—Sí, por dos miserables sándwiches.
—Ah, ¿miserables? Dos sándwiches al día, suman un capital a final de mes. En cualquier caso, no te preocupes, se ha ofrecido ella, soy su invitado, no pago.
—Qué morro tienes, has encontrado incluso la rica que te ofrece. ¿Cómo es?
—Mona. Me parece que incluso simpática. Un poco extraña, tal vez.
—Algo extraño tiene que tener si decide ir a comer contigo e invitarte. ¡O es extraña o es un monstruo! —Joe suelta una carcajada.
Suena el timbre de la última hora. En lo alto de las escaleras aparecen unas muchachas. Todas visten más o menos de uniforme. Rubias, morenas, castañas. Bajan a saltos, deprisa, lentas o en grupo. Charlando. Alguna contenta porque la interrogación ha ido bien. Otra cabreada por la mala nota del ejercicio que han hecho en clase. Algunas miran esperanzadas al chico que acaban de conquistar o a aquel que las ha dejado confiando en hacer las paces. Otras, menos agraciadas, controlan si está ese tan guapo, ese que les gusta a todas ellas, las menos afortunadas. Ese que seguramente acabará saliendo con una de otra clase. Algunas chicas que han ido al colegio en motocicleta se encienden un cigarrillo. Daniela baja deprisa los últimos escalones y se dirige corriendo hacia Palombi. Raffaella ve a su hija y toca el claxon.
Le hace una señal para que suba de inmediato al coche. Daniela asiente pero antes se acerca a Palombi y lo saluda con un beso apresurado en la mejilla.
—Hola, ha venido mi madre, me tengo que ir. ¿Hablamos hoy por la tarde? Me tienes que llamar a casa porque el móvil allí no funciona…
—Vale. ¿Cómo va la mejilla?
—¡Mejor, mucho mejor! Me voy, no me gustaría tener una recaída.
Salen las otras clases. Al final les toca a las del último año.
_____ y Pallina aparecen en lo alto de las escaleras. Pollo le da una palmada a Joe.
—Mira, es esa. —Joe mira hacia arriba. Ve a algunas chicas más mayores que bajan las escaleras. Entre ellas reconoce a _____. Se vuelve hacia Pollo.
—¿Cuál es?
—Esa con el pelo claro y suelto, esa menuda. —Joe vuelve a mirar hacia arriba. Debe de ser la chica que está junto a _____.
No sabe por qué, pero se alegra de que no sea _____ la tipa extraña que lleva a comer a Pollo, invitándole, además.
—Mona, pero yo conozco a la que va a su lado.
—¿Ah, sí? ¿Y cómo?
—Me duché con ella ayer por la noche.
—Pero ¿qué coño dices…?
—Te lo juro. Pregúntaselo.
—¿Crees de verdad que se lo puedo preguntar? Qué hago, voy hasta ella y le digo: perdona, ¿ayer te duchaste con Joe? ¡Vamos!
—Entonces se lo digo yo.
Pallina está considerando con _____ los diversos modos de enseñarle la comunicación a Raffaella, cuando ve a Pollo.
—¡Oh, no!
_____ se vuelve hacia ella.
—¿Qué pasa?
—Ahí está el que ayer me robó la paga de la semana.
—¿Cuál es?
—El que está ahí abajo. —Pallina indica a Pollo. _____ mira en esa dirección.
Pollo está de pie y, a su lado, sentado en la moto, está Joe.
—¡Oh, no!
Pallina mira preocupada a su amiga.
—¿Qué pasa? ¿También a ti te ha robado dinero?
—No, su amigo, el que está a su lado, me metió bajo la ducha.
Pallina asiente, como si el hecho de que unos tipos les roben en el bolso y las metan bajo la ducha fuera la cosa más normal del mundo.
—¡Ah, entiendo, no me lo habías dicho!
—Esperaba olvidarlo. Vamos.
Bajan decididas los últimos escalones. Pollo se acerca a Pallina. _____ deja que se expliquen y se dirige a Joe.
—¿Qué haces aquí? ¿Se puede saber a qué has venido?
—¡Eh, calma! Antes que nada, este es un sitio público y, además, he venido a acompañar a Pollo que hoy sale a comer con esa.
—Da la casualidad de que «esa» es mi mejor amiga. Y que Pollo en cambio es un ladrón, dado que ayer le robó el dinero.
Joe la imita.
—Da la casualidad de que Pollo es mi mejor amigo y que no es un ladrón. Es ella la que lo ha invitado a comer y, entre otras cosas, paga tu amiga. Eh, pero ¿por qué eres tan ácida conmigo? ¿Qué pasa, estás enfadada porque no te invito a comer?
Te llevo si quieres. ¡Basta con que pagues tú!
—Lo que hay que oír…
—Entonces hacemos así: tú mañana traes dinero, reservas en un buen sitio y yo tal vez pase a recogerte… ¿De acuerdo?
—¡Figúrate si yo voy contigo!
—Bueno, ayer por la noche fuiste, y hasta me abrazabas.
—Cretino.
—Venga, monta que te acompaño.
—Imbécil.
—¿Es posible que solo sepas decir palabrotas? ¡Una buena chica como tú con el uniforme, que viene aquí al Falconieri toda modosita y luego va y se comporta así!
¡No está bien, no!
—Gilipollas.
Pollo se acerca justo a tiempo de oír ese último cumplido.
—Veo que os estáis haciendo amigos. Entonces, ¿venís a comer con nosotros?
_____ mira sorprendida a su amiga.
—¡Pallina, no me lo puedo creer! ¿Vas a comer con ese ladrón?
—Bueno, al menos recupero algo, ¡paga él!
Joe mira a Pollo.
—¡Qué canalla…! Me habías dicho que te invitaba ella.
Pollo sonríe a su amigo.
—Bueno, de hecho, así es. Ya sabes que yo no miento nunca. Ayer le robé su dinero y pago con eso. Así que, en un cierto sentido, paga ella. ¿Qué hacéis entonces, venís o no?
Joe, con aire insolente, mira a _____.
—Lo siento, tengo que ir a comer a casa de mi padre. Pero no desesperes.
¿Quedamos mañana?
_____ trata de controlarse.
—¡Nunca!
Pallina monta detrás de Pollo. _____ la mira amargada, se siente traicionada. Pallina intenta calmarla.
—¡Nos vemos más tarde, paso por tu casa!
_____ hace ademán de irse. Joe la detiene.
—Eh, espera. Si no me toman por mentiroso. Dilo, por favor. ¿Es verdad o no que ayer nos duchamos juntos?
_____ se libera.
—¡Vete a la mierda!
Joe le sonríe a Pollo.
—¡Es su modo de decir que sí!
Pollo sacude la cabeza y se marcha con Pallina. Joe se queda mirando a _____ mientras cruza la calle. Camina con paso resuelto. Un coche frena para no atropellarla. El conductor toca el claxon. _____, sin ni siquiera volverse, sube al coche.
—¡Hola, mamá!
_____ le da un beso a Raffaella.
—¿Ha ido bien en el colegio?
—Estupendamente —miente. Recibir un dos en latín y una comunicación en el cuaderno no es, lo que se dice, ir estupendamente.
—¿No viene Pallina?
—No, va por su cuenta. —_____ piensa en su amiga, que va a comer con aquel tipo, Pollo. Absurdo. Raffaella toca el claxon, exasperada.
—Pero bueno, ¿se puede saber qué hace Giovanna? Daniela, te dije que se lo dijeras.
—Aquí está, llega ahora.
Giovanna, una muchacha rubia algo lánguida, cruza lentamente la calle y sube al coche.
—Perdone, señora. —Raffaella no dice nada. Mete la primera y se pone en marcha. La violencia con la que arranca es de por sí bastante elocuente. Daniela mira por la ventanilla. Su amiga Giulia habla con Palombi delante del colegio. Daniela se enfada.
—¡No es posible! Cada vez que me gusta uno Giulia se tiene que poner a hablar con él y a comportarse como una idiota. Mira que es increíble. Parece que lo haga adrede. Antes odiaba a Palombi y ahora, se pone a hablar con él. Giulia ve pasar el Peugeot. Saluda a Daniela y le indica con un gesto que la llamará por la tarde. Daniela la mira con odio y no le responde. Luego se vuelve hacia su hermana.
—_____, ¿Joe ha venido a recogerte?
—No.
—¿Cómo que no? He visto que hablabais.
—Pasaba por casualidad.
—Bueno, podías haber vuelto con él. ¡Aquí está!
Justo en ese momento, Joe pasa a toda velocidad con su moto junto al Peugeot. Raffaella vira de golpe asustada. Inútilmente. Joe no la habría tocado jamás. Calcula siempre la distancia al milímetro.
La Honda 750 se dobla dos o tres veces rozando a los otros coches. Acto seguido, Joe, con las Ray‐Ban oscuras en los ojos, se vuelve ligeramente y sonríe.
Está seguro de que _____ lo mira. De hecho, no se equivoca. Joe reduce y sin detenerse en el semáforo rojo emboca la calle Siacci a toda velocidad. Un coche que viene por su derecha toca el claxon, cargado de razón. Un guardia no alcanza a ver bien la matrícula. La moto desaparece adelantando a otros coches. Raffaella se detiene en el semáforo y se vuelve hacia _____.
—Como se te ocurra subir detrás de ese tipo no sé lo que te hago. Es un cretino.
¿Has visto cómo conduce? Mira, _____, no bromeo, no quiero que vayas con él.
Puede que su madre tenga razón. Joe conduce como un loco. Y sin embargo, anoche, cuando iba detrás de él con los ojos cerrados, en silencio, no tuvo miedo. Al contrario, le gustó ir con él. _____ abre la bolsa de la compra y arranca un trozo de pizza blanca. No siempre se puede uno controlar. Luego, movida por un impulso de total transgresión, decide que aquel es el momento adecuado.
—Hoy me han puesto una buena nota, mamá.
SandyJonas
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
Alee... os he dejado dos caps, y una larguitoo... :roll:
Comentad y subo maaas... !! ^^
Comentad y subo maaas... !! ^^
SandyJonas
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
acaso la rayis va a mentirle a su madre? O.o
seguilaaa! Quiero saber que pasará :P
Patu
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
siguela....
me enknto el cap...
la rayis le dira o no a su mama...
sigue..
me enknto el cap...
la rayis le dira o no a su mama...
sigue..
jamileth
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
Capítulo 18
Joe se sirve una cerveza y enciende la tele. Pone el canal diez. En MTV sale en ese momento el viejo vídeo de los Aerosmith: Love in an elevator. Una tía buenísima acoge en un ascensor a Steven Tyler. Tyler, con una cara diez veces mejor que la de Mick Jagger, sabe apreciar a la muchacha. Joe piensa en su padre sentado frente a él.
Quién sabe si él también la aprecia. Su padre coge el mando a distancia de la mesa y apaga la televisión. Su padre es como Kevin, no sabe disfrutar de las cosas buenas de la vida.
—Hace tres semanas que no nos vemos y te pones a mirar la tele. Hablemos, ¿no?
Joe bebe su cerveza.
—Está bien, hablemos. ¿De qué quieres hablar?
—Me gustaría saber qué has decidido hacer…
—No lo sé.
—¿Qué quiere decir no lo sé?
—Muy sencillo… Quiere decir que no lo sé.
La criada entra con el primer plato. Pone la pasta en el centro de la mesa. Joe mira la tele apagada. Quién sabe si Steven Tyler habrá hecho ya el salto mortal con el que finaliza la canción. Cincuenta y seis años y todavía está así. Un físico excepcional. Una fuerza de la naturaleza. Mira a su padre. Tiene dificultades incluso para ponerse los espaguetis en el plato. Joe se lo imagina algunos años antes haciendo un salto mortal. Imposible. Es más fácil que Kevin salga con su secretaria.
Su padre le pasa la pasta. Está aderezada con pan rallado y anchoas. Justo la que le gusta a él, la que le hacía siempre su madre. No tiene un nombre particular.
Son los espaguetis con el pan rallado y basta. Aunque tengan también las anchoas.
Joe se sirve. Recuerda las veces que la ha comido en aquella misma mesa, en aquella casa, con Kevin y su madre. Normalmente, servían un poco más de salsa en un platito de porcelana. Kevin y su padre no querían, le tocaba siempre a él. Su madre le ponía un poco sobre la pasta con una cucharita. Al final le sonreía y volcaba el platito echándosela toda. Era su pasta preferida. Quién sabe si su padre lo ha hecho adrede. Decide no hablar de ello. Ese día, el platito no está. Al igual que muchas otras cosas.
Su padre se limpia educadamente la boca con la servilleta.
—¿Has visto? He pedido que te preparen la pasta que te gusta. ¿Cómo está?
—Buena. Gracias, papá. Ha salido buenísima.
No está mal, en efecto.
—Lo único es que, quizá, debería tener un poco más de salsa. ¿Puedo beber otra cerveza?
Su padre llama a la criada.
—Sin ánimo de resultar aburrido pero ¿por qué no te matriculas en la universidad?
—No lo sé. Lo estoy pensando. Y, además, tendría que decidirme por una facultad.
—Podrías hacer derecho o economía, como tu hermano. Una vez licenciado te podría ayudar a encontrar un trabajo.
Joe se imagina vestido como su hermano, en su despacho, con todos aquellos expedientes. Con su secretaria. Esa última idea le gusta por un instante. Luego se lo piensa mejor. En el fondo, puede siempre invitarla a salir y seguir sin pegar ni chapa.
—No sé. No creo que sirva.
—Pero ¿por qué dices eso? En el colegio ibas bien. No deberías tener problemas.
En selectividad sacaste buena nota, no te fue tan mal.
Joe bebe la cerveza que acaba de llegar. Habría podido ir mejor si no se hubiera producido todo aquel lío. Después de aquella historia no volvió a abrir un libro. No había vuelto a estudiar.
—No es ese el problema, papá. No lo sé, ya te lo he dicho. A lo mejor después del verano. Ahora no tengo ningunas ganas de pensar en eso.
—Y qué es lo que tienes ganas de hacer ahora, ¿eh? Te dedicas a ir por ahí buscando gresca. Siempre estás en la calle y vuelves tarde a casa. Me lo ha dicho
Kevin.
—¡No sé qué te puede haber dicho Kevin, no se entera de nada!
—No, pero yo lo sé. Tal vez sería mejor que pasaras un año en el ejército, al menos te meterían un poco en vereda.
—Eso, solo me faltaba el ejército.
—Bueno, si lo único que he logrado al conseguir que no fueras es que te pases el día en la calle buscando pelea, entonces habría sido mejor que te marchases.
—Pero quién te ha dicho que busco pelea… ¡Estás obsesionado, papá!
—No, estoy asustado. ¿Recuerdas lo que dijo el abogado después del proceso?
Su hijo tiene que tener cuidado. A partir de este momento cualquier denuncia, cualquier cosa que suceda, causará automáticamente la decisión del juez.
—Claro que me acuerdo, me lo has repetido al menos veinte veces. Por cierto, ¿has visto al abogado?
—Lo vi la semana pasada. Pagué la última parte de sus honorarios.
Lo dice en tono grave, como para subrayar que han sido sin duda elevados. En eso es idéntico a Kevin. Se pasan la vida contando el dinero. Joe decide no hacerle caso.
—¿Todavía lleva esa corbata tremenda?
—No, ha conseguido ponerse otra aún más fea.
Su padre sonríe. Más vale hacerse el simpático. Con Joe no sirve de nada la línea dura.
—Venga, me parece imposible. Con todo el dinero que le hemos dado… —Joe se corrige—. Perdona, papá, que le has dado, podría, al menos, comprarse una corbata algo más bonita.
—Si es por eso, podría hacerse un nuevo guardarropa…
La criada se lleva los platos y vuelve con el segundo. Es un filete poco hecho.
Afortunadamente, no va unido a ningún recuerdo. Mira a su padre. Inclinado sobre el plato, corta la carne. Tranquilo. No como aquel día. Hace mucho tiempo, aquel terrible día.
La misma habitación. Su padre camina arriba y abajo, rápido, agitado.
—¡Cómo que porque sí! ¿Porque me apetecía? Pero entonces tú eres una bestia, un animal, uno que no razona. Mi hijo es un violento, un loco, un criminal. Has destrozado a ese muchacho. ¿Te das cuenta? Podías haberlo matado. ¿O es que ni siquiera te das cuenta de eso?
Joe está sentado con la mirada baja sin responderle. El abogado interviene.
—Señor Jonas, lo pasado, pasado está. Es inútil reñir al muchacho. Yo creo que algún motivo, aunque oculto, tiene que haber habido.
—Está bien, abogado. Entonces dígame usted: ¿qué debemos hacer?
—Para organizar la defensa, para poder responder en el tribunal, tendremos que descubrirlo.
Joe levanta la cabeza. Pero ¿qué dice? ¿Qué sabe él? El abogado mira comprensivo a Joe. Acto seguido se le acerca.
—Tiene que haber pasado algo, Joseph. Una vieja desavenencia. Una pelea. Una frase que haya dicho ese muchacho, algo que te pueda haber hecho… sí, en fin, que te haya sacado de tus casillas.
Joe mira al abogado. Lleva una corbata terrible a rombos grises sobre un fondo de lamé. Luego se vuelve hacia su madre. Está sentada en una silla en un rincón del salón. Tan elegante como siempre. Fuma tranquila un cigarrillo. Joe baja de nuevo la mirada. El abogado lo mira. Reflexiona por un momento en silencio. Luego se gira hacia la madre de Joe y le sonríe de modo diplomático.
—Señora, ¿sabe si su hijo ha tenido alguna vez algo que ver con ese muchacho? ¿Si han tenido alguna discusión?
—No, abogado, no creo. Ni siquiera sabía que se conocieran.
—Señora, Joseph tendrá que presentarse ante un tribunal. Lo han denunciado.
Habrá un juez, una sentencia. Con las lesiones que ha referido ese muchacho, serán severos. Si nosotros no podemos alegar nada… una prueba, algo, una mínima razón, su hijo tendrá problemas. Serios problemas.
Joe está con la cabeza gacha. Se mira las rodillas. Sus pantalones vaqueros.
Luego entorna los ojos. Dios mío, mamá, ¿por qué no hablas? ¿Por qué no me ayudas? Yo te quiero tanto. Te lo ruego, no me dejes. Al oír las palabras de su madre, el corazón le da un vuelco.
—Lo siento, abogado. No tengo nada que decirle. No sé nada. ¿Le parece que, si tuviera algo que decir, si pudiera ayudar a mi hijo, no lo haría? Y ahora discúlpenme, tengo que marcharme. —La madre de Joe se levanta. El abogado la mira salir de la habitación. A continuación se dirige a Joe por última vez.
—Joseph, ¿seguro que no tienes nada que decirnos?
Joe ni siquiera le contesta. Se levanta sin mirarlo y va hasta la ventana. Mira fuera. Aquel último piso justo frente al suyo. Piensa en su madre. Y en aquel momento la odia, tanto como antes la amaba. Luego cierra los ojos. Una lágrima desciende por su mejilla. No consigue detenerla y sufre como nunca, por su madre, por lo que no está haciendo, por lo que ha hecho.
—Joseph, ten, ¿quieres un café? —Joe deja de mirar por la ventana y se da la vuelta. De nuevo en la misma habitación. Ahora. Su padre está allí tranquilo, con la tacita en la mano.
—Gracias, papá. —Lo bebe veloz—. Ahora tengo que irme. Hablamos la semana que viene.
—Vale. ¿Pensarás en lo de la universidad?
Joe se pone la cazadora en el recibidor.
—Pensaré en ello.
—Llama de vez en cuando a tu madre. ¡Dice que hace mucho que no sabe nada de ti!
—Nunca tengo tiempo, papá.
—No hace falta mucho, solo una llamada.
—Está bien, la llamaré. —Joe sale deprisa. Su padre, a solas en el salón, se acerca a la ventana y mira a través de ella. En el último piso, en aquel ático frente al suyo, las ventanas están cerradas. Giovanni Ambrosini se ha cambiado de casa, así, de un día para otro, del mismo modo que cambió también la vida de ellos. ¿Cómo puede odiar a su hijo?
Joe se enciende en el ascensor uno de los últimos cigarrillos de Martinelli. Se mira al espejo. Ya ha pasado. Aquellas comidas lo destrozan. Llega a la planta baja.
Cuando las puertas de acero se abren, Joe está distraído y recibe un golpe.
La señora Mentarini, una vecina con unas mechas desastrosas en el pelo y la nariz aguileña, está delante de él.
—Hola, Joseph, ¿cómo estás? Hacía mucho que no te veía.
Por suerte, piensa Joe. Ver a menudo a un monstruo semejante debe de ser nocivo. Luego se acuerda de Steven Tyler y de la tía buena que entra en su ascensor.
A él, en cambio, le toca la señora Mentarini. Injusticias del mundo. Se aleja sin saludar. Tira el cigarrillo en el patio. Corre deprisa, da un salto y tirando las manos al suelo se lanza hacia delante. No se puede comparar. Él hace mucho mejor el salto mortal. Por otra parte, Tyler tiene cincuenta y cinco años y él solo diecinueve. A saber lo que hará dentro de treinta años. Algo, por descontado, no: no será un asesor fiscal.
Joe se sirve una cerveza y enciende la tele. Pone el canal diez. En MTV sale en ese momento el viejo vídeo de los Aerosmith: Love in an elevator. Una tía buenísima acoge en un ascensor a Steven Tyler. Tyler, con una cara diez veces mejor que la de Mick Jagger, sabe apreciar a la muchacha. Joe piensa en su padre sentado frente a él.
Quién sabe si él también la aprecia. Su padre coge el mando a distancia de la mesa y apaga la televisión. Su padre es como Kevin, no sabe disfrutar de las cosas buenas de la vida.
—Hace tres semanas que no nos vemos y te pones a mirar la tele. Hablemos, ¿no?
Joe bebe su cerveza.
—Está bien, hablemos. ¿De qué quieres hablar?
—Me gustaría saber qué has decidido hacer…
—No lo sé.
—¿Qué quiere decir no lo sé?
—Muy sencillo… Quiere decir que no lo sé.
La criada entra con el primer plato. Pone la pasta en el centro de la mesa. Joe mira la tele apagada. Quién sabe si Steven Tyler habrá hecho ya el salto mortal con el que finaliza la canción. Cincuenta y seis años y todavía está así. Un físico excepcional. Una fuerza de la naturaleza. Mira a su padre. Tiene dificultades incluso para ponerse los espaguetis en el plato. Joe se lo imagina algunos años antes haciendo un salto mortal. Imposible. Es más fácil que Kevin salga con su secretaria.
Su padre le pasa la pasta. Está aderezada con pan rallado y anchoas. Justo la que le gusta a él, la que le hacía siempre su madre. No tiene un nombre particular.
Son los espaguetis con el pan rallado y basta. Aunque tengan también las anchoas.
Joe se sirve. Recuerda las veces que la ha comido en aquella misma mesa, en aquella casa, con Kevin y su madre. Normalmente, servían un poco más de salsa en un platito de porcelana. Kevin y su padre no querían, le tocaba siempre a él. Su madre le ponía un poco sobre la pasta con una cucharita. Al final le sonreía y volcaba el platito echándosela toda. Era su pasta preferida. Quién sabe si su padre lo ha hecho adrede. Decide no hablar de ello. Ese día, el platito no está. Al igual que muchas otras cosas.
Su padre se limpia educadamente la boca con la servilleta.
—¿Has visto? He pedido que te preparen la pasta que te gusta. ¿Cómo está?
—Buena. Gracias, papá. Ha salido buenísima.
No está mal, en efecto.
—Lo único es que, quizá, debería tener un poco más de salsa. ¿Puedo beber otra cerveza?
Su padre llama a la criada.
—Sin ánimo de resultar aburrido pero ¿por qué no te matriculas en la universidad?
—No lo sé. Lo estoy pensando. Y, además, tendría que decidirme por una facultad.
—Podrías hacer derecho o economía, como tu hermano. Una vez licenciado te podría ayudar a encontrar un trabajo.
Joe se imagina vestido como su hermano, en su despacho, con todos aquellos expedientes. Con su secretaria. Esa última idea le gusta por un instante. Luego se lo piensa mejor. En el fondo, puede siempre invitarla a salir y seguir sin pegar ni chapa.
—No sé. No creo que sirva.
—Pero ¿por qué dices eso? En el colegio ibas bien. No deberías tener problemas.
En selectividad sacaste buena nota, no te fue tan mal.
Joe bebe la cerveza que acaba de llegar. Habría podido ir mejor si no se hubiera producido todo aquel lío. Después de aquella historia no volvió a abrir un libro. No había vuelto a estudiar.
—No es ese el problema, papá. No lo sé, ya te lo he dicho. A lo mejor después del verano. Ahora no tengo ningunas ganas de pensar en eso.
—Y qué es lo que tienes ganas de hacer ahora, ¿eh? Te dedicas a ir por ahí buscando gresca. Siempre estás en la calle y vuelves tarde a casa. Me lo ha dicho
Kevin.
—¡No sé qué te puede haber dicho Kevin, no se entera de nada!
—No, pero yo lo sé. Tal vez sería mejor que pasaras un año en el ejército, al menos te meterían un poco en vereda.
—Eso, solo me faltaba el ejército.
—Bueno, si lo único que he logrado al conseguir que no fueras es que te pases el día en la calle buscando pelea, entonces habría sido mejor que te marchases.
—Pero quién te ha dicho que busco pelea… ¡Estás obsesionado, papá!
—No, estoy asustado. ¿Recuerdas lo que dijo el abogado después del proceso?
Su hijo tiene que tener cuidado. A partir de este momento cualquier denuncia, cualquier cosa que suceda, causará automáticamente la decisión del juez.
—Claro que me acuerdo, me lo has repetido al menos veinte veces. Por cierto, ¿has visto al abogado?
—Lo vi la semana pasada. Pagué la última parte de sus honorarios.
Lo dice en tono grave, como para subrayar que han sido sin duda elevados. En eso es idéntico a Kevin. Se pasan la vida contando el dinero. Joe decide no hacerle caso.
—¿Todavía lleva esa corbata tremenda?
—No, ha conseguido ponerse otra aún más fea.
Su padre sonríe. Más vale hacerse el simpático. Con Joe no sirve de nada la línea dura.
—Venga, me parece imposible. Con todo el dinero que le hemos dado… —Joe se corrige—. Perdona, papá, que le has dado, podría, al menos, comprarse una corbata algo más bonita.
—Si es por eso, podría hacerse un nuevo guardarropa…
La criada se lleva los platos y vuelve con el segundo. Es un filete poco hecho.
Afortunadamente, no va unido a ningún recuerdo. Mira a su padre. Inclinado sobre el plato, corta la carne. Tranquilo. No como aquel día. Hace mucho tiempo, aquel terrible día.
La misma habitación. Su padre camina arriba y abajo, rápido, agitado.
—¡Cómo que porque sí! ¿Porque me apetecía? Pero entonces tú eres una bestia, un animal, uno que no razona. Mi hijo es un violento, un loco, un criminal. Has destrozado a ese muchacho. ¿Te das cuenta? Podías haberlo matado. ¿O es que ni siquiera te das cuenta de eso?
Joe está sentado con la mirada baja sin responderle. El abogado interviene.
—Señor Jonas, lo pasado, pasado está. Es inútil reñir al muchacho. Yo creo que algún motivo, aunque oculto, tiene que haber habido.
—Está bien, abogado. Entonces dígame usted: ¿qué debemos hacer?
—Para organizar la defensa, para poder responder en el tribunal, tendremos que descubrirlo.
Joe levanta la cabeza. Pero ¿qué dice? ¿Qué sabe él? El abogado mira comprensivo a Joe. Acto seguido se le acerca.
—Tiene que haber pasado algo, Joseph. Una vieja desavenencia. Una pelea. Una frase que haya dicho ese muchacho, algo que te pueda haber hecho… sí, en fin, que te haya sacado de tus casillas.
Joe mira al abogado. Lleva una corbata terrible a rombos grises sobre un fondo de lamé. Luego se vuelve hacia su madre. Está sentada en una silla en un rincón del salón. Tan elegante como siempre. Fuma tranquila un cigarrillo. Joe baja de nuevo la mirada. El abogado lo mira. Reflexiona por un momento en silencio. Luego se gira hacia la madre de Joe y le sonríe de modo diplomático.
—Señora, ¿sabe si su hijo ha tenido alguna vez algo que ver con ese muchacho? ¿Si han tenido alguna discusión?
—No, abogado, no creo. Ni siquiera sabía que se conocieran.
—Señora, Joseph tendrá que presentarse ante un tribunal. Lo han denunciado.
Habrá un juez, una sentencia. Con las lesiones que ha referido ese muchacho, serán severos. Si nosotros no podemos alegar nada… una prueba, algo, una mínima razón, su hijo tendrá problemas. Serios problemas.
Joe está con la cabeza gacha. Se mira las rodillas. Sus pantalones vaqueros.
Luego entorna los ojos. Dios mío, mamá, ¿por qué no hablas? ¿Por qué no me ayudas? Yo te quiero tanto. Te lo ruego, no me dejes. Al oír las palabras de su madre, el corazón le da un vuelco.
—Lo siento, abogado. No tengo nada que decirle. No sé nada. ¿Le parece que, si tuviera algo que decir, si pudiera ayudar a mi hijo, no lo haría? Y ahora discúlpenme, tengo que marcharme. —La madre de Joe se levanta. El abogado la mira salir de la habitación. A continuación se dirige a Joe por última vez.
—Joseph, ¿seguro que no tienes nada que decirnos?
Joe ni siquiera le contesta. Se levanta sin mirarlo y va hasta la ventana. Mira fuera. Aquel último piso justo frente al suyo. Piensa en su madre. Y en aquel momento la odia, tanto como antes la amaba. Luego cierra los ojos. Una lágrima desciende por su mejilla. No consigue detenerla y sufre como nunca, por su madre, por lo que no está haciendo, por lo que ha hecho.
—Joseph, ten, ¿quieres un café? —Joe deja de mirar por la ventana y se da la vuelta. De nuevo en la misma habitación. Ahora. Su padre está allí tranquilo, con la tacita en la mano.
—Gracias, papá. —Lo bebe veloz—. Ahora tengo que irme. Hablamos la semana que viene.
—Vale. ¿Pensarás en lo de la universidad?
Joe se pone la cazadora en el recibidor.
—Pensaré en ello.
—Llama de vez en cuando a tu madre. ¡Dice que hace mucho que no sabe nada de ti!
—Nunca tengo tiempo, papá.
—No hace falta mucho, solo una llamada.
—Está bien, la llamaré. —Joe sale deprisa. Su padre, a solas en el salón, se acerca a la ventana y mira a través de ella. En el último piso, en aquel ático frente al suyo, las ventanas están cerradas. Giovanni Ambrosini se ha cambiado de casa, así, de un día para otro, del mismo modo que cambió también la vida de ellos. ¿Cómo puede odiar a su hijo?
Joe se enciende en el ascensor uno de los últimos cigarrillos de Martinelli. Se mira al espejo. Ya ha pasado. Aquellas comidas lo destrozan. Llega a la planta baja.
Cuando las puertas de acero se abren, Joe está distraído y recibe un golpe.
La señora Mentarini, una vecina con unas mechas desastrosas en el pelo y la nariz aguileña, está delante de él.
—Hola, Joseph, ¿cómo estás? Hacía mucho que no te veía.
Por suerte, piensa Joe. Ver a menudo a un monstruo semejante debe de ser nocivo. Luego se acuerda de Steven Tyler y de la tía buena que entra en su ascensor.
A él, en cambio, le toca la señora Mentarini. Injusticias del mundo. Se aleja sin saludar. Tira el cigarrillo en el patio. Corre deprisa, da un salto y tirando las manos al suelo se lanza hacia delante. No se puede comparar. Él hace mucho mejor el salto mortal. Por otra parte, Tyler tiene cincuenta y cinco años y él solo diecinueve. A saber lo que hará dentro de treinta años. Algo, por descontado, no: no será un asesor fiscal.
SandyJonas
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
Sorry, ya sé que tardé mucho, pero es que mis profesores no entienden que tenemos más vida a parte de estudiar... :x
SandyJonas
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
Capítulo 19
Pallina, con un chándal Adidas afelpado y azul del mismo color del elástico que le sujeta el mechón de pelo, corre casi rebotando en sus Nike claras.
—Entonces, ¿no me preguntas cómo fue?
_____, con un chándal oscuro de cintura baja con la inscripción Danza y con una banda rosa en el pelo, mira a su amiga.
—¿Cómo fue?
—No, si me lo preguntas así no te lo cuento.
—Entonces no me lo cuentes.
Siguen corriendo en silencio, manteniendo el ritmo. Pallina no consigue aguantarse.
—Está bien, ya que te interesa tanto, te lo digo de todos modos. Me divertí como una loca. No sabes adónde me llevó.
—No, no lo sé.
—¡Venga, no seas antipática!
—No comparto ciertas amistades, eso es todo.
—Eh, pero si he salido con él solo una vez, ¿qué pasa?
—Puede, ¡basta con que sea la última!
Pallina permanece por un momento en silencio. Un chico con un chándal impecable las adelanta. Se las queda mirando. A continuación, a pesar de que está exhausto, controla un cronómetro que tiene en la mano y para darse aires acelera el paso, desapareciendo por un sendero.
—Bueno, en fin, me llevó a comer a un sitio chulísimo. Está cerca de la calle
Cola di Rienzo, creo que es la calle Crescenzio, una bocacalle de esas. Se llama La
Pirámide.
_____ no parece particularmente interesada.
Pallina sigue contando, algo jadeante.
—Lo más divertido es esto: en cada mesa hay un teléfono.
—Hasta ahora no me parece demasiado interesante.
—¡Vamos, qué plasta que eres! Los teléfonos tienen un número que va, haz la cuenta, del 0 al 20.
—¿Y tú cómo lo sabes?
—Está escrito en el menú.
—¡Ah, porque se come también! ¡Pensaba que te había llevado a Telefónica!
—Oye, si quieres que te lo cuente cierra ese pico de amargada.
—¿Qué? —_____ la mira fingiendo estupor—. ¿Amargada yo? Pero ¡si soy la más cortejada del Falconieri! ¿Has visto cómo me miraba el que acaba de pasar? ¿Qué crees, que se le iban los ojos detrás de ti?
—¡Claro!
—Pero si es imposible que ni siquiera se haya dado cuenta de que éramos dos…
—Aquí lo único imposible es que yo siga corriendo de esta manera. ¿No podríamos sentarnos en ese banco y charlar normalmente?
—Ni hablar. Yo corro. Tengo que perder al menos dos kilos. Si quieres venir conmigo, bien, si no, enciendo el Sony. Por cierto, llevo dentro el último CD de U2.
—¿Sony? ¿Desde cuándo lo tienes?
—¡Desde ayer!
_____ se levanta la sudadera enseñándole el walkman MP3 de Sony, sujeto a la cintura. Pallina no da crédito a sus ojos.
—¡Caramba! Con CD y radio. ¿Dónde lo has comprado? Aquí no se encuentra.
—Me lo ha traído mi tía que ayer volvió de Bangkok.
—Estupendo.
—Como ves, he pensado en ti.
_____ le enseña a Pallina dos auriculares.
—Si hubieses pensado en mí de verdad le tenías que haber dicho que trajera dos.
—¡Hablas siempre por hablar! Yo le pedí dos. Pero mi tía se quedó sin dinero y trajo uno solo. ¡Qué más te da! Este tiene dos auriculares y nosotras corremos siempre juntas.
Pallina le sonríe a su amiga.
—Tienes razón.
_____ la mira seria.
—¡Lo sé! Pero bueno, ¿acabas o no esa historia del teléfono que se come?
_____ y Pallina se miran y después se echan a reír. Dos chicos se cruzan con ellas.
Al verlas tan alegres las saludan esperanzados. Su osadía no se ve recompensada.
Pallina retoma su relato.
—Entonces, cada teléfono corresponde a un número, pero ninguno sabe a cuál.
De modo que tú marcas un número del 0 al 20 y te contesta otra mesa que tú no sabes cuál es. Por ejemplo, marcas el 18 y te contesta uno que tal vez está en la otra sala.
Puedes hablar, contar chistes, describirte inventándote que eres mucho más guapa de lo que realmente eres o, en mi caso, mucho menos. Claro, ¿no?
_____ mira a su amiga enarcando las cejas.
Pallina finge no hacerle caso.
—Si estás sola o con algunas amigas puedes quedar, hacer estupideces.
¿Entiendes? Divertido, ¿no?
_____ sonríe.
—Sí, me parece muy divertido. Realmente simpático. —Pallina cambia de expresión.
—No cuando el que te llama es un maleducado…
—¿Por qué, qué te pasó?
—Bueno, llegado un momento, nos trajeron la pasta. Los dos habíamos pedido macarrones a la arrabiata. No sabes lo fuertes que estaban, picaban… Quemaban, además. Yo soplaba para que se enfriaran y mientras tanto charlaba con Pollo.
Entonces va y suena el teléfono. Pollo hace ademán de contestar pero yo soy mucho más rápida que él, cojo el auricular y digo: «Aquí la secretaria del doctor Pollo.»
Siempre muy simpática, yo. —Pallina hace un mohín. _____ sonríe. La historia empieza a interesarle.
—¿Y bien? ¡Continúa!
—En fin, no sabes lo que me dijo el chulo que había al otro lado del teléfono.
—¿Qué te dijo?
—Me dijo: «¿Así que eres la secretaria del doctor Pollo? Pues muy bien, en ese caso procuraré que lo sientas bien alto en el cuello.»
—Delicado, muy inglés.
—Sí, muy grosero. Entonces yo le tiré el teléfono a la cara y lo más probable es que me pusiera roja como un tomate. Entonces Pollo me preguntó qué era lo que me habían dicho por teléfono, pero yo no le contesté. Me molestaba. Me daba vergüenza.
Entonces, ¿sabes lo que hizo él? Me cogió por el brazo y me hizo dar la vuelta al
local. Pensaba que aquel garrulo, al verme, reaccionaría en algún modo…
—Sí, vale, pero ¿ese cómo sabía que eras tú la chica que había contestado al teléfono?
—Lo sabía, lo sabía…
—¿Y por qué lo sabía?
—Porque yo era la única chica del restaurante.
_____ sacude la cabeza.
—Bonito sitio para ir a comer. La única chica con todos esos maníacos que te llaman para decirte guarradas… Bueno, ¿cómo sigue?
—Sigue que uno, al verme, soltó una carcajada. ¡Pollo lo cogió, le metió la cara en el plato y le tiró la cerveza por la cabeza!
—¡Le está bien empleado, así aprenderá a no decir ciertas cosas!
—Bueno, puede que no haya entendido demasiado bien la lección.
—¿Por qué?
—Porque cuando Pollo fue a pagar…
—Ah, sí… con tu dinero…
—Uf… Bueno, pues va y se me acerca un tipo bajo y me dice: «Pero bueno, ¿qué haces?, ¿te marchas ya?, espero que no te hayas enfadado. Solo estaba bromeando, ¿eh?» El chulo era ese. ¿Entiendes?, el pobre de antes no tenía nada que ver…
—¿Se lo dijiste a Pollo?
—¿Bromeas? ¿Para que le pegara también?
—¡No, que se había equivocado! Esos se comportan como si fueran jueces.
Castigan, pegan y, por si fuera poco, cometen también errores. Lo más trágico es que hasta puede que te hayas divertido.
_____ está ahoraverdaderamente seria. Pallina lo advierte. Por unos momentos, corren en silencio, recuperando el aliento. Luego Pallina habla de nuevo. Esta vez, ella también se ha puesto seria.
—No sé si me divertí. Solo sé que sentí algo nuevo, algo que no había experimentado antes. Me sentía tranquila y segura. Sí, Pollo fue allí, pegó a quien no debía, pero me defendió, entiendes. Me protegió.
—¿Ah, sí? Bueno, es muy bonito. Pero dime una cosa… ¿quién te protege a ti de él?
—Qué pesada eres… me proteges tú, ¿no?
—Olvídalo. Yo a ese y a su amigo no los quiero ver ni en pintura.
—Entonces me temo que tampoco nos veremos nosotras.
—¿Por qué?
—Porque estoy saliendo con él.
_____ se para en seco.
—¡No, no me puedes hacer esto! —Pallina continúa corriendo. Sin girarse, hace una señal a su amiga para que la siga.
—Venga, venga, vamos, corre, no hagas eso. Sé que eres feliz. Bien, bien adentro, pero eres feliz.
_____ empieza a correr de nuevo. Alarga un poco el paso, alcanzándola.
—Pallina, te lo ruego, dime que estás bromeando.
—Nada de eso, y me gusta un montón.
—Pero ¿cómo puede gustarte un montón?
—No lo sé, me gusta y basta.
—Pero te ha robado dinero.
—Me lo ha devuelto, me invitó a comer.
—Y eso qué quiere decir, ¡es como si hubieras pagado tú!
—Mejor, así resulta que me he puesto a salir con él porque quería y no porque debía hacerlo. Normalmente, cuando sales con un chico y te ofrece pizza y todo lo demás, luego casi te sientes en la obligación de besarlo. ¡Esto, en cambio, ha sido una elección libre!
_____ permanece en silencio por un momento, luego recuerda algo.
—¿Se lo has dicho a Dema?
—¡Claro que no!
—¡Se lo tendrás que decir!
—Tendrás, tendrás. Se lo diré cuando quiera…
—No, díselo enseguida. Si se entera por otro le sentará mal. Está enamorado de ti.
—Eres tú la que estás obsesionada con esa historia. No es en absoluto cierta.
—Es la pura verdad y lo sabes. Así que, cuando vuelvas a casa, le llamas por teléfono y se lo dices.
—Si me apetece lo llamo, si no, no.
—¿Sabes lo que te digo? Que me alegro que mi tía me haya traído solo un Sony, no te lo mereces. —_____ corre más deprisa. Pallina aprieta los dientes y no da su brazo a torcer.
—Si tanto lo quiero, el Sony me lo regala Pollo.
—Ah, claro, robándomelo a mí.
Pallina se echa a reír. _____ sigue todavía de morros durante un buen rato.
Pallina, al final, le da un ligero empujón.
—Venga, no riñamos. Sé que eres una amiga. Hoy te has sacrificado incluso para salvarme de la interrogación. ¿Cómo se ha tomado tu madre la historia de la comunicación de la Giacci?
—Mejor de como yo me he tomado la de Pollo.
—¿Lo ves tan trágico?
—Dramático.
—Oye, tú no lo conoces bien. Es alguien lleno de problemas. No tiene dinero, su padre lo trata mal. Y, además, es muy simpático, conmigo es muy cariñoso, en serio.
—¿No te importa que no lo sea con los demás?
—Tal vez mejore.
_____ piensa que es todo inútil. Cuando a Pallina se le mete una cosa en la cabeza, no hay modo de quitársela.
—Está bien, basta. Ya veremos.
—Oh, así me gustas más. —Pallina sonríe—. Te prometo que cuando llegue a casa llamo a Dema.
Bueno, _____ al menos ha conseguido una cosa.
_____ y Pallina siguen corriendo, en silencio, para recuperar un poco el aliento.
Llegan hasta la explanada equipada para hacer gimnasia. Algunos niños se tiran por los toboganes, chillando. Madres preocupadas los siguen de cerca listas para socorrerlos en aquellos saltos de kamikaze. Un guaperas alto y rubio y una chica un poco más baja tratan de hacer algunos ejercicios en las barras. _____ y Pallina pasan junto a ellos corriendo. El chico, al verlas, deja por un momento los ejercicios.
—¡_____!
_____ se para. Es Marco. Hacía más de ocho meses que no se habían vuelto a ver.
También Pallina deja de correr. _____ se ruboriza. Se siente violenta. Pero, extrañamente, el corazón no le late veloz como de costumbre. Marco le da un beso en la mejilla.
—¿Cómo estás?
_____ ha recuperado el control.
—Bien, ¿y tú?
—Muy bien. Te presento a Giorgia.
Marco le indica a la chica. _____ le da la mano y curiosamente no se olvida acto seguido de su nombre como suele pasar cuando nos presentan a alguien. También Pallina la saluda, aunque se ve a las claras que querría evitar aquel encuentro. Marco empieza a hablar. Lo de siempre. Frases ya oídas. Te he llamado. No me llamas nunca. He visto a una amiga tuya o a un amigo. ¿Qué haces? Ah, claro, tienes la selectividad. No nos defraudes, por favor. Un intento de mostrarse simpático. _____ casi no lo escucha. Recuerda todos los momentos pasados con él, el amor que ha sentido, la desilusión, las lágrimas. Qué sufrimiento. Por uno así, además. Lo mira mejor. Ha engordado. Tiene el pelo sucio. Hasta le parece más escaso. Y qué mirada inexpresiva. Carente de vida. ¿Cómo podía gustarle tanto? Una ojeada a la chica. Ni siquiera merece que se la tenga en cuenta. Terrible, la indiferencia. Se despiden así.
Después de hablar durante cinco minutos sin haberse dicho nada. Aquel mágico puente ha dejado de existir. _____ se pone de nuevo a correr. Se pregunta adónde habrá ido a parar su amor por él. ¿Cómo es posible que ya no lo pueda sentir? Y, sin embargo, parecía inmenso. Se pone los auriculares del Sony. U2 acomete su último éxito. _____ alza el volumen. Mira a Pallina. Su amiga le sonríe con afecto. Su mechón baila en el viento. Le pasa los otros auriculares. Se los merece. Porque, aunque _____ no lo sepa, fue ella la que la salvó.
Pallina, con un chándal Adidas afelpado y azul del mismo color del elástico que le sujeta el mechón de pelo, corre casi rebotando en sus Nike claras.
—Entonces, ¿no me preguntas cómo fue?
_____, con un chándal oscuro de cintura baja con la inscripción Danza y con una banda rosa en el pelo, mira a su amiga.
—¿Cómo fue?
—No, si me lo preguntas así no te lo cuento.
—Entonces no me lo cuentes.
Siguen corriendo en silencio, manteniendo el ritmo. Pallina no consigue aguantarse.
—Está bien, ya que te interesa tanto, te lo digo de todos modos. Me divertí como una loca. No sabes adónde me llevó.
—No, no lo sé.
—¡Venga, no seas antipática!
—No comparto ciertas amistades, eso es todo.
—Eh, pero si he salido con él solo una vez, ¿qué pasa?
—Puede, ¡basta con que sea la última!
Pallina permanece por un momento en silencio. Un chico con un chándal impecable las adelanta. Se las queda mirando. A continuación, a pesar de que está exhausto, controla un cronómetro que tiene en la mano y para darse aires acelera el paso, desapareciendo por un sendero.
—Bueno, en fin, me llevó a comer a un sitio chulísimo. Está cerca de la calle
Cola di Rienzo, creo que es la calle Crescenzio, una bocacalle de esas. Se llama La
Pirámide.
_____ no parece particularmente interesada.
Pallina sigue contando, algo jadeante.
—Lo más divertido es esto: en cada mesa hay un teléfono.
—Hasta ahora no me parece demasiado interesante.
—¡Vamos, qué plasta que eres! Los teléfonos tienen un número que va, haz la cuenta, del 0 al 20.
—¿Y tú cómo lo sabes?
—Está escrito en el menú.
—¡Ah, porque se come también! ¡Pensaba que te había llevado a Telefónica!
—Oye, si quieres que te lo cuente cierra ese pico de amargada.
—¿Qué? —_____ la mira fingiendo estupor—. ¿Amargada yo? Pero ¡si soy la más cortejada del Falconieri! ¿Has visto cómo me miraba el que acaba de pasar? ¿Qué crees, que se le iban los ojos detrás de ti?
—¡Claro!
—Pero si es imposible que ni siquiera se haya dado cuenta de que éramos dos…
—Aquí lo único imposible es que yo siga corriendo de esta manera. ¿No podríamos sentarnos en ese banco y charlar normalmente?
—Ni hablar. Yo corro. Tengo que perder al menos dos kilos. Si quieres venir conmigo, bien, si no, enciendo el Sony. Por cierto, llevo dentro el último CD de U2.
—¿Sony? ¿Desde cuándo lo tienes?
—¡Desde ayer!
_____ se levanta la sudadera enseñándole el walkman MP3 de Sony, sujeto a la cintura. Pallina no da crédito a sus ojos.
—¡Caramba! Con CD y radio. ¿Dónde lo has comprado? Aquí no se encuentra.
—Me lo ha traído mi tía que ayer volvió de Bangkok.
—Estupendo.
—Como ves, he pensado en ti.
_____ le enseña a Pallina dos auriculares.
—Si hubieses pensado en mí de verdad le tenías que haber dicho que trajera dos.
—¡Hablas siempre por hablar! Yo le pedí dos. Pero mi tía se quedó sin dinero y trajo uno solo. ¡Qué más te da! Este tiene dos auriculares y nosotras corremos siempre juntas.
Pallina le sonríe a su amiga.
—Tienes razón.
_____ la mira seria.
—¡Lo sé! Pero bueno, ¿acabas o no esa historia del teléfono que se come?
_____ y Pallina se miran y después se echan a reír. Dos chicos se cruzan con ellas.
Al verlas tan alegres las saludan esperanzados. Su osadía no se ve recompensada.
Pallina retoma su relato.
—Entonces, cada teléfono corresponde a un número, pero ninguno sabe a cuál.
De modo que tú marcas un número del 0 al 20 y te contesta otra mesa que tú no sabes cuál es. Por ejemplo, marcas el 18 y te contesta uno que tal vez está en la otra sala.
Puedes hablar, contar chistes, describirte inventándote que eres mucho más guapa de lo que realmente eres o, en mi caso, mucho menos. Claro, ¿no?
_____ mira a su amiga enarcando las cejas.
Pallina finge no hacerle caso.
—Si estás sola o con algunas amigas puedes quedar, hacer estupideces.
¿Entiendes? Divertido, ¿no?
_____ sonríe.
—Sí, me parece muy divertido. Realmente simpático. —Pallina cambia de expresión.
—No cuando el que te llama es un maleducado…
—¿Por qué, qué te pasó?
—Bueno, llegado un momento, nos trajeron la pasta. Los dos habíamos pedido macarrones a la arrabiata. No sabes lo fuertes que estaban, picaban… Quemaban, además. Yo soplaba para que se enfriaran y mientras tanto charlaba con Pollo.
Entonces va y suena el teléfono. Pollo hace ademán de contestar pero yo soy mucho más rápida que él, cojo el auricular y digo: «Aquí la secretaria del doctor Pollo.»
Siempre muy simpática, yo. —Pallina hace un mohín. _____ sonríe. La historia empieza a interesarle.
—¿Y bien? ¡Continúa!
—En fin, no sabes lo que me dijo el chulo que había al otro lado del teléfono.
—¿Qué te dijo?
—Me dijo: «¿Así que eres la secretaria del doctor Pollo? Pues muy bien, en ese caso procuraré que lo sientas bien alto en el cuello.»
—Delicado, muy inglés.
—Sí, muy grosero. Entonces yo le tiré el teléfono a la cara y lo más probable es que me pusiera roja como un tomate. Entonces Pollo me preguntó qué era lo que me habían dicho por teléfono, pero yo no le contesté. Me molestaba. Me daba vergüenza.
Entonces, ¿sabes lo que hizo él? Me cogió por el brazo y me hizo dar la vuelta al
local. Pensaba que aquel garrulo, al verme, reaccionaría en algún modo…
—Sí, vale, pero ¿ese cómo sabía que eras tú la chica que había contestado al teléfono?
—Lo sabía, lo sabía…
—¿Y por qué lo sabía?
—Porque yo era la única chica del restaurante.
_____ sacude la cabeza.
—Bonito sitio para ir a comer. La única chica con todos esos maníacos que te llaman para decirte guarradas… Bueno, ¿cómo sigue?
—Sigue que uno, al verme, soltó una carcajada. ¡Pollo lo cogió, le metió la cara en el plato y le tiró la cerveza por la cabeza!
—¡Le está bien empleado, así aprenderá a no decir ciertas cosas!
—Bueno, puede que no haya entendido demasiado bien la lección.
—¿Por qué?
—Porque cuando Pollo fue a pagar…
—Ah, sí… con tu dinero…
—Uf… Bueno, pues va y se me acerca un tipo bajo y me dice: «Pero bueno, ¿qué haces?, ¿te marchas ya?, espero que no te hayas enfadado. Solo estaba bromeando, ¿eh?» El chulo era ese. ¿Entiendes?, el pobre de antes no tenía nada que ver…
—¿Se lo dijiste a Pollo?
—¿Bromeas? ¿Para que le pegara también?
—¡No, que se había equivocado! Esos se comportan como si fueran jueces.
Castigan, pegan y, por si fuera poco, cometen también errores. Lo más trágico es que hasta puede que te hayas divertido.
_____ está ahoraverdaderamente seria. Pallina lo advierte. Por unos momentos, corren en silencio, recuperando el aliento. Luego Pallina habla de nuevo. Esta vez, ella también se ha puesto seria.
—No sé si me divertí. Solo sé que sentí algo nuevo, algo que no había experimentado antes. Me sentía tranquila y segura. Sí, Pollo fue allí, pegó a quien no debía, pero me defendió, entiendes. Me protegió.
—¿Ah, sí? Bueno, es muy bonito. Pero dime una cosa… ¿quién te protege a ti de él?
—Qué pesada eres… me proteges tú, ¿no?
—Olvídalo. Yo a ese y a su amigo no los quiero ver ni en pintura.
—Entonces me temo que tampoco nos veremos nosotras.
—¿Por qué?
—Porque estoy saliendo con él.
_____ se para en seco.
—¡No, no me puedes hacer esto! —Pallina continúa corriendo. Sin girarse, hace una señal a su amiga para que la siga.
—Venga, venga, vamos, corre, no hagas eso. Sé que eres feliz. Bien, bien adentro, pero eres feliz.
_____ empieza a correr de nuevo. Alarga un poco el paso, alcanzándola.
—Pallina, te lo ruego, dime que estás bromeando.
—Nada de eso, y me gusta un montón.
—Pero ¿cómo puede gustarte un montón?
—No lo sé, me gusta y basta.
—Pero te ha robado dinero.
—Me lo ha devuelto, me invitó a comer.
—Y eso qué quiere decir, ¡es como si hubieras pagado tú!
—Mejor, así resulta que me he puesto a salir con él porque quería y no porque debía hacerlo. Normalmente, cuando sales con un chico y te ofrece pizza y todo lo demás, luego casi te sientes en la obligación de besarlo. ¡Esto, en cambio, ha sido una elección libre!
_____ permanece en silencio por un momento, luego recuerda algo.
—¿Se lo has dicho a Dema?
—¡Claro que no!
—¡Se lo tendrás que decir!
—Tendrás, tendrás. Se lo diré cuando quiera…
—No, díselo enseguida. Si se entera por otro le sentará mal. Está enamorado de ti.
—Eres tú la que estás obsesionada con esa historia. No es en absoluto cierta.
—Es la pura verdad y lo sabes. Así que, cuando vuelvas a casa, le llamas por teléfono y se lo dices.
—Si me apetece lo llamo, si no, no.
—¿Sabes lo que te digo? Que me alegro que mi tía me haya traído solo un Sony, no te lo mereces. —_____ corre más deprisa. Pallina aprieta los dientes y no da su brazo a torcer.
—Si tanto lo quiero, el Sony me lo regala Pollo.
—Ah, claro, robándomelo a mí.
Pallina se echa a reír. _____ sigue todavía de morros durante un buen rato.
Pallina, al final, le da un ligero empujón.
—Venga, no riñamos. Sé que eres una amiga. Hoy te has sacrificado incluso para salvarme de la interrogación. ¿Cómo se ha tomado tu madre la historia de la comunicación de la Giacci?
—Mejor de como yo me he tomado la de Pollo.
—¿Lo ves tan trágico?
—Dramático.
—Oye, tú no lo conoces bien. Es alguien lleno de problemas. No tiene dinero, su padre lo trata mal. Y, además, es muy simpático, conmigo es muy cariñoso, en serio.
—¿No te importa que no lo sea con los demás?
—Tal vez mejore.
_____ piensa que es todo inútil. Cuando a Pallina se le mete una cosa en la cabeza, no hay modo de quitársela.
—Está bien, basta. Ya veremos.
—Oh, así me gustas más. —Pallina sonríe—. Te prometo que cuando llegue a casa llamo a Dema.
Bueno, _____ al menos ha conseguido una cosa.
_____ y Pallina siguen corriendo, en silencio, para recuperar un poco el aliento.
Llegan hasta la explanada equipada para hacer gimnasia. Algunos niños se tiran por los toboganes, chillando. Madres preocupadas los siguen de cerca listas para socorrerlos en aquellos saltos de kamikaze. Un guaperas alto y rubio y una chica un poco más baja tratan de hacer algunos ejercicios en las barras. _____ y Pallina pasan junto a ellos corriendo. El chico, al verlas, deja por un momento los ejercicios.
—¡_____!
_____ se para. Es Marco. Hacía más de ocho meses que no se habían vuelto a ver.
También Pallina deja de correr. _____ se ruboriza. Se siente violenta. Pero, extrañamente, el corazón no le late veloz como de costumbre. Marco le da un beso en la mejilla.
—¿Cómo estás?
_____ ha recuperado el control.
—Bien, ¿y tú?
—Muy bien. Te presento a Giorgia.
Marco le indica a la chica. _____ le da la mano y curiosamente no se olvida acto seguido de su nombre como suele pasar cuando nos presentan a alguien. También Pallina la saluda, aunque se ve a las claras que querría evitar aquel encuentro. Marco empieza a hablar. Lo de siempre. Frases ya oídas. Te he llamado. No me llamas nunca. He visto a una amiga tuya o a un amigo. ¿Qué haces? Ah, claro, tienes la selectividad. No nos defraudes, por favor. Un intento de mostrarse simpático. _____ casi no lo escucha. Recuerda todos los momentos pasados con él, el amor que ha sentido, la desilusión, las lágrimas. Qué sufrimiento. Por uno así, además. Lo mira mejor. Ha engordado. Tiene el pelo sucio. Hasta le parece más escaso. Y qué mirada inexpresiva. Carente de vida. ¿Cómo podía gustarle tanto? Una ojeada a la chica. Ni siquiera merece que se la tenga en cuenta. Terrible, la indiferencia. Se despiden así.
Después de hablar durante cinco minutos sin haberse dicho nada. Aquel mágico puente ha dejado de existir. _____ se pone de nuevo a correr. Se pregunta adónde habrá ido a parar su amor por él. ¿Cómo es posible que ya no lo pueda sentir? Y, sin embargo, parecía inmenso. Se pone los auriculares del Sony. U2 acomete su último éxito. _____ alza el volumen. Mira a Pallina. Su amiga le sonríe con afecto. Su mechón baila en el viento. Le pasa los otros auriculares. Se los merece. Porque, aunque _____ no lo sepa, fue ella la que la salvó.
SandyJonas
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