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Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
Capítulo 7
Un apartamento acogedor, grandes ventanales desde los cuales se ve la
Olimpica. Bonitos cuadros en las paredes, sin dudarlo un Fantuzzi. Cuatro altavoces en las esquinas del salón difunden un CD bien mezclado. La música envuelve a los muchachos que, mientras hablan, no dejan de seguir el ritmo.
—Dani, eh, casi no te he reconocido.
—No empieces tú también, ¿eh?
—Hablaba del vestido, estás estupenda, en serio.
Daniela se mira la falda, Giulia la conoce, ha picado por un momento.
—¡Ah, Giuli!
—Vaya, no te enfadarás, ¿eh? Pareces la Bonopane, esa hortera de tercero B que por las mañanas viene más pintada que una mona.
—Dime una cosa, ¿cómo haces para resultar tan simpática?
—Por eso somos amigas.
—¡Yo no he dicho nunca que sea tu amiga!
Giulia se inclina hacia delante.
—Dame un beso, ¿hacemos las paces?
Daniela sonríe. Hace ademán de acercarse a ella cuando ve a sus espaldas a
Palombi.
—¡Andrea!
Deja estar la mejilla de Giulia esperando poder centrar la boca de él, antes o después.
—¿Cómo estás?
Andrea duda por un momento.
—Bien, ¿y tú?
—Muy bien.
Se intercambian un beso apresurado. Luego él avanza para saludar a algunos amigos. Giulia se acerca a ella y sonríe.
—No te preocupes, va de relaciones públicas.
Lo miran por un momento. Andrea habla con algunos chicos, luego se vuelve hacia ella, la mira una vez más y al final sonríe. Finalmente se ha dado cuenta.
—¡Caramba! Has exagerado un poco, ¿no…? No te había reconocido.
_____ atraviesa el salón. En un rincón del mismo, algo parecido a un disc‐jockey, seudo emulador del disc‐jockey Francesco, prueba con un rap de escaso éxito. Una muchacha baila enloquecida con los brazos en alto.
_____ sacude la cabeza sonriendo.
—¡Pallina!
Una cara ligeramente redondeada, enmarcada por una larga melena castaña con un extraño mechón a un lado, se da la vuelta.
—¡_____, guauuu! —Corre hacia ella y la abraza besándola, alzándola casi por los aires—. ¿Cómo estás?
—De maravilla. ¡Me dijiste que no ibas a venir!
—Sí, lo sé, fuimos a una fiesta en la Olgiata, ¡no sabes qué muermo! Fui con
Dema pero nos marchamos de allí casi enseguida. Y aquí estamos: ¿por qué, no estás contenta?
—¿Bromeas?, contentísima. ¿Has preparado la lección de latín? Mira que mañana esa te pregunta. Solo quedas tú para acabar de dar la vuelta.
—Sí, lo sé, he estudiado toda la tarde, luego he tenido que salir con mi madre, he ido al centro. Mira, he comprado esto, ¿te gusta? —Y haciendo una extraña pirueta, más propia de bailarina que de modelo, hace que se hinche un gracioso vestido de raso azul.
—Mucho…
—Dema me ha dicho que me sienta muy bien…
—Figúrate. Ya sabes cuál es mi teoría, ¿no?
—¿Todavía con esas? ¡Pero si hace una vida que somos amigos!
—Tú déjame con mi teoría.
—Hola, _____. —Un chico de aspecto simpático, con el pelo castaño rizado y la piel clara, se acerca.
—Hola, Dema, ¿cómo estás?
—Muy bien. ¿Has visto qué bonito es el mono de Pallina?
—Sí. Si no tenemos en cuenta mi teoría, le favorece mucho. —_____ le sonríe—. Voy a saludar a Roberta, aún no la he felicitado. —Se aleja. Dema se la queda mirando.
—¿Qué quería decir con esa historia de la teoría?
—Oh, nada, ya sabes cómo es… Es una mujer toda teoría y nada de práctica, más o menos.
Pallina se echa a reír, luego se detiene a observar a Dema. Sus miradas se cruzan por un momento. Esperemos que esta vez no tenga realmente razón.
—Venga, ven a bailar… —Pallina le coge la mano y lo arrastra hasta donde se encuentra el grupo.
—¡Hola, Roby, felicidades!
—¡Oh, _____, hola! —Se intercambian dos besos sinceros.
—¿Te ha gustado el regalo?
—Precioso, de verdad. Justo lo que necesitaba.
—Lo sabíamos… Ha sido idea mía. Después de todo seguías saltándote siempre las primeras horas y, además, no es que vivas muy lejos, tú.
Chicco Brandelli se les acerca por la espalda.
—¿De qué se trata?
_____ se da la vuelta sonriente pero, al verlo, cambia de expresión.
—Hola, Chicco.
—Me han regalado una radio despertador preciosa.
—Ah, qué detalle, de verdad.
—¿Sabes? Él también me ha regalado una cosa preciosa.
—¿Ah, sí? ¿Qué?
—Un almohadón de encaje. Ya lo he puesto sobre la cama.
—Ten cuidado, lo más probable es que lo quiera probar contigo. —Y dedicando una sonrisa forzada a Brandelli se aleja hacia la terraza. Roberta la mira.
—A mí el almohadón me ha gustado muchísimo. De verdad…
En realidad, a ella también le gustaría probarlo con él.
Chicco le sonríe.
—Te creo, perdona.
—Pero… dentro de nada sirven la pasta… —le grita a sus espaldas Roberta tratando de retenerlo como sea.
En la terraza, unos cuantos sillones mullidos cubiertos de almohadones claros con bordados de flores, un cenador con luces difusas bien escondidas entre las plantas. Un jazmín trepa por una empalizada. _____ se pasea sobre el suelo de terracota. El aire fresco de la noche le agita el pelo, le acaricia la piel arrancándole un poco de perfume, dejando solo en ella algún leve temblor.
—¿Qué puedo hacer para que me perdones?
_____ sonríe para sus adentros y se cierra la chaqueta, cubriéndose.
—Pregunta mejor qué es lo que no deberías haber hecho para no hacerme enfadar.
Chicco se acerca a ella.
—Es una noche tan bonita… sería estúpido malgastarla riñendo.
—A mí me gusta mucho reñir.
—Ya me he dado cuenta.
—Pero luego me gusta también hacer las paces… Sobre todo eso. En cambio contigo, no sé, no consigo perdonarte.
—Eso es porque no te decides. Por un lado te apetecía estar conmigo, por el otro no. ¡Clásico! Es típico de las mujeres.
—Ves, ese «típico» es justo lo que lo estropea todo.
—Me rindo…
—¿Te gustó la película de la otra noche?
—¡Si solo me la hubieran dejado ver!
—He dicho que me rindo. Bueno, supongo que te tendré que mandar el vídeo a casa. Así lo ves tranquila, sola, sin nadie que te moleste. Por cierto, ¿sabes lo que me han dicho?
—¿Qué?
—Que sabe mucho mejor con un poco de nata.
_____ hace ademán de ir a pegarle, risueña.
—¡Cerdo!
Chicco le detiene el brazo en lo alto.
—¡Alto! Bromeaba. ¿Paz?
Sus caras están muy cerca. _____ mira sus ojos: son muy bonitos, casi tanto como su sonrisa.
—Paz. —Se rinde.
Chicco se aproxima a ella y la besa delicadamente en los labios. Cuando está a punto de convertirse en algo más profundo, _____ se separa y vuelve a mirar hacia afuera.
—Qué noche tan espléndida, ¡mira qué luna!
Chicco, suspirando, alza los ojos al cielo.
Algunas nubes ligeras navegan lentamente en el azul oscuro del cielo. Acarician la luna, llenándose de luz, aclarándose aquí y allá.
—Es bonita, ¿verdad?
Chicco se limita a responder «Sí», sin apreciar verdaderamente toda la belleza de aquella noche. _____ mira a lo lejos. Las casas, los tejados, los prados que rodean la ciudad, las hileras de pinos altos, una larga carretera, las luces de un coche, los ruidos remotos. Si su vista fuera mejor, percibiría a aquellos muchachos que avanzan adelantándose unos a otros, riéndose y tocando el claxon. Puede que hasta reconociera también a aquel tipo sobre la moto. Es el mismo que se puso a su lado aquella mañana mientras iba al colegio. Y que ahora va camino de aquella casa.
Chicco la abraza y le acaricia el pelo.
—Esta noche estás guapísima.
—¿Esta noche?
—Siempre.
—Así está mejor.
_____ deja que la bese.
Un apartamento acogedor, grandes ventanales desde los cuales se ve la
Olimpica. Bonitos cuadros en las paredes, sin dudarlo un Fantuzzi. Cuatro altavoces en las esquinas del salón difunden un CD bien mezclado. La música envuelve a los muchachos que, mientras hablan, no dejan de seguir el ritmo.
—Dani, eh, casi no te he reconocido.
—No empieces tú también, ¿eh?
—Hablaba del vestido, estás estupenda, en serio.
Daniela se mira la falda, Giulia la conoce, ha picado por un momento.
—¡Ah, Giuli!
—Vaya, no te enfadarás, ¿eh? Pareces la Bonopane, esa hortera de tercero B que por las mañanas viene más pintada que una mona.
—Dime una cosa, ¿cómo haces para resultar tan simpática?
—Por eso somos amigas.
—¡Yo no he dicho nunca que sea tu amiga!
Giulia se inclina hacia delante.
—Dame un beso, ¿hacemos las paces?
Daniela sonríe. Hace ademán de acercarse a ella cuando ve a sus espaldas a
Palombi.
—¡Andrea!
Deja estar la mejilla de Giulia esperando poder centrar la boca de él, antes o después.
—¿Cómo estás?
Andrea duda por un momento.
—Bien, ¿y tú?
—Muy bien.
Se intercambian un beso apresurado. Luego él avanza para saludar a algunos amigos. Giulia se acerca a ella y sonríe.
—No te preocupes, va de relaciones públicas.
Lo miran por un momento. Andrea habla con algunos chicos, luego se vuelve hacia ella, la mira una vez más y al final sonríe. Finalmente se ha dado cuenta.
—¡Caramba! Has exagerado un poco, ¿no…? No te había reconocido.
_____ atraviesa el salón. En un rincón del mismo, algo parecido a un disc‐jockey, seudo emulador del disc‐jockey Francesco, prueba con un rap de escaso éxito. Una muchacha baila enloquecida con los brazos en alto.
_____ sacude la cabeza sonriendo.
—¡Pallina!
Una cara ligeramente redondeada, enmarcada por una larga melena castaña con un extraño mechón a un lado, se da la vuelta.
—¡_____, guauuu! —Corre hacia ella y la abraza besándola, alzándola casi por los aires—. ¿Cómo estás?
—De maravilla. ¡Me dijiste que no ibas a venir!
—Sí, lo sé, fuimos a una fiesta en la Olgiata, ¡no sabes qué muermo! Fui con
Dema pero nos marchamos de allí casi enseguida. Y aquí estamos: ¿por qué, no estás contenta?
—¿Bromeas?, contentísima. ¿Has preparado la lección de latín? Mira que mañana esa te pregunta. Solo quedas tú para acabar de dar la vuelta.
—Sí, lo sé, he estudiado toda la tarde, luego he tenido que salir con mi madre, he ido al centro. Mira, he comprado esto, ¿te gusta? —Y haciendo una extraña pirueta, más propia de bailarina que de modelo, hace que se hinche un gracioso vestido de raso azul.
—Mucho…
—Dema me ha dicho que me sienta muy bien…
—Figúrate. Ya sabes cuál es mi teoría, ¿no?
—¿Todavía con esas? ¡Pero si hace una vida que somos amigos!
—Tú déjame con mi teoría.
—Hola, _____. —Un chico de aspecto simpático, con el pelo castaño rizado y la piel clara, se acerca.
—Hola, Dema, ¿cómo estás?
—Muy bien. ¿Has visto qué bonito es el mono de Pallina?
—Sí. Si no tenemos en cuenta mi teoría, le favorece mucho. —_____ le sonríe—. Voy a saludar a Roberta, aún no la he felicitado. —Se aleja. Dema se la queda mirando.
—¿Qué quería decir con esa historia de la teoría?
—Oh, nada, ya sabes cómo es… Es una mujer toda teoría y nada de práctica, más o menos.
Pallina se echa a reír, luego se detiene a observar a Dema. Sus miradas se cruzan por un momento. Esperemos que esta vez no tenga realmente razón.
—Venga, ven a bailar… —Pallina le coge la mano y lo arrastra hasta donde se encuentra el grupo.
—¡Hola, Roby, felicidades!
—¡Oh, _____, hola! —Se intercambian dos besos sinceros.
—¿Te ha gustado el regalo?
—Precioso, de verdad. Justo lo que necesitaba.
—Lo sabíamos… Ha sido idea mía. Después de todo seguías saltándote siempre las primeras horas y, además, no es que vivas muy lejos, tú.
Chicco Brandelli se les acerca por la espalda.
—¿De qué se trata?
_____ se da la vuelta sonriente pero, al verlo, cambia de expresión.
—Hola, Chicco.
—Me han regalado una radio despertador preciosa.
—Ah, qué detalle, de verdad.
—¿Sabes? Él también me ha regalado una cosa preciosa.
—¿Ah, sí? ¿Qué?
—Un almohadón de encaje. Ya lo he puesto sobre la cama.
—Ten cuidado, lo más probable es que lo quiera probar contigo. —Y dedicando una sonrisa forzada a Brandelli se aleja hacia la terraza. Roberta la mira.
—A mí el almohadón me ha gustado muchísimo. De verdad…
En realidad, a ella también le gustaría probarlo con él.
Chicco le sonríe.
—Te creo, perdona.
—Pero… dentro de nada sirven la pasta… —le grita a sus espaldas Roberta tratando de retenerlo como sea.
En la terraza, unos cuantos sillones mullidos cubiertos de almohadones claros con bordados de flores, un cenador con luces difusas bien escondidas entre las plantas. Un jazmín trepa por una empalizada. _____ se pasea sobre el suelo de terracota. El aire fresco de la noche le agita el pelo, le acaricia la piel arrancándole un poco de perfume, dejando solo en ella algún leve temblor.
—¿Qué puedo hacer para que me perdones?
_____ sonríe para sus adentros y se cierra la chaqueta, cubriéndose.
—Pregunta mejor qué es lo que no deberías haber hecho para no hacerme enfadar.
Chicco se acerca a ella.
—Es una noche tan bonita… sería estúpido malgastarla riñendo.
—A mí me gusta mucho reñir.
—Ya me he dado cuenta.
—Pero luego me gusta también hacer las paces… Sobre todo eso. En cambio contigo, no sé, no consigo perdonarte.
—Eso es porque no te decides. Por un lado te apetecía estar conmigo, por el otro no. ¡Clásico! Es típico de las mujeres.
—Ves, ese «típico» es justo lo que lo estropea todo.
—Me rindo…
—¿Te gustó la película de la otra noche?
—¡Si solo me la hubieran dejado ver!
—He dicho que me rindo. Bueno, supongo que te tendré que mandar el vídeo a casa. Así lo ves tranquila, sola, sin nadie que te moleste. Por cierto, ¿sabes lo que me han dicho?
—¿Qué?
—Que sabe mucho mejor con un poco de nata.
_____ hace ademán de ir a pegarle, risueña.
—¡Cerdo!
Chicco le detiene el brazo en lo alto.
—¡Alto! Bromeaba. ¿Paz?
Sus caras están muy cerca. _____ mira sus ojos: son muy bonitos, casi tanto como su sonrisa.
—Paz. —Se rinde.
Chicco se aproxima a ella y la besa delicadamente en los labios. Cuando está a punto de convertirse en algo más profundo, _____ se separa y vuelve a mirar hacia afuera.
—Qué noche tan espléndida, ¡mira qué luna!
Chicco, suspirando, alza los ojos al cielo.
Algunas nubes ligeras navegan lentamente en el azul oscuro del cielo. Acarician la luna, llenándose de luz, aclarándose aquí y allá.
—Es bonita, ¿verdad?
Chicco se limita a responder «Sí», sin apreciar verdaderamente toda la belleza de aquella noche. _____ mira a lo lejos. Las casas, los tejados, los prados que rodean la ciudad, las hileras de pinos altos, una larga carretera, las luces de un coche, los ruidos remotos. Si su vista fuera mejor, percibiría a aquellos muchachos que avanzan adelantándose unos a otros, riéndose y tocando el claxon. Puede que hasta reconociera también a aquel tipo sobre la moto. Es el mismo que se puso a su lado aquella mañana mientras iba al colegio. Y que ahora va camino de aquella casa.
Chicco la abraza y le acaricia el pelo.
—Esta noche estás guapísima.
—¿Esta noche?
—Siempre.
—Así está mejor.
_____ deja que la bese.
SandyJonas
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
Capítulo 8
Mucho más lejos, en la misma ciudad.
Vestido con una impecable librea blanca, con cuatro pelos en la cabeza y
sudoroso, un camarero algo grueso se abre paso entre los invitados con una bandeja
de plata. De vez en cuando, una mano sobresale de un grupito de personas y se
adueña de un cóctel ligero en cuyo interior flota algún pedazo de fruta. Otra, más
rápida, posa un vaso vacío sobre ella. En el borde, marcas de pintalabios. Se puede
ver perfectamente dónde ha bebido la mujer y qué tipo de labios tiene. El camarero
piensa que sería divertido tratar de reconocer a las mujeres por los vasos. Eróticas
huellas digitales. Con este pensamiento excitante vuelve a entrar en la cocina, donde
olvida casi de inmediato aquellas fantasías a lo Holmes. La cocinera, de hecho, le riñe
recordándole que tiene que sacar la bandeja con los fritos.
—Estás estupenda, querida.
En el salón, una mujer con el pelo demasiado teñido se da la vuelta en dirección
a su amiga y le sonríe, siguiéndole el juego.
—Pero bueno, ¿te has hecho algo?
—Sí, me he buscado un amante.
—¿Ah, sí? ¿Y a qué se dedica?
—Es cirujano plástico.
Ambas se echan a reír. Tras coger una alcachofa frita que pasa en ese momento
por allí, su amiga le confiesa su secreto.
—Me he inscrito en el gimnasio de Barbara Bouchet.
—¿Ah, sí? ¿Y cómo es?
—¡Fabuloso! Tendrías que venir.
—Lo haré sin duda.
Y, a pesar de que le gustaría preguntarle cuánto cuesta al mes, piensa que ya lo
descubrirá por su propia cuenta. A continuación se apodera de una mozzarella frita y
se la traga despreocupada, dado que no tardará en eliminarla.
Claudio saca la cajetilla de Marlboro y enciende un cigarrillo. Se traga el humo,
saboreándolo hasta el final.
—Oye, llevas una corbata preciosa.
—Gracias.
—Te sienta verdaderamente bien, de verdad. —Claudio muestra orgulloso su
corbata burdeos. Luego, instintivamente, esconde por lo bajo su cigarrillo y busca a
Raffaella. Mira a su alrededor, se cruza con algunas caras que acaban de llegar, las
saluda sonriendo y después, al no encontrarla, da una calada ya más tranquilo.
—Muy bonita, ¿verdad? Es un regalo de Raffaella.
Una mesa baja de marfil, por encima de ella aceitunas y pistachos agrupados en
pequeños cuencos de plata. Una mano huesuda de uñas bien cuidadas deja caer las
cascaras simétricas de un pistacho.
—Estoy preocupada por mi hija.
—¿Por qué?
Raffaella logra mostrarse bastante interesada, lo suficiente para que la
confidencia de Marina pueda seguir adelante.
—Sale con uno que de bueno tiene bien poco, uno que no hace nada, uno que
está siempre en la calle.
—¿Y desde cuándo se ven?
—Ayer hicieron seis meses. Me lo ha dicho mi hijo. ¿Sabes lo que hizo él?
¿Sabes lo que hizo?
Raffaella deja estar un pistacho demasiado cerrado. Ahora está sinceramente
interesada.
—No, cuéntame.
—La llevó a una pizzería. ¿Te das cuenta? A una pizzería de la avenida Vittorio.
—Bueno pero esos muchachos todavía no ganan nada, tal vez sus padres…
—Sí, pero a saber de dónde sale… Le regaló doce rosas miserables, de esas que
apenas llegan a casa pierden todos los pétalos. Seguro que las compraría en el
semáforo. Esta mañana le pregunté en la cocina: «¿Qué es este horror, Gloria?» «No
te atrevas a tirarlas, ¿eh, mamá?» ¡Imagínate! Pero cuando volvió del colegio las rosas
habían desaparecido, ah, sí. Le dije que había sido Ziua, la filipina, entonces ella se
puso a gritar y se marchó dando un portazo.
—No deberías entrometerte en esas historias, si no es peor, luego Gloria se
obstina. Déjala a su aire, verás que acabará por sí sola. Si hay tanta diferencia… Y
luego, ¿qué hizo?, ¿volvió?
—No, me llamó y me dijo que se iba a dormir a casa de Piristi, esa chica tan
guapa un poco rechoncha, la hija de Giovanna. Él es el administrador de la Serfim,
ella está toda operada. Y no la critico, se lo puede permitir.
—¿De verdad? Pues no se le nota nada…
—Usan esa nueva técnica, te estiran desde detrás de las orejas. Es perfectamente
invisible. Entonces, ¿puede salir con _____? Me gustaría mucho.
—Claro que sí, le diré que la llame.
Finalmente, Raffaella se concede un pistacho. Está algo más abierto que los
demás. Deja la cáscara en la boca, y para él no es un cambio conveniente.
—¿Filippo? Raffaella ha dicho que convencerá a _____ para que se lleve a Gloria
con su grupo.
—¡Ah, estupendo! Te lo agradezco.
Filippo, un hombre joven, de semblante relajado, da la impresión de estar él
también más interesado en los pistachos que en los asuntos de su hija. Se inclina
hacia delante, apoderándose de aquel que Raffaella había elegido ya como su futura
víctima. Ella lo mira con curiosidad detrás de las orejas, buscando también en él la
marca de aquella repentina juventud.
—Hola, Claudio.
—Estás guapísima.
Una sonrisa perfecta dice «Gracias» y, rozándolo, se aleja con un tinte de al
menos ciento cincuenta euros. ¿Lo habrá hecho adrede? En su mente, aquel vestido
largo se va deslizando lentamente; se imagina el conjunto que debe de llevar debajo
pero, a renglón seguido, le asalta una duda: ¿habrá realmente algo que imaginar?
Justo en ese preciso momento ve llegar a Raffaella. Claudio da una última calada al
cigarrillo y se apresura a apagarlo en el cenicero.
—Dentro de nada empezamos a jugar. Te lo ruego, no hagas como siempre.
Cuando no te llega la carta, después de un poco que no haces gin,3 haces knock.
—¿Y si me hace underknock?
—Haces knock cuando aún estás bajo.
Claudio sonríe compuesto.
—Sí, querida, como quieras. —No ha notado el cigarrillo.
—Por cierto, te había dicho que no fumaras.
Error.
—Pero uno solo no hace daño…
—Uno o diez… Lo que me molesta es el olor.
Raffaella se encamina ahora hacia la mesa verde. El resto de los invitados toma
también asiento. Es increíble, no se le escapa nada. Al sentarse, Raffaella examina a la
mujer del tinte de ciento cincuenta euros. Por un momento, Claudio teme que sea
también capaz de leer el pensamiento.
Mucho más lejos, en la misma ciudad.
Vestido con una impecable librea blanca, con cuatro pelos en la cabeza y
sudoroso, un camarero algo grueso se abre paso entre los invitados con una bandeja
de plata. De vez en cuando, una mano sobresale de un grupito de personas y se
adueña de un cóctel ligero en cuyo interior flota algún pedazo de fruta. Otra, más
rápida, posa un vaso vacío sobre ella. En el borde, marcas de pintalabios. Se puede
ver perfectamente dónde ha bebido la mujer y qué tipo de labios tiene. El camarero
piensa que sería divertido tratar de reconocer a las mujeres por los vasos. Eróticas
huellas digitales. Con este pensamiento excitante vuelve a entrar en la cocina, donde
olvida casi de inmediato aquellas fantasías a lo Holmes. La cocinera, de hecho, le riñe
recordándole que tiene que sacar la bandeja con los fritos.
—Estás estupenda, querida.
En el salón, una mujer con el pelo demasiado teñido se da la vuelta en dirección
a su amiga y le sonríe, siguiéndole el juego.
—Pero bueno, ¿te has hecho algo?
—Sí, me he buscado un amante.
—¿Ah, sí? ¿Y a qué se dedica?
—Es cirujano plástico.
Ambas se echan a reír. Tras coger una alcachofa frita que pasa en ese momento
por allí, su amiga le confiesa su secreto.
—Me he inscrito en el gimnasio de Barbara Bouchet.
—¿Ah, sí? ¿Y cómo es?
—¡Fabuloso! Tendrías que venir.
—Lo haré sin duda.
Y, a pesar de que le gustaría preguntarle cuánto cuesta al mes, piensa que ya lo
descubrirá por su propia cuenta. A continuación se apodera de una mozzarella frita y
se la traga despreocupada, dado que no tardará en eliminarla.
Claudio saca la cajetilla de Marlboro y enciende un cigarrillo. Se traga el humo,
saboreándolo hasta el final.
—Oye, llevas una corbata preciosa.
—Gracias.
—Te sienta verdaderamente bien, de verdad. —Claudio muestra orgulloso su
corbata burdeos. Luego, instintivamente, esconde por lo bajo su cigarrillo y busca a
Raffaella. Mira a su alrededor, se cruza con algunas caras que acaban de llegar, las
saluda sonriendo y después, al no encontrarla, da una calada ya más tranquilo.
—Muy bonita, ¿verdad? Es un regalo de Raffaella.
Una mesa baja de marfil, por encima de ella aceitunas y pistachos agrupados en
pequeños cuencos de plata. Una mano huesuda de uñas bien cuidadas deja caer las
cascaras simétricas de un pistacho.
—Estoy preocupada por mi hija.
—¿Por qué?
Raffaella logra mostrarse bastante interesada, lo suficiente para que la
confidencia de Marina pueda seguir adelante.
—Sale con uno que de bueno tiene bien poco, uno que no hace nada, uno que
está siempre en la calle.
—¿Y desde cuándo se ven?
—Ayer hicieron seis meses. Me lo ha dicho mi hijo. ¿Sabes lo que hizo él?
¿Sabes lo que hizo?
Raffaella deja estar un pistacho demasiado cerrado. Ahora está sinceramente
interesada.
—No, cuéntame.
—La llevó a una pizzería. ¿Te das cuenta? A una pizzería de la avenida Vittorio.
—Bueno pero esos muchachos todavía no ganan nada, tal vez sus padres…
—Sí, pero a saber de dónde sale… Le regaló doce rosas miserables, de esas que
apenas llegan a casa pierden todos los pétalos. Seguro que las compraría en el
semáforo. Esta mañana le pregunté en la cocina: «¿Qué es este horror, Gloria?» «No
te atrevas a tirarlas, ¿eh, mamá?» ¡Imagínate! Pero cuando volvió del colegio las rosas
habían desaparecido, ah, sí. Le dije que había sido Ziua, la filipina, entonces ella se
puso a gritar y se marchó dando un portazo.
—No deberías entrometerte en esas historias, si no es peor, luego Gloria se
obstina. Déjala a su aire, verás que acabará por sí sola. Si hay tanta diferencia… Y
luego, ¿qué hizo?, ¿volvió?
—No, me llamó y me dijo que se iba a dormir a casa de Piristi, esa chica tan
guapa un poco rechoncha, la hija de Giovanna. Él es el administrador de la Serfim,
ella está toda operada. Y no la critico, se lo puede permitir.
—¿De verdad? Pues no se le nota nada…
—Usan esa nueva técnica, te estiran desde detrás de las orejas. Es perfectamente
invisible. Entonces, ¿puede salir con _____? Me gustaría mucho.
—Claro que sí, le diré que la llame.
Finalmente, Raffaella se concede un pistacho. Está algo más abierto que los
demás. Deja la cáscara en la boca, y para él no es un cambio conveniente.
—¿Filippo? Raffaella ha dicho que convencerá a _____ para que se lleve a Gloria
con su grupo.
—¡Ah, estupendo! Te lo agradezco.
Filippo, un hombre joven, de semblante relajado, da la impresión de estar él
también más interesado en los pistachos que en los asuntos de su hija. Se inclina
hacia delante, apoderándose de aquel que Raffaella había elegido ya como su futura
víctima. Ella lo mira con curiosidad detrás de las orejas, buscando también en él la
marca de aquella repentina juventud.
—Hola, Claudio.
—Estás guapísima.
Una sonrisa perfecta dice «Gracias» y, rozándolo, se aleja con un tinte de al
menos ciento cincuenta euros. ¿Lo habrá hecho adrede? En su mente, aquel vestido
largo se va deslizando lentamente; se imagina el conjunto que debe de llevar debajo
pero, a renglón seguido, le asalta una duda: ¿habrá realmente algo que imaginar?
Justo en ese preciso momento ve llegar a Raffaella. Claudio da una última calada al
cigarrillo y se apresura a apagarlo en el cenicero.
—Dentro de nada empezamos a jugar. Te lo ruego, no hagas como siempre.
Cuando no te llega la carta, después de un poco que no haces gin,3 haces knock.
—¿Y si me hace underknock?
—Haces knock cuando aún estás bajo.
Claudio sonríe compuesto.
—Sí, querida, como quieras. —No ha notado el cigarrillo.
—Por cierto, te había dicho que no fumaras.
Error.
—Pero uno solo no hace daño…
—Uno o diez… Lo que me molesta es el olor.
Raffaella se encamina ahora hacia la mesa verde. El resto de los invitados toma
también asiento. Es increíble, no se le escapa nada. Al sentarse, Raffaella examina a la
mujer del tinte de ciento cincuenta euros. Por un momento, Claudio teme que sea
también capaz de leer el pensamiento.
SandyJonas
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
Capítulo 9; Parte 1
Roberta, eufórica por sus dieciocho años, por la fiesta que está saliendo redonda, corre al telefonillo.
—Contesto yo —adelantándose a un tipo que pasa por allí con un platito lleno de pequeñas pizzas.
—Hola. Está Francesca, ¿verdad?
—¿Qué Francesca?
—Giacomini, la rubia.
—Ah, sí, ¿qué le digo?
—Nada, ábreme. Soy su hermano, le tengo que dejar las llaves.
Roberta aprieta una vez el botón del telefonillo luego, para estar más segura de haber abierto, aprieta de nuevo. Va a la cocina, coge dos Coca‐Colas grandes y se dirige hacia el salón. Se topa con una chica rubia que está hablando con un chico con el pelo engominado hacia detrás.
—Francesca, tu hermano está subiendo…
—Ah… —Es la única cosa que Francesca logra decir—. Gracias. —Después de haberlo pronunciado, se queda con la boca abierta. El chico engominado pierde algo de su estatismo y se concede un ligero estupor.
—France, ¿pasa algo?
—No, no pasa nada, solo que yo soy hija única.
—Aquí es. —El Siciliano y Hook son los primeros en leer la etiqueta sobre el timbre del cuarto piso—. Micchi, ¿no?
Schello llama.
La puerta se abre casi de inmediato.
Roberta permanece en el umbral, mira a aquel grupo de muchachos musculosos y despeinados. «Visten un poco deportivos», piensa ingenuamente.
—¿Puedo hacer algo por vosotros?
Schello se adelanta.
—Buscaba a Francesca, soy su hermano.
Como por encanto, Francesca se asoma a la puerta, acompañada del engominado.
—Ah, aquí está tu hermano.
—¿Y quién se supone que es?
—¡Yo! —Lucone alza la mano.
También Pollo la levanta.
—Yo también, somos gemelos, como en la película de Schwarzenegger. Él es el tonto. —Todos se ríen.
—Nosotros también somos hermanos. —Uno tras otro levantan la mano—. Sí, querámonos mucho.
El tipo engominado no entiende demasiado de qué va la cosa. Opta por una expresión que le va bien a su pelo.
Francesca hace un aparte con Schello.
—Pero ¿cómo se te ocurre venir con esta gente, eh?
Pollo sonríe, ajustándose la cazadora: el resultado es siempre pésimo.
—Esta fiesta parece un funeral, al menos la alegramos un poco, venga Franceʹ, no te cabrees.
—¿Y quién se cabrea? Basta con que os vayáis.
—Bueno, Sche, yo ya estoy harto, permiso. —El Siciliano, sin esperar a que
Francesca se aparte de la puerta, entra.
El engominado, de repente, cae en la cuenta: están tratando de colarse. Movido por un fugaz destello de inteligencia, se esfuma de allí acercándose a los verdaderos invitados que se encuentran en el salón. Francesca intenta por todos los medios detenerlos.
—No, Schello, venga, no podéis entrar.
—Perdón, permiso, perdón.
Inexorablemente, uno tras otro, pasan todos: Hook, Lucone, Pollo, Bunny, Joe y los demás.
—Venga, France, no hagas eso, verás como no pasa nada.
Schello la coge por el brazo.
—Al fin y al cabo, tú no tienes nada que ver, ¿no? Es culpa de tu hermano que se ha traído a toda esta gente… —Luego, como si le preocupara que se cuele alguno más, cierra la puerta.
El Siciliano y Hook se abalanzan literalmente sobre el bufet, devoran los bocadillos de salchichón, blandos, untados de mantequilla sobre la parte superior, la redonda, sin saborearlos, tragándoselos directamente sin masticarlos. Aquello se convierte en una competición. Engullen pizzas y sándwiches mezclándolos con pastelitos y chocolatinas. Al final el Siciliano se atraganta. Hook le da palmadas cada vez más fuertes sobre la espalda, la última es tan violenta que el Siciliano empieza a toser, escupiendo trozos de comida sobre el resto del bufet. La mayor parte de los invitados que se encuentra por allí decide ponerse de inmediato a dieta. Schello se echa a reír como un loco, Francesca empieza a preocuparse seriamente.
Bunny da vueltas por el salón. Como un atento anticuario: coge los pequeños objetos, se los acerca a los ojos, controla el número impreso y si son de plata se los mete en el bolsillo. Muy pronto los invitados se ven obligados a tirar la ceniza en las plantas.
Pollo, como un buen profesional, busca sin perder tiempo la habitación de la madre. La encuentra. Ha sido sabiamente cerrada con llave, con dos vueltas, solo que han dejado la llave en el ojo de la cerradura. Ingenuos. Pollo abre la puerta. Las bolsas de las invitadas están sobre la cama, en perfecto orden. Empieza a abrirlas, una tras otra, sin apresurarse.
Las carteras están casi todas llenas, aquella sí que es una fiesta como se debe: gente de clase, nada que objetar. En el pasillo, Hook molesta a una amiga de Pallina con apreciaciones algo subidas de tono. Un chico, algo menos engominado que el resto, trata de hacerle recordar un concepto relativamente vago, sin embargo, de educación. Se enzarza en una discusión. Esquiva al vuelo una bofetada tal vez algo más directa que las apreciaciones que le han tocado a su chica. Hook no soporta los sermones. Su padre es abogado, le gustan las palabras casi tanto como su hijo odia la idea de estudiar derecho.
Pallina, puede que a causa de la emoción, nota que también ella tiene un problema y miente, disculpándose con los demás.
—Se me ha corrido el rímel, voy al cuarto de baño a retocarlo. —Cosa que serviría mucho más al tipo que se aleja ahora en silencio llevando de la mano a su chica, con los cinco dedos de Hook impresos en la cara.
Pollo tira el último bolso sobre la cama.
—Caramba, qué tacaña… Tienes un bolso así, acudes a una fiesta como esta y te traes solo diez euros. ¡Se necesita ser miserable!
Cuando está a punto de salir advierte que sobre la silla que hay a su lado, colgado del brazo y oculto bajo una chaqueta colonial, hay un bolso. Lo coge. Es un bolso muy bonito y pesado, con el asa trabajada y dos hilos de cuero para cerrarlo.
Debe de estar bien provisto, si la propietaria se ha preocupado tanto por esconderlo.
Pollo empieza a deshacer el nudo que une las dos tiras de cuero, maldiciendo su vicio de comerse siempre las uñas. Uno puede sufrir de falta de afecto, de acuerdo, o de falta de dinero. Pero no de las dos cosas a la vez. Finalmente, el nudo se deshace.
Justo en ese momento se abre la puerta. Pollo esconde el bolso detrás de la espalda.
Una muchacha morena, sonriente, entra tranquila. Se detiene al verlo.
—Cierra la puerta.
Pallina obedece. Pollo saca de nuevo el bolso y empieza a hurgar en su interior. Pallina parece molesta. Pollo nota que lo está mirando.
—Caramba, ¿se puede saber qué quieres?
—Mi bolso.
—Bueno, ¿y a qué esperas? Cógelo, ¿no?
Pollo le indica la cama llena de bolsos ya vacíos.
—No puedo.
—¿Por qué?
—Un idiota lo tiene en la mano.
—Ah. —Pollo sonríe. Mira mejor a la chica. Es muy guapa, tiene el pelo negro con un mechón a un lado y un ligero mohín de fastidio en la boca. Naturalmente, lleva puesta una falda colonial. Pollo encuentra la cartera, la coge.
—Ten… —Le lanza el bolso—. Basta pedirlo…
Pallina coge el bolso al vuelo. Y se pone también ella a buscar algo dentro.
—¿Lo sabes, que no se hurga en los bolsos de las señoritas, no te lo ha dicho tu madre?
—Nunca he hablado con ella. Eh, eres tú la que debería tener una pequeña conversación con ella.
—¿Por qué?
—Bueno, no se puede ir por ahí con solo cincuenta euros en el bolso.
—Es mi paga de la semana.
Pollo se los mete en el bolsillo.
—Era.
—Eso quiere decir que me tendré que poner a dieta.
—Entonces te he hecho un favor.
—¡Imbécil!
Pallina encuentra lo que buscaba, deja de nuevo el bolso.
—Cuando hayas acabado, méteme de nuevo la cartera en su sitio. Gracias.
—Oye, visto que te pones a dieta, tal vez podría invitarte a comer una pizza mañana.
—No, gracias, cuando la que paga soy yo me gusta decidir al menos con quién voy. —Hace ademán de marcharse.
—Eh, espera un momento.
Pollo la alcanza.
—¿Qué has cogido?
Pallina se lleva la mano a la espalda.
—Nada que te interese.
Pollo le inmoviliza los brazos.
—Eh, juzgo yo, enséñamelo.
—No, deja que me vaya. Has cogido el dinero, ¿no? ¿Qué más quieres?
—Lo que llevas en la mano.
Pollo intenta asírsela. Pallina apoya el pecho contra él, alejando lo más posible su pequeña mano cerrada.
—Déjame estar, mira que si no me pongo a chillar.
—Y yo entonces te doy en el culo.
Pollo alcanza finalmente la muñeca y la atrae hacia él. Tira del brazo, con el pequeño puño cerrado, decidido, hacia delante.
—Mira, si me lo abres, te juro que no volveré a hablarte…
—Pues si que… no nos hemos hablado hasta hoy, no creo que me muera…
Pollo aferra la mano pequeña y suave de la muchacha y empieza a empujar con la palma los dedos hacia detrás. Pallina trata de resistir. Inútilmente. Con lágrimas en los ojos, llevando el peso hacia detrás para dar más fuerza a sus pequeños dedos.
—Te lo ruego, déjame. —Pollo sigue sin hacerle caso. Al final, uno tras otro, los dedos se doblan, rendidos, dejando al descubierto su secreto.
En la mano de Pallina aparece la explicación de aquellos granos sobre la cara y el pecho hinchado. El motivo de aquel nerviosismo que, una vez al mes, sufre antes o después cualquier muchacha y que, cuando no llega, las pone aún más nerviosas o las convierte en mamás. Pallina permanece allí, delante de él, en silencio, avergonzada. Ha sido humillada. Pollo se deja caer sobre la cama y suelta una carcajada.
—Entonces mañana sí que no te invito a cenar. Si no, después, ¿qué hacemos?
¿Contarnos chistes?
—¡Ah, no, eso sí que no, los que conozco no son tan vulgares como para hacerte reír! Y los otros dudo que los entendieras.
—¡Eh, muerde, la niña! —Pollo está impresionado.
—En cualquier caso, estoy segura de que conmigo te has divertido ya bastante.
—¿Por qué?
Pallina se acaricia los dedos. Pollo lo advierte.
—Me has hecho daño. ¿No era eso lo que querías?
—Venga, solo están un poco rojos, no exageres, dentro de nada se te pasa.
—No hablaba de mi mano. —Y sale antes de echarse a llorar.
Pollo se queda allí, sin saber muy bien qué hacer. Lo único que se le ocurre es meter en su sitio la cartera y echar un vistazo en su agenda. Devolverle los cincuenta euros no, por descontado.
El disc‐jockey, un tipo musical, con el pelo ligeramente más largo que los demás para poner en evidencia su condición de artista, se agita al ritmo de la música. Sus manos mueven hacia delante y hacia detrás los discos sobre los platos, mientras unos auriculares esponjosos sobre los oídos le dan la posibilidad de escucharlos de antemano y de evitar el ridículo de hacer una entrada equivocada.
Joe da vueltas por la fiesta, mira a su alrededor, escucha distraído estúpidas conversaciones de chicas de dieciocho años: los vestidos tan caros que han visto en los escaparates, las motos que sus padres se han negado a comprarles, noviazgos imposibles, cuernos asegurados, aspiraciones frustradas.
...
_____________________
Después de esto empieza todo... comentaad y lo subooo ;)
Roberta, eufórica por sus dieciocho años, por la fiesta que está saliendo redonda, corre al telefonillo.
—Contesto yo —adelantándose a un tipo que pasa por allí con un platito lleno de pequeñas pizzas.
—Hola. Está Francesca, ¿verdad?
—¿Qué Francesca?
—Giacomini, la rubia.
—Ah, sí, ¿qué le digo?
—Nada, ábreme. Soy su hermano, le tengo que dejar las llaves.
Roberta aprieta una vez el botón del telefonillo luego, para estar más segura de haber abierto, aprieta de nuevo. Va a la cocina, coge dos Coca‐Colas grandes y se dirige hacia el salón. Se topa con una chica rubia que está hablando con un chico con el pelo engominado hacia detrás.
—Francesca, tu hermano está subiendo…
—Ah… —Es la única cosa que Francesca logra decir—. Gracias. —Después de haberlo pronunciado, se queda con la boca abierta. El chico engominado pierde algo de su estatismo y se concede un ligero estupor.
—France, ¿pasa algo?
—No, no pasa nada, solo que yo soy hija única.
—Aquí es. —El Siciliano y Hook son los primeros en leer la etiqueta sobre el timbre del cuarto piso—. Micchi, ¿no?
Schello llama.
La puerta se abre casi de inmediato.
Roberta permanece en el umbral, mira a aquel grupo de muchachos musculosos y despeinados. «Visten un poco deportivos», piensa ingenuamente.
—¿Puedo hacer algo por vosotros?
Schello se adelanta.
—Buscaba a Francesca, soy su hermano.
Como por encanto, Francesca se asoma a la puerta, acompañada del engominado.
—Ah, aquí está tu hermano.
—¿Y quién se supone que es?
—¡Yo! —Lucone alza la mano.
También Pollo la levanta.
—Yo también, somos gemelos, como en la película de Schwarzenegger. Él es el tonto. —Todos se ríen.
—Nosotros también somos hermanos. —Uno tras otro levantan la mano—. Sí, querámonos mucho.
El tipo engominado no entiende demasiado de qué va la cosa. Opta por una expresión que le va bien a su pelo.
Francesca hace un aparte con Schello.
—Pero ¿cómo se te ocurre venir con esta gente, eh?
Pollo sonríe, ajustándose la cazadora: el resultado es siempre pésimo.
—Esta fiesta parece un funeral, al menos la alegramos un poco, venga Franceʹ, no te cabrees.
—¿Y quién se cabrea? Basta con que os vayáis.
—Bueno, Sche, yo ya estoy harto, permiso. —El Siciliano, sin esperar a que
Francesca se aparte de la puerta, entra.
El engominado, de repente, cae en la cuenta: están tratando de colarse. Movido por un fugaz destello de inteligencia, se esfuma de allí acercándose a los verdaderos invitados que se encuentran en el salón. Francesca intenta por todos los medios detenerlos.
—No, Schello, venga, no podéis entrar.
—Perdón, permiso, perdón.
Inexorablemente, uno tras otro, pasan todos: Hook, Lucone, Pollo, Bunny, Joe y los demás.
—Venga, France, no hagas eso, verás como no pasa nada.
Schello la coge por el brazo.
—Al fin y al cabo, tú no tienes nada que ver, ¿no? Es culpa de tu hermano que se ha traído a toda esta gente… —Luego, como si le preocupara que se cuele alguno más, cierra la puerta.
El Siciliano y Hook se abalanzan literalmente sobre el bufet, devoran los bocadillos de salchichón, blandos, untados de mantequilla sobre la parte superior, la redonda, sin saborearlos, tragándoselos directamente sin masticarlos. Aquello se convierte en una competición. Engullen pizzas y sándwiches mezclándolos con pastelitos y chocolatinas. Al final el Siciliano se atraganta. Hook le da palmadas cada vez más fuertes sobre la espalda, la última es tan violenta que el Siciliano empieza a toser, escupiendo trozos de comida sobre el resto del bufet. La mayor parte de los invitados que se encuentra por allí decide ponerse de inmediato a dieta. Schello se echa a reír como un loco, Francesca empieza a preocuparse seriamente.
Bunny da vueltas por el salón. Como un atento anticuario: coge los pequeños objetos, se los acerca a los ojos, controla el número impreso y si son de plata se los mete en el bolsillo. Muy pronto los invitados se ven obligados a tirar la ceniza en las plantas.
Pollo, como un buen profesional, busca sin perder tiempo la habitación de la madre. La encuentra. Ha sido sabiamente cerrada con llave, con dos vueltas, solo que han dejado la llave en el ojo de la cerradura. Ingenuos. Pollo abre la puerta. Las bolsas de las invitadas están sobre la cama, en perfecto orden. Empieza a abrirlas, una tras otra, sin apresurarse.
Las carteras están casi todas llenas, aquella sí que es una fiesta como se debe: gente de clase, nada que objetar. En el pasillo, Hook molesta a una amiga de Pallina con apreciaciones algo subidas de tono. Un chico, algo menos engominado que el resto, trata de hacerle recordar un concepto relativamente vago, sin embargo, de educación. Se enzarza en una discusión. Esquiva al vuelo una bofetada tal vez algo más directa que las apreciaciones que le han tocado a su chica. Hook no soporta los sermones. Su padre es abogado, le gustan las palabras casi tanto como su hijo odia la idea de estudiar derecho.
Pallina, puede que a causa de la emoción, nota que también ella tiene un problema y miente, disculpándose con los demás.
—Se me ha corrido el rímel, voy al cuarto de baño a retocarlo. —Cosa que serviría mucho más al tipo que se aleja ahora en silencio llevando de la mano a su chica, con los cinco dedos de Hook impresos en la cara.
Pollo tira el último bolso sobre la cama.
—Caramba, qué tacaña… Tienes un bolso así, acudes a una fiesta como esta y te traes solo diez euros. ¡Se necesita ser miserable!
Cuando está a punto de salir advierte que sobre la silla que hay a su lado, colgado del brazo y oculto bajo una chaqueta colonial, hay un bolso. Lo coge. Es un bolso muy bonito y pesado, con el asa trabajada y dos hilos de cuero para cerrarlo.
Debe de estar bien provisto, si la propietaria se ha preocupado tanto por esconderlo.
Pollo empieza a deshacer el nudo que une las dos tiras de cuero, maldiciendo su vicio de comerse siempre las uñas. Uno puede sufrir de falta de afecto, de acuerdo, o de falta de dinero. Pero no de las dos cosas a la vez. Finalmente, el nudo se deshace.
Justo en ese momento se abre la puerta. Pollo esconde el bolso detrás de la espalda.
Una muchacha morena, sonriente, entra tranquila. Se detiene al verlo.
—Cierra la puerta.
Pallina obedece. Pollo saca de nuevo el bolso y empieza a hurgar en su interior. Pallina parece molesta. Pollo nota que lo está mirando.
—Caramba, ¿se puede saber qué quieres?
—Mi bolso.
—Bueno, ¿y a qué esperas? Cógelo, ¿no?
Pollo le indica la cama llena de bolsos ya vacíos.
—No puedo.
—¿Por qué?
—Un idiota lo tiene en la mano.
—Ah. —Pollo sonríe. Mira mejor a la chica. Es muy guapa, tiene el pelo negro con un mechón a un lado y un ligero mohín de fastidio en la boca. Naturalmente, lleva puesta una falda colonial. Pollo encuentra la cartera, la coge.
—Ten… —Le lanza el bolso—. Basta pedirlo…
Pallina coge el bolso al vuelo. Y se pone también ella a buscar algo dentro.
—¿Lo sabes, que no se hurga en los bolsos de las señoritas, no te lo ha dicho tu madre?
—Nunca he hablado con ella. Eh, eres tú la que debería tener una pequeña conversación con ella.
—¿Por qué?
—Bueno, no se puede ir por ahí con solo cincuenta euros en el bolso.
—Es mi paga de la semana.
Pollo se los mete en el bolsillo.
—Era.
—Eso quiere decir que me tendré que poner a dieta.
—Entonces te he hecho un favor.
—¡Imbécil!
Pallina encuentra lo que buscaba, deja de nuevo el bolso.
—Cuando hayas acabado, méteme de nuevo la cartera en su sitio. Gracias.
—Oye, visto que te pones a dieta, tal vez podría invitarte a comer una pizza mañana.
—No, gracias, cuando la que paga soy yo me gusta decidir al menos con quién voy. —Hace ademán de marcharse.
—Eh, espera un momento.
Pollo la alcanza.
—¿Qué has cogido?
Pallina se lleva la mano a la espalda.
—Nada que te interese.
Pollo le inmoviliza los brazos.
—Eh, juzgo yo, enséñamelo.
—No, deja que me vaya. Has cogido el dinero, ¿no? ¿Qué más quieres?
—Lo que llevas en la mano.
Pollo intenta asírsela. Pallina apoya el pecho contra él, alejando lo más posible su pequeña mano cerrada.
—Déjame estar, mira que si no me pongo a chillar.
—Y yo entonces te doy en el culo.
Pollo alcanza finalmente la muñeca y la atrae hacia él. Tira del brazo, con el pequeño puño cerrado, decidido, hacia delante.
—Mira, si me lo abres, te juro que no volveré a hablarte…
—Pues si que… no nos hemos hablado hasta hoy, no creo que me muera…
Pollo aferra la mano pequeña y suave de la muchacha y empieza a empujar con la palma los dedos hacia detrás. Pallina trata de resistir. Inútilmente. Con lágrimas en los ojos, llevando el peso hacia detrás para dar más fuerza a sus pequeños dedos.
—Te lo ruego, déjame. —Pollo sigue sin hacerle caso. Al final, uno tras otro, los dedos se doblan, rendidos, dejando al descubierto su secreto.
En la mano de Pallina aparece la explicación de aquellos granos sobre la cara y el pecho hinchado. El motivo de aquel nerviosismo que, una vez al mes, sufre antes o después cualquier muchacha y que, cuando no llega, las pone aún más nerviosas o las convierte en mamás. Pallina permanece allí, delante de él, en silencio, avergonzada. Ha sido humillada. Pollo se deja caer sobre la cama y suelta una carcajada.
—Entonces mañana sí que no te invito a cenar. Si no, después, ¿qué hacemos?
¿Contarnos chistes?
—¡Ah, no, eso sí que no, los que conozco no son tan vulgares como para hacerte reír! Y los otros dudo que los entendieras.
—¡Eh, muerde, la niña! —Pollo está impresionado.
—En cualquier caso, estoy segura de que conmigo te has divertido ya bastante.
—¿Por qué?
Pallina se acaricia los dedos. Pollo lo advierte.
—Me has hecho daño. ¿No era eso lo que querías?
—Venga, solo están un poco rojos, no exageres, dentro de nada se te pasa.
—No hablaba de mi mano. —Y sale antes de echarse a llorar.
Pollo se queda allí, sin saber muy bien qué hacer. Lo único que se le ocurre es meter en su sitio la cartera y echar un vistazo en su agenda. Devolverle los cincuenta euros no, por descontado.
El disc‐jockey, un tipo musical, con el pelo ligeramente más largo que los demás para poner en evidencia su condición de artista, se agita al ritmo de la música. Sus manos mueven hacia delante y hacia detrás los discos sobre los platos, mientras unos auriculares esponjosos sobre los oídos le dan la posibilidad de escucharlos de antemano y de evitar el ridículo de hacer una entrada equivocada.
Joe da vueltas por la fiesta, mira a su alrededor, escucha distraído estúpidas conversaciones de chicas de dieciocho años: los vestidos tan caros que han visto en los escaparates, las motos que sus padres se han negado a comprarles, noviazgos imposibles, cuernos asegurados, aspiraciones frustradas.
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Después de esto empieza todo... comentaad y lo subooo ;)
SandyJonas
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
jajaja Joe de colado xD que desubicado Pollo ¬¬ odio cuando los chicos invaden la privacidad femenina (?
Ya quiero que pase algo entre ellos dos! seguilaaa :bounce:
Patu
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
Capítulo9;Parte 2
A través de la ventana que hay al fondo del salón, la que da a la terraza, entra un poco de aire. Las cortinas se hinchan ligeramente; mientras descienden, dos figuras adquieren forma bajo las mismas. Unas manos tratan de apartarlas para abrirlas. Un muchacho atractivo y elegante no tarda en conseguirlo, encontrando la abertura justa. A su lado aparece poco después una muchacha. Ríe divertida ante aquel pequeño contratiempo. La luz de la luna, por detrás, ilumina ligeramente su vestido haciéndolo por un momento transparente.
Joe no le quita ojo. La chica mueve el pelo, le sonríe al tipo. Deja al descubierto unos dientes blancos y preciosos. Incluso de lejos se puede sentir la intensidad de su mirada. Los ojos azules, profundos y limpios. Joe la recuerda, su encuentro, se han visto ya. O tal vez sea mejor hablar de encontronazo. Los dos se dicen algo. La chica asiente y sigue al muchacho hacia la mesa de las bebidas. Repentinamente, a Joe le entran también ganas de beber algo.
Chicco Brandelli guía a _____ a través de los invitados. Le roza apenas la espalda con la palma de la mano, disfrutando a cada paso de su leve perfume. _____ saluda a algunos amigos que han llegado mientras ella estaba en la terraza. Llegan a la mesa de las bebidas. Inesperadamente, un tipo se coloca frente a _____. Es Joe.
—Bueno, veo que me has hecho caso, estás intentando resolver tus problemas—dice, indicando con la cabeza a Brandelli—. Entiendo que se trata solo de un primer intento pero puede funcionar. Por otra parte, si no has podido encontrar nada mejor…
_____ lo mira vacilante. Lo conoce, pero no le resulta simpático. ¿O sí? ¿Dónde ha visto a ese tipo?
Joe le refresca la memoria.
—Te acompañé al colegio una mañana, hace unos días.
—Imposible, yo al colegio voy siempre con mi padre.
—Tienes razón, digamos mejor que te escolté. Iba pegado a tu coche.
_____ lo mira con fastidio al caer en la cuenta.
—Veo que finalmente te acuerdas.
—Claro, eres el que decía un montón de estupideces. No has cambiado, ¿eh?
—¿Por qué debería? Soy perfecto. —Joe extiende los brazos mostrando su físico.
_____ piensa que, al menos desde ese punto de vista, no puede por menos que darle la razón. Es el resto lo que no funciona. Empezando por la ropa y acabando con su modo de comportarse.
—Ves, no has dicho que no.
—Ni siquiera te contesto.
—_____, ¿te está molestando? —Brandelli tiene la desafortunada idea de entrometerse. Joe ni siquiera lo mira.
—No, Chicco, gracias.
—Entonces, si no te estoy molestando, te gusta…
—Me resultas completamente indiferente, es más, diría que me aburres un poco, para ser más exacta.
Chicco trata de poner fin a aquella discusión dirigiéndose a _____.
—¿Quieres algo de beber?
Joe contesta por ella.
—Sí, gracias, ponme una Coca-Cola.
Chicco hace caso omiso.
—_____, ¿quieres algo?
Joe lo mira por primera vez.
—Sí, una Coca‐Cola, te lo acabo de decir, muévete.
Chicco se lo queda mirando con el vaso en la mano.
—Date prisa. ¿No me oyes, gusano?
—Déjalo estar. —_____ interviene, quitando el vaso de la mano de Chicco—. Me ocupo yo.
—¿Lo ves?, resultas más guapa cuando te comportas amablemente.
_____ coge la botella.
—Ten, procura no volcarla. —Luego arroja el vaso lleno de Coca-Cola a la cara de Joe, mojándolo de pies a cabeza.
-Te he dicho que tuvieras cuidado, eres como un niño, ¿eh? Ni siquiera sabes beber.
Chicco se echa a reír. Joe le da un empujón tan fuerte que lo hace volar hasta una mesita baja, haciendo caer todo lo que hay sobre ella. Luego coge por el borde el mantel sobre el que se encuentran las bebidas. Tira fuerte de él, tratando de hacer como algunos prestidigitadores, pero el número no le sale. Una decena de botellas salen despedidas yendo a parar sobre los sofás cercanos y sobre los invitados.
Algunos vasos se rompen. Joe se seca la cara.
_____ lo mira asqueada.
—Eres realmente una bestia.
—Tienes razón, necesito una buena ducha, estoy todo pegajoso. Como es culpa tuya, la ducha la haremos juntos.
En un abrir y cerrar de ojos, Joe se inclina y, cogiéndola por las piernas, se la echa al hombro. _____ se agita furiosa.
—¡Déjame estar, bájame! ¡Ayudadme!
Ninguno de los invitados interviene. Brandelli se levanta y prueba a detenerlo.
Joe le da una patada en la tripa que hace que vaya a dar contra un grupo de invitados. Schello ríe como un loco, baila con Lucone dando golpes en la cabeza a los que pasan por su lado. Alguno reacciona. Junto al disc-jockey estalla una pelea.
Roberta, preocupada, se detiene en la puerta, mirando horrorizada su salón arrasado.
—Perdona, ¿dónde está el baño?
Roberta, sin dejarse sorprender por aquel tipo con una chica a hombros, se lo indica.
—Por allí.
Joe le da las gracias y sigue las indicaciones. Llegan el Siciliano y Hook, cargados con huevos y tomates. Empiezan a apuntar a cuadros, paredes e invitados, sin hacer distinciones, tirando con violencia, con intención de hacer daño. Brandelli se acerca a Roberta.
—¿Dónde está el teléfono?
—Allí.
Roberta le indica una dirección opuesta a la del baño. Se siente como un guardia intentando dirigir aquel tráfico o, mejor, aquel caos terrible que ha estallado justo en su salón. Desgraciadamente, carece de autoridad para poner una multa a todos y sacarlos de allí. Alguno, más sabio o más canalla que el resto, se acerca a ella y la besa.
—Hola, Roberta, felicidades. Lo sentimos pero nosotros nos marchamos, ¿eh?
—Por allí. —Distraída, indica la puerta de casa de la cual, si no fuera porque es suya, querría también salir huyendo.
—Déjame, te he dicho que me bajes. Me las pagarás…
—¿Y quién se encargará de castigarme? ¿Esa especie de perchero que aspira a convertirse en camarero?
Joe entra en el baño y abre la puerta corrediza, en relieve, de la ducha. _____ se aferra al marco, intentando detenerlo.
—¡No! ¡Socorro! ¡Ayudadme!
Joe retrocede, le coge las manos, abriéndoselas sin gran dificultad.
_____ decide cambiar de táctica. Trata de hacerse la simpática.
—Venga, va, perdona. Ahora bájame, por favor.
—¿Qué quiere decir por favor? ¿Me tiras la Coca-Cola a la cara y ahora me dices por favor?
—Vale, cometí un error al tirártela.
—Ya sé que cometiste un error.
Joe entra en la ducha, se agacha y se coloca bajo la alcachofa.
—Pero el daño ya está hecho. Llegados a este punto no me queda otro remedio que darme una ducha, si no luego dices que estoy pringoso.
—Claro que no, qué tiene que ver. —Un chorro de agua le da de lleno en la cara, ahogándole las palabras en la boca—. ¡Imbécil! —_____ se agita tratando de evitar el agua, pero Joe la sujeta dándole la vuelta para que se moje por completo—. Déjame, estúpido, déjame bajar.
—Justo lo que hacía falta, una buena ducha helada para calmarte un poco. ¿Sabes que es muy bueno alternar el agua fría con la caliente? —Coloca el termómetro en el rojo. Del agua empieza a salir humo. _____ chilla aún más fuerte.
—¡Ay, quema! ¡Ciérrala, ciérrala!
—Mira que sienta verdaderamente bien, ensancha los poros, facilita la circulación, llega más sangre al cerebro, así se razona mejor y uno entiende que hay que comportarse bien con la gente… Ser amables y puede que hasta servir una Coca-Cola en lugar de tirarla a la cara.
Schello entra en ese momento.
—Rápido, Joe, vámonos. Alguien ha llamado a la policía.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo he oído. Lucone me había dado con un huevo en la frente, fui a limpiarme y lo pillé al teléfono. Yo mismo lo pude oír.
Joe cierra la ducha, luego apoya a _____ en el suelo. Schello mientras tanto abre los cajones que hay alrededor del espejo. Encuentra algunas sortijas y cadenitas, cosas de poco valor, pero se las mete en el bolsillo igualmente. _____, con el pelo sobre la cara, completamente mojado, está apoyada en la pared de la ducha tratando de recuperarse. Joe se quita la camiseta. Coge una toalla y empieza a secarse. Unos abdominales perfectos aparecen entre los pliegues del tejido de rizo. Su piel, lisa y tirante, se desliza tensa por los escalones de su musculatura.
Joe la mira sonriente.
—Será mejor que te seques, si no te constiparás.
_____ aparta con la mano los mechones mojados que le cubren la cara. Descubre sus ojos. Enojados y resueltos. Joe finge tener miedo.
—Bueno, bueno, olvida lo que te he dicho. —Sigue restregándose el pelo. _____ permanece sentada en el suelo. El vestido mojado se ha vuelto transparente. Bajo la tela a flores malvas se aprecia el encaje de un sostén claro, tal vez a juego con las bragas. Joe se da cuenta.
—Entonces, ¿quieres una toalla o no?
—Vete a tomar por culo.
—¡Menuda palabrota! Pero bueno, ¿una chica tan buena como tú dice esas cosas? Recuérdame que la próxima vez que nos duchemos juntos te lave la boca con jabón. ¿Está claro? Recuérdamelo, ¿eh?
Retuerce la camiseta y, atándosela a la cintura, sale del baño. _____ lo mira alejarse. Sobre la espalda todavía empapada algunas gotitas de agua se deslizan entre nervios y haces de músculos ágiles y bien delineados. _____ coge un champú que encuentra allí mismo, en el suelo, y se lo arroja. Al oír el ruido, Joe se agacha instintivamente.
—Eh, ahora entiendo por qué estás enfadada, me olvidé de lavarte el pelo. Está bien, ahora vuelvo, ¿vale?
—¡Vete! Ni lo intentes…
_____ cierra rápidamente la puerta transparente de la ducha. Joe mira sus pequeñas manos que empujan el cristal.
—¡Ten! —Le lanza el champú por arriba, a través del espacio abierto en lo alto de la ducha—. Me parece que prefieres hacerlo sola… ¡Como tantas otras cosas… por cierto! —Luego sale del baño con una carcajada grosera.
La palabra policía causa en el salón una desbandada generalizada. Las risas se acaban de golpe. Lucone, el Siciliano y Hook, con un pasado más borrascoso, son los primeros en llegar a la puerta. Algunos invitados se quedan sangrando en el suelo.
Roberta llora en un rincón. Otros invitados ven a aquellos energúmenos salir con sus anoraks de plumas puestos, las Henry Lloyd, alguna Fay y chaquetas costosas.
Bunny, con un extraño tintineo de plata, se aleja algo más cargado de lo habitual.
Bajan corriendo las escaleras, rápidos, haciendo temblar la barandilla de la que se aferran para ayudarse en las curvas. Arrojan al suelo los jarrones de valor que hay en los rellanos elegantes. Revientan los buzones con patadas precisas, directas, gritando y, tras haber robado algún que otro sillín de motocicleta, se esfuman en la noche.
_________________________
Comenten, people... :twisted:
A través de la ventana que hay al fondo del salón, la que da a la terraza, entra un poco de aire. Las cortinas se hinchan ligeramente; mientras descienden, dos figuras adquieren forma bajo las mismas. Unas manos tratan de apartarlas para abrirlas. Un muchacho atractivo y elegante no tarda en conseguirlo, encontrando la abertura justa. A su lado aparece poco después una muchacha. Ríe divertida ante aquel pequeño contratiempo. La luz de la luna, por detrás, ilumina ligeramente su vestido haciéndolo por un momento transparente.
Joe no le quita ojo. La chica mueve el pelo, le sonríe al tipo. Deja al descubierto unos dientes blancos y preciosos. Incluso de lejos se puede sentir la intensidad de su mirada. Los ojos azules, profundos y limpios. Joe la recuerda, su encuentro, se han visto ya. O tal vez sea mejor hablar de encontronazo. Los dos se dicen algo. La chica asiente y sigue al muchacho hacia la mesa de las bebidas. Repentinamente, a Joe le entran también ganas de beber algo.
Chicco Brandelli guía a _____ a través de los invitados. Le roza apenas la espalda con la palma de la mano, disfrutando a cada paso de su leve perfume. _____ saluda a algunos amigos que han llegado mientras ella estaba en la terraza. Llegan a la mesa de las bebidas. Inesperadamente, un tipo se coloca frente a _____. Es Joe.
—Bueno, veo que me has hecho caso, estás intentando resolver tus problemas—dice, indicando con la cabeza a Brandelli—. Entiendo que se trata solo de un primer intento pero puede funcionar. Por otra parte, si no has podido encontrar nada mejor…
_____ lo mira vacilante. Lo conoce, pero no le resulta simpático. ¿O sí? ¿Dónde ha visto a ese tipo?
Joe le refresca la memoria.
—Te acompañé al colegio una mañana, hace unos días.
—Imposible, yo al colegio voy siempre con mi padre.
—Tienes razón, digamos mejor que te escolté. Iba pegado a tu coche.
_____ lo mira con fastidio al caer en la cuenta.
—Veo que finalmente te acuerdas.
—Claro, eres el que decía un montón de estupideces. No has cambiado, ¿eh?
—¿Por qué debería? Soy perfecto. —Joe extiende los brazos mostrando su físico.
_____ piensa que, al menos desde ese punto de vista, no puede por menos que darle la razón. Es el resto lo que no funciona. Empezando por la ropa y acabando con su modo de comportarse.
—Ves, no has dicho que no.
—Ni siquiera te contesto.
—_____, ¿te está molestando? —Brandelli tiene la desafortunada idea de entrometerse. Joe ni siquiera lo mira.
—No, Chicco, gracias.
—Entonces, si no te estoy molestando, te gusta…
—Me resultas completamente indiferente, es más, diría que me aburres un poco, para ser más exacta.
Chicco trata de poner fin a aquella discusión dirigiéndose a _____.
—¿Quieres algo de beber?
Joe contesta por ella.
—Sí, gracias, ponme una Coca-Cola.
Chicco hace caso omiso.
—_____, ¿quieres algo?
Joe lo mira por primera vez.
—Sí, una Coca‐Cola, te lo acabo de decir, muévete.
Chicco se lo queda mirando con el vaso en la mano.
—Date prisa. ¿No me oyes, gusano?
—Déjalo estar. —_____ interviene, quitando el vaso de la mano de Chicco—. Me ocupo yo.
—¿Lo ves?, resultas más guapa cuando te comportas amablemente.
_____ coge la botella.
—Ten, procura no volcarla. —Luego arroja el vaso lleno de Coca-Cola a la cara de Joe, mojándolo de pies a cabeza.
-Te he dicho que tuvieras cuidado, eres como un niño, ¿eh? Ni siquiera sabes beber.
Chicco se echa a reír. Joe le da un empujón tan fuerte que lo hace volar hasta una mesita baja, haciendo caer todo lo que hay sobre ella. Luego coge por el borde el mantel sobre el que se encuentran las bebidas. Tira fuerte de él, tratando de hacer como algunos prestidigitadores, pero el número no le sale. Una decena de botellas salen despedidas yendo a parar sobre los sofás cercanos y sobre los invitados.
Algunos vasos se rompen. Joe se seca la cara.
_____ lo mira asqueada.
—Eres realmente una bestia.
—Tienes razón, necesito una buena ducha, estoy todo pegajoso. Como es culpa tuya, la ducha la haremos juntos.
En un abrir y cerrar de ojos, Joe se inclina y, cogiéndola por las piernas, se la echa al hombro. _____ se agita furiosa.
—¡Déjame estar, bájame! ¡Ayudadme!
Ninguno de los invitados interviene. Brandelli se levanta y prueba a detenerlo.
Joe le da una patada en la tripa que hace que vaya a dar contra un grupo de invitados. Schello ríe como un loco, baila con Lucone dando golpes en la cabeza a los que pasan por su lado. Alguno reacciona. Junto al disc-jockey estalla una pelea.
Roberta, preocupada, se detiene en la puerta, mirando horrorizada su salón arrasado.
—Perdona, ¿dónde está el baño?
Roberta, sin dejarse sorprender por aquel tipo con una chica a hombros, se lo indica.
—Por allí.
Joe le da las gracias y sigue las indicaciones. Llegan el Siciliano y Hook, cargados con huevos y tomates. Empiezan a apuntar a cuadros, paredes e invitados, sin hacer distinciones, tirando con violencia, con intención de hacer daño. Brandelli se acerca a Roberta.
—¿Dónde está el teléfono?
—Allí.
Roberta le indica una dirección opuesta a la del baño. Se siente como un guardia intentando dirigir aquel tráfico o, mejor, aquel caos terrible que ha estallado justo en su salón. Desgraciadamente, carece de autoridad para poner una multa a todos y sacarlos de allí. Alguno, más sabio o más canalla que el resto, se acerca a ella y la besa.
—Hola, Roberta, felicidades. Lo sentimos pero nosotros nos marchamos, ¿eh?
—Por allí. —Distraída, indica la puerta de casa de la cual, si no fuera porque es suya, querría también salir huyendo.
—Déjame, te he dicho que me bajes. Me las pagarás…
—¿Y quién se encargará de castigarme? ¿Esa especie de perchero que aspira a convertirse en camarero?
Joe entra en el baño y abre la puerta corrediza, en relieve, de la ducha. _____ se aferra al marco, intentando detenerlo.
—¡No! ¡Socorro! ¡Ayudadme!
Joe retrocede, le coge las manos, abriéndoselas sin gran dificultad.
_____ decide cambiar de táctica. Trata de hacerse la simpática.
—Venga, va, perdona. Ahora bájame, por favor.
—¿Qué quiere decir por favor? ¿Me tiras la Coca-Cola a la cara y ahora me dices por favor?
—Vale, cometí un error al tirártela.
—Ya sé que cometiste un error.
Joe entra en la ducha, se agacha y se coloca bajo la alcachofa.
—Pero el daño ya está hecho. Llegados a este punto no me queda otro remedio que darme una ducha, si no luego dices que estoy pringoso.
—Claro que no, qué tiene que ver. —Un chorro de agua le da de lleno en la cara, ahogándole las palabras en la boca—. ¡Imbécil! —_____ se agita tratando de evitar el agua, pero Joe la sujeta dándole la vuelta para que se moje por completo—. Déjame, estúpido, déjame bajar.
—Justo lo que hacía falta, una buena ducha helada para calmarte un poco. ¿Sabes que es muy bueno alternar el agua fría con la caliente? —Coloca el termómetro en el rojo. Del agua empieza a salir humo. _____ chilla aún más fuerte.
—¡Ay, quema! ¡Ciérrala, ciérrala!
—Mira que sienta verdaderamente bien, ensancha los poros, facilita la circulación, llega más sangre al cerebro, así se razona mejor y uno entiende que hay que comportarse bien con la gente… Ser amables y puede que hasta servir una Coca-Cola en lugar de tirarla a la cara.
Schello entra en ese momento.
—Rápido, Joe, vámonos. Alguien ha llamado a la policía.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo he oído. Lucone me había dado con un huevo en la frente, fui a limpiarme y lo pillé al teléfono. Yo mismo lo pude oír.
Joe cierra la ducha, luego apoya a _____ en el suelo. Schello mientras tanto abre los cajones que hay alrededor del espejo. Encuentra algunas sortijas y cadenitas, cosas de poco valor, pero se las mete en el bolsillo igualmente. _____, con el pelo sobre la cara, completamente mojado, está apoyada en la pared de la ducha tratando de recuperarse. Joe se quita la camiseta. Coge una toalla y empieza a secarse. Unos abdominales perfectos aparecen entre los pliegues del tejido de rizo. Su piel, lisa y tirante, se desliza tensa por los escalones de su musculatura.
Joe la mira sonriente.
—Será mejor que te seques, si no te constiparás.
_____ aparta con la mano los mechones mojados que le cubren la cara. Descubre sus ojos. Enojados y resueltos. Joe finge tener miedo.
—Bueno, bueno, olvida lo que te he dicho. —Sigue restregándose el pelo. _____ permanece sentada en el suelo. El vestido mojado se ha vuelto transparente. Bajo la tela a flores malvas se aprecia el encaje de un sostén claro, tal vez a juego con las bragas. Joe se da cuenta.
—Entonces, ¿quieres una toalla o no?
—Vete a tomar por culo.
—¡Menuda palabrota! Pero bueno, ¿una chica tan buena como tú dice esas cosas? Recuérdame que la próxima vez que nos duchemos juntos te lave la boca con jabón. ¿Está claro? Recuérdamelo, ¿eh?
Retuerce la camiseta y, atándosela a la cintura, sale del baño. _____ lo mira alejarse. Sobre la espalda todavía empapada algunas gotitas de agua se deslizan entre nervios y haces de músculos ágiles y bien delineados. _____ coge un champú que encuentra allí mismo, en el suelo, y se lo arroja. Al oír el ruido, Joe se agacha instintivamente.
—Eh, ahora entiendo por qué estás enfadada, me olvidé de lavarte el pelo. Está bien, ahora vuelvo, ¿vale?
—¡Vete! Ni lo intentes…
_____ cierra rápidamente la puerta transparente de la ducha. Joe mira sus pequeñas manos que empujan el cristal.
—¡Ten! —Le lanza el champú por arriba, a través del espacio abierto en lo alto de la ducha—. Me parece que prefieres hacerlo sola… ¡Como tantas otras cosas… por cierto! —Luego sale del baño con una carcajada grosera.
La palabra policía causa en el salón una desbandada generalizada. Las risas se acaban de golpe. Lucone, el Siciliano y Hook, con un pasado más borrascoso, son los primeros en llegar a la puerta. Algunos invitados se quedan sangrando en el suelo.
Roberta llora en un rincón. Otros invitados ven a aquellos energúmenos salir con sus anoraks de plumas puestos, las Henry Lloyd, alguna Fay y chaquetas costosas.
Bunny, con un extraño tintineo de plata, se aleja algo más cargado de lo habitual.
Bajan corriendo las escaleras, rápidos, haciendo temblar la barandilla de la que se aferran para ayudarse en las curvas. Arrojan al suelo los jarrones de valor que hay en los rellanos elegantes. Revientan los buzones con patadas precisas, directas, gritando y, tras haber robado algún que otro sillín de motocicleta, se esfuman en la noche.
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Comenten, people... :twisted:
SandyJonas
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
jajajaj me mato la parte de la ducha! Pero pobre Roberta, le cagaron la fiesta u.u
me volvi adicta a esta nove.
SEGUILA :lol!:
Patu
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
Capítulo 10: Parte 1
—Big. —Raffaella coloca decidida las cartas sobre el paño verde, mirando satisfecha a su adversaria. Una mujer con unas gafas al menos tan densas como su lentitud.
—Tíralas, querida…
Casi se le caen de las manos. Raffaella se apodera de ellas sin perder tiempo.
—Esta la añades aquí, esta así y esta última aquí. Estas las pagas todas.
Hace un rápido cálculo mental, luego escribe el resultado parcial sobre una hoja. Se levanta y se pone a espaldas de Claudio, adueñándose también de su juego y, tras algún descarte seguro, lo convence para que haga knock. Su compañero también hace gin. Raffaella anota contenta los puntos. Coge las cartas y empieza a barajarlas, rápidamente. La mujer de las gafas densas da la vuelta a la carta knock.
Tampoco en aquello se queda a la zaga. Es lentísima. Raffaella no soportaría perder, no tanto por los puntos, va bastante adelantada, sino porque las cartas le tocarían entonces a ella. En las mesas cercanas, una línea perdedora desde hace ya demasiado tiempo decide cambiarse atribuyendo la culpa de todos aquellos puntos negativos a la mala suerte. Alguien vuelve a colocar el cenicero apenas vaciado por la dueña de la casa donde estaba antes, a su derecha. Un abogado se sirve un whisky, exactamente hasta alcanzar el final de los dibujos que hay sobre el cristal. La medida justa para ganar permaneciendo más o menos sobrios. Algunas parejas aparentemente más enamoradas que otras se intercambian un saludo afectuoso antes de volver a coger las cartas. En realidad, se trata más bien de una especie de ritual mágico que de un amor desinteresado. Algunas parejas se marchan, con la excusa de que mañana se tienen que levantar muy temprano o que los hijos no han vuelto todavía a casa. En realidad, o él no ha estado muy bien últimamente, o ella se ha aburrido aquella noche. Entre estos se encuentran también Marina y Filippo. Saludan a todos, dando las gracias a la anfitriona, mintiendo sobre la magnífica velada.
Marina besa a Raffaella y luego, con una sonrisa algo más prolongada de lo habitual, le recuerda su promesa secreta concerniente a las hijas.
Del portal 1130 de la Cassia sale un grupo de invitados. Comentan lo sucedido.
Un muchacho parece tener más cosas que contar que los demás. Probablemente tiene razón, a juzgar por su labio hinchado. Tras unas cuantas preguntas, estúpidas e inútiles, la policía ha abandonado la casa de Roberta. La única que sabía algo, una tal Francesca, viendo que la fiesta estaba degenerando, se había marchado a toda prisa, llevándose consigo su bolso vacío y los nombres de los culpables.
En medio del caos general, Palombi y Daniela han huido junto con otros invitados. _____, completamente empapada, ha perdido a su hermana. Roberta le ha encontrado un par de pantalones cortos que le quedan muy bien y la sudadera de su hermano mayor en la cual cabría dos veces.
—Deberías ir vestida así a las fiestas más a menudo, estás fascinante.
—¿Todavía te quedan ganas de bromear, Chicco? —Los dos salen del portal—. He perdido a mi hermana y he estropeado el vestido de Valentino.
Le enseña una elegante bolsa de plástico en la que hay escrito un nombre que, si bien no es el del vestido mojado, es igualmente famoso.
—Y, por si fuera poco, si mi madre me pilla volviendo a casa con el pelo mojado me mata. —Las mangas de la sudadera cubren sus pequeñas manos. _____ se las arremanga, subiéndoselas hasta el codo. Apenas da un paso, vuelven a su sitio, desdeñosas.
—Ahí está, es él. —Desde detrás de los contenedores de la basura, Schello indica decidido a Chicco Brandelli. Joe lo mira.
—¿Estás seguro?
—Segurísimo. Yo mismo lo oí.
Joe reconoce a la chica que va con aquel canalla, aunque su disfraz sea perfecto. No se olvida fácilmente a una mujer que insiste tanto para darse una ducha con uno.
—Vamos a avisar a los demás.
_____ y Chicco doblan la esquina y se adentran en un callejón.
—¿Por qué no interviniste cuando ese idiota me metió bajo la ducha?
—¿Y yo qué sabía? En ese momento había ido a llamar a la policía.
—Ah, ¿fuiste tú?
—Sí, la situación estaba degenerando, se estaban dando una tunda… ¿Has visto qué labio le han dejado a Andrea Martinelli?
—Sí, pobre.
—¿Pobre? Está encantado, imagínate. A saber lo que contará ahora. Solo contra todos, el héroe de la velada. Lo conozco como si lo hubiera parido. Aquí está, es este.
Se paran delante de un coche. Las luces de sus faros lanzan destellos mientras los seguros suben todos a la vez. Es un tipo de alarma bastante común, a diferencia del BMW: último modelo, completamente nuevo. Chicco le abre la puerta. _____ mira el interior perfecto, de madera oscura, los asientos de piel.
—¿Te gusta?
—Mucho.
—Lo he cogido por ti. Sabía que te acompañaría a casa esta noche.
—¿De verdad?
—¡Claro! En realidad estaba todo calculado. A ese grupo de imbéciles lo he llamado yo. Piensa, todo este lío se ha organizado solo para que yo pudiera quedarme a solas contigo.
—Bueno, entonces la historia de la ducha te la podías haber ahorrado, así la ropa también estaría a la altura de la situación.
Chicco se ríe y le cierra la puerta a _____; luego da la vuelta, sube al coche y lo pone en marcha.
—En fin, que yo me he divertido esta noche. Si no hubiera sido por esos, habría sido el mismo funeral de siempre.
—No creo que Roberta esté de acuerdo con eso. —_____ pone educadamente a sus pies la bolsa de plástico—. ¡Le han destruido la casa!
—Venga, tampoco es para tanto, algún que otro daño insignificante. Tendrá que limpiar los sofás y mandar las cortinas a la tintorería.
Un ruido fuerte y sordo, profundo, de hierro, rompe la atmósfera de elegancia y armonía que hay en el interior del coche.
—¿Qué ha pasado? —Brandelli mira por el espejito lateral. Inesperadamente, aparece en él la cara de Lucone. Se desternilla de risa. Detrás de él, Hook se pone de pie sobre el sillín de la moto y da otra violenta patada al coche.
—¡Son esos locos! Rápido, acelera. —Chicco reduce y empieza a correr. Las motos adquieren rápidamente velocidad y le dan alcance. _____ preocupada se vuelve a mirar detrás. Están todos allí, Bunny, Pollo, el Siciliano, Hook, con sus potentes motos y, en medio, Joe. Su cazadora de piel se abre al hincharse dejando a la vista su pecho desnudo. Joe le sonríe. _____ mira de nuevo hacia delante.
—¡Corre lo más deprisa que puedas, Chicco, tengo miedo!
Chicco no contesta y sigue conduciendo apretando el acelerador, bajando por la Cassia, en el frío de la noche. Pero las motos siguen ahí, a ambos lados del coche, no se despegan. Bunny acelera. Pollo extiende la pierna y con una patada rompe el faro posterior. El Siciliano da una patada a la puerta lateral izquierda, abollándola por completo. Las motos se inclinan a toda velocidad, alejándose y acercándose al coche, golpeándolo con fuerza. Ruidos sordos y despiadados llegan hasta los oídos de Chicco.
—¡Coño, me lo están destrozando!
—Ni se te ocurra pararte, Chicco, esos son capaces de hacerte polvo a ti también.
—Pararme no, pero les puedo decir algo. —Aprieta el botón de la ventanilla eléctrica, abriéndola a mitad—. ¡Eh, chicos! —grita mientras trata de mantener la calma y sobre todo el control del vehículo—. Este coche es de mi padre y si… —Un escupitajo le da en plena cara.
—¡Yuhuu, tocado, cien puntos! —Pollo se pone de pie detrás de Bunny, alzando los brazos al cielo en señal de victoria.
Chicco, desesperado, se seca con un paño de ante más caro y auténtico que los guantes de Pollo. _____ mira con asco aquel escupitajo que se pega obstinado a su cara, luego aprieta el botón cerrando de nuevo la ventanilla antes que la puntería de Pollo centre algo más.
—Intenta ir al centro, puede que allí nos encontremos con la policía.
Chicco arroja el paño a los asientos traseros y sigue conduciendo. Llegan más ruidos de carrocería abollada y faros rotos. Cada uno de ellos, piensa, supone cientos de euros de daños y grandes broncas de su padre. Entonces, invadido por una rabia inesperada, Chicco se empieza a reír, como un loco, como si fuera víctima de una crisis histérica.
—¿Quieren guerra? ¡Muy bien, pues la tendrán! ¡Los mataré a todos, los aplastaré como ratas!
Gira bruscamente el volante, el coche derrapa hacia la derecha, acto seguido a la izquierda. _____ se agarra a la manilla de la puerta, aterrorizada. Joe y los otros, viendo que el coche va contra ellos, se alejan frenando y reduciendo al mismo tiempo.
Chicco mira por el espejo retrovisor. El grupo sigue detrás, sin dejar de pisarle los talones.
—Tenéis miedo, ¿eh? ¡Bien! Ahí va eso. —Aprieta de golpe el freno. Se abre el ABS. El coche frena en seco. Los que se encuentran a ambos lados del mismo lo evitan haciéndose a un lado. Schello, que está justo en el medio, intenta frenar pero su Vespone con las ruedas lisas derrapa y patinando acaba contra el parachoques.
Schello cae al suelo. Chicco se pone de nuevo en marcha a toda velocidad haciendo chirriar los neumáticos. Las motos, que han acabado delante del coche, se apartan por miedo a que el coche se les venga encima. El resto se detiene para ayudar a su amigo.
—¡Que hijo de puta! —Schello se levanta, tiene los pantalones desgarrados a la altura de la rodilla derecha—. Mirad esto.
—Figúrate, con una caída así es lo menos que te podía pasar. Solo tienes la rodilla pelada.
—Qué coño me importa a mí la rodilla, ese cabrón me ha estropeado los Leviʹs, me los compré anteayer.
Todos se ríen, divertidos y aliviados por el amigo, que no ha perdido la vida, ni tampoco las ganas de bromear.
—¡Yuhuu, los he jodido, me he cargado a esos bastardos!
Chicco golpea el volante con las manos. Echa de nuevo un vistazo al retrovisor. Solo un coche a lo lejos. Se tranquiliza. Ya no hay nadie.
—¡Cabrones, cabrones! —Salta sobre el asiento—. ¡Lo conseguí!
De repente recuerda que _____ está a su lado.
—¿Cómo estás? —Vuelve a ponerse serio mirándola preocupado.
—Mejor, gracias. —_____ se separa de la puerta, sentándose de nuevo normalmente—. Ahora, sin embargo, me gustaría volver a casa.
—Te llevo enseguida.
Se para un momento en el stop, después continúa por el Ponte Milvio. Chicco la vuelve a mirar; el pelo mojado le cae sobre los hombros, los ojos azules siguen mirando hacia delante todavía un poco atemorizados.
—Siento lo que ha pasado. ¿Te has asustado?
—Bastante.
—¿Quieres beber algo?
—No, gracias.
—Yo, en cambio, me tengo que parar un momento.
—Como quieras.
Chicco invierte la marcha. Aparca junto a una fuente que hay justo delante de la iglesia, se echa un poco de agua en la cara, quitándose los últimos posibles restos de enzimas de la saliva de Pollo. A continuación deja que el viento fresco de la noche acaricie su cara todavía mojada, relajándose. Cuando vuelve a abrir los ojos, le toca enfrentarse a la realidad. Su coche, o mejor, el coche de su padre.
—Big. —Raffaella coloca decidida las cartas sobre el paño verde, mirando satisfecha a su adversaria. Una mujer con unas gafas al menos tan densas como su lentitud.
—Tíralas, querida…
Casi se le caen de las manos. Raffaella se apodera de ellas sin perder tiempo.
—Esta la añades aquí, esta así y esta última aquí. Estas las pagas todas.
Hace un rápido cálculo mental, luego escribe el resultado parcial sobre una hoja. Se levanta y se pone a espaldas de Claudio, adueñándose también de su juego y, tras algún descarte seguro, lo convence para que haga knock. Su compañero también hace gin. Raffaella anota contenta los puntos. Coge las cartas y empieza a barajarlas, rápidamente. La mujer de las gafas densas da la vuelta a la carta knock.
Tampoco en aquello se queda a la zaga. Es lentísima. Raffaella no soportaría perder, no tanto por los puntos, va bastante adelantada, sino porque las cartas le tocarían entonces a ella. En las mesas cercanas, una línea perdedora desde hace ya demasiado tiempo decide cambiarse atribuyendo la culpa de todos aquellos puntos negativos a la mala suerte. Alguien vuelve a colocar el cenicero apenas vaciado por la dueña de la casa donde estaba antes, a su derecha. Un abogado se sirve un whisky, exactamente hasta alcanzar el final de los dibujos que hay sobre el cristal. La medida justa para ganar permaneciendo más o menos sobrios. Algunas parejas aparentemente más enamoradas que otras se intercambian un saludo afectuoso antes de volver a coger las cartas. En realidad, se trata más bien de una especie de ritual mágico que de un amor desinteresado. Algunas parejas se marchan, con la excusa de que mañana se tienen que levantar muy temprano o que los hijos no han vuelto todavía a casa. En realidad, o él no ha estado muy bien últimamente, o ella se ha aburrido aquella noche. Entre estos se encuentran también Marina y Filippo. Saludan a todos, dando las gracias a la anfitriona, mintiendo sobre la magnífica velada.
Marina besa a Raffaella y luego, con una sonrisa algo más prolongada de lo habitual, le recuerda su promesa secreta concerniente a las hijas.
Del portal 1130 de la Cassia sale un grupo de invitados. Comentan lo sucedido.
Un muchacho parece tener más cosas que contar que los demás. Probablemente tiene razón, a juzgar por su labio hinchado. Tras unas cuantas preguntas, estúpidas e inútiles, la policía ha abandonado la casa de Roberta. La única que sabía algo, una tal Francesca, viendo que la fiesta estaba degenerando, se había marchado a toda prisa, llevándose consigo su bolso vacío y los nombres de los culpables.
En medio del caos general, Palombi y Daniela han huido junto con otros invitados. _____, completamente empapada, ha perdido a su hermana. Roberta le ha encontrado un par de pantalones cortos que le quedan muy bien y la sudadera de su hermano mayor en la cual cabría dos veces.
—Deberías ir vestida así a las fiestas más a menudo, estás fascinante.
—¿Todavía te quedan ganas de bromear, Chicco? —Los dos salen del portal—. He perdido a mi hermana y he estropeado el vestido de Valentino.
Le enseña una elegante bolsa de plástico en la que hay escrito un nombre que, si bien no es el del vestido mojado, es igualmente famoso.
—Y, por si fuera poco, si mi madre me pilla volviendo a casa con el pelo mojado me mata. —Las mangas de la sudadera cubren sus pequeñas manos. _____ se las arremanga, subiéndoselas hasta el codo. Apenas da un paso, vuelven a su sitio, desdeñosas.
—Ahí está, es él. —Desde detrás de los contenedores de la basura, Schello indica decidido a Chicco Brandelli. Joe lo mira.
—¿Estás seguro?
—Segurísimo. Yo mismo lo oí.
Joe reconoce a la chica que va con aquel canalla, aunque su disfraz sea perfecto. No se olvida fácilmente a una mujer que insiste tanto para darse una ducha con uno.
—Vamos a avisar a los demás.
_____ y Chicco doblan la esquina y se adentran en un callejón.
—¿Por qué no interviniste cuando ese idiota me metió bajo la ducha?
—¿Y yo qué sabía? En ese momento había ido a llamar a la policía.
—Ah, ¿fuiste tú?
—Sí, la situación estaba degenerando, se estaban dando una tunda… ¿Has visto qué labio le han dejado a Andrea Martinelli?
—Sí, pobre.
—¿Pobre? Está encantado, imagínate. A saber lo que contará ahora. Solo contra todos, el héroe de la velada. Lo conozco como si lo hubiera parido. Aquí está, es este.
Se paran delante de un coche. Las luces de sus faros lanzan destellos mientras los seguros suben todos a la vez. Es un tipo de alarma bastante común, a diferencia del BMW: último modelo, completamente nuevo. Chicco le abre la puerta. _____ mira el interior perfecto, de madera oscura, los asientos de piel.
—¿Te gusta?
—Mucho.
—Lo he cogido por ti. Sabía que te acompañaría a casa esta noche.
—¿De verdad?
—¡Claro! En realidad estaba todo calculado. A ese grupo de imbéciles lo he llamado yo. Piensa, todo este lío se ha organizado solo para que yo pudiera quedarme a solas contigo.
—Bueno, entonces la historia de la ducha te la podías haber ahorrado, así la ropa también estaría a la altura de la situación.
Chicco se ríe y le cierra la puerta a _____; luego da la vuelta, sube al coche y lo pone en marcha.
—En fin, que yo me he divertido esta noche. Si no hubiera sido por esos, habría sido el mismo funeral de siempre.
—No creo que Roberta esté de acuerdo con eso. —_____ pone educadamente a sus pies la bolsa de plástico—. ¡Le han destruido la casa!
—Venga, tampoco es para tanto, algún que otro daño insignificante. Tendrá que limpiar los sofás y mandar las cortinas a la tintorería.
Un ruido fuerte y sordo, profundo, de hierro, rompe la atmósfera de elegancia y armonía que hay en el interior del coche.
—¿Qué ha pasado? —Brandelli mira por el espejito lateral. Inesperadamente, aparece en él la cara de Lucone. Se desternilla de risa. Detrás de él, Hook se pone de pie sobre el sillín de la moto y da otra violenta patada al coche.
—¡Son esos locos! Rápido, acelera. —Chicco reduce y empieza a correr. Las motos adquieren rápidamente velocidad y le dan alcance. _____ preocupada se vuelve a mirar detrás. Están todos allí, Bunny, Pollo, el Siciliano, Hook, con sus potentes motos y, en medio, Joe. Su cazadora de piel se abre al hincharse dejando a la vista su pecho desnudo. Joe le sonríe. _____ mira de nuevo hacia delante.
—¡Corre lo más deprisa que puedas, Chicco, tengo miedo!
Chicco no contesta y sigue conduciendo apretando el acelerador, bajando por la Cassia, en el frío de la noche. Pero las motos siguen ahí, a ambos lados del coche, no se despegan. Bunny acelera. Pollo extiende la pierna y con una patada rompe el faro posterior. El Siciliano da una patada a la puerta lateral izquierda, abollándola por completo. Las motos se inclinan a toda velocidad, alejándose y acercándose al coche, golpeándolo con fuerza. Ruidos sordos y despiadados llegan hasta los oídos de Chicco.
—¡Coño, me lo están destrozando!
—Ni se te ocurra pararte, Chicco, esos son capaces de hacerte polvo a ti también.
—Pararme no, pero les puedo decir algo. —Aprieta el botón de la ventanilla eléctrica, abriéndola a mitad—. ¡Eh, chicos! —grita mientras trata de mantener la calma y sobre todo el control del vehículo—. Este coche es de mi padre y si… —Un escupitajo le da en plena cara.
—¡Yuhuu, tocado, cien puntos! —Pollo se pone de pie detrás de Bunny, alzando los brazos al cielo en señal de victoria.
Chicco, desesperado, se seca con un paño de ante más caro y auténtico que los guantes de Pollo. _____ mira con asco aquel escupitajo que se pega obstinado a su cara, luego aprieta el botón cerrando de nuevo la ventanilla antes que la puntería de Pollo centre algo más.
—Intenta ir al centro, puede que allí nos encontremos con la policía.
Chicco arroja el paño a los asientos traseros y sigue conduciendo. Llegan más ruidos de carrocería abollada y faros rotos. Cada uno de ellos, piensa, supone cientos de euros de daños y grandes broncas de su padre. Entonces, invadido por una rabia inesperada, Chicco se empieza a reír, como un loco, como si fuera víctima de una crisis histérica.
—¿Quieren guerra? ¡Muy bien, pues la tendrán! ¡Los mataré a todos, los aplastaré como ratas!
Gira bruscamente el volante, el coche derrapa hacia la derecha, acto seguido a la izquierda. _____ se agarra a la manilla de la puerta, aterrorizada. Joe y los otros, viendo que el coche va contra ellos, se alejan frenando y reduciendo al mismo tiempo.
Chicco mira por el espejo retrovisor. El grupo sigue detrás, sin dejar de pisarle los talones.
—Tenéis miedo, ¿eh? ¡Bien! Ahí va eso. —Aprieta de golpe el freno. Se abre el ABS. El coche frena en seco. Los que se encuentran a ambos lados del mismo lo evitan haciéndose a un lado. Schello, que está justo en el medio, intenta frenar pero su Vespone con las ruedas lisas derrapa y patinando acaba contra el parachoques.
Schello cae al suelo. Chicco se pone de nuevo en marcha a toda velocidad haciendo chirriar los neumáticos. Las motos, que han acabado delante del coche, se apartan por miedo a que el coche se les venga encima. El resto se detiene para ayudar a su amigo.
—¡Que hijo de puta! —Schello se levanta, tiene los pantalones desgarrados a la altura de la rodilla derecha—. Mirad esto.
—Figúrate, con una caída así es lo menos que te podía pasar. Solo tienes la rodilla pelada.
—Qué coño me importa a mí la rodilla, ese cabrón me ha estropeado los Leviʹs, me los compré anteayer.
Todos se ríen, divertidos y aliviados por el amigo, que no ha perdido la vida, ni tampoco las ganas de bromear.
—¡Yuhuu, los he jodido, me he cargado a esos bastardos!
Chicco golpea el volante con las manos. Echa de nuevo un vistazo al retrovisor. Solo un coche a lo lejos. Se tranquiliza. Ya no hay nadie.
—¡Cabrones, cabrones! —Salta sobre el asiento—. ¡Lo conseguí!
De repente recuerda que _____ está a su lado.
—¿Cómo estás? —Vuelve a ponerse serio mirándola preocupado.
—Mejor, gracias. —_____ se separa de la puerta, sentándose de nuevo normalmente—. Ahora, sin embargo, me gustaría volver a casa.
—Te llevo enseguida.
Se para un momento en el stop, después continúa por el Ponte Milvio. Chicco la vuelve a mirar; el pelo mojado le cae sobre los hombros, los ojos azules siguen mirando hacia delante todavía un poco atemorizados.
—Siento lo que ha pasado. ¿Te has asustado?
—Bastante.
—¿Quieres beber algo?
—No, gracias.
—Yo, en cambio, me tengo que parar un momento.
—Como quieras.
Chicco invierte la marcha. Aparca junto a una fuente que hay justo delante de la iglesia, se echa un poco de agua en la cara, quitándose los últimos posibles restos de enzimas de la saliva de Pollo. A continuación deja que el viento fresco de la noche acaricie su cara todavía mojada, relajándose. Cuando vuelve a abrir los ojos, le toca enfrentarse a la realidad. Su coche, o mejor, el coche de su padre.
SandyJonas
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
Capítulo 10; Parte 2
—¡Mierda! —susurra para sus adentros y, fingiendo indiferencia, le da la vuelta, controla los daños, quita trozos de faros rotos todavía colgando. Las puertas están llenas de abolladuras, los laterales, raspados. En algunos puntos ha saltado la pintura metalizada. Hace una especie de presupuesto mental. Unos mil euros. Si se hubiera presentado a esa transmisión en la que hay que averiguar el precio justo no lo habrían cogido ni siquiera como parte del público. Sonríe un tanto forzado a _____.
—Bueno, habrá que repararlo un poco, tiene algún que otro rasguño.
No le da tiempo a acabar la frase. Una moto azul oscura que los ha seguido hasta allí con los faros apagados se para con gran estruendo a un paso de él. Cuando Chicco apenas ha empezado a darse la vuelta lo empujan con violencia sobre el capó, abollándolo. Al presupuesto se añaden al menos otros quinientos euros. Joe se abalanza sobre él con todo su peso, aporreándole la cara, violentamente, tratando de darle en la boca, lográndolo.
Los labios empiezan a sangrarle casi de inmediato.
—¡Socorro! ¡Socorro!
—¡Así la próxima vez aprendes a tener la boca cerrada, gusano, canalla, pedazo de mierda! —Y más golpes, uno tras otro, sacudiendo la cabeza contra el capó, aumentando los daños. Ahora, además de al carrocero, su padre tendrá que pagar también al dentista.
_____ baja del coche y, llena de rabia, empieza a dar a Joe puñetazos y patadas, golpeándole en la cabeza con la bolsa de plástico en la que lleva el vestido mojado.
—¡Déjalo estar, canalla! ¡Para ya!
Joe se da la vuelta y la aparta con un violento empujón. _____ retrocede, tropieza contra la acera y pierde el equilibrio cayendo al suelo. Joe la mira por un momento. Chicco se aprovecha y trata de entrar en el coche. Pero Joe es más rápido. Se arroja sobre la puerta sujetándole el pecho. Chicco chilla de dolor. Joe lo abofetea. _____ se levanta del suelo dolorida. Se pone a chillar también ella pidiendo ayuda. Justo en ese momento pasa un coche. Son los Accado.
—¡Filippo, mira! ¿Qué pasa? Pero ¡si esa es _____, la hija de Raffaella!
Filippo frena y baja del coche, dejando la puerta abierta. _____ corre hacia él gritando:
—¡Separadlos, deprisa, se están matando!
Filippo se lanza sobre Joe, sujetándolo por detrás.
—¡Detente, déjalo estar! —Lo abraza, separándolo de la puerta; Chicco, finalmente libre de aquel cerco, se acaricia el pecho dolorido y después, aterrorizado, sube al coche y escapa de allí a toda velocidad.
Joe, tratando de desasirse del señor Accado, se inclina hacia delante y lanza con fuerza la cabeza hacia detrás. Le da de lleno en la cara. Las gafas del señor Accado saltan por los aires y se rompen, al igual que sucede con su tabique nasal, que empieza a sangrar. Filippo se tambalea, con las manos en la nariz, perdiendo sangre, no sabiendo adónde ir. Inesperadamente miope de nuevo, se le saltan las lágrimas a causa del dolor. Marina corre en ayuda de su marido.
—¡Delincuente, desgraciado! ¡No te acerques, no te atrevas a tocarlo!
¿Y quién quiere tocarlo? ¿Quién se iba a imaginar que aquel loco que lo ha asaltado por la espalda fuera un viejo? Joe mira en silencio a aquella mujer que no deja de gritar.
—¿Has entendido, sinvergüenza? ¡Esto no se va a quedar así! —Marina ayuda a su marido a subir al coche, luego lo pone en marcha y se aleja con alguna dificultad. La señora Accado no conduce casi nunca, solo en casos excepcionales. Y ese lo es. No sucede a menudo que al marido de una le den una buena tunda en la calle. _____ se planta delante de Joe.
—¡Eres una bestia, un animal, me das asco! No tienes respeto por nada y por nadie.
Él la mira sonriendo. _____ sacude la cabeza.
—No pongas esa cara de tonto.
—¿Se puede saber qué quieres de mí?
—Nada, no puedo querer nada, ¿qué se puede pedir a una bestia? Has golpeado a un señor, a uno más mayor que tú.
—Primero, fue él el que me puso las manos encima. Segundo, ¿quién coño sabía que era un señor? Tercero, peor para él por meterse donde no le llaman.
—¿Ah, sí? ¡De modo que a quien se mete donde no le llaman tú le das en la cara, le das cabezazos! ¡Mejor será que te calles! Llevaba incluso gafas, mira… — Recoge del suelo los restos—. Se las has roto, ¿estás satisfecho? ¿Sabes que es delito golpear a alguien que lleva gafas?
—¿Otra vez? Estoy harto de oír eso. ¿A quién se le habrá ocurrido esa historia de las gafas? —Joe se dirige hacia la moto, sube a ella—. Sin duda la habrá hecho circular uno de esos gallinas que las usan, uno al que le asustan las peleas, o más bien, que justo por eso lleva gafas y cuenta gilipolleces. —Joe enciende la moto—. Bueno, yo me despido. —_____ mira a su alrededor. No pasa nadie. La plaza está desierta.
—¿Cómo que te despides?
—Entonces como prefieras, no me despido.
_____ resopla enojada.
—Y yo, ¿cómo vuelvo a casa?
—¿Y yo qué coño sé? Podría haberte acompañado ese amigo tuyo, ¿no?
—Imposible, le has dado una tal paliza que le has hecho escapar.
—Ah, ahora será culpa mía.
—¿Y de quién si no? Venga, déjame subir. —_____ se acerca a la moto, alza la pierna hacia un lado para sentarse detrás. Joe suelta el embrague. La moto se desplaza un poco. _____ lo mira. Joe se da la vuelta devolviéndole la mirada. _____ prueba a subir de nuevo pero Joe es más rápido que ella y se adelanta otra vez—. Venga, estate quieto. ¿Qué pasa, eres idiota?
—Eh, no, querida. Soy una bestia, un animal, te doy asco, y ahora, en cambio, ¿quieres subir detrás? ¿Detrás de uno que no tiene respeto por nada y por nadie? Eh, no, ¡demasiado fácil! En este mundo hace falta coherencia, coherencia.
Joe la mira seriamente, con toda su cara dura.
—No puedes consentir que te lleve uno así.
_____ entorna los ojos, esta vez a causa del odio que siente. Luego echa a andar resuelta por la calle de la Farnesina.
—¿Tengo razón o no?
_____ no contesta. Joe se ríe entre dientes, luego acelera y le da alcance. Camina junto a ella, sentado en la moto.
—Perdona, lo hago por ti. Luego lamentarás haber llegado a un acuerdo. Es mejor que te mantengas firme en tu opinión. Yo soy una bestia y tú vas a pie hasta casa. ¿De acuerdo?
_____ no responde, cruza la calle, mirando fijamente hacia delante. Sube a la acera. Joe hace lo mismo. Se alza sobre los pedales para atenuar el golpe.
—Claro… —Sigue acompañándola con la moto.
»Sin embargo, si te disculpas, si te tragas lo que has dicho y dices que te has equivocado… Entonces no hay problema…Yo te puedo acompañar porque, en ese caso, hay coherencia.
_____ cruza de nuevo la calle. Joe la sigue. Acelera un poco poniéndose a su lado, con una mano le tira de la sudadera.
—¿Entonces? Es fácil, mira, repite conmigo: pido perdón…
_____ le da un codazo, se libra de él y empieza a correr.
—¡Eh, menudos modales! —Joe acelera y la alcanza poco después—.
¿Entonces quieres ir a pie hasta casa? Por cierto, ¿dónde vives? ¿Lejos? Ah, ahora lo entiendo, quieres adelgazar. Sí, tienes razón, desde luego, no ha sido fácil llevarte en brazos hasta la ducha.
La adelanta con una sonrisa.
—Y además, si tenemos que hacer ciertas cosas es mejor que pierdas algún kilito, que yo no puedo pegarme estas palizas todos los días, ¿eh? Que yo a ti te he entendido ya. Eres una de esas a las que les gusta estar encima, ¿verdad? Entonces tienes que adelgazar a la fuerza, si no, con todo ese peso me aplastarás.
_____ no lo soporta más. Coge una botella que sobresale de un cubo y se la tira probando a darle. Joe frena de golpe y se agacha hacia un lado. La botella le pasa casi rozando por encima pero la moto se apaga y él cae de lado. Joe alza el manillar con fuerza, consiguiendo pararla antes de que toque el suelo. _____ echa a correr. Joe pierde un poco de tiempo tratando de volver a encender la moto.
De una travesía sale, justo en ese momento, un macarra con un Golf antiguo. Al ver a _____ corriendo sola se acerca a ella.
—Eh, rubia, ¿quieres que te lleve?
—Eh, gilipollas, ¿quieres un castañazo en la boca?
El tipo mira a Joe que, inesperadamente, se ha metido entre ellos. Entiende de inmediato que, más que una tía buena, lo que puede conseguir son unos cuantos guantazos. Se marcha mirando hacia otro lado, irritado.
Levanta el brazo derecho en un intento de darse un estilo indefinido, ese fingir superioridad para no admitir que, en realidad, uno ha sido derrotado. Joe lo contempla alejarse, luego adelanta a _____ y le cierra el paso.
—Venga, sube, basta con esta historia.
Ella prueba a pasar por delante de él. Joe la empuja contra la pared. _____ prueba a pasar entonces por detrás. Joe la agarra por la sudadera.
—¡He dicho que subas!
La atrae enfadado hacia él. _____ aparta la cara asustada. Joe observa aquellos ojos límpidos y profundos que lo miran temerosos. La suelta lentamente, luego le sonríe.
—Venga, te acompaño a casa, si no esta noche acabaré por pelearme con medio mundo.
En silencio, limitándose a decirle dónde vive, sube detrás de él. La moto arranca veloz, con rabia, dando un salto hacia delante. _____, instintivamente, lo abraza. Sus manos acaban sin querer bajo la cazadora. Su piel está fresca, su cuerpo caliente en el frío de la noche. _____ siente deslizarse bajo sus dedos unos músculos bien delineados. Se alternan perfectos a cada movimiento suyo. El viento le acaricia las mejillas, el pelo mojado ondea en el aire. La moto se ladea, ella lo abraza con más fuerza y cierra los ojos. El corazón empieza a latirle enloquecido. Se pregunta si será solo a causa del miedo. Siente el ruido de algunos coches. Ahora están en una calle más grande, hace menos frío, gira la cara y apoya la mejilla sobre su espalda, siempre sin mirar, dejándose mecer por aquellas subidas y bajadas, por aquel ruido potente que siente bajo ella. Luego, nada más. Silencio.
—¡Bueno, yo me quedaría así toda la noche, es más, tal vez iría más allá, profundizaría, qué sé yo, probaría otras posiciones!
_____ abre los ojos y reconoce las tiendas cerradas que hay a su alrededor, las mismas que ve todos los días desde hace seis años, desde que se fueron a vivir allí.
Baja de la moto. Joe respira profundamente.
—¡Menos mal, me estabas machacando!
—¡Perdona, tenía miedo, nunca había ido detrás en una moto!
—Hay siempre una primera vez para todo.
En ese preciso momento, un Mercedes frena a su lado. Raffaella baja de él corriendo. No puede dar crédito a sus ojos.
—_____, te he dicho mil veces que no quiero que vayas detrás en la moto. Y además, ¿qué haces con el pelo mojado?
—Pero… realmente…
—Señora, espere, yo se lo explico. Yo no quería acompañarla, ¿verdad? Dile a tu madre que yo no quería. Pero ella insistió tanto… Porque lo que ha pasado es que su caballero, uno con un BMW precioso, aunque bastante destartalado, salió corriendo.
—¿Cómo que salió corriendo?
—¡Sí, la dejó tirada en la calle! Imagínese qué tipo.
—Absurdo.
—¡De hecho! Pero yo ya lo he reñido por esto, eh, señora, no se preocupe. — Joe mira a _____—. ¿Verdad, _____?
A continuación, haciendo que lo oiga solo ella:
—¿Sabes una cosa… _____? Me gusta tu nombre.
—Oye, mamá, déjalo estar, ¿eh?, hablamos luego.
Claudio baja la ventanilla eléctrica.
—Hola, _____.
—Hola, papá.
Joe lo saluda también.
—¡Buenas noches! —Le divierte aquella extraña reunión familiar. Raffaella, en cambio, no se está divirtiendo en absoluto.
—Mira cómo te has puesto. ¿Dónde está mi vestido de Valentino?
_____ levanta el brazo mostrándole la bolsa.
—Aquí dentro.
—¿Y tu hermana? ¿Se puede saber dónde la has dejado?
Justo en ese momento, llega también Daniela. Baja del coche junto a Palombi, quien la ha acompañado.
—Hola, mami.
No le da tiempo a acabar la frase. Raffaella le da una bofetada en plena cara.
—Así aprenderás a no volver sin tu hermana.
—No sabes lo que ha pasado, mamá. Se colaron unos y…
—Cállate.
Daniela se acaricia en silencio la mejilla. Palombi, obedeciendo también a la orden de Raffaella, sube al coche y se marcha.
Joe enciende la moto. Se acerca a _____.
—Ahora entiendo por qué tienes tan mal carácter. No es culpa tuya, es una cosa hereditaria.
Luego mete la primera y con un «Adiós» insolente se pierde en la noche.
_____ y Daniela suben al coche. El Mercedes entra en la urbanización y pasa delante del portero. A Fiore le ha divertido más ver aquellos cinco minutos que todo «Torno sabato… E tre». Más tarde, mientras se desnudan, Daniela se disculpa con su hermana por haberle desgarrado la falda que le ha prestado.
—Ha sido Palombi, ¡me ha besado!
Su orgullo se ve frenado por una sonora bofetada. Cuando se hacen ciertas confidencias a una hermana hay que asegurarse primero que sus padres se encuentren ya en la cama. Raffaella, a causa de los nervios, tarda algo en dormirse.
Aquella noche muchas personas duermen mal, algunas pasan la noche en el hospital, otras tienen pesadillas. Entre estas últimas, Chicco Brandelli. Considera, una a una, todas las posibilidades, dejar el coche en la calle, llevarlo a escondidas al carrocero a la mañana siguiente, o arrojarlo por una pendiente y denunciar el robo. Al final, llega a la única conclusión posible: no hay solución. Tendrá que enfrentarse a su padre, al igual que ha hecho Roberta con los suyos esa misma noche. _____ está en la cama, alterada por la velada. Cree que la culpa de todo la tiene ese tarado, ese arrogante, ese animal, esa bestia, ese violento, ese maleducado, ese insolente, ese idiota. Luego, pensándolo bien, se da cuenta de que ni siquiera sabe cómo se llama.
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Hasta aquí... comenten, y mañana subo más!!! :jeje:
—¡Mierda! —susurra para sus adentros y, fingiendo indiferencia, le da la vuelta, controla los daños, quita trozos de faros rotos todavía colgando. Las puertas están llenas de abolladuras, los laterales, raspados. En algunos puntos ha saltado la pintura metalizada. Hace una especie de presupuesto mental. Unos mil euros. Si se hubiera presentado a esa transmisión en la que hay que averiguar el precio justo no lo habrían cogido ni siquiera como parte del público. Sonríe un tanto forzado a _____.
—Bueno, habrá que repararlo un poco, tiene algún que otro rasguño.
No le da tiempo a acabar la frase. Una moto azul oscura que los ha seguido hasta allí con los faros apagados se para con gran estruendo a un paso de él. Cuando Chicco apenas ha empezado a darse la vuelta lo empujan con violencia sobre el capó, abollándolo. Al presupuesto se añaden al menos otros quinientos euros. Joe se abalanza sobre él con todo su peso, aporreándole la cara, violentamente, tratando de darle en la boca, lográndolo.
Los labios empiezan a sangrarle casi de inmediato.
—¡Socorro! ¡Socorro!
—¡Así la próxima vez aprendes a tener la boca cerrada, gusano, canalla, pedazo de mierda! —Y más golpes, uno tras otro, sacudiendo la cabeza contra el capó, aumentando los daños. Ahora, además de al carrocero, su padre tendrá que pagar también al dentista.
_____ baja del coche y, llena de rabia, empieza a dar a Joe puñetazos y patadas, golpeándole en la cabeza con la bolsa de plástico en la que lleva el vestido mojado.
—¡Déjalo estar, canalla! ¡Para ya!
Joe se da la vuelta y la aparta con un violento empujón. _____ retrocede, tropieza contra la acera y pierde el equilibrio cayendo al suelo. Joe la mira por un momento. Chicco se aprovecha y trata de entrar en el coche. Pero Joe es más rápido. Se arroja sobre la puerta sujetándole el pecho. Chicco chilla de dolor. Joe lo abofetea. _____ se levanta del suelo dolorida. Se pone a chillar también ella pidiendo ayuda. Justo en ese momento pasa un coche. Son los Accado.
—¡Filippo, mira! ¿Qué pasa? Pero ¡si esa es _____, la hija de Raffaella!
Filippo frena y baja del coche, dejando la puerta abierta. _____ corre hacia él gritando:
—¡Separadlos, deprisa, se están matando!
Filippo se lanza sobre Joe, sujetándolo por detrás.
—¡Detente, déjalo estar! —Lo abraza, separándolo de la puerta; Chicco, finalmente libre de aquel cerco, se acaricia el pecho dolorido y después, aterrorizado, sube al coche y escapa de allí a toda velocidad.
Joe, tratando de desasirse del señor Accado, se inclina hacia delante y lanza con fuerza la cabeza hacia detrás. Le da de lleno en la cara. Las gafas del señor Accado saltan por los aires y se rompen, al igual que sucede con su tabique nasal, que empieza a sangrar. Filippo se tambalea, con las manos en la nariz, perdiendo sangre, no sabiendo adónde ir. Inesperadamente miope de nuevo, se le saltan las lágrimas a causa del dolor. Marina corre en ayuda de su marido.
—¡Delincuente, desgraciado! ¡No te acerques, no te atrevas a tocarlo!
¿Y quién quiere tocarlo? ¿Quién se iba a imaginar que aquel loco que lo ha asaltado por la espalda fuera un viejo? Joe mira en silencio a aquella mujer que no deja de gritar.
—¿Has entendido, sinvergüenza? ¡Esto no se va a quedar así! —Marina ayuda a su marido a subir al coche, luego lo pone en marcha y se aleja con alguna dificultad. La señora Accado no conduce casi nunca, solo en casos excepcionales. Y ese lo es. No sucede a menudo que al marido de una le den una buena tunda en la calle. _____ se planta delante de Joe.
—¡Eres una bestia, un animal, me das asco! No tienes respeto por nada y por nadie.
Él la mira sonriendo. _____ sacude la cabeza.
—No pongas esa cara de tonto.
—¿Se puede saber qué quieres de mí?
—Nada, no puedo querer nada, ¿qué se puede pedir a una bestia? Has golpeado a un señor, a uno más mayor que tú.
—Primero, fue él el que me puso las manos encima. Segundo, ¿quién coño sabía que era un señor? Tercero, peor para él por meterse donde no le llaman.
—¿Ah, sí? ¡De modo que a quien se mete donde no le llaman tú le das en la cara, le das cabezazos! ¡Mejor será que te calles! Llevaba incluso gafas, mira… — Recoge del suelo los restos—. Se las has roto, ¿estás satisfecho? ¿Sabes que es delito golpear a alguien que lleva gafas?
—¿Otra vez? Estoy harto de oír eso. ¿A quién se le habrá ocurrido esa historia de las gafas? —Joe se dirige hacia la moto, sube a ella—. Sin duda la habrá hecho circular uno de esos gallinas que las usan, uno al que le asustan las peleas, o más bien, que justo por eso lleva gafas y cuenta gilipolleces. —Joe enciende la moto—. Bueno, yo me despido. —_____ mira a su alrededor. No pasa nadie. La plaza está desierta.
—¿Cómo que te despides?
—Entonces como prefieras, no me despido.
_____ resopla enojada.
—Y yo, ¿cómo vuelvo a casa?
—¿Y yo qué coño sé? Podría haberte acompañado ese amigo tuyo, ¿no?
—Imposible, le has dado una tal paliza que le has hecho escapar.
—Ah, ahora será culpa mía.
—¿Y de quién si no? Venga, déjame subir. —_____ se acerca a la moto, alza la pierna hacia un lado para sentarse detrás. Joe suelta el embrague. La moto se desplaza un poco. _____ lo mira. Joe se da la vuelta devolviéndole la mirada. _____ prueba a subir de nuevo pero Joe es más rápido que ella y se adelanta otra vez—. Venga, estate quieto. ¿Qué pasa, eres idiota?
—Eh, no, querida. Soy una bestia, un animal, te doy asco, y ahora, en cambio, ¿quieres subir detrás? ¿Detrás de uno que no tiene respeto por nada y por nadie? Eh, no, ¡demasiado fácil! En este mundo hace falta coherencia, coherencia.
Joe la mira seriamente, con toda su cara dura.
—No puedes consentir que te lleve uno así.
_____ entorna los ojos, esta vez a causa del odio que siente. Luego echa a andar resuelta por la calle de la Farnesina.
—¿Tengo razón o no?
_____ no contesta. Joe se ríe entre dientes, luego acelera y le da alcance. Camina junto a ella, sentado en la moto.
—Perdona, lo hago por ti. Luego lamentarás haber llegado a un acuerdo. Es mejor que te mantengas firme en tu opinión. Yo soy una bestia y tú vas a pie hasta casa. ¿De acuerdo?
_____ no responde, cruza la calle, mirando fijamente hacia delante. Sube a la acera. Joe hace lo mismo. Se alza sobre los pedales para atenuar el golpe.
—Claro… —Sigue acompañándola con la moto.
»Sin embargo, si te disculpas, si te tragas lo que has dicho y dices que te has equivocado… Entonces no hay problema…Yo te puedo acompañar porque, en ese caso, hay coherencia.
_____ cruza de nuevo la calle. Joe la sigue. Acelera un poco poniéndose a su lado, con una mano le tira de la sudadera.
—¿Entonces? Es fácil, mira, repite conmigo: pido perdón…
_____ le da un codazo, se libra de él y empieza a correr.
—¡Eh, menudos modales! —Joe acelera y la alcanza poco después—.
¿Entonces quieres ir a pie hasta casa? Por cierto, ¿dónde vives? ¿Lejos? Ah, ahora lo entiendo, quieres adelgazar. Sí, tienes razón, desde luego, no ha sido fácil llevarte en brazos hasta la ducha.
La adelanta con una sonrisa.
—Y además, si tenemos que hacer ciertas cosas es mejor que pierdas algún kilito, que yo no puedo pegarme estas palizas todos los días, ¿eh? Que yo a ti te he entendido ya. Eres una de esas a las que les gusta estar encima, ¿verdad? Entonces tienes que adelgazar a la fuerza, si no, con todo ese peso me aplastarás.
_____ no lo soporta más. Coge una botella que sobresale de un cubo y se la tira probando a darle. Joe frena de golpe y se agacha hacia un lado. La botella le pasa casi rozando por encima pero la moto se apaga y él cae de lado. Joe alza el manillar con fuerza, consiguiendo pararla antes de que toque el suelo. _____ echa a correr. Joe pierde un poco de tiempo tratando de volver a encender la moto.
De una travesía sale, justo en ese momento, un macarra con un Golf antiguo. Al ver a _____ corriendo sola se acerca a ella.
—Eh, rubia, ¿quieres que te lleve?
—Eh, gilipollas, ¿quieres un castañazo en la boca?
El tipo mira a Joe que, inesperadamente, se ha metido entre ellos. Entiende de inmediato que, más que una tía buena, lo que puede conseguir son unos cuantos guantazos. Se marcha mirando hacia otro lado, irritado.
Levanta el brazo derecho en un intento de darse un estilo indefinido, ese fingir superioridad para no admitir que, en realidad, uno ha sido derrotado. Joe lo contempla alejarse, luego adelanta a _____ y le cierra el paso.
—Venga, sube, basta con esta historia.
Ella prueba a pasar por delante de él. Joe la empuja contra la pared. _____ prueba a pasar entonces por detrás. Joe la agarra por la sudadera.
—¡He dicho que subas!
La atrae enfadado hacia él. _____ aparta la cara asustada. Joe observa aquellos ojos límpidos y profundos que lo miran temerosos. La suelta lentamente, luego le sonríe.
—Venga, te acompaño a casa, si no esta noche acabaré por pelearme con medio mundo.
En silencio, limitándose a decirle dónde vive, sube detrás de él. La moto arranca veloz, con rabia, dando un salto hacia delante. _____, instintivamente, lo abraza. Sus manos acaban sin querer bajo la cazadora. Su piel está fresca, su cuerpo caliente en el frío de la noche. _____ siente deslizarse bajo sus dedos unos músculos bien delineados. Se alternan perfectos a cada movimiento suyo. El viento le acaricia las mejillas, el pelo mojado ondea en el aire. La moto se ladea, ella lo abraza con más fuerza y cierra los ojos. El corazón empieza a latirle enloquecido. Se pregunta si será solo a causa del miedo. Siente el ruido de algunos coches. Ahora están en una calle más grande, hace menos frío, gira la cara y apoya la mejilla sobre su espalda, siempre sin mirar, dejándose mecer por aquellas subidas y bajadas, por aquel ruido potente que siente bajo ella. Luego, nada más. Silencio.
—¡Bueno, yo me quedaría así toda la noche, es más, tal vez iría más allá, profundizaría, qué sé yo, probaría otras posiciones!
_____ abre los ojos y reconoce las tiendas cerradas que hay a su alrededor, las mismas que ve todos los días desde hace seis años, desde que se fueron a vivir allí.
Baja de la moto. Joe respira profundamente.
—¡Menos mal, me estabas machacando!
—¡Perdona, tenía miedo, nunca había ido detrás en una moto!
—Hay siempre una primera vez para todo.
En ese preciso momento, un Mercedes frena a su lado. Raffaella baja de él corriendo. No puede dar crédito a sus ojos.
—_____, te he dicho mil veces que no quiero que vayas detrás en la moto. Y además, ¿qué haces con el pelo mojado?
—Pero… realmente…
—Señora, espere, yo se lo explico. Yo no quería acompañarla, ¿verdad? Dile a tu madre que yo no quería. Pero ella insistió tanto… Porque lo que ha pasado es que su caballero, uno con un BMW precioso, aunque bastante destartalado, salió corriendo.
—¿Cómo que salió corriendo?
—¡Sí, la dejó tirada en la calle! Imagínese qué tipo.
—Absurdo.
—¡De hecho! Pero yo ya lo he reñido por esto, eh, señora, no se preocupe. — Joe mira a _____—. ¿Verdad, _____?
A continuación, haciendo que lo oiga solo ella:
—¿Sabes una cosa… _____? Me gusta tu nombre.
—Oye, mamá, déjalo estar, ¿eh?, hablamos luego.
Claudio baja la ventanilla eléctrica.
—Hola, _____.
—Hola, papá.
Joe lo saluda también.
—¡Buenas noches! —Le divierte aquella extraña reunión familiar. Raffaella, en cambio, no se está divirtiendo en absoluto.
—Mira cómo te has puesto. ¿Dónde está mi vestido de Valentino?
_____ levanta el brazo mostrándole la bolsa.
—Aquí dentro.
—¿Y tu hermana? ¿Se puede saber dónde la has dejado?
Justo en ese momento, llega también Daniela. Baja del coche junto a Palombi, quien la ha acompañado.
—Hola, mami.
No le da tiempo a acabar la frase. Raffaella le da una bofetada en plena cara.
—Así aprenderás a no volver sin tu hermana.
—No sabes lo que ha pasado, mamá. Se colaron unos y…
—Cállate.
Daniela se acaricia en silencio la mejilla. Palombi, obedeciendo también a la orden de Raffaella, sube al coche y se marcha.
Joe enciende la moto. Se acerca a _____.
—Ahora entiendo por qué tienes tan mal carácter. No es culpa tuya, es una cosa hereditaria.
Luego mete la primera y con un «Adiós» insolente se pierde en la noche.
_____ y Daniela suben al coche. El Mercedes entra en la urbanización y pasa delante del portero. A Fiore le ha divertido más ver aquellos cinco minutos que todo «Torno sabato… E tre». Más tarde, mientras se desnudan, Daniela se disculpa con su hermana por haberle desgarrado la falda que le ha prestado.
—Ha sido Palombi, ¡me ha besado!
Su orgullo se ve frenado por una sonora bofetada. Cuando se hacen ciertas confidencias a una hermana hay que asegurarse primero que sus padres se encuentren ya en la cama. Raffaella, a causa de los nervios, tarda algo en dormirse.
Aquella noche muchas personas duermen mal, algunas pasan la noche en el hospital, otras tienen pesadillas. Entre estas últimas, Chicco Brandelli. Considera, una a una, todas las posibilidades, dejar el coche en la calle, llevarlo a escondidas al carrocero a la mañana siguiente, o arrojarlo por una pendiente y denunciar el robo. Al final, llega a la única conclusión posible: no hay solución. Tendrá que enfrentarse a su padre, al igual que ha hecho Roberta con los suyos esa misma noche. _____ está en la cama, alterada por la velada. Cree que la culpa de todo la tiene ese tarado, ese arrogante, ese animal, esa bestia, ese violento, ese maleducado, ese insolente, ese idiota. Luego, pensándolo bien, se da cuenta de que ni siquiera sabe cómo se llama.
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SandyJonas
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
me enknto el cap....
siguela.....
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siguela.....
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jamileth
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