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Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
Sí, ya queda muy poco para que se termine... y luego quiero subir Tengo Ganas de Ti, la segunda parte, que a mí me ha gustado más.. :3ayee=) escribió: SEGILA!! xfas segiila hasta el final!! yo la leia otro foro pero no la terminaron :( terminala please...
SandyJonas
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
SandyJonas escribió:Sí, ya queda muy poco para que se termine... y luego quiero subir Tengo Ganas de Ti, la segunda parte, que a mí me ha gustado más.. :3ayee=) escribió: SEGILA!! xfas segiila hasta el final!! yo la leia otro foro pero no la terminaron :( terminala please...
si vi en internet qe hay 2ª parte, es con los mismos personajes?! y tambien me dijieron qe este 1er libro no termina muy lindo :( SEGILA!! gracias por subir!!
Invitado
Invitado
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
Por eso me gusta más la segunda parte... son más o menos los mismos personajes... pero... es que no sé cómo explicarlo, es diferente xDayee=) escribió:SandyJonas escribió:Sí, ya queda muy poco para que se termine... y luego quiero subir Tengo Ganas de Ti, la segunda parte, que a mí me ha gustado más.. :3ayee=) escribió: SEGILA!! xfas segiila hasta el final!! yo la leia otro foro pero no la terminaron :( terminala please...
si vi en internet qe hay 2ª parte, es con los mismos personajes?! y tambien me dijieron qe este 1er libro no termina muy lindo :( SEGILA!! gracias por subir!!
de dónde eres?
SandyJonas
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
SandyJonas escribió:Por eso me gusta más la segunda parte... son más o menos los mismos personajes... pero... es que no sé cómo explicarlo, es diferente xDayee=) escribió:SandyJonas escribió:Sí, ya queda muy poco para que se termine... y luego quiero subir Tengo Ganas de Ti, la segunda parte, que a mí me ha gustado más.. :3ayee=) escribió: SEGILA!! xfas segiila hasta el final!! yo la leia otro foro pero no la terminaron :( terminala please...
si vi en internet qe hay 2ª parte, es con los mismos personajes?! y tambien me dijieron qe este 1er libro no termina muy lindo :( SEGILA!! gracias por subir!!
de dónde eres?
pero continua la misma historia? me refiero a la historia de 'amor' entre la rayis y joe... a no ser qe alguno de ellos muera al final O.o estoy confundida xD SEGILA!! ah y soy de Arshentina Totally Awesome ?) vos??
Invitado
Invitado
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
Capítulo 51
A la mañana siguiente, Joe se despierta y va al gimnasio. Busca a alguien. Al final lo encuentra. Se llama Giorgio. Es un muchachito de quince años que siente una admiración ilimitada por él. No es el único. También los amigos de Giorgio hablan de Joe como si se tratase de Dios, de un mito, de un ídolo. Conocen todas sus historias, todo lo que se cuenta sobre él y no se dedican sino a alimentar aún más lo que ha llegado a ser ya una especie de leyenda. Ese muchachito es de confianza. El único al que puede pedirle un favor sin correr el peligro de que lo putee. También porque allí donde acaba la admiración, empieza el terror.
Algo más tarde, Giorgio está en el Falconieri. Camina sigiloso por los pasillos sin que lo vean y, al final, entra en la III B, la clase de _____. La Giacci está impartiendo la lección pero, extrañamente, no dice nada. _____ se queda sin palabras.
Lee divertida la tarjeta: «Mis amigos son un desastre pero te prometo que esta noche cenaremos solos. Uno que no tiene la culpa.»
La noticia no tarda en dar la vuelta al colegio. Nadie ha hecho nunca nada parecido. A la salida, _____ baja las escaleras del Falconieri con el enorme ramo de rosas rojas entre los brazos, barriendo de este modo las últimas dudas. Todas hablan de ella. Daniela está orgullosa de su hermana. Raffaella se enfada todavía más y
Claudio, naturalmente, se lleva otro rapapolvo.
Esa misma tarde, mientras Joe está ordenando una serie de ilustraciones de Pazienza que acaba de comprar, llaman a la puerta. Es Pallina.
—Bueno, primero hice de celestina, ahora de cartera. La próxima vez, ¿qué me tocará hacer? —Joe se ríe. Luego le coge el paquete de las manos y se despide de ella. Dentro hay un delantal a florecitas rosas y una nota: «Acepto solo si cocinas tú y, sobre todo, si lo haces con mi regalo puesto. P.D: Iré yo, pero a las ocho y media, ¡antes no porque están mis padres!»
Poco después, Joe está en el despacho de su hermano.
—Kevin, esta noche necesito la casa vacía, completamente.
—Pero yo he invitado a Manuela.
—Pues a Manuela la invitas otro día… Venga, la ves todos los días. Caramba,
_____ viene solo esta noche…
—¿_____? ¿Quién es? ¿La hija de ese que vino a nuestra casa?
—Sí, ¿por qué?
—Porque parecía enfadado. ¿Hablaste al final con él?
—Claro. Fuimos a jugar al billar juntos e incluso nos emborrachamos.
—¿Os emborrachasteis?
—Sí, bueno… realmente, solo se emborrachó él.
—¿Le hiciste beber?
—Qué va. Bebió él solo. ¡Venga! Qué más da. Bueno, entonces, quedamos así, ¿eh? Esta noche sales. ¿De acuerdo?
Luego, sin darle tiempo a responder, sale rápidamente del despacho. Tan concentrado en lo que tiene que hacer que ni siquiera advierte la sonrisa que le dedica la secretaria de Kevin.
Llama a Pollo desde su casa. Le pide que no pase por allí, que no le llame por teléfono y, sobre todo, que no le organice ninguna.
—Mira que te juegas la cabeza. Aún peor, nuestra amistad, ¡y no bromeo! —
Después hace una lista de lo que tiene que comprar, va al supermercado que hay debajo de su casa y lo compra todo, hasta una caja de las galletitas inglesas de mantequilla que tanto le gustan a su hermano. En el fondo, Kevin se las merece. A fin de cuentas, es un buen muchacho. Tiene algunas obsesiones como la del coche, el trabajo y, sobre todo, Manuela. Pero se le pasarán con el tiempo. Mientras sube a casa cambia de opinión. Lo de Manuela no se le pasará nunca. Hace seis años que están juntos y no da muestras de ir a ceder. Todo un cardo y, por lo que le ha parecido entender, hasta debe de haber tenido alguna historia por su propia cuenta. Sin contar a su hermano, no alcanza a imaginarse qué otro loco podría tener una historia con
Manuela. Fea, antipática y hasta pedante. Una sabelotodo. No hay nada peor. Pobre
Kevin. En el fondo, es asunto suyo. Yo me tiraría a la secretaria. Y, después de haber llegado a aquella conclusión positiva, enciende la radio y va a la cocina a lavar la ensalada.
A las ocho, todo está listo. Ha oído la última nueva entrada en la lista americana de éxitos musicales, no se ha puesto el delantal de _____ pero, en compensación, lo ha apoyado sobre una silla listo para mentir en el último momento. Mira los resultados de todo aquel trabajo. Carpaccio de grana y ruqueta. Ensalada mixta con aguacate y una macedonia de frutas aderezada con marrasquino. Afloran los recuerdos. Cuando era pequeño comía a menudo esa macedonia. Los deja pasar tranquilo. Está feliz. Es su noche y no quiere que nada se la estropee. Revisa complacido la mesa, coloca mejor una servilleta. Es de verdad un gran cocinero, a pesar de que no sepa que los cuchillos se ponen al otro lado. Empieza a dar vueltas por la casa, nervioso. Se lava las manos. Se sienta en el sofá. Se fuma un cigarrillo, enciende la televisión. Se lava los dientes. Las ocho y cuarto. El tiempo parece no pasar nunca en ciertas ocasiones.
Llegará dentro de un cuarto de hora, cenaremos juntos, charlaremos con calma.
Sentados sobre el sofá sin que nadie nos moleste. Luego iremos a mi habitación y…
No, _____ no querrá. Es demasiado pronto. O tal vez sí. Para algunas cosas no es nunca demasiado pronto. Pasarán un poco de tiempo juntos y, luego, quizá suceda.
Trata de recordar una canción de Battisti. «Qué sensación de ligera locura está llenando de color mi alma, el tocadiscos, las tenues luces y después… Champán helado y la aventura puede…»»
Caramba. ¡Justo lo que he olvidado! ¡Champán! ¡Fundamental! Joe se apresura a entrar en la cocina, abre todos los armaritos. La búsqueda resulta infructuosa. Solo encuentra una botella de Pinot gris. Lo mete en la nevera. Bueno, siempre es mejor que nada. Justo en ese momento, suena el móvil. Es _____.
—No voy. —El tono de su voz es frío y seco.
—¿Por qué? He preparado todo. Me he puesto hasta el delantal que me has regalado —miente Joe.
—Ha llamado la señora Mariani. Le ha desaparecido una cadena de oro con brillantes. Me ha echado a mí la culpa. No me vuelvas a llamar.
_____ cuelga. Al poco rato, Joe está en casa de Pollo.
—¿Quién coño puede haber sido? ¿Te das cuenta? Menudos amigos de mierda.
—¡Venga, Joe, no digas eso! Cuántas veces hemos ido a casa de alguien y nos hemos llevado algo. Prácticamente en todas las fiestas.
—Sí, pero ¡en casa de la novia de uno jamás!
—No era la casa de _____.
—No, pero la ha pagado ella. Tienes que ayudarme a hacer una lista de los que estaban allí… —Joe coge un trozo de papel. Acto seguido se pone a buscar frenéticamente un bolígrafo—. Pero bueno, aquí no hay nada para escribir…
—No hace falta. Yo sé quién se ha llevado la cadena.
—¿Quién?
Entonces Pollo pronuncia un nombre, el único que Joe habría preferido no oír.
Ha sido el Siciliano.
Joe conduce su moto en medio de la noche. No ha querido que Pollo lo acompañe. Se trata de un problema entre el Siciliano y él. Nadie más. Esta vez no se trata de un tema de simples flexiones. Esta vez la historia es más complicada.
La sonrisa del Siciliano no promete nada bueno.
—Hola, Siciliano. Oye, no quiero pelea.
Joe recibe un puñetazo en plena cara. Se tambalea hacia atrás. Esto sí que no se lo esperaba. Sacude la cabeza para recuperarse. El Siciliano se arroja sobre él. Joe lo detiene con una patada directa. Luego, mientras recupera el aliento, piensa en la cena que ha preparado, en el delantal a flores y en lo mucho que le habría gustado que aquella noche fuera diferente. Una noche apacible, en casa, con su chica entre los brazos. El Siciliano se ha colocado frente a él, en posición. Le hace una señal con ambas manos para que se acerque.
—Ven, vamos, adelante.
Joe mueve la cabeza y respira hondo.
—Coño, no sé qué pasa, pero mis sueños no se realizan nunca.
Justo en ese momento, el Siciliano se tira hacia delante. Esta vez, sin embargo, Joe está preparado. Se hace a un lado, le da en la cara con un directo potente y preciso. Siente curvarse la nariz bajo su puño, el cartílago ya blando y debilitado crujir de nuevo. Frunce las cejas en señal de dolor. Entonces ve su cara, aquella mueca, el labio inferior que saborea su propia sangre. Lo ve sonreír y en ese momento entiende hasta qué punto va a resultar difícil.
_____ está sentada en el sofá. Mira de mala gana la televisión mientras se bebe una tisana de rosas. Llaman a la puerta.
—¿Quién es?
—Yo.
Joe está delante de ella. Tiene el pelo despeinado, la camisa desgarrada y la ceja derecha todavía sangrando.
—¿Qué te ha pasado?
—Nada. Simplemente he recuperado esta… —Alza la mano derecha. La cadena de la señora Mariani brilla en la penumbra de las escaleras—. Ahora, ¿puedes venir a cenar?
_____, después de restituir la cadena a su propietaria y de perder inevitablemente el puesto de canguro, deja que Joe la conduzca hasta su casa. Pero cuando abren la puerta les espera una terrible sorpresa. Sobre la mesa que hay en el centro del salón iluminado por una romántica vela, está Manuela. Kevin llega poco después procedente de la cocina. Trae la macedonia que ha preparado Joe y, por si fuera poco, se ha puesto el delantal a flores.
—Hola, Joe. Perdona, eh… pero llamé y no contestaba nadie. Entonces vinimos y esperamos un poco. Se hicieron las diez y pensamos: eso quiere decir que ya no vienen. Así que empezamos a comer, ¿verdad?
Busca la confirmación de Manuela que asiente y esboza una sonrisa. Joe mira su plato. Todavía quedan restos de su ensalada de aguacate.
—Y habéis acabado, por lo que veo. Bueno, ¿cómo estaba la cena? ¿Estaba buena por lo menos?
—Buenísima. —Manuela parece sincera. Se vuelve a callar, sin embargo. Ha entendido que se trata de una de esas preguntas que no aceptan respuesta.
—Bueno, Kevin, préstame el coche, venga, iremos a tomarnos algo fuera.
Kevin apoya la macedonia sobre la mesa.
—Pero, realmente…
—¿Qué? Ni lo intentes, ¿eh? Te has comido todo, te has acabado la ensalada que hoy preparé con mis propias manos, dedicándole toda la tarde. ¿Y aún te atreves a ponerme pegas?
Kevin saca las llaves del bolsillo y las deposita en las manos de su hermano con un tímido: «Ve despacio, ¿eh?»
Joe hace ademán de salir.
—Por cierto, te he comprado tus galletas de mantequilla. Se quieres también un postre, están en el armarito de la cocina.
Kevin esboza una sonrisa, a pesar de que se siente ya angustiado por el Golf gris metalizado y por el estado en el que puede acabar.
Joe y _____ van a comer unas crepes calientes en los alrededores de la Pirámide.
Después, a pesar de verse incitados por las alegres burbujas de la cerveza, descartan la idea de volver a casa. A _____ le molesta que esté su hermano. Visto lo cual, Joe, maldiciendo a Kevin y al cardo de su novia, gira a la izquierda por el Gianicolo.
Aparcan en la explanada que hay junto a los jardines, entre otros coches con los cristales ya empañados de amor, rebosantes de pasiones desenfrenadas, de aquel incómodo placer consumado a toda prisa. Frente a ellos, a lo lejos, la ciudad va cayendo en un profundo sueño.
Más cerca, sentados sobre un muro, unos muchachos se pasan una calada ilegal de momentánea alegría. Joe cambia la emisora de la radio. 92.70. La radio romántica. Se inclina hacia ella y empieza a besarla. Poco a poco, se coloca encima de ella. A pesar del dolor de su hombro malherido, del esternón golpeado, de los costados que han sufrido la paliza del Siciliano. Aquel fresco deseo borra todos los dolores. Los besos apasionados superan a las dificultades mecánicas. El freno de mano resulta exasperante, la rueda del respaldo tozuda. Joe siente su piel suave y perfumada. Su respiración se vuelve entrecortada por la pasión. Prueba de nuevo a bajar el asiento. Nada que hacer, está bloqueado. Entonces, mientras gira hacia abajo la rueda con la mano derecha, apoya un pie contra el salpicadero y empuja con todas sus fuerzas. Se oye un crac, un ruido seco. El respaldo cae de golpe, _____ con él y él con ella, riéndose, sin pensar en nada, aún menos en Kevin, en su cara de fastidio, en su coche metalizado. Cada uno de ellos se apodera de los vaqueros del otro, como si fuera una competición, un reto sensual. Poco después, _____ se va echando atrás, inexperta y avergonzada, cierra los ojos y al final, abrazándolo, se emociona por aquella tierna victoria personal. Al darse cuenta de que Joe quiere ir más allá, lo detiene.
—No, ¿qué haces?
—Nada. Probaba.
_____ lo aparta un poco enojada.
—¿Aquí, en el coche? La primera vez que lo haga tiene que ser una cosa preciosa, un sitio romántico perfumado de flores, con la luna.
—La luna la tienes. —Joe abre un poco el cristal del techo del coche—. Mírala, un poco cubierta, pero ahí está. Luego, huele… —Inspira profundamente—. Aquí alrededor está lleno de flores. ¿Qué más te hace falta? El sitio es romántico, venga.
Hasta estamos escuchando Tele Radio Stereo. ¡Es perfecto!
_____ se echa a reír.
—Yo me refería a otra cosa. —Mira el reloj—. Se ha hecho tardísimo. Si vuelven mis padres y no me encuentran me castigarán otra vez. Venga, deprisa.
Se suben los vaqueros e intentan arreglar el asiento de _____. Resulta imposible.
Regresan riéndose con el respaldo roto. Cada vez que acelera, _____ se cae hacia atrás.
Se imaginan todo lo que dirá su hermano. Qué noche… con un final así, además, resulta tragicómica. Acompaña a _____ hasta la puerta y se despide de ella. Conduce veloz en la noche disfrutando de aquella «romántica» abstinencia y del perfume de los suspiros de ella que permanece en sus manos.
—Pero ¿dónde estabas? Hace una hora que te espero, tengo que acompañar a
Manuela a casa.
Kevin está ya nervioso. Se figura cómo se pondrá si le dice lo del asiento.
—Podías haber cogido la moto. A fin de cuentas, últimamente coges todas mis cosas.
Kevin no aprecia la broma y se encierra en el salón con Manuela. Joe va a su habitación, se desnuda y se mete en la cama. Apaga la luz. Está muerto. Oye voces en el salón. Intenta enterarse de lo que dicen. Son Kevin y Manuela. Están discutiendo sobre algo. La voz de su hermano resulta repetitiva y molesta.
—Dime la verdad. Quiero saber la verdad.
—Ya te la he dicho.
—He dicho que me digas la verdad.
—Pero es que te la estoy diciendo, te lo juro.
—Te lo pido por última vez. Dime la verdad, quiero saberla.
—Te juro que te lo he contado todo. —También Manuela parece bastante decidida. En la oscuridad de su habitación, Joe sacude la cabeza. No sé qué es peor, si las tortas del Siciliano o las discusiones de mi hermano. A saber de qué querrá enterarse Kevin; de todos modos, Manuela no se lo dirá nunca. Algo es seguro, sin embargo. La única gran verdad es que Manuela volverá a casa tumbada en el asiento.
Joe se duerme divertido imaginando la escena.
A la mañana siguiente, Joe se despierta y va al gimnasio. Busca a alguien. Al final lo encuentra. Se llama Giorgio. Es un muchachito de quince años que siente una admiración ilimitada por él. No es el único. También los amigos de Giorgio hablan de Joe como si se tratase de Dios, de un mito, de un ídolo. Conocen todas sus historias, todo lo que se cuenta sobre él y no se dedican sino a alimentar aún más lo que ha llegado a ser ya una especie de leyenda. Ese muchachito es de confianza. El único al que puede pedirle un favor sin correr el peligro de que lo putee. También porque allí donde acaba la admiración, empieza el terror.
Algo más tarde, Giorgio está en el Falconieri. Camina sigiloso por los pasillos sin que lo vean y, al final, entra en la III B, la clase de _____. La Giacci está impartiendo la lección pero, extrañamente, no dice nada. _____ se queda sin palabras.
Lee divertida la tarjeta: «Mis amigos son un desastre pero te prometo que esta noche cenaremos solos. Uno que no tiene la culpa.»
La noticia no tarda en dar la vuelta al colegio. Nadie ha hecho nunca nada parecido. A la salida, _____ baja las escaleras del Falconieri con el enorme ramo de rosas rojas entre los brazos, barriendo de este modo las últimas dudas. Todas hablan de ella. Daniela está orgullosa de su hermana. Raffaella se enfada todavía más y
Claudio, naturalmente, se lleva otro rapapolvo.
Esa misma tarde, mientras Joe está ordenando una serie de ilustraciones de Pazienza que acaba de comprar, llaman a la puerta. Es Pallina.
—Bueno, primero hice de celestina, ahora de cartera. La próxima vez, ¿qué me tocará hacer? —Joe se ríe. Luego le coge el paquete de las manos y se despide de ella. Dentro hay un delantal a florecitas rosas y una nota: «Acepto solo si cocinas tú y, sobre todo, si lo haces con mi regalo puesto. P.D: Iré yo, pero a las ocho y media, ¡antes no porque están mis padres!»
Poco después, Joe está en el despacho de su hermano.
—Kevin, esta noche necesito la casa vacía, completamente.
—Pero yo he invitado a Manuela.
—Pues a Manuela la invitas otro día… Venga, la ves todos los días. Caramba,
_____ viene solo esta noche…
—¿_____? ¿Quién es? ¿La hija de ese que vino a nuestra casa?
—Sí, ¿por qué?
—Porque parecía enfadado. ¿Hablaste al final con él?
—Claro. Fuimos a jugar al billar juntos e incluso nos emborrachamos.
—¿Os emborrachasteis?
—Sí, bueno… realmente, solo se emborrachó él.
—¿Le hiciste beber?
—Qué va. Bebió él solo. ¡Venga! Qué más da. Bueno, entonces, quedamos así, ¿eh? Esta noche sales. ¿De acuerdo?
Luego, sin darle tiempo a responder, sale rápidamente del despacho. Tan concentrado en lo que tiene que hacer que ni siquiera advierte la sonrisa que le dedica la secretaria de Kevin.
Llama a Pollo desde su casa. Le pide que no pase por allí, que no le llame por teléfono y, sobre todo, que no le organice ninguna.
—Mira que te juegas la cabeza. Aún peor, nuestra amistad, ¡y no bromeo! —
Después hace una lista de lo que tiene que comprar, va al supermercado que hay debajo de su casa y lo compra todo, hasta una caja de las galletitas inglesas de mantequilla que tanto le gustan a su hermano. En el fondo, Kevin se las merece. A fin de cuentas, es un buen muchacho. Tiene algunas obsesiones como la del coche, el trabajo y, sobre todo, Manuela. Pero se le pasarán con el tiempo. Mientras sube a casa cambia de opinión. Lo de Manuela no se le pasará nunca. Hace seis años que están juntos y no da muestras de ir a ceder. Todo un cardo y, por lo que le ha parecido entender, hasta debe de haber tenido alguna historia por su propia cuenta. Sin contar a su hermano, no alcanza a imaginarse qué otro loco podría tener una historia con
Manuela. Fea, antipática y hasta pedante. Una sabelotodo. No hay nada peor. Pobre
Kevin. En el fondo, es asunto suyo. Yo me tiraría a la secretaria. Y, después de haber llegado a aquella conclusión positiva, enciende la radio y va a la cocina a lavar la ensalada.
A las ocho, todo está listo. Ha oído la última nueva entrada en la lista americana de éxitos musicales, no se ha puesto el delantal de _____ pero, en compensación, lo ha apoyado sobre una silla listo para mentir en el último momento. Mira los resultados de todo aquel trabajo. Carpaccio de grana y ruqueta. Ensalada mixta con aguacate y una macedonia de frutas aderezada con marrasquino. Afloran los recuerdos. Cuando era pequeño comía a menudo esa macedonia. Los deja pasar tranquilo. Está feliz. Es su noche y no quiere que nada se la estropee. Revisa complacido la mesa, coloca mejor una servilleta. Es de verdad un gran cocinero, a pesar de que no sepa que los cuchillos se ponen al otro lado. Empieza a dar vueltas por la casa, nervioso. Se lava las manos. Se sienta en el sofá. Se fuma un cigarrillo, enciende la televisión. Se lava los dientes. Las ocho y cuarto. El tiempo parece no pasar nunca en ciertas ocasiones.
Llegará dentro de un cuarto de hora, cenaremos juntos, charlaremos con calma.
Sentados sobre el sofá sin que nadie nos moleste. Luego iremos a mi habitación y…
No, _____ no querrá. Es demasiado pronto. O tal vez sí. Para algunas cosas no es nunca demasiado pronto. Pasarán un poco de tiempo juntos y, luego, quizá suceda.
Trata de recordar una canción de Battisti. «Qué sensación de ligera locura está llenando de color mi alma, el tocadiscos, las tenues luces y después… Champán helado y la aventura puede…»»
Caramba. ¡Justo lo que he olvidado! ¡Champán! ¡Fundamental! Joe se apresura a entrar en la cocina, abre todos los armaritos. La búsqueda resulta infructuosa. Solo encuentra una botella de Pinot gris. Lo mete en la nevera. Bueno, siempre es mejor que nada. Justo en ese momento, suena el móvil. Es _____.
—No voy. —El tono de su voz es frío y seco.
—¿Por qué? He preparado todo. Me he puesto hasta el delantal que me has regalado —miente Joe.
—Ha llamado la señora Mariani. Le ha desaparecido una cadena de oro con brillantes. Me ha echado a mí la culpa. No me vuelvas a llamar.
_____ cuelga. Al poco rato, Joe está en casa de Pollo.
—¿Quién coño puede haber sido? ¿Te das cuenta? Menudos amigos de mierda.
—¡Venga, Joe, no digas eso! Cuántas veces hemos ido a casa de alguien y nos hemos llevado algo. Prácticamente en todas las fiestas.
—Sí, pero ¡en casa de la novia de uno jamás!
—No era la casa de _____.
—No, pero la ha pagado ella. Tienes que ayudarme a hacer una lista de los que estaban allí… —Joe coge un trozo de papel. Acto seguido se pone a buscar frenéticamente un bolígrafo—. Pero bueno, aquí no hay nada para escribir…
—No hace falta. Yo sé quién se ha llevado la cadena.
—¿Quién?
Entonces Pollo pronuncia un nombre, el único que Joe habría preferido no oír.
Ha sido el Siciliano.
Joe conduce su moto en medio de la noche. No ha querido que Pollo lo acompañe. Se trata de un problema entre el Siciliano y él. Nadie más. Esta vez no se trata de un tema de simples flexiones. Esta vez la historia es más complicada.
La sonrisa del Siciliano no promete nada bueno.
—Hola, Siciliano. Oye, no quiero pelea.
Joe recibe un puñetazo en plena cara. Se tambalea hacia atrás. Esto sí que no se lo esperaba. Sacude la cabeza para recuperarse. El Siciliano se arroja sobre él. Joe lo detiene con una patada directa. Luego, mientras recupera el aliento, piensa en la cena que ha preparado, en el delantal a flores y en lo mucho que le habría gustado que aquella noche fuera diferente. Una noche apacible, en casa, con su chica entre los brazos. El Siciliano se ha colocado frente a él, en posición. Le hace una señal con ambas manos para que se acerque.
—Ven, vamos, adelante.
Joe mueve la cabeza y respira hondo.
—Coño, no sé qué pasa, pero mis sueños no se realizan nunca.
Justo en ese momento, el Siciliano se tira hacia delante. Esta vez, sin embargo, Joe está preparado. Se hace a un lado, le da en la cara con un directo potente y preciso. Siente curvarse la nariz bajo su puño, el cartílago ya blando y debilitado crujir de nuevo. Frunce las cejas en señal de dolor. Entonces ve su cara, aquella mueca, el labio inferior que saborea su propia sangre. Lo ve sonreír y en ese momento entiende hasta qué punto va a resultar difícil.
_____ está sentada en el sofá. Mira de mala gana la televisión mientras se bebe una tisana de rosas. Llaman a la puerta.
—¿Quién es?
—Yo.
Joe está delante de ella. Tiene el pelo despeinado, la camisa desgarrada y la ceja derecha todavía sangrando.
—¿Qué te ha pasado?
—Nada. Simplemente he recuperado esta… —Alza la mano derecha. La cadena de la señora Mariani brilla en la penumbra de las escaleras—. Ahora, ¿puedes venir a cenar?
_____, después de restituir la cadena a su propietaria y de perder inevitablemente el puesto de canguro, deja que Joe la conduzca hasta su casa. Pero cuando abren la puerta les espera una terrible sorpresa. Sobre la mesa que hay en el centro del salón iluminado por una romántica vela, está Manuela. Kevin llega poco después procedente de la cocina. Trae la macedonia que ha preparado Joe y, por si fuera poco, se ha puesto el delantal a flores.
—Hola, Joe. Perdona, eh… pero llamé y no contestaba nadie. Entonces vinimos y esperamos un poco. Se hicieron las diez y pensamos: eso quiere decir que ya no vienen. Así que empezamos a comer, ¿verdad?
Busca la confirmación de Manuela que asiente y esboza una sonrisa. Joe mira su plato. Todavía quedan restos de su ensalada de aguacate.
—Y habéis acabado, por lo que veo. Bueno, ¿cómo estaba la cena? ¿Estaba buena por lo menos?
—Buenísima. —Manuela parece sincera. Se vuelve a callar, sin embargo. Ha entendido que se trata de una de esas preguntas que no aceptan respuesta.
—Bueno, Kevin, préstame el coche, venga, iremos a tomarnos algo fuera.
Kevin apoya la macedonia sobre la mesa.
—Pero, realmente…
—¿Qué? Ni lo intentes, ¿eh? Te has comido todo, te has acabado la ensalada que hoy preparé con mis propias manos, dedicándole toda la tarde. ¿Y aún te atreves a ponerme pegas?
Kevin saca las llaves del bolsillo y las deposita en las manos de su hermano con un tímido: «Ve despacio, ¿eh?»
Joe hace ademán de salir.
—Por cierto, te he comprado tus galletas de mantequilla. Se quieres también un postre, están en el armarito de la cocina.
Kevin esboza una sonrisa, a pesar de que se siente ya angustiado por el Golf gris metalizado y por el estado en el que puede acabar.
Joe y _____ van a comer unas crepes calientes en los alrededores de la Pirámide.
Después, a pesar de verse incitados por las alegres burbujas de la cerveza, descartan la idea de volver a casa. A _____ le molesta que esté su hermano. Visto lo cual, Joe, maldiciendo a Kevin y al cardo de su novia, gira a la izquierda por el Gianicolo.
Aparcan en la explanada que hay junto a los jardines, entre otros coches con los cristales ya empañados de amor, rebosantes de pasiones desenfrenadas, de aquel incómodo placer consumado a toda prisa. Frente a ellos, a lo lejos, la ciudad va cayendo en un profundo sueño.
Más cerca, sentados sobre un muro, unos muchachos se pasan una calada ilegal de momentánea alegría. Joe cambia la emisora de la radio. 92.70. La radio romántica. Se inclina hacia ella y empieza a besarla. Poco a poco, se coloca encima de ella. A pesar del dolor de su hombro malherido, del esternón golpeado, de los costados que han sufrido la paliza del Siciliano. Aquel fresco deseo borra todos los dolores. Los besos apasionados superan a las dificultades mecánicas. El freno de mano resulta exasperante, la rueda del respaldo tozuda. Joe siente su piel suave y perfumada. Su respiración se vuelve entrecortada por la pasión. Prueba de nuevo a bajar el asiento. Nada que hacer, está bloqueado. Entonces, mientras gira hacia abajo la rueda con la mano derecha, apoya un pie contra el salpicadero y empuja con todas sus fuerzas. Se oye un crac, un ruido seco. El respaldo cae de golpe, _____ con él y él con ella, riéndose, sin pensar en nada, aún menos en Kevin, en su cara de fastidio, en su coche metalizado. Cada uno de ellos se apodera de los vaqueros del otro, como si fuera una competición, un reto sensual. Poco después, _____ se va echando atrás, inexperta y avergonzada, cierra los ojos y al final, abrazándolo, se emociona por aquella tierna victoria personal. Al darse cuenta de que Joe quiere ir más allá, lo detiene.
—No, ¿qué haces?
—Nada. Probaba.
_____ lo aparta un poco enojada.
—¿Aquí, en el coche? La primera vez que lo haga tiene que ser una cosa preciosa, un sitio romántico perfumado de flores, con la luna.
—La luna la tienes. —Joe abre un poco el cristal del techo del coche—. Mírala, un poco cubierta, pero ahí está. Luego, huele… —Inspira profundamente—. Aquí alrededor está lleno de flores. ¿Qué más te hace falta? El sitio es romántico, venga.
Hasta estamos escuchando Tele Radio Stereo. ¡Es perfecto!
_____ se echa a reír.
—Yo me refería a otra cosa. —Mira el reloj—. Se ha hecho tardísimo. Si vuelven mis padres y no me encuentran me castigarán otra vez. Venga, deprisa.
Se suben los vaqueros e intentan arreglar el asiento de _____. Resulta imposible.
Regresan riéndose con el respaldo roto. Cada vez que acelera, _____ se cae hacia atrás.
Se imaginan todo lo que dirá su hermano. Qué noche… con un final así, además, resulta tragicómica. Acompaña a _____ hasta la puerta y se despide de ella. Conduce veloz en la noche disfrutando de aquella «romántica» abstinencia y del perfume de los suspiros de ella que permanece en sus manos.
—Pero ¿dónde estabas? Hace una hora que te espero, tengo que acompañar a
Manuela a casa.
Kevin está ya nervioso. Se figura cómo se pondrá si le dice lo del asiento.
—Podías haber cogido la moto. A fin de cuentas, últimamente coges todas mis cosas.
Kevin no aprecia la broma y se encierra en el salón con Manuela. Joe va a su habitación, se desnuda y se mete en la cama. Apaga la luz. Está muerto. Oye voces en el salón. Intenta enterarse de lo que dicen. Son Kevin y Manuela. Están discutiendo sobre algo. La voz de su hermano resulta repetitiva y molesta.
—Dime la verdad. Quiero saber la verdad.
—Ya te la he dicho.
—He dicho que me digas la verdad.
—Pero es que te la estoy diciendo, te lo juro.
—Te lo pido por última vez. Dime la verdad, quiero saberla.
—Te juro que te lo he contado todo. —También Manuela parece bastante decidida. En la oscuridad de su habitación, Joe sacude la cabeza. No sé qué es peor, si las tortas del Siciliano o las discusiones de mi hermano. A saber de qué querrá enterarse Kevin; de todos modos, Manuela no se lo dirá nunca. Algo es seguro, sin embargo. La única gran verdad es que Manuela volverá a casa tumbada en el asiento.
Joe se duerme divertido imaginando la escena.
SandyJonas
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
ayee=) escribió:SandyJonas escribió:Por eso me gusta más la segunda parte... son más o menos los mismos personajes... pero... es que no sé cómo explicarlo, es diferente xDayee=) escribió:SandyJonas escribió:Sí, ya queda muy poco para que se termine... y luego quiero subir Tengo Ganas de Ti, la segunda parte, que a mí me ha gustado más.. :3ayee=) escribió: SEGILA!! xfas segiila hasta el final!! yo la leia otro foro pero no la terminaron :( terminala please...
si vi en internet qe hay 2ª parte, es con los mismos personajes?! y tambien me dijieron qe este 1er libro no termina muy lindo :( SEGILA!! gracias por subir!!
de dónde eres?
pero continua la misma historia? me refiero a la historia de 'amor' entre la rayis y joe... a no ser qe alguno de ellos muera al final O.o estoy confundida xD SEGILA!! ah y soy de Arshentina Totally Awesome ?) vos??
ñañañañaa... es que si te lo digo no tiene gracia... cuando acabe lo sabrás.. :3
SandyJonas
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
Aviso a readers!
En el próximo cap habrá un momento muy esperado... no sé si me entendéis... xD
Y falta muy poco para el final, así que... ¡¡Comentad!! :3
En el próximo cap habrá un momento muy esperado... no sé si me entendéis... xD
Y falta muy poco para el final, así que... ¡¡Comentad!! :3
SandyJonas
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
fjlshdfkjghflñashdgkjdaflñ me encanto!! gracias por subir!! SEGILA!!
Invitado
Invitado
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
SEGILA! SEGILA! SEGILA! PORFIS... POR MI SI?!?!?! u.u no qiero qe ninguno de los dos muera al final :( ojala qe no... SEGILA!!
Invitado
Invitado
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
Capítulo 52
_____ está en Fregene, en Mastino, con su clase. Celebran los cien días. Hace un rato que han acabado de comer y pasean por la playa. Algunas de sus amigas juegan al pañuelo. Ella se ha sentado en un patín a charlar con Pallina. Entonces lo ve. Se dirige hacia ella con esa sonrisa suya en los labios, con las gafas oscuras y la cazadora. A _____ le da un vuelco el corazón. Pallina lo nota enseguida.
—Eh, no te me mueras, ¿vale?
_____ le sonríe y luego corre hacia Joe. Se marcha con él, sin preguntarle cómo la ha encontrado, adónde se la lleva. Se despide de sus compañeras con un «adiós» un tanto distraído. Algunas de ellas dejan de jugar y la siguen con la mirada.
Envidiosas y embobadas, deseosas de estar en su lugar, abrazadas a Joe, a 10 y matrícula de honor. Luego la chica que hay en el centro grita: «Número… siete…»
Dos de ellas arrancan en la arena, corriendo hacia ella. Se paran una frente a otra, con los brazos extendidos, mirándose a los ojos, desafiándose risueñas, simulando pequeños movimientos, animadas por sus compañeras. El pañuelo blanco suspendido en el aire es ahora ya lo único que les preocupa.
Cuando llegan junto a la moto, _____ lo mira curiosa.
—¿Adónde vamos?
—Es una sorpresa. —Joe se coloca tras ella, saca del bolsillo la bandana azul que le robó hace tiempo y le tapa los ojos.
—No hagas trampa, ¿eh?… No debes ver nada.
Ella se la coloca mejor, divertida.
—Eh, este pañuelo me resulta familiar… —Después le da un auricular de su
Sony y se marchan juntos abrazados, acompañados por las notas de Tiziano Ferro.
Más tarde… _____ sigue abrazada a él con la cabeza apoyada en su espalda y los ojos tapados por la bandana. Le parece estar volando, un viento fresco acaricia su pelo y un olor de gayomba perfuma el aire. ¿Cuánto tiempo hace que se pusieron en marcha? Trata de calcular el tiempo con el CD que está escuchando. Deben de llevar viajando casi una hora. Pero, ¿adónde van?
—¿Falta mucho?
—Casi hemos llegado. No estarás mirando, ¿eh?
—No.
_____ sonríe y se apoya de nuevo sobre su espalda, estrechándolo entre sus brazos. Enamorada. Él reduce lentamente y gira a la derecha, sube por la cuesta preguntándose si ella lo habrá adivinado ya.
—Bueno, ya está. No te quites la bandana. Espérame aquí.
_____ trata de adivinar dónde se encuentra. Casi está a punto de anochecer. Oye un ruido a lo lejos, repetitivo y ahogado, pero no consigue entender de qué se trata.
De repente, oye algo más fuerte, como si se hubiera roto algo.
—Aquí estoy. —Joe la coge de la mano.
—¿Qué ha pasado?
—Nada. Sígueme. —_____ se deja llevar algo asustada. El viento ha cesado, el
aire es más frío, casi diría que húmedo. Su pierna tropieza con algo.
—¡Ay!
—No es nada.
—¿Cómo que no es nada? ¡La pierna es mía!
Joe se echa a reír.
—Y tú reniegas siempre. No te muevas de aquí. —Joe la abandona por un momento. La mano de _____ se queda sola, suspendida en el aire.
—No me dejes…
—Estoy aquí a tu lado.
Acto seguido se produce un fuerte ruido continuado, mecánico, como de madera. Una persiana que se levanta. Joe le quita con delicadeza la bandana. _____ abre los ojos e, inesperadamente, aparece todo ante sus ojos.
El mar resplandece ante ella en el atardecer. Un sol cálido y rojo parece sonreírle. Está en una casa. Sale a la terraza. Más abajo, a su derecha, reposa romántica la playa de su primer beso. A lo lejos sus colinas preferidas, su mar, unos escollos familiares: Portʹ Ercole. Una gaviota pasa cerca de ella saludándola. _____ mira a su alrededor emocionada. Ese mar plateado, las gayombas amarillas, los arbustos verde oscuro, aquella casa solitaria sobre las rocas. Su casa, la casa de sus sueños. Y ella está allí, con él, y no está soñando. Joe la abraza.
—¿Eres feliz? —Ella le hace un gesto afirmativo con la cabeza. Luego abre los ojos. Húmedos y arrobados, anegados de minúsculas lágrimas transparentes, brillantes de amor, preciosos. Él la mira.
—¿Qué pasa?
—Tengo miedo.
—¿De qué?
—De no volver a ser nunca tan feliz…
Luego, embargada de amor, lo besa de nuevo, extasiada en la tibieza de aquel atardecer.
—Ven, vamos dentro.
Recorren aquella casa nueva para ellos, entran en habitaciones desconocidas, inventan la historia de cada una de ellas, imaginan a sus propietarios.
Suben todas las persianas, encuentran un gran estéreo y lo encienden.
—Aquí también se puede sintonizar Tele Radio Stereo.
Se ríen. Abren los cajones, desvelando sus secretos, divirtiéndose juntos.
Separados, se llaman de vez en cuando para mostrarse incluso el más pequeño y estúpido hallazgo y todo les parece mágico, importante, increíble.
Joe quita el maletín de la moto y entra de nuevo en la casa. Poco después, la llama. _____ entra en la habitación. El ventanal da sobre el mar. El sol parece hacerles guiños. Lentamente, se va hundiendo en silencio por el horizonte lejano. Aquel último gajo considerado tiñe de rosa las nubes esponjosas que hay esparcidas algo más arriba. Su reflejo casi adormecido corre a lo largo de una estela dorada.
Atraviesa el mar para apagarse sobre las paredes de aquella habitación, entre su pelo, sobre las sábanas nuevas, recién puestas.
—Las he comprado yo, ¿te gustan? —_____ no contesta. Mira a su alrededor. Un pequeño ramo de rosas rojas reposa en un jarrón que hay junto a la cama. Joe trata de quitar hierro a la situación con una broma—. Te juro que no las he comprado en el semáforo…
Abre el maletín.
—¡Y voilà!
Dentro el hielo está ya casi medio derretido pero todavía quedan algunos cubitos flotando. Joe saca una botella de champán con dos copas envueltas en papel de periódico.
—Para no romperlas —explica. Luego, del bolsillo de la cazadora, saca una pequeña radio.
—No estaba seguro de que hubiera una.
La enciende, la sintoniza sobre la misma frecuencia del estéreo de la casa y la coloca sobre la mesita.
Un pequeño eco de Certe notti inunda la habitación.
—Casi parece hecho adrede… aunque todavía esté anocheciendo…
Joe se acerca a ella, la abraza y le da un beso. Ese instante le parece tan bonito que _____ se olvida de todo, sus propósitos, sus miedos, sus escrúpulos. Poco a poco, ambos se van quitando la ropa el uno al otro. Por primera vez ella se encuentra completamente desnuda entre sus brazos, mientras una luz mágica se va extendiendo por el mar e ilumina tímidamente sus cuerpos. Una joven estrella brilla curiosa y alta en el cielo. Después, en medio de un mar de caricias, del ruido de las olas lejanas, del graznido de alguna gaviota lejana, del aroma de las flores, sucede.
Joe se coloca con delicadeza sobre ella. _____ abre los ojos, amenazada por aquella ternura. Joe la mira. No parece asustada. Le sonríe, le pasa una mano por el pelo tranquilizándola. En ese momento, de la pequeña radio que hay junto a ellos, extendiéndose por toda la casa, arrecia inocente Beautiful, pero ninguno de los dos lo advierte. No saben que aquella será a partir de entonces «su canción». Ella cierra los ojos conteniendo la respiración, repentinamente arrebatada por aquella emoción increíble, por aquel dolor amoroso, por aquel mágico hacerse suya para siempre.
Alza la cara hacia el cielo, suspirando, aferrándose a sus hombros, estrechándolo entre sus brazos. Luego se abandona, delicadamente, más serena. Suya. Abre los ojos.
Él está dentro de ella. Aquella dulce sonrisa ondea llena de amor sobre su cara. De cuando en cuando la besa. Pero ella ya no está allí. Aquella muchacha de los ojos azules temerosos, de la infinidad de dudas, de los mil miedos, ha desaparecido. _____ piensa en lo fascinante que le parecía cuando era niña la historia de las mariposas.
Aquel capullo, aquella pequeña oruga que se tiñe de mil espléndidos colores y que, sin previo aviso, aprende a volar. Se vuelve a ver de nuevo. Fresca, delicada mariposa recién nacida, entre los brazos de Joe. Le sonríe y lo abraza mirándolo a los ojos. Luego le da un beso, tierno, nuevo, apasionado. Su primer beso de mujer.
Más tarde, tumbados entre las sábanas, él le acaricia el pelo, mientras ella lo abraza con la cabeza apoyada contra su pecho.
—No soy muy buena, ¿verdad?
—Eres buenísima.
—No, me siento algo torpe. Me tienes que enseñar.
—Eres perfecta. Ven.
Joe le coge la mano y ambos salen juntos de la habitación. Entre las flores de las sábanas, una diminuta flor roja, recién florecida, se distingue de las demás, más pura e inocente que sus compañeras.
De nuevo abrazados en la bañera. Saborean el champán mientras charlan alegres, ligeramente chispeantes de amor. Muy pronto, borrachos de pasión, se aman de nuevo. Esta vez ya sin miedo, con mayor arrebato, mayor deseo. Ahora le parece más bonito, más fácil mover las alas, ahora ya no tiene miedo a volar, entiende la belleza de ser una joven mariposa. Luego se ponen unos albornoces y descienden a la cala privada. Se divierten inventando nombres que puedan corresponder con aquellas dos letras desconocidas bordadas sobre el pecho. Después de haber competido para ver quién se inventaba el más extraño, los abandonan sobre las rocas.
_____ pierde. Entra la segunda en el mar. Nadan en el agua fresca y salada, en la estela que deja la luna, balanceándose con las olas, abrazándose de vez en cuando, salpicándose, alejándose para volverse a unir después, para deleitarse con el sabor a champán marino que tienen sus labios. Más tarde, sentados sobre una roca, envueltos en los albornoces de Amarildo y Sigfrida, miran arrobados el millar de estrellas que hay sobre sus cabezas, la luna, la noche, el mar oscuro y en calma.
—Esto es precioso.
—Es tu casa, ¿no?
—¡Estás loco!
—¡Lo sé!
—Soy feliz. Jamás me he sentido tan bien, ¿y tú?
—¿Yo? —Joe la abraza con fuerza—. Estoy de maravilla.
—¿Hasta el punto de llegar a tocar el cielo con un dedo?
—No, así no.
—¿Ah, no?
—Mucho más. Al menos tres metros sobre el cielo.
Al día siguiente, _____ se despierta y, mientras los últimos rastros de sal abandonan su pelo bajo la ducha, recuerda emocionada la noche anterior.
Desayuna, se despide de su madre y sube al coche con Daniela, lista para ir al colegio como todas las mañanas. Su padre se para en el semáforo que hay bajo el puente de la avenida de Francia. _____ aún está medio dormida y distraída cuando lo ve. Apenas puede creerlo. En lo alto, por encima de los demás, sobre la blanca columna del puente, un grafiti domina al resto, imborrable. Está allí, sobre el frío mármol, azul como sus ojos, tan bonito como siempre lo deseó. Su corazón se acelera.
Por un momento, le parece que todos pueden oírla, que todos pueden leer aquella frase, justo como está haciendo ella en ese momento. Está allí, en lo alto, inalcanzable.
Allí adonde solo llegan los enamorados: «Tú y yo… Tres metros sobre el cielo.»
_____ está en Fregene, en Mastino, con su clase. Celebran los cien días. Hace un rato que han acabado de comer y pasean por la playa. Algunas de sus amigas juegan al pañuelo. Ella se ha sentado en un patín a charlar con Pallina. Entonces lo ve. Se dirige hacia ella con esa sonrisa suya en los labios, con las gafas oscuras y la cazadora. A _____ le da un vuelco el corazón. Pallina lo nota enseguida.
—Eh, no te me mueras, ¿vale?
_____ le sonríe y luego corre hacia Joe. Se marcha con él, sin preguntarle cómo la ha encontrado, adónde se la lleva. Se despide de sus compañeras con un «adiós» un tanto distraído. Algunas de ellas dejan de jugar y la siguen con la mirada.
Envidiosas y embobadas, deseosas de estar en su lugar, abrazadas a Joe, a 10 y matrícula de honor. Luego la chica que hay en el centro grita: «Número… siete…»
Dos de ellas arrancan en la arena, corriendo hacia ella. Se paran una frente a otra, con los brazos extendidos, mirándose a los ojos, desafiándose risueñas, simulando pequeños movimientos, animadas por sus compañeras. El pañuelo blanco suspendido en el aire es ahora ya lo único que les preocupa.
Cuando llegan junto a la moto, _____ lo mira curiosa.
—¿Adónde vamos?
—Es una sorpresa. —Joe se coloca tras ella, saca del bolsillo la bandana azul que le robó hace tiempo y le tapa los ojos.
—No hagas trampa, ¿eh?… No debes ver nada.
Ella se la coloca mejor, divertida.
—Eh, este pañuelo me resulta familiar… —Después le da un auricular de su
Sony y se marchan juntos abrazados, acompañados por las notas de Tiziano Ferro.
Más tarde… _____ sigue abrazada a él con la cabeza apoyada en su espalda y los ojos tapados por la bandana. Le parece estar volando, un viento fresco acaricia su pelo y un olor de gayomba perfuma el aire. ¿Cuánto tiempo hace que se pusieron en marcha? Trata de calcular el tiempo con el CD que está escuchando. Deben de llevar viajando casi una hora. Pero, ¿adónde van?
—¿Falta mucho?
—Casi hemos llegado. No estarás mirando, ¿eh?
—No.
_____ sonríe y se apoya de nuevo sobre su espalda, estrechándolo entre sus brazos. Enamorada. Él reduce lentamente y gira a la derecha, sube por la cuesta preguntándose si ella lo habrá adivinado ya.
—Bueno, ya está. No te quites la bandana. Espérame aquí.
_____ trata de adivinar dónde se encuentra. Casi está a punto de anochecer. Oye un ruido a lo lejos, repetitivo y ahogado, pero no consigue entender de qué se trata.
De repente, oye algo más fuerte, como si se hubiera roto algo.
—Aquí estoy. —Joe la coge de la mano.
—¿Qué ha pasado?
—Nada. Sígueme. —_____ se deja llevar algo asustada. El viento ha cesado, el
aire es más frío, casi diría que húmedo. Su pierna tropieza con algo.
—¡Ay!
—No es nada.
—¿Cómo que no es nada? ¡La pierna es mía!
Joe se echa a reír.
—Y tú reniegas siempre. No te muevas de aquí. —Joe la abandona por un momento. La mano de _____ se queda sola, suspendida en el aire.
—No me dejes…
—Estoy aquí a tu lado.
Acto seguido se produce un fuerte ruido continuado, mecánico, como de madera. Una persiana que se levanta. Joe le quita con delicadeza la bandana. _____ abre los ojos e, inesperadamente, aparece todo ante sus ojos.
El mar resplandece ante ella en el atardecer. Un sol cálido y rojo parece sonreírle. Está en una casa. Sale a la terraza. Más abajo, a su derecha, reposa romántica la playa de su primer beso. A lo lejos sus colinas preferidas, su mar, unos escollos familiares: Portʹ Ercole. Una gaviota pasa cerca de ella saludándola. _____ mira a su alrededor emocionada. Ese mar plateado, las gayombas amarillas, los arbustos verde oscuro, aquella casa solitaria sobre las rocas. Su casa, la casa de sus sueños. Y ella está allí, con él, y no está soñando. Joe la abraza.
—¿Eres feliz? —Ella le hace un gesto afirmativo con la cabeza. Luego abre los ojos. Húmedos y arrobados, anegados de minúsculas lágrimas transparentes, brillantes de amor, preciosos. Él la mira.
—¿Qué pasa?
—Tengo miedo.
—¿De qué?
—De no volver a ser nunca tan feliz…
Luego, embargada de amor, lo besa de nuevo, extasiada en la tibieza de aquel atardecer.
—Ven, vamos dentro.
Recorren aquella casa nueva para ellos, entran en habitaciones desconocidas, inventan la historia de cada una de ellas, imaginan a sus propietarios.
Suben todas las persianas, encuentran un gran estéreo y lo encienden.
—Aquí también se puede sintonizar Tele Radio Stereo.
Se ríen. Abren los cajones, desvelando sus secretos, divirtiéndose juntos.
Separados, se llaman de vez en cuando para mostrarse incluso el más pequeño y estúpido hallazgo y todo les parece mágico, importante, increíble.
Joe quita el maletín de la moto y entra de nuevo en la casa. Poco después, la llama. _____ entra en la habitación. El ventanal da sobre el mar. El sol parece hacerles guiños. Lentamente, se va hundiendo en silencio por el horizonte lejano. Aquel último gajo considerado tiñe de rosa las nubes esponjosas que hay esparcidas algo más arriba. Su reflejo casi adormecido corre a lo largo de una estela dorada.
Atraviesa el mar para apagarse sobre las paredes de aquella habitación, entre su pelo, sobre las sábanas nuevas, recién puestas.
—Las he comprado yo, ¿te gustan? —_____ no contesta. Mira a su alrededor. Un pequeño ramo de rosas rojas reposa en un jarrón que hay junto a la cama. Joe trata de quitar hierro a la situación con una broma—. Te juro que no las he comprado en el semáforo…
Abre el maletín.
—¡Y voilà!
Dentro el hielo está ya casi medio derretido pero todavía quedan algunos cubitos flotando. Joe saca una botella de champán con dos copas envueltas en papel de periódico.
—Para no romperlas —explica. Luego, del bolsillo de la cazadora, saca una pequeña radio.
—No estaba seguro de que hubiera una.
La enciende, la sintoniza sobre la misma frecuencia del estéreo de la casa y la coloca sobre la mesita.
Un pequeño eco de Certe notti inunda la habitación.
—Casi parece hecho adrede… aunque todavía esté anocheciendo…
Joe se acerca a ella, la abraza y le da un beso. Ese instante le parece tan bonito que _____ se olvida de todo, sus propósitos, sus miedos, sus escrúpulos. Poco a poco, ambos se van quitando la ropa el uno al otro. Por primera vez ella se encuentra completamente desnuda entre sus brazos, mientras una luz mágica se va extendiendo por el mar e ilumina tímidamente sus cuerpos. Una joven estrella brilla curiosa y alta en el cielo. Después, en medio de un mar de caricias, del ruido de las olas lejanas, del graznido de alguna gaviota lejana, del aroma de las flores, sucede.
Joe se coloca con delicadeza sobre ella. _____ abre los ojos, amenazada por aquella ternura. Joe la mira. No parece asustada. Le sonríe, le pasa una mano por el pelo tranquilizándola. En ese momento, de la pequeña radio que hay junto a ellos, extendiéndose por toda la casa, arrecia inocente Beautiful, pero ninguno de los dos lo advierte. No saben que aquella será a partir de entonces «su canción». Ella cierra los ojos conteniendo la respiración, repentinamente arrebatada por aquella emoción increíble, por aquel dolor amoroso, por aquel mágico hacerse suya para siempre.
Alza la cara hacia el cielo, suspirando, aferrándose a sus hombros, estrechándolo entre sus brazos. Luego se abandona, delicadamente, más serena. Suya. Abre los ojos.
Él está dentro de ella. Aquella dulce sonrisa ondea llena de amor sobre su cara. De cuando en cuando la besa. Pero ella ya no está allí. Aquella muchacha de los ojos azules temerosos, de la infinidad de dudas, de los mil miedos, ha desaparecido. _____ piensa en lo fascinante que le parecía cuando era niña la historia de las mariposas.
Aquel capullo, aquella pequeña oruga que se tiñe de mil espléndidos colores y que, sin previo aviso, aprende a volar. Se vuelve a ver de nuevo. Fresca, delicada mariposa recién nacida, entre los brazos de Joe. Le sonríe y lo abraza mirándolo a los ojos. Luego le da un beso, tierno, nuevo, apasionado. Su primer beso de mujer.
Más tarde, tumbados entre las sábanas, él le acaricia el pelo, mientras ella lo abraza con la cabeza apoyada contra su pecho.
—No soy muy buena, ¿verdad?
—Eres buenísima.
—No, me siento algo torpe. Me tienes que enseñar.
—Eres perfecta. Ven.
Joe le coge la mano y ambos salen juntos de la habitación. Entre las flores de las sábanas, una diminuta flor roja, recién florecida, se distingue de las demás, más pura e inocente que sus compañeras.
De nuevo abrazados en la bañera. Saborean el champán mientras charlan alegres, ligeramente chispeantes de amor. Muy pronto, borrachos de pasión, se aman de nuevo. Esta vez ya sin miedo, con mayor arrebato, mayor deseo. Ahora le parece más bonito, más fácil mover las alas, ahora ya no tiene miedo a volar, entiende la belleza de ser una joven mariposa. Luego se ponen unos albornoces y descienden a la cala privada. Se divierten inventando nombres que puedan corresponder con aquellas dos letras desconocidas bordadas sobre el pecho. Después de haber competido para ver quién se inventaba el más extraño, los abandonan sobre las rocas.
_____ pierde. Entra la segunda en el mar. Nadan en el agua fresca y salada, en la estela que deja la luna, balanceándose con las olas, abrazándose de vez en cuando, salpicándose, alejándose para volverse a unir después, para deleitarse con el sabor a champán marino que tienen sus labios. Más tarde, sentados sobre una roca, envueltos en los albornoces de Amarildo y Sigfrida, miran arrobados el millar de estrellas que hay sobre sus cabezas, la luna, la noche, el mar oscuro y en calma.
—Esto es precioso.
—Es tu casa, ¿no?
—¡Estás loco!
—¡Lo sé!
—Soy feliz. Jamás me he sentido tan bien, ¿y tú?
—¿Yo? —Joe la abraza con fuerza—. Estoy de maravilla.
—¿Hasta el punto de llegar a tocar el cielo con un dedo?
—No, así no.
—¿Ah, no?
—Mucho más. Al menos tres metros sobre el cielo.
Al día siguiente, _____ se despierta y, mientras los últimos rastros de sal abandonan su pelo bajo la ducha, recuerda emocionada la noche anterior.
Desayuna, se despide de su madre y sube al coche con Daniela, lista para ir al colegio como todas las mañanas. Su padre se para en el semáforo que hay bajo el puente de la avenida de Francia. _____ aún está medio dormida y distraída cuando lo ve. Apenas puede creerlo. En lo alto, por encima de los demás, sobre la blanca columna del puente, un grafiti domina al resto, imborrable. Está allí, sobre el frío mármol, azul como sus ojos, tan bonito como siempre lo deseó. Su corazón se acelera.
Por un momento, le parece que todos pueden oírla, que todos pueden leer aquella frase, justo como está haciendo ella en ese momento. Está allí, en lo alto, inalcanzable.
Allí adonde solo llegan los enamorados: «Tú y yo… Tres metros sobre el cielo.»
SandyJonas
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
Ayayayayay.. qué bonito...
pero se acerca el final! o.O
Comentaad :3
pero se acerca el final! o.O
Comentaad :3
SandyJonas
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
Heey!! acaboo de leer tu novee puff me hizo llorar estaaa HERMOSSAAA sigueela please ya qiero cappp
NaxhSA
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
ahhhhhhh!! qe tierno josé *w* ese O.o sobre el final no me gusta para nda :( vas a segir con el 2º libro no?!?!?! SEGILA!!
Invitado
Invitado
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
Si la vais a leer sí.. hasdughafdghayee=) escribió: ahhhhhhh!! qe tierno josé *w* ese O.o sobre el final no me gusta para nda :( vas a segir con el 2º libro no?!?!?! SEGILA!!
aunque ya tengo preparada otra adaptación para subir... :3
la empezaré dentro de poquitoo weeeeee
SandyJonas
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