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Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
Capítulo 36
Delante de Vetrine, parada en medio de la calle desierta, queda ya solo su Vespa. _____ baja de la moto, desbloquea la rueda delantera y la enciende. Monta sobre el sillín y la empuja haciéndola bajar del soporte. Luego, parece acordarse de él.
—Adiós. —Le sonríe con ternura.
—Te acompaño, te escolto hasta casa. —Llegados a la avenida de Francia, Joe se acerca a la Vespa y apoya el pie derecho bajo el faro, sobre la pequeña matrícula.
—Tengo miedo.
—Mantén derecho el manillar…
_____ mira de nuevo hacia delante sujetándolo bien. La Vespa de Pallina va más rápida que la suya pero jamás habría alcanzado por sí sola esos niveles. Dejan atrás la avenida de Francia y luego suben por la calle Jacini, hasta la plaza. Joe le da un último empujón justo delante de su casa. La suelta. Poco a poco, la Vespa va perdiendo velocidad. _____ frena y se vuelve hacia él. Está parado, erguido sobre la moto, a pocos pasos de ella. Joe la mira por un momento. Luego le sonríe, mete la primera y se aleja. Ella lo sigue con la mirada hasta verlo desaparecer en la curva. Lo oye acelerar cada vez más, un cambio rápido de marchas, silenciadores que rugen mientras se alejan corriendo a toda velocidad. _____ espera que Fiore, medio dormido, levante la barra. Luego sube por la pendiente que hay frente al edificio. Cuando dobla la curva, una triste sorpresa. Su casa está toda iluminada y su madre está allí, asomada a la ventana de su dormitorio.
—¡Aquí está, Claudio!
_____ sonríe desesperada. No sirve de nada. Su madre cierra bruscamente la ventana. _____ mete la Vespa en el garaje, pasando con dificultad entre la pared y el
Mercedes. Mientras cierra la puerta metálica piensa en la bofetada de aquella mañana. Inconscientemente, se lleva la mano a la mejilla. Trata de recordar el daño que le hizo. Sin esforzarse demasiado. De todos modos, no tardará en comprobarlo.
Sube parsimoniosamente las escaleras intentando retrasar lo más posible el momento de aquel descubrimiento. La puerta está abierta. Pasa resignada bajo aquel patíbulo.
Condenada a la guillotina, sin confiar demasiado en un posible indulto, ella, moderna Robespierre con pantalón de peto, perderá su cabeza. Cierra la puerta. Una bofetada le da en plena cara.
—¡Ay! —«Siempre en el mismo lado», piensa, acariciándose la mejilla.
—Vete de inmediato a la cama pero antes dale las llaves de la Vespa a tu padre.
_____ cruza el pasillo. Claudio está junto a la puerta. _____ le entrega el llavero de Pallina.
—¿_____?
Ella se vuelve, inquieta.
—¿Qué pasa?
—¿Por qué una P?
La P de goma del llavero de Pallina cuelga inquisitiva de las manos de Claudio.
_____ lo mira momentáneamente perpleja, pero a renglón seguido, despabilada por la bofetada y fresca creadora del instante, improvisa.
—Pero cómo, papá, ¿no te acuerdas? Por el apodo que me pusiste tú. ¡De pequeña me llamabas siempre Puffina!
Claudio parece momentáneamente indeciso, luego sonríe.
—¡Ah, es verdad! Puffina. Ya no me acordaba. —Acto seguido, vuelve a ponerse serio—. Ahora vete a la cama. Mañana hablaremos de toda esta historia. ¡No me ha gustado nada, _____!
Las puertas de los dormitorios se cierran. Claudio y Raffaella, ya más tranquilos, hablan sobre aquella hija que antes era pacífica y tranquila y que ahora se rebela, irreconocible. Vuelve a altas horas de la noche, participa en carreras de motos, aparece fotografiada en todos los periódicos. ¿Qué ha sucedido? ¿Qué le ha pasado a su Puffina?
En una de las habitaciones cercanas, _____ se desnuda y se mete en la cama. Su mejilla enrojecida encuentra un fresco consuelo en el almohadón. Durante un rato, sueña con los ojos abiertos. Le parece escuchar todavía el ruido de las olas, sentir el viento que le acaricia el pelo y ese beso, fuerte y tierno al mismo tiempo. Se gira en la cama. Piensa en él mientras mete las manos bajo el almohadón soñando que lo abraza. Entre las sábanas lisas, unos diminutos granos de arena le hacen sonreír. En la oscuridad de su habitación, surge poco a poco la respuesta que sus padres buscan con afán. Es evidente lo que le ha pasado a su Puffina: se ha enamorado.
Delante de Vetrine, parada en medio de la calle desierta, queda ya solo su Vespa. _____ baja de la moto, desbloquea la rueda delantera y la enciende. Monta sobre el sillín y la empuja haciéndola bajar del soporte. Luego, parece acordarse de él.
—Adiós. —Le sonríe con ternura.
—Te acompaño, te escolto hasta casa. —Llegados a la avenida de Francia, Joe se acerca a la Vespa y apoya el pie derecho bajo el faro, sobre la pequeña matrícula.
—Tengo miedo.
—Mantén derecho el manillar…
_____ mira de nuevo hacia delante sujetándolo bien. La Vespa de Pallina va más rápida que la suya pero jamás habría alcanzado por sí sola esos niveles. Dejan atrás la avenida de Francia y luego suben por la calle Jacini, hasta la plaza. Joe le da un último empujón justo delante de su casa. La suelta. Poco a poco, la Vespa va perdiendo velocidad. _____ frena y se vuelve hacia él. Está parado, erguido sobre la moto, a pocos pasos de ella. Joe la mira por un momento. Luego le sonríe, mete la primera y se aleja. Ella lo sigue con la mirada hasta verlo desaparecer en la curva. Lo oye acelerar cada vez más, un cambio rápido de marchas, silenciadores que rugen mientras se alejan corriendo a toda velocidad. _____ espera que Fiore, medio dormido, levante la barra. Luego sube por la pendiente que hay frente al edificio. Cuando dobla la curva, una triste sorpresa. Su casa está toda iluminada y su madre está allí, asomada a la ventana de su dormitorio.
—¡Aquí está, Claudio!
_____ sonríe desesperada. No sirve de nada. Su madre cierra bruscamente la ventana. _____ mete la Vespa en el garaje, pasando con dificultad entre la pared y el
Mercedes. Mientras cierra la puerta metálica piensa en la bofetada de aquella mañana. Inconscientemente, se lleva la mano a la mejilla. Trata de recordar el daño que le hizo. Sin esforzarse demasiado. De todos modos, no tardará en comprobarlo.
Sube parsimoniosamente las escaleras intentando retrasar lo más posible el momento de aquel descubrimiento. La puerta está abierta. Pasa resignada bajo aquel patíbulo.
Condenada a la guillotina, sin confiar demasiado en un posible indulto, ella, moderna Robespierre con pantalón de peto, perderá su cabeza. Cierra la puerta. Una bofetada le da en plena cara.
—¡Ay! —«Siempre en el mismo lado», piensa, acariciándose la mejilla.
—Vete de inmediato a la cama pero antes dale las llaves de la Vespa a tu padre.
_____ cruza el pasillo. Claudio está junto a la puerta. _____ le entrega el llavero de Pallina.
—¿_____?
Ella se vuelve, inquieta.
—¿Qué pasa?
—¿Por qué una P?
La P de goma del llavero de Pallina cuelga inquisitiva de las manos de Claudio.
_____ lo mira momentáneamente perpleja, pero a renglón seguido, despabilada por la bofetada y fresca creadora del instante, improvisa.
—Pero cómo, papá, ¿no te acuerdas? Por el apodo que me pusiste tú. ¡De pequeña me llamabas siempre Puffina!
Claudio parece momentáneamente indeciso, luego sonríe.
—¡Ah, es verdad! Puffina. Ya no me acordaba. —Acto seguido, vuelve a ponerse serio—. Ahora vete a la cama. Mañana hablaremos de toda esta historia. ¡No me ha gustado nada, _____!
Las puertas de los dormitorios se cierran. Claudio y Raffaella, ya más tranquilos, hablan sobre aquella hija que antes era pacífica y tranquila y que ahora se rebela, irreconocible. Vuelve a altas horas de la noche, participa en carreras de motos, aparece fotografiada en todos los periódicos. ¿Qué ha sucedido? ¿Qué le ha pasado a su Puffina?
En una de las habitaciones cercanas, _____ se desnuda y se mete en la cama. Su mejilla enrojecida encuentra un fresco consuelo en el almohadón. Durante un rato, sueña con los ojos abiertos. Le parece escuchar todavía el ruido de las olas, sentir el viento que le acaricia el pelo y ese beso, fuerte y tierno al mismo tiempo. Se gira en la cama. Piensa en él mientras mete las manos bajo el almohadón soñando que lo abraza. Entre las sábanas lisas, unos diminutos granos de arena le hacen sonreír. En la oscuridad de su habitación, surge poco a poco la respuesta que sus padres buscan con afán. Es evidente lo que le ha pasado a su Puffina: se ha enamorado.
SandyJonas
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
Capítulo 37
Pallina se precipita sobre _____ antes de que esta pueda acabar de subir las escaleras del colegio.
—Bueno, ¿cómo fue? Desapareciste…
—Estuvimos en Ansedonia.
—¿Fuisteis hasta allí?
_____ asiente.
—¿Y lo hicisteis?
—¡Pallina!
—Bueno, perdona, si fuisteis hasta allí se supone que bajaríais a la playa, ¿no?
—Sí.
—¿Y no hicisteis nada?
—Nos besamos.
—¡Yuhuuu! —Pallina le salta encima—. ¡Caramba! Menuda suerte, te has ligado al tío más bueno de la ciudad. —Luego advierte que _____ parece un poco triste—.
¿Qué pasa?
—Nada.
—Venga, no digas mentiras, suéltalo. Ánimo. Cuéntaselo a tu vieja y sabia amiga, Pallina. Lo hicisteis, ¿verdad?
—¡Noooo! Solo nos besamos, y fue precioso. Pero…
—Pero ¿qué…?
—Pues eso, que no sé cómo hemos quedado.
Pallina la mira perpleja.
—Pero intentó… —Mueve el puño hacia abajo dos veces de manera elocuente.
_____ hace un gesto negativo con la cabeza resoplando.
—No.
—En ese caso, la cosa es realmente preocupante.
—¿Por qué?
—Le interesas.
—¿Tú crees?
—Seguro. Normalmente, se las tira a todas la primera noche.
—Ah, gracias, es un consuelo.
—Quieres saber la verdad, ¿no? Bueno, perdona, tienes que ser feliz. No te preocupes, si el problema es solo ese lo único que tienes que hacer es esperar a la segunda noche, ¡ya verás!
_____ le da un empujón.
—Estúpida… Por cierto, Pallina, te han secuestrado la Vespa.
—¿Mi Vespa? —Pallina cambia de expresión—. ¿Quién ha sido?
—Mis padres.
—La simpática de Raffaella. Uno de estos días le voy a decir un par de cosas. ¿Sabes que el otro día lo intentó?
—¿Mi madre? ¿Con quién?
—¡Conmigo! ¡Me besó mientras dormía en tu cama pensando que eras tú!
—¿Me lo juras?
—¡Sí!
—Imagínate, mi padre ha cogido tu llavero pensando que era el mío.
—¿Y no le ha parecido extraño lo de la P?
—¡Sí! Le dije que, de pequeña, él me llamaba siempre Puffina.
—¿Y se lo creyó?
—Ahora solo me llama así.
—¡Qué lástima! Tu padre es un buen tipo, pero eso no quita que sea también bastante bobalicón.
De este modo, entran en clase. Una, rubia y esbelta, la otra, morena y más menuda. Guapa y estudiosa la primera, graciosa e ignorante la segunda, pero con algo muy grande en común: su amistad. Durante la lección, _____ mira distraída la pizarra, sin ver los números escritos sobre ella, sin oír las palabras de la profesora.
Piensa en él, en lo que estará haciendo en ese momento. Se pregunta si estará pensando en ella. Trata de imaginárselo, sonríe enternecida, a continuación preocupada, al final anhelante. Tiene muchos modos de ser. A veces resulta tierno y dulce, pero también puede convertirse inesperadamente en alguien salvaje y violento. Suspira y mira la pizarra. Es mucho más fácil resolver aquella ecuación.
Joe se acaba de levantar. Se mete en la ducha y deja que aquel chorro de agua potente y decidido le dé un masaje. Apoya las manos contra la pared mojada y, mientras el agua tamborilea sobre su espalda, empuja hacia abajo las piernas, levantándose de puntillas, primero el pie derecho, después el izquierdo. Mientras el agua resbala por su cara piensa en los ojos azules de _____. Son grandes, límpidos y profundos. Sonríe y, a pesar de tener los ojos cerrados, puede verla a la perfección.
Ahí está, inocente y serena frente a él, con el pelo despeinado por el viento y aquella nariz recta. Ve su mirada resuelta, temperamental. Mientras se seca, piensa en todo lo que se dijeron, en lo que él le contó. Ella, único oído dulce casi desconocido, oyente silencioso de su viejo sufrimiento, de su amor ahora convertido en odio, de su tristeza. Se pregunta si no se habrá vuelto loco. En cualquier caso, ya está hecho.
Desayunando, piensa en la familia de _____. En su hermana. En su padre que parece simpático. En esa madre de carácter firme y tajante, de rasgos parecidos a los de _____, un poco ajados por la edad. ¿Llegará un día en el que ella sea también así? Las madres, a veces, no son sino la proyección futura de la muchacha con la que nos divertimos hoy. Le viene a la mente el recuerdo de una madre, más intenso que el de la hija. Apura el café sonriendo. Llaman a la puerta. Abre Maria. Es Pollo. Le tira sobre la mesa la habitual bolsa de papel, sus sándwiches al salmón.
—¿Entonces? Me tienes que contar lo que pasó. ¿Te la tiraste o no? Imagínate, esa… con el carácter que tiene a saber cuándo se dejará. ¡Nunca! ¿Adónde coño fuisteis? Os busqué por todas partes. Ah, no sabes cómo se puso Madda. ¡Está negra! ¡Como la pille la descuartiza!
Joe se pone serio. Maddalena, es verdad, no había pensado en ella. Anoche no pensó en nada de eso. Decide que ahora tampoco quiere hacerlo. A fin de cuentas, nunca se comprometieron a nada.
—Ten. —Pollo se saca del bolsillo un trozo de papel blanco arrugado y se lo tira—. Es su número de teléfono. —Joe lo coge al vuelo—. Se lo pedí ayer a Pallina, sabía que hoy lo querrías…
Joe se lo mete en el bolsillo y sale de la cocina. Pollo va tras él.
—Pero bueno, Joe, ¿me cuentas algo o no? ¿Te la tiraste?
—¿Por qué me preguntas siempre esas cosas, Pollo? Ya sabes que yo soy un caballero, ¿no?
Pollo se tira sobre la cama muerto de risa.
—Un caballero… ¿tú? Dios mío, me va a dar algo. Lo que tengo que oír. Joder…
Un caballero.
Joe lo mira sacudiendo la cabeza y luego, mientras se pone los vaqueros, también él se echa a reír. ¡La de veces que no se ha comportado, lo que se dice, como un caballero! Por un momento, le gustaría poder contarle algo más a su amigo.
Pallina se precipita sobre _____ antes de que esta pueda acabar de subir las escaleras del colegio.
—Bueno, ¿cómo fue? Desapareciste…
—Estuvimos en Ansedonia.
—¿Fuisteis hasta allí?
_____ asiente.
—¿Y lo hicisteis?
—¡Pallina!
—Bueno, perdona, si fuisteis hasta allí se supone que bajaríais a la playa, ¿no?
—Sí.
—¿Y no hicisteis nada?
—Nos besamos.
—¡Yuhuuu! —Pallina le salta encima—. ¡Caramba! Menuda suerte, te has ligado al tío más bueno de la ciudad. —Luego advierte que _____ parece un poco triste—.
¿Qué pasa?
—Nada.
—Venga, no digas mentiras, suéltalo. Ánimo. Cuéntaselo a tu vieja y sabia amiga, Pallina. Lo hicisteis, ¿verdad?
—¡Noooo! Solo nos besamos, y fue precioso. Pero…
—Pero ¿qué…?
—Pues eso, que no sé cómo hemos quedado.
Pallina la mira perpleja.
—Pero intentó… —Mueve el puño hacia abajo dos veces de manera elocuente.
_____ hace un gesto negativo con la cabeza resoplando.
—No.
—En ese caso, la cosa es realmente preocupante.
—¿Por qué?
—Le interesas.
—¿Tú crees?
—Seguro. Normalmente, se las tira a todas la primera noche.
—Ah, gracias, es un consuelo.
—Quieres saber la verdad, ¿no? Bueno, perdona, tienes que ser feliz. No te preocupes, si el problema es solo ese lo único que tienes que hacer es esperar a la segunda noche, ¡ya verás!
_____ le da un empujón.
—Estúpida… Por cierto, Pallina, te han secuestrado la Vespa.
—¿Mi Vespa? —Pallina cambia de expresión—. ¿Quién ha sido?
—Mis padres.
—La simpática de Raffaella. Uno de estos días le voy a decir un par de cosas. ¿Sabes que el otro día lo intentó?
—¿Mi madre? ¿Con quién?
—¡Conmigo! ¡Me besó mientras dormía en tu cama pensando que eras tú!
—¿Me lo juras?
—¡Sí!
—Imagínate, mi padre ha cogido tu llavero pensando que era el mío.
—¿Y no le ha parecido extraño lo de la P?
—¡Sí! Le dije que, de pequeña, él me llamaba siempre Puffina.
—¿Y se lo creyó?
—Ahora solo me llama así.
—¡Qué lástima! Tu padre es un buen tipo, pero eso no quita que sea también bastante bobalicón.
De este modo, entran en clase. Una, rubia y esbelta, la otra, morena y más menuda. Guapa y estudiosa la primera, graciosa e ignorante la segunda, pero con algo muy grande en común: su amistad. Durante la lección, _____ mira distraída la pizarra, sin ver los números escritos sobre ella, sin oír las palabras de la profesora.
Piensa en él, en lo que estará haciendo en ese momento. Se pregunta si estará pensando en ella. Trata de imaginárselo, sonríe enternecida, a continuación preocupada, al final anhelante. Tiene muchos modos de ser. A veces resulta tierno y dulce, pero también puede convertirse inesperadamente en alguien salvaje y violento. Suspira y mira la pizarra. Es mucho más fácil resolver aquella ecuación.
Joe se acaba de levantar. Se mete en la ducha y deja que aquel chorro de agua potente y decidido le dé un masaje. Apoya las manos contra la pared mojada y, mientras el agua tamborilea sobre su espalda, empuja hacia abajo las piernas, levantándose de puntillas, primero el pie derecho, después el izquierdo. Mientras el agua resbala por su cara piensa en los ojos azules de _____. Son grandes, límpidos y profundos. Sonríe y, a pesar de tener los ojos cerrados, puede verla a la perfección.
Ahí está, inocente y serena frente a él, con el pelo despeinado por el viento y aquella nariz recta. Ve su mirada resuelta, temperamental. Mientras se seca, piensa en todo lo que se dijeron, en lo que él le contó. Ella, único oído dulce casi desconocido, oyente silencioso de su viejo sufrimiento, de su amor ahora convertido en odio, de su tristeza. Se pregunta si no se habrá vuelto loco. En cualquier caso, ya está hecho.
Desayunando, piensa en la familia de _____. En su hermana. En su padre que parece simpático. En esa madre de carácter firme y tajante, de rasgos parecidos a los de _____, un poco ajados por la edad. ¿Llegará un día en el que ella sea también así? Las madres, a veces, no son sino la proyección futura de la muchacha con la que nos divertimos hoy. Le viene a la mente el recuerdo de una madre, más intenso que el de la hija. Apura el café sonriendo. Llaman a la puerta. Abre Maria. Es Pollo. Le tira sobre la mesa la habitual bolsa de papel, sus sándwiches al salmón.
—¿Entonces? Me tienes que contar lo que pasó. ¿Te la tiraste o no? Imagínate, esa… con el carácter que tiene a saber cuándo se dejará. ¡Nunca! ¿Adónde coño fuisteis? Os busqué por todas partes. Ah, no sabes cómo se puso Madda. ¡Está negra! ¡Como la pille la descuartiza!
Joe se pone serio. Maddalena, es verdad, no había pensado en ella. Anoche no pensó en nada de eso. Decide que ahora tampoco quiere hacerlo. A fin de cuentas, nunca se comprometieron a nada.
—Ten. —Pollo se saca del bolsillo un trozo de papel blanco arrugado y se lo tira—. Es su número de teléfono. —Joe lo coge al vuelo—. Se lo pedí ayer a Pallina, sabía que hoy lo querrías…
Joe se lo mete en el bolsillo y sale de la cocina. Pollo va tras él.
—Pero bueno, Joe, ¿me cuentas algo o no? ¿Te la tiraste?
—¿Por qué me preguntas siempre esas cosas, Pollo? Ya sabes que yo soy un caballero, ¿no?
Pollo se tira sobre la cama muerto de risa.
—Un caballero… ¿tú? Dios mío, me va a dar algo. Lo que tengo que oír. Joder…
Un caballero.
Joe lo mira sacudiendo la cabeza y luego, mientras se pone los vaqueros, también él se echa a reír. ¡La de veces que no se ha comportado, lo que se dice, como un caballero! Por un momento, le gustaría poder contarle algo más a su amigo.
SandyJonas
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
Capítulo 38
A la salida del Falconieri ningún muchacho vende libros. Es un colegio demasiado «fino» como para que cualquiera de sus alumnas compre un libro usado.
_____ baja las escaleras mirando en derredor esperanzada. Al fondo de ellas, varios grupos de muchachos acechan nuevas presas o esperan a viejas conquistas. Pero ninguno de ellos es el apropiado. _____ da los últimos pasos. El ruido de una moto veloz le hace levantar la mirada. Su corazón se acelera. En vano. Un depósito rojo pasa como un rayo entre los coches. Dos jóvenes abrazados se ladean al mismo tiempo hacia la izquierda. _____ los envidia por un momento. Después sube al coche.
Su madre la espera dentro, todavía enojada por lo que pasó el día anterior.
—Hola, mamá.
—Hola —es la seca respuesta de Raffaella. _____ no recibe ninguna bofetada ese día, no hay motivo. Pero casi lo lamenta.
Joe y Pollo están pegados a la red. Presencian en el borde del campo el entrenamiento de su equipo. Junto a ellos Schello, Hook y algún que otro amigo más, la pasión por el Lazio. Hinchas descontrolados con tal de armar un poco de alboroto.
Joe, procurando que no lo vean, se sube un poco la manga izquierda de la cazadora, dejando al descubierto el reloj. La una y media. Acabará de salir. Se la imagina en el coche de su madre, en la avenida de Francia, volviendo a casa. Más bonita que un gol de Jonas. Pollo no le quita ojo.
—¿Qué pasa?
Pollo abre los brazos.
—Nada, ¿por qué?
—Entonces, ¿se puede saber qué coño estás mirando?
—¿Por qué, acaso no puedo mirar?
—Pareces marica… Mira el partido, ¿no? Te traigo hasta aquí y ¿qué haces? ¿Te dedicas a mirarme la cara?
Joe se vuelve hacia el campo. Algunos jugadores con chaquetas de entrenamiento sobre las camisetas del equipo se pasan rápidos la pelota mientras un desgraciado que hay en medio de ellos trata de arrebatársela. Joe se vuelve de nuevo hacia Pollo. Sigue sin quitarle ojo.
—¡Todavía! Pero ¿es que no lo entiendes? —Joe se abalanza sobre él. Le coge la cabeza con ambas manos y, riéndose, golpea con ella la red—. Tienes que mirar ahí. —Lo empuja varias veces—. ¡Ahí, ahí!
Schello, Hook y el resto del grupo se lanzan sobre ellos con el único objetivo de organizar un poco de follón. Otros hinchas se empujan entre ellos contra la red, armando alboroto. Uno de ellos, con un periódico enrollado y un silbato en la boca finge ser uno de la policía antidisturbios y aporrea a todos. Al poco tiempo, el grupo se disgrega, los hinchas corren en todas direcciones divertidos. Joe sube a la moto.
Pollo salta tras él y ambos escapan de allí deslizándose sobre la grava. Joe se pregunta si Pollo habrá adivinado lo que estaba pensando antes.
—Oh, Joe, qué lástima…
—¿Por qué?
—Se ha hecho muy tarde, si no, podríamos haber pasado a recogerlas al colegio.
Joe no le contesta. Siente que Pollo sonríe a sus espaldas. Luego recibe un puñetazo en el costado.
—Eh, no te hagas el listo conmigo, ¿está claro? —Joe se inclina hacia delante dolorido. Sí, Pollo lo ha adivinado y, por si fuera poco, da unos golpes terribles.
La tarde resulta interminable para los dos, aunque no lo sepan.
_____ trata de estudiar. Se dedica a ojear el diario, a cambiar las emisoras de la radio, a abrir y cerrar la nevera intentando resistir la tentación de saltarse la dieta.
Acaba delante de la tele mirando un estúpido programa infantil y comiéndose un
Danone al chocolate, lo que hace que poco después se sienta todavía peor. Quién sabe si habrá conseguido el número de mi móvil. De todos modos, aquí no hay cobertura. Esperemos que le hayan dado el de casa. En la duda, se apresura a responder a todas las llamadas. Pero la mayor parte de las veces le toca escribir sobre la agenda el apellido de alguna amiga de su madre. Andrea Palombi llama a Daniela al menos tres veces. La envidia. El teléfono suena de nuevo. El corazón le da un vuelco. Corre por el pasillo, levanta el auricular, solo puede tratarse de Joe. En cambio, es Palombi, por cuarta vez. Llama a Daniela rogándole que no se demore.
Injusticias del mundo. A Daniela cuatro llamadas, a ella ninguna. Luego se anima.
Con todas las carreras que ha hecho debe de haber quemado al menos la mitad de las calorías.
Joe come en casa con su amigo. Pollo le vacía prácticamente la nevera. Le gusta mucho la cocina de Maria. Ella se muestra encantada de ver cómo su tarta de manzana desaparece entre las fauces del joven invitado. Joe un poco menos ya que tendrá que soportar las quejas de Kevin, cuando vuelva a casa. La tarta de manzana, en realidad, era para él. Poco después, Maria se marcha y los dos descansan un poco.
Joe relee todos sus cómics. Controla las ilustraciones originales, de las que se siente muy orgulloso. Luego despierta a Pollo para enseñárselas. A pesar de que las ha visto ya un sinfín de veces, las contempla como si no las hubiera visto nunca. Son de verdad muy buenos amigos, tanto que Joe no puede negarle una llamada por teléfono. Aunque esté al tanto del vicio de Pollo. Como era de prever, se pasa una hora al teléfono. Vaya a donde vaya, tiene que llamar al menos una vez. Se tira horas hablando, con quien sea, aunque no tenga nada que decir. Ahora, encima, que se ha echado novia, es incontenible. Su sueño, confiesa a Joe al salir, es robar un móvil.
—Mi hermano tiene uno nuevísimo —le responde divertido Joe. Kevin adquiere de inmediato un nuevo valor para Pollo. Quién sabe si después de la tarta de manzana no conseguirá birlarle también el teléfono.
Llueve. _____ y Daniela están sentadas en el sofá junto a sus padres. Miran una película divertida y familiar en el primer canal. La atmósfera parece más distendida.
Suena el teléfono. Daniela enciende el inalámbrico que tiene junto a ella sobre el almohadón del sofá.
—¿Sí? —Mira a _____ asombrada. Incapaz de dar crédito a sus oídos—. Ahora te la paso. —_____ se vuelve tranquila hacia su hermana—. Es para ti, _____.
Basta ese instante, su mirada, su cara, para comprender. Es él.
Daniela le pasa el teléfono tratando de disimular delante de sus padres. Su hermana lo coge con delicadeza, casi temerosa de tocarlo, de apretarlo, como si una vibración de más pudiera cortar la comunicación, hacerlo desaparecer para siempre.
Se lo lleva lentamente a la cara de mejillas encendidas, a los labios emocionados incluso por aquel simple…
—¿Sí?
—Hola, ¿cómo estás? —La voz cálida de Joe le llega directamente al corazón.
_____ mira a su alrededor consternada, preocupada porque alguien se haya dado cuenta de lo que siente, de su corazón que late enloquecido, de la felicidad que trata desesperadamente de disimular.
—Bien, ¿y tú?
—Bien. ¿Puedes hablar?
—Espera un momento, no oigo nada. —Se levanta del sofá con el teléfono en la mano mientras su bata hace una especie de revoloteo. A saber por qué, ciertos teléfonos no funcionan nunca delante de los padres. Su madre la mira salir del salón y luego se vuelve curiosa hacia Daniela.
—¿Quién es?
Daniela es rápida.
—Oh, Chicco Brandelli, uno de sus pretendientes.
Raffaella la mira por un momento. Luego se tranquiliza. Se concentra de nuevo en la película. También Daniela se vuelve hacia el televisor con un pequeño suspiro.
Ha colado. Si su madre hubiera seguido mirándola se habría derrumbado. Es difícil sostener su mirada, uno tiene siempre la impresión de que lo sabe todo. Se felicita por la idea de Brandelli. Al menos ese estúpido ha servido para algo.
La habitación a oscuras. Ella apoyada contra el cristal, mojado por la lluvia, con el teléfono en la mano.
—Hola, Joe, ¿eres tú?
—¿Quién si no?
_____ se echa a reír.
—¿Dónde estás?
—Bajo la lluvia. ¿Puedo ir a tu casa?
—Imposible. Están mis padres.
—Entonces ven tú.
—No, no puedo. Estoy castigada. Ayer me pillaron al volver a casa. Estaban esperándome en la ventana.
Joe sonríe y tira el cigarrillo.
—¡Entonces es cierto! Todavía se castiga a ciertas chicas.
—Eh, sí, y tú estás saliendo con una de ellas. —_____ cierra los ojos aterrorizada por la bomba que acaba de lanzar. Se queda esperando la respuesta. Sea como sea, ahora ya no tiene remedio. Pero no oye ningún estallido. Lentamente, abre los ojos.
Al otro lado del cristal, el resplandor de un rayo permite ver mejor la lluvia. Está amainando—. ¿Sigues ahí?
—Sí. Estaba tratando de entender qué efecto produce caer en las redes de una mosquita muerta.
—Si fuera realmente una mosquita muerta habría elegido otro que enredar.
Joe se echa a reír.
—Está bien, hagamos las paces. Tratemos de resistir al menos un día. ¿Qué haces mañana?
—Ir al colegio, estudiar y luego, sigo castigada.
—Bueno, puedo ir a buscarte.
—Yo diría que esa no es precisamente una idea brillante…
—Me vestiré bien.
_____ se ríe.
—No, no es por eso. Es una cuestión algo más general. ¿A qué hora te levantas mañana?
—Bah, a las diez, a las once. Cuando Pollo venga a despertarme.
_____ sacude la cabeza.
—¿Y si no va?
—A las doce, a la una…
—¿Puedes venir a recogerme al colegio?
—¿A la una? Sí, creo que sí.
—Me refería a la entrada.
Silencio.
—¿A qué hora sería eso?
—A las ocho y diez.
—Pero ¿por qué hay que ir al colegio de madrugada? Y luego, ¿qué hacemos?
—Bueno, no sé, nos escapamos… —_____ apenas puede creer lo que está diciendo. Nos escapamos. Debe de haberse vuelto loca.
—Está bien, cometamos esa locura. A las ocho a la entrada de tu colegio. Espero poder despertarme a esa hora.
—Será difícil, ¿verdad?
—Bastante.
Se quedan por un momento en silencio. Sin saber muy bien qué decir, cómo despedirse.
—Bueno, entonces, hasta mañana.
Joe mira afuera. Ha dejado de llover. Las nubes se mueven veloces. Es feliz.
Mira el móvil. En ese momento, ella está al otro lado.
—Adiós, _____. —Cuelgan. Joe alza la mirada. Ahí arriba, en el cielo, han aparecido algunas estrellas, tímidas y mojadas. Mañana será un buen día. Pasará la mañana con ella.
Ocho y diez. Debe de haberse vuelto loco. Trata de recordar cuándo se levantó por última vez tan temprano. No se acuerda. Sonríe. Hace apenas tres días, volvió a casa justo a esa hora.
En la oscuridad de su habitación, con el teléfono portátil en la mano, _____ sigue con la mirada clavada en el cristal durante un buen rato. Se lo imagina en la calle.
Fuera debe de hacer frío. Se estremece por él. Regresa al salón. Le devuelve el teléfono a su hermana y luego se sienta junto a ella en el sofá. Sin que se dé cuenta, Daniela observa su cara con curiosidad. Le gustaría acribillarla a preguntas. Tiene que conformarse con aquellos ojos que, de repente, parecen extasiados. _____ se concentra de nuevo en la televisión. Por un instante, tiene la impresión de estar viendo a colores aquella vieja película en blanco y negro. No entiende mínimamente de qué están hablando y sus pensamientos la transportan muy lejos de allí. Poco después, vuelve inesperadamente a la realidad. Mira a los demás inquieta, pero ninguno da muestras de haberlo notado. Mañana hará novillos por primera vez en su vida.
A la salida del Falconieri ningún muchacho vende libros. Es un colegio demasiado «fino» como para que cualquiera de sus alumnas compre un libro usado.
_____ baja las escaleras mirando en derredor esperanzada. Al fondo de ellas, varios grupos de muchachos acechan nuevas presas o esperan a viejas conquistas. Pero ninguno de ellos es el apropiado. _____ da los últimos pasos. El ruido de una moto veloz le hace levantar la mirada. Su corazón se acelera. En vano. Un depósito rojo pasa como un rayo entre los coches. Dos jóvenes abrazados se ladean al mismo tiempo hacia la izquierda. _____ los envidia por un momento. Después sube al coche.
Su madre la espera dentro, todavía enojada por lo que pasó el día anterior.
—Hola, mamá.
—Hola —es la seca respuesta de Raffaella. _____ no recibe ninguna bofetada ese día, no hay motivo. Pero casi lo lamenta.
Joe y Pollo están pegados a la red. Presencian en el borde del campo el entrenamiento de su equipo. Junto a ellos Schello, Hook y algún que otro amigo más, la pasión por el Lazio. Hinchas descontrolados con tal de armar un poco de alboroto.
Joe, procurando que no lo vean, se sube un poco la manga izquierda de la cazadora, dejando al descubierto el reloj. La una y media. Acabará de salir. Se la imagina en el coche de su madre, en la avenida de Francia, volviendo a casa. Más bonita que un gol de Jonas. Pollo no le quita ojo.
—¿Qué pasa?
Pollo abre los brazos.
—Nada, ¿por qué?
—Entonces, ¿se puede saber qué coño estás mirando?
—¿Por qué, acaso no puedo mirar?
—Pareces marica… Mira el partido, ¿no? Te traigo hasta aquí y ¿qué haces? ¿Te dedicas a mirarme la cara?
Joe se vuelve hacia el campo. Algunos jugadores con chaquetas de entrenamiento sobre las camisetas del equipo se pasan rápidos la pelota mientras un desgraciado que hay en medio de ellos trata de arrebatársela. Joe se vuelve de nuevo hacia Pollo. Sigue sin quitarle ojo.
—¡Todavía! Pero ¿es que no lo entiendes? —Joe se abalanza sobre él. Le coge la cabeza con ambas manos y, riéndose, golpea con ella la red—. Tienes que mirar ahí. —Lo empuja varias veces—. ¡Ahí, ahí!
Schello, Hook y el resto del grupo se lanzan sobre ellos con el único objetivo de organizar un poco de follón. Otros hinchas se empujan entre ellos contra la red, armando alboroto. Uno de ellos, con un periódico enrollado y un silbato en la boca finge ser uno de la policía antidisturbios y aporrea a todos. Al poco tiempo, el grupo se disgrega, los hinchas corren en todas direcciones divertidos. Joe sube a la moto.
Pollo salta tras él y ambos escapan de allí deslizándose sobre la grava. Joe se pregunta si Pollo habrá adivinado lo que estaba pensando antes.
—Oh, Joe, qué lástima…
—¿Por qué?
—Se ha hecho muy tarde, si no, podríamos haber pasado a recogerlas al colegio.
Joe no le contesta. Siente que Pollo sonríe a sus espaldas. Luego recibe un puñetazo en el costado.
—Eh, no te hagas el listo conmigo, ¿está claro? —Joe se inclina hacia delante dolorido. Sí, Pollo lo ha adivinado y, por si fuera poco, da unos golpes terribles.
La tarde resulta interminable para los dos, aunque no lo sepan.
_____ trata de estudiar. Se dedica a ojear el diario, a cambiar las emisoras de la radio, a abrir y cerrar la nevera intentando resistir la tentación de saltarse la dieta.
Acaba delante de la tele mirando un estúpido programa infantil y comiéndose un
Danone al chocolate, lo que hace que poco después se sienta todavía peor. Quién sabe si habrá conseguido el número de mi móvil. De todos modos, aquí no hay cobertura. Esperemos que le hayan dado el de casa. En la duda, se apresura a responder a todas las llamadas. Pero la mayor parte de las veces le toca escribir sobre la agenda el apellido de alguna amiga de su madre. Andrea Palombi llama a Daniela al menos tres veces. La envidia. El teléfono suena de nuevo. El corazón le da un vuelco. Corre por el pasillo, levanta el auricular, solo puede tratarse de Joe. En cambio, es Palombi, por cuarta vez. Llama a Daniela rogándole que no se demore.
Injusticias del mundo. A Daniela cuatro llamadas, a ella ninguna. Luego se anima.
Con todas las carreras que ha hecho debe de haber quemado al menos la mitad de las calorías.
Joe come en casa con su amigo. Pollo le vacía prácticamente la nevera. Le gusta mucho la cocina de Maria. Ella se muestra encantada de ver cómo su tarta de manzana desaparece entre las fauces del joven invitado. Joe un poco menos ya que tendrá que soportar las quejas de Kevin, cuando vuelva a casa. La tarta de manzana, en realidad, era para él. Poco después, Maria se marcha y los dos descansan un poco.
Joe relee todos sus cómics. Controla las ilustraciones originales, de las que se siente muy orgulloso. Luego despierta a Pollo para enseñárselas. A pesar de que las ha visto ya un sinfín de veces, las contempla como si no las hubiera visto nunca. Son de verdad muy buenos amigos, tanto que Joe no puede negarle una llamada por teléfono. Aunque esté al tanto del vicio de Pollo. Como era de prever, se pasa una hora al teléfono. Vaya a donde vaya, tiene que llamar al menos una vez. Se tira horas hablando, con quien sea, aunque no tenga nada que decir. Ahora, encima, que se ha echado novia, es incontenible. Su sueño, confiesa a Joe al salir, es robar un móvil.
—Mi hermano tiene uno nuevísimo —le responde divertido Joe. Kevin adquiere de inmediato un nuevo valor para Pollo. Quién sabe si después de la tarta de manzana no conseguirá birlarle también el teléfono.
Llueve. _____ y Daniela están sentadas en el sofá junto a sus padres. Miran una película divertida y familiar en el primer canal. La atmósfera parece más distendida.
Suena el teléfono. Daniela enciende el inalámbrico que tiene junto a ella sobre el almohadón del sofá.
—¿Sí? —Mira a _____ asombrada. Incapaz de dar crédito a sus oídos—. Ahora te la paso. —_____ se vuelve tranquila hacia su hermana—. Es para ti, _____.
Basta ese instante, su mirada, su cara, para comprender. Es él.
Daniela le pasa el teléfono tratando de disimular delante de sus padres. Su hermana lo coge con delicadeza, casi temerosa de tocarlo, de apretarlo, como si una vibración de más pudiera cortar la comunicación, hacerlo desaparecer para siempre.
Se lo lleva lentamente a la cara de mejillas encendidas, a los labios emocionados incluso por aquel simple…
—¿Sí?
—Hola, ¿cómo estás? —La voz cálida de Joe le llega directamente al corazón.
_____ mira a su alrededor consternada, preocupada porque alguien se haya dado cuenta de lo que siente, de su corazón que late enloquecido, de la felicidad que trata desesperadamente de disimular.
—Bien, ¿y tú?
—Bien. ¿Puedes hablar?
—Espera un momento, no oigo nada. —Se levanta del sofá con el teléfono en la mano mientras su bata hace una especie de revoloteo. A saber por qué, ciertos teléfonos no funcionan nunca delante de los padres. Su madre la mira salir del salón y luego se vuelve curiosa hacia Daniela.
—¿Quién es?
Daniela es rápida.
—Oh, Chicco Brandelli, uno de sus pretendientes.
Raffaella la mira por un momento. Luego se tranquiliza. Se concentra de nuevo en la película. También Daniela se vuelve hacia el televisor con un pequeño suspiro.
Ha colado. Si su madre hubiera seguido mirándola se habría derrumbado. Es difícil sostener su mirada, uno tiene siempre la impresión de que lo sabe todo. Se felicita por la idea de Brandelli. Al menos ese estúpido ha servido para algo.
La habitación a oscuras. Ella apoyada contra el cristal, mojado por la lluvia, con el teléfono en la mano.
—Hola, Joe, ¿eres tú?
—¿Quién si no?
_____ se echa a reír.
—¿Dónde estás?
—Bajo la lluvia. ¿Puedo ir a tu casa?
—Imposible. Están mis padres.
—Entonces ven tú.
—No, no puedo. Estoy castigada. Ayer me pillaron al volver a casa. Estaban esperándome en la ventana.
Joe sonríe y tira el cigarrillo.
—¡Entonces es cierto! Todavía se castiga a ciertas chicas.
—Eh, sí, y tú estás saliendo con una de ellas. —_____ cierra los ojos aterrorizada por la bomba que acaba de lanzar. Se queda esperando la respuesta. Sea como sea, ahora ya no tiene remedio. Pero no oye ningún estallido. Lentamente, abre los ojos.
Al otro lado del cristal, el resplandor de un rayo permite ver mejor la lluvia. Está amainando—. ¿Sigues ahí?
—Sí. Estaba tratando de entender qué efecto produce caer en las redes de una mosquita muerta.
—Si fuera realmente una mosquita muerta habría elegido otro que enredar.
Joe se echa a reír.
—Está bien, hagamos las paces. Tratemos de resistir al menos un día. ¿Qué haces mañana?
—Ir al colegio, estudiar y luego, sigo castigada.
—Bueno, puedo ir a buscarte.
—Yo diría que esa no es precisamente una idea brillante…
—Me vestiré bien.
_____ se ríe.
—No, no es por eso. Es una cuestión algo más general. ¿A qué hora te levantas mañana?
—Bah, a las diez, a las once. Cuando Pollo venga a despertarme.
_____ sacude la cabeza.
—¿Y si no va?
—A las doce, a la una…
—¿Puedes venir a recogerme al colegio?
—¿A la una? Sí, creo que sí.
—Me refería a la entrada.
Silencio.
—¿A qué hora sería eso?
—A las ocho y diez.
—Pero ¿por qué hay que ir al colegio de madrugada? Y luego, ¿qué hacemos?
—Bueno, no sé, nos escapamos… —_____ apenas puede creer lo que está diciendo. Nos escapamos. Debe de haberse vuelto loca.
—Está bien, cometamos esa locura. A las ocho a la entrada de tu colegio. Espero poder despertarme a esa hora.
—Será difícil, ¿verdad?
—Bastante.
Se quedan por un momento en silencio. Sin saber muy bien qué decir, cómo despedirse.
—Bueno, entonces, hasta mañana.
Joe mira afuera. Ha dejado de llover. Las nubes se mueven veloces. Es feliz.
Mira el móvil. En ese momento, ella está al otro lado.
—Adiós, _____. —Cuelgan. Joe alza la mirada. Ahí arriba, en el cielo, han aparecido algunas estrellas, tímidas y mojadas. Mañana será un buen día. Pasará la mañana con ella.
Ocho y diez. Debe de haberse vuelto loco. Trata de recordar cuándo se levantó por última vez tan temprano. No se acuerda. Sonríe. Hace apenas tres días, volvió a casa justo a esa hora.
En la oscuridad de su habitación, con el teléfono portátil en la mano, _____ sigue con la mirada clavada en el cristal durante un buen rato. Se lo imagina en la calle.
Fuera debe de hacer frío. Se estremece por él. Regresa al salón. Le devuelve el teléfono a su hermana y luego se sienta junto a ella en el sofá. Sin que se dé cuenta, Daniela observa su cara con curiosidad. Le gustaría acribillarla a preguntas. Tiene que conformarse con aquellos ojos que, de repente, parecen extasiados. _____ se concentra de nuevo en la televisión. Por un instante, tiene la impresión de estar viendo a colores aquella vieja película en blanco y negro. No entiende mínimamente de qué están hablando y sus pensamientos la transportan muy lejos de allí. Poco después, vuelve inesperadamente a la realidad. Mira a los demás inquieta, pero ninguno da muestras de haberlo notado. Mañana hará novillos por primera vez en su vida.
SandyJonas
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
gracias x los caps!!
ahh me encantaron..entonces la raya y joe si estan saliendo ahyyy q bonito!!
siguela!!!
ahh me encantaron..entonces la raya y joe si estan saliendo ahyyy q bonito!!
siguela!!!
jamileth
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
Capítulo 39
Kevin está sentado a la mesa hojeando distraído el periódico. Mira a su alrededor. Qué extraño. Le había dicho a Maria que hiciera la tarta de manzana. Se habrá olvidado. Ingenuo. Recuerda el roscón que compró para las situaciones de emergencia. Decide que aquella es una de ellas. Abre algunos armarios. Al final lo encuentra. Lo escondió a conciencia para salvarlo del apetito insaciable de Joe y sus amigos.
Mientras se corta un trozo, entra Joe.
—Hola, hermano.
—¿Te parece que esta es hora de volver a casa…? Ahora te pasarás todo el día en la cama, luego, si se tercia, irás al gimnasio y por la noche de nuevo por ahí con Pollo y con esos cuatro delincuentes con los que sales. Desde luego, te pegas una vida…
—Estupenda. —Joe se sirve café, luego le añade un poco de leche—. En cualquier caso, da la casualidad de que no vuelvo ahora, salgo.
—Dios mío, ¿qué hora es?
Kevin mira preocupado el reloj. Las siete y media. Exhala un suspiro de alivio.
Todo está bajo control. Algo no encaja, de todos modos. Joe jamás ha salido a esta hora.
—¿Adónde vas?
—Al colegio.
—Ah. —Kevin se tranquiliza pero, de repente, recuerda que Joe acabó el año pasado—. ¿Qué vas a hacer allí?
—Coño, ¿se puede saber a qué vienen todas estas preguntas? Y de madrugada, por si fuera poco…
—Haz lo que quieras, basta con que no te metas en líos. A propósito, ¿Maria no hizo ayer la tarta de manzana?
Joe lo mira con aire inocente.
—¿Tarta de manzana? No, no creo.
—¿Seguro? ¿No será que tú, Pollo y esos muertos de hambre de tus amigos os la habéis acabado?
—Kevin, deja de insultar siempre a mis amigos. No me gusta. ¿Acaso ofendo yo a los tuyos?
Kevin se calla. No los ofende. Por otra parte, ¿cómo podría hacerlo? Kevin no tiene amigos. De vez en cuando le llama un colega o algún viejo compañero de la universidad, pero Joe no podría ofenderlos. La vida se ha encargado ya de castigarlos. Tristes, grises, con físicos de poeta.
—Hasta luego, Kev, nos vemos esta noche.
Kevin mira la puerta cerrada. Su hermano consigue siempre sorprenderlo. A saber adónde va a esa hora de la mañana. Bebe un sorbo de café. Luego se dispone a coger el trozo de roscón que ha dejado sobre el plato. Ha desaparecido: con Joe sale siempre perdiendo.
—Adiós, papá. —_____ y Daniela se bajan del Mercedes. Claudio mira a sus hijas mientras se encaminan hacia el colegio. Un último saludo y luego se marcha. _____ sube todavía algunos escalones. Se da la vuelta. El Mercedes está ya lejos. Baja deprisa y, justo en ese momento, se cruza con Pallina.
—Hola, ¿adónde vas?
—Me voy con Joe.
—¿De verdad? ¿Y adónde vais?
—No lo sé. A dar una vuelta. Antes de nada, a desayunar. Esta mañana estaba demasiado emocionada como para poder comer algo. Imagínate. Es la primera vez que hago novillos…
—Yo también estaba emocionada la primera vez. Pero a estas alturas… ¡Hago
yo mejor la firma de mi madre que ella misma! —_____ se ríe. La moto de Joe se detiene con un zumbido delante de la acera.
—¿Vamos?
_____ se despide de Pallina con un beso apresurado y luego sube emocionada detrás de él. El corazón le late a mil por hora.
—Te lo ruego, Pallina… Trata de no recibir ninguna mala nota y anota a quién preguntan.
—¡OK, jefa!
—¿Otra vez? ¡Mira que me trae mala suerte! Ah, y ni una palabra a nadie, ¿eh?
Pallina asiente. _____ mira a su alrededor preocupada porque alguien la vea.
Luego se abraza a Joe. Ahora ya está. La moto arranca, huyendo del colegio, de las horas aburridas de clase, de la Giacci, de los deberes y de aquel timbre que a veces da la impresión de que nunca va a sonar.
Pallina mira alejarse con envidia a su amiga. Se alegra por ella. Sube las escaleras charlando, sin advertir que alguien la está observando. Algo más arriba, una mano ajada por el tiempo y el odio, adornada con un viejo anillo con una piedra morada en el centro, tan dura como su dueña, deja caer una cortina. Alguien lo ha visto todo. Las alumnas de la III B entran preocupadas en el aula. A primera hora toca italiano y la profesora Giacci va a preguntar. Es una de las asignaturas que saldrán sin duda en el examen de selectividad. Las alumnas toman asiento saludándose. Una rezagada entra a toda prisa. Llega tarde, como siempre. Charlan nerviosas. Inesperadamente, un mudo y respetuoso silencio. La Giacci está en la puerta. Todas se cuadran. La maestra examina la clase.
—Sentaos.
Extrañamente, esa mañana parece contenta. Lo que no presagia nada bueno.
Pasa lista. Algunas muchachas levantan la mano respondiendo con un respetuoso «presente». Una chica, cuyo nombre empieza por C, no está. Llegadas a la F, otra alumna, en un tentativo de ser original, suelta un «aquí estoy» de escaso valor. La
Giacci no deja escapar la ocasión y le toma el pelo delante de toda la clase. Catinelli, como de costumbre, parece apreciar el fino sentido del humor de la maestra. Tan fino que la mayor parte de las alumnas no alcanza a verle la gracia.
—¿_____*?
—Ausente —responde alguien al fondo de la clase. La Giacci escribe una «a» junto al nombre de _____. Luego levanta lentamente la mirada.
—Lombardi.
—¿Sí, maestra? —Pallina se pone de pie de un salto.
—¿Sabe usted por qué _____* no ha venido hoy a clase? —Pallina está algo nerviosa.
—No lo sé. Ayer por la noche me llamó por teléfono y me dijo que no se encontraba muy bien. Puede que esta mañana estuviera peor y haya preferido no venir. —La Giacci la mira. Pallina se encoge de hombros. La Giacci entorna los ojos.
Estos se convierten en dos fisuras impenetrables. Pallina siente un escalofrío en la espalda.
—Gracias, Lombardi, ya se puede sentar. —La Giacci vuelve a pasar lista. Su mirada se cruza de nuevo con la de Pallina. La profesora esboza una sonrisa burlona.
Pallina enrojece. Se vuelve enseguida hacia otro lado, incómoda. ¿Y si supiera algo?
Sobre el pupitre, la frase que ella misma ha grabado con la pluma: «Pallina & Pollo forever.» Sonríe. No, es imposible.
—Marini.
—¡Presente!
Pallina se calma. A saber dónde estará _____ en ese momento. Lo más probable es que ya haya desayunado. Un buen buñuelo con nata en Euclide y uno de esos capuchinos cubiertos de espuma. Daría lo que fuera por estar en su lugar con Pollo, en lugar de Joe. Sobre gustos no hay nada escrito, es su proverbio preferido. La Giacci cierra la lista y empieza a explicar. Explica la lección contenta, particularmente serena. Un rayo de sol ilumina sus manos. Alrededor del dedo con el que juega, el viejo anillo brilla con luz morada.
Se alejan de los ruidos de la ciudad recién levantada, con los labios embadurnados de café y la boca dulcificada por la nata de un buñuelo. Fácil de prever, el desayuno en el Euclide de la Flaminia, más apartado y lejano, donde es menos probable que alguien los pueda reconocer. Se dirigen hacia la torre. Por la Flaminia, envueltos en el sol mientras, a su alrededor, prados circulares, difuminados de verde, se pierden dulcemente entre los confines de bosques más oscuros. Dejan atrás la carretera. La moto dobla al pasar las altas espigas que, en un abrir y cerrar de ojos, vuelven a erguirse impertérritas e insolentes. Se detienen tras la colina, no muy lejos de la torre. Algo más abajo, a la derecha, un perro somnoliento vigila algunas ovejas peladas. Un pastor en vaqueros escucha una pequeña radio desvencijada mientras se fuma un canuto bien alejado de sus colegas de pesebre. Van un poco más allá. Solos. _____ abre la bolsa. Una enorme bandera inglesa hace su aparición.
—La compré en Portobello cuando estuve en Londres. Ayúdame a extenderla.
¿Has ido alguna vez?
—No, nunca. ¿Es bonito?
—Mucho. Me divertí como una loca. Estuve un Brighton un mes y luego algunos días en Londres. Fui con la EF. (Una agencia de viajes)
Se tumban sobre la bandera caldeados por el sol. Joe escucha la historia sobre
Londres y sobre algún que otro viaje más. Parece haber estado en un montón de sitios y, además, se acuerda de todo. Pero él, poco interesado en sus aventuras y en absoluto acostumbrado a madrugar, se duerme.
Cuando Joe abre los ojos, _____ ya no está a su lado. Se levanta mirando preocupado a su alrededor. Luego la ve. Un poco más abajo, sobre la colina. El suave contorno de sus hombros. Está sentada entre el trigo. La llama. Ella parece no oírlo.
Cuando se acerca a ella, entiende el motivo. Está escuchando el Sony. _____ se gira hacia él. Su mirada no promete nada bueno. Luego, sus ojos se pierden de nuevo en los prados que hay a lo lejos. Joe se sienta a su lado. Sin decir nada. Hasta que _____ no puede resistirlo más y se quita los auriculares.
—¿Te parece bonito dormirte mientras te estoy hablando? —Está realmente enfadada—. ¡Eso significa que no me tienes respeto!
—Venga, no te enfades. Solo significa que no he dormido bastante.
Ella resopla y se da de nuevo la vuelta. Joe no puede por menos que advertir lo guapa que es. Puede que incluso más cuando se enfada. Ha alzado el rostro y todo en él adquiere un aire cómico, la barbilla, la nariz, la frente. Su pelo refleja los rayos del sol, parece respirar el olor del trigo. Tiene la belleza de una playa abandonada cuyos confines remotos se ven rodeados por un mar embravecido. Algunos mechones de pelo, semejantes a olas de espuma, le rodean la cara, la cubren rebeldes en algunos puntos, sin que ella haga nada por evitarlo.
Joe se inclina y recoge con la mano su delicada belleza. _____ trata de esquivarlo.
—¡Déjame!
—No puedo. Es más fuerte que yo. Tengo que darte un beso.
—He dicho que me dejes. Estoy enfadada.
Joe se aproxima a sus labios.
—Te prometo que después te escucho: Inglaterra, tus viajes, ¡todo lo que quieras!
—¡Tenías que haberme escuchado antes!
Joe se aprovecha y la besa al vuelo, sorprendiendo sus labios desprevenidos, apenas entreabiertos. Pero _____ cierra la boca decidida. Se produce entre ellos un simulacro de lucha. Ella finalmente se rinde, se abandona paulatinamente a su beso.
—Eres violento y maleducado.
Palabras susurradas entre labios que casi se pueden tocar.
—Es cierto. —Palabras que casi se confunden.
—No me gusta que hagas eso.
—No lo volveré a hacer, te lo prometo.
—Ya te he dicho que no creo en tus promesas.
—Entonces te lo juro…
—Figúrate si creo entonces en tus juramentos…
—Está bien, de acuerdo, lo juro por ti.
_____ le da un puñetazo. Él acusa el golpe bromeando. Luego la abraza y se hunde con ella entre las suaves espigas. En lo alto, el sol y el cielo azul, mudos espectadores. Más allá, una bandera inglesa abandonada. Algo más cerca, dos sonrisas llenas de frescura. Joe se entretiene con los botones de su camisa. Se detiene por un instante, temeroso. _____ ha cerrado los ojos y parece tranquila. Desabrocha un botón, después otro, con delicadeza, como si un contacto algo más brusco pudiera romper en mil pedazos la magia de aquel momento. Acto seguido desliza su mano por el interior de la camisa, recorriendo el costado, sobre la piel blanda y tibia. La acaricia. _____ se lo permite y, besándolo, lo abraza con más intensidad. Joe, embriagado por su perfume, cierra los ojos. Por primera vez todo le parece distinto.
No tiene prisa, está tranquilo. Siente una extraña paz. Su palma resbala por la espalda, recorriendo aquel foso suave hasta llegar a la cintura de la falda. Una ligera pendiente en ascenso, el inicio de una dulce promesa. Por allí cerca, dos diminutos agujeros lo hacen sonreír, como los besos algo más apasionados de ella. Dulcemente, sigue acariciándola. Asciende de nuevo, hasta llegar a aquel débil elástico almenado.
Se detiene en el cierre, intentando desvelar el misterio, y algo más. ¿Dos ganchos?
¿Dos pequeñas mediaslunas que encajan una dentro de otra? ¿Una «s» metálica que se introduce desde arriba? Se demora un poco. Ella lo mira curiosa. Joe empieza a ponerse nervioso.
—¿Cómo coño se abre?
_____ sacude la cabeza.
—¿Por qué has de ser siempre tan mal hablado? No me gusta que digas esas cosas cuando estás conmigo.
En ese preciso momento, el misterio se resuelve. Dos pequeñas mediaslunas se separan tiradas por un elástico finalmente liberado. La mano de Joe deambula por toda la espalda, subiendo hasta el cuello, finalmente sin obstáculos.
—Perdona…
Joe apenas puede creer lo que oye. Le ha pedido perdón. Perdona. Vuelve a oír aquella palabra. Él, Joe, se ha disculpado. Pero luego, sin querer pensar más en ello, se abandona como arrebatado por aquella nueva conquista. Le acaricia el pecho, la besa delicadamente en el cuello, pasa al otro seno y encuentra también allí aquella frágil señal de deseo y pasión. Entonces se desliza algo más lentamente hacia abajo, hacia su vientre liso, hacia la cintura de la falda. La mano de ella lo detiene. Joe abre los ojos. _____ está frente a él, negando con la cabeza.
—No.
—No, ¿qué?
—No, eso… —Le sonríe.
—¿Por qué? —Él no sonríe en absoluto.
—¡Porque no!
—¿Y por qué no?
—¡Porque no y basta!
—Pero hay alguna razón, tipo… —Joe esboza una leve sonrisa alusiva.
—No, cretino… ninguna razón. Simplemente que no quiero. Cuando aprendas a soltar menos tacos, entonces puede que…
Joe se gira sobre un costado y empieza a hacer flexiones. Una tras otra, cada vez más rápido, sin parar.
—No me lo puedo creer, no puede ser verdad. La he encontrado.
Sonríe, hablando entre una flexión y otra, jadeando ligeramente. _____ se abrocha el sostén y la camisa.
—¿Qué has encontrado? Y deja ya de hacer flexiones mientras hablamos…
Joe hace las dos últimas con una sola mano. Luego se tumba de lado y se pone a mirarla sin dejar de sonreír.
—No has estado nunca con nadie.
—Si lo que insinúas es que soy virgen la respuesta es sí. —Aquella palabra le cuesta muchísimo. _____ se pone de pie. Se limpia la falda con la mano. Algunos trozos de espigas caen al suelo—. ¡Y ahora llévame al colegio!
—¿Qué pasa? ¿Te has enfadado?
Joe la rodea con sus brazos.
—Sí, tienes un modo de comportarte que me exaspera. No estoy acostumbrada a que me traten así. Y déjame…
Se escabulle de su abrazo y camina a paso ligero hacia la bandera inglesa. Joe va tras ella.
—Venga, _____… No quería ofenderte. Perdóname, en serio.
—No te he oído.
—Sí que me has oído.
—No, repite.
Joe vuelve la cabeza, molesto. Luego la mira otra vez.
—Perdóname, ¿vale? Mira que yo estoy encantado de que no hayas estado nunca con nadie.
_____ se inclina para recoger la bandera inglesa y se pone a doblarla.
—¿Ah, sí? ¿Y por qué?
—Bueno, porque… porque sí. Me gusta y basta.
—¿Porque piensas acaso que tú vas a ser el primero?
—Oye, te he pedido ya perdón. Ahora basta, déjalo estar ya. Mira que eres difícil.
—Tienes razón. Tregua. —Le pasa un borde de la bandera—. Ten, ayúdame a doblarla. —Se alejan. La extienden y después se vuelven a acercar. _____ toma de susmanos el otro borde y le da un beso—. Es que ese tema me pone nerviosa.
Vuelven en silencio a la moto. _____ sube detrás de él. Se alejan por la colina, dejando a sus espaldas espigas deshechas y una conversación a la mitad. Es el primer día que salen juntos y Joe le ha pedido perdón dos veces. Caramba… No va nada mal. Ella lo abraza feliz. Sí, vamos de maravilla. _____ se ha calmado, ahora no piensa en nada. No sabe que un día no muy lejano volverá a afrontar con él ese tema que le pone tan nerviosa.
Kevin está sentado a la mesa hojeando distraído el periódico. Mira a su alrededor. Qué extraño. Le había dicho a Maria que hiciera la tarta de manzana. Se habrá olvidado. Ingenuo. Recuerda el roscón que compró para las situaciones de emergencia. Decide que aquella es una de ellas. Abre algunos armarios. Al final lo encuentra. Lo escondió a conciencia para salvarlo del apetito insaciable de Joe y sus amigos.
Mientras se corta un trozo, entra Joe.
—Hola, hermano.
—¿Te parece que esta es hora de volver a casa…? Ahora te pasarás todo el día en la cama, luego, si se tercia, irás al gimnasio y por la noche de nuevo por ahí con Pollo y con esos cuatro delincuentes con los que sales. Desde luego, te pegas una vida…
—Estupenda. —Joe se sirve café, luego le añade un poco de leche—. En cualquier caso, da la casualidad de que no vuelvo ahora, salgo.
—Dios mío, ¿qué hora es?
Kevin mira preocupado el reloj. Las siete y media. Exhala un suspiro de alivio.
Todo está bajo control. Algo no encaja, de todos modos. Joe jamás ha salido a esta hora.
—¿Adónde vas?
—Al colegio.
—Ah. —Kevin se tranquiliza pero, de repente, recuerda que Joe acabó el año pasado—. ¿Qué vas a hacer allí?
—Coño, ¿se puede saber a qué vienen todas estas preguntas? Y de madrugada, por si fuera poco…
—Haz lo que quieras, basta con que no te metas en líos. A propósito, ¿Maria no hizo ayer la tarta de manzana?
Joe lo mira con aire inocente.
—¿Tarta de manzana? No, no creo.
—¿Seguro? ¿No será que tú, Pollo y esos muertos de hambre de tus amigos os la habéis acabado?
—Kevin, deja de insultar siempre a mis amigos. No me gusta. ¿Acaso ofendo yo a los tuyos?
Kevin se calla. No los ofende. Por otra parte, ¿cómo podría hacerlo? Kevin no tiene amigos. De vez en cuando le llama un colega o algún viejo compañero de la universidad, pero Joe no podría ofenderlos. La vida se ha encargado ya de castigarlos. Tristes, grises, con físicos de poeta.
—Hasta luego, Kev, nos vemos esta noche.
Kevin mira la puerta cerrada. Su hermano consigue siempre sorprenderlo. A saber adónde va a esa hora de la mañana. Bebe un sorbo de café. Luego se dispone a coger el trozo de roscón que ha dejado sobre el plato. Ha desaparecido: con Joe sale siempre perdiendo.
—Adiós, papá. —_____ y Daniela se bajan del Mercedes. Claudio mira a sus hijas mientras se encaminan hacia el colegio. Un último saludo y luego se marcha. _____ sube todavía algunos escalones. Se da la vuelta. El Mercedes está ya lejos. Baja deprisa y, justo en ese momento, se cruza con Pallina.
—Hola, ¿adónde vas?
—Me voy con Joe.
—¿De verdad? ¿Y adónde vais?
—No lo sé. A dar una vuelta. Antes de nada, a desayunar. Esta mañana estaba demasiado emocionada como para poder comer algo. Imagínate. Es la primera vez que hago novillos…
—Yo también estaba emocionada la primera vez. Pero a estas alturas… ¡Hago
yo mejor la firma de mi madre que ella misma! —_____ se ríe. La moto de Joe se detiene con un zumbido delante de la acera.
—¿Vamos?
_____ se despide de Pallina con un beso apresurado y luego sube emocionada detrás de él. El corazón le late a mil por hora.
—Te lo ruego, Pallina… Trata de no recibir ninguna mala nota y anota a quién preguntan.
—¡OK, jefa!
—¿Otra vez? ¡Mira que me trae mala suerte! Ah, y ni una palabra a nadie, ¿eh?
Pallina asiente. _____ mira a su alrededor preocupada porque alguien la vea.
Luego se abraza a Joe. Ahora ya está. La moto arranca, huyendo del colegio, de las horas aburridas de clase, de la Giacci, de los deberes y de aquel timbre que a veces da la impresión de que nunca va a sonar.
Pallina mira alejarse con envidia a su amiga. Se alegra por ella. Sube las escaleras charlando, sin advertir que alguien la está observando. Algo más arriba, una mano ajada por el tiempo y el odio, adornada con un viejo anillo con una piedra morada en el centro, tan dura como su dueña, deja caer una cortina. Alguien lo ha visto todo. Las alumnas de la III B entran preocupadas en el aula. A primera hora toca italiano y la profesora Giacci va a preguntar. Es una de las asignaturas que saldrán sin duda en el examen de selectividad. Las alumnas toman asiento saludándose. Una rezagada entra a toda prisa. Llega tarde, como siempre. Charlan nerviosas. Inesperadamente, un mudo y respetuoso silencio. La Giacci está en la puerta. Todas se cuadran. La maestra examina la clase.
—Sentaos.
Extrañamente, esa mañana parece contenta. Lo que no presagia nada bueno.
Pasa lista. Algunas muchachas levantan la mano respondiendo con un respetuoso «presente». Una chica, cuyo nombre empieza por C, no está. Llegadas a la F, otra alumna, en un tentativo de ser original, suelta un «aquí estoy» de escaso valor. La
Giacci no deja escapar la ocasión y le toma el pelo delante de toda la clase. Catinelli, como de costumbre, parece apreciar el fino sentido del humor de la maestra. Tan fino que la mayor parte de las alumnas no alcanza a verle la gracia.
—¿_____*?
—Ausente —responde alguien al fondo de la clase. La Giacci escribe una «a» junto al nombre de _____. Luego levanta lentamente la mirada.
—Lombardi.
—¿Sí, maestra? —Pallina se pone de pie de un salto.
—¿Sabe usted por qué _____* no ha venido hoy a clase? —Pallina está algo nerviosa.
—No lo sé. Ayer por la noche me llamó por teléfono y me dijo que no se encontraba muy bien. Puede que esta mañana estuviera peor y haya preferido no venir. —La Giacci la mira. Pallina se encoge de hombros. La Giacci entorna los ojos.
Estos se convierten en dos fisuras impenetrables. Pallina siente un escalofrío en la espalda.
—Gracias, Lombardi, ya se puede sentar. —La Giacci vuelve a pasar lista. Su mirada se cruza de nuevo con la de Pallina. La profesora esboza una sonrisa burlona.
Pallina enrojece. Se vuelve enseguida hacia otro lado, incómoda. ¿Y si supiera algo?
Sobre el pupitre, la frase que ella misma ha grabado con la pluma: «Pallina & Pollo forever.» Sonríe. No, es imposible.
—Marini.
—¡Presente!
Pallina se calma. A saber dónde estará _____ en ese momento. Lo más probable es que ya haya desayunado. Un buen buñuelo con nata en Euclide y uno de esos capuchinos cubiertos de espuma. Daría lo que fuera por estar en su lugar con Pollo, en lugar de Joe. Sobre gustos no hay nada escrito, es su proverbio preferido. La Giacci cierra la lista y empieza a explicar. Explica la lección contenta, particularmente serena. Un rayo de sol ilumina sus manos. Alrededor del dedo con el que juega, el viejo anillo brilla con luz morada.
Se alejan de los ruidos de la ciudad recién levantada, con los labios embadurnados de café y la boca dulcificada por la nata de un buñuelo. Fácil de prever, el desayuno en el Euclide de la Flaminia, más apartado y lejano, donde es menos probable que alguien los pueda reconocer. Se dirigen hacia la torre. Por la Flaminia, envueltos en el sol mientras, a su alrededor, prados circulares, difuminados de verde, se pierden dulcemente entre los confines de bosques más oscuros. Dejan atrás la carretera. La moto dobla al pasar las altas espigas que, en un abrir y cerrar de ojos, vuelven a erguirse impertérritas e insolentes. Se detienen tras la colina, no muy lejos de la torre. Algo más abajo, a la derecha, un perro somnoliento vigila algunas ovejas peladas. Un pastor en vaqueros escucha una pequeña radio desvencijada mientras se fuma un canuto bien alejado de sus colegas de pesebre. Van un poco más allá. Solos. _____ abre la bolsa. Una enorme bandera inglesa hace su aparición.
—La compré en Portobello cuando estuve en Londres. Ayúdame a extenderla.
¿Has ido alguna vez?
—No, nunca. ¿Es bonito?
—Mucho. Me divertí como una loca. Estuve un Brighton un mes y luego algunos días en Londres. Fui con la EF. (Una agencia de viajes)
Se tumban sobre la bandera caldeados por el sol. Joe escucha la historia sobre
Londres y sobre algún que otro viaje más. Parece haber estado en un montón de sitios y, además, se acuerda de todo. Pero él, poco interesado en sus aventuras y en absoluto acostumbrado a madrugar, se duerme.
Cuando Joe abre los ojos, _____ ya no está a su lado. Se levanta mirando preocupado a su alrededor. Luego la ve. Un poco más abajo, sobre la colina. El suave contorno de sus hombros. Está sentada entre el trigo. La llama. Ella parece no oírlo.
Cuando se acerca a ella, entiende el motivo. Está escuchando el Sony. _____ se gira hacia él. Su mirada no promete nada bueno. Luego, sus ojos se pierden de nuevo en los prados que hay a lo lejos. Joe se sienta a su lado. Sin decir nada. Hasta que _____ no puede resistirlo más y se quita los auriculares.
—¿Te parece bonito dormirte mientras te estoy hablando? —Está realmente enfadada—. ¡Eso significa que no me tienes respeto!
—Venga, no te enfades. Solo significa que no he dormido bastante.
Ella resopla y se da de nuevo la vuelta. Joe no puede por menos que advertir lo guapa que es. Puede que incluso más cuando se enfada. Ha alzado el rostro y todo en él adquiere un aire cómico, la barbilla, la nariz, la frente. Su pelo refleja los rayos del sol, parece respirar el olor del trigo. Tiene la belleza de una playa abandonada cuyos confines remotos se ven rodeados por un mar embravecido. Algunos mechones de pelo, semejantes a olas de espuma, le rodean la cara, la cubren rebeldes en algunos puntos, sin que ella haga nada por evitarlo.
Joe se inclina y recoge con la mano su delicada belleza. _____ trata de esquivarlo.
—¡Déjame!
—No puedo. Es más fuerte que yo. Tengo que darte un beso.
—He dicho que me dejes. Estoy enfadada.
Joe se aproxima a sus labios.
—Te prometo que después te escucho: Inglaterra, tus viajes, ¡todo lo que quieras!
—¡Tenías que haberme escuchado antes!
Joe se aprovecha y la besa al vuelo, sorprendiendo sus labios desprevenidos, apenas entreabiertos. Pero _____ cierra la boca decidida. Se produce entre ellos un simulacro de lucha. Ella finalmente se rinde, se abandona paulatinamente a su beso.
—Eres violento y maleducado.
Palabras susurradas entre labios que casi se pueden tocar.
—Es cierto. —Palabras que casi se confunden.
—No me gusta que hagas eso.
—No lo volveré a hacer, te lo prometo.
—Ya te he dicho que no creo en tus promesas.
—Entonces te lo juro…
—Figúrate si creo entonces en tus juramentos…
—Está bien, de acuerdo, lo juro por ti.
_____ le da un puñetazo. Él acusa el golpe bromeando. Luego la abraza y se hunde con ella entre las suaves espigas. En lo alto, el sol y el cielo azul, mudos espectadores. Más allá, una bandera inglesa abandonada. Algo más cerca, dos sonrisas llenas de frescura. Joe se entretiene con los botones de su camisa. Se detiene por un instante, temeroso. _____ ha cerrado los ojos y parece tranquila. Desabrocha un botón, después otro, con delicadeza, como si un contacto algo más brusco pudiera romper en mil pedazos la magia de aquel momento. Acto seguido desliza su mano por el interior de la camisa, recorriendo el costado, sobre la piel blanda y tibia. La acaricia. _____ se lo permite y, besándolo, lo abraza con más intensidad. Joe, embriagado por su perfume, cierra los ojos. Por primera vez todo le parece distinto.
No tiene prisa, está tranquilo. Siente una extraña paz. Su palma resbala por la espalda, recorriendo aquel foso suave hasta llegar a la cintura de la falda. Una ligera pendiente en ascenso, el inicio de una dulce promesa. Por allí cerca, dos diminutos agujeros lo hacen sonreír, como los besos algo más apasionados de ella. Dulcemente, sigue acariciándola. Asciende de nuevo, hasta llegar a aquel débil elástico almenado.
Se detiene en el cierre, intentando desvelar el misterio, y algo más. ¿Dos ganchos?
¿Dos pequeñas mediaslunas que encajan una dentro de otra? ¿Una «s» metálica que se introduce desde arriba? Se demora un poco. Ella lo mira curiosa. Joe empieza a ponerse nervioso.
—¿Cómo coño se abre?
_____ sacude la cabeza.
—¿Por qué has de ser siempre tan mal hablado? No me gusta que digas esas cosas cuando estás conmigo.
En ese preciso momento, el misterio se resuelve. Dos pequeñas mediaslunas se separan tiradas por un elástico finalmente liberado. La mano de Joe deambula por toda la espalda, subiendo hasta el cuello, finalmente sin obstáculos.
—Perdona…
Joe apenas puede creer lo que oye. Le ha pedido perdón. Perdona. Vuelve a oír aquella palabra. Él, Joe, se ha disculpado. Pero luego, sin querer pensar más en ello, se abandona como arrebatado por aquella nueva conquista. Le acaricia el pecho, la besa delicadamente en el cuello, pasa al otro seno y encuentra también allí aquella frágil señal de deseo y pasión. Entonces se desliza algo más lentamente hacia abajo, hacia su vientre liso, hacia la cintura de la falda. La mano de ella lo detiene. Joe abre los ojos. _____ está frente a él, negando con la cabeza.
—No.
—No, ¿qué?
—No, eso… —Le sonríe.
—¿Por qué? —Él no sonríe en absoluto.
—¡Porque no!
—¿Y por qué no?
—¡Porque no y basta!
—Pero hay alguna razón, tipo… —Joe esboza una leve sonrisa alusiva.
—No, cretino… ninguna razón. Simplemente que no quiero. Cuando aprendas a soltar menos tacos, entonces puede que…
Joe se gira sobre un costado y empieza a hacer flexiones. Una tras otra, cada vez más rápido, sin parar.
—No me lo puedo creer, no puede ser verdad. La he encontrado.
Sonríe, hablando entre una flexión y otra, jadeando ligeramente. _____ se abrocha el sostén y la camisa.
—¿Qué has encontrado? Y deja ya de hacer flexiones mientras hablamos…
Joe hace las dos últimas con una sola mano. Luego se tumba de lado y se pone a mirarla sin dejar de sonreír.
—No has estado nunca con nadie.
—Si lo que insinúas es que soy virgen la respuesta es sí. —Aquella palabra le cuesta muchísimo. _____ se pone de pie. Se limpia la falda con la mano. Algunos trozos de espigas caen al suelo—. ¡Y ahora llévame al colegio!
—¿Qué pasa? ¿Te has enfadado?
Joe la rodea con sus brazos.
—Sí, tienes un modo de comportarte que me exaspera. No estoy acostumbrada a que me traten así. Y déjame…
Se escabulle de su abrazo y camina a paso ligero hacia la bandera inglesa. Joe va tras ella.
—Venga, _____… No quería ofenderte. Perdóname, en serio.
—No te he oído.
—Sí que me has oído.
—No, repite.
Joe vuelve la cabeza, molesto. Luego la mira otra vez.
—Perdóname, ¿vale? Mira que yo estoy encantado de que no hayas estado nunca con nadie.
_____ se inclina para recoger la bandera inglesa y se pone a doblarla.
—¿Ah, sí? ¿Y por qué?
—Bueno, porque… porque sí. Me gusta y basta.
—¿Porque piensas acaso que tú vas a ser el primero?
—Oye, te he pedido ya perdón. Ahora basta, déjalo estar ya. Mira que eres difícil.
—Tienes razón. Tregua. —Le pasa un borde de la bandera—. Ten, ayúdame a doblarla. —Se alejan. La extienden y después se vuelven a acercar. _____ toma de susmanos el otro borde y le da un beso—. Es que ese tema me pone nerviosa.
Vuelven en silencio a la moto. _____ sube detrás de él. Se alejan por la colina, dejando a sus espaldas espigas deshechas y una conversación a la mitad. Es el primer día que salen juntos y Joe le ha pedido perdón dos veces. Caramba… No va nada mal. Ella lo abraza feliz. Sí, vamos de maravilla. _____ se ha calmado, ahora no piensa en nada. No sabe que un día no muy lejano volverá a afrontar con él ese tema que le pone tan nerviosa.
SandyJonas
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
Buenoo.... ya sabéis que dentro de poco habrá cap hottt... :twisted:
Así que quiero muchos coments, eh??? xDD
^^
Así que quiero muchos coments, eh??? xDD
^^
SandyJonas
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
Aaaaaaaaaaaaaaaaaaa me ENCANTO !}
Seeguila por favor no me dejes con la intriiigaaa D:
Seeguila por favor no me dejes con la intriiigaaa D:
ShopyNickiita
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
Hola nueva lectora:)
Me encanta esta nove mi favorita sin duda.
Me encanta la peli y esta adaptacion con el hermoso de joe*-*
Siguela porfiiiiiis:(
Siguela pronto
Me encanta esta nove mi favorita sin duda.
Me encanta la peli y esta adaptacion con el hermoso de joe*-*
Siguela porfiiiiiis:(
Siguela pronto
Lisdi
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
Sígueeeeeela!! ya quiero saber lo que pasaaaa!
TeenageDreamJB❤
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
Capítulo 40
—Para. —_____ grita y se sujeta con fuerza a la cintura de Joe. La moto le obedece y casi frena en seco.
—¿Qué pasa?
—Ahí está mi madre.
_____ indica el Peugeot de Raffaella aparcado un poco más allá, frente a la escalinata del Falconieri. Faltan apenas unos minutos para la una y media. Tiene que intentarlo. Besa a Joe en los labios.
—Hasta luego, te llamo esta tarde.
Se aleja agachándose por detrás de la fila de coches aparcados. Al llegar delante del colegio, se yergue lentamente. Su madre está allí, a pocos metros de ella, la puede ver perfectamente a través del cristal de un Mini. Entretenida con algo que tiene en su regazo. Raffaella alza la mano derecha y la observa. _____ comprende. Se está arreglando las uñas. _____ se acuclilla junto al coche, vuelve a mirar el reloj. No puede faltar mucho. Mira a su derecha, al final de la calle. Joe se ha marchado. A saber lo que pensará de mí. Lo llamaré más tarde. De repente cae en la cuenta de que no puede hacerlo. No tiene su número de móvil. Ni siquiera sabe dónde vive. Suena el timbre de salida. Las alumnas más pequeñas empiezan a bajar las escaleras. Otro timbre. Es el turno de las de segundo y luego de las de tercero. Chicas más mayores.
Una la mira con curiosidad. _____ se lleva el dedo a los labios, pidiéndole que guarde silencio. La chica mira hacia otro lado. Están habituadas a todo tipo de secretos.
Finalmente le llega el turno a su clase. Su madre sigue distraída, puede que ocupada con una uña rota. Es el momento de ir hasta el coche. _____ sale de su escondite y se mezcla con el resto de las alumnas. Saluda a algunas y luego, procurando no ser vista, echa una ojeada al coche. Raffaella no se ha dado cuenta de nada. Lo ha conseguido.
—¡_____!
Pallina corre hacia ella. Las dos amigas se abrazan.
_____ la mira preocupada.
—¿Cómo ha ido? ¿Han descubierto algo?
—No, todo está bajo control. Ten, son los deberes que han puesto para hoy.
Están también las interrogaciones. No falta detalle, podrías contratarme como secretaria. Bueno, ¿te has divertido?
—Muchísimo. —_____ mete la hoja en su bolsa y le sonríe a su amiga.
—Déjame adivinar… —Pallina la observa por un momento—. Desayuno en Euclide de Vigna Stelluti. Capuccino y buñuelo con nata.
—Casi, casi. Lo mismo pero en el de la Flaminia.
—¡Claro! Mucho más discreto. Preciso. Luego fuga a Fregene y sexo desenfrenado en la playa, ¿me equivoco?
—¡Has acertado! —_____ se aleja sonriéndole.
—¿Fregene o el resto?
—Solo te digo que has adivinado una cosa.
Sube al coche mintiendo a su amiga y dejándola allí, frente al colegio, muerta de curiosidad. En realidad se ha equivocado sobre las dos.
—Hola, mamá.
—Hola. —Raffaella deja que _____ le dé un beso en la mejilla. La situación parece tranquila—. ¿Cómo ha ido el colegio?
—Bien, no me han preguntado.
Llega también Daniela.
—Podemos irnos. Giovanna ha dicho que de ahora en adelante volverá a casa por su cuenta. —El Peugeot arranca. Aquella noticia las ha llenado a todas de felicidad. No tendrán que volver a esperarla. Mientras están paradas en el semáforo de plaza Euclide, _____ siente de repente que algo le pincha. Sin que la vean se mete la mano por la camiseta. Aprisionada en el sostén hay una pequeña espiga dorada. La suelta y la mete en el diario. Luego la contempla por un momento. Aquel pequeño gran secreto. Joe le ha acariciado el pecho. Sonríe y justo cuando se pone verde lo ve. Está allí, parado a la derecha de la plaza. Hace ondear, riéndose, una bandera inglesa, su bandera. ¿Cuándo se la habrá robado? Entonces cae en la cuenta de la cosa más importante. Joe es igual que Pollo, los dos roban. Hasta ahora no lo había pensado. Sale con un ladrón.
—Para. —_____ grita y se sujeta con fuerza a la cintura de Joe. La moto le obedece y casi frena en seco.
—¿Qué pasa?
—Ahí está mi madre.
_____ indica el Peugeot de Raffaella aparcado un poco más allá, frente a la escalinata del Falconieri. Faltan apenas unos minutos para la una y media. Tiene que intentarlo. Besa a Joe en los labios.
—Hasta luego, te llamo esta tarde.
Se aleja agachándose por detrás de la fila de coches aparcados. Al llegar delante del colegio, se yergue lentamente. Su madre está allí, a pocos metros de ella, la puede ver perfectamente a través del cristal de un Mini. Entretenida con algo que tiene en su regazo. Raffaella alza la mano derecha y la observa. _____ comprende. Se está arreglando las uñas. _____ se acuclilla junto al coche, vuelve a mirar el reloj. No puede faltar mucho. Mira a su derecha, al final de la calle. Joe se ha marchado. A saber lo que pensará de mí. Lo llamaré más tarde. De repente cae en la cuenta de que no puede hacerlo. No tiene su número de móvil. Ni siquiera sabe dónde vive. Suena el timbre de salida. Las alumnas más pequeñas empiezan a bajar las escaleras. Otro timbre. Es el turno de las de segundo y luego de las de tercero. Chicas más mayores.
Una la mira con curiosidad. _____ se lleva el dedo a los labios, pidiéndole que guarde silencio. La chica mira hacia otro lado. Están habituadas a todo tipo de secretos.
Finalmente le llega el turno a su clase. Su madre sigue distraída, puede que ocupada con una uña rota. Es el momento de ir hasta el coche. _____ sale de su escondite y se mezcla con el resto de las alumnas. Saluda a algunas y luego, procurando no ser vista, echa una ojeada al coche. Raffaella no se ha dado cuenta de nada. Lo ha conseguido.
—¡_____!
Pallina corre hacia ella. Las dos amigas se abrazan.
_____ la mira preocupada.
—¿Cómo ha ido? ¿Han descubierto algo?
—No, todo está bajo control. Ten, son los deberes que han puesto para hoy.
Están también las interrogaciones. No falta detalle, podrías contratarme como secretaria. Bueno, ¿te has divertido?
—Muchísimo. —_____ mete la hoja en su bolsa y le sonríe a su amiga.
—Déjame adivinar… —Pallina la observa por un momento—. Desayuno en Euclide de Vigna Stelluti. Capuccino y buñuelo con nata.
—Casi, casi. Lo mismo pero en el de la Flaminia.
—¡Claro! Mucho más discreto. Preciso. Luego fuga a Fregene y sexo desenfrenado en la playa, ¿me equivoco?
—¡Has acertado! —_____ se aleja sonriéndole.
—¿Fregene o el resto?
—Solo te digo que has adivinado una cosa.
Sube al coche mintiendo a su amiga y dejándola allí, frente al colegio, muerta de curiosidad. En realidad se ha equivocado sobre las dos.
—Hola, mamá.
—Hola. —Raffaella deja que _____ le dé un beso en la mejilla. La situación parece tranquila—. ¿Cómo ha ido el colegio?
—Bien, no me han preguntado.
Llega también Daniela.
—Podemos irnos. Giovanna ha dicho que de ahora en adelante volverá a casa por su cuenta. —El Peugeot arranca. Aquella noticia las ha llenado a todas de felicidad. No tendrán que volver a esperarla. Mientras están paradas en el semáforo de plaza Euclide, _____ siente de repente que algo le pincha. Sin que la vean se mete la mano por la camiseta. Aprisionada en el sostén hay una pequeña espiga dorada. La suelta y la mete en el diario. Luego la contempla por un momento. Aquel pequeño gran secreto. Joe le ha acariciado el pecho. Sonríe y justo cuando se pone verde lo ve. Está allí, parado a la derecha de la plaza. Hace ondear, riéndose, una bandera inglesa, su bandera. ¿Cuándo se la habrá robado? Entonces cae en la cuenta de la cosa más importante. Joe es igual que Pollo, los dos roban. Hasta ahora no lo había pensado. Sale con un ladrón.
SandyJonas
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
Capítulo 41
La primera «a» es demasiado redonda, la segunda tiene el rabito demasiado largo, luego demasiado bajo, después la caligrafía es demasiado fina. _____ intenta de nuevo imitar la firma de su madre. Llena algunas hojas del cuaderno de matemáticas.
—¿Dani? ¿Crees que esta puede pasar por la firma de mamá?
Daniela mira el último de sus intentos. Se queda un tanto pensativa.
—Mamá hace el apellido más largo. No, no lo sé. Hay algo extraño. Eso es. La «g» resulta demasiado delgada, le has hecho el redondel demasiado pequeño. Mamá empieza siempre el apellido con una G mucho más gruesa. Mira. —Abre su diario y le enseña a su hermana una firma auténtica—. ¿Lo ves?
_____ la observa por un momento comparándola con la que ha hecho ella.
—A mí me parecen idénticas. Eso es porque lo sabes. —Se marcha más tranquila a su habitación.
—Haz lo que quieras pero creo que la «g» es demasiado pequeña. Además, no entiendo por qué me preguntas lo que pienso si luego haces siempre lo que te da la gana.
Cierra la puerta.
_____ coge el diario en la página de la justificación. Donde figura el motivo de la ausencia escribe: «Razones de salud.» En el fondo, es cierto. La idea de no poder escapar con Joe le habría hecho estar mal. Luego llega el momento de la firma.
Vuelve a ponerse seria. Prueba una vez más sobre una hoja que hay junto a ella.
Debajo de decenas de Raffaella _____*. Esta última le sale aún mejor. Es perfecta.
Vaya, podría falsificar incluso los cheques, comprarse la SH 50. Se da cuenta de que está exagerando. En realidad, no necesita dinero, solo una justificación. Coge la pluma y se lanza sin vacilar. Comienza por la R y prosigue, deslizándose con la mayor naturalidad posible hasta llegar al último puntito sobre la «i». Acto seguido, aún temblorosa a causa de la concentración, de la dificultad de copiar, de escribir exactamente como su madre, mira lo que ha escrito. Ha salido todavía mejor.
Increíble. Tal vez el apellido esté un poco movido. Lo compara con el resto de las firmas de su madre que tiene en el diario. No hay una gran diferencia. Tampoco ningún signo impreciso. Y otra cosa, además, juega a su favor. A primera hora tiene a la profesora de matemáticas, la Boi. Gafas gruesas, una cara alargada y risueña.
Incluso aquella vez, cuando pidió disculpas a la clase por haber perdido los deberes, les rogó que no se lo dijeran a nadie. Ese día Pallina estaba convencida de haber sacado al menos un siete. Según ella, ese era el motivo de que la Boi los hubiera perdido. Lo hizo adrede para no darle el gusto. Pallina está convencida de que todos los profesores se la tienen jurada a ella y a sus notas. _____ cierra el diario. Ahora está más tranquila. Solo la Boi controlará aquella firma y es imposible que note que aquella firma es falsa. Se pone a estudiar. De repente, experimenta una extraña sensación. Mira en derredor pero no nota nada. Sigue con los deberes. Si hubiese mirado el horario con más atención habría entendido el motivo de su inquietud. A segunda hora tiene clase con la Giacci.
La primera «a» es demasiado redonda, la segunda tiene el rabito demasiado largo, luego demasiado bajo, después la caligrafía es demasiado fina. _____ intenta de nuevo imitar la firma de su madre. Llena algunas hojas del cuaderno de matemáticas.
—¿Dani? ¿Crees que esta puede pasar por la firma de mamá?
Daniela mira el último de sus intentos. Se queda un tanto pensativa.
—Mamá hace el apellido más largo. No, no lo sé. Hay algo extraño. Eso es. La «g» resulta demasiado delgada, le has hecho el redondel demasiado pequeño. Mamá empieza siempre el apellido con una G mucho más gruesa. Mira. —Abre su diario y le enseña a su hermana una firma auténtica—. ¿Lo ves?
_____ la observa por un momento comparándola con la que ha hecho ella.
—A mí me parecen idénticas. Eso es porque lo sabes. —Se marcha más tranquila a su habitación.
—Haz lo que quieras pero creo que la «g» es demasiado pequeña. Además, no entiendo por qué me preguntas lo que pienso si luego haces siempre lo que te da la gana.
Cierra la puerta.
_____ coge el diario en la página de la justificación. Donde figura el motivo de la ausencia escribe: «Razones de salud.» En el fondo, es cierto. La idea de no poder escapar con Joe le habría hecho estar mal. Luego llega el momento de la firma.
Vuelve a ponerse seria. Prueba una vez más sobre una hoja que hay junto a ella.
Debajo de decenas de Raffaella _____*. Esta última le sale aún mejor. Es perfecta.
Vaya, podría falsificar incluso los cheques, comprarse la SH 50. Se da cuenta de que está exagerando. En realidad, no necesita dinero, solo una justificación. Coge la pluma y se lanza sin vacilar. Comienza por la R y prosigue, deslizándose con la mayor naturalidad posible hasta llegar al último puntito sobre la «i». Acto seguido, aún temblorosa a causa de la concentración, de la dificultad de copiar, de escribir exactamente como su madre, mira lo que ha escrito. Ha salido todavía mejor.
Increíble. Tal vez el apellido esté un poco movido. Lo compara con el resto de las firmas de su madre que tiene en el diario. No hay una gran diferencia. Tampoco ningún signo impreciso. Y otra cosa, además, juega a su favor. A primera hora tiene a la profesora de matemáticas, la Boi. Gafas gruesas, una cara alargada y risueña.
Incluso aquella vez, cuando pidió disculpas a la clase por haber perdido los deberes, les rogó que no se lo dijeran a nadie. Ese día Pallina estaba convencida de haber sacado al menos un siete. Según ella, ese era el motivo de que la Boi los hubiera perdido. Lo hizo adrede para no darle el gusto. Pallina está convencida de que todos los profesores se la tienen jurada a ella y a sus notas. _____ cierra el diario. Ahora está más tranquila. Solo la Boi controlará aquella firma y es imposible que note que aquella firma es falsa. Se pone a estudiar. De repente, experimenta una extraña sensación. Mira en derredor pero no nota nada. Sigue con los deberes. Si hubiese mirado el horario con más atención habría entendido el motivo de su inquietud. A segunda hora tiene clase con la Giacci.
SandyJonas
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
Soy buena y os dejo dos capis, ehh?? xDD
Por cierto, ya falta poco para el final!!! ^^
Por cierto, ya falta poco para el final!!! ^^
SandyJonas
Re: Tres metros sobre el cielo [Joe&Tú]
Hola:)
Sube caps me encantan esta novela las mas linda sin dudaaaa.
Sube caps me encantan esta novela las mas linda sin dudaaaa.
Lisdi
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