¿Por qué Amelie no puede amar?

―Y allí está la bien conocida Torre Eiffel —comentó la guía del autobús, y añadió―: Terminada en mil ochocientos ochenta y ocho y fue hecha por el arquitecto Stephen Sauvestre.

JungSu miro atentamente el punto más conocido de Francia y de París, sin duda era una de las cosas que más le gustaban de estar en aquella ciudad. La ciudad del amor, le decían unos y para JungSu no era más que un mito; desde su llegada a Francia, hace siete días exactos, lo único que había hecho era turistear por todo el país y no había conocido a ninguna linda señorita propia de sus halagos.

El autobús se detuvo en una calle adjunta a la Torre Eiffel y miro como las personas del tour bajaban una a una, cuando llego su turno camino lentamente hasta la puerta del transporte y bajo dando un salto. Se dedicó unos segundos a admirar el esplendor de París, o esta pequeña parte de ella, y sonrió al mirar la gran cantidad de gente que había en el lugar. Siguió su camino hasta llegar a un punto donde podía tomarse una foto junto con la gran Torre Eiffel justo detrás.

Luego de que la guía los llevara a la punta de la torre y los regresaran al camión, JungSu decidió comer en un típico restaurante francés pero consideró que comer solo en un lugar así no sería bien visto así que prefirió caminar un poco por la ciudad. Las calles de París eran muy lindas y limpias, por el camino se encontró con varios extranjeros perdidos y algunos locales pero no había algo que llamara realmente su atención. Estaba a un segundo de regresar a su hotel cuando algo se atravesó en su camino pero en si ese algo era un… alguien.

―Auch ―un susurro se escuchó en el piso, estaba claro que JungSu había chocado con alguien.

―Lo siento ―dijo en un francés bastante malo―, no era mi intención.

La chica que se encontraba en el piso alzo la vista para encontrarse con los ojos ámbar del chico frente a ella y por un segundo le pareció que ya lo conocía tal vez lo había visto en algún lugar o simplemente eran imaginaciones suyas. Con cuidado se levantó acomodándose los jeans rotos y la blusa con estampado de un hermoso universo así como su largo cabello negro que iba suelto y se mezclaba con las ráfagas de aire. JungSu se sintió intimidado por los ojos azules de la chica frente a él, que demostraban una personalidad energética y alegre.

―No te preocupes ―le dijo en ingles pues había notado que el chico frente a ella era extranjero aunque no era difícil notarlo, con sus ojos rasgados, el cabello de un castaño oscuro y los ojos ámbar que sin duda eran su parte favorita del desconocido.

―Me tengo que preocupar ―insistió, y agrego―: Te invito a comer como perdón.

―Está bien ―aceptó de mala gana―, soy Amelie.

―JungSu.

Ambos chicos caminaron un par de cuadras hasta un restaurante cercano al lugar donde estaban, al llegar casi de inmediato les dieron una mesa que tenía una hermosa vista a los barrios de París. La cena fue silenciosa y no cruzaron ninguna palabra, apenas se conocían pero sentían que eran amigos que apenas se rencontraban. Mientras esperaban la llegada de la cuenta, trataban de buscar una manera de romper el incómodo silencio que se había creado entre ambos.

―Así que… ―el primero en romper el silencio fue JungSu―, eres francesa.

―Es algo bastante obvio creo yo ―dijo mirando su casi vacío vaso―. Tú eres coreano ¿No?

―Así es ―asintió el chico mirándola fijamente― ¿Me pasarías tu numero?


En un lugar desconocido, una mujer rubia que se encontraba mirando varias pantallas no se percató de la presencia del hombre del extraño acento. Su atención se encontraba en dichas pantallas que su total eran seis y que mostraban en ellas parejas de adolescentes, miraba principalmente una donde se encontraban el chico oriental y la niña que había vivido en los laboratorios.

―¿Cómo van los resultados? ―el hombre detrás de ella hablo.

―Los únicos que han demostrado atracción son Amado y Amelie ―comentó sin demostrar ninguna sola emoción en sus palabras―. Debemos cambiar la personalidad de Amelie si no queremos que eso pase en la casa.

El hombre asintió con la cabeza para acercarse a los monitores examinando los actos de los doce jóvenes que pronto serian parte de su experimento.

―Abigail ―se detuvo por un momento para buscar las palabras correctas, aun le costaba hablar el inglés ―, ¿Estas segura que es una buena idea meterles eso en la cabeza?

―Completamente segura ―lo dijo sin dudar, con la misma seguridad con la que había aceptado hacer el experimento ―. Es demasiado tarde para decir que no.

El hombre calvo se alejó de las pantallas y le dio la espalda a la mujer para mirar la pared que se encontraba adornada con una única puerta gris que contrastaba con el blanco que tenía el seto. Él había empezado eso, él había querido hacer ese experimento desde hace más de diecinueve años y ahora lo consiguiera, quizás no de la manera más legal posible pero lo haría aunque la suerte estuviera en su contra.

―¿Cómo van los demás? ―preguntó sin mirar a Abigail.

―Clover muestra interés pero no el suficiente para poner el riesgo la institución, Crystal lo ha ignorado por completo, Julianne solo lo ve como un amigo y Kiara ha creado una rivalidad ―se detuvo para tomar aire y decir lo malo―, Amelie ha sido la única que ha mostrado enamoramiento hacia el chico y de viceversa.

El hombre volvió a asentir y regreso su mirada a la rubia y agrego.

―Sera necesario encontrar una forma de que no ame ―ignoró la mirada que Abigail le lanzo porque estaba casi seguro que le sugeriría que usara su invento―, el chico se quedara así, al fin al cabo ese es su rol.

―Amelie creció sin amor y lo único que tendremos que hacer será recordarle porque es peligroso amar ―Una voz se escuchó detrás de ellos, una señora con el cabello castaño y mirada fría había escuchado los últimos cinco minutos de aquella platica.

―Tienes mucha razón, Clau ―apoyo Abigail―. La última vez que amo a una persona esta termino con una bala en la cabeza y otra en estado de coma.