If you know about Laila... {liam payne y laila breaker}

Primera Parte

Les contare un dato curioso. Eh, la  Anisocoria es una condición en la un ojo difiere en tamaño de la pupila del otro. Afectan a 20 % de la población, puede ser una condición totalmente inofensiva o un síntoma de problemas médicos más graves, bien, me parece algo fascinante. Lo mismo ocurre con las pelirrojas y los políticos honestos, pero no me pondré a hablar de políticos. A menos que me convierta en uno de esos personajes que andan por las cafeterías, con una bolsa de comida en la mano y la baba que se les cae de la boca, hablando sobre políticos y lo aburrido que es su trabajo. Últimamente unos pensamientos muy raros están pasando por mi cabeza, porque me di cuenta hace unos días que me he graduado de la universidad hace tres años y creo que estoy pasando por una clase de crisis existencial, o algo así. Ya se me están olvidando algunos recuerdos, aunque no me guste recordar algunas cosas, no me gusta recordar casi nada.  Yo no, bueno, ser treintañero no me preocupa, envejecer tampoco. No quiero que crean que soy uno de esos humanos que van a las fiestas universitarias cuando tienen veintinueve, no es que yo tenga veintinueve, tengo veinticinco. En fin, creo fielmente que seré uno de esos tipos cuarentones que tienen el cabello plateado y barba, y aun así las mujeres los asechan.

Laila y yo terminamos, y aun no me puedo hacer la idea. Todavía repaso cada minuto que puedo recordar acerca de nuestra jodida relación e intento encontrar el momento en que todo empezó a ir mal. Yo, yo no paro de darle vueltas y vueltas al asunto, porque, ya sabes, hace unos meses estábamos tan enamorados.






Empieza como termina.

Cada mañana es lo mismo. Si saliera algo de mi cuerpo, una luz brillante de mis ojos, que cambie de color por cada pestañeo que doy, seguramente aquella sea absorbida por la pantalla de mi televisor.

Era un buen día para quedarse en casa con las cortinas echando viento a todas las cucarachas que siempre veo de noche con las patas arriba moviéndose como versos sin escribir. El sol era lo de menos si trato de entrecerrar los ojos cuando miro por la ventana de mi departamento, manteniendo la reparación baja para poder sentir al máximo los silenciosos ruidos de la ciudad.

Encendí el ordenador y escribí un poco de malas ganas. Aspire unos cigarrillos de mentol engurruñados que todavía cuidaba con recelo de aquella vez en que le prometí a Zoe, la última chica que tuve en mi cama, que no volvería a fumar. Una gota de sudor cayó por mi cara. Me relamí los labios al pensar en Zoe. Recordé la última vez que bese su cuerpo que de vez en cuando se apegaba al mío si tenía suerte.

Necesito conocer a alguien más.

Tome el teléfono y llame a unos cuantos amigos con los que no hablaba hace un tiempo y que no llamaba por pereza. Vi un par de buenos vídeos por la televisión y cambie de canal cuando aparecía uno que no me gustaba. Intente bailar al ritmo de la música, pero termine sentado otra vez en mi sillón, resignado al no poder lograrlo. Quise hacerlo otra vez pero me convencí de que tenía dos pies izquierdos.

Volví a leer mi historia. Era vieja, ya conocida, poco menos un cliché. El dolor es el mismo, la intención y la rudeza igual. No hay nada bueno es esto. Mi imaginación se ha estado desgastando de a poco, segunda por segundo, como cuando un buen pintor pierde a su musa.

Decidí bañarme y quedarme desnudo para dejar un rato las marcas de mis pies mojados en el piso de madera oscura.

Recordé que tenía que ir a trabajar.


En el trayecto desde mi departamento hasta el trabajo pensé en un señor de la televisión que quería casarse con un delfín, supongo que hay cosas de la soledad que aún no conozco. Me quede escribiendo acerca de aquel tipo, así que no preste atención cuando la mujer hablo por el parlante nombrando mi estación. Dibuje un globo a un costado de la hoja y escribí sobre un niño que lo encontraba y lo inflaba, pero este parecía estar pinchado.

Estaba sumido en mis pensamientos. En unos breves instantes entre el boulevard Fractal y la avenida unique, todos los pensamientos, toda la negatividad y las reglas de mi monótona vida, desaparecieron. Que perfecto fue que justo en ese momento aquella chica de ojos verdes apareciera.

Ella tomaba el tren desde la estación terminal hasta los suburbios. Lo hace todos los martes y jueves; se sienta junto a una ventana abierta, y se sumerge en el paisaje. A través de la ventana suele mirar al sur, en esa dirección el viento sopla combando de una manera única, pero reiterada. Podría decirse que conoce la trayectoria del viento. La he visto varias veces sentada en ese lugar, arreglándose el cabello por cada minuto que pasaba a causa del viento, pestañando y sonriendo cada vez que la brisa tocaba sus mejillas rojizas.

Nunca he hablado con ella, solo me he conformado con admirar su belleza desde el asiento más aislado del tren y escribir sobre sus ojos, sus grandes ojos verdes. Callado trataba de entender cada uno de sus movimientos para luego  trapazarlos al papel, sus suspiros, sus parpadeos, y la forma en que mueve sus labios antes de sonreír. Hermosa.

Nunca creí en los encuentros casuales, estoy convencido de que el entendimiento e información absoluta acerca de cómo funcionan las relación entre las personas arrastraría desde el primer momento cualquier posibilidad de. Ya vi cada gesto, cada sonrisa y hoyuelo. Todas las miradas, ya las vi. Los suspiros. Sólo me quedan las palabras y esos diálogos inconducentes. Pero la gente es tan obvia.

En este instante, estoy leyendo lo que he escrito momentos atrás, mirando hacia el suelo debido que se me de memoria toda esta basura que hay en mi cuaderno, e intenso llamar su atención sin conseguirlo. Este rectángulo polvoriento y sucio que tenía frente a mi cara no dice nada.

Entonces la suerte abrió las piernas para mí.

Si la vieran, si tan solo la vieran, sonriéndome, mirándome con esos ojos de los que tanto he escrito. Acomodo su cabello detrás de su oreja como si me diera una señal para seguir contando mi mediocre historia. Y entonces la chica levanto sus cejas y apretó su boca en un gesto adorablemente gracioso. Relamí mis labios al darme cuenta de la sonrisa patética que se me había escapado.

- Hola. – escucho su voz y me confundo.
- ¿Perdón? – pregunto sin entender mientras protejo el cuaderno entre mis manos.
- Solo dije “hola” – me aclara - ¿Qué estás haciendo? – curiosea mientras se levanta de su asiento.
- Estoy, estoy escribiendo – debatí conmigo mismo antes de decidir responder con la verdad.
- Oh, lo sabía – una pequeña risa aparece antes de que termine la frase - ¿Puedo sentarme ahí? – me pregunta señalando el asiento vacío frente a mí.
- Sí, claro, siéntate. – balbuceo.

Intento acomodarme arreglando mi chaqueta. Puedo sentir su mirada en mí después de abrir mi bolso para guardar el cuaderno. Me es raro que una chica se fije en mí, casi siempre soy yo el que tiene que ir por ella. No voy a negar que han habido chicas que han querido tener algo conmigo -mis amigos dicen que todo ese rollo del escritor les atrae - Pero cuando se trata de tener que ir a algo concreto, ellas se asustan y mis amigos siempre están ahí para consolarlas.

- Me llamo Laila, por cierto – estira su mano para que estreche  - Laila Breaker.
- Soy Liam Payne – me presento.
- ¿Tu nombre no es el que sale al principio de ese programa? Ya sabes, el que tiene el intro ese… Tuve un sueño muy grande y ruidoso, salte al cielo y toque las nubes – empezó a cantar.
- Si, si, ese soy yo – respondí, riendo por su espectáculo – Parece que te gusta el programa.
- No – me responde y su cara se coloca seria -…lo siento, no quise hacer eso. Es que siempre lo dan en la mañana, cuando estoy desayunando, y entonces la canción es muy pegajosa.
- Ah, claro, no te preocupes – le sonrió con desilusión – ¿Laila, no?
- Eso es muy inmaduro de tu parte, Liam Payne – y me vuelve a sonreír - ¿Cuántos años tienes? ¿Doce? ¿Cinco? – bromea.
- Veinticinco, de hecho. ¿Y tú Laila Breaker?
- ¿Yo? Bueno, dime, ¿Crees que tengo unos veinte? Porque muchas personas creen que tengo veinte, pero tengo veinticinco igual que tú. No sé qué les da por creer que tengo veinte, vale, no es mucha la diferencia, pero me molesta que me anden tratando como universitaria.
- Yo pensé que tenía treinta – digo con una impresión fingida.
- ¡Oye! – Laila abrió los ojos fingiendo estar ofendida, sonriendo aún más ampliamente
-Lo siento...solo trataba de ser gracioso.
- Me caes bien, Liam.

La mire fijamente y ella a mí. Por un momento, las ideas locas de guardar cada detalle sobre ella para luego crear un personaje más que magnifico desparecieron. Al ver sus ojos noté que no eran verdes como yo creía, no eran para nada verdes, más bien eran azules verdosos, como el mar de las islas tropicales. Su piel era pálida, sentía que si me fijaba en ella lo más concentrado posible podría ver detrás de ella. Todo esto enmarcado por su cabello negro que caía libremente por su espalda, dejando unas mechas delante de sus orejas para crear la forma de su cara tan fina que daba el aspecto de porcelana. Solo llegue a una conclusión, Laila Breaker no era el tipo de chica de las que tienes que escribir, ella es del tipo que tienes que apreciar, admirar cada detalle de su piel hasta que te canses y luego empezar otra vez. Laila Breaker era simplemente hermosa.

-Estación Pájaros y fin de recorrido, combinación con línea dos, por favor, se les pide a todos los pasajeros que bajen del tren. Gracias por su atención. – se escuchó la voz del parlante. Laila apretó sus labios y se levantó del asiento.

Caminamos con toda la gente de bajón hacia la puerta. Intente no tener que rozar ni por un poco el cuerpo de Laila, la gente nos apretaba de tal punto que teníamos que caminar totalmente rígidos. Así que aferre mis manos en la correa que sostenía mi bolso de mi hombro y trate de estar a un lado de Laila en todo momento.

En cuando pudimos salir cada uno revisó cada bolsillo de nuestra ropa. Me había quedado callado para poder tener la posibilidad de estar un tiempo más con Laila ya que no tenía ni idea en donde estaba y se supone que me tendría que haber bajado del tren hace ya varias estaciones atrás, aparte iba veinte minutos tarde. Lo único que podía hacer era quedarme un tiempo más con Laila, acompañarla donde sea que valla hasta que encuentre un lugar familiar. Laila me miro confundida y esperando a que hablara.

Finalmente ella rompió el hielo.

- ¿Te veo mañana, Liam? Aquí en el tren.
- Yo estaba pensando… Sí, sí, claro, mañana aquí mismo. Ósea, no aquí, en el tren. Tu sabes de lo que te hablo – balbuceo otra vez sin darme cuenta - ¿Sabes? estaba pensando que podríamos darnos los números. Así yo te llamo, y podemos salir.
- Estoy con alguien Liam. Bueno, es alguien... tengo a un chico.
- Ah, ¿eso? No, no importa. Yo decía como amigos, ir al cine como amigos, salir a cenar como amigos, salir a caminar como amigos… - coloqué mis manos en mi nuca por lo incomodo que estaba.
- Esta bien, Liam. Te daré mi número como amigos, ¿bueno? - anoto su número en una servilleta que saco de su bolso y yo hice lo mismo con el mío – Ahí esta – me sonrió otra vez.
- Bueno, creo que puedo acompañarte a donde sea que vallas…como amigo.

Laila soltó una risa y se despidió. Vi que sus piernas no terminaban nunca, que un colmillo le sobresalía cuando se reía y que su hebilla roja hacía juego con sus zapatos brillantes de punta redonda. Vi que tenía cara de invierno. Hermosa. La deseé tanto que me di vergüenza.