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Mensaje por chelis Sáb 22 Mar 2014, 8:12 pm

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Mensaje por mafer1996 Dom 23 Mar 2014, 7:14 am

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Mensaje por chelis Dom 23 Mar 2014, 7:59 am

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Mensaje por issadanger Dom 23 Mar 2014, 8:56 am

 
2 de Septiembre,  9528 A.C.
 
Artemisa se sentó sola en su diván, queriendo llorar. Apolo le había contado a todo dios  en el Olimpo sobre Joseph y su pretensión de ser su consorte.
Se habían estado riendo todos de ella desde entonces.
—Deberías destriparlo en el suelo de tu templo —había dicho Zeus anoche mientras ella visitaba su pabellón.
Apolo se había mofado:
—No puede. Su vida está atada a su hermano gemelo y si  se mueren me arruinarían la diversión por una temporada. Pero es para morirse de la risa la de mentiras que cuentan estos humanos.
Afrodita había puesto los ojos en blanco.
—No puedo imaginar que una puta piense que podría pretender una relación con Artemisa de entre todos los dioses. ¿Ha comprobado alguien su estado mental?
—Definitivamente está loco —había dicho Apolo—. Lo supe la primera vez que lo vi.
Después de esto, Artemisa no había vuelto a acercarse a ninguno de los demás. Pero incluso peor que sus risas era el enfermizo nudo en su estómago por el dolor que sabía que Joseph  sentía.
Él se lo merece.
Eso era cierto. Su traición merecía una muerte dolorosa y aún con todo lo que ella quería hacer era abrazarle. Echaba de menos la manera en como la hacía sentir. El sabor de sus labios...
Cuando estaba con ella, ella sonreía todo el tiempo. Había algo en él que la hacía feliz. Nada más importaba  realmente excepto ellos dos.
Él te traicionó.
Esto era algo que no podía perdonar. Él la había convertido en un hazmerreír. Lo único que la salvaba era el hecho de que ninguno de los demás creyó las pretensiones de él.
Aún así todavía, todo que quería era ir con él...
 
Artemisa, te convoco a la forma humana. —Ryssa contuvo el aliento dentro del templo de Artemisa, temiendo que la diosa la ignorase. Lo recorrió con la mirada, asegurándose nuevamente de que estaba absolutamente sola—. Diosa, por favor oye mi llamada y ven a mí. Necesito verte.
Una trémula neblina apareció a la derecha del altar. Ryssa sonrió mientras la niebla se condensaba para dar forma una pelirroja increíblemente hermosa. Los rasgos de Artemisa eran muy similares a los de Apolo, excepto que la cara de la diosa tenía una estructura ósea más sutil.
—¿Qué quieres, humana?
—Estoy aquí de parte de Joseph .
Los ojos de Artemisa ardieron con cólera.
—No conozco a nadie con ese nombre. —Comenzó a desvanecerse.
—No por favor... esto no es culpa suya. Él no se lo dijo a nadie. Lo hice yo.
Artemisa se materializó de nuevo cuando aquellas palabras la arrasaron. Fulminó con la mirada a la pequeña belleza rubia que portaba al hijo de su hermano.
—¿Qué?
Ryssa dio un paso hacia adelante, sus ojos brillaban con lágrimas no derramadas.
 —Joseph  nunca ha dicho ni una sola palabra sobre ti a nadie, ni siquiera a mí. Vi la herida de mordedura en su cuello y supe que tuviste que ser tú. Por favor, si me equivoqué, entonces perdóname. Pero si tengo razón, no quería que estuvieras enfadada con él por algo que él no hizo.
Artemisa miró con ferocidad hacia su hinchado abdomen.
 —Mejor alégrate de llevar al hijo de mi hermano. Esa es la única razón por la que todavía estás viva. Sí alguna vez vuelves a unir mi nombre al de Joseph , por el Río Estigia que haré que cubran con tu pellejo el muro de mi templo.
Artemisa se marchó en un destello, pero se detuvo antes de volver al Olimpo. En realidad, su corazón estaba cantando por el hecho que él no la había traicionado. Su Joseph  había sido fiel...
Aliviada, fue a verlo.
Él yacía desnudo en el suelo de su cuarto delante de la cama. Ella frunció el ceño ante la visión de su cabeza rapada y las salvajes heridas que todavía permanecían talladas por todo su cuerpo. Pero aquella que parecía ser la más dolorosa era la de su propio símbolo que estaba todavía en carne viva en la parte de atrás de su cráneo.
—¿Joseph ?
Él abrió los ojos, pero no habló.
Ella estiró una mano para curarle. Antes de que pudiera tocarlo, él agarró su muñeca con su mano. Su apretón la sorprendió. No habría pensado que él tendría tal fuerza en semejante condición.
—No quiero nada de ti.
—Pensé que me habías traicionado.
—Yo no falto a mi palabra, Artemisa. Jamás.
—¿Cómo iba a saberlo yo?
Él se rió amargamente.
—¿Qué? ¿Piensas que unos latigazos bastan para quebrarme? Eres una diosa. ¿Cómo puedes saber tan poco?
—Tú no tienes ni idea lo duro que es ser un dios. Las voces lloronas que siempre están clamando ayuda por las cosas más insignificantes. «Quiero un nuevo par de zapatos. Quiero más grano en la cosecha» Aprendes a desconectarte.
—Esas cosas pueden ser insignificante para ti, pero para algunos humanos hasta algo tan inofensivo como un momento de paz puede marcar toda la diferencia en una vida. Una sonrisa. Un minúsculo acto de bondad. Esto es todo lo que demandamos.
—Bien, estoy aquí con mi bondad.
Joseph  se burló:
—Estoy cansado de ser tu mascota, Artemisa. No me queda nada más dentro para darte.
La cólera de él encendió la suya propia.
 —Eres un humano. Tú no me das órdenes.
Joseph suspiró. Ella tenía razón. ¿Quién era él, un gusano despreciable, para decirle algo? Además, no estaba en condiciones de discutir con nadie.
—Perdóname, akra. Olvidé mi lugar.
Ella sonrió y le pasó una mano por su cabeza calva.
 —Este es el Joseph  que conozco.
No, lo no era. Este era el Joseph  que fue comprado y vendido. El hueco cascarón que actuaba para la diversión de otros, pero que no sentía nada por dentro. ¡Qué patético! que su corazón significara tan poco para alguien, que ni siquiera ella pudiera reconocer el hecho de que este le faltase.
Liberando su mano, él se quedó inmóvil mientras ella lo curaba. Por una vez toleró el dolor.
Una vez hecho, ella se recostó para mirar su obra y luego hizo una mueca.
 —Ah, esa calvicie tiene que desaparecer. Me gusta demasiado tu cabello.
Éste creció perfectamente y a pesar de eso Joseph  no se movió.
Enojada, Artemisa cruzó los brazos sobre su pecho.
—¿No puedes al menos darme las gracias por curarte?
Dado el hecho que ella era la razón por la que fue golpeado tan duramente, el mero pensamiento de agradecérselo se le atascaba en la garganta. Pero por otro lado estaba acostumbrado a cosas semejantes a ésta.
—Gracias, akra.
Como un niño ignorante de que ha roto su juguete favorito, ella sonrió satisfecha.
 —Deberíamos salir a cazar hoy.
Joseph  no habló cuando ella se lo llevó a su bosque privado y lo vistió de rojo como si fuera su muñeca y no un hombre de carne y hueso. Su cara estaba radiante cuando le dio un arco y el carcaj. Él se echó el carcaj a la espalda sin comentarios y la siguió cuando ella encabezó la búsqueda de ciervos.
Ella parloteaba sin parar sobre nada en particular mientras él hacía lo que le había pedido, e intentaba hacer todo lo posible por no sentir nada en absoluto.
—Estás terriblemente callado —dijo ella una vez se dio cuenta de que él no participaba en su conversación.
—Perdóname, akra. ¿Qué te gustaría que yo dijera?
—Cualquier cosa que tengas en la mente.
—No hay nada en mi mente.
—¿Nada? ¿No tienes ningún pensamiento en absoluto? —dijo ella malhumorada.
Él negó con la cabeza.
—¿Cómo puede ser? —Ella se puso de morros con petulancia—. Estás intentando castigarme, ¿verdad?
Él evitó toda emoción en su voz, sobre todo la cólera que ella le provocaba.
—Yo nunca pretendería castigarte, Diosa. Ese  no es mi lugar.
Ella lo agarró por su pelo, provocando en él una mueca antes de que lo obligara a encontrar su mirada penetrante.
—¿Qué pasa contigo?
Joseph  respiró hondo mientras se preparaba para lo que iba a acontecer. Una cosa que había aprendido viviendo con su tío, es que la lujuria anulaba la cólera. Ella todavía podría golpearlo más tarde, pero si él la complacía lo suficiente, el castigo no sería tan severo.
Dio un paso acercándose y la besó.
Tal como esperaba, ella aflojó el agarre en su pelo y se derritió en sus brazos. Lo extraño, es que él se sintió más como una puta en este momento de lo que se había sentido nunca antes y no entendió por qué.
Quizá porque no debería tener que usar su cuerpo para negociar con alguien a quien había entregado su corazón. A pesar de eso aquí estaba él, usando su toque para aligerar la cólera de ella... como siempre.
Asqueado de sí mismo, le ofreció su cuello y sucumbió a la muerte de un cobarde cuando ella lo tomó.
¿Pero qué más podía hacer? Era follar o ser golpeado. Aunque para ser sinceros, él ya no podía decir cuál de las dos cosas era más dolorosa para él. Una dejaba cicatrices en su cuerpo.

La otra cicatrices en su alma.
issadanger
issadanger


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Mensaje por issadanger Dom 23 Mar 2014, 9:01 am

14 de Septiembre, 9528 A.C.
 
Joseph se sentó en la baranda de su balcón, bebiendo. Estaba desconcertado por como Artemisa había logrado hacerle sentir tan sucio y como a pesar de que los días pasaban se sentía cada vez más como lo que su tío le había hecho sentir.
—¿Hermano?
Él inclinó su cabeza hacia atrás para ver a Ryssa aproximándose.
—¿Sí?
—Siento molestarte, pero estoy demasiado dolorida por el bebé. ¿Podrías por favor hacer esa cosa que me haces para que me sienta mejor?
Él bufó ante las palabras que podrían tan fácilmente ser malinterpretadas. Gracias a los dioses su padre no lo había oído.
—Eso se llama masaje.
—¿Puedes hacerlo?
—Claro. —Como en todo lo demás, él había sido bien instruido sobre cada músculo del cuerpo humano y le habían adiestrado en cómo relajarles y complacer. Deslizándose de la baranda, hizo que ella se sentara en el suelo y se reclinase hacia adelante de modo que él pudiera aliviar la tensión en su espalda.
—Mmm —exhaló ella—. Esto es la cosa más mágica que haces.
En realidad no. Él estaba sencillamente contento por poder usarlo en alguien que no se iba a  dar media vuelta y comenzar a follarle por esto.
—Estás realmente tensa.
—No puedo conseguir estar cómoda. Me duele por todas partes.
—Entonces sólo respira. Te quitaré los nudos y te sentirás mucho mejor. —Él descendió hasta el punto de presión y clavó su uña.
Ryssa soltó un gemido satisfecho.
—¿Cómo puedes hacer esto?
—Muchísima práctica. —Y muchísimas palizas cada vez que  lo había hecho mal.
—Te juro que deberíamos hacer tus manos en bronce.
La mayoría de las personas se sentían de esa manera, pero por muchos otros motivos.
Ella le echó un vistazo por encima del hombro.
—¿Piensas quedarte escondido hasta que te vuelva a crecer el pelo?
Joseph hizo una pausa cuando el dolor le atravesó ante el recordatorio. El único momento en que él tenía pelo era siempre que Artemisa aparecía, aún cuando ésta era la causante de esto ella odiaba la visión de él así. En el momento en que lo abandonaba, su pelo volvía a su estado real.
—No tengo ninguna razón para marcharme. Y punto.
—Pensé que disfrutabas yendo a los juegos. A pesar de eso no has estado en mucho tiempo.
Ni siquiera estos podían aliviar el dolor que él sentía dentro. La traición. En todo caso, ver los juegos lo volvía aún más sombrío.
—Prefiero quedarme solo en mi cuarto, Ryssa.
Ella abrió su boca para hablar, pero sus palabras murieron ocultas por un grito agudo de dolor.
—¿Ryssa?
—Es el bebé... ¡ya viene!
El corazón de Joseph palpitó con fuerza mientras se alzaba para ponerse de pie, luego la recogió en sus brazos. La llevó al cuarto de ella antes salir a localizar a sus criadas para que pudieran llamar a las comadronas y a su padre.
Joseph —le llamó cuando él comenzaba a retirarse—. Por favor, no me abandones. Estoy asustada. Sé que puedes hacer que mi dolor sea menor. Por favor...
—Padre me golpeará si me quedo.
Ella gritó cuando otra contracción la agarró.
Incapaz de dejarla así, él fue hasta la cama y comenzó a masajearla otra vez.
—Respira, Ryssa —dijo en tono tranquilo, aplicando una presión en sentido contrario al lugar donde estaba tensa.
—¿Qué es esto?
Él se encogió ante el gruñido en la voz de su padre.  Ryssa se giró para mirarlo.
—Padre, por favor. Joseph puede aliviarme el dolor.
Su padre lo apartó de un empujón.
 —¡Sal de aquí!
Joseph no dijo nada mientras obedecía. Él se cruzó con Nick y una fila de senadores en el corredor que entraban para atestiguar la culminación de la unión entre su hermana y Apolo. Varios de ellos se burlaron de él e hicieron comentarios en voz baja. Un par incluso le hicieron proposiciones.
Les ignoró y continuó hacia su cuarto. Luego cerró con llave las puertas para asegurarse que nadie lo siguiera dentro.
Deseando haber podido ayudar a su hermana, se sentó en su cuarto y escuchó sus chillidos, sollozos y gritos que continuaron durante horas. Dioses, si esto era un parto era un milagro que alguna mujer lo soportara.
¿Por qué lo hacían?
¿Y aun habiendo soportado algo tan horrorosamente doloroso, cómo podría una madre rechazar al mismo niño por el que había luchado tan arduamente, y por el que había sufrido tanto tiempo, hasta parirle?
Se esforzó en recordar el rostro de su madre. Todo lo que realmente podía recordar era la mirada de odio en sus ojos azules. «Eres repulsivo».  Cada vez que se había acercado a ella lo había abofeteado apartándole.
Pero no todas las madres eran de esa manera. Él las había visto en el mercado y en las gradas durante los juegos. Las madres abrazaban a sus niños con amor,  como con la que él se había tropezado en el templo de Artemisa. Su bebé había significado todo para ella.
Joseph se pasó el dorso de sus dedos contra su propia mejilla. Cerrando los ojos, fingió que esta era la suave caricia de una madre, que una mujer lo estaba tocando tan dulcemente. Entonces se burló de su propia estupidez. ¿Quién necesitaba ternura? Todo lo que tenía que hacer era pasar cerca de cualquier ser humano y  tendría todas las caricias que quisiera.
Pero ellos nunca amaban y nunca venían sin condiciones y un precio.
—¡Es un chico! —El grito de su padre fue amortiguado por las paredes y seguido de un grito enorme que resonó.
Joseph sonrió, feliz por su hermana. Ella le había dado a Apolo un hijo. A diferencia de su madre, ella sería honrada por su labor.
Las horas pasaron  mientras esperaba  hasta asegurarse de que todos la habían dejado.
Joseph se dirigió a su cuarto, pero fue bloqueado por los guardias de fuera.
—Nos dijeron que te mantuviéramos alejado. De ninguna manera tienes permitido ver a la princesa.
Cuán estúpido por su parte pensar de otra manera. Sin una palabra, Joseph regresó a su cuarto. Sin nada más que hacer,  se acostó.
—¿Joseph?
Él se despertó de golpe ante la llamada susurrada. Abriendo los ojos, se encontró a Ryssa de rodillas a su lado.
—¿Qué haces aquí?
—Oí que ellos no te dejaban entrar, así que esperé hasta que fui libre de venir a ti. —Ella sostenía un pequeño bulto para que él lo inspeccionara. —Te presento a mi hijo, Apollodorus.
Una sonrisa curvó los labios de él cuando vio a la diminuta criatura. Él tenía un abundante pelo negro y ojos profundamente azules.
—Es hermoso.
Ryssa le devolvió la sonrisa antes de que le pusiera al bebé en sus manos.
—No puedo, Ryssa. Podría hacerle daño.
—No vas a hacerle daño, Joseph. —Ella le mostró como sostenerle la cabeza.
Asombrado, Joseph no podía creer el amor que él sintió dentro de si se hiciera aún más grande.
Ryssa sonrió.
 —Le gustas. Él ha estado quejándose toda la noche con las niñeras y conmigo, pero mira que tranquilo está contigo.
Era cierto. El bebé dio un minúsculo suspiro y luego se durmió. Joseph se rió cuando le examinó los dedos diminutos que ni siquiera parecían reales.
—¿Tú estás bien?
—Dolorida y muy cansada. Pero no podía dormirme hasta verte. Te quiero, Joseph.
—Yo también te quiero. —A regañadientes, le ofreció a Apollodorus—. Mejor te vas antes de que te pillen. Padre se pondría sumamente enfadado con ambos.
Asintiendo, ella tomó al bebé y se marchó.
No obstante el olor del bebé se quedó con él, como lo hizo la imagen de la inocencia. Era difícil de creer que él hubiera sido tan pequeño alguna vez y aún más difícil de creer que hubiera sobrevivido dada la animosidad que su familia albergaba hacia él.
Mientras intentaba volver a dormirse se preguntó lo que sería tener una mujer que sostuviera a un niño suyo con tal amor y orgullo. Imaginar la cara de una mujer tan alegre porque había dado a luz una parte de él...
Pero nunca pasaría. Los galenos de su tío se habían encargado de eso. Su pene se sacudió ante el recuerdo de  su cirugía.
Es para mejor.
Tan imperfecto como era para el resto del mundo que lo aborrecía, no podía imaginarse nada peor que ver a su niño despreciarlo. Hacer que su propio niño le negara.
Por supuesto, si él tuviera uno, jamás le daría motivo para odiarlo. Él lo abrazaría y lo amaría pasara lo que pasara.
Duérmete, Joseph. Simplemente olvídate de todo.
Cerrando los ojos, soltó un aliento cansado y trató de dormir otra vez.
—¿Qué haces?
Él abrió los ojos para encontrarse a Artemisa en su cama, a su lado.
 —Intentaba dormir.
—Ah... ¿Te has enterado de lo de nuestro sobrino?
—lo hice. Ryssa acaba de estar aquí con él.
Ella arrugó la cara.
—¿No encuentras a los bebés sucios y repugnantes?
—No. Pensé que era hermoso.
—¿Y quién no? —se burló ella­—. Yo pienso que son malolientes y quejicas. Nunca están contentos. Siempre exigiendo. ¡Puaf!, no puedo imaginar pasar por todo eso para tener algo tan asqueroso pegado a mí.
Joseph puso los ojos en blanco cuando imaginó todas las pobres criaturas que fueron dadas a Artemisa. Obviamente ella dedicó a su cuidado a alguien mucho más maternal.
—Creo que los griegos deberían haberse enterado de esto sobre ti antes de que te declararan  diosa del parto.
—Bueno, eso es porque ayudé a mi madre a dar a luz a Apolo. Eso fue diferente. —Ella estiró la mano hacia abajo para ahuecarle suavemente en su mano—. ¿Qué tengo aquí?
—Si no lo sabes ya, Artie, ninguna cantidad de explicación va a ayudarte.
Ella se rió desde lo profundo de su garganta mientras su polla se endurecía aún más.
 —Yo esperaba encontrarte todavía despierto.
Joseph no hizo ningún comentario cuando ella bajó su cabeza para tomarlo en su boca. Él miró hacia arriba, al techo, mientras ella le pasaba la lengua. Probablemente sería más agradable si él no tuviera que asegurarse de mantenerse bajo control. Pero sabía que no debía correrse con ella de ese modo. A ella le gustaba su sabor, pero no le gustaba cuando él se liberaba en cualquier sitio que no fuera en su interior.
Incluso entonces ella sólo lo toleraba.
Él se sacudió cuando ésta lo pellizcó lo bastante fuerte como para hacerle daño. Ella curvó sus dedos en el pelo alrededor de su polla. Suspirando, Joseph lamentaba no poder volver al principio de su relación. De vuelta a cuando esto había significado entonces mucho más que solamente chupársela.
Ella le dio una lamida larga antes de retirarse. Él esperaba que regresara a sus labios. En cambio ella hundió los dientes en la parte superior de su muslo a apenas cinco centímetros de su saco.
Chillando de dolor, tuvo que contenerse para no apartarla y hacerse incluso más daño.
El dolor rápidamente pasó a ser una onda de placer extremo. Pero ella no le permitió correrse todavía.
 —Te quiero profundamente dentro de mí, Joseph.
Haciéndola rodar sobre su estómago, él apoyó las caderas de ella en alto sobre las almohadas y complació su petición. Agarró las caderas en sus manos y se sepultó profundamente en su interior. Empujó contra ella hasta que ésta tuvo los suficientes orgasmos como para pedirle que parara. Poniéndose boca arriba, ella se rió satisfecha.
Artemisa suspiró saciada hasta que se dio cuenta de que él aún estaba duro.
—¿Por qué no terminaste?
Joseph se encogió de hombros.
—Lo hiciste tú.
—Pero tú no.
—Viviré.
Ella soltó un sonido de disgusto.
—¿Joseph? ¿Qué te pasa últimamente?
Joseph apretó los dientes, sabiendo que era mejor no contestar a su pregunta. Ella no quería oír nada a parte de lo maravillosa que era.
—No quiero pelear, Artemisa. ¿Qué importa? Tú quedaste satisfecha, ¿no?
—Sí.
—Entonces todo está bien en el mundo.
Ella se apoyó sobre uno de sus brazos alzándose para mirarle fijamente mientras él descansaba a su lado.
 —Realmente no te entiendo.
—En realidad no soy complicado. —Todo lo que él pedía eran las dos cosas que ella no podía darle.
Amor y respeto.
Ella arrastró una uña larga alrededor del cuello de él.
—¿Dónde está mi anillo, el que te di?
Joseph se estremeció ante el recuerdo de ser obligado a tragarlo.
 —Se perdió.
—¿Cómo pudiste ser tan insensible?
¿Insensible, él? Al menos  no la había arrojado su regalo a la cara y luego la había golpeado por ello.
—¿Dónde están las perlas te di?
El rostro de ella se volvió rojo.
 —Bien. Te conseguiré otro.
—No lo hagas. No necesito ninguno.
Sus ojos se oscurecieron furiosamente.
—¿Estás rechazando mi regalo?
Como si él fuera a aceptar alguna vez otro regalo así de ella. Ya había tenido suficiente maltrato.
 —No rechazo nada. Sólo que no quiero arriesgarme a avergonzarte. Considerando todo que ha pasado, realmente no creo que sea juicioso que yo tenga algo que es tan claramente suyo.
—Ese es un buen argumento. —Le sonrió—. Tú me eres leal de siempre, ¿verdad?
—Sí.
Ella le besó la mejilla.
—Haría mejor en irme ahora. Buenas noches.
Después de que ella se fue, Joseph rodó sobre su  espalda. Cerrando los ojos, permitió que sus pensamientos vagaran. En su mente él imaginó a una mujer con ojos amables. Una que agarrara su mano en público, que estuviera orgullosa de estar con él.
Imaginó como podría oler su pelo, como sus ojos se iluminarían cada vez ella le mirara. Las sonrisas que compartirían. Entonces la imaginó besándole un sendero hacia abajo por su cuerpo, la imaginó alzando sus ojos hacia él mientras ella descendía por él.
Con su respiración irregular, se empujó contra su mano, fingiendo que era ella la que le hacía  el amor.
Te amo, Joseph... —Podía oír su voz tan dulce y serena... sobre todo, sería sincera.
Él jadeó cuando el semen caliente cubrió su mano y se filtró entre sus dedos y no dentro de una mujer que lo amaba.
Estremeciéndose y sólo parcialmente saciado, abrió los ojos a la brutal realidad  de su vida.
Él estaba solo.

Y ninguna mujer, mortal o cualquier otra cosa, lo reclamaría gustosamente jamás.
issadanger
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JOSEPH - JOE Y _____ - Página 35 Empty Re: JOSEPH - JOE Y _____

Mensaje por issadanger Dom 23 Mar 2014, 9:09 am

23 de Octubre, 9528 A.C.
 
Joseph rodó en la cama tratando de dormir. Apollodorus estaba gritando tan alto que hacía eco en todo el camino hasta su habitación. El bebé lloró durante horas.
Se suponía que no debía acercarse al niño, sin embargo, no podía soportar el sonido de tanta ira e infelicidad. Incapaz de tolerarlo un minuto más, salió de la cama y se vistió.
Silenciosamente, caminó por el pasillo hasta la habitación de Ryssa, asegurándose que nadie lo viera. Abrió un poco la puerta para ver a Ryssa y su niñera en el salón cambiando al bebé que había entre ellas.
—¿Por qué está haciendo esto? —preguntó Ryssa con un tono que sonaba como si estuviera a punto de llorar.
—No lo sé, Alteza. A veces lo bebés lloran sin ninguna razón.
Ryssa acarició la cabeza al bebé que la niñera estaba meciendo en sus brazos.
—Por favor, hijo, ten piedad de tu madre y descansa. No puedo resistir mucho más.
Joseph entró en la habitación.
—Yo lo cogeré.
La cara de la niñera palideció mientras se giraba.
—Está bien, Delia. Deja que Joseph vea si puede calmarlo.
La niñera pareció dudar, pero al final obedeció.
Joseph tomó a su sobrino y lo metió en la curva de su codo.
—Hola, pequeño. Tú no vas a molestarme a mí, ¿no es verdad?
Apollodorus suspiró profundamente como si fuera a soltar otro gemido, entonces abrió los ojos. Miró fijamente a Joseph por varios segundos antes que gorgojeara con calma y luego se cerraron para dormir.
Eso es un milagro —exclamó la niñera—. ¿Qué es lo que hizo?
Joseph se encogió mientras colocaba a Apollodorus sobre su hombro.
Ryssa sonrió.
—Eso es. Te nombro su niñero.
Joseph rió ante la idea de él siendo niñero de alguien.
—Ve a la cama, hermana. Te ves exhausta.
Asintiendo agradecidamente, se marchó. La niñera extendió las manos hacia el bebé.
Joseph lo entregó, pero en el momento es que Apollodorus dejó sus brazos, el bebé se despertó y gritó otra vez.
Ryssa saltó.
—Por el amor de los dioses, deja que Joseph sostenga al niño. No podré soportar otra hora de esto.
La niñera obedeció inmediatamente.
Otra vez acunado contra Joseph, Apollodorus se durmió.
—¿Dónde lo puedo poner? —preguntó Joseph.
Ryssa se detuvo.
—Mejor no arriesgarse con el cuarto de los niños. Padre o Nick podrían entrar ahí. —Miró a la niñera—. Ve al cuarto de los niños y cúbrenos por si alguien preguntara por él.
—Sí, Su Alteza —se inclinó y salió.
Ryssa acarició su brazo con gratitud.
—Despiértame cuando esté listo para alimentarse. Mientras tanto, debo dormir.
Joseph la besó suavemente en la mejilla.
—Descansa. Volveremos cuando él lo necesite. —La observó subir a la cama antes de llevar a su sobrino a su habitación.
—Bueno, al parecer seremos sólo los dos, pequeño. ¿Qué dices si nos desnudamos, emborrachamos y vamos a buscar algunas mozas?
Y el bebé, en realidad, le sonrió como si lo entendiera.
Joseph asintió.
—Así que eso es, ¿no? Apenas un mes de edad y ya eres un lascivo. Eres hijo de tu padre.
Sentándose en la cama, apoyó su espalda contra la cabecera y levantó las rodillas así podía acostar a Apollodorus contra sus piernas y acunarlo. Joseph le hizo cosquillas en la barriga haciéndolo reír y patear su estómago.
El diminuto bebé lo asombraba. Nunca había estado alrededor de uno antes. Apollodorus tomó su dedo en la pequeña mano y lo dirigió a la boca para así chupar el nudillo de Joseph. La sensación de las encías sin dientes fue tan extraña, sin embargo, esto pacificó al bebé aún más.
¿Cómo podía alguien odiar algo tan puramente inocente? ¿Algo indefenso?
Los pensamientos dieron vueltas alrededor de su mente mientras pensaba en sus padres y trataba de entenderlos. Podía comprender un poco el odio de su padre ahora. No es que Joseph fuera a salir de su camino sólo para complacer al hombre.
Pero cuando niño…
¿Cuántas veces fue abofeteado por el simple hecho de mirar a alguien? ¿Cuántas veces había Estes atado sus manos a la espalda y reprenderlo con furia por hacer una simple pregunta?
Pero peor que sus recuerdos eran los temores de que alguien pudiera lastimar a este bebé de tal manera.
—Mataré a cualquiera que quiera lastimarte así, Apollodorus. Te lo prometo, nadie te hará llorar alguna vez.
El bebé bostezó y sonrió antes de cerrar sus ojos. Aún sosteniendo el dedo de Joseph mientras dormía. Una calidez se propagó a través de Joseph. No había juicios o ira en ese bebé. Él lo aceptaba sin ninguna malicia.
Sonriendo, posó al bebé sobre la cama para que durmiera más confortablemente y lo cubrió con una manta.
Joseph yació por horas, viéndolo dormir en perfecto reposo. Él mismo, exhausto al fin, se adormeció.
 
¿Joseph?
Joseph se despertó para encontrarse con Ryssa frente a él. Estaba recostado de lado con su mano sobre el estómago de Apollodorus. El bebé aún tenía que despertarse, pero por el movimiento de subida y bajada del diminuto pecho, supo que estaba bien.
—¿Qué hora es?
—Media mañana. —Parecía incrédula—. ¿Cómo hiciste para que durmiera toda la noche?
—No lo sé. Estábamos hablando sobre puterías y cayó dormido.
Ella volvió a reír.
—No te atrevas a corromper a mi bebé, pícaro.
Joseph retiró la mano para que Ryssa pudiera coger al bebé. Apollodorus abrió sus ojos y sonrió a su madre antes de poner un puñito en la boca para chuparlo.
—Lo que sea que hayas hecho, te bendigo por eso. Es el primer sueño bueno que tengo en meses —miró hacia la puerta—. Ahora, déjame marcharme antes de que Padre sepa que estamos aquí.
Por favor. Era la última cosa que él necesitaba.
Estirándose, Joseph se sentó en la cama. Era más tarde de lo que usualmente se levantaba. Prefería levantarse antes que el resto de la familia y atender sus necesidades sin ningún miedo de encontrarse con alguien.
Dicho esto, ahora era demasiado tarde para que alguien se metiera en su camino.
Agarró su ropa y su navaja y se dirigió a la sala de baños. Afortunadamente el enorme cuarto estaba vacío. Como siempre, puso la navaja en el hueco de la pared y colgó sus ropas.
Desnudo, descendió por las escaleras que se adentraban en el agua tibia y que se sentía increíblemente bien sobre su piel. La piscina le llegaba hasta la cintura a menos que se sentara y larga como una mesa de comedor. Joseph se arrodilló y se echó hacia atrás para mojar su recortado cabello y así poder lavarlo. Cerrando los ojos, suspiró con satisfacción. Esta era la mejor parte del día.
Se levantó y alcanzó el jabón, entonces se congeló cuando se dio cuenta que ya no estaba solo.
Nefertari estaba ahí, observándolo con esa mirada ardiente que él conocía muy bien.
Joseph retiró la mano y dio un paso atrás en el estanque.
—Perdóname, mi Señora. No fue mi intención interferir en tu tiempo.
Ella lo miraba como un gato mirando a un ratón y cuando él fue a alcanzar la toalla ella lo detuvo.
—¿Cómo es que eres mucho más guapo que tú hermano gemelo? —Tiró del alfiler de su vestido y lo dejó caer. Su desnudo cuerpo era hermoso, pero él no quería ninguna parte de él.
Joseph emergió de la piscina, pero ella le bloqueaba la salida.
—Tengo que irme.
Riendo, ella se envolvió en su cuerpo.
—No, no tienes. —Mordisqueó su barbilla con sus dientes.
—Estoy con alguien.
—Yo también.
Joseph trató de zafarse pero a menos que la hiriera, no había nada que pudiera hacer mientras ella lo aferrara así. Escapándose del agarre, empezó a alejarse sólo para pisar el jabón que había dejado a un lado de la piscina. Se golpeó contra el piso tan fuerte que le sacó el aire.
Nefertari estuvo sobre él en un instante.
—Hazme el amor, Joseph.
Él rodó con ella, y justo cuando se estaba levantando, las puertas se abrieron.
La sangre se drenó completamente de su rostro cuando vio a Nick y a todo su séquito ahí. Ellos se pararon en seco, sus ojos sin perder ningún detalle.
Joseph maldijo cuando se dio cuenta cuán indiscutible se veía esto. Cuán irrefutable era.
Nefertari comenzó a gritar y a golpearlo.
—¡No me violes! ¡Por favor!
Sintiéndose enfermo, rodó lejos. Ella se revolvió y se lanzó hacia Nick, donde lloró como si tuviera el corazón roto.
—Gracias a los dioses que llegaste cuando lo hiciste. Fue terrible.
Nick la entregó a sus guardias.
Joseph se alzó y lentamente se puso de pie para enfrenta a su gemelo, cuya furia era tan grande que las mejillas estaban moteadas de rojo. Sabía que aunque tratara de explicarlo, Nick nunca le creería.
Así que dejó que lo cogieran. Ellos lo llevaron y encerraron en las celdas debajo del palacio. Joseph hizo una mueca de dolor mientras lo enclavaban en el hoyo que trajo de regreso “cariñosos” recuerdos. Se envolvió con los brazos, tratando de retener un poco de calor. Pero nada podía calentar el frío que había en su alma ante el temor de lo que fueran a hacerle después de esto.
—¿Artemisa? —exhaló suavemente su nombre.
Él podía sentir su presencia aunque no la pudiera ver.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—He sido acusado de violación.
Sintió una severa presión en su cuello por donde ella lo agarró.
—¿Lo hiciste?
Él tosió.
—Ya lo sabes.
La presión se retiró.
—Entonces, ¿por qué estás aquí?
—Ellos no creerán en mi inocencia y yo juro por mi alma que no la toqué… Yo… yo necesito tu ayuda.
—¿Cómo?
Él miró hacia donde estaba la sombra de ella y dijo la única cosa que había deseado en su vida.
—Mátame.
—Sabes que no voy a hacerlo.
—Van a castrarme, Artemisa. ¿Entiendes eso?
—Yo lo arreglaré.
Joseph rió amargamente.
—Tú lo arreglarás. ¿Esa es tu respuesta?
—Bueno, ¿qué quieres que haga?
—Mátame —gritó.
—No seas tan melodramático.
—¿Melodramático? Van a encadenarme, abrir mi escroto y remover mis testículos, y después van a aplastar el canal. Todo eso mientras yo siento todo lo que hacen y te aseguro que no van a ser gentiles. ¿Cómo mierda es eso melodramático?
Ella se mofó de su cólera.
—Y yo lo repararé después de eso. Así que no tienes nada de qué preocuparte.
Horrorizado por su actitud y despido, sintió cuando se alejaba de él. Queriendo matarlos a todos, golpeó su cabeza contra la pared.
Debería haber luchado…
Pero honestamente, ¿qué bien le haría eso? Lo hubieran superado y golpeado hasta que no hubiera quedado nada para pelear. Y luego lo hubieran arrastrado hasta aquí de todos modos.
Ajeno a todo, no supo cuánto tiempo había pasado antes que los guardias regresaran por él. Fue arrastrado afuera y encadenado y luego lo llevaron hasta el salón del trono de su padre. Desnudo, fue forzado a arrodillarse ante Nick, su padre y Nefertari que aún seguía llorando.
El rey lo miró despiadadamente.
—Me encuentro en un dilema. El crimen que has cometido se castiga con la muerte. Pero en vista que no puedo hacer eso, he decidido castrarte. Sin duda es lo que debí haber hecho desde tu nacimiento.
Joseph rió ante la ironía.
—Eso hubiera sido demasiado piadoso de tu parte. Sin mencionar lo enojado que se hubiera puesto tu hermano por neutralizar a su juguete favorito.
Su padre se levantó del trono con un violento grito.
Joseph no se estremeció.
—No te enfades, Padre. No es que no supieras lo que Estes me hacía. De hecho su gran sueño era que tú murieras y dejaras a Nick con él para así disfrutar de los dos en su cama a la vez.
Las maldiciones de su padre hicieron eco en sus oídos como si el hombre se asentara con la ira de las Furias. El primer golpe le cayó a Joseph en la mandíbula. El siguiente le rompió la nariz que palpitaba violentamente. Golpe tras golpe le llovieron encima.
Joseph les dio la bienvenida a cada uno mientras continuaba burlándose del rey. A lo mejor su padre podría matarlo. Al final estaría tan insensible ante los golpes que no sentiría de lleno el dolor de lo que le hicieran.
—¡Padre, por favor! —dijo Nick, apartándolo. Giró hacia Joseph que estaba yaciendo de costado—. No eres más que un montón de mierda. —Nick lo pateó tan fuerte en el costado que se escuchó cómo se rompían las costillas. La fuerza del golpe lo hizo rodar sobre la espalda. La siguiente patada de Nick fue a aterrizar firmemente entre sus piernas.
Joseph gritó de insoportable dolor mientras su hermano lo pateaba repetidamente hasta que estuvo seguro que no necesitaría que lo castraran.
—¡Traigan al médico! —rugió su padre—. Veamos como acaba este bastardo.
Jadeando en un esfuerzo de tomar aire para su apaleado cuerpo, Joseph fue puesto en una fría losa de piedra, los brazos encadenados sobre la cabeza y las piernas abiertas y encadenadas.
Él inclinó su cabeza hacia atrás y se rió de ellos.
—Si estás planeando una fiesta, Padre, necesitas encadenarme boca abajo primero.
—Amordacen a esa inmundicia.
Uno de los guardias le metió un trapo en la boca. Joseph vio la sombra del médico acercarse. Tensó su agarre en las cadenas preparándose a sí mismo para lo que iba a venir.
Pero ninguna preparación podía reducir el dolor de lo que le hicieron. Joseph gritó en agonía hasta que su garganta estuvo en carne viva y sangrante como el resto de su cuerpo.
Para el momento en que lo arrojaron de nuevo en su habitación, él estaba espiritualmente entumecido si sólo el resto de él lo estuviera también. Incapaz de pararse, se arrastró por el suelo hasta la pequeña mesa donde había dejado un cuchillo de su cena de la noche anterior. Alcanzándolo, lo tomó con mano temblorosa.
Estaba tan cansado de rogar, tan cansado de sufrir. Incapaz de soportar un día más de eso, se abrió las muñecas y observó como la sangre se derramaba.
 
 

 
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Mensaje por issadanger Dom 23 Mar 2014, 9:13 am

25 de Octubre, 9528 A.C.
 
Joseph maldijo de manera repugnante cuando se despertó por el extremo dolor. ¿Por qué no estaba muerto? Pero entonces lo supo. Mientras que la vida de Nick estuviera ligada a la suya nadie tendría piedad de él. Jamás. Agobiado por la desesperación, intentó moverse sólo para encontrarse encadenado a la cama.
Dejó escapar un grito de frustrada furia antes de golpearse la cabeza contra el colchón de paja.
Un movimiento a su derecha atrajo su mirada y se congeló al ver a la pequeña mujer de pie allí. Era Ryssa, vestida en púrpura y oro.
Ella se acercó y la mirada de pena y culpa en sus ojos fue suficiente para traer lágrimas a los suyos.
—No se lo dije, —susurró ella—. Nick se desmayó y Padre te encontró. —Las lágrimas caían por su rostro—. No puedo creer lo que te hicieron. Sé que no tocaste a Nefertari. Jamás le habrías hecho tal cosa a nadie y se lo dije repetidamente. Nunca oyeron ni una palabra de lo que decía… Sé que esto no ayuda, pero Nick rompió su compromiso con ella y la enviaron de regreso a Egipto. Lo siento, Joseph. —Inclinó su cabeza contra la de él y lloró silenciosamente en su oído.
Joseph retuvo sus propias lágrimas. No había necesidad de llorar. Esta era su vida y no importaba lo que intentara, nunca mejoraría.
Además Artemisa lo curaría…
Quería gritar en amarga frustración y rabia ante la altiva actitud de la diosa.
Ryssa le acarició la mejilla.
—¿No vas a hablarme?
—¿Y decir qué, Ryssa? Creo que mis acciones hablan lo bastante, incluso para que un sordo las oiga. Pero de todos modos nadie me escucha.
Ella se limpió las lágrimas mientras pasaba en una tierna caricia los dedos a través de su pelo.
—Es tan injusto para ti.
—La vida no suele ser justa —jadeó él—. Esto no es acerca de la justicia. Es sobre la resistencia y cuánto podemos sufrir.
Estaba ya tan cansado... Pero nadie le dejaría dormir.
A través de las paredes oyó llorar a Apollodorus.
—Tu hijo te necesita, Princesa. Tienes que ir con él.
—Mi hermano también me necesita.
Él dejó escapar un cansado suspiro.
—No. Créeme. No necesito a nadie.
Ella presionó los labios contra su mejilla.
—Te quiero, Joseph.
No dijo nada cuando ella se retiró. Ahora mismo no había ese tipo de amor en su interior. Sólo podía sentir la angustia y la desesperación. Volviendo la cabeza, bajó la mirada a la venda blanca que envolvía su muñeca. La habían acolchado para que no pudiera volver a abrir la herida y acabar lo que había empezado.
De modo que así era entonces.
Cerrando los ojos, pensó en su futuro. De nada que cambiara. De vivir sometido y golpeado… para siempre.
Bramó ante el peso de su desesperanza. Entonces peleó contra sus restricciones con todo lo que tenía. Pero no fue suficiente para romperlas.
Nunca sería suficiente de nada.
Bramando aún más fuerte, tomó consuelo en el latente dolor de sus heridas.
Ryssa llegó corriendo entrando en la habitación.
Joseph la ignoró mientras intentaba romper las cadenas que lo mantenían atado.
—¡Ya he tenido bastante y quiero que se acabe!
Ella lo abrazó para contenerlo. Él intentó luchar contra ella, pero no podía.
—Lo sé, Joseph. Lo sé.
No, no lo sabía. Gracias a los dioses que ella no tenía idea de cuán jodidamente atroz era su vida. Con cuánto dolor había vivido. Con cuánto rechazo.
Golpeó la cabeza contra el cabecero y finalmente dejó caer sus lágrimas. Incluso aunque era un hombre, se sentía igual que un niño estirándose por la caricia de su madre para sólo obtener una bofetada.
—Emborráchame, Ryssa.
Ella se echo hacia atrás.
—¿Qué?
—Por el amor de los dioses, dame algo que haga que deje de doler tanto. Alcohol o drogas, no me importa cual. Sólo haz que se vaya… Por favor.
Ryssa quería negárselo. No creía en huir de sus problemas, pero cuando le miró y vio la sangre goteando de las heridas de su cuerpo y las lágrimas en sus ojos, no pudo hacer a un lado su única petición.
Nadie debería sufrir tanto. Nadie.
Contra su voluntad, bajó la mirada a su pene. La sangre allí le revolvió el estómago. La crueldad de lo que le habían hecho no tenía medida…El hecho de que ambos, su Padre y Styxx obtuvieran tanto placer de sus acciones la disgustaba a un nivel que jamás había soñado que existiera. Jamás se volvería a sentir bien por ninguno de ellos.
—Volveré ahora mismo.
Corrió a su habitación y agarró la única botella de vino que tenía.
—¿Nera? —dijo a su doncella que estaba barriendo las escaleras— ¿Podrías conseguir más vino y traérmelo al cuarto de Joseph?
La confusión parpadeó en el ceño de la menuda niña, pero lo aceptaba antes que preguntarle a su señora.
—¿Cuánto más, Princesa?
—Tanto como puedas llevar.
Ryssa volvió a su habitación con la que tenía. Él se deslizó fuera de la cama con sólo una sábana cubriéndole. La sangre seca y las magulladuras estropeaban la mayor parte de su cuerpo y el dolor en sus ojos plateados le robaba el aliento.
Doliéndose por él, se enjuagó las lágrimas de los ojos antes de levantarle la cabeza y ayudarle a beber.
—Que los dioses te bendigan por tu amabilidad —jadeó él cuando la terminó.
Nera llegó con más. Ryssa intercambió las botellas con ella, entonces la inclinó a los labios de Joseph. No fue hasta la tercera botella que estuvo completamente borracho.
—¿Joseph? —Preguntó, temiendo que quizás le hubieran dado demasiado.
Él dejó escapar un largo suspiro antes de que su atormentada mirada capturara la suya.
—Prométeme algo, Ryssa.
—Cualquier cosa.
—No odies jamás a tu hijo. Por favor —sus ojos aletearon cerrándose antes de que se desmayara.
Llorando, Ryssa lo sostuvo cerca mientras se dolía por él. Mataría a cualquiera que se atreviera a herir a su hijo de esa manera. Incluso a su propio padre. Pero Joseph nunca conocería tal amor, tal cariño y eso le rompía el corazón, incluso más.
—Duerme en paz. Hermanito. Duerme en paz.
Limpiándose las lágrimas, lo dejó solo y fue a comprobar a Apollodorus. Durante el resto del día sostuvo a su hijo cerca de ella, prometiéndole que nunca sería estaría solo en el mundo. Que siempre lo amaría y lo protegería de cualquiera que le hiciera daño.

Si sólo su madre le hubiese hecho tal promesa a Joseph.
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Mensaje por issadanger Dom 23 Mar 2014, 9:19 am

27 de Octubre, 9528 A.C.
 
Joseph se recostaba en la cama con la cima de la nariz picándole tanto que realmente hacía caso omiso al resto de su dolor. Vendería su alma si sólo pudiera rascarse. Un brillante destello a su izquierda llamó su atención.
Era Artemisa. Vestida de blanco, estaba tan hermosa como siempre y la odiaba por ello.
Su estómago se encogió ante la rabia que finalmente ella le recordaba.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Estaba aburrida.
Bufó ante su petulancia y al hecho de que viniese a él ahora.
—Me temo que no podré entretenerte más. Ya no seré capaz de ello.
Ella tiró de la sábana y curvó el labio al ver lo que le habían hecho a su pene.
—¡Ew! ¿Qué te hicieron?
Él cerró los ojos cuando lo bañó la humillación.
—Me castraron, ¿recuerdas? Incluso fui lo bastante estúpido para pedirte ayuda.
—Oh, eso. —Ella chasqueó los dedos.
Joseph jadeó cuando su pene fue atravesado incluso por más dolor. Dolía tanto que le quitó la respiración y trajo lágrimas a sus ojos.
—¿Ves? Ya estás mejor.
Con la respiración entrecortada, todavía estaba en llamas.
—Ya no tienes el cabello largo.
¿Eso era todo lo que le importaba? ¿Qué no tuviera el cabello largo? Era una buena cosa que no pudiera moverse, de otro modo quizás se habría ido a sobre cuello por ese comentario.
—¿Por qué estás encadenado?
Si ella hacía una pregunta estúpida más, realmente iba a estrangularla.
—Para evitar que me suicide.
—¿Por qué harías eso?
Joseph apretó los dientes. ¿Qué bien haría explicárselo? A ella no podría importarle menos. Menos aún le había importado cuando había rogado que lo hiciera por él. Excepto por el hecho de que se aburriría y quizás realmente lo intentara y encontrara otro hombre al que saltarle encima. Los dioses prohibirían que la polla de otro hombre realmente la satisficiera.
—Pareció una buena idea en aquel momento. Actualmente ya no tanto.
Ella le miró con enfado.
—Tendré que conseguir que te suelten, lo juro, causas más problemas de lo que vales. Espera aquí.
¿Acaso tenía elección?
—No te preocupes —gritó después de que ella se desvaneciera— No puedo levantarme ni para mear.
Y la nariz todavía le picaba.
No pasó mucho antes de que su padre entrara en la habitación mirándolo con disgusto. ¿Aquello era nuevo?
Como siempre, el rey se veía pulcramente arreglado. Su pelo rubio estaba perfectamente peinado y sus túnicas blancas brillaban a la luz del sol.
Joseph se encontró con su ceño impávidamente.
—¿Puedo ayudaros?
Los ojos azules de su padre se iluminaron con furia.
—¿Qué más hay que hacer para enseñarte tu lugar?
¿Su lugar? Ese debería ser como el heredero de su padre. Debería ser el de un reverenciado príncipe.
En vez de eso, estaba tendido y encadenado a una cama, su desnudez sólo cubierta por la ensangrentada sábana que Artemisa había vuelto a ponerle encima de modo que no tuviera que ver la obra del carnicero. Estaba mugriento por la falta de aseo y no dudaba que su pelo estaría tan harapiento como su barba.
Joseph apartó la mirada.
—Conozco mi lugar.
Su padre pateó la cama. Así que Artemisa había conseguido liberarle.
—Las criadas están enfermas de limpiar tu suciedad, no es que las culpe. Por esa razón, vas a ser liberado. Pero si haces algo estúpido, juro por todos los dioses que te encadenaré a la pared en una mazmorra y te dejaré allí para que te pudras.
Él ya le había hecho eso.
—No os preocupéis, Padre. Permaneceré fuera de vuestro camino.
—Mejor que sea así. —Indicó a los guardias tras de él que quitaran los grilletes.
Finalmente, Joseph pudo rascarse la nariz otra vez. Apenas había acabado de hacerlo antes de que Nick entrara en la habitación y le tirara una prenda azul pálido.
Joseph frunció el ceño hasta que se dio cuenta que era uno de las togas de Ryssa.
Nick se rió.
—Pensé que quizás querías algo acorde a tu nuevo tú.
Su mirada se volvió roja de rabia.
Antes de que pudiera pensarlo, Joseph salió de la cama. Tiró a Nick contra el suelo y le golpeó la cabeza contra la piedra, queriendo partirla igual que un melón. Consiguió propinarle seis buenos sólidos golpes hasta que los guardias lo sacaron del estómago de Nick.
Joseph se encontró luchando con ellos con todo lo que tenía, pero le sostuvieron los brazos a la espalda de modo que no había mucho que pudiera hacer excepto maldecirlos. Gracias, Artemisa, por retirar tu regalo.
Nick se levantó del suelo con una furiosa maldición propia. Agarró la espada de su padre y habría matado a Joseph si su padre no lo hubiera detenido.
—Llevadlo fuera y golpeadle —bramó su padre.
—¡No!
Joseph levantó la mirada para ver a Ryssa en el corredor.
La expresión de su padre era de una completa incredulidad.
—¿Qué has dicho?
Ella cruzó los brazos sobre el pecho y se mantuvo fuerte y decidida en el dentro de las puertas abiertas.
—Ya me habéis oído, Padre. Dije no.
La cara del rey enrojeció de furia.
—Tú no me dices lo que hacer, mujer.
—Tenéis razón —dijo ella calmadamente—. No puedo daros órdenes. No tengo poder sobre vos, pero como la amante de Apolo, tengo algo que decir en lo que a él se refiere y a quien él perdona, especialmente con respeto a mi propia familia… —Miró de manera significativa a Joseph y volvió de nuevo a él—. Estoy harta de que se abuse de Joseph. Nunca más.
El rey indicó hacia Nick.
Él miró a Joseph y asintió.
—Ha sangrado más de lo que le corresponde.
Nick está sangrando.
Su mirada fue a la toga en el suelo.
—Y por su crueldad yo diría que recibió una ligera sentencia.
Nick la fulminó con la mirada.
—Un día, Ryssa, seré tu rey. Harás bien en recordar eso.
Ella encontró su enfado levemente divertido.
—Y yo soy la madre de un semidiós. Harías bien en recordar eso, hermano.
Nick la empujó cuando salió de la habitación. Su padre sacudió la cabeza.
—Mujeres —farfulló antes de irse dejándolos a solas.
Ryssa se inclinó y cogió la toga del suelo antes de apretarla igual que una pelota.
—Me disculparía por él, pero no hay excusa que valga —bufó ella—. Sólo desearía poder haber usado ese argumento tuyo de antes. Poco saben ellos que a Apolo no podría importarle menos lo que yo piense. Pero ese será nuestro secreto, ¿vale?
Joseph se encogió de hombros cuando se apartó de la cama y tiró de la sábana rodeándose con ella para cubrir su desnudez de la mirada de su hermana.
—Sólo me quedaría atónito si Padre me mostrara otra cosa que desprecio.
Ella dejó escapar otro largo y triste suspiro.
—¿Debo conseguir una bandeja de comida para enviártela al baño?
Él negó con la cabeza.
—No tengo intención de ir allí otra vez.
—Tienes que bañarte.
No realmente. Quizás si olía lo bastante mal nadie lo molestaría ya. Pero no estaba dispuesto a discutir con su hermana.
—Deberías ir y descansar mientras Apollodorus no te necesite.
Ella le dio un gentil abrazo antes de marcharse.
Ryssa apenas había cerrado las puertas antes de que Artemisa saliera de las sombras.
Ella le sonrió.
—Di gracias, Artemisa.
—Sólo si puedo decirlo rechinando los dientes.
Se quedó boquiabierta como si no pudiera creer su enfado.
—¿No estás agradecido?
Joseph levantó las manos a modo de rendición.
—No quiero pelear contigo, Artie. Honestamente. Sólo quiero lamerme las heridas durante un rato.
Se materializó a su espalda y tiró de él contra sí.
—Yo puedo lamerlas por ti. —Ella hundió su mano para cubrirlo.
Encogiéndose por sus caricias, Joseph le apartó la mano del pene.
—Dado que ha pasado menos de una semana desde que me cortaron los huevos, Artemisa, no estoy de humor.  
Ella hizo un sonido de disgusto.
—No seas tan bebé. Ahora estás intacto. Celebrémoslo dándoles uso. —Le sopló ella al oído.
Joseph saltó alejándose. Naturalmente, ella lo siguió.
Sólo dale lo que quiere. De otro modo esto continuaría hasta el punto que se pusiera furiosa y probablemente lo atacara.  Preferiría que me arrancaran los ojos. Por supuesto, se regenerarían solos lo cual le hacía preguntarse si sus pelotas no habrían hecho lo mismo sin la ayuda de Artemisa.
Honestamente, no tenía sentido luchar en esto. No era como si no hubiera sido forzado a tener sexo con gente a la que detestaba antes. Todo un argumento que retrasaría lo inevitable y conseguiría que lo hirieran de nuevo.
Quizás también consigas librarte de ello lo más rápido posible.
Se volvió a mirarla.
—¿Dónde me quieres?
Las palabras apenas habían dejado sus labios antes de que se encontrara de espaldas, sobre su cama con ella desnuda encima de él.
—Te he extrañado, Joseph.
Él hizo una mueca cuando ella hundió los dientes en su cuello y entonces hizo lo que siempre hacía. Le dio placer y no tomó nada para sí mismo.
Ella ni siquiera se dio cuenta, excepto para decir que le gustaba cuando no estaban tan sucios como cuando lo estaban siempre que él eyaculaba. Ahora se recostó sujetándola mientras ella ronroneaba de satisfacción.
Y Joseph todavía estaba vacío por dentro.
Artemisa se sentó y se envolvió en una sábana.
—Mejor que regreses ahora. Hades está dando una fiesta en el templo de Zeus esta noche y tengo que hacer acto de presencia.
Él ni siquiera había tenido tiempo de abrir los labios antes de estar de regreso en su habitación a solas… Como un mueble desechado con el que estuvo para pasar el tiempo. Fue a lavar el tazón y vertió un poco de agua del cántaro para asearse y afeitarse, después se vistió.
Enfermo hasta el alma, consideró ir a los juegos, ¿Pero por qué preocuparse? Haría falta mucho más que eso para que lo hirieran interiormente. Y cuando miró alrededor de su prisión, su mirada cayó en el vino que Ryssa había comprado. Desafortunadamente no era lo bastante fuerte para llenar el vacío agujero que ardía.
Agarrando su bolsa de monedas y capa, dejó el palacio y fue a la calle donde todos los componedores estaban relegados. No le tomó mucho encontrar su viejo comerciante. Bajo y rellenito, el hombre era calvo con una boca llena de dientes podridos, y permanecía en la esquina en el exterior del peor burdel de la ciudad.
Euclid sonrió en el momento en que lo vio acercarse.
—Joseph, ha pasado mucho tiempo.
—Lo mismo digo. ¿Tienes alguna Hierba de Morfeo?
Él se relamió con avidez.
—Por supuesto que sí. ¿Cuánto quieres?
—Todo lo que tengas.
Arqueó una ceja ante eso.
—¿Tienes suficientes monedas?
Joseph le tendió su bolsa.
Impresionado, Euclid sacó un pequeño arco de madera del carro que para los no iniciados o ingenuos parecía contener sólo harapos. Le tendió a Joseph el arco para que lo inspeccionara. Joseph lo abrió y se llevó las hierbas a la nariz. La acre lavanda no era bastante para enmascarar la hierba que lo aliviaría.
Joseph lo cerró.
—Gracias. Necesitaré la cuerda y las ollas para ello también.
Euclid se las tendió a cambio de más monedas.
—Tendré más la próxima semana. Cualquier cosa que necesites, házmelo saber y si no tienes monedas para ello, seguro que los dos podemos llegar a un acuerdo. —Arrastró un sucio dedo bajando por el lado de la cara de Joseph.
No sabía por qué se ofendía. Después de todo, era una práctica común para las putas el ofrecer sus cuerpos a cambio de mercancía, pero por alguna razón eso lo cortaba profundamente.
—Gracias, Euclid.
Bajando la capucha, continuó su camino a través de los oscuros callejones de regreso al palacio y su habitación.
Allí en la oscuridad, abrió el arco y mezcló las hierbas. Cuán extraño que recordara la cantidad exacta a usar.
“Inhálalo chico. Esto hará que todo sea mucho más placentero para ti.”
Sus intestinos se encogieron al oír la voz de Estes en su cabeza. La primera vez que se la había dado, su tío lo había sujetado en el suelo y lo había obligado a respirarlo. Después de eso, Joseph había necesitado muy poca coacción. Su tío había tenido razón, esto lo hacía mucho más tolerable ya que apartada todo de su conciencia y pelea. Lo hacía un estúpido suplicante a cualquier acto degradante que quisieran realizar con él.
Quemó las hierbas y sopló hasta conseguir carbonizar ligeramente la cantidad correcta para los vapores fueran suficientemente potentes. Cerrando los ojos, cogió la máscara de arcilla y la mantuvo en la nariz, entonces inhaló hasta que todo el dolor se detuvo.
Con la cabeza a la deriva, se derrumbó sobre la cama y se tendió de modo que podía ver el techo inclinándose y girando.
¿Apostolos? ¿Dónde estás?
—Hola, voces —suspiró él. Siempre se hacían más fuertes cuando estaba en lo alto.
Queremos que vengas a casa, Apostolos. Dinos dónde encontrarte.
Él miró alrededor de la habitación y suspiró.
—Estoy en una habitación oscura.
¿Dónde?
Joseph se rió, entonces se enroscó sobre su estómago y gruñó ante la sensación de la áspera ropa contra su cuerpo. Dejó escapar una harapienta respiración cuando su pene se endureció. Artemisa se había deshecho de él demasiado pronto. La droga lo estaba poniendo increíblemente caliente.
Como siempre, a ella no le importaba lo más mínimo lo que él hiciera. Cada vez que iba a su cama, ella arrugaba la nariz desagradablemente. Por lo que para él era más fácil sólo joderla y darse placer a si mismo después cuando estaba a solas.
Jadeó bruscamente cuando la sábana rozó sus pezones. El placer era intolerable. Pero se negaba a tocarse a sí mismo.
No quería liberación ni ningún tipo de placer. Sólo quería paz.
Más que eso, quería ser acariciado por alguien que diera una mierda por él. Y ciertamente ese no era él.
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Mensaje por issadanger Dom 23 Mar 2014, 9:23 am

12 de Noviembre, 9528 A.C.
 
 
Joseph estaba sentado en su balcón, dejando que los helados vientos lo enfriaran cuando se dio cuenta de que su hermana estaba en la ventana observándole. Él le hizo un gesto para que entrara.
Los dientes empezaron a castañearle inmediatamente.
—Aquí fuera hace frío.
—Para mí se siente bien. —Él realmente estaba sudando.
Ryssa entrecerró los ojos sospechosamente cuando se acercó a él.
—¿Qué has hecho?
—No he hecho nada. Absolutamente nada. —Apenas tenía fuerza para comer.
Ella sacudió con furia la cabeza.
—Has estado tomando esas drogas otra vez, ¿verdad?
Joseph apartó la mirada.
Ella le agarró la cara y lo obligó a mirarla.
—¿Por qué harías tal cosa?
—No empieces conmigo, Ryssa.
—Joseph, por favor —dijo con voz forzada mientras lo soltaba—, te estás matando a ti mismo.
Lo deseaba. Bajando la mirada, giró la muñeca para ver la perfecta e intachable piel. No había rastro de los cortes que había seccionado su piel y sus venas.
—No puedo suicidarme. Los dioses saben que lo he intentado. No hay vía de escape para mí así que aquí estoy sentado, esperando el momento oportuno hasta que los dioses acaben con mi vida, mientras intento quedarme al margen del camino de todo el mundo.
Ella le cepilló el cabello apartándoselo de los ojos.
—Te ves terrible. ¿Cuándo fue la última vez que te bañaste?
Él la hizo a un lado, enfadado por la pregunta.
—La última vez que me bañé, fui acusado de violación y castrado. No te ofendas, prefiero oler.
Ella sacudió la cabeza.
—¿Cuándo fue la última vez que comiste?
—No lo sé. —Se rascó las barbudas mejillas—, ¿Cuál es la diferencia? No es como si Padre vaya a dejarme pasar hambre hasta morir. Comeré cuando tenga que hacerlo. Cuando ellos me obliguen.
Lo siguiente que supo, es que Ryssa lo alcanzó y le agarró la oreja y se la pellizcó con fuerza.
—Vas a comer ahora mismo.
—¡Ey! —Chasqueó Joseph, pero ella se negaba a dejarlo ir. Con un determinado agarre, lo sacó de la baranda y lo obligó a seguirla a la habitación. Era bastante más pequeña que él, que era casi el doble de su tamaño y tuvo que luchar para mantener sus frenéticos pasos—. Sabes que soy más grande que tú —le recordó él.
—Sí, pero yo soy más mezquina y loca. —Soltó su mano de un tirón, dándole un último aguijonazo a su lóbulo.
Frunciendo el ceño, se frotó la oreja.
Ella indicó su tocador donde había un plato con fruta, pan y queso esperando.
—Siéntate y come. ¡Ahora!
—Sí, Su Majestad.
Cuando Joseph se estiró por un trozo de queso, captó su reflejo. Los ojos hundidos, teñidos de rojo miraban fijamente a un hombre desaliñado. La barba esta andrajosa, el pelo corto desgreñado. Se veía más como un anciano que como un joven.
Estaba bien, se sentía tan viejo como parecía. Apartando la mirada, se llevó el queso a la boca mientras Ryssa le servía una copa de vino.
Le dejó para caminar a la puerta que conducía al cuarto de la doncella.
—¿Nera? ¿Podrías prepararme un baño en mi habitación? Y encuéntrame una navaja de afeitar.
Joseph no habló mientras comía. Honestamente, estaba hambriento. Las doncellas no le habían traído comida y no se atrevía a ir a buscarla por sí mismo dada la manera en que su padre había reaccionado la última vez que lo encontró cerca de la cocina y el comedor.
Cuando Ryssa regresó, estaba sosteniendo a Apollodorus. El bebé sonrió al momento en que vio a Joseph y se estiró hacia él.
Incapaz de negarse, Joseph lo cogió en sus brazos.
—Saludos, sobrino. ¿Cómo has estado?
Él gorjeó en respuesta.
Joseph levantó la mirada hacia Ryssa quien sostenía paños para un pañal.
—Ha crecido desde la última vez que lo vi.
—Sí, lo ha hecho.
Joseph observó el escaso pelo del bebé.
—También te estás quedando calvo.
Ryssa se rió repentinamente.
—Tú hiciste lo mismo. Todo el pelo negro se te cayó y entonces se te volvió rubio.
Apollodorus se estiró y le tiró de la barba.
Joseph le tendió el bebé a Ryssa.
—Estoy demasiado sucio para sostenerle.
—A él no le importa. Sólo está encantado de ver a su tío otra vez. Te ha extrañado.
Él también lo había extrañado.
Joseph abrazó al bebé más aún mientras mirada a su hermana.
—Esto es injusto, Ryssa. Sabes lo que me ocurrirá si padre siquiera me encuentra aquí. Y si me ve cerca de Apollodorus…
Ella colocó una mano sobre su hombro.
—Lo sé, Joseph.
La puerta se abrió para dejar entrar a las sirvientas que traían una enorme tina de agua caliente. Ryssa cogió al bebé mientras Joseph comía más.
Una vez el baño estuvo listo, lo dejó solo.
Con más entusiasmo del que quería, Joseph se hundió en la humeante agua caliente y suspiró. Había pasado mucho tiempo desde que se había dado un baño y casi había olvidado cómo se sentía. Incluso así, no le importaba el riesgo.
—Te quiero, Ryssa —susurró.
Era la única que realmente se preocupaba por él. Artemisa lo quería como amante, pero era una diosa y el suyo era un amor egoísta… muy parecido al de Estes. Por tanto tiempo como él la complaciera, ella sería amable. Le concedía que ella daba más de lo que Estes había dado jamás, pero todavía tenía límites sobre lo que hacía.
Lo que más lastimaba de Artemisa eran los recuerdos de cómo habían sido en el comienzo. Anhelaba esa inocencia en su pasado. Aquel sentimiento de que él había significado algo para ella…
Intentando no pensar en ello, se estiró por la navaja que finalmente rasuró sus barbudas mejillas. Una vez terminó, se arrastró fuera de la tina y alcanzó sus ropas limpias.
Después de vestirse, llamó a la puerta de la doncella.
—He terminado. Gracias.
Ryssa se unió entonces a él antes de cerrar la puerta de modo que la doncella no pudiera oírles.
—Por favor, no tomes más drogas, Joseph. No me gusta lo que te hacen —la preocupación en sus pálidos ojos azules lo escaldaron.
—Las dejaré.
—¿Lo prometes?
Él asintió.
—Pero sólo por ti.
Ella le sonrió.
—Te ves mucho mejor. Siempre que quieras darte un baño, ven aquí y haré que te preparen uno. —Se alzó sobre las puntas de los pies para abrazarle.
Joseph la apretó, retirándose después. Había permanecido allí ya demasiado tiempo. Ambos sabían era demasiado riesgo para él estar en sus aposentos mientras el resto de la casa estaba despierta.
Entrando a su habitación otra vez, se quedó mirando el arco de Raíz de Morfeo que estaba sobre la mesa.
Tíralo.
No, no podía. Enfermaría otra vez si lo dejaba de golpe. Su existencia era lo bastante miserable sin eso. Haría lo que le había prometido a Ryssa. Se limpiaría de eso.
—¿Joseph?
Se tensó ante la voz de Artemisa. ¿Cómo sabía el preciso momento para venir a verle?
Bien mirado, era una diosa.
—Buenos días, Artie.
Apareció tras de él y le pasó un brazo alrededor de la cintura.
—Mmm, hueles bien.
Era por el baño mezclado con las drogas.
—Acabo de bañarme.
Retrocediendo, frunció el ceño ante él.
—Te ves extraño. ¿Estás enfermo?
—No.
—Entonces ven. Estoy de humor para bailar.
¿Acaso tenía elección? Pero no estaba de humor para desafiarla. Estaba aprendiendo a evitar las palizas y disfrutaba de ello.
Artemisa lo llevó a su templo. Joseph se animó brevemente cuando vio lo que ella había hecho. Había velos por todo el lugar mientras la música tocaba muy bajo. Se había ordenado un pequeño banquete.
La miró con el ceño fruncido.
—¿Qué es esto?
Ella le ofreció una tierna sonrisa.
—Ha pasado algún tiempo desde que estuvimos juntos. Quería que esta fuese una noche especial. ¿Te gusta?
Estaba demasiado sorprendido para pensar.
—¿Hiciste esto por mí?
—Bueno, la verdad es que no organizaría una velada romántica para mi hermano o una de mis koris —fue a la mesa y levantó una cajita—. E hice que Hefesto hiciera esto para ti.
Joseph estaba completamente atónito mientras se quedaba mirando la caja y lo que eso significaba. Aquello estaba tan lejos de su carácter que por un momento se preguntó si alguien le habría golpeado en la cabeza.
—¿Tienes un regalo para mí?
—Bueno, quería algo para reemplazar el anillo. No puedes llevártelo contigo, pero puedes dejarlo aquí y usarlo cuando me visites.
Con curiosidad, abrió la caja para encontrar un par de brazaletes de oro.
Artemisa le apretó el antebrazo.
—Es para tus muñecas siempre que cacemos. Nunca dices nada, pero sé que la cuerda del arco te araña la muñeca cuando disparas. Te protegerán la piel y se asegurarán de que las flechas vuelen siempre en la dirección correcta.
Era un pensamiento tan increíble y le recordaba lo fácil que había sido darle su corazón. ¿Por qué no sería siempre de esta manera?
—Gracias, Artie.
—¿Te hace feliz?
Ella era casi infantil en su esfuerzo por complacerle. Joseph  le retiró el pelo de la cara de modo que pudiera besarle la mejilla.
—Me hace más que feliz.
—Bien. Has estado tan triste últimamente y no me gusta cuando estás triste.
¿Entonces por qué hacía cosas que lo molestaban? No lo entendía, pero ella ahora lo estaba intentando. No iba a echarle el pasado en cara.
Le tendió la mano.
—¿Bailamos?
Sonriendo, tomó su mano y le permitió hacerla girar. Su risa llenó sus oídos.
Joseph deseó sentir desesperadamente su alegría. Pero no había nada en él excepto un fugaz sentimiento de alivio de que ella no lo tirara al suelo y saltase sobre él. Por supuesto todavía estaba atontado por los restos de la raíz de Morfeo que había tomado hacía un par de horas. Esta era la parte donde su cuerpo estaba calmado y podía funcionar sin estar caliente o mareado.
Artemisa apoyó la cabeza contra su pecho y suspiró mientras se balanceaban al compás de la música.
Los dioses sabían cuánto deseaba volver a hacerle el amor. Pero estaba asustado por desearlo. Cada vez que bajaba la guardia, ella le hacía daño. Si al menos reconociera ante el mundo que eran amigos. O le permitiera saber que realmente significaba algo para ella.
Tragó saliva deseando que ella reconociera su amistad.
—¿Artie?
—¿Sí?
—¿Pasarías conmigo todo el día de mañana?
Ella sonrió con cara de felicidad.
—Puedo recogerte por la mañana.
—Aquí no. En Didymos.
Se alejó de él.
—No sé, Joseph. Alguien podría vernos.
Siempre acababan igual.
—Puedes tomar otra forma. No tienes que parecer tú.
Ella dejó escapar un suspiro frustrado.
—¿Por qué es tan importante para ti? ¿Por qué no quedarte aquí conmigo?
No lo digas...
 Pero no pudo evitarlo. Las drogas no le dejaban sujetar la lengua.
—Aquí no me siento humano.
Ella frunció el ceño.
—¿Qué?
Joseph se alejó de ella indeciso. Parte de él no quería decirle la verdad, pero la otra estaba enferma de ocultárselo.
—Estar aquí hace que me sienta como una mascota. Es como vivir en la casa de mi tío en la Atlántida. No se me permite dejar tu dormitorio a menos que estés conmigo. No puedo salir a fuera sin tú permiso. Es degradante.
—¿Degradante? —Lo miró con los ojos entrecerrados—. Estás en el templo de una diosa del Olimpo. ¿Cómo en nombre de Zeus puedes sentirte degradado por eso?
Tú. Puta. Dado su tono, las palabras eran intercambiables. Se le clavaron igual que un cuchillo atravesándole el corazón.
—Perdóname, akra. No estoy en posición de hacerte peticiones.
Ella curvó el labio.
—Oh, deja ya ese tono lloriqueante. Odio cuando haces eso. Sólo márchate.
Fue inmediatamente lanzado de regreso a su habitación. Echó un vistazo alrededor del simple mobiliario y las oscuras sombras.
—Estoy tan enfermo de todo esto…
Desesperado porque pasara algo cogió la capa y salió del palacio, a la ciudad. No paró hasta que llegó a casa de Merus y Eleni. La luz del hogar parpadeaba tras las persianas cerradas y se los imaginó a los dos dentro, riendo y bromeando.
Una familia.
Conocía la palabra, pero la verdad es que no comprendía el significado. No sabía cómo sería ser recibido en el hogar. Saber que ahí fuera había una persona que moriría por él.
Aquí nunca encontrarás esa sensación.
Joseph recorrió con la vista la calle vacía y recordó el día en que su padre le había echado de la casa de Estes. Había vagado durante meses intentando encontrar un sitio donde descansar. Había intentado encontrar trabajo. Todos se negaron a dárselo. Al menos para cualquier otra cosa que no fuera prostituirse.
Eres tan guapo... Démosle un buen uso a ese cuerpo...
Se estremeció ante los amargos recuerdos que le obsesionaban.
Quiero salir de aquí.
E intentó buscar una salida. Fue de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo y en todas partes era lo mismo. No tenía a dónde ir ni a nadie que le quisiera por más tiempo del que se necesitaba para follarle. La única razón por la que había vuelto había sido el recuerdo de su hermana y el verano en que se sintió como una persona y no como un objeto.
Con el estómago revuelto levantó la vista hasta el palacio sobre la colina que brillaba como una estrella mágica.
Y aún, aquellas voces talantes le susurraban.
Ven con nosotros, Apostolos. Ven a casa...
Joseph se rió con amargura.
—¿Para qué? ¿Para que podáis joderme como todos los demás?
No tenía sitio donde ir. No había liberación para su tormento. La única razón que tenía para seguir viviendo eran las dos únicas personas que no le juzgaban.
Ryssa y Apollodorus. Que los dioses se apiadaran de él si los perdía. Nunca sería capaz de seguir viviendo si ellos abandonaban este mundo sin él.


 
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Mensaje por issadanger Dom 23 Mar 2014, 9:32 am

18 de Febrero, 9527 A.C.
 
No sé que hay entre tú y ese niño, pero eres la niñera más asombrosa que he visto.
Joseph se rió ante el comentario de Ryssa cuando cogió a Apollodorus de entre sus brazos. Ninguno de los dos podía entender por qué la presencia de Joseph calmaba a su sobrino, pero no se podía negar que cada vez que Apollodorus estaba inquieto se calmaba inmediatamente ante la presencia de Joseph. De hecho, Ryssa había empezado a dejarle el niño cada noche para poder dormir.
—Sabes que puedes dejarle conmigo siempre que quieras. Creo que nos llevamos bien porque los dos funcionamos al mismo nivel. —Joseph alborotó el pelo de su sobrino.
Sonriendo, Ryssa arropó con la manta a Apollodorus.
—Gracias a los dioses que te tengo. No sé qué haría sin que me ayudaras con él.
Un instante después, las puertas de la habitación de Joseph se abrieron de golpe. Seis guardias irrumpieron en la habitación y le sujetaron contra el suelo.
—¿Qué es esto? —Preguntó Ryssa.
No contestaron. Joseph luchó contra ellos pero, al final, le engrilletaron mientras el niño lloraba protestando.
—¡No ha hecho nada! —Gritó Ryssa mientras les seguía fuera de la habitación bajando al vestíbulo.
No pararon hasta llegar a la sala del trono y le pusieron de rodillas a la fuerza ante su padre y Nick que estaban sentados muy engreídos en sus tronos mientras le miraban con desdén.
Joseph les miró con los ojos llenos de odio.
—¿Por qué estoy aquí?
Su padre bajó del trono rugiendo de ira.
—Tú no me preguntas a mí, traidor.
Joseph, aturdido, no pudo ni siquiera parpadear durante todo un minuto.
—¡Padre! —Dijo Ryssa con brusquedad—, ¿Has perdido el juicio?
Su respuesta fue cruzarle la cara a Joseph.
—¿Dónde estabas anoche?
Joseph jadeó del dolor que explotó en la mejilla y en el ojo. Había estado con Artemisa, pero eso no se atrevía a decírselo a su padre.
—Estuve en mi habitación.
Su padre le abofeteó otra vez.
—Mentiroso. Tengo testigos que te vieron en un burdel planeando mi muerte.
Asombrado, no pudo ni siquiera responder. Todo lo que podía hacer era mirar a Nick y la temerosa luz en los ojos del príncipe le dijeron exactamente quién había estado en el burdel.
—No he hecho tal cosa.
Su padre le pegó de nuevo antes de volverse hacia los guardias.
—Torturadle hasta que decida decirnos la verdad.
Joseph gritó su inocencia mientras luchaba con los guardias que le sujetaban.
—¡No, padre! —Ryssa se lanzó hacia delante.
El rey se volvió hacia ella con un gruñido animal.
—No vas a salvarle esta vez. Ha cometido traición y no voy a permitir que eso quede sin respuesta.
Con el aliento entrecortado, Joseph, sujeto por los guardias, encontró y sostuvo la mirada de Nick. ¿Cómo podía su hermano planear la muerte de un hombre que besaba por donde él pisaba? Habría matado por tener sólo una mínima parte del amor que Nick desdeñaba.
Pero no había necesidad de pedir clemencia. Su padre ya había tomado una decisión. Sólo Joseph, el bastardo, podía ser el traidor. Nick nunca. La única persona que podía exonerarle era Artemisa. Y ella moriría antes de admitir abiertamente que había estado con él en su templo la noche antes.
Joseph fue arrastrado fuera de la sala del trono y llevado a los calabozos de la parte de abajo.
Aunque luchó con los guardias cada peldaño del camino no fue suficiente para evitar que le quitaran la ropa del cuerpo y le encadenaran en el bloque de interrogatorios. La piedra de granito le heló hasta los huesos. Había manchas de sangre en la piedra y sin duda su propia sangre se mezclaría pronto con la de los que habían sido torturados y muertos antes que él.
Cerrando los ojos, Joseph intentó pensar en algo, cualquier cosa que le protegiera de lo que estaba por venir. Pero cuando el interrogador se acercó, supo que no había nada que pudiera hacer.
Nada iba a salvarlo de esto.
—El rey quiere los nombres de todos los que estuvieron contigo.
Joseph se estremeció de dolor ante lo que vendría cuando dijera la verdad.
—No he estado con nadie.
Pasó un látigo de acero al rojo por el pecho de Joseph.
Joseph gritó al darse cuenta de lo imposible que iba a ser todo esto.
 
Ryssa estaba aterrorizada cuando volvió a su habitación y cogió a su hijo que lloraba de los brazos de la niñera. ¿Qué iba a hacer?
Al contrario que su padre, sabía quién era el verdadero traidor. Si los testigos habían visto a alguien alto, rubio y que se parecía a Joseph, ese era Nick. Joseph no tenía nada que ganar matando al rey como no fuera la venganza y no era esa clase de persona.
Sin mencionar que a Joseph nunca se le veía descubierto en público y especialmente no en un burdel. Si hubiera sido así, aún estaría allí, sacudiéndose de encima a la gente.
—¿Qué has hecho, Nick? —Susurró a través del nudo que tenía en la garganta.
¿Por qué conspiraría contra su propio padre? Entonces lo supo, la historia de la humanidad estaba escrita por hijos que querían más y estaban dispuestos a hacer cualquier cosa para conseguirlo. Aún así, había pensado que Nick estaba por encima de tales maquinaciones. ¿Quién había envenenado su mente?
—Tengo que encontrar a Artemisa. —No había nadie más que pudiera ayudarla a salvar a Joseph.
Ryssa se dirigió a su puerta para salir pero antes de que hubiera dado tres  pasos las puertas se abrieron en entraron los mismos guardias que habían arrestado a Joseph.
—Vuestra alteza, hemos de llevaros para que os interroguen.
Se le heló el corazón ante esas palabras.
—¿Interrogarme? No puede ser.
Pero sí que lo era. Rodeándola la llevaron al cuarto de guerra de su padre, donde la esperaba junto con Nick.
Se dirigió a ambos la más fría de las miradas que pudo esbozar.
—¿Qué es todo esto, Padre?
Nunca había parecido tan viejo como en estos momentos. Sus hermosos rasgos estaban tensos con la tristeza.
—¿Por qué me traicionarías, Hija?
—Nunca he hecho nada para traicionarte, Padre. Nunca.
Él movió la cabeza.
—Tengo un testigo que ha llegado ante mí y ha dicho que estabas con Joseph anoche.
Le lanzó una mirada asesina a Nick.
—Entonces están mintiendo como mintieron con respecto a Joseph. Yo estaba con Apolo anoche. Convócale y compruébalo.
La cara de Nick se puso blanca.
Así que también había pensado deshacerse de ella. No podía creer la estupidez de su padre en lo que a Nick concernía.
El alivio se extendió por el ceño de su padre.
—Me alegra que se hayan equivocado, gatita —posó la mano gentilmente en su cara—. El sólo pensamiento de mi amada hija traicionándome...
¿Y su amado hijo?
Miró más allá de su padre y vio a Nick con los ojos clavados al suelo.
—Joseph es inocente.
—No, niña. Esta vez no. Tengo demasiados testigos que le vieron allí.
¿Cómo podía hacerle ver la verdad?
—Joseph nunca estaría en un burdel.
—Por supuesto que sí. Trabaja en uno. ¿Dónde más podría ir?
A cualquier sitio menos ahí. Joseph odiaba cada minuto que pasa en aquellos sitios.
—Por favor, Padre. Ya le has hecho bastante. Déjale en paz.
Él negó con la cabeza.
—Hay un nido de víboras a mi alrededor y hasta que no descubra los nombres de cada uno con los que habló no cejaré.
Las lágrimas llenaron sus ojos al darse cuenta de la pesadilla por la que iban a hacer pasar a Joseph. Otra vez.
—Los sacerdotes dicen que Hades reserva un lugar especial en el Tártaro para los traidores. Estoy segura de que el nombre real de tu traidor ya ha sido grabado allí mientras hablamos.
Nick se negó a mirarla.
Así que volvió a mirar a su padre.
—Todos estos años, Joseph sólo ha buscado tu amor, Padre. Un momento en que le miraras con otra cosa que no fuera odio ardiendo en tus ojos. Nada más que una palabra amable y cada vez le has negado y le has hecho daño. Has destrozado al hijo que sólo quería amarte. Libérale antes de que le hagas un daño irreparable, te lo ruego.
—Me ha traicionado por última vez.
—¿Traicionado? —Preguntó, profundamente herida por su razonamiento—. Padre, no puedes creer algo así. Lo único que pretende es estar fuera de tu vista.  Que no te des cuenta que está cerca. Se encoge cada vez que se pronuncia tu nombre. Si dejaras de ser tan ciego durante un minuto, verías que nunca se mezcla con la gente y que nunca te ha traicionado.
—¡Era una puta! —Rugió.
—Era un chico que tenía que comer, Padre. Su propia familia le repudió. Le traicionaron los que debían haberle protegido de cualquier mal. Yo estaba allí cuando nació y recuerdo cómo todos vosotros le volvisteis la espalda.  ¿Lo recuerdas? ¿Recuerdas siquiera cuando le rompiste el brazo? Tenía sólo dos años y casi no sabía hablar. Se acercó para abrazarte y tú le empujaste tan fuerte que le rompiste el brazo como si fuera una ramita. Cuando gritó le abofeteaste y te alejases.
—Y por eso, ha planeado tu asesinato, Padre. —Nick intervino por fin—. No dejes que una mujer te aleje de lo que debe hacerse. Las mujeres son nuestra mayor debilidad. No acosan con nuestras culpas y nuestro amor por ellas. ¿Cuántas veces no me lo has dicho? No puedes escucharlas. Piensan con el corazón y nosotros con el cerebro.
La cara de su padre se volvió de piedra.
—No dejaré que se salga con la suya esta vez.
Las lágrimas corrieron libremente por su cara ante la ceguera de su padre.
—¿Esta vez? ¿Cuándo has dejado que Joseph se saliera con la suya?
Se sacudió las lágrimas de los ojos e intentó hacerle razonar.
—Guárdate de la víbora en tu armario. ¿No es otra de las cosas que dices siempre, Padre? —Le lanzó una significativa mirada a Nick—. La ambición y los celos están en el corazón de todos los traidores. La única ambición de Joseph es permanecer fuera de tu vista y si estuviera celoso, no sería de ti. Pero sé de otro cuya vida mejoría inmensamente si tu no estuvieras.
Su padre la abofeteó.
—¿Cómo osas implicar a tu hermano?
—Ya te lo dije, Padre. Me odia. No me sorprendería si también se hubiera acostado con la puta.
Ryssa se quitó la sangre de los labios.
—La única persona de esta familia que sé que se acuesta con putas eres tú, Nick. Me pregunto si Joseph fue supuestamente visto en tu burdel favorito... —Con estas palabras salió de la habitación hacia la calle.
—¡Dejadnos!
Joseph apenas reconoció el sonido de la voz de su padre a través del pulsante y atroz dolor. Ninguna parte de su cuerpo había sido respetada o dejada sin violar. Le dolía incluso parpadear.
Una vez que el cuarto estuvo vacío, su padre se aproximó donde yacía en el bloque de piedra.
Para su completo desconcierto, su padre le acercó un cazo con agua para que bebiera.
Joseph se encogió de dolor esperando que el rey le hiriera con el cazo. No lo hizo. En realidad, su padre le levantó la cabeza y le ayudó a beber. Salvo por el hecho de que podría matar a Nick, pensó que podría estar envenenada.
—¿Dónde estuviste anoche?
Joseph sintió que una lágrima solitaria se deslizaba por el borde del ojo al escuchar la pregunta que le habían hecho una y otra y otra vez. Lo salado de la lágrima escoció en la herida abierta de su mejilla cuando cogió aliento de forma entrecortada y agónica.
—Dime qué quieres que diga, akri. Dime qué es lo que evitará que sigan haciéndome daño.
Su padre estrelló el cazo contra la piedra al lado de la cara de Joseph.
—Quiero los nombres de los hombres con los que estuviste.
No sabía los nombres de los senadores. Raramente le decían su nombre después de haberle follado.
Joseph sacudió la cabeza.
—No estuve con nadie.
Su padre enterró la mano en su pelo y le forzó a mirarle.
—Dime la verdad, maldita sea.
Perdido en el dolor, Joseph luchó por inventar una mentira que su padre pudiera creer pero, al igual que con el interrogador, volvió a la simple verdad.
—No he hecho nada. No estuve allí.
—Entonces, ¿Dónde estuviste? ¿Tienes algún testigo de tus andanzas?
Sí, pero ella nunca se presentaría. Si en vez de él fuera Nick... Pero no, Artemisa nunca apoyaría a una despreciable puta como él.
—Sólo tengo mi palabra.
Su padre rugió de ira. Se acercó pero antes de que pudiera alcanzarle, se quedó congelado.
Joseph contuvo el aliento mientras intentaba comprender qué estaba pasando. Un instante después Artemisa apareció a su lado.
Asombrado, no pudo hacer otra cosa que mirarla.
—Tu hermana me dijo de lo que te acusaban. No te preocupes, tu padre no recordará nada de esto. Y tú hermano tampoco.
Joseph tragó mientras trataba de entender lo que le estaba diciendo.
—¿Me estás protegiendo?
Ella asintió. Un instante después, estaba de vuelta en su habitación y curado. Joseph yacía de espaldas en su cama, más agradecido de lo que las palabras podían expresar. Pero aún así, no se mitigaba el dolor que había soportado. Ni tampoco ocultaba el hecho de que Nick estaba planeando destronar a su propio padre.
¿Qué iba a hacer?
Artemisa se materializó a su lado. Su expresión era triste al retirarse el pelo de la cara.
—¿Ryssa nos recordará? —Le preguntó.
—No. De ahora en adelante ni siquiera recordará que tú y yo nos conocemos. Quizás debería haberlo hecho antes. Pero parecía que podía tener la boca cerrada. Ahora no tendré que preocuparme por eso.
Era lo mejor.
Miró a Artemisa asombrado por lo que había hecho. No, no le había apoyado, pero le había salvado. Era un gran paso adelante desde la última vez que le había dejado a merced de sus “atenciones”.
—Gracias por venir a por mí.
Ella posó la mano en su mejilla.
—Me gustaría poder llevarte lejos de aquí.
Era la persona que podía hacerlo. Pero su miedo era demasiado grande. Quizás tenía razón. ¿Qué bien le haría echarse a perder por él?
No lo merecía.
Joseph la besó en los labios aunque interiormente seguía helado. No tenía dónde ir y estaba cansado de estar aquí donde la gente le odiaba.
Nick…
En un abrir y cerrar de ojos la respuesta más clara vino a él. ¿Por qué no había pensado antes en ello?
Alejándose de Artemisa, le sostuvo la mano.
—Deberías irte antes de que alguien irrumpa aquí dentro.
—Te veré mañana.
—No si podía evitarlo.
—Hasta mañana.
Joseph observó como ella se desvanecía y al segundo de haberse ido, inmediatamente hizo planes para lo que estaba por venir.
Su padre se negaría a dejarle morir tanto tiempo como su vida estuviera atada a la de Nick y Nick estaba planeando la muerte de su padre.
La respuesta era simple. Si él mataba a Nick, su padre estaría a salvo y él sería libre.

Paz. Finalmente tendría paz.
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Mensaje por issadanger Dom 23 Mar 2014, 9:39 am

 
19 de Febrero, 9527 AC


            J
oseph esperó hasta que el palacio estuvo completamente en silencio. En menos de una hora el sol se levantaría…
Nick y él, ambos estarían muertos. El mero pensamiento le acarreó más dicha que cualquier cosa que pudiera imaginar.
Más que ansioso, sostuvo con firmeza la daga, pasando a los guardias y deslizándose por la puerta de la habitación de Nick. La cerró suavemente. Como una sombra, recorrió el camino hacia la mullida cama de plumas donde su hermano dormía. Pesadas cortinas colgaban para proteger al heredero de la traviesa brisa.
Pero no lo podían proteger de Joseph.
Con la mirada sombría, Joseph apartó las cortinas. Desnudo, excepto por su collar con el emblema real, dormía sobre su costado, completamente vulnerable.
Todos esos años de abuso, de burla, atravesaron su mente, así como el recuerdo de la forma en que prefería verlo castigado por el acto de traición que él había cometido.
Levantó la daga. Una incisión… un corte…
Paz.
¡Hazlo!
Comenzó a descender lentamente, entonces se detuvo antes de hacer contacto con la garganta del príncipe.
Silenciosamente, se maldijo cuando se dio cuenta de la verdad sobre él. No podía hacerlo. No a sangre fría. No sin piedad.
Disgustado, dio un paso atrás dándose cuenta de que era un cobarde.
No, no era un cobarde. No importaba qué hubiera sucedido en su pasado. Eran hermanos. Gemelos. No podía matar a su hermano. Aún cuando el bastardo se lo merecía.
Tú dolor no se detendrá hasta que lo hagas.
Él no mostraría tanta misericordia.
Era verdad. Prefería verlo golpeado, castrado, incluso muerto si su padre fuera capaz de hacerlo.
Nick no tenía piedad, ni lástima, ni siquiera compasión, y si permitía que viviera, el abuso hacia Joseph continuaría. Y probablemente empeoraría cuando Nick asesinara a su padre. Y una vez que su padre no estuviera, lastimaría a Ryssa.
Ya había hecho esas amenazas. Repetidamente.
Podría asesinarla con impunidad. La sangre de Joseph se congeló ante esa realidad. Si no lo hacía por él, lo haría para proteger a su hermana y su hijo.
Nick tenía que morir.
—Perdóname, hermano —susurró un instante antes de apuñalarlo en el corazón.
Nick jadeó mientras sus ojos se abrían. Joseph se tambaleó hacia atrás, dentro de las sombras mientras su hermano trataba de arrastrarse fuera de la cama. Cayendo al piso, colapsó mientras la sangre manaba de la herida y anegaba el suelo.
Respirando con dificultad, Joseph esperó a que la muerte también lo reclamara.
No sucedió, y con cada latido del corazón, el pánico comenzó a crecer.
Se sentía como siempre. ¿Cómo podía ser eso?
Tal vez Nick no estaba muerto. Aterrorizado de sólo haberlo herido, fue hasta él y presionó la mano contra su cuello. No había pulso alguno. Ningún movimiento u otro signo de vida. Volteando el cuerpo, observó que la piel y los labios se tornaban azules, los ojos abiertos y fijos.
Nick estaba muerto.
Y él aún vivía.
Horrorizado, corrió hacia la puerta y por el pasillo de regreso a su habitación, pasando a los adormilados guardias. ¡No!. La palabra hacía eco en su mente una y otra vez mientras trataba de entenderlo. Si él moría, Nick moría. Si Nick moría…
¿Nada le pasaba? ¿Cómo podía ser esto?
¿Por qué los dioses harían algo así? No tenía ningún sentido.
Asesinaste a tu propio hermano. Tu gemelo.
Se apoyó contra la puerta cerrada mientras un horror absoluto se apoderaba de él. Ellos podrían asesinarlo si se enteraran de la verdad. Su padre no perdonaría esto. Lo desgarrarían…
Súbitamente, una alarma sonó en el palacio mientras los guardias se gritaban unos a otros, clamando en el pasillo.
Ya han descubierto el cuerpo. ¡Dioses ayúdenme!
Alguien golpeó a su puerta.
—¿Joseph?
Era Ryssa. Abrió la puerta para verla ahí, pálida y con el cabello desordenado. Vestía una capa roja sobre el vestido azul.
—Quería estar segura que estabas bien. Alguien trató de matar a Nick esta noche.
¿Trató?  No, él había tenido jodidamente éxito.
—¿Qué quieres decir?
Antes que pudiera contestar, lo vio detrás de Ryssa, la cara enrojecida por la furia mientras guiaba a los guardias en una búsqueda por las habitaciones.
 —¡Encuentren a mi atacante! Lo quiero ahora. ¿Me escuchan? ¡Busquen en cada esquina hasta que den con él!
Joseph parpadeó con incredulidad.
¿Nick estaba vivo? No estaba preparado para lo que eso significaba. Nick había resucitado.
¿Por qué?
Ryssa sacudió su cabeza.
—¿Has visto a alguien?
—Estaba en mi habitación —mintió.
Como si lo sintiera, Nick se congeló y luego giró hacia él. A pesar de estar cubierto de sangre no había rastro de la herida que lo había asesinado.
—¡Guardias! —Rugió.
Joseph retrocedió con temor.
Nick lo apuntó.
—Resguárdenlo. Mi atacante podría descubrir que para asesinarme tiene que asesinarlo a él primero. Quiero que alguien resguarde su espalda a todas horas.
Si tan sólo su hermano supiera… Gracias a los dioses que no era así.
—Qué noche horrible —dijo Ryssa. —Mejor voy con Apollodorus. Sé que toda esta conmoción lo asustará.
Joseph no se movió hasta que ella se marchó. A través de una rendija en la puerta, pudo observar a los guardias irrumpiendo en el vestíbulo e inspeccionando las habitaciones. Su hermano estaba vivo. No podía dejar pasar ese hecho.
Así que sus vidas no estaban realmente enlazadas. Al menos no en un sentido tradicional. Si moría, Styxx moría. Si su hermano moría… no había ningún efecto en él.
Su padre estaba en lo correcto. No era normal.
¿Por qué los dioses lo protegerían a él y no a Nick? No tenía ningún sentido.
Retirándose a la habitación, decidió esperar a que terminara la búsqueda y que la casa estuviera en silencio otra vez. Una vez que fuera seguro podría marcharse sin ser visto. Se envolvió con el manto y se encaminó a las oscuras calles.
Se mantuvo escondido mientras mantenía el rumbo a través de los callejones hacia el templo de Apolo. Una vez allí, golpeó la puerta.
—Estamos cerrados.
—Vengo de la casa real —dijo Joseph forzadamente. —Es imperativo que vea al oráculo.
La puerta se abrió parcialmente hasta que el viejo sacerdote vislumbró su rostro. La conducta cambió de inmediato a una de sumisión.
—Príncipe Nick, perdóname. No me había dado cuenta que eras tú.
Joseph no se molestó en corregirlo. Por una vez, dio gracias que fueran gemelos.        
—Llévame al oráculo.
Sin más vacilaciones, el sacerdote lo guió a través del camino lleno de columnas a la parte de atrás, a las pequeñas habitaciones que estaban reservadas para los sacerdotes y asistentes. La habitación del oráculo era ligeramente más grande que las otras. Estaba vacía y desolada con sólo una pequeña cama de paño rayado.
—¿Señora? —Llamó el sacerdote mientras se acercaba a la cama. —El príncipe desea hablar unas palabras con usted.
Una mujer rubia, que no podía tener más de quince años se sentó en la cama y con ayuda del sacerdote se puso de pie, caminando hacia él. Por la manera en que se movía, Joseph supo que estaba drogada. Notablemente.
El sacerdote la condujo hasta una alta silla que estaba asentada sobre una fuente de vapores. Por el aroma, adivinó que contenía Raíz de Morfeo mezclada con Ripsi Opsi, un componente que creaba fantásticas alucinaciones. Era algo que había tomado sólo una vez después que Euclides cantó sus alabanzas, pero eso había sido suficiente. Lo había dejado con delirios y pesadillas durante dos días.
—Déjanos —le espetó ella al sacerdote. —Conoces la ley.
Él se retiró instantáneamente.
La chica tiró el manto sobre su cabeza y agregó más agua a la ebullición de hierbas para que ahumaran más.
 —Tú no eres el príncipe.
Joseph frunció el ceño.
—¿Cómo sabes eso?
—Yo lo sé todo —dijo ella vilmente. —Soy el oráculo y tú eres el primogénito maldito que el rey niega.
Esto último no era de conocimiento común, lo que le hizo creer en sus habilidades.        —Entonces dime porqué estoy aquí.
Ella aspiró los vapores y se retorció sobre el taburete como si escuchara las mismas voces que lo atormentaban. Cuando abrió los ojos, los clavó en él como lanzas.
 —No puedes matarlo. Está prohibido para ti morir.
—¿Por qué?
Inhaló otra vez. Los ojos se volvieron de una brillante sombra dorada.
—En la marca del sol yace una incisión de plata. No una, ni dos, sino tres veces. La marca del padre a la derecha, la de la madre a la izquierda y en el centro está la de quien une a los dos. Tres vidas entrelazadas. Tú eres lo que eres aunque todavía no lo sabes. Lo harás. Se acerca el día en que tu destino se manifestará. Camina con coraje y escucha. El tuyo es un nacimiento de dolor, pero uno de necesidad. Akri di diyum…
El Amo y Señor regirá…
Ella lo alcanzó y posó la mano en su hombro.
—Tu voluntad creará las leyes del universo.
—¿Qué estás diciendo?
—Quien lucha con su destino perderá. Abraza tu destino, Joseph. Cuanto más dura es la lucha más doloroso es el nacimiento. —Ella se desmayó.
Apenas pudo asirla antes que cayera al suelo. Cargándola en brazos la llevó hasta la cama y la recostó. Continuaba murmurando palabras sin sentido acerca de aves y demonios viniendo por él.
Aún más confuso de lo que había estado antes, la dejó al cuidado de los sacerdotes y emprendió su camino de regreso al palacio.
La profecía era insensata.
Tenía que serlo. ¿Por qué los dioses escogerían a una puta para moverse? ¿Por qué su voluntad sería la voluntad del universo?
Ella estaba drogada…
De todos los hombres, sabía lo desconcertante que era eso. No eran más que alucinaciones como las que él mismo había tenido. Él no era nada.
Sin embargo, dentro de su mente se repetían dos palabras una y otra vez.

¿Y si…?
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Mensaje por issadanger Dom 23 Mar 2014, 9:42 am

3 de Marzo, 9527 AC
 
Joseph estaba sentado en el cuarto de los niños, dándole tiras de carne a Apollodorus. Los dos habían estado solos la mayor parte de la mañana mientras Ryssa yacía con un terrible dolor de cabeza. No sabía por qué su sobrino parecía adorarlo, pero el niño podría seguirlo donde fuera.
Era la única cosa buena en su vida.
Apollodorus dejó salir un largo eructo, luego se rió con gracia.
Joseph levantó sus cejas.
 —Creo que ya estás lleno, mi Señor.
El bebé cayó y se rió. Joseph lo cargó, apoyándolo contra su hombro.
Acababa de recostarlo para la siesta cuando las puertas del cuarto de niños se abrieron. Por un momento, temió que pudiera ser su padre o Apolo, pero afortunadamente era Ryssa acompañada de una joven y diminuta mujer rubia.
Le tomó un momento darse cuenta quién era ella.
Maia.
—¡Joseph! Mira quién vino de visita con su madre.
La dicha llenó por completo su ser mientras se levantaba para saludar.
—Es bueno volver a verte. —La abrazó estrechamente.
Se apartó para observarlo con una sonrisa.
Joseph… ha sido demasiado tiempo. No has cambiado nada.
Pero ella sí. Y cuando recorrió su brazo con una inquietante caricia, se congeló con temor. Especialmente cuando esa luz familiar llegó a sus ojos. Era como si no pudiera controlarse. Condenada maldición.
No Maia…
Retrocediendo, puso distancia entre ellos.
—¿Qué te trae aquí?
—Vine con mi madre.
Ryssa lanzó una pálida sonrisa que le indicó que la cabeza aún le dolía.
—Se quedarán una semana.
Esas noticias debían alegrarlo, pero en vez de eso lo atemorizaron.
—¿De verdad?
Maia se aproximó lentamente, como una leona hambrienta de un pedazo de él.
—Tú y yo debemos ponernos al día.
Antes que pudiera responder, una criada llamó a Ryssa.
Su hermana hizo una mueca de dolor y presionó la mano contra la sien, luego los miró.
—Regreso ahora.
Maia dio un paso acercándose.
—Había olvidado lo hermoso que eras…
Puso una mano en el hombro para apartarla.
—Me dijeron que tienes esposo ahora.
—No está conmigo. —Se inclinó provocativamente.
—No —dijo firmemente. —No haré esto contigo.
Lamió sus labios mientras le lanzaba una mirada por entre sus pestañas.
—Ya no soy una niña, Joseph. Soy una mujer adulta con un bebé propio.
—Y yo no tengo ningún interés en ti de esa manera.
Se estiró hacia su ingle.
Joseph agarró la mano antes que hiciera contacto.
—Maia, te cuidé cuando eras una niña.
—Y ahora quiero que me cuides como a una mujer.
—Por favor, detente.
—¿Por qué? Eres más joven que mi esposo. —Trató de retirar la mano de su agarre—. ¿No me encuentras atractiva?
Ryssa regresó.
La soltó y rápidamente se alejó.
—Me tengo que ir ahora.
—¿Algo va mal? —Preguntó Ryssa.
Más de lo que alguna vez podría decirle.
—No. Estoy bien. Sólo tengo que irme. —Prácticamente corrió fuera de la habitación y no se detuvo hasta que estuvo seguramente encerrado en sus aposentos.
Apoyándose contra la puerta, maldijo por lo que había pasado. ¿Qué es lo que estaba mal que cualquiera que pasara la pubertad quería follarlo?
Estaba tan cansado de que todo el mundo lo estuviera agarrando, guiñándole, mirándolo sugestivamente. Eso no era normal y ahora con Maia se había dado cuenta de algo terrible.
Nunca podría tener una relación normal con nadie.
Padre, hermana, incluso una amistad de la niñez.
En el momento que alguien pasara la pubertad, estaba acabado para él. Enfermo ante ese pensamiento, se deslizó hacia el suelo apoyado contra la puerta, odiando cualquier maldición que los dioses le hubieran dado.
 
 

 
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Mensaje por issadanger Dom 23 Mar 2014, 9:51 am

22 de Junio, 9527 A.C.
 
Mañana Joseph alcanzaría la mayoría de edad. Veintiuno. Debería estar excitado pero las palabras del oráculo le obsesionaban. Más que eso era la expresión en la cara de Maia cuando intentó agarrarle.
—Algo tiene que cambiar. —Dijo con la mirada pesada. Su hermano aún conspiraba para asesinar a su padre y aquí estaba él, sentado sin hacer nada excepto no cruzarse en el camino de nadie, esperando que ni siquiera le vieran.
—¿Joseph?
Volvió la cabeza y se encontró con que Ryssa se le había unido en el balcón. Le miró con los ojos entornados.
—Ya estás con ese tema otra vez, ¿verdad?
—Sólo hoy y mañana. —Admitió quedamente.
—¿Por qué?
Porque Artemisa le había arrancado el corazón y no tenía la fortaleza suficiente para vivir sin él durante los próximos dos días.
Era la vieja pelea entre los dos. Le pedía a la diosa que le reconociera o al menos que fuera a verle el día del aniversario de su nacimiento y ella se reía en su cara. Más aún, estaba cansado de ver todas las celebraciones especiales que se planeaban para el aniversario del nacimiento de Nick. Celebraciones planeadas por un hombre cuya vida podría terminar pronto a manos del mismo hijo que codiciaba tan fervientemente. Irónico, sí. Pero no dejaba de doler.
—Joseph. —Ryssa cogió su barbilla y le forzó a mirarla—. ¿Me oyes?
—La verdad es que no.
Vio la frustración en sus ojos.
—¿Qué voy a hacer contigo?
—Pégame, como todos.
Le miró colérica.
—No tiene gracia.
Intentaba que no la tuviera. Era un hecho simple de su vida, motivaba a todos los que había a su alrededor a actos de extrema violencia.
Ella movió la cabeza antes de dar un paso atrás.
—Sabes que no dejo que Apollodorus se te acerque cuando estás así.
Esa era la desventaja.
—Lo sé. No sería muy maternal de tu parte. No es que yo sepa mucho de cómo se comportan las madres con sus pequeños. Creo que lo vi una vez en una obra sólo que la madre alimentó a un león con su hijo. Que mal que mi propia madre no fuera tan misericordiosa, ¿verdad?
Ella le recostó la cabeza sobre su hombro y le besó justo detrás de la oreja, enredándole cariñosamente el cabello.
—Tu cabello es más claro que antes. Me parece que me gusta de este largo. ¿Te lo has cortado?
Negó con la cabeza.
—Cualquiera que me corte el cabello quiere dormir conmigo después. Creo que voy a dejar que me crezca hasta los pies o hasta que Padre se enfade lo suficiente como para esquilarme otra vez. Quizás debería ir a hacer otra ofrenda a los dioses. He oído que Atenea tiene una fiesta en unos días.
Ella dejó escapar un suspiro agitado.
—Estás de un humor hoy...
Eran las drogas combinadas con la frustración. Siempre había odiado estar así en la Atlántida. Nunca le había pagado bien su descaro sarcástico. Y le mataba que le llenaran de drogas y después le castigaran por los efectos que las drogas tenían en su mente y su cuerpo.
Artemisa le tenía un extraño amor-odio por esta clase de humor. Unas veces le gustaba y otras le castigaba por ello. El problema era que nunca sabía como se lo tomaría hasta que era demasiado tarde.
Ryssa se retiró con desgana. Su dolor era tangible y no había nada que pudiera hacer para aliviarle. Quería llorar por el peso de su incapacidad para ayudar en lo que a él concernía.
La peor parte era lo que había pasado entre él y Maia, pero no quería contárselo. Pensaba que Maia había sucumbido al mismo impulso de todos los demás. Debía de ser algo relacionado con la pubertad. Antes de la madurez sexual los niños no podían discernirlo. Pero después...
Su pobre Joseph.
Si al menos hubiera alguien que pudiera controlarse ante él.
Yo soy la única.
De ninguna manera se consideraba especial. Pero eso no cambiaba el hecho de que Joseph estaba solo. Siempre había estado solo. Su padre nunca debiera haber permitido que se casara y después del casi asesinato de Nick, otra vez había guardias apostados en la puerta de Joseph. La poca libertad que tenía se había acabado.
 
Después de anochecer, Joseph contemplaba la actividad en el patio. Lo que más le llamó la atención fue la larga procesión de heraldos que precedían a la Princesa de Tebas. La nueva novia de Nick. Se casaban en dos semanas a contar desde mañana.
Esta vez, tenía planeado mantenerse alejado de la mujer de su hermano. Como si comprendieran el peligro, le dolieron las pelotas de repente ante el pensamiento de que le cortaran otra vez.
Encogiéndose, Joseph maldijo a su hermano por la castración. Nick sabía la verdad sobre lo que había hecho su prometida, pero al cabrón no le importaba.
¿Y qué? ¿Qué significaba su humillación? Lo único que importaba era el precioso Nick y su dignidad.
Suspirando, volvió a pensar en el oráculo. Akri di diyum.
¿Qué podría significar?
El amo y señor reinará.
Ya reinaba en el dormitorio, ¿qué más quedaba?
Es sólo un oráculo drogado, Joseph, olvídalo. Siempre hablaban en adivinanzas sin significado. Y no había que asombrarse.  La ramera había estado más elevada entonces de lo que él lo estaba ahora. Quizás debería empezar a contar sus propias profecías.
Oh espera, ya tenía una…
Artemisa no se acercaría a él ni hoy ni mañana, pero al tercer día saltaría sobre él hasta que estuviera cojeando.
Ves… Profeta. Conocía el futuro incluso mejor de lo que lo hacía el oráculo.
Riéndose amargamente, se deslizó de la barandilla y se dirigió a la cama.
Lo siguiente que supo, era que estaba en el templo de Artemisa, tendido en el suelo a sus pies.
—Una pequeña advertencia sería agradable, Artemisa.
Riéndose, envolvió sus brazos alrededor de sus hombros y le olió el cuello.
—Me estaba sintiendo hambrienta.
Debería haberlo sabido.
—Dijiste que no podrías verme hasta pasado mañana.
Ella le acarició el cuello con las uñas, causándole escalofríos que subían y bajaban por su cuerpo.
—Hubo una pausa así que hice tiempo para ti. Un poco de gratitud podría venirte bien.
Inclinó la cabeza para mirarla con diversión.
—¿No puedes ver la gratitud rezumando de mí?
Le pellizcó la punta de la nariz.
—El sarcasmo no va contigo.
—Aún así hace que me anheles cada vez que lo soy.
Ella sonrió.
—¿Cómo te las arreglas para leerme tan bien?
No era difícil. Adoraba el hecho de que él no estuviese embelesado por ella. El hecho de que sus ojos se dilataran y su respiración se incrementara eran pistas bastante difíciles de perder.
Ella le mordisqueó los labios.
—Te extrañé.
Un agudo jadeo interrumpió su juego.
Joseph se congeló ante el sonido que hizo que Artemisa se levantara del diván rugiendo de rabia. Allí frente a ellos estaba una alta y esbelta mujer con el pelo rojizo. Sus ojos oscuros estaban rodeados de miedo.
—¿Qué estás haciendo aquí, Satara?
—Yo solo… y-y-yo no vi nada, Tía Artemisa. Perdóname.
Artemisa la agarró del pelo y tiró de ella acercándola.
—Mírame —sus colmillos se alargaron y sus ojos eran rojos matizados con naranja—. Dí una sola palabra de lo que has visto aquí y no habrá poder que salve tu vida o tu alma. ¿Lo has entendido?
Satara asintió vigorosamente.
Artemisa la hizo a un lado.
—Márchate y no te atrevas a volver hasta que te convoque.
Ella se desvaneció inmediatamente.
Artemisa se volvió a él con venganza.
—¡Esto es todo culpa tuya!
Por supuesto que lo era.
—Fuiste la única que me trajo aquí.
—¡Silencio! —Lo abofeteó ella.
Joseph gruñó ante el sabor de la sangre en su boca. Quería devolverle el golpe, pero conocía las repercusiones. Él era mortal y ella no. Más aún. Tanto como esa bofetada le dolía mentalmente, él no la trataría así. Nadie debería de sangrar por ternura.
Estaban malditamente seguros que no tendrían que sangrar por amor.
—¿Has terminado? —Preguntó él.
Se volvió entonces sobre él con sus colmillos.
Joseph siseó cuando ella volcó la furia contra Satara sobre él. Sintió dos gotas de sangre cayendo de sus labios, bajando por su pecho. El dolor lo quemaba mientras ella se alimentaba sin pensar en él para nada.
Cuando terminó, lo hizo a un lado.
Débil por la pérdida de sangre, cayó de rodillas.
Ella le agarró del pelo y tiró de él hacia atrás contra ella. Un cuchillo apareció en su mano y ella lo sostuvo ante su corazón.
Joseph encontró su mirada y esperó.
—Mátame, Artie. Acaba con esto.
Sus ojos se oscurecieron hasta el punto de que no estaba seguro si ella acabaría con él, pero justo cuando la daga iba hacia su corazón, ella cambió la dirección y la mandó volando contra la pared. Envolvió los brazos a su alrededor y lo mantuvo cerca de ella mientras sollozaba.
—¿Por qué haces que te desee?
Joseph se rió amargamente.
—No soy el único que lo hace. Créeme.
Si tuviera opción, nadie volvería jamás a desearle otra vez.
Ella lo apartó de sus brazos.
—Sólo vete.
¿Acaso tenía elección?
Al menos esta vez, ella lo había devuelto a su cama. Pero todavía estaba sangrando por su cena. Suspirando, se levantó para atender la herida.
—Tú eres el único hombre que ha estado jamás en su templo… Además de mi padre.
Joseph se giró de golpe para ver a Satara de pie cerca de su cama.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Quiero conocer al hombre que podría hacer que Artemisa lo arriesgara todo.
Aguantó el aliento de puro pánico. 
—Nos destruiría a los dos si supiera que estás aquí.
Satara se encogió de hombros despreocupadamente.
—No presta ninguna atención al reino de los humanos. Créeme.
Joseph no se movió mientras ella atravesaba la corta distancia entre ellos.
Frunciendo el ceño le estudió como si fuera una curiosidad deforme.
—Eres hermoso. Quizás yo también arriesgaría mi bienestar por ti. —Alargó la mano para tocarle la cara.
Joseph le cogió la mano.
—Tienes que irte.
—Yo sería una amante más amable de lo que es Artemisa.
Justo lo que necesitaba.
—Mira. —Dijo Satara con firmeza—. Puedo decir por tus ojos que eres un semidios como yo. El hecho de que tu sangre la nutra es la prueba. Te lo juro, no sería tan insensible. Sin mencionar que, con los poderes que tengo, tú y yo podríamos arrebatarle los suyos. Imagínatelo, dos semidioses con el poder de un dios.  Seríamos invencibles.
—No hay nada que sea invencible. Siempre hay algún fallo en todo ser, no importa cuán poderoso sea. Una debilidad... Tú reconoces que yo soy la de Artemisa. Alguien sabrá la tuya y averiguaran la mía. Para bien o para mal, le he dado mi palabra y no me volveré atrás.
Ella le sonrió sarcástica como si fuera deficiente mental.
—Entonces eres tonto.
—Me han llamado cosas peores.
Ella sacudió la cabeza.
—¿Y estás contento siendo su perrito faldero?
No lo estaba. ¿Pero qué opciones tenía?
—Te vuelvo a decir que le he dado mi palabra y no soy un mentiroso.
Resopló despectiva.
—Entonces me temo que te he juzgado mal. De cualquier forma, estoy en un dilema. Si ella se entera de esto me matará, sobrina o no sobrina. Pero como a lo que parece, eres un hombre de palabra, ¿tengo tu promesa de que nunca le dirás a Artemisa lo que hemos hablado hoy?
—No me gusta conspirar para que alguien caiga, ni siquiera tú. Dicho esto, si alguna vez vas en contra de Artemisa, entonces le diré lo que has hecho. Mientras ella esté a salvo, tú estás a salvo. Lo juro.
Ella inclinó la cabeza como si estuviera desconcertada por su amenaza.
—¿Harías un trato conmigo para proteger a la misma cerda que pronto podría golpearte con la misma lealtad que tú le muestras a ella?
Joseph se encogió de hombros.
—Estoy protegiendo a mi mejor amiga. Para bien o para mal. Permaneceré de su lado.
Satara sacudió la cabeza.
—Entonces tú y yo tenemos un acuerdo. Sólo espero que la encuentres merecedora de tu lealtad.
Él también. Pero al igual que Satara, de algún modo lo dudaba.
Con un último vistazo, Satara lo dejó.
Joseph se pasó una mano por el pelo mientras intentaba buscarle un sentido a aquello. Así que Artemisa tenía muchas personas que la trataban como su padre. Maldición. ¿Qué tenía el poder que hacía que todos lo codiciaran? ¿Por qué las personas no podían contentarse con lo que tenían? ¿Por qué debían volverse la familia y los amigos los unos contra los otros por algo tan estúpidamente inocuo? Alguna cosa que con el paso del tiempo ya no importaría…
¿Cuándo el amor era demostrado a alguien? ¿Cómo podían dejar que la avaricia y el egoísmo lo echaran todo a perder? No lo comprendía.
El amor era tan puro e inocente cuando se entrega, especialmente cuando se entrega incondicionalmente. ¿Por qué no podían aquellos que lo reciben verlo como el hermoso regalo que era? ¿Por qué tenían que usarlo como una herramienta para dañar al que lo entrega?
Como Artemisa había hecho con él.
Y Nick con su padre.
Por eso amaba a su sobrino. Apollodorus no pedía nada más que atención y cuando le abrazaba y le daba un beso con babas en la mejilla era puro y gozoso amor. No había subterfugios. No era dar para conseguir algo a cambio.
¿Por qué no podía el mundo ser así?
Y otra vez ¿a quién iba a preguntarle estas cosas? Su propia madre había sido incapaz de mostrar la más mínima compasión hacia él.
El amor, desafortunadamente, era una debilidad desperdiciada en aquellos que no la merecían.
Joseph cogió la botella de vino de encima de la mesa y le quitó el corcho. No había mucho solaz alrededor, pero este poco era infinitamente mejor que nada. Los dioses sabían que no podía encontrar solaz en ningún otro sitio. Quizás debería haber aceptado la oferta de Satara.
Pero, ¿a qué precio? Siempre hay un precio para todo en la vida. Por este conocimiento, casi podría agradecérselo a Estes.
Nada es gratis en este mundo.
Nada.
—¿Joseph?
Se tensó ante el sonido de la voz de Artemisa. No se la veía por ninguna parte. Pero podía sentirla como un susurro en el alma.
Se manifestó detrás de él.
—Lo siento, Joseph. No debería haberte tratado así.
—Entonces, ¿por qué lo hiciste?
Aún invisible, le acarició el hombro con la nariz.
—Estaba asustada. Y dejé que mi miedo me guiara.
—Eres una diosa.
—Soy una de tantos y no tan poderosa como otros. ¿Sabes lo que le hacen a una diosa cuando le quitan sus poderes? La exilian a la tierra para que viva entre humanos que abusan y se mofan de ella. ¿Es eso lo que quieres hacerme?
¿Y por qué no? Eso era lo que ella quería hacerle.
Desafortunadamente, él no era tan cruel.
—No, sólo quiero lo mejor para ti, Artie. Pero estoy cansado de que tomes todo de mí. No soy un muñeco sin cerebro que puedes azotar cuando estás frustrada.
Se materializó y él pudo ver la sinceridad en aquellos hermosos ojos verdes.
—Lo sé y lo intento. De verdad. Estás siendo impaciente conmigo.
—¿Impaciente?
Ella frunció el ceño.
—No es la palabra adecuada, ¿verdad? No sé por qué las confundo a veces.
Esos momentos, cuando ella se permitía ser vulnerable, eran los que le hacían quererla. Eran los que le permitían quererla.
Cogiendo su cara entre las manos, le dio un tierno beso.
Artemisa suspiró al recorrerla una ola de alivio. Le quería tanto y a pesar de eso estaba tan aterrorizada de lo que significaba amarle. De verdad que no siempre quería herirle. Era la única persona con la que podía ser ella misma. Con los otros dioses tenía que ser feroz y defensiva y con los mortales tenía que ser divina e intolerante.
Joseph era la persona que la hacía permitirse reír. Era el único que la sostenía y la hacía sentir cálida por dentro. Pero el problema era que en cuanto se abría sentía la frialdad del interior de él y sabía que, aunque le era leal, ella no le hacía feliz. Eso era lo que más dolía. El dolor en su interior que ella no podía aliviar la hacía querer arremeter contra él de pura rabia y hacerle daño por no abrirse a ella como ella se abría con él.
¿Por qué no podía sentir lo que ella sentía?
Incluso ahora había reserva en su caricia. Una duda y no entendía por qué.
¿Cómo podría hacer que la amara como cuando se conocieron?
Quería castigarle por no amarla como ella le amaba. Hacerle rogar por su amor. Pero ¿cómo?
Al apartarse, su mirada se fijó en el cuello y se avergonzó de lo que le había hecho mientras se alimentaba. Era algo que Apolo le habría hecho a ella.
—No quería hacerte daño.
Joseph contuvo el aliento ante las palabras que le habían dicho tantas veces. Por una vez, ¿no podría alguien pensarlo antes de hacerle daño?
—Estoy bien. —Pero la verdad era que no lo estaba. Nunca había llevado bien el dolor.
Simplemente se había acostumbrado a él.
 Le apartó el pelo de la cara.
—Pareces tan cansado. No debería haber tomado tanta sangre de ti. —Le empujó hacia la cama—. Deberías descansar.
Cierto. No había manera de saber que horrores tendría que afrontar por la mañana. Otra castración o una paliza o solamente los puñetazos emocionales en los que Artemisa era tan buena.
No podía esperar.
—¿Vendrás mañana? —Preguntó de nuevo, desesperado por no estar solo mientras el mundo entero derramaba buenos deseos sobre su hermano gemelo.
Artemisa dudaba. Quería ir, pero Apolo estaría allí para las celebraciones en honor de Styxx. Tenía que tener cuidado. Porque eran dioses y gemelos y él podía sentirla cuando estaban cerca. Si la sentía la buscaría y eso podría costarle la vida a Joseph.
—Sabes que tengo un festival. ¿Cómo podría perdérmelo?
Él apartó la mirada y el dolor que transmitió le partió el corazón.
—Vendré a verte al día siguiente.
Joseph controló sus emociones.
—Te esperaré ansioso entonces.
—¿Estás siendo hosco conmigo?
—No —Estaba dolido—. Espero que tengas un buen festival.
Artemisa le acarició el pelo con la mano.
—¿Pensarás en mí cuando me vaya?
—Siempre lo hago.
Ella se inclinó a besarle la mejilla.
—Siempre hace que me sienta tan especial.
Y ella siempre lo hacía sentirse igual que la mierda. Ella metió el brazo bajo el suyo de manera que pudiera cogerle la mano. Él la sostuvo en su corazón y dejó escapar un suspiro.
Cuando lo hizo, un mal presentimiento lo atravesó. Algo iba a suceder mañana. Podía sentirlo en cada parte de él. Fuese lo que fuese, iba a cambiarlos a él y a Artemisa para siempre.

Akri di diyam.
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Mensaje por issadanger Dom 23 Mar 2014, 10:05 am

23 de Junio, 9527 A.C.

Joseph se sentaba sobre la barandilla de su balcón en la oscuridad, completamente borracho, mientras observaba el elaborado vestuario de los invitados que llegaban para la fiesta de cumpleaños abajo, en el palacio. Apretaba la espalda contra el edificio, mientras que las piernas se extendían ante él en un precario equilibrio. No estaba seguro de cuánto había bebido hasta el momento.
Desafortunadamente, no era lo suficiente para matarlo. Pero si tenía suerte, quizás todavía podría caerse a las rocas desde donde estaba encaramado, a unos trescientos metros más abajo y moriría allí horrorosamente.
Eso jodería definitivamente la fiesta de cumpleaños de su hermano gemelo. Por primera vez en semanas, se rió ante el pensamiento de Nick cayendo fulminado frente a los nobles y dignatarios congregados.
Les estaría bien empleado.
—También es mi cumpleaños —gritó sabiendo que nadie podía oírle. Incluso si pudieran, no les importaría.
Joseph volvió la cabeza y se encogió cuando el dolor le atravesó. Odiaba el hecho de sólo Artemisa pudiera provocarle tanta angustia. Se había protegido tan cuidadosamente a sí mismo de la crueldad de los demás. Pero Artemisa, le hería a un nivel que nadie más conseguía.
Y al igual que todo el mundo, no le importaba cuanto le lastimaba.
Y otra vez, debería estar agradecido. Al menos este año no estaba celebrando el aniversario de su nacimiento en prisión…
O en un burdel.
Siempre solo. Incluso cuando estaba entre una muchedumbre, rodeado por gente, estaba solo.
Verdaderamente, estaba cansado de esto. Nadie le quería. La única razón por la que su mal llamada familia se preocupaba de si vivía o moría era por que si él moría, su amado Nick moriría también.
—Ya he tenido bastante.
Aunque sólo tenía veintiún años, estaba tan cansado como un anciano. Había vivido más que sus años y no quería más dolor. Ni más soledad.
Era hora de acabar con esto.
Las voces que oía en la cabeza gritaban ahora con más fuerza. Le llamaban a casa…
Joseph se puso de pie sobre la barandilla. Los vientos se alzaban desde abajo, por encima de él, moviendo su cabello mientras bajaba  la mirada hacia el mar oscuro. Tiró la copa y observó cómo caía dando tumbos hacia abajo, desvaneciéndose de su vista.
Un paso.
Sin dolor.
Todo terminaría.
—Es la hora —tomó aliento. Esta vez no había nadie allí para detenerle. Ninguna Ryssa que tirara de él hacia atrás. Ningún padre que le atara y se lo impidiera. Ningún Estes que llamara al médico.
Libertad.
Cerrando los ojos, se dejó ir y dio un paso adelante.
Miedo y alivio le estremecieron mientras se precipitaba a través de un aire sin peso. En un momento conseguiría la paz tan largamente buscada.
De repente, algo duro le golpeó el estómago. Joseph jadeó de dolor. Abrió los ojos por reflejo.
En vez de caer se estaba elevando, alejándose del mar. El sonido de las olas rompiendo contra las rocas fue reemplazado por el fuerte batir de alas gigantes. Se volvió y vio a una demonio sujetándole. Justo como el oráculo había predicho.
—¡Suéltame! —gritó intentando liberarse.
No le soltó. No hasta que le devolvió al balcón donde había estado.
Joseph se tambaleó hacia atrás mientras ella se encaramaba en la barandilla y le observaba de cerca. Tenía un pelo negro y largo que le caía sobre la piel blanca y roja y de aspecto marmórea. Los ojos brillaban en la oscuridad, los iris blancos rodeados de un vívido rojo. Al igual que el cabello, las alas y los cuernos eran negros.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó con la voz cargada de veneno.
—Akri debería ser más cuidadoso —susurró ella amablemente —Si Xiamara hubiese llegado un momento después, habrías muerto.
—Quería morir.
Ella inclinó la cabeza en un gesto que le recordaba a un pájaro.
—Pero ¿Por qué, Akri? —Miró por encima del hombro hacia la gente que todavía llegaba.
—Vienen tantos a celebrar tu cumpleaños humano.
—No vienen por mí.
Xiamara frunció el ceño.
—Pero eres el príncipe. El Heredero.
Se rió con amargura. - Soy el heredero de la mierda y el príncipe de la nada.
—No. Tú eres Apostolos, hijo de Apollymi. Reverenciado por todos.
—Yo soy Joseph, hijo de nadie. Reverenciado sólo dentro de los límites de un dormitorio.
Ella bajó lentamente hacia él. Sus alas se plegaron sobre su ágil cuerpo.
—No recuerdas tu nacimiento. Lo comprendo. He sido enviada aquí por tu madre con un regalo para ti.
Estaba intentando seguir sus palabras, pero tenía la mente demasiado embotada por la bebida. La demonio estaba loca. Debía de haberle confundido con otro.
—Mi madre está muerta.
—La reina humana, sí. Pero tu verdadera madre, la diosa Apollymi, está viva y te envía todo su amor. Yo soy su más fiel servidora, Xiamara, y estoy aquí para protegerte como la he protegido a ella.
Joseph negó con la cabeza. Estaba borracho. Alucinando. Quizás ya estaba muerto.
—Aléjate de mí.
La demonio no lo hizo. Antes de que pudiera escapar, le colocó un pequeño orbe sobre el corazón.
Joseph gritó cuando el dolor le atravesó. Nunca en toda su vida había sentido nada parecido y dadas las torturas a la que le habían sometido, era mucho decir. Era como si un fuego ponzoñoso corriera por sus venas, desgarrando todo su cuerpo.
Desde el centro de su pecho donde estaba el orbe, su piel cambió de leonada a un azul marmóreo…
Y cuando el dolor y el color se desplegaron, imágenes y voces gritaban, perforándole los oídos. Los olores asaltaron su nariz. Incluso la ropa quemaba contra su piel. Cayó al suelo y se encogió en una bola mientras cada sentido que poseía era asaltado.
—Eres el dios Apostolos. Heraldo e hijo de Apollymi la Destructora. Tu voluntad es la voluntad del universo. Eres el destino final de todo…
Joseph continuó negando con la cabeza. No. Esto no podía ser.
—No soy nada. No soy nada.
La demonio levantó la cabeza.
—¿Por qué no estás contento? Ahora eres un dios.
La furia le atravesó con fuerza al agarrar a la demonio. No entendía sus poderes ni nada de lo que le estaba pasando, pero todos los años de su vida, todas las degradaciones y horrores le atravesaron. Dejó que todo ello pasara de su mente a la de ella.
La demonio gritó mientras apartaba la cabeza de golpe.
¡Ni! Se suponía que esto no te pasaría a ti, Akri. Eso no…
La agarró y la obligó a mantener su mirada.
—Fue lo suficientemente malo cuando creían que era el hijo humano de un dios. ¿Puedes imaginarte lo que me harán ahora? ¡Quítame estos poderes!
—No puedo. Son tu derecho de nacimiento.
Joseph cayó hacia atrás, golpeándose la cabeza contra el suelo de piedra
—¡No! —gritó— ¡No!  No quiero esto. Sólo quiero que me dejéis en paz.
Xiamara intentó abrazarle.
Joseph la empujó.
—No quiero nada de ti. Ya me has hecho bastante daño.
—Akri…
—¡Sal de mi vista!
Sus ojos brillaron vacilantes
—Tus  deseos son los míos —El orbe que sujetaba contra él apareció como un colgante al cuello—. Si me necesitas, Akri, llámame y vendré.
 Joseph apretó la palma de la mano contra el cráneo que le dolía y le latía con nuevas voces y sensaciones.  Se sentía como si se estuviera volviendo loco, y quizás lo estuviera. Quizás la crueldad había destrozado su salud mental al final.
Oyó que el demonio se marchaba mientras voces desconocidas susurraban y gritaban en su mente. Era como si  pudiera oír al mundo entero a la vez. Conocía cada pensamiento, cada deseo, cada miedo.
Tenía la respiración entrecortada, quería encontrar una salida a todo esto. Tironeó del colgante, pero no se rompió. En vez de eso, brilló en la palma de su mano.
Llorando, quiso volver a saltar. Desafortunadamente, no podía ni sostenerse en pie. Estaba tan mareado... tan enfermo...
Y ahora, ¿qué le habían hecho?
 
Apollymi paseaba de arriba abajo por el pequeño patio en Kalosis, esperando a que Xiamara volviera.
—¿Dónde está la matera de la Simi?
Se volvió ligeramente para mirar a la hija más pequeña de Xiamara que estaba en la puerta. Se llamaba como su madre, Xiamara y Simi, palabra Caronte que significaba “niñita”, tenía casi trescientos años pero no parecía mayor que una niña humana de cuatro años. Al contrario que los humanos y los dioses, los demonios Caronte tardaban mucho en madurar.
Apollymi se arrodilló y abrió los brazos a Simi.
—Todavía no ha vuelto, corazón. Pero no tardará.
Simi hizo un puchero antes de correr hacia ella y enlazar los brazos alrededor del  cuello de Apollymi. Se metió en la boca el pequeño pulgar y enterró profundamente la otra mano en el pelo de Apollymi.
Apollymi cerró los ojos mientras abrazaba a la pequeña demonio. ¡Cómo deseaba haber podido abrazar así a su propio hijo! Sólo una vez. En vez de eso, se contentaba prodigando su amor sobre la simi de Xiamara mientras esperaba que su hijo creciera lo suficiente para liberarla.
Simi apoyó la cabeza en el hombro de Apollymi mientras Apollymi le cantaba.
—¿Por qué Akra está triste?
—No estoy triste, Simi. Estoy ansiosa.
—¿Ansiosa es como cuando Simi come demasiado y le duele el estómago?
Apollymi sonrió y le dio un beso en la cabeza.
—No exactamente. Es cuando no puedes esperar que pase algo.
—Oooooh como cuando Simi tiene hambre y está esperando que su matera la alimente.
—Algo así.
Apollymi sintió un movimiento en el aire. Miró a las sombras y vio la figura del cuerpo de Xiamara. Durante todo un minuto, no pudo moverse mientras esperaba que su mejor amiga se acercara.
Pero Xiamara vacilaba y eso  hizo que se le parara el corazón.
—¿Qué pasa?
Xiamara extendió las manos hacia Simi que fue agradecida hacia su madre. La demonio abrazó a su hija mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.
Apollymi sintió que sus propios ojos se empañaban y el miedo la atenazaba.
—¿Xi? Cuéntame.
Cerró los ojos apretadamente mientras seguía meciendo a su hija.
—No sé cómo decírtelo, Akra.
Cuanto más vacilaba, Apollymi se sentía más embargada por la preocupación.
—¿No está bien? Todavía estoy prisionera aquí, así que sé que está vivo.
—Está vivo.
—¿No... no me quiere?
Xiamara movió la cabeza y dejó a Simi en el suelo.
—Ve a buscar a tu hermana, Simi. Necesito hablar con Akra a solas.
Chupándose el pulgar, Simi se fue brincando.
Cuando Xiamara la miró a la cara, Apollymi sintió que la sangre abandonaba sus mejillas.
—¿Qué no me estás contando?
Xiamara se sorbió las lágrimas antes de poner una mano sobre el hombro de Apollymi y transferirle las imágenes que Apostolos le había dado. La incredulidad y el horror sacudieron a Apollymi al ver lo que le habían hecho a su niño.
Esas emociones dieron paso a una furia tan profunda que todo lo que  pudo hacer fue gritar. El sonido de su grito hizo eco por todo el Palacio de los Muertos hasta Katoteros, donde vivía el resto de los dioses.
Toda actividad cesó cuando los otros dioses atlantes oyeron el sonido de la pena más pura.
Uno por uno, se volvieron para enfrentar a Archon cuyos rasgos habían palidecido.
—¿Está libre? —preguntó Epithymia, la diosa del deseo.
Archon  negó con la cabeza.
—Ya estaría aquí si se hubiera liberado. No. Ha pasado algo. Por ahora, estamos a salvo. —Al menos, esperaba que lo estuvieran.
Apollymi se alejó de Xiamara mientras las imágenes, una tras otra, se grababan en su mente. Lo que los humanos le habían hecho a su hijo...
—Los mataré a todos —gruñó entre los dientes apretados—. Todo el que le haya puesto la mano encima morirá entre llamas, rogándome clemencia y no la habrá para ninguno. ¡Para ninguno! —Miró a Xiamara—. Y Archon conocerá el peso de toda mi ira. Ya no queda nada para él en mi interior.
Xiamara envolvió sus alas negras alrededor de su cuerpo. 
—Pero Apostolos se niega a aceptar lo que es suyo. Me ha rechazado.
—Aún así, ve con él, Xi. Consuélale y ayúdale a comprender lo que tiene que hacer. Dile que, cuando venga a mí todo se arreglará.
—Lo intentaré, Akra.
Joseph yacía en la oscuridad de su cuarto, intentado respirar mientras se estremecía por el dolor de sus abrumados sentidos. De repente, oyó en su cabeza una voz suave y gentil que ahogó todo lo demás. Realmente, era el sonido más hermoso que había oído nunca.
Su respiración se suavizó y el dolor se alivió.
—Estoy contigo, Apostolos.
—¿Quién eres?
—Ésta es la voz de tu madre.
Miró la oscuridad con ojos entornados y vio a la demonio de rodillas a su lado. Se alejó de ella, enrollándose sobre sí mismo como una pelota. —No tengo madre. Me abandonó cuando nací.
—No, Akri. —dijo la demonio suavemente— Yo fui la que te alejó de los brazos de tu madre mientras ella lloraba de miedo por ti. Tu madre, Apollymi, te escondió en el reino de los humanos para protegerte de los dioses que te querían muerto. Te lo juro por mi vida. Ninguna de las dos queríamos que te hicieran daño. Se suponía que te criarían como a un príncipe. Te mimarían. Te amarían. Nada de esto debería haber sucedido.
Parecía imposible de creer.
—No lo entiendo. ¿Por qué me querían muerto los dioses?
—Fue profetizado que tú serías el fin de los dioses Atlantes. Pero tienes que entender cuánto te quiere tu madre. Arriesgó su vida y desafió a los otros dioses para salvarte y mantenerte oculto hasta que fueras lo suficientemente mayor para utilizar tus poderes y desafiarles. Incluso ahora, ella sigue prisionera, esperando que vayas a buscarla. A liberarla Apostolos y ella, devolverá el bien por cada mal que te ha sido hecho.
—¿Cómo?
—Destruirá a todos y cada uno de los que te han lastimado. —La demonio le acarició el cabello como si fuera la madre que le había descrito.
—Eres el niño más amado de todos cuanto hayan nacido. Cada día me he sentado junto a tu madre mientras ella lloraba tu pérdida y se dolía por no tenerte con ella. Ven conmigo a casa, Apostolos. Ven a conocer a tu madre.
Quería hacerlo. Pero...
—¿Cómo sé que puedo fiarme de ti?
—¿Y por qué te mentiría?
Todos mienten, especialmente a él. ­
—Por un buen montón de razones.
Xiamara. Ya vienen. Déjale, rápido.
La demonio retrocedió desde la cama.
—Los dioses no pueden encontrarme contigo o sabrán quién eres y dónde estás. Escucha la voz de tu madre, yo volveré tan pronto como pueda. Mantente oculto, ¡oh preciado! —Se desvaneció instantáneamente.
Joseph yacía solo, escuchando las voces que se enredaban en su interior. Oyó risas y lágrimas, maldiciones y gritos.
Hasta que la voz de su madre le calmó otra vez. Enfocó solamente sobre ese tono y cerró los ojos mientras el tono se llevaba las otras voces que hacían que le latiera la cabeza.
¿Le había dicho la verdad la demonio? ¿Se atrevería a creer por un sólo momento que era el amado hijo de alguien?
Seguramente era absurdo.
Envolvió con la mano el colgante y lo estudió. Era una piedra de alguna clase, de apariencia lechosa e iridiscente. Y entonces miró la palma de su mano donde había sido grabada la marca de esclavitud.
Había desaparecido sin dejar rastro. ¿Cómo podía ser?
Soy un dios que ha sido un esclavo...
No un esclavo cualquiera. El más bajo de todos.
Joseph se cubrió los ojos con la mano mientras le aplastaba la vergüenza. Y mientras yacía allí, las imágenes desfilaban ante él... Vio el pasado, el presente y el futuro a través de las experiencias de la gente. Podía oír sus esperanzas y sus temores. Podía oír la misma esencia del universo.
Por primera vez, veía a los que lo tenían peor que él. A los que lo tenían mejor. Los gritos de las madres que habían perdido a sus hijos. Los niños que no tenían padres. Los mendigos y los reyes...
Ahora entendía lo que Artemisa había querido decir cuando le dijo que ella no prestaba atención al mundo de los humanos. Era sobrecogedor. Horripilante. Toda esa gente que necesitaba ayuda. Y mientras se imaginaba a sí mismo prestándosela, vio los numerosos resultados en su mente.
Pero lo que no podía ver era su vida.
O la de Ryssa.
Ni siquiera la de Artemisa. ¿Por qué? No tenía sentido. Como si algo de todo esto lo tuviera. Acheron se rió ante el absurdo que suponía.
Al abrir los ojos, se dio cuenta que ya no estaba sobre el suelo. Estaba flotado sobre él. Soltó un grito ahogado y entonces cayó al suelo. El dolor le atravesó y su piel se volvió de nuevo marmórea y azul. Sus uñas se volvieron negras y empezaron a crecer...
Algo no iba bien. Su cuerpo le era extraño. Mirando su piel marmórea intentó comprender por qué era de ese color.
¿Cómo podría esconderle esto a su familia? ¿Quieres hacerlo? Una risa sádica le atravesó al imaginar la cara de su “padre” cuando le dijera quién y qué era.
Soy un dios.
No un semidiós sino un dios completo. Uno con un precio sobre su cabeza, con un panteón entero decidido a matarle. Era ridículo. Desafía la fe y aún así era... azul.
Joseph intentó levantarse, pero una ola de mareo le volvió a poner de rodillas. Miró a la cama desando poder alcanzarla. Lo siguiente que supo fue que estaba bajo las sábanas.
Abrió los ojos desmesuradamente ante las implicaciones de lo que esto significaba. Era un dios con los mismos poderes que Artemisa.
O quizás no. ¿Cómo funcionaban los poderes de un dios?
—¿Joseph?
Se tensó ante el sonido de la voz de Ryssa con él en la habitación. Mirando hacia abajo, notó que su piel volvía a ser normal y dio gracias a que la manta le cubría completamente.
—¿Sí?
—¿Estás enfermo?
Técnicamente, no. Ni siquiera estaba borracho ya. —Sólo estoy descansando.
Sintió que se sentaba junto a él en la cama y le arropaba con la manta.
—¿Me miras, por favor?
Aterrorizado por lo que podía pasar mientras ella estaba sentada allí, se destapó la cabeza.
Ella sonrió.
—No te he visto en todo el día y quería darte esto. —Le tendió una caja pequeña.
El regalo hizo que se le agarrotara la garganta.
—Gracias. —Devolviéndole la sonrisa lo abrió y encontró un pequeño medallón engastado en un brazalete. Era el símbolo de un sol atravesado por tres rayos. Frunció el ceño ante el emblema que le resultaba extrañamente familiar.
—Sé que es raro pero lo vi en el mercado y me recordó a ti. El joyero me dijo que era un símbolo de fuerza.
—Es atlante.
—El diseño del sol era el de Apollymi... su madre.
Le he puesto triste. ¿Por qué lo habré elegido? Oh, no...
Estaba oyendo los pensamientos de la cabeza de Ryssa.
—Es hermoso. Gracias.
Intentó cogerlo.
—Puedo...
Cubrió su mano con la suya.
—Me encanta, Ryssa.
Sólo lo dice para que no me ofenda. Lo siento tanto, Joseph. No elegí algo atlante a propósito. ¿Cómo he podido ser tan estúpida?
Era desconcertante escuchar tan claramente sus pensamientos mientras ella mantenía la falsa sonrisa.
—Si estás seguro...
Asintió.
—Estoy seguro. Gracias. —repitió.
Que tonta soy. Aquí me tienes, intentando que por lo menos tenga un regalo y lo he echado a perder con mi estupidez.
El sincero amor que sintió en esas palabras hizo que los ojos se le llenaran de lágrimas. Su hermana le quería de verdad... más de lo que él se imaginaba.
Se llevó su mano a los labios y la besó.
—Lo eres todo para mí, Ryssa. Lo sabes ¿verdad?
—Te quiero, Joseph. —Y desearía poder hacer este día tan especial para ti como debería ser. No es justo que estés aquí solo.
—¡Ryssa! —el grito de su padre fue suficiente para hacer que Joseph mirara con intensidad a la puerta.
Ryssa frunció el ceño. Dioses queridos, ¿qué les pasa a sus ojos?
Joseph desvió la mirada, asustado de lo que ahora podían parecer sus ojos. Su cuerpo todavía estaba normal, pero ¿y los ojos?
La puerta se abrió de golpe y su padre apareció en el umbral.
—¿Qué estás haciendo aquí? Es la hora del brindis por tu hermano.
Se puso de pie y levantó la barbilla.
—Le estaba dando su regalo a mi hermano.
—No te atrevas a ponerte impertinente. Se requiere tu presencia. Ya.
—Vete, Ryssa. —Joseph dejó escapar el aliento—. Tu padre que requiere.
Puta impía.
Joseph se rió ante los pensamientos del rey. Si el pobre supiera...
La última palabra que alguien utilizaría para describirle sería impío. Los dioses salían de los muebles para conocerle.
El rey no se movió cuando Ryssa pasó ante él. Se quedó en el umbral de la puerta lanzándole a Joseph una mirada cargada de ira.
—Así que por fin has desistido de llamarme padre.
Joseph se encogió de hombros.
—Créeme, sé que no eres mi padre. Y estoy seguro de que tu hijo esta esperándote abajo para oír tu más preciada oda en su honor.
Debe de estar borracho.
—No te muevas de aquí.
—No te preocupes. No tengo intención de joderte la fiesta. —Aún... por supuesto, si su plan original hubiera funcionado, el rey estaría llorando a su querido hijo en este mismo momento.
Debería haber hecho que azotaran al cabrón pero eso habría deslucido la fiesta de Nick. Capullo engreído... El rey se retiró y cerró la puerta.
Joseph sacudió la cabeza intentando deshacerse de los pensamientos del rey. Cogió el regalo de Ryssa para observarlo. Qué irónico que se lo hubiera regalado precisamente esa noche. Era como si su madre la hubiera guiado.
¿Apostolos?
Se congeló ante la vacilante voz femenina que había oído tantas veces en su vida pensando que estaba loco.
—¿Matera?
Mi niño. Te juro que te vengaré. Pero debes tener cuidado. Xiamara volverá y te enseñará a usar tus poderes. No lo uses de momento y así Achron no podrá encontrarte. Permanece oculto y cuando los otros hayan cesado en sus maquinaciones, ella te traerá a mí y yo me aseguraré que nadie te vuelva a hacer daño. Te lo juro por mi vida.
Sintió el más leve de los susurros contra su mejilla... como una pequeña caricia antes de que el aire se quedara quieto de nuevo.
Apretando los dientes, sintió que el dolor lo abrumaba. Su madre le quería... Su verdadera madre.
Quería verla con desesperación. Saber, tan sólo una vez, que se sentía teniendo un padre que le mirara de la forma en que el rey miraba a Nick o a Ryssa. Con orgullo. Con amor.
Soy amado.
Y todavía más, Artemisa ya no tendría que avergonzarse de él. Era impensable que una diosa estuviera con una puta, pero no había nada vergonzoso en que estuviera con otro dios.
Ella podría amarle abiertamente...
Quería gritar de alegría. Apretando el brazalete de Ryssa contra el pecho, sonrió ante el pensamiento de decirle a Artemisa lo que le había pasado. Seguramente se pondría contentísima.
¿Cómo podría no estarlo?
Pero aún así, tenía una extraña sensación de aprensión que le avisaba que debería temer lo que el mañana podía traer consigo.

 
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Mensaje por issadanger Dom 23 Mar 2014, 10:17 am

24 de Junio, 9527 A.C.
 
Joseph paseaba de un lado a otro, desesperado porque Artemisa apareciera y pudiera sorprenderla con su recién estrenado papel. La mañana había sido interesante descubriendo cosas nuevas sobre sí mismo. Podía mover objetos con sólo un pensamiento. Como Artemisa, podía teletransportarse dentro y fuera de la habitación. Vale que su madre le había dicho que no usara sus poderes, pero francamente, no podía evitarlo. Le controlaban a él más de lo que él controlaba los poderes. Y aún escuchaba las voces de la gente que le rodeaba, incluso las de los que estaban en tierras lejanas. Algunas veces les escuchaba tan alto que el dolor en los oídos le hacía caer de rodillas. Cada pensamiento. El mundo entero yacía desnudo a sus pies. La única paz que tenía era con Apollodorus cuyos deseos eran sencillos. Comer, dormir y que lo mecieran y amaran. Tenía mucho más solaz sencillamente teniendo en brazos a su sobrino, era como si todo el resto de las voces que gritaban se suavizaran  permitiendo a Joseph enfocar sobre sí mismo.
—¿Joseph?
Se volvió al entrar Ryssa en su cuarto como una explosión de agitación, con Apollodorus en los brazos. Apolo es un gilipollas. Estoy tan cansada de ser su juguetito o su comida. Piensa que no tengo otra cosa que hacer que acudir cuando chasquea los dedos.
—Tengo que salir un rato. ¿Podrías quedarte con Apollodorus, por favor? Su niñera no puede hacer que deje de dar la lata y yo no puedo atenderle ahora.
Su padre es un cerdo egoísta que piensa que soy su puta entrenada.
—¿No te importa?
Joseph sacudió la cabeza en un esfuerzo por determinar qué había oído con las orejas y qué con la mente.  Era extremadamente desconcertante.
—No me importa. —Cogió a Apollodorus de entre sus brazos.
¿Mamá? Cógeme…
Joseph apretó el abrazo en torno a su sobrino.
—Le tengo. No te preocupes.
—Gracias. — No sé qué haría sin ti, akribos. Eres el único en el que puedo apoyarme. El resto son todos unos inútiles.
—Volveré tan pronto como pueda. —Le dio un beso rápido en la cabeza a Apollodorus y salió corriendo de la habitación maldiciendo a Apolo a cada paso.
Miró a su sobrino que estaba mirándole a él con curiosidad. —No tenía ni idea de que tu madre utilizara ese lenguaje.
Apollodorus se rió como si le comprendiera. ¿Theo juega conmigo?
—Absolutamente. —Joseph se arrodilló en el suelo y le puso de pie. Así Apollodorus podía agarrarse a él y caminar.
Api quiere a Theo.
Joseph sonrió ante el apodo que el niño se daba a sí mismo. Api quiere a su tío. Atesoró las palabras. Cerrando los ojos, trato de imaginar el hombre en que se convertiría su sobrino pero, al igual que con Ryssa, no consiguió ver nada. Era extraño. De cada persona que se le acercaba veía su futuro con total claridad.
¿Por qué no con los más próximos a él?
Apollodorus se cayó de culo y se chupó el pulgar.
—Bueno, ¿qué vamos a hacer nosotros dos mientras tu mamá no está?
Cosquillas en la tripa.
Joseph rió.
—Vale. —Le complació y Apollodorus rió con deleite. Se dio la vuelta y le dio patadas mientras sujetaba la mano de Acheron sobre el estómago.
La pura sencillez de la alegría de su sobrino y su amor le llegaron tan profundamente al interior que quiso abrazar el niño por toda la eternidad y mantenerlo a salvo.  No había nada que amara más que a este pequeño ser. Rogaba que siempre fuera como ahora entre ellos. Que ni palabras dolorosas  ni acciones les separaran.
¿Qué pensaría el pequeño cuando se hiciera mayor y Nick y su padre le dijeran lo que había sido en el pasado? ¿Comprendería el niño que todo ello había sido contra la voluntad de Joseph? ¿Qué nunca habría sido así y hubiera tenido elección?
O peor, ¿sería el niño cómo Maia…?
Se le encogieron las tripas ante el pensamiento. Levantando al niño, Joseph le apretó contra el pecho tan fuerte como pudo sin hacerle daño. —Por favor, no me odies nunca, Api. De ti, no podría soportarlo.
Api quiere a Theo.
Joseph adoró cada sílaba.
—¡Qué conmovedor!
Abrió los ojos y se encontró a Artemisa de pie ante ellos.
—¿Conocías a Apollodorus?
Ella se encogió de hombros.
—La verdad es que no. Apolo tiene cantidad de bastardos. Pero es bastante mono para ser un humano pequeño y maloliente, supongo.
Joseph intentó escuchar sus pensamientos. Pero, al contrario que con los humanos, no era fácil. Tenía que esforzarse y sólo conseguía oír fragmentos.
Pon al niño en el suelo. Quiero estar contigo.
—¿Dónde está su madre?
—Con Apolo.
Puso los ojos en blanco y suspiró.
—Esa cosa, ¿no tiene un cuidador?
—Sí y en este momento resulta que el cuidador soy yo.
Ella se puso las manos en las caderas.
—Siéntate, Arti y te presentaré a tu sobrino. Sus mordiscos no duelen. —Al contrario que los de ella.
Todo su porte mostró la agitación que sentía cuando se sentó a su lado.
—¿Está mojado?
—No está mojado.
Apollodorus mantuvo la mano en la boca mientras miraba a Artemisa con curiosidad. Ella no es buena, theo…
Joseph se rió ante el pensamiento.
Artemisa les lanzó una mirada feroz.
—¿Qué es tan gracioso?
—Nada. —dijo preguntándose por qué ella no podría oír los pensamientos del niño. Le picaba la curiosidad sobre cuanto podían diferir los poderes de un dios y de otro. Quizás había cantidad de cosas que él podía hacer y ella no—. Como diosa, ¿puedes oír lo que la gente piensa?
Ella puso los ojos en blanco.
—Pongo todo mi empeño en que no. Son siempre tan aburridos.  O están intrigando para hacer daño a alguien o están pidiendo algo. La gente son insectos.
La rabiosa hostilidad le cogió desprevenido. Aunque alguna de la gente que conocía era mezquina, nunca insultaría a un insecto comparándolo con los cretinos que habían abusado de él.
—¿Incluido yo?
Encontraba desconcertante  no poder oír lo que estaba pensando.
Aún así, siendo un dios, ¿no debería ella saber que estaba sentada junto a otro dios? ¿Cómo podía ser que ella no supiera lo que le había pasado anoche?
—¿Notas algo diferente en mí?
—A parte de que estás abrazando a un niño maloliente, no. —Dejó caer la mano—. Sé que los humanos montáis un gran alboroto en el aniversario de vuestros nacimientos pero lo que realmente los hace especiales es que estáis a un día menos de la muerte. ¿Quién querría celebrar eso?
Joseph bufó ante su respuesta. Así que no podía notar su divinidad recién estrenada. Fascinante.
—No estaba hablando de mi edad.
—Entonces, ¿de qué? No te has cortado el pelo y puedo decir por la forma en que esa cosa pequeña está trepando por encima de ti y que no te estremeces hoy no te han azotado. ¿Qué más ha pasado?
El hecho de que pudiera ser tan arrogante ante sus palizas desató su cólera. La perra debería haber sufrido su dolor y su humillación para comprender que no era algo que se pudiera tomar a la ligera.
—Nada.
Ella descartó su respuesta hostil.
—Eres un tipo muy raro.
Apollodorus reptó hacia Artemisa. Se miraron el uno al otro durante un minuto entero antes de que él sonriera y pusiera su manita húmeda en el brazo de ella.
—Agg, qué asco. —Se limpió el brazo.
Joseph abrió los brazos y Apollodorus volvió con él.
—¿Cómo lo soportas? —Artemisa se estremeció cuando él levantó al niño y Apollodorus le dio un beso lleno de babas en la mejilla.
—Le quiero, Arti. No hay nada que me disguste de él.
Ella se estremeció todavía más, como si fuera la cosa más repulsiva que pudiera imaginarse.
—Quieres tus propios hijos, ¿verdad? ­—El tono acusatorio le dejó pasmado. Era como si ella pensara que era imbécil por desear algo así.
Joseph mantuvo abrazado a su sobrino mientras consideraba la idea que jamás se le había pasado por la cabeza.
—Puesto que no puedo tenerlos, nunca he pensado en ello.
—¿Pero si pudieras?
Miró a su sobrino y sonrió. Daría cualquier cosa por poder crear algo tan preciado.
—No puedo pensar en un don más grande que tener mi propio hijo mirándome como me mira Api.
—Entonces te encontraremos un niño.
Se rió de la idea antes de cambiar al tema que realmente le importaba y era mucho más factible.
—Dime una cosa, Arti. Si yo fuera un dios, ¿reconocerías nuestra amistad ante los demás?
Ella hizo un ruido de completo disgusto desde el fondo de la garganta.
—Tú no eres un dios, Joseph.
—Pero, si lo fuera…
—¿Por qué tienes esas ideas tan ridículas?
—¿Por qué no quieres contestarme?
—Porque no importa. No eres un dios. Ya te lo he dicho, tus ojos son una deformidad. Nada más.
¿Cómo podía ser un dios tan ciego para no reconocer a otro de su especie? ¿O su madre era realmente tan poderosa que le había protegido completamente de todos los dioses?
—Y ¿no conoces a ningún dios que tenga los ojos como los míos?
—No.
Quizás no fuera cuestión de divinidad… Puede que fuera porque pertenecían a diferentes panteones.
—¿Alguna vez has visto a un dios atlante?
Exasperada, le dio un golpe tan fuerte que las uñas le sonaron.
—¿Por qué estás tan preguntón hoy?
—¿Por qué te enfadas tanto por una simple pregunta?
—Porque quiero pasar el tiempo contigo sin esa cosa pegada a ti. ¿No podríamos ponerle en una jaula?
Joseph se horrorizó.
—¡Artemisa!
—¿Qué? Estaría a salvo.
—Lloraría y tendría miedo.
—Vale —se puso de pie y los miró—. Volveré cuando te libres de él. —y se desvaneció al instante.
Apollodorus le miró con curiosidad. Joseph le dio unas palmaditas en la espalda mientras movía la cabeza.
—Bueno, Api, esa era tu tía Artemisa en toda su gloria.
Artimisa.
Sonrió ante los intentos del niño de pronunciar el nombre en su cabeza. —Se le acerca bastante. Aunque la verdad es que no importa. No creo que vaya a venir a verte a menudo.
Achi está con Api.
Sonrió ampliamente ante la manera en que Apollodorus pronunciaba su nombre.
—Achi siempre estará contigo.
Lanzando una risilla, Apollodorus se hizo un ovillo en su regazo e inclinó la cabeza. Joseph acarició la pequeña espalda y antes de que darse cuenta de que el pequeño estaba dormido.
Le cogió en brazos y le sostuvo contra el hombro donde el sonido de los suaves ronquidos del pequeño mantenían a raya al mundo en su cabeza. Estaba en paz con el universo y se preguntaba si su madre le habría abrazado así.
Por primera vez en su vida, pensó que sí. Al menos su verdadera madre.
Apollymi.
  Apollymi continuó paseando de un lado a otro mientras Xiamara  se mantenía de pie, mirándola.
—Esa diosa griega sigue viendo a mi hijo. ¿Crees que podríamos usarla para protegerle?
Xiamara dudó. Quizás no debiera ocultarle nada a su amiga, pero si Apollymi supiera la totalidad de lo que había sido la vida humana de Apostolos, no sabría decir lo que podría hacer.
—No lo sé, akra. Los griegos no son como nosotros y Artemisa no es tan poderosa dentro de su panteón. Creo que estaría asustada de ayudarle.
Apollymi gruñó de frustración.
—Tenemos que hacer algo.
—Puedo traerle aquí, pero en el momento en que lo haga, Achron y los otros caerán sobre nosotros y nos atacarán.
—No tengo miedo. Una vez que esté libre, puedo derrotarlos y además tenemos tu ejército. Pero con Apostolos… le atacarían y alguno de ellos podría matarle mientras nosotras estuviéramos ocupadas con los otros.
Esa debía ser la única razón por la que Apollymi había huido de ellos estando embarazada. El miedo por su hijo la apartó de la batalla. Un golpe perdido y podría haber terminado con la vida de su hijo. Ese era un riesgo que jamás correría.
—¿Debo convocar al Chthonian?
Apollymi se paró ante la pregunta y el corazón le dio un vuelco. Aunque los Chthonians originalmente eran humanos de nacimiento, poseían los poderes de los dioses y funcionaban, por así decirlo, como una unidad policial para los diferentes panteones. Mantenían el orden y evitaban las guerras entre dioses. Pero también tenían sus propios planes los cuales no siempre iban en interés del universo y definitivamente no en su propio interés. No confío en ellos. Para mantener la paz antes matarían a Apostolos que lo salvarlo. No puedo correr ese riesgo. —La frustración anidaba en su interior. En tanto Apostolos estuviera en forma humana, era vulnerable. Podrían matarle tan fácilmente ahora mismo... ¿Cómo podría tener a su hijo sin poner en peligro su vida?
Jaden...
Se volvió para mirar a Xiamara.
—Akra —dijo con un tono de reprimenda—. No estarás pensando lo que pienso que estás pensando, ¿verdad?
—Se puede hacer un intercambio con Jaden para que traiga aquí a Apostolos. Pero necesitaría un demonio para convocarle. —Le lanzo a Xiamara una mirada de complicidad.
Jaden era un intermediario que apañaba tratos entre los demonios y la fuerza primaria del universo. Su poder se equiparaba, si no es que superaba, al de un dios. Si había un ser que podía proteger a su hijo y devolvérselo, era él.
—Sabes que no hay nada que no hiciera por ti, Apollymi. Pero Jaden es impredecible. Incluso si acepta el trato, tendremos que ofrecerle algo supremo por esto.
Honestamente, no le importaba. Daría cualquier cosa por su hijo.
—¿Qué pediría a cambio de sus servicios?
—No hay forma de saberlo.
Apollymi se acercó al estanque en el que podía espiar el universo desde sus aguas. Podría haberlo usado para vigilar a Apostolos creciendo hacia la madurez pero el temor por su seguridad la había retenido de hacerlo. Si Achron sabía que estaba viendo a su hijo, habría sido capaz de usar el estanque para encontrar a Apostolos él mismo. Incluso ahora, no se atrevía a usarlo para ver a su hijo. Era un riesgo que se negaba a asumir.
Levantó el agua del estanque formando una bola iridiscente en el aire. Y allí, en el centro, enfocó sus poderes para encontrar a Jaden y averiguar lo que más deseaba.
Sombras oscuras giraron y se retorcieron. Después empezaron a tomar forma...
En el momento en que empezaban a ser reconocibles se disolvieron. Apollymi soltó una maldición. El poder que lo poseía no le permitiría saber cómo controlarlo.
¡Maldita sea!
La ira y la pena se mezclaron en su interior. De acuerdo, pues. —Convócale y ofrécele mis poderes y mi vida si me otorga cinco minutos a solas con mi hijo antes de que yo muera. Y su promesa de que protegerá a Apostolos el resto de su vida.
Xiamara la miró boquiabierta soltando una risa nerviosa salpicada de incredulidad. —Apollymi, no puedes.
Enfrentó la mirada de su amiga.
—¿Si fueran Xedrix, Xirena o Simi?
Xiamara maldijo dándose cuenta de que ella haría exactamente lo mismo para proteger a sus hijos.
—¿Estás segura?
—Es mi hijo, Xi. La única parte de mí que merece vivir. Sea lo que sea que se necesite para salvar su vida, cierra el trato. Sólo quiero abrazarle una vez antes de morir.
Xiamara la atrajo hacia ella en un abrazo y la apretó fuerte.
—Eres la mujer más valiente que he conocido, akra. Haré lo que pides incluso aunque no quiera hacerlo.
—¿Te vincularás a él cuando me haya ido?
—Sabes que lo haré. Después de todo lo que hemos pasado juntas, daría mi vida por ti y por tu hijo.
Apollymi se ahoga en lágrimas.
—Entonces eres la mejor amiga que nadie pueda tener.
Xiamara apretó el abrazo antes de dar un paso atrás.
—Volveré tan pronto como pueda.
Abatida pero esperanzada, Apollymi miró salir a Xiamara. Miró al estanque, desesperada por ver a su hijo pero sabía que era mejor no intentarlo. En el momento en que Xiamara había desbloqueado los poderes de Apostolos, había alertado a los otros.

El Día del Juicio había llegado. Por todos los dioses del universo, les haría pagar por lo que le habían hecho a su niño y por cada día que la habían hecho vivir sin él.
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