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Mensaje por chelis Vie 21 Feb 2014, 7:12 pm

chelis escribió:>.<


















:'(
















:-/











:-S











<3








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Mensaje por issadanger Sáb 22 Feb 2014, 12:11 pm

MARATON 1/12
1 de Noviembre, 9529 A.C.
 


Hoy Padre trasladó a Joseph a una nueva habitación en el mismo corredor que la mía. Una vez más, él estaba atado con los brazos y piernas extendidos en la cama, pero al  menos esta vez estaba vestido. Los alimentos continuaron, pero ahora sólo ocurrían cinco veces al día.
Yo me esmeré en ver a Joseph  en cada oportunidad que podía y cada vez que lo veía mi corazón se rompía más.
Joseph nunca se movió o me habló durante mis visitas. Yacía allí, mirando fijamente al techo como si fuera inmune a lo que estaba pasando a su alrededor.
—Desearía que me hablaras, Joseph.  
Él actuaba como que si no estuviera allí.  
—Tienes que saber que yo te quiero. No quiero verte de esta manera. Por favor, hermanito. ¿Podrías mirarme por lo menos?  
Él ni siquiera pestañeó.
Su falta de respuesta me encolerizó  y una parte de mí quería atacarlo verbalmente. Pero sostuve mi lengua. Él había sido despreciado lo suficiente por los insultos de mi padre y los guardias y sirvientes que lo alimentaron.  
No había nada más que pudiera hacer. Enferma por reconocerlo, lo dejé y continué mis preparativos para Apolo.  
 


 
 
 
 

 
issadanger
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Mensaje por issadanger Sáb 22 Feb 2014, 12:18 pm

MARATON 2/12
20 de Noviembre, 9529 A.C.
 


Joseph continuó acostado, inmóvil, en su cama. Miraba fijamente al techo como siempre, ignorándome mientras intentaba hablar con él.  
—Desearía que me hablaras, Joseph. Extraño la manera en que conversábamos juntos. Eras mi mejor amigo. La única persona con quien yo podría hablar en la vida, quien no diría cada palabra que dije a Padre.
Otra vez, no hubo respuesta.  
¿Qué lo haría reconocerme? Ciertamente él no podría continuar echado en la cama así. Entonces de nuevo, dado el hecho que él había estado sentándose en un agujero diminuto estos pasados meses, él probablemente se había más que acostumbrado a no moverse.
Mi corazón sufría por  él, empecé salir de la cama cuando noté algo extraño. Frunciendo el entrecejo, me acerqué a la columna de la cama dónde su tobillo estaba  asegurado por un grillete de metal. Me tomó un segundo en comprender lo que estaba mirando. Sangre fresca y seca cubría el metal.  
Yo me encogí cuando vi su piel en carne viva y sangrante que estaba mayormente oculta de mi vista por las esposas. Así que Joseph no  estaba  de ese modo siempre  inerte. De las heridas que marcaban cada brazo y pierna, podía decir que había estado luchando furiosamente por su libertad siempre que él estaba solo.  
Cuando observé la sangre, mi propia visión se puso roja. Ya había tenido bastante de este abuso.
Mi furia ardiendo lentamente, dejé su cuarto para encontrar a nuestro padre.  
Después de una búsqueda rápida, me enteré que él estaba fuera en el área de entrenamiento mirando como  Nick practicaba lucha con la espada.  
—¿Padre?  
Él me lanzó una mirada agitada por haber osado interrumpir sus estímulos a Nick.          
—¿Hay algún problema?
—Si lo hay,  de hecho. Quiero a Joseph liberado  Lo exijo.  
Él sonrió con desprecio a mi pedido. —¿Por qué? ¿Qué haría él con eso?  
Yo quería que él entendiera lo que estaba haciendo a alguien que nunca le causó daño. Alguien que era su propia carne y sangre. —No puedes dejarle atado como una bestia, Padre. Es cruel. Él no puede ni siquiera asistir a sus necesidades básicas.
—Ni él puede avergonzarnos.
—¿Avergonzarnos  cómo?   
 —Mujeres— gruñó—. Tú estás siempre ciega. ¿No puedes ver lo qué es él?
Yo sabía exactamente quién y lo que mi hermano era.
—Es un muchacho, Padre.  
—Es una puta.
Había más veneno en esas palabras que en el hoyo de la serpiente dónde mi padre arrojaba  a sus enemigos.  
Esto hizo mi ira hervir.
—Era un esclavo torturado que tú echaste a la calle. ¿Qué se suponía que iba a hacer?
Me contestó con un gruñido salvaje.  
Pero me negué a ceder.
—No permitiré esto, Padre. No soportaré esto otro minuto más. Así que ayúdame, si no lo liberas de esos grilletes, me esquilaré el pelo y me marcaré la cara al extremo de que ya no le serviré de utilidad ni a Apolo ni a nadie.
—No te atreverías.
Por  primera vez en mi vida, lo miré fijamente como a un igual. No había ninguna duda dentro de mí que podría  llevar a cabo la amenaza.
—Por la vida de Joseph, yo lo haría. Merece ser tratado mejor de lo que lo es.
—¡No merece nada!
—Entonces puedes buscar a otra mujer para puta de Apolo.
Sus ojos se oscurecieron de tal manera que yo  estaba segura que me golpearía por mi intrepidez.  
Pero finalmente, yo gané esta batalla.  
Esa misma tarde Joseph fue liberado de su cama. Él permanecía allí cuando las cadenas  se abrieron  y vi la sospecha en sus ojos. Estaba esperando que algo peor sucediera.  
Una vez los grilletes se fueron, ordené a los guardias que dejaran el cuarto. Joseph no se movió hasta que estuvimos solos. Despacio, enojadamente, se empujó a mirarme. Estaba inseguro, sus músculos débiles de la falta de uso.
Su largo cabello rubio estaba  enmarañado y grasiento. Su piel enfermizamente  pálida por  la oscuridad que había sido su hogar. Una barba espesa cubría sus mejillas. Había círculos profundos debajo sus ojos, pero  no estaba tan  demacrado,  la atroz alimentación le había agregado bastante peso por lo que él parecía por lo menos  humano.
—No puedes dejar este cuarto —le advertí—. Padre fue  explícito en sus condiciones que te permiten estar libre solo aquí siempre y cuando te mantengas oculto. 
Joseph se heló ante mis palabras y me dio un aguda y fría mirada.
—Por lo menos ya no estás atado.
No me habló. Ya no lo hacía. Pero sus turbulentos ojos color plata decían mucho. Me hablaron del dolor y la agonía que constituía su vida. Acusaban y se dolían.  
—Mis habitaciones están dos puertas abajo deberías.
—No puedo salir —gruñó—. ¿No es lo que dijiste?
Abrí la boca, entonces hice una pausa. Él tenía razón. Me había olvidado de eso.
—Entonces yo vendré a visitarte.  
—No te molestes.
Joseph.
Él interrumpió mis palabras con una cortante mirada enfurecida.
—¿Recuerdas  lo me dijiste en tu última visita a mi celda?  
Me esforcé en recordar. Había estado enfadada con él por no hablarme, pero eso era todo lo que recordaba.
—No.
—Ve y muere, para lo que me importa. Ya no puedo preocuparme más por ti.
Hice  una mueca de dolor ante las palabras que nunca debí de haber pronunciado. Me cortaron el alma profundamente, que no era nada comparado a cómo debieron hacerlo  sentir. Si sólo hubiera sabido la miseria en la que se encontraba... 
—Estaba enfadada.  
Él torció sus labios.
—Y yo estaba demasiado débil para responderte. Es difícil hablar cuando pasas los días con nada más que la oscuridad y ratas por compañía. Pero claro, tú no sabes cómo es tener ratas y pulgas mordiéndote, ¿no es verdad? Lo que es sentarte en tu propia mierda.  
Joseph.
Sus fosas nasales se dilataron.
—Déjame, Ryssa. No necesito tu caridad. No necesito nada de ti.
—Pero… 
Él me sacó de la habitación y me cerró la puerta de golpe en la cara.  
La miré fijamente hasta que un movimiento junto a mí capturó mi atención. Los guardias de Joseph. Tenía dos de ellos para asegurarse que no infringiría ningún mandato de Padre.
Así que éste era su destino. Yo solo había cambiado la ubicación de su prisión. Todavía no era libre.  
Mi alma sufría en lo más profundo por él. ¿Él estaba vivo, pero con qué propósito? Quizás habría sido más amable permitirle morirse después de todo. ¿Pero cómo podía hacerlo? Él era mi hermano y yo lo quería incluso cuando él me odiaba.  
Enferma, me volví y regresé a mis aposentos, pero allí no encontré ninguna paz. Había sido poco caritativa con Joseph, dura. Irreflexiva. Con razón no quería hablarme.  
Pero yo no podría dejarlo con esto. Le daría tiempo. Quizás él regresara en el futuro.
Por lo menos, esperaba en lo más profundo que lo encontrara por sí mismo y me perdonara por ser como todos los demás. Por herirlo cuando yo debía de haber luchando por  él.



 
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Mensaje por issadanger Sáb 22 Feb 2014, 12:23 pm

MARATON 3/12

1 de Diciembre, 9529 AC
 


A medida que pasaban los días, yo aprendí más cosas acerca de las órdenes de mi padre hacia el trato de Joseph. No le estaba permitido entrar a nadie en el cuarto de Joseph, a excepción de mí misma, a quien él se negaba a ver, y todo lo que él tocaba era destrozado y quemado.
Todo.
Sus platos, sus sábanas. Incluso sus ropas. Esta era la humillación pública de Padre para Joseph.
Aquello me enfermaba.
Hasta el día en que hice el descubrimiento más asombroso de todos.
Había ido con varias amigas a ver una representación a mediodía. No era algo que soliese hacer normalmente, pero Zateria estaba completamente desesperada por uno de los actores y había insistido en que yo lo juzgara por mí misma.
Estuvimos riéndonos entre nosotras cuando de repente reparé en alguien que estaba sentado dos filas más debajo de nosotras en la sección campesina. Estaba sentado solo con un peplo que lo protegía. Tenía la capucha puesta sobre la cabeza de modo que no podía decir nada acerca de sus facciones y aún así había algo extrañamente familiar en él.
No fue hasta que acabó la representación y el hombre se levantó que me di cuenta de por qué me era familiar.
Era Joseph.
Se bajó la capucha, pero yo ya había vislumbrado la belleza de su cara y sabía que Nick nunca se habría rebajado a venir a algo tan común como un juego de mediodía. Incluso si lo hacía, él nunca estaría en los asientos de esa sección.
Me disculpé de mis amigos para ir tras él.
—¿Joseph?
Él vaciló un instante antes de bajar aún más la capucha y continuar su camino.
Apresurándome para darle alcance, tiré de él para que se detuviera.
Él me miró fríamente.
—¿Vas a decírselo a él?
—No —jadeé, sabiendo que “él” era nuestro padre—, ¿Por qué lo haría?
Él empezó a alejarse, pero yo lo detuve otra vez.
Su expresión era exasperada.
—¿Qué Ryssa?
—¿Cómo has venido aquí? Los guardias…
—Los soborné —dijo él en un tono contenido.
—¿Con qué? No tienes dinero.
La mirada que me dedicó respondió esa respuesta de forma contundente. Sentí náuseas con el simple pensamiento de lo que había usado para escapar de palacio.
Él entrecerró los ojos sobre mí.
—No parezcas tan horrorizada, Ryssa. He sido golpeado por mucho menos que una tarde de libertad. Al menos ellos son amables conmigo.
Las lágrimas aguijonearon mis ojos.
—No puedes continuar haciendo eso.
—¿Por qué no? Es todo lo que quieren de mí.
—Eso no es verdad.
—¿No?
Lo observé mientras se arrancaba la capucha. Podía sentir la onda travesó a todo el mundo alrededor nuestro como la gente fijaba la mirada en él.
El repentino ensordecedor silencio. Era tan tangible y no había error en la atención que estaba inmediatamente enfocada sobre él.
Solamente en él.
Las cabezas de las mujeres se juntaban mientras se reían tontamente y trataban de pasar desapercibidas en su ávido mirar. Los hombres no eran tan sutiles. No había duda en el hecho de que cada uno de ellos se lo quedaba mirando con anhelo. Con deseo.
Yo no era más inmune a su nada natural atracción de lo que lo eran ellos, pero la mía estaba temperada por el hecho de que éramos familia.
—¿Quieres saber realmente por qué me odia tu padre?
Yo sacudí la cabeza. Conocía la respuesta. Joseph lo había dicho el día en que Padre lo había desterrado. Por que él, también, se sentía atraído por Joseph y despreciaba al chico por ello.
Joseph me empujó para pasar, saliendo del estadio. Con cada paso que daba, le asediaban con ofrecimientos e invitaciones. Incluso una vez que volvió a colocarse la capucha, la gente no paraba de llamarle y perseguirle a través de la calle.
Me apresuré tras él.
—No seas así —dijo un hombre mientras se arrastraba detrás de Joseph—. Sería un mentor muy beneficioso.
—No tengo necesidad de un mentor, —dijo Joseph mientras continuaba caminando.
El hombre lo agarró con rudeza.
—¿Qué quieres?
—Quiero que me dejen solo.
El hombre bajó la capucha de Joseph.
—Dime tu precio. Pagaré cualquier cosa para tenerte.
Esa hundida y vacía mirada apareció en los ojos de Joseph haciendo que el hombre se apartara de él.
—¿Qué es esto?
Mi sangre se congeló cuando reconocí la hostil y demandante voz de mi padre. Había estado tan concentrada en Joseph y el desconocido que no me había dado cuenta de que Padre y sus allegados estaban paseando.
Ahora la atención de padre cayó completamente en Joseph cuya cara se volvió de piedra.
Padre le arrebató brutalmente a Joseph la capucha de la cabeza y lo empujó hacia sus guardias a quienes se les ordenó lo tomaran en custodia. Joseph fue escoltado de regreso al palacio donde Padre lo golpeó por su desobediencia.
Intenté mitigar el castigo, pero Padre no escuchaba. Ellos arrastraron a Joseph al interior del patio fuera de la sala del trono de mi padre que estaba reservado para los castigos. Los guardias le rasgaron la ropa dejándolo desnudo y le propinaron sesenta y cinco latigazos en la espalda. No podía mirar, pero oía cada silbido del látigo cuando viajaba a través del aire y cada latigazo que cortaba a través de su piel.
Joseph gruñía y varias veces lo oí caer, sólo para que mi padre ordenara a los guardias que lo pusieran de nuevo en pie. Ni una sola vez gritó.
Cuando finalmente se terminó, me volví para ver a Joseph inclinado contra el poste, sangrando, sus manos todavía firmemente atadas. Los guardias le lanzaron una tosca manta por encima antes de que sus cuerdas fueran cortadas y fuese arrastrado de regreso a su habitación y encerrado dentro.
Todo lo que pude hacer fue sostener después a Joseph. Por una vez, él no me hizo a un lado. Permanecía tendido con la cabeza en mi regazo como solía hacer cuando éramos niños. Cuando me rogaba que le dijera por que nuestros padres le odiaban.
Esperé a que alguien viniera y atendiera su destrozada espalda.
Nadie lo hizo.
Sólo después me di cuenta de que Padre lo había prohibido. Así que me senté con Joseph durante horas, sosteniendo su cabeza mientras él lloraba silenciosamente por el dolor.
Si lloraba por el hiriente latido de su espalda o el profundo dolor en su corazón, eso no lo sabía. Dioses, cómo deseaba llevarle de regreso al día en el huerto cuando habíamos estado solo los tres jugando y riendo. Lejos a algún lugar donde pudiera ser libre y apático, donde fuese un chico normal de diecinueve años como debería haberlo sido.
Cuando finalmente se durmió, continué pasando mi mano a través de su cabello dorado, mientras observaba los horribles verdugones en su espalda. No podía imaginarme un dolor tan fuerte.
—Te quiero, Joseph —susurré, deseando que mi amor fuera bastante para protegerlo de esto.
 
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Mensaje por issadanger Sáb 22 Feb 2014, 12:27 pm

MARATON 4/12

10 de Diciembre, 9529 A.C.


 
Después de ese día, nunca hablé otra vez del hecho de que sabía que Joseph continuaba escapándose del palacio para ir a las representaciones. Muchos días lo seguí solo para asegurarme que nadie lo molestaba. Que nadie sabía lo que estaba haciendo.
Se mantenía en las sombras, su identidad cuidadosamente guardada. Su cabeza siempre hacia abajo, su mirada en el suelo cuando pasaba a través de la confiada muchedumbre.
Joseph arriesgaba mucho para irse. Ambos lo sabíamos. Una vez le pregunté por qué se atrevía a tanto y él simplemente me contestó que eso era todo lo que lo confortaba.
Le gustaba ver a los participantes en los juegos. Le gustaba imaginarse que él era uno de ellos. ¿Cómo podía culparlo por eso cuando había disfrutado tan poco de su vida?
Con mi unión con Apolo acercándose críticamente, pasé más y más tiempo en los aposentos de Joseph. Sólo él no veía el evento como algún mágico momento que yo debería estar esperando con gozo y entusiasmo.
Él lo veía por el horror que era.
Yo también estaba siendo prostituída. Sólo que mi padre veía mi prostitución como noble y maravillosa.
—¿Dolerá mucho cuando él me tome? —pregunté a Joseph cuando se sentó en su balcón que miraba más abajo hacia el mar.
Yo estaba en el suelo mientras Joseph se sentaba en la barandilla como hacía siempre. Él se balanceaba precariamente sobre el borde de ésta cual gota que cae al rugiente mar.
Me aterraban las alturas, pero él parecía ignorante ante el peligro.
—Depende de Apolo y su humor. Siempre depende de tus amantes y cuanta fuerza usarán. Cuanto placer tomen causándote dolor.
Eso no me aliviaba desde que no podía controlas el humor de nadie.
—¿Fue dolorosa tu primera vez?
Él asintió sutilmente, sus ojos oscurecidos.
—Al menos no tendrás una audiencia cuando te viole.
—¿Tú sí?
Él no respondió, pero tampoco es que fuera a hacerlo. Su expresión me decía que sí.
Mi corazón se dolió por él y el horror que debía haber conocido, bajé la mirada hacia el cordón que estaba enrollando en mis manos.
—¿Crees que Apolo me lastimará?
—No lo sé, Ryssa —su tono mostraba su impaciencia. Él siempre odiaba hablar sobre el coito. De hecho, odiaba hablar, todo el tiempo.
Pero yo tenía que saber lo que vendría y no había nadie que hablara conmigo de tales cosas. Encontré su remolineante mirada.
—¿Cuánto dolor puede ser?
Él apartó la mirada, bajándola hacia el mar.
—Intenta no pensar en eso. Sólo cierra los ojos e imagina que eres un pájaro. Imagina que vives arriba entre las nubes y que no hay nada que pueda alcanzarte. Eres libre de volar a donde quieras ir.
—¿Es lo que haces?
—Algunas veces.
—¿Y las otras?
Él no respondió.
Así que nos sentamos allí en silencio, escuchando a las olas romper abajo contra las rocas. Por primera vez, finalmente entendía algo de su dolor. Su humillación. Yo no quería formar parte de mi futuro y aún así no tenía elección.
Mientras escuchaba las olas, recordé el tiempo que habíamos pasado a solas cuando él era un niño. De las horas que solía pasar sobre las rocas, escuchando el mar y las voces que lo llamaban.
—¿Todavía oyes las voces de los dioses, Joseph?
Él asintió.
—¿Las oyes ahora?
—Sí.
Hacía años, él me había contado que eran los dioses llamándolo. Diciéndole que viniese a casa.
—¿Piensas hacer lo que te dicen?
Él sacudió la cabeza.
—Jamás quiero regresar a la Atlántida. Odio estar allí.
Eso podía entenderlo y hacía que me preguntara cuanto más debería él odiar estar aquí. La pena siempre lo seguía y no era culpa suya. Cuan doloroso no ser capaz de mostrar tu propia cara por temor a que las personas te asalten. Fuese a donde fuese, todo el mundo quería acercarse a él con una desesperación que no tenía sentido para mí.
Incluso yo lo deseaba. Sólo estaba agradecida de que él no pudiera sentir esos impuros pensamientos que venían a mí en los peores momentos posibles.
Pero al contrario que otras personas en mi vida, yo nunca actué sobre ellos. Él era mi hermano y yo sólo quería protegerlo. Al contrario que el resto de mi familia, él veía mi yo real y me quería a pesar de mis fallos. Justamente igual a como lo amaba yo a pesar de los suyos.
—¿Irás conmigo mañana al templo? —pregunté en voz baja.
Él se quedó perplejo por la pregunta.
—Por favor, Joseph. Estoy tan asustada de lo que están planeando. No quiero ser la querida de un dios. Nunca he sido tocada por un hombre. Nunca he sido besada. No creo tener el valor para esto.
—No es difícil, Ryssa. Sólo miente y actúa como si te gustara.
—¿Y si no me gusta?
—Finge que sí te gusta. Él estará tan concentrado en su propio placer que nunca advertirá siquiera si estás sonriendo o llorando. Sólo dile lo hábil que es y lo bien que se siente. Eso es todo lo que importa.
Me incorporé desde mi lugar en el suelo y cogí su mano en la mía. Me quedé mirando fijamente la fuerza de sus curtidos tendones. Había pasado por mucho. Sinceramente, no tenía derecho a quejarme o lamentarme de mi destino. Nadie había estado allí para consolarle a través de los terrores de su vida.
Pero yo no era tan fuerte como Joseph. No podía hacer esto sola. Quería… no, necesitaba que alguien estuviera allí. Alguien en quien confiara que me dijera la verdad y viese el mañana por el horror que era.
—Por favor, ven conmigo.
Todavía había reserva en sus ojos. No quería hacerlo, pero asintió de todas maneras.
Agradecida, le besé la mano y la apreté en la mía. Solo él entendía mis temores. Sabía lo que era ser vendido contra su voluntad.
En esto éramos almas gemelas.
 
issadanger
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Mensaje por issadanger Sáb 22 Feb 2014, 12:30 pm

MARATON 5/12

11 de Diciembre, 9529 A.C.
 
 


Traté de dormir, pero sólo lo hice irregularmente. Éste sería el peor día de mi vida. Hoy, mi propio padre, me ataría a un Dios...
Cuando fue hora de ir al templo, encontré a Joseph en el corredor fuera de mi habitación usando el peplo de coloración insulsa que utilizaba para ir a los juegos. Como siempre, estaba colocado sobre su cabeza para protegerlo de los demás.
Era bueno de su parte venir conmigo, incluso cuando yo sabía que él no quería. Deseaba sostener su mano para que me diera coraje, pero no me atrevía por miedo de dirigir la atención hacia él. Lo último que querría sería que lo hirieran por mi culpa.
Sin una palabra, siguió tras de mí y mis sirvientas mientras dejábamos el palacio. Pensé que Padre me esperaría fuera, pero me dijeron que él ya estaba en el templo.
Dudé, ahí, en la calle, mientras me abandonaba el coraje y me dejaba con las piernas temblorosas.
Girándome, encontré la mirada de Joseph.
—¿Debería correr?
—Ellos siempre me traían de vuelta cuando trataba de hacerlo y me hacían sufrir mucho por el intento.
Mi estómago se encogió, incluso más, mientras recordaba la vez que lo había sacado de la Atlántida. El me había dicho que sería castigado por mis acciones, pero nunca me había dicho como.
—¿Qué te hizo el Tío después que te alejé de...
El colocó su mano sobre mis labios y sacudió la cabeza.
—Nunca querrías saberlo.
Miré en sus ojos plateados y vi el dolor que estaba ahí y fue entonces cuando entendí completamente porque él no había dejado atrás la vida que nuestro tío le había enseñado. Recordé lo que me había dicho en el burdel.
Sin otra habilidad, no había nada que cualquiera de nosotros pudiera hacer. Ninguna manera de mantenernos a nosotros mismos.
“Traté de encontrar un trabajo honorable”
Sus palabras me atormentaban ahora.
Joseph tenía razón. Me encontrarían y me castigarían.
Tomando una profunda inhalación para llenarme de coraje, me giré y me dirigí hacia el distrito de los templos.
Había una multitud esperando por mí para celebrar el hecho de que estaba siendo vendida contra mi voluntad a un Dios. Seis pequeñas niñas permanecían con canastas de pétalos de rosa rojos y blancos en sus manos. Las diseminaron a mis pies mientras me llevaban hacia el templo de Apolo.
En la puerta, encontré a mi padre. El me sonrió hasta que su mirada pasó sobre mi hombro para ver a mi alto “guardia”
Un gruñido curvó sus labios.
—¿Qué está haciendo él aquí?
—Le pedí que viniera.
Padre empujó a Joseph por la espalda.
—El no puede estar aquí. Es impuro.
—Lo quiero aquí.
—¡No!
Miré atrás para ver como Joseph levantaba la barbilla como si sus palabras no lo hiriesen, pero vi el dolor en su mirada.
—Esperaré por ti afuera, Ryssa.
Padre hizo un sonido de disgusto y supe que era sólo miedo de hacer una escena frente Apolo lo que lo impedía hacer cualquier cosa. Sin embargo, después habría castigo para Joseph. De eso no tenía duda.
Alargue la mano hacia mi hermano, pero Padre me empujó hacia la puerta. Lágrimas se asomaron a mis ojos mientras me asfixiaba. Traté de hablarle a Joseph, pero no podía hacer que mi voz cooperara.
Joseph se alejó, hacia la multitud.
Quería verlo. Necesitaba su fuerza, pero no había nada que pudiera hacer.
Contra mi voluntad, me arrastraron hacia el templo y hacia un destino del cual yo no quería ser parte 
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Mensaje por issadanger Sáb 22 Feb 2014, 12:38 pm

MARATON 6/12



JOSEPH

9529 AC – 7382 AC




11 de Diciembre, 9529 A.C.
 
 


Joseph se alejó del templo de Apolo. Una cólera de impotencia le carcomía las entrañas. Estaba cansado de que le recordaran su lugar en este mundo.
Que le recordaran que él no era nada.
Sin duda, su padre lo castigaría después por esto. No, le preocupaba.
Ya no sentía el dolor físico como el resto del mundo. Demasiados días de ser usado y abusado le habían dejado vacío e incapaz de sentir gran cosa excepto odio e ira.
Esas dos emociones le quemaban por dentro constantemente.
Había sido una puta contra su voluntad y ahora eso era usado en su contra, como si él hubiera tenido elección sobre el asunto. Como si hubiera disfrutado al ser manoseado y golpeado.
Entonces así será.
Buscando alguna forma de venganza sobre aquellos que lo habían maldecido a su destino, se encontró a sí mismo cruzando la calle para dirigirse al templo de Apolo.
Estaba vacío. Lo más probable era que los ocupantes y cuidadores hubieran cruzado la calle para ser testigos del sacrificio de su hermana.
Cerdos de mierda.
No había nada que a la gente le gustara más que ver a alguien más siendo humillado, especialmente a la nobleza. Les daba un sentimiento de poder. Un sentido de superioridad. Pero en lo profundo de sus mentes, todos sabían la verdad. Sólo estaban agradecidos de no ser ellos los degradados.
El caminó hacia la nave central que estaba enmarcada por inmensas columnas que se estrechaban hacia el cielo. Columnas que se dirigían hacia la estatua de una mujer. El nunca había estado dentro de un templo antes. Las putas no eran bienvenidas, puesto que los dioses las habían abandonado y la raza humana las había condenado.
Insolentemente, bajó su capucha mientras dirigía la mirada hacia arriba a la imagen tallada de la diosa. Hecha de oro sólido, ella era hermosa. El peplo parecía mecerse por un viento invisible y sostenía un arco en una mano y un carcaj de flechas a la espalda. La mano izquierda descansaba en un alto y garboso ciervo que estaba frotándose contra su pierna.
Miró fijamente la escritura de la placa que había a sus pies, pero no podía leerla.
Vagamente recordaba a Ryssa tratando de enseñarle a leer hacia muchos años, cuando lo había rescatado. No había visto un pergamino o una palabra desde entonces.
Mientras trazaba la primera letra del nombre de la diosa, creyó reconocerla.
Era una A. Ryssa le había dicho que su propio nombre comenzaba con esa letra.
Él recorrió mentalmente su limitado conocimiento de los dioses y lo que sabía de ellos, mientras intentaba recordar a uno cuyo nombre sonara similar al suyo.
Tú debes ser Atenea —dijo en voz alta.
Tenía sentido, Atenea era la diosa de la guerra y sostenía un arco en su mano.
—¿Disculpa? ¿Atenea?
Se giró rápidamente hacia la voz enojada detrás de él. La mujer era increíblemente voluptuosa con largo y rizado cabello rojizo y oscuros ojos verdes. Su belleza era natural y penetrante. Si fuera capaz de sentirse sexualmente atraído por alguien, pudiera incluso desearla. Pero honestamente, había follado con tanta gente que podría vivir el resto de su vida sin ningún otro cuerpo bajo, sobre o cerca de él.
Vestida con un traje blanco vaporoso, colocó las manos sobre las caderas curvilíneas.
—¿Estas ciego? ¿O sólo eres estúpido?
El gruño ante los insultos.
—Nada de eso.
Se aproximó hacia él con una mirada aguda antes de gesticular hacia la estatua detrás de él.
—¿Entonces cómo es que no reconoces una imagen de Artemisa cuando la ves?
Joseph puso los ojos en blanco ante la mención de la hermana gemela de Apolo. Debería haberlo sabido ya que los templos estaban tan juntos.
—¿Es ella tan inútil como su hermano?
La boca de la mujer cayó abierta. Parecía asombrada por su pregunta.
—¿Disculpa?
La cólera quemó dentro de él mientras veía los tributos colocados en el altar ante la imperial diosa. Él lanzó el brazo contra ellos, haciéndolos volar. Las fuentes se partieron contra el suelo mientras pequeñas flores, juguetes y otras ofrendas se diseminaron y rodaron sobre el mármol.
—¿Por qué se molestan cuando nadie en el Olimpo los escucha y si lo hacen, es obvio que no les importa?
—¿Éstas loco?
—Si, lo estoy —dijo entre dientes—. Loco por este mundo donde no somos nada para los Dioses. Loco por los Destinos que nos pusieron aquí sin otro propósito excepto el de jugar con nosotros para su pequeño entretenimiento. Desearía que todos los dioses estuvieran muertos y desaparecidos.
La mujer gruñó, dirigiéndose hacia él. Joseph capturó su mano antes de que pudiera abofetearlo.
Ella gritó y algo lo golpeó desde dentro, lanzándolo directamente al suelo. El dolor se extendió a través del cuerpo.
Una fuerza invisible lo levantó del suelo y lo arrojó contra la pared. El aliento lo abandonó mientras era fijado al tabique, a unos buenos tres metros sobre el suelo.
La mujer lo miró.
—¡Debería matarte!
—Por favor, hazlo.
Artemisa retuvo el último rayo de energía que hubiera mandado a este humano directo al Tártaro donde pertenecía y lo dejó caer al suelo. Nunca había conocido a nadie que no la reconociera al verla. Nunca había conocido a nadie que pudiera sentir su presencia sobrenatural y sus poderes de diosa y sin embargo, éste humano parecía inmune a ellos.
Miró como se incorporaba y permanecía de pie, insolentemente ante ella. Era un joven muy guapo. Le concedía eso. Su rostro era perfecto en su belleza, oscuras pestañas rubias enmarcaban unos remolinantes ojos plateados que quemaban con odio. Nadie la había desafiado con tal mirada.
Su largo y ondulado cabello rubio enmarcaba sus formas a la perfección. Parecía ser suave y era como poco, tentador.
Y su cuerpo... era plano y musculoso. Bronceado. Hermoso. Había algo en él que provocaba que la boca se la hiciera agua por probarle. Nunca en su vida había sentido un deseo tan increíble hacia ningún hombre.
Una cosa más. Era más alto que ella, una rareza mortal que apreciaba.
—¿Tienes idea de quién soy? —le preguntó.
—Juzgando por tu enfado y lo que acabas de hacerme, asumiré que eres Artemisa.
Entonces no era tan estúpido después de todo.
—Entonces inclínate y discúlpate.
En lugar de eso, la ofreció una intensa mirada que causó que su estómago se agitara. Caminó hacia ella con un elegante pavoneo que hizo que su cuerpo entero se ondulara como el de una pantera. Una extraña necesidad la atravesó. No entendía lo que estaba sintiendo, fuera lo que fuese, la dejaba sin aliento y débil.
Él colocó una cálida mano contra su mejilla mientras miraba fijamente su rostro con esos cautivadores ojos que parecían hipnotizarla.
—Entonces eres una diosa —dijo, con una voz gruesa mientras la examinaba audazmente. Las pupilas se dilataron...
El estómago de ella se encogió incluso más. Su cercanía la abrasaba. Sus ojos la fascinaban.
Ella nunca había sentido algo como esto.
Antes de que ella se diera cuenta de sus intenciones, él la coloco entre los brazos y la besó.
Artemisa no podía respirar mientras lo saboreaba. Una parte de ella estaba ultrajada de que él se atreviera a esto, pero otra extraña parte estaba encantada por la inesperada sensación de sus labios sobre los suyos. De su lengua explorando la boca.
Los brazos la rodearon mientras la atraía más cerca de él.
Le daba vueltas la cabeza cuando él la retiró ligeramente y arrastró sus labios desde la boca al cuello. Los escalofríos la recorrían y al mismo tiempo un increíble calor bullía por dentro. Todo lo que quería era colocarlo más cerca…
Sentir cada centímetro de su cuerpo.
Él hizo un ruido apreciativo contra la piel que le causó estragos.
—Sabes divinamente.
El cayó de rodillas ante ella.
—¿Qué estás haciendo? —Preguntó mientras él levantaba uno de los pies en sus manos. No entendía que estaba pasando. Parecía como si no tuviera control de sí misma. Esta… criatura la forzaba de una manera que era totalmente sobrenatural.
Ante la mirada de él, sintió como si su estómago se quisiera salir.
—Besando tus pies, diosa. ¿No es eso lo que se supone que debo hacer?
Bueno, sí, pero mientras él mordisqueaba el empeine ella no pudo suprimir un profundo gemido de placer. Artemisa se apoyó contra la pared mientras su boca trabajaba mágicamente sobre los sensibles tendones del pie.
Ella nunca había conocido algo tan rico, un calor tan abrasador recorriendo su sangre. Y él no se detuvo en el pie, deslizó sus labios sobre la pierna, hacia la parte de atrás de la rodilla.
Artemisa luchaba por respirar.
Entonces él movió su boca más arriba.
—¿Qué estás haciendo?
Suspiró mientras su cálido aliento caía sobre sus nalgas.
—Te estoy besando el culo. ¿No se supone que la gente tiene que hacer eso?
—No de esa manera.
Ella gruñó cuando él la mordisqueó la parte alta de las nalgas. Debería detenerlo. El no tenía ningún derecho a tocarla de esta manera y sin embargo, no quería que se detuviera. Se sentía tan bien.
Él la separó las piernas suavemente.
Con una mente propia, las piernas le obedecieron. Artemisa miró hacia abajo y lo vio con los ojos cerrados mientras la atormentaba con placer.
Sintió sus manos sobre ella mientras la tocaba donde ningún otro hombre la había tocado antes. Sus dedos recorrieron la hendidura, haciéndola quemarse incluso más antes de tomarla con la boca.
Bajando el brazo, ella enterró la mano entre su cabello mientras la saboreaba.
Sus sentidos se volvieron locos mientras se entregaba totalmente a él y las lamidas que le daba la enviaban a una altura inimaginable. Cada una de ellas enviaba un caliente escalofrió a través de ella. La garganta se secó un instante antes de que su cuerpo se calcinara.
Artemisa lloró mientras experimentaba su primer orgasmo.
Aterrorizada y avergonzada, se desvaneció.
Joseph se sentó en el suelo aturdido por la incredulidad. El gusto y el olor de Artemisa traspasaron sus sentidos. Su cuerpo quemaba con dolorosa necesidad.
Él nunca había experimentado el deseo antes. Su cuerpo siempre había reaccionado al ser estimulado por otros o por las drogas, pero realmente él nunca quiso tocar a nadie.
Hasta ahora.
Ahora deseaba a una mujer... no, deseaba a una diosa y eso no tenía sentido para él.

Rió amargamente.
issadanger
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Mensaje por issadanger Sáb 22 Feb 2014, 2:47 pm

MARATON 7/12

                                                 11 de Diciembre, 9529 A.C. Parte 2


—Lo menos que pudiste haber hecho era matarme, Artemisa —gritó. Ese había sido su único objetivo cuando se había aproximado a ella por primera vez.
Pero en el momento que la había tocado, había sentido deseo real.
Incapaz de olvidar eso, se limpió la boca y se puso de pie. Girando, miró a la estatua que de ninguna manera tenía un parecido con ella. Le dirigió un sarcástico saludo.
Su cuerpo tenía un hambre extraña, abandonó el templo e hizo la larga caminata de regreso al palacio solo. Y con cada paso que daba, su rabia crecía incluso más de lo que había crecido antes.
Había un inquietante silencio mientras caminaba a través de los corredores de mármol de la casa de su padre sin destino en mente. Todos habían ido a ver el sacrificio de Ryssa. Se preguntaba ociosamente si serviría de algo. Si el favor de Apolo por los Atlantes podría ser cambiado hacia los Griegos.
No es que le importara. Ni los Atlantes ni los Apolitas habían sido más gentiles hacia él de lo que habían sido los griegos.
Todo lo que ellos querían hacerle era follarlo.
Suspirando, se encontró a sí mismo en el grande e impresionante salón del trono de su padre. Era la primera vez que entraba caminando, debido a que las veces anteriores había sido arrastrado por la puerta encadenado.
Entornó la mirada sobre los dos tronos dorados colocados al final. Tronos que debían haber pertenecido a su madre y a su padre, pero como su madre había sido desterrada por su nacimiento, Nick había ocupado su lugar. Demasiado malo que la vieja bruja hubiera muerto en su aislamiento. La habría gustado ver a su precioso Nick coronado Rey.
Nick. Su hermanito.
Joseph maldijo. Si no fuera por los ojos, el habría sido quien estuviera sentado a la derecha de su padre.
Nadie se atrevería a molestarlo. Nadie jamás lo hubiera forzado a arrodillarse para...
Gruñó ante los recuerdos.
Era tan injusto.
No había pedido esta vida. Nunca había pedido nacer. Nunca había pedido ser un semidiós.
Podía escuchar la voz de Estes en la cabeza “Míradlo. Hijo de un Olímpico ¿Cuánto pagaría por una probadita a un dios Griego?”
Joseph ni siquiera sabía quién era su padre. Su madre siempre se había declarado inocente sobre las circunstancias de su nacimiento y ningún dios había dado un paso adelante para reconocerle.
Enojado por ese hecho, cruzó la habitación para sentarse en el trono de su padre. El hombre moriría si lo viera pertrechado sobre él y eso le dio un instantáneo momento de satisfacción. Su padre lo haría quemar.
Tal vez debería dejar que su padre lo encontrara aquí. Al rey le estaría bien empleado saber que una puta había profanado su amado trono.
Una puta... se estremeció con el mero pensamiento.
Por derecho de nacimiento, todo esto debería haber sido suyo. Cerrando los ojos, Joseph trató de imaginarse como hubiera sido el mundo si él tuviera ojos azules como Nick.
La gente lo respetaría.
Respeto.
La palabra colgaba como un fantasma en su mente. Esa era la única cosa por la que había rogado.
—¿No quieres ser amado?
Él abrió los ojos para ver que Artemisa estaba parada en el centro de la habitación, estudiándolo.
—Todo el mundo afirma amarme —por lo menos mientras lo follaban. Desafortunadamente, esa afirmación terminaba en el minuto que lograban la satisfacción—. He tenido más que suficiente del amor de otras personas. Prefiero no tenerlo por un rato.
Ella frunció el ceño. Era una expresión delicada que él encontró dulce.
—Tú eres un ser humano extraño.
Él se burló de eso.
—Soy un semidiós. ¿No lo puedes ver?
Su ceño se pronunció más mientras se acercaba a él.
—¿De quién eres?
—Me han dicho que de Zeus.
Ella negó con la cabeza al escuchar eso.
—Tú no eres hijo de un Olímpico. Yo lo sabría si lo fueras. Nosotros siempre podemos sentir a los nuestros.
Esas palabras penetraron en el corazón como un cuchillo.
—¿Entonces de quien soy hijo?
Ella tomó su barbilla en la cálida y suave mano para que él alzase la vista y poder mirar fijamente sus inusuales ojos. Ojos que él había odiado toda su vida. Ojos que lo habían traicionado.
—Tú eres humano.
—Pero mis ojos...
—Son extraños, pero los defectos de nacimiento son comunes entre tu especie. No hay poderes de dios dentro de ti. Nada que te marque como divinidad. Eres humano.
Joseph cerró los ojos mientras el dolor lo asediaba. Entonces era el hijo de su padre después de todo.
Era la última cosa que quería oír. Un defecto de nacimiento. Un simple accidente de nacimiento lo había privado de todo. Quería gritar de cólera.
—¿Por qué estás aquí? —Preguntó, abriendo los ojos para encontrar a Artemisa mirándole fijamente.
Ella ignoró la pregunta.
—¿Por qué no me temes?
—¿Debería?
—Podría matarte.
—Te pedí que lo hicieras, pero no lo hiciste.
Ella ladeó la cabeza como si la hubiera sorprendido completamente.
—Tú eres muy guapo para ser humano.
—Lo sé.
Artemisa frunció el ceño ante sus palabras. No habían sido dichas arrogantemente. Al contrario, las había dicho con ira, como si su belleza le molestara. Era diferente a cualquier humano que ella hubiera conocido.
Si no estuviera segura, ella hubiera creído en su historia de divinidad. Había algo sobrenatural acerca del deseo que él la provocaba.
Pero los dioses y su descendencia tenían una esencia que era fácilmente identificable. Todo lo que ella sentía dentro de este humano era odio, desprecio. Y esto la hacia daño y la lastimaba tanto que era casi doloroso estar cerca de él.
—¿Por qué estas tan triste?
—Tú nunca lo entenderías.
Probablemente no. La tristeza no era algo que normalmente sintiera. En cuanto al desprecio...
Era completamente extraño para ella.
En toda su existencia, ella jamás había deseado consolar a un humano. Hoy ella lo hizo y no sabía por qué.
—¿Alguna vez sonríes? —Le preguntó.
Él negó con la cabeza.
—¿Nunca?
—No. Todo lo que provoca es que la gente se arrastré hacía mí. Los hace desearme más.
—Pero pensé que todos los humanos rogaban por ser deseados.
Nuevamente él frunció el ceño.
—¿Conoces el termino Atlante tsoulus?
—¿Esclavo sexual?
La dedicó una mirada fija en blanco.
Artemisa inhaló mientras captaba su significado.
—¿Tú eres uno de ellos?
—Lo era.
Su visión se oscureció ante la información.
—¿Y osaste tocarme?
—¿Entonces, me mataras ahora?
Eso hizo que su cólera disminuyera bajo otra ola de confusión. ¿Quién era este hombre que la desafiaba como ningún otro lo había hecho antes?
—Si tanto deseas morir ¿Por qué no te matas tú mismo?
Sus labios se curvaron mientras sus ojos flameaban con furia.
—Cada vez que lo he intentado, he sido devuelto y castigado por ello. Parece ser que los dioses no me quieren muerto, entonces me imaginé que si uno de los suyos me mataba, entonces encontraría finalmente la paz.
—Entonces no está destinado que mueras.
Él se puso de pie con un gruñido tan fiero que Artemisa de hecho retrocedió un paso por miedo.
—No te atrevas a decir esa palabra frente a mí. Me niego a creer que este era mi destino. No estaba destinado a ser esto. Nunca quise ser...
El dolor en sus ojos la taladró.
—Esto no puede ser para lo que nací.
—Es el destino de la raza humana sufrir. ¿Por qué tú deberías ser diferente?
Joseph no podía respirar mientras sus palabras penetraban profundamente en él. Una y otra vez en su mente se veía a sí mismo y su pasado. Veía los horrores y degradaciones que había sufrido.
Pero los pensamientos más terroríficos eran aquellos del futuro. Por siempre solo, sin nadie excepto el desdén y el abuso por compañía. Siendo forzado a comer contra su voluntad o peor, vendido como un saco de avena.
Demasiado enojado para hablar, salió rápidamente del salón y se dirigió a su “prisión”. Reconocía que era mejor que el hueco en el que su padre lo había confinado inicialmente, pero aún era una prisión.
Era todo lo que él conocería y si su padre lograba su objetivo, seria confinado en ese lugar para el resto de su vida.
Al menos hoy no había guardias fuera. Incluso a ellos se les había dado un día de libertad. Un día para hacer lo que quisieran.
—¿Por qué te fuiste?
Se detuvo en seco mientras Artemisa aparecía ante él.
—¿Por qué me sigues?
—Me dejaste curiosa.
—¿Curiosa sobre qué?
—Sobre ti.
Él se rió amargamente ante eso. Incluso una diosa no era mejor que los humanos que lo cazaban.
—¿Me quieres desnudo para que puedas explorarme?
Sus mejillas se oscurecieron, pero aún así él vio la caliente mirada en sus ojos.

También se percató que ella no lo contradijo. Entonces así será.
issadanger
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Mensaje por chelis Sáb 22 Feb 2014, 2:53 pm

Con que así conoció a la bruja vaca de artemisa!!!!....
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Mensaje por issadanger Sáb 22 Feb 2014, 3:12 pm

MARATON 8/12

                                                           11 de Diciembre, 9529 A.C. Parte 3



Artemisa miraba como su recién descubierto humano lentamente soltaba el broche de su peplo. Debería detenerlo, lo sabía pero no podía obligarse a sí misma a decir las palabras.
Tembló por la expectación de cómo se vería desnudo. No era asombroso que su hermano pasara tanto tiempo con las hembras humanas. Si ellas eran la mitad de provocativas...
Él dejó caer su peplo al suelo.
Sus pensamientos se diseminaron, ella tragó cuando vio su desnudez, era incluso más guapo de lo que sospechaba.
Su piel era leonada, tentadora y se estiraba sobre un cuerpo que estaba finamente puesto a punto y bien musculoso.
Contra su voluntad, su mirada bajó hacia la parte de él que era únicamente masculina. Estaba bien dotado y mientras lo miraba, su pene creció, engrosándose mientras lentamente se levantaba para curvarse contra su cuerpo. Sus pelotas apretadas.
Nunca había visto a un hombre como este. Lleno de deseo. Tan atrevido y sin inhibición por miedo a ella.
Él cerró la distancia entre ellos.
—¿No quieres tocarme?
Si lo deseaba, pero no podía moverse. No podía respirar. Ella sentía el calor de su cuerpo el conmovedor paso de su aliento contra la cara.
Su cercanía era intoxicante.
La tomó una mano con la suya y la dirigió hacia su erección. Su agarre era firme mientras él deslizaba su palma contra la punta del pene. Estaba tan suave y sin embargo tan duro.
Ella tragó mientras él la dirigía lentamente a lo largo de toda su longitud hasta que la hizo frotar contra el suave saco. Ella se mordió el labio mientras él se frotaba a sí mismo acompañando su palma. Su cuerpo era tan diferente al suyo. Tan increíble y seductor.
Él liberó su mano.
Su primer instinto fue retirarse, pero no era tímida. En vez de eso, recorrió con la parte posterior de los dedos la parte baja de su saco, permitiendo que sus testículos se curvaran a su alrededor. Ella sentía su cuerpo tan extraño.
Ella levantó la mano para una sosegada exploración sobre su estomago hacia su pecho.
Él no se movió para tocarla. Sólo permaneció junto a ella en silencio mientras exploraba cada centímetro de su cuerpo. Sus inquietantes ojos plateados eran increíbles. Ella nunca había visto otros iguales. Nunca había sentido nada mejor que su piel masculina bajo su mano.
Oh, pero él era exquisito.
—¿Quieres que te folle?
Ella se estremeció ante la pregunta que debería haberla ofendido hasta lo más profundo de su ser. Ante el profundo acento de su voz. Lo deseaba con una locura que la consumía.
Si sólo pudiera.
—No —dijo ella en voz baja. Miró hacia él. Su mirada la abrasaba—. Quiero que me hagas lo que me hiciste antes. Hazme sentir eso de nuevo.
La cogió de la mano y la dirigió hacia una cama donde podrían estar a solas. Sin ser molestados.
Ella no debería estar haciendo eso. Era una diosa virgen. Intocada por hombre o dios alguno.
Por lo menos hasta hoy.
Nadie la había besado antes. Nadie la había poseído. Era conocida por matar a hombres sólo porque la habían visto desnuda y sin embargo con éste, ella estaba más que dispuesta a dejarse seducir.
No sabía por qué al igual que tampoco comprendía la compulsión dentro de ella de estar con él.
Él sólo la hacía sentir extrañamente feliz. Cálida. Decadente. Deseable.
Joseph la colocó de espalda contra el colchón. Ella estaba nerviosa; eso era algo a lo que él estaba acostumbrado en mujeres sin experiencia. Aún así, ella era hermosa. Su cabello rojizo se desparramó sobre las almohadas, provocando que se pusiera aún más duro. Y no era un sentimiento al que estuviera acostumbrado.
La esencia de rosas se unió a su piel. La besó suavemente sobre los labios mientras deslizaba la mano hacia arriba por su pierna, levantando el borde del vestido. Ella se tensó un poco pero rápidamente se relajó. Era tímida.
No queriendo avergonzarla, el dejó que su labios se arrastraran lentamente por su cuerpo.
Artemisa estaba desconcertada mientras lo veía desaparecer bajo los pliegues de su vestido blanco. Aun así ella podía sentirlo moverse. Sentir sus patillas rozando contra la pantorrilla mientras trazaba una caliente línea de besos hacia arriba por la parte interna del muslo hasta alcanzar la parte de ella que dolía por él.
Ella gimió en el instante que sus labios y lengua encontraron ese punto. Mordiendo la palma de la mano se rindió al placer que la daba. Era deslumbrante y excitante. No había duda porque los otros dioses y humanos arriesgaban tanto por esto.
Esta vez, cuando culminó, ella comprendió claramente lo que le estaba pasando a su cuerpo. Por lo menos lo hizo hasta que él la hizo venirse una y otra vez.
Joseph gruñó ante el sabor de Artemisa. Ante el sonido de los gritos que llenaban sus oídos. Él amaba la forma en la que ronroneaba. La sensación de su mano en el cabello, tirando.
Ella golpeó con la otra mano el colchón.
—Tienes que parar. Por favor. No puedo soportar más.
Él le dio un largo lametón final antes de separarse.
—¿Estás segura?
Ella asintió.
De mala gana, hizo lo que ella le pidió y se movió para estirarse junto a ella a pesar de que su propio cuerpo estaba lejos de ser saciado.
Artemisa se colocó sobre su pecho, escuchando su respiración entrecortada. El todavía estaba duro y rígido.
—¿No te duele permanecer así? —Preguntó ella, deslizando la mano sobre su pene.
El tomó una aguda respiración como si su caricia le doliese.
—Sí.
—¿No puedes darte placer a ti mismo?
—Puedo —estudió su cara—. ¿Te gustaría verlo?
Antes de que ella pudiera contestar, la cogió una mano colocando su palma contra él.
Joseph cerró los ojos ante el calor de su mano contra el pene. El sexo no significaba nada para él. Nunca lo había hecho, era sólo algo que se esperaba de él.
Se había masturbado ante multitudes y con amantes muchas más veces de las que podía recordar. Por alguna razón parecía que la gente obtenía placer al verlo correrse. Apenas sentía la descarga momentánea de hormonas. Era un penetrante placer, que rápidamente se evaporaba.
Hacía mucho tiempo que aprendió a desear algo más que esto.
Pero no estaba destinado a lograrlo y de todas maneras él no sabía qué era lo que realmente quería. Artemisa estaba aquí porque, al igual que muchos otros antes que ella, tenía curiosidad acerca de su cuerpo. Ella podría volver a visitarlo. O podría no hacerlo.
En el pasado lo golpeaban si un amante no regresaba por él.
En la Atlántida, todo lo que tenía dependía de su habilidad para hacer que la gente lo deseara. Cuanto le permitían dormir. Cuanta comida.
Cuanta dignidad.
Si sus amantes no se sentían satisfechos después de dejarle, era golpeado por eso.
Ahora su padre lo golpearía si se enteraba de esto. El rey demandaba celibato de un hombre que nunca había conocido. Pero de verdad, había disfrutado estar con Artemisa. Su toque era gentil. Su piel suave y cremosa.
Inhalando, se imaginó lo que sería deslizarse dentro de su cuerpo. No, mejor aún, se imaginó como sería que lo sostuviera cerca de su cuerpo como si le importara. Sólo pensar en alguien preocupándose por él, realmente preocupándose por él fue suficiente para casi hacerlo sonreír. Pero era consciente.
Lo que tenía era un estúpido sueño que había sido alimentado por Ryssa y Maia tiempo atrás, cuando había sido crédulo. Esas ilusiones habían sido destrozadas hacía tiempo.
Artemisa era una diosa. Tenía suerte de que ella no se indignara por estar en la misma habitación con él. La complacería porque era lo que estaba entrenado a hacer.
No podía haber ningún tipo de relación entre ellos. Sin duda desaparecería tan pronto como acabara. Y estaría solo de nuevo.
Nada en su vida había cambiado realmente.
Artemisa miró el rostro de Joseph mientras el usaba su mano para acariciarse. Era extraño tocar a un hombre de esta manera y se preguntaba que pensamientos rondaban por su cabeza. Normalmente ella podía escuchar los pensamientos de los mortales en el momento que deseara, pero por una vez, no pudo.
Qué extraño...
El se endureció incluso más antes de que su caliente semilla fuera disparada a través de sus dedos. En lugar de llorar, como ella lo había hecho, el apenas suspiro entrecortadamente, después la liberó.
Ella recorrió con la mano su cálida humedad, estudiándola.
—Entonces, esto es lo que hace que una mujer quede embarazada.
—En la mayoría de los casos.
—¿En la mayoría?
El frunció el ceño.
—La mía es lo suficientemente inofensiva.
—¿Cómo es eso?
—Fui esterilizado en la pubertad. Diosa. Mi clase siempre lo es. Nadie desea quedar embarazada por una puta.
Artemisa arqueo sus cejas ante su discurso.
—¿Pueden los humanos hacer eso?
—No, pero los Atlantes pueden. Aprendieron el procedimiento de los Apolitas.
Ella estudio su fluido de nuevo.
—Es una lástima lo que te hicieron —dijo Artemisa en voz baja—. Eres demasiado hermoso para ser estéril. ¿Quieres que te arregle?
—No, no hay razón para hacerlo. Te lo he dicho, nadie le daría la bienvenida a un niño concebido por mí.
Fue el dolor en sus plateados ojos mientras hablaba lo que la provocó un dolor tan poco familiar en el pecho.
Su pobre humano.
Él lucía espectacular descansando contra las sábanas blancas que hacían destacar la ancha extensión de bronceada piel masculina. Cada músculo de su cuerpo era un ejemplo de perfección. Era tan tentador. Cálido. Y era completamente descarado acerca de su sexualidad desnuda. Acerca de lo que habían hecho. No se pavoneaba o era arrogante por haberla tocado.
La trataba como si ella fuera...
Humana.
La mayoría de su familia no podía soportarla. Los humanos la temían, incluso sus siervas se reían entre ellas, pero se ponían en guardia en el momento que ella se acercaba.
Pero este hombre...
Era diferente. No tenía miedo a nada o a nadie. Como una bestia poderosa y agresiva, era desafiante y osado. Implacable ante su presencia. Era dócil ahora, pero el poder en él era innegable. Eso la asustaba incluso a ella.
—¿Tienes amigos? —Preguntó ella.
Él negó con la cabeza.
—¿Por qué no?
—Supongo que no valgo.
Artemisa frunció el ceño ante su razonamiento.
—Yo puedo ser una. Tampoco tengo ninguno y soy más que valiosa. Tal vez hay un defecto en nosotros.
Ella hizo una pausa mientras pensaba en eso.
—No, eso tampoco puede ser cierto. Yo no tengo defectos y sin embargo estoy tan sola como lo estás tú.
Nunca antes se había percatado Artemisa de que tan sola estaba realmente. Su hermano gemelo tenía amigos. Tenía amantes. Apolo era la cosa más cercana a un amigo que había conocido pero incluso él era reservado a su alrededor. Apolo nunca la invitaba a hacer cosas a menos que involucraran destrucción o castigo. No reía con ella o la invitaba a entretenerse o jugar.
Por primera vez en su vida, se percataba que tan sola realmente estaba.
—¿Te gustaría ser mi amigo?
Joseph se quedó completamente atónito ante la inesperada pregunta.
—¿Serías mi amiga?
Ella ladeó la cabeza mientras lo miraba con un pequeño fruncimiento del divino ceño. Era brillante y etérea, muy lejos del alcance de alguien como él.
—Bueno, sí. Es decir, no podemos dejar que los otros lo sepan, pero me gustaría ver lo que puedes mostrarme. Quiero aprender más de este mundo y de ti.
Sonrío cálidamente ante él como si fuera realmente sincera con su oferta. Le recordó que tan raro era la sinceridad para él. Y la amistad...
Era un sueño elusivo que no se permitía a sí mismo. La gente como él no tenía amigos. Al igual que no tenían amor o gentileza. Aun así, encontró que una parte desconocida de sí mismo dolía de deseo por ello.
Doliendo de deseo por ella.
—Entonces ¿somos amigos? Te prometo que jamás te arrepentirás.
Tenía que ser el momento más extraño de su vida y dado lo poco común de su existencia, eso era decir mucho. ¿Cómo podía una puta ser amigo de una Diosa?
Joseph tiró de la sábana de la cama y se limpio a sí mismo.
—Creo que te arrepentirás de ser mi amiga.
Ella se encogió de hombros.
—Lo dudo. Tú eres humano. Sólo estarás vivo… ¿qué? ¿Otros veintitantos años? Es tan poco tiempo que apenas si importa y dudo que continuemos siendo amigos una vez que estés viejo y poco atractivo. Además arrepentimiento no es algo que un olímpico sienta.
Ella sonrió mientras acariciaba sus labios.
—Bésame. Bésame y déjame saber que somos amigos.
Era un pensamiento ridículo e incluso así se encontró haciendo exactamente lo que ella le pedía.
Amigos.

Los dos. Él quería reír ante el pensamiento. En lugar de eso, cerró los ojos y la inhaló. Sus manos se sentían sublimes en el cabello. Y mientras se besaban, él quería su amistad con una desesperación que dolía. Su única esperanza era ser merecedor de ella.
issadanger
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Mensaje por chelis Sáb 22 Feb 2014, 3:28 pm

Aaaahhh!!!... La maldita no cambia!!!!!... Solo piensa en ella!!!.... Pero bueno al menos quiere a su hija!!!!.... Que aun no nace!!!!....
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Mensaje por issadanger Sáb 22 Feb 2014, 4:16 pm

MARATON 9/12

 
13 de Diciembre, 9529 A.C.
 


—¿Qué estás haciendo?
Joseph abrió los ojos para encontrar a Artemisa parada en el balcón a unos metros de él. A pesar de que estaba helando, estaba sentado en la barandilla, apoyado contra una columna mientras escuchaba al turbulento mar debajo de él.
—Estaba tomando algo de aire fresco. ¿Qué estás haciendo tú?
—Estaba aburrida —dijo con un puchero en los labios.
Eso lo divirtió.
—¿Cómo puede un dios aburrirse?
Ella se encogió de hombros.
—No hay mucho que pueda hacer realmente. Mi hermano esta fuera con tu hermana. Zeus dirige un concilio y nunca me deja participar. Hades esta con Perséfone. Mis koris están bañándose y retozando las unas con las otras e ignorándome. Estoy aburrida. Pensé que tal vez tú tendrías alguna idea de algo que pudiéramos hacer juntos.
Joseph soltó un largo y cansado suspiro. Sabía a donde llevaba todo esto y aún así se sintió motivado a preguntar retóricamente.
—¿Puedo por lo menos ir dentro donde se está más caliente antes de quitarme la ropa?
Ella frunció el ceño.
—¿Es eso lo que los humanos hacen cuando están aburridos?
—Es lo que hacen conmigo.
—¿Y disfrutas con ello?
—No realmente —contestó con honestidad.
—Oh —hizo una pausa de un segundo antes de continuar—. Bueno, entonces ¿Que es lo que haces para divertirte?
—Voy al teatro.
Cruzando los brazos, se acercó a él.
—Eso son historias inventadas donde la gente se hace pasar por otra gente, ¿verdad?
El asintió.
Por su cara podía decir que ella no entendía por qué él encontraba eso entretenido.
—¿Y te gusta eso más que estar desnudo?
Realmente nunca había pensado en ello, pero…
—Si. Por un rato me hace olvidar quien soy.
Ella lucía aun más confundida.
—¿Te gusta olvidarte de ti?
—Si.
—¿Pero eso no te confunde?
Ni la mitad de lo que le confundía esta conversación
—No.
Artemisa le tocó el brazo con los dedos.
—Creo que si no fuera un dios tampoco me gustaría recordar quién soy. Puedo entender porque la gente se siente de esa manera. Entonces, ¿hay alguna obra a la cual podamos ir?
—En el pueblo hay una cada tarde.
—Entonces debemos ir —dijo firmemente.
Joseph resopló, deseando que todo fuera tan fácil como ella parecía pensar.
—No puedo irme.
—¿Por qué no?
Él miró hacia las puertas del dormitorio cerradas a cal y canto con un golpe desde la última vez que le habían lanzado aquí y abandonado para que se pudriera. Oh espera, eso había sido ayer.
—Mis anteriores guardias fueron decapitados por dejar que me marchara. Los nuevos son más cautelosos. Si intento hablarles, sacan las espadas, me empujan y cierran las puertas.
Ella se encogió de hombros.
—Ellos no son ningún problema para mí. Puedo llevarte al pueblo.
Con un balanceo de piernas, Joseph se bajó de la barandilla mientras la esperanza crecía dentro de él. Odiaba estar atrapado como un animal rabioso. Siempre lo había hecho. Todo lo que había hecho durante los dos últimos días era soñar con estar fuera durante un breve momento. Pero sólo había dos formas de salir de su habitación, a través de las puertas tras Artemisa o saltando por encima de la barandilla de piedra para caer trescientos metros sobre las rocas que había abajo.
—¿De verdad?
Ella asintió.
—Si deseas ir, claro.
Sintió como si algo dentro del pecho se liberara con sus palabras. Podría besarla por eso.
—Iré por mi capa.
Artemisa siguió a su nuevo amigo hacia la habitación y miró como sacaba una capa que había debajo del colchón de paja.
—¿Por qué la guardas bajo la cama?
—Tengo que ocultar mi capa o las criadas la quemarían —contestó mientras la sacudía.
—¿Por qué?
La dirigió una mirada en blanco.
—Te dije que supuestamente no me puedo ir de aquí.
Ella no entendía eso. ¿Por qué lo mantendrían encerrado dentro de esta pequeña habitación?
—¿Has hecho algo malo para que te mantengan prisionero?
—Mi único crimen fue haber nacido de padres que no quieren saber nada de mí. Mi padre no quiere que nadie sepa que su hijo mayor es deforme, así que, debo permanecer aquí hasta que muera de viejo.
Un extraño dolor flotó en el estómago de Artemisa mientras se sentía triste por él. Había ocasiones en las que también se sentía prisionera, sin embargo nadie nunca la había hecho sentir excluida de alguna manera.
Bajo la mirada hacia las piernas musculosas.
—¿Es por eso que tienes tus pies desnudos?
Él asintió mientras envolvía la capa alrededor de su cuerpo y se colocaba la capucha sobre la cabeza.
—Estoy listo.
—¿Y tus zapatos?
La miró perplejo por su pregunta.
—No tengo. Ya te dije. No me permiten marcharme.
Ahora que lo pensaba, se dio cuenta que él tampoco llevaba zapatos en su templo.
—¿No tendrás frío en los pies?
—Estoy acostumbrado.
Ella encogió los dedos del pie dentro de sus zapatos cuando pensó como sería el caminar descalza sobre las frías piedras en invierno. Sería una sensación miserable que ningún humano debería soportar. Sacudiendo la cabeza, hizo que se manifestaran un par de zapatos de cuero caliente sobre los pies.
—Así, está mucho mejor.
Joseph miró asombrado los zapatos de color marrón oscuro forrados de piel. Los sentía extraños contra la piel. Pero eran increíblemente cálidos y suaves.
—Gracias.
Ella le sonrió como si los zapatos la complacieran tanto como a él.
—De nada.
Lo siguiente que supo, es que se encontraban en el centro del pueblo. Joseph observó boquiabierto que estaban parados junto a un pozo. Nadie en la ocupada multitud parecía percatarse del hecho de que ellos habían aparecido realmente de la nada. Inmediatamente comprobó que la capucha cubría totalmente su cara para asegurarse de mantenerse oculto de todos aquellos que estaban a su alrededor.
—¿Qué haces? —Preguntó Artemisa.
—No quiero que nadie me vea.
—Oh, esa es una buena idea. —Un momento después, llevaba una capa lujosamente tejida que colocó de idéntica manera a la de Joseph—. ¿Cómo me veo?
Antes de que pudiera evitarlo, una sonrisa curvó los labios de Joseph ante su inocente pregunta. Rápidamente la quitó. Sabía mejor que nadie lo que una sonrisa podía acarrear. Siempre lo ponía en problemas.
—Estas hermosa.
—¿Por qué decirme eso te incomoda?
Joseph apretó los dientes ante la simple verdad que lo había perseguido toda su vida.
—La gente destruye la belleza cuando la encuentra.
Ella ladeó la cabeza.
—¿Cómo puede ser?
—Por naturaleza la gente es mezquina y celosa. Envidian lo que les falta y debido a que no saben cómo adquirirlo, tratan de destruir a cualquiera que lo tiene. La belleza es una de esas cosas que más odian en los demás.
—¿En serio crees eso?
—He sido atacado bastantes veces por ese motivo. Cualquier cosa que ellos no puedan poseer, tratan de arruinarlo.
Artemisa estaba estupefacta ante su cinismo. Había oído comentarios similares de alguno de los dioses. Su padre, Zeus, siempre estaba haciendo declaraciones parecidas. Pero para un humano tan joven...
Joseph era extrañamente astuto en ocasiones. Si no estuviera segura, casi podría creer en su declaración de divinidad. Él era un poco más perceptivo que la mayoría de los humanos.
—¿A dónde vamos? —Preguntó, cambiando de tema.
—La puerta común es por acá.
La dirigió hacia una pequeña puerta donde un grupo de sucios y mugrientos humanos se reunían.
Curvando los labios con repugnancia, lo paró de un tirón.
—¿Debemos entrar a través de la puerta común con la gente común?
—Cuesta entrar a través de las otras.
¿Cómo podría ser un problema? Pensó ella.
—¿No tienes dinero?
—No —la dijo con el ceño fruncido.
Con un suspiro, ella hizo aparecer un pequeño bolso y se lo entregó a él.
—Aquí tienes. Consíguenos asientos decentes. Soy una diosa. No me siento con la gente común.
Vaciló antes de obedecerla. Vaciló. Nadie jamás lo había hecho. Aún parecía olvidar el hecho de que era una divinidad. Por una parte que pudiera ser tan arrogante lo sentía como un insultó pero por otra la cautivaba. Le gustó el sentimiento de ser nada más que una mujer para un hombre.
Especialmente por uno tan increíblemente guapo.
Pero el necesitaba respetar su estatus de diosa. Era, después de todo, la hija de Zeus. Podría matarlo si quisiera.
¿Entonces porque no lo hiciste? Su reto hizo eco en la cabeza mientras lo recordaba tan orgulloso y desafiante en su templo. Definitivamente era un humano extraño.
Y en ese preciso momento le gustó sólo por su belleza.
Artemisa permaneció a su lado mientras compraba las entradas y la conducía a una zona apartada de los campesinos. Los asientos aquí estaban menos atestados y llenos con nobles y las familias de los senadores. Joseph pagó más dinero para comprarle una almohada rellena que colocó sobre la piedra para su comodidad.
—¿No compras una para ti? —Le preguntó mientras tomaba asiento sobre el cojín.
—No necesito una.
La devolvió el monedero.
Arrugando la nariz, ella miró fijamente la dura piedra donde él se sentó haciendo caso omiso del frío.
—¿No estás incomodo?
—No. Estoy acostumbrado.
Estaba acostumbrado a muchas cosas que no eran naturales. Un sentimiento extraño la traspasó. De hecho, la molestó que él estuviera abusando de sí mismo. El no debía carecer de cosas y definitivamente no mientras estuviera con ella. Chasqueando los dedos, ella materializó una almohada bajo él.
La miró con una expresión tan perpleja que era casi cómica.
—No deberías sentarte sobre la fría piedra, Joseph.
Joseph tocó el cojín acolchado de color azul que tenía debajo con incredulidad. Sólo Ryssa se había preocupado alguna vez por su comodidad. Bueno y en ocasiones Catera. Pero el cuidado de Catera provenía del deseo de hacer más dinero a costa de él. Artemisa no tenía razones para preocuparse de si estaba golpeado o tenía frío. No era nada para ella y aún así había hecho algo realmente amable por él. Le hizo desear sonreír, pero aún no confiaba plenamente en ella. Había sido engañado demasiadas veces por la aparente bondad de la gente que había sido motivada sólo por su egoísmo.
Su pecho se contrajo con los recuerdos de hacía tiempo cuando se quedó sin hogar después de que su padre lo había echado de la casa de Estes.
—Te daré trabajo, muchacho...
Apretó los ojos en un esfuerzo por borrar el horror que había seguido a su confianza ciega. Realmente odiaba a las personas. Eran crueles y usaban a otros.
Todos fueron crueles con él.
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Mensaje por issadanger Sáb 22 Feb 2014, 4:21 pm

MARATON 10/12

                                              13 de Diciembre, 9529 A.C.


—¿Vino para mi señor y señora?
A Joseph le tomó un momento percatarse de que el viejo vendedor le estaba hablando a él. Atónito por la muestra de respeto, no fue capaz de formular una respuesta.
—Si —dijo Artemisa imperiosamente. Le dio una moneda a cambio de las dos copas de vino.
—Gracias, mi señora. Mi señor, espero que disfruten del espectáculo —dijo el vendedor mientras se inclinaba ante ellos.
Joseph no podía hablar mientras tomaba la copa de la mano de Artemisa. Nadie lo había tratado con tanto respeto desde el tiempo que había pasado con Ryssa y Maia en el palacio de verano. Y nunca nadie se había inclinado ante él.
Nadie.
Su garganta se apretó, con lentitud tomó el vino.
Artemisa se detuvo para estudiarlo.
—¿Hay algún problema?
Joseph negó con la cabeza, incapaz de creer que estaba sentado junto a una diosa. En público. Usando ropa. Qué vueltas extrañas daba la vida.
Artemisa agachó la cabeza, tratando de encontrar su mirada.
Por hábito, Joseph apartó los ojos.
—¿Por qué no me miras? —Preguntó Artemisa.
—Te estoy mirando.
—No, no lo haces, siempre bajas la mirada cuando alguien se te acerca.
—Puedo verte a pesar de eso. Hace mucho tiempo aprendí como ver sin mirar directamente a las cosas.
—No entiendo.
Joseph suspiró mientras giraba la copa en las manos.
—Mis ojos hacen que la gente se incomode, por eso los mantengo ocultos lo mejor que puedo. Así evito que la gente se enoje conmigo.
—¿La gente se enoja contigo por mirarles?
Joseph asintió.
—¿Cómo se siente eso?
El tragó ante los recuerdos que lo cortaban hasta el alma.
—Duele.
—Entonces debes decirles que no lo hagan.
Como si fuera así de fácil.
—No soy un Dios, Artemisa. Nadie me escucha cuando hablo.
—Yo lo hago.
Así parecía, y eso significaba mucho para él.
—Eres única.
—Cierto. Tal vez deberías pasar más tiempo alrededor de los Dioses.
El resopló ante la idea.
—Odio a los dioses ¿Recuerdas?
—A mí no me odias, ¿verdad?
—No
Artemisa sonrió. Sus palabras la aliviaron y no estaba segura de por qué. Intrigada por él, se levantó para tocar su espalda. En el momento que lo hizo, él inhaló y exhaló rápidamente entre dientes.
—¿Cuál es el problema?
—Mi espalda todavía se resiente.
—¿Se resiente de qué?
De alguna manera logró transmitirla una mirada burlonamente insolente sin mirarla directamente.
—Te dije que tenía prohibido abandonar mi habitación. Mi viaje a tu templo me costó.
—¿Qué te costó?
Él suspiró mientras el espectáculo daba comienzo.
—Vamos a ver la obra, por favor.
Girando la atención hacia los actores, ella escucho mientras contaban una historia insípida que no la motivaba ningún interés. El humano a su lado... esa era otra cosa. La cautivaba enormemente.
En el momento que ella se acercaba a un humano de cualquier clase, él o ella se arrastraban y pedían su aprobación. Incluso la realeza. O ellos la miraban fijamente como si fuera sublime, cosa que por supuesto era. Pero éste humano no hacía nada de eso. Parecía olvidar el hecho de que podía matarlo con una mirada. Incluso ahora, la ignoraba totalmente.
Qué extraño.
—¿Por qué continua cantando ese grupo?
—Es el coro —susurró él. Su atención estaba centrada sobre los actores bajo ellos.
—Están mal afinados.
El frunció el ceño.
—¿Mal afinados?
—Su entonación... no es correcta.
—Desafinados —la corrigió mientras se giraba de nuevo hacia el escenario—. No, no lo están. Suenan bien.
Ella arqueó una ceja ante su tono molesto.
—¿Estas discutiendo conmigo?
—No estoy tratando discutir contigo, diosa. Estoy tratando de escuchar lo que están diciendo los actores. Shh.
¡No… no el realmente no la había mandado callar! El coraje la invadió.
—¿Disculpa? ¿Joseph? ¿Shh?
Por una vez, él encontró su mirada y no hubo confusión en la agitación de esos remolinantes ojos plateados.
— No es momento de hablar, Artemisa —se giró de nuevo hacia el escenario.
Agraviada, le arrebató la capucha de la cabeza para conseguir su completa atención. Al instante se dio cuenta que había cometido un error. Todas las personas de alrededor quedaron fascinadas con Joseph cuyo rostro había perdido todo el color.
Sin una palabra hacia ella, se cubrió de nuevo y se apresuró hacia la salida. Varias de las personas alrededor de ella le siguieron después.
Curiosa, subió la escalera del estadio para encontrar a Joseph rodeado de gente. Él parecía aterrado mientras intentaba apartar de su camino a las personas que querían dirigirse a él.
Uno de los hombres lo agarró rudamente de un brazo.
—Déjame ir —gruñó, empujando al extraño.
El hombre apretó el agarre tanto que Joseph se estremeció por ello.
Enfurecida por el abuso sobre su amigo. Artemisa hundió las uñas en la mano del hombre quien hizo una mueca de dolor. En el momento que soltó a Joseph, ella lo tomó de la mano y se teletransportaron de vuelta a la habitación.
Ella esperaba gratitud.
El no le dio nada de eso. En su lugar. Se giró hacia ella con furia emanando de todo su ser.
—¡Como te atreves a hacerme eso!
—Te salvé.
Su intolerante mirada fue tan acusadora como su tono incluso mientras se mantenía a sus pies.
—¡Me expusiste!
No entendía por qué él la culpaba de algo de lo que no era culpable.
—Me estabas ignorando.
—Estaba tratando ver la obra. Es por eso por lo que fuimos, ¿no?
—No. Fuimos a tratar de evitar que me aburriera. ¿Recuerdas? Me estaba aburriendo de nuevo.
Eso no lo calmó en lo más mínimo. Si acaso. Parecía que lo había hecho enojar aún más.
—Entonces puedes seguir aburrida en otro sitio.
Artemisa estaba horrorizada.
—¿Me estas echando de la habitación?
—Sí.
La rabia nubló su visión. Nadie jamás la había tratado de esta manera.
—¿Quién te crees que eres?
—Aquel a quien casi atacan porque eres una desconsiderada.
—No soy desconsiderada.
El gesticuló hacia la puerta detrás de ella.
—Márchate. No me gusta estar alrededor de la gente. Prefiero estar solo.
Ella le frunció el ceño.
—Estas real y verdaderamente enojado conmigo, ¿cierto?
Él puso los ojos en blanco como si estuviera exasperado con ella.
Atónita. Artemisa jadeó hacia él.
—Los seres humanos no se enojan conmigo.
—Este lo hace. Ahora por favor, vete.
Debería hacerlo y, sin embargo, no era capaz. Este hombre la daba órdenes y debería estar enfurecida y a pesar de todo no estaba realmente enfadada. Hasta una parte de ella estaba tentada a pedirle perdón. Pero las diosas no hacían eso a los humanos.
—¿Por qué la gente te rodeó así? —preguntó, queriendo entender su hostilidad injustificada hacia ella.
—Eres la diosa. Dímelo tú.
—Las personas normalmente no hace eso a otras personas sin una razón. ¿Estas maldecido?
El rió amargamente.
—Obviamente.
—¿Que hiciste?
—Nací. Al parecer esto es todo lo que necesitan los dioses para arruinar a alguien. —Se quitó los zapatos y se los entregó a ella—. Toma tus zapatos antes de irte.
—Te los di a ti.
—No quiero tu regalo.
—¿Por qué no?
Su mirada estaba en el suelo, pero no había perdido la furia y el desprecio.
—Porque me harás pagar por ellos y estoy cansado de pagar por las cosas. —Dejo los zapatos en el suelo y se encamino al balcón.
Ignorando los zapatos. Artemisa lo siguió.
—Estábamos divirtiéndonos. Me gustó hasta que me hiciste enfadar.
El dejó caer su mirada hacia el piso al mismo tiempo que todo el enojo se evaporaba de su rostro.
—Discúlpeme mi señora. No quería ofenderla.
Se dejó caer sobre sus rodillas frente a ella.
—¿Qué haces?
—Su voluntad es la mía, akra.
Artemisa dio un tirón a su capa. Él ni se inmutó ni se movió. Él simplemente se quedó allí como un estúpido suplicante.
—¿Por qué te comportas así?
Él mantuvo la mirada sobre el suelo.
—Es lo que quiere, ¿no? ¿Un sirviente que la entretenga?
Sí, pero no quería eso de él.
—Tengo sirvientes. Pensé que éramos amigos.
—Yo no sé cómo ser amigo. Sólo sé cómo ser un esclavo o un amante.
Artemisa abrió la boca para hablar, pero antes de que pudiera, la puerta de la habitación se abrió con un golpe. Al instante se hizo invisible escondiéndose en las sombras.
Dos guardias entraron.
En cuanto Joseph los vio, se puso de pie y se mantuvo en el balcón mientras se dirigían a él. Su cara era fría y estoica.
Sin una palabra, lo agarraron y lo arrastraron hacia el pasillo. Intrigada sobre los motivos, los siguió, asegurándose de mantenerse oculta.
Joseph fue conducido al salón del trono donde ella había estado con él hacía tres días. Los guardias le obligaron a arrodillarse ante los tronos que estaban ocupados por un humano mayor y un joven idéntico en belleza a Joseph. Sólo que no tenía los ojos plateados de Joseph, y carecía de esa naturaleza irresistible. Era como cualquier otro humano y ella le tomó una aversión inmediata.
—Como usted ordenó, Señor, el no ha dejado la habitación —dijo firmemente el guardia a la izquierda de Joseph—. Nos hemos asegurado de eso.
Los ojos azules del rey eran penetrantes.
—¿No estabas en la plaza hace un rato, teritos?
Los ojos de Artemisa se abrieron ante la palabra que significaba babosa.
Joseph miró desafiantemente al rey.
—¿Por qué habría de estar en la plaza, Padre?
El rey curvó su labio.
—Treinta y seis latigazos por su insolencia, después enciérrenlo en sus habitaciones.

Joseph cerró los ojos cuando los guardias lo agarraron por el pelo y lo arrastraron hacia unas puertas batientes  que daban a un pequeño patio.
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Mensaje por issadanger Sáb 22 Feb 2014, 4:28 pm

MARATON 11/12

                                 13 de Diciembre, 9529 A.C. Parte 3 



Con el ceño fruncido Artemisa miró como lo desnudaban y luego lo ataban a un poste. La perfectamente formada espalda estaba cubierta de contusiones oscuras, ribetes rojos y cortes. No era de extrañar que hubiese retrocedido cuando ella le tocó. Tenía que doler una barbaridad.
Incapaz de detectar su presencia, el guardia más joven caminó a su lado y sacó un látigo del cinto antes de dirigirse a Joseph.
Joseph se endureció y se abrazó contra el poste como si supiera lo que pasaría a continuación.
El látigo silbó por el aire, antes de contactar con la magullada espalda.
Con un jadeo, Joseph agarró el poste con tanta fuerza que sus brazos y piernas se perfilaron y tensaron. Era como si estuviera tratando de fusionarse con el mástil.
Hipnotizada por la visión, observó como llovía latigazo tras latigazo sobre la espalda. Ni una sola vez grito o imploró misericordia, lo más que hacia era respirar entrecortadamente y maldecirlos a ellos y a toda su familia.
Cuando se terminó, los guardias le soltaron. Con cara cenicienta, Joseph recogió su ropa del suelo donde los guardias la habían dejado caer, pero no tuvo tiempo para vestirse antes de que ellos lo arrastraran hacia su habitación y lo lanzaran dentro.
La puerta tembló cuando los guardias la cerraron con un portazo que hizo eco.
Artemisa caminó a través de la puerta cerrada para encontrarse a Joseph acostado en el suelo, donde lo habían soltado. Su sangriento pelo rubio estaba enredado y echado hacia atrás mientras las heridas de la espalda seguían sangrando. Él no hizo ningún movimiento para cubrirse o quejarse. Simplemente miraba fijamente al vacío.
—¿Joseph?
No la contestó.
Se materializó delante de él, arrodillándose a su lado.
—¿Por qué te golpearon?
El dejó salir un suspiro entrecortado mientras apretaba el puño en la ropa que sostenía en un montón.
—No me hagas preguntas, no me siento con ganas de responder
Su corazón se aceleró, tocó uno de los verdugones sangrantes de su hombro derecho. Él siseó ante su tacto. Retirando la mano, ella frunció el ceño. Su sangre caliente, pegajosa cubría las yemas de los dedos. Retrocedió, mirando fijamente su cuerpo desnudo. Por primera vez, ella sintió una ola de culpabilidad atravesándola el pecho.
Le habían castigado por su culpa. Si no le hubiera sacado de la habitación, ellos no le habrían hecho esto. Una parte de ella estaba enfadada porque él había sido herido.
—No me gusta lo que te han hecho —le susurró.
—Por favor, solamente déjame solo.
Pero ella no podía. Quería hacer algo por él, colocando la mano sobre su hombro cerró los ojos antes de sanarlo.
Joseph jadeó debido al terrible dolor que recorría su cuerpo. Un segundo más tarde, todo ese dolor se había ido. Se tensó, esperando que volviera.
Pero no lo hizo.
—¿Estas mejor?
La miró fijamente con incredulidad.
—¿Qué hiciste?
—Soy una diosa de la sanación, entonces te sané.
Girando sobre la espalda, se sorprendió de que el dolor no regresara. Durante los últimos tres días había sido golpeado en varias ocasiones porque había osado acompañar a Ryssa al templo. Francamente, había comenzado a temer que su piel nunca se curaría completamente.
Pero Artemisa le había ayudado.
—Gracias
La diosa sonrió mientras le apartaba el cabello de la cara.
—No quise que ellos te lastimaran.
Joseph cubrió su mano con la suya antes de besar su palma que sabía a rosas y miel. Para su completo asombro, sintió a su cuerpo excitarse. Sólo por eso, esperaba que Artemisa saltara sobre él.
En cambio ella observaba como su pene se endurecía.
—¿Siempre hace eso?
—No. —Raramente se ponía duro a menos que se le obligara o estuviera drogado.
Su frente se arrugó mientras ella le tocó el pecho. Estaba acostumbrado a que la gente sintiera curiosidad por él. Desde que asumían que era hijo de un dios, todos querían tocarlo, explorar su cuerpo.
Sin embargo, ella dudaba. Su mano se movía contra su abdomen ligeramente, como si estuviera temerosa de tocar la parte de él que estaba mirando fijamente.
—No te haré nada que no quieras —dijo en voz baja.
Los ojos de Artemisa destellaron.
—Desde luego que no. Te mataría si lo hicieras.
Nadie había sido tan directo antes, pero la amenaza siempre había colgado sobre su cabeza. Después de salir de la Atlántida muchos de sus clientes le amenazaron por muchas razones. La mayoría políticos o posesivos. Tenían miedo de que pudiera hablar sobre lo que querían hacer a su Príncipe Nick o no querían compartirle con nadie más.
En tres ocasiones casi lo habían matado.
No sabía por qué la gente reaccionaba ante él de la forma en que lo hacían. Jamás lo entendió. Artemisa, incluso con su divinidad, no parecía diferente de cualquier otra persona.
Excepto que su toque lo incendiaba.
Joseph cerró los ojos cuando su mano rozó ligeramente la punta de la polla. La necesidad dentro de él fue inesperada y sorprendente. Debería sentirse enojado por lo que ella le había hecho y, sin embargo, no podía encontrar ninguna ira dentro de él en este momento. Sólo un deseo por ella que no comprendía.
Un ruido sonó en el pasillo.
Artemisa se retiro con un agudo suspiro.
—Nos pueden ver.
Lo siguiente que supo fue que él estaba dentro de una brillante habitación de mármol blanco. Acheron giró sobre sus pies lentamente, tratando de entender donde se encontraba.
Había una cama increíblemente grande contra una pared. Las sábanas y cortinas eran tan blancas como todo lo que había allí. Él único color que destacaba era el del oro puro.
—¿Dónde estoy?
—En el Monte Olimpo.
Se le aflojó la mandíbula.
—¿Cómo?
—Te he traído a mi templo. No te preocupes. Nadie entra en mis aposentos. Son sagrados.
Artemisa se aproximó a él con una sonrisa en el rostro. Frotó la mejilla contra la suya y un instante después un ropaje rojo apareció sobre su cuerpo.
—Aquí nadie nos molestara.
Joseph no podía formar un pensamiento coherente mientras miraba el esplendor que lo rodeaba. El techo sobre su cabeza era de oro sólido y tallado con brillantes escenas de paisajes forestales.
¿Cómo podía ser esto? ¿Cómo podía una puta estar en la habitación de una diosa conocida por su virginidad? El puro pensamiento era risible.
Aun así ahí se encontraba...
Artemisa lo tomó de la mano y le condujo hacia el balcón que daba a un jardín repleto de resplandecientes flores. El despliegue de colores era casi tan hermoso como la diosa a su lado.
—¿Qué piensas? —preguntó Artemisa.
—Que esto es maravilloso.
—Pensé que esto te gustaría —dijo con una sonrisa.
Joseph la miró con el ceño fruncido.
—¿Cómo puedes aburrirte aquí?
Ella miró a la distancia y tragó. Una profunda tristeza oscureció sus ojos verdes.
—Aquí me siento sola. Son pocas las ocasiones en que alguien quiere dirigirse a mí. A veces camino por el bosque y un ciervo se me acerca, pero ellos realmente no tienen mucho que decir.
El soltó un suspiro sobrecogido ante la increíble escena.
—Podría ser feliz perdido en estos bosques y sin hablar con un alma otra vez mientras viva.
—Pero sólo vivirías unos pocos años. No tienes ni idea lo que es la eternidad. El tiempo no tiene ningún significado. Sólo se alarga y se detiene siempre en lo mismo.
—No sé. Pienso que me gustaría siempre… si pudiera vivir bajo mis propias condiciones.
Ella le sonrió.
—Puedo verte como eres ahora mil años en el futuro —sus ojos se encendieron—. Oh, espera, hay algo que tengo que compartir contigo.
Joseph inclinó la cabeza con curiosidad mientras ella chasqueaba los dedos y un peculiar paquete marrón aparecía en la palma de su mano. Para a continuación ofréceselo.
—¿Qué es esto?
—Chocolate —contestó con un jadeo— Hershey’s. Debes probarlo.
Él lo cogió y lo sostuvo delante de la nariz. Olía dulce, pero no estaba seguro acerca del sabor. Cuando él intentó llevárselo a la boca, Artemisa se lo quitó de la mano.
—Tienes que desenvolverlo primero tontuelo. —Mientras reía, rasgó el papel marrón y un extraño material de plata que lo envolvía, cortó un trozo y se lo dio.
Con cautela, Joseph le dio un mordisco. En el instante que se derritió sobre la lengua, se sintió en el cielo.
—Esto es delicioso.
Ella le alcanzó la barra de nuevo.
—Lo sé. Viene del futuro, se supone que no podemos ir allí, pero no lo puedo remediar. Hay algunas cosas por las que no puedo esperar y el chocolate es una de ellas.
Él se lamió los restos de la yema de los dedos.
—¿Podrías llevarme al futuro?
Ella negó rápidamente con la cabeza.
—Mi padre me mataría si llevara a un mortal allí.
—Un dios no puede matar a otro.
—Sí, pueden. Créeme. Se supone que esta prohibido, pero esto no siempre les detiene.
Joseph tomó otro bocado mientras consideraba sus palabras. Desearía abandonar este tiempo. Ir a un lugar donde nadie conociera ni a él ni a su hermano. Donde no tuviera pasado y pudiera llevar una vida normal, donde nadie le intentara poseer. Sería la perfección. Pero había aprendido por el camino difícil que tal lugar no existía.
Artemisa le quitó la barra y dio un pequeño mordisco. Un trocito se deshizo sobre su barbilla.
Joseph alargo la mano para quitárselo.
—¿Como haces eso? —preguntó ella.
—¿El qué?
—¿Tocarme sin miedo? Todos los humanos tiemblan ante los dioses, pero tú no. ¿Por qué?
—Probablemente porque no tengo miedo a morir —dijo encogiéndose de hombros.
—¿No?
—No. Tengo miedo de revivir mi pasado. Por lo menos con la muerte, se quedaría atrás. Creo que sería un alivio.
—Eres un hombre extraño, Joseph —dijo ella sacudiendo la cabeza—. Diferente a cualquiera de los que he conocido.
Caminando hacia atrás, lo tomó de la mano y lo dirigió hacia el dormitorio.
Joseph fue voluntariamente.
Artemisa no pronunció una palabra mientras se arrodillaba sobre la cama, y se giraba hacia él. Le atrajo a los brazos para darle un beso increíblemente caliente.
Joseph cerró los ojos cuando sintió su lengua sobre la suya. Que extraño… cuando estaba con ella no se sentía como una puta. Nadie le estaba obligando. Ninguno de ellos quería nada excepto acabar con la soledad.
Siempre se había preguntado. ¿Qué se sentiría siendo normal?
Artemisa se separó para míralo fijamente.
—Prométeme que nunca me traicionaras, Joseph.
—Nunca haré nada para lastimarte.
Su sonrisa le cegó antes de que le empujara sobre el colchón y cayera de espaldas. Ella se sentó a horcajadas sobre las caderas mientras le retiraba el cabello del cuello.
—Eres tan guapo —susurró.
Joseph no hizo ningún comentario. Lo hipnotizó cuando le miró con esos ojos verdes y su piel tan lisa y suave lo atormentaba. Al menos hasta que el vio un destello de colmillos.
Un instante después un dolor cegador le traspasó el cuello. Intentó moverse, pero no podía. Ni siquiera un músculo.
El corazón aporreaba dolorosamente pero cedió ante un placer inimaginable. Sólo cuando el placer sustituyó al dolor pudo moverse. Ahuecó su cabeza en el cuello mientras ella seguía absorbiendo y chupando hasta que su cuerpo explotó en el orgasmo más intenso que alguna vez había tenido.
Pronto notó como los párpados se cerraban como si fueran de plomo. Trató de luchar contra la oscuridad, pero no pudo.
Artemisa se retiró y lamió la sangre de sus labios mientras sentía que Joseph se desmayaba, ella nunca había tomado sangre humana antes... era increíble. No era de extrañar que su hermano lo hiciera tan frecuentemente. Había una vitalidad de la que carecían los inmortales. Era tan intoxicante que le tomó toda su fuerza no beber más. Eso lo mataría.
Era lo último que ella deseaba. Joseph la fascinaba. No se estremecía o adulaba. A pesar de que era un mortal, la consideraba como una igual.
Encantada con su nueva mascota, se recostó de lado y se acurruco contra él.
Este era definitivamente el comienzo de una gran amistad...
issadanger
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Mensaje por issadanger Sáb 22 Feb 2014, 4:34 pm

MARATON 12/12


14 de Diciembre, 9529 A.C.
 


Joseph despertó con un dolor punzante en la cabeza. Abriendo los ojos, se encontró desnudo sobre la cama. No fue hasta que se movió y no sintió dolor alguno que recordó todo lo que había pasado el día anterior.
Todo.              
Conteniendo el aliento, se tocó el cuello para encontrar un pequeño rastro de sangre seca donde Artemisa lo había mordido. Pero esa era la única marca en su cuerpo. Todos los signos de la paliza habían desaparecido.
¿Qué era una pequeña mordida comparada con eso?
Echó un vistazo alrededor de su habitación. ¿Cómo regresé aquí? No podía recordar esa parte. La última cosa en su memoria era a Artemisa mordiéndolo en su cama y un sentido de cansancio que lo sobrepasaba.
Alguien golpeó la puerta antes de abrirla. Sabía quién era antes de ver a la pequeña mujer rubia que era Ryssa. Nadie más anunciaba su llegada.
Rápidamente se limpió la sangre y cubrió el cuello con el cabello antes de que se acercara lo suficiente para notarlo.
Sus mejillas estaban sonrojadas e iba vestida con un conjunto morado. Era la primera vez que la veía desde que Apolo la había reclamado.
Antes de que pudiera hablar, ella se lanzó a sus brazos y lloró.
Joseph la abrazó mientras la mecía.
—¿Qué pasó? ¿Te lastimó?
—Fue gentil —dijo entre sollozos—. Pero me asustó y me lastimó en algunas ocasiones.
Apretó su abrazo.
—¿Cómo lo soportas?
Hubo muchas veces que él se había hecho la misma pregunta a sí mismo.
—Todo se arreglará, Ryssa.
—¿Se arreglará?
Ella se alejó para mirarlo fijamente mientras trataba de ver si le debería creer o no.
Joseph cogió su rostro entre las manos.
—Te endurecerás y sobrevivirás.
Ryssa apretó los dientes ante las palabras de las que era consciente que Joseph conocía tan bien.
—No quiero regresar a él. Me sentí tan desnuda y expuesta a pesar de que él no fue particularmente malo o poco gentil. Pero tenías razón. A él no le importó lo que yo pensaba o sentía. Todo lo que le importaba era su placer. —Negó con la cabeza mientras obtenía un nuevo entendimiento sobre su hermano que nunca había tenido antes.
Su vergüenza era sólo un ejemplo. Joseph tenía muchos. Era horrible estar a merced de alguien más. No poder decir nada sobre lo que hacían con tu cuerpo. Se sentía tan usada...
—Quiero huir de esto.
El tomó su mano entre las suyas.
—Lo sé. Pero estarás bien. De verdad. Te acostumbrarás.
No se sentía de esa manera. Estaba terriblemente dolorida y todavía sangraba por la intrusión de Apolo en su cuerpo. El había tenido cuidado con ella y sin embargo también había sido cruel. Lo último que ella querría era estar a su merced nuevamente.
—¡Ryssa!
Ella brincó ante el grito de su padre.
Joseph se tensó.
—Debes irte.
Ella no quería pero también tenía miedo de meter a Joseph en problemas. Sorbiendo las lágrimas, se retiró y vio una cruda simpatía en los remolinantes ojos plateados.
—Te quiero, Joseph.
Joseph apreció esas palabras. Ryssa era la única persona que lo había querido alguna vez. En ocasiones el odiaba ese cariño porque le obligaba a hacer cosas que lo herían, pero a diferencia de los demás, sabía que sus acciones eran motivadas por la bondad.
Ella se escabulló de la cama y atravesó corriendo la habitación, hacia el pasillo.
Escuchó la enojada maldición de su padre a través de las paredes.
—¿Qué estabas haciendo ahí?
Joseph se estremeció. Por lo menos Ryssa no tenía que temer ser golpeada. No tenía conocimiento de que su padre alguna vez la hubiera golpeado.
—Ahora eres la amante de un dios. No debes estar en compañía de gente como él de nuevo. ¿Entiendes? ¿Qué pensaría Apolo? Te repudiaría y escupiría sobre ti.
No pudo escuchar la suave respuesta de Ryssa.
Pero las palabras de su padre lo desgarraron. Así que no era lo suficientemente digno para estar en compañía de Ryssa, pero podía seguir acompañando a Artemisa. Se preguntaba como lidiaría su padre con ese conocimiento. Si eso haría que su padre lo mirara con algo más que escarnio en los ojos.
Lo más probable era que no.
Sus puertas se abrieron tan bruscamente que se escuchó un estruendo. El rey cruzó la habitación a largas zancadas con furia. Joseph miró a lo lejos y se esforzó porque toda la emoción abandonara su rostro.
Que se joda. Si su padre quería odiarlo, que lo odiara. Ya estaba cansado de esconderse y encogerse. Golpes e insultos los podía soportar.
Con las ventanas de la nariz abiertas, Joseph encontró la mirada enoja de su padre sin estremecerse.
—Buenos días Padre.
Lo abofeteó tan fuerte, que Joseph probó la sangre mientras el dolor estallaba dentro del cráneo. Jadeó, sacudiendo la cabeza para aclararse. Entonces encontró la furiosa mirada fulminante del Rey.
—No soy tu padre.
Joseph se limpió la sangre con la parte posterior de la mano.
—¿Hay algo en lo que pueda ayudarte?
—Por favor padre. —Rogó Ryssa cruzando la habitación. Tomó del brazo antes de que pudiera avanzar sobre Joseph nuevamente.
—Vine a él a mi llegada. Joseph no hizo nada malo. Es mi culpa no la suya.
El rey elevó un dedo huesudo como gesto de condena ante Joseph.
—Permanece lejos de mi hija. ¿Me has entendido? Si te encuentro cerca de ella nuevamente. Te haré desear no haber nacido.
Joseph rió amargamente.
—¿Y cómo sería eso diferente de un día normal?
Ryssa se puso a sí misma frente a su padre cuando se abalanzaba sobre Joseph.
—Detente padre. Por favor. Tenías preguntas sobre Apolo. ¿No deberíamos enfocarnos en eso?
Él lanzó una mirada superior y condenatoria a Joseph.
—No mereces que te dedique mi tiempo.
Con eso, el arrastró a Ryssa fuera de la habitación.
—Sella esta puerta y mantenla cerrada. El día de hoy él puede pasar sin comida.
Joseph se apoyó contra la pared y negó con la cabeza. Si su padre pretendía controlarlo con la comida, debería haber pasado más tiempo con Estes. Ese bastardo había sabido cómo mantener la comida sobre él.
Sus entrañas se apretaron ante el recuerdo de sus ruegos a Estes incluso por una gota de agua para menguar su sed.
—No te has ganado nada y nada es lo que tienes... Ahora, colócate de rodillas y compláceme, entonces veremos si vales la sal.
Apretando los ojos para mantenerlos cerrados hizo que las imágenes se desvanecieran. Odiaba rogar y arrodillarse. Pero la única cosa que podía hacerlas desaparecer completamente era el recuerdo de una diosa que lo había reclamado.
—¿Artemisa? —Susurró su nombre con miedo de que alguien pudiera de hecho oírle llamándola. Honestamente esperaba que lo ignorara como lo hacían todos.
No lo hizo.
Apareció ante él. La mandíbula de Joseph se abrió ligeramente por la sorpresa. Su largo cabello rojo parecía brillar ante la tenue luz. Sus ojos estaban vibrantes y cálidos con bienvenida. No había nada en su conducta que lo condenara o se burlara de él.
—¿Cómo te sientes? —Preguntó ella.
—Mejor contigo a mi lado.
Una pequeña sonrisa jugó con los bordes de sus labios.
—¿En serio?
El asintió.
Su sonrisa se hizo más amplia mientras se acercaba a la cama y gateaba sobre él.
Joseph cerró los ojos mientras el dulce aroma de su piel llenaba su cabeza. Quería enterrar el rostro en su cabello y sólo inhalarla. Dibujando sus labios, ella retiró su cabello del cuello antes de tocar la piel que había mordido.
—Eres bastante fuerte para ser humano.
—Me entrenaron para ser resistente.
Ignorando el comentario, ella frunció el ceño.
—Sigues sin mirarme.
—Te miro Artemisa.
Y lo hacía, veía cada línea de su rostro, cada curva de su lujurioso cuerpo.
Ella tomó su rostro con las manos y giró su mandíbula para obligarlo a mirarla de frente. Aún así Joseph mantuvo la mirada sobre las rodillas que asomaban por debajo del vestido.
—Mírame.
Joseph quería correr. Había pasado su vida entera sin mirar directamente hacia nadie excepto en las contadas ocasiones que quería mostrar su desafío. Y por ese momento de atrevimiento, había sido cruelmente golpeado.
Joseph... Mí-ra-me.
Dándose fuerza a sí mismo esperando su ataque, la obedeció. Su corazón se apretó al igual que todo su cuerpo se tensó, esperando ser herido.
Artemisa se sentó retirándose hacia su ingle con expresión complacida.
—Ahí está. ¿No fue tan difícil o sí?
Más difícil de lo que ella se podría imaginar alguna vez, pero con cada segundo que pasaba y ella no lo golpeaba por mirarla, se relajaba un poco más.
Ella sonrió.
—Me gustan tus ojos, son extraños pero hermosos.
¿Hermosos? ¿Sus ojos? Eran repugnantes. Todos, incluyendo a Ryssa, estaban temerosos de ellos.
—¿No te importa que te mire?
—En lo absoluto. Por lo menos así sé que me estas prestando atención. No me gusta la forma en que tus ojos bailan a través de la habitación como si estuvieras distraído.
Eso era una primicia para él.
—¿Cómo podría distraerme cualquier cosa mientras estas conmigo? Te aseguro que cuando estás cerca, todo lo que veo es a ti.
Ella brillo en satisfacción.
—Ahora ¿Por qué me llamaste?
—No estoy seguro. Honestamente, no pensé que vendrías. Sólo susurré tu nombre, esperando que contestaras.
—Eres un humano tonto ¿Estás nuevamente encerrado?
El asintió.
—No podemos permitirlo. Ven.
Las palabras apenas habían abandonado sus labios cuando ya estaban de regreso en la habitación de ella.
Joseph nuevamente estaba vestido de rojo, lo que era extraño dado que todo lo demás era blando o dorado.
—¿Por qué siempre me vistes de este color?
Ella se mordió el labio mientras caminaba alrededor de él. Deslizando el dedo por su cuerpo.
—Me gusta la manera en la que te ves con él. —Se paró ante él para poder ponerse de puntillas y besarlo.
Joseph le dio lo que quería. Había sido entrenado para dar placer a quien estuviera con él. A no tomar nada para sí mismo. Sus necesidades no habían importado. Era sólo una herramienta para ser usada y olvidada.
Pero con Artemisa no se sentía así. Al igual que Ryssa, ella le hacía sentir que era una persona. Que podía tener sus propios pensamientos y no era malo. Podía mirarla y ella no lo castigaría por eso.
Artemisa suspiró mientras Joseph la acercaba más. Amaba la forma en la que la sostenía. La manera en la que sus músculos se tensaban contra su cuerpo. Era tan guapo y tan fuerte. Tan seductor. Todo lo que quería era estar a solas con él de esta manera. Sentir su corazón latir contra los senos.
Su aliento mezclado con el suyo. Ella podía sentir sus dientes creciendo como si su hambre por él se incrementara incluso más...
Ella se retiró y encontró su mirada para que el pudiera verla tal cual era ahora. Él ni siquiera parpadeo ante sus colmillos, en su lugar inclinó la cabeza y la ofreció lo que más quería. Nadie nunca se había ofrecido así. Normalmente ella se alimentaba de su hermano o de una de sus criadas. Pero no se preocupaban por eso.

El corazón se aceleró, cuando ella rozó el cuello con su mano mientras hundía profundamente los colmillos.
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