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JOSEPH - JOE Y _____
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Re: JOSEPH - JOE Y _____
30 de Agosto, 9541 A.C
—¿Por qué me odian tanto, Ryssa?
Hice una pausa en mi telar para alzar la vista ante el tímido acercamiento de Joseph. A la edad de siete años, él era un muchacho increíblemente hermoso. Su pelo de oro brillaba en el cuarto como si hubiera sido tocado por los dioses que parecían haberlo abandonado.
—Nadie te odia, akribos.
Pero en mi corazón yo sabía la verdad.
Y él también.
Se me acercó más y vi la roja y colérica huella de una mano en su rostro. No había lágrimas en sus arremolinantes ojos de plata. Había crecido tan acostumbrado a ser golpeado que ya no parecía molestarlo.
Al menos, en ninguna parte, que en su corazón.
—¿Qué sucedió? —pregunté.
Apartó la mirada.
Dejé mi telar y atravesé la corta distancia hasta su lado. Me arrodillé frente a él y suavemente le quité el pelo rubio de su mejilla inflamada.
—Cuéntamelo.
—Ella abrazó Nick.
Yo sabía sin preguntar quién era ella. Él había estado con nuestra madre. Yo nunca había entendido como ella podía amarnos tanto a Nick y a mí y, aún así, ser tan cruel con Joseph.
—¿Y?
—Yo también quería un abrazo.
Entonces lo vi. Las delatoras señales de un muchacho que no quería nada más que el amor de su madre. El superficial temblor de sus labios, el leve lagrimeo de sus ojos.
—¿Por qué me parezco tanto a Nick y aún así soy anormal, mientras que él no lo es? No entiendo por qué soy un monstruo. No me siento como uno.
No podía explicárselo, ya que yo, a diferencia de los demás, nunca había visto la diferencia. Cómo lamentaba que Joseph no conociera a la madre como yo lo hacía.
Pero todos ellos lo llamaban monstruo.
Yo sólo veía a un chiquillo. Un pequeño niño que no quería nada más que ser aceptado por una familia que quería desposeerlo. ¿Por qué no podían mis padres mirarlo y ver el alma amable y suave que él era? Tranquilo y respetuoso, procuraba no dañar jamás a alguien o algo. Jugábamos juntos y nos reíamos. Sobre todo, lo sostenía mientras él lloraba.
Tomé su pequeña mano en la mía. Una mano suave. La mano de un niño. No había malicia en ella. Ningún crimen.
Joseph siempre fue un niño sensible. Mientras que Nick procuraba lloriquear y quejarse sobre cada mínima cosa, cogía mis juguetes y aquellos de cualquier otro niño cerca de él, Joseph sólo había procurado hacer la paz. Consolar a aquellos a su alrededor.
Él parecía más mayor que un niño de siete años. Había momentos en que parecía incluso más mayor que yo.
Sus ojos eran extraños. Su arremolinado color plateando, traicionaba el derecho de nacimiento que lo vinculaba a los dioses. Pero con toda seguridad esto debería hacerlo especial no horrendo.
Le ofrecí una sonrisa que esperaba aliviara un poco su dolor.
—Un día, Joseph, el mundo sabrá exactamente el niño tan especial que eres. Llegará el día en que nadie te temerá. Ya lo verás.
Me moví para abrazarlo, pero él se retiró. Estaba acostumbrado a que la gente le hiciera daño y aunque él supiera que yo no lo haría, todavía estaba poco dispuesto a aceptar mi consuelo.
Cuando me puse de pie, se abrió la puerta a mi sala de estar. Un gran número de guardias entró en ella.
Asustada ante la visión, retrocedí sin saber lo que querían. Joseph aferró sus pequeños puños a la falda de mi vestido azul mientras se acurrucaba detrás de mi pierna derecha.
Mi padre y mi tío caminaron por entre los hombres hasta que se plantaron ante mí. Los dos eran prácticamente idénticos en aspecto físico. Tenían los mismos ojos azules, el mismo pelo rubio ondulado y la piel blanca. Aunque mi tío era tres años más joven que mi padre, uno nunca lo adivinaría al mirarlos. Podrían pasar fácilmente como gemelos.
—Te dije que estaría con ella —le dijo mi padre al tío Estes—. Está corrompiéndola de nuevo.
—No te preocupes —dijo Estes—. Me encargaré del asunto. Nunca más tendrás que preocuparte de él.
—¿Qué quieres decir? —pregunté, espantada por su tono terrible. ¿Acaso tenían la intención de matar a Joseph?
—No te importa —me contestó bruscamente mi padre. Nunca había oído un tono tan áspero viniendo de él antes. Hizo que se me helara la sangre.
Él agarró a Joseph y lo empujó hacia mi tío.
Joseph parecía aterrado. Alargó su mano hacia mí, pero mi tío lo cogió bruscamente por el brazo y lo apartó de un tirón.
—¡Ryssa! —me llamó Joseph.
—¡No! —grité, tratando de ayudarle.
Mi padre me retiró y sujetó.
—Él va a un lugar mejor.
—¿A dónde?
—A la Atlántida.
Vi con horror como se llevaban a Joseph gritando para que yo lo salvara.
La Atlántida estaba a un largo camino de aquí. Demasiado lejos, y hasta hacía muy poco tiempo, habíamos estado en guerra con ellos. Yo sólo había oído cosas terribles sobre aquel lugar y sobre todos lo que allí vivían.
Alcé la vista a mi padre, sollozando:
—Estará asustado.
—Los de su clase nunca tienen miedo.
Los gritos de Joseph y las súplicas negaban aquellas palabras.
Mi padre podría ser un rey poderoso, pero estaba equivocado. Yo conocía el miedo dentro del corazón de Joseph.
Y conocía el miedo en el mío propio.
¿Volvería a ver a mi hermano algún día?
issadanger
Re: JOSEPH - JOE Y _____
3 de Noviembre, 9532 A.C.
Han pasado nueve años desde la última vez que vi a mi hermano, Joseph. Nueve años y no ha pasado ni un sólo día para mí sin que me preguntara qué estaba haciendo. Cómo estaba siendo tratado.
Cada vez que Estes nos visitaba, siempre lo llevaba a un lado y le preguntaba por Joseph.
—Está bien y sano, Ryssa. Lo aprecio como si fuera de mi casa. Él tiene todo lo que quiere. Estaré encantado de decirle que has preguntado por su bienestar.
Aún así, algo en mi interior no se contentaba lo suficiente con esas palabras. Le pedí a padre repetidamente que enviase por Joseph. Que le trajese a casa al menos por las fiestas. Como príncipe, nunca debería de haber sido enviado lejos. Con todo allí, él permanecía en un país que estaba en constante conflicto con nosotros. Incluso, aunque Estes era un embajador, eso no cambiaba el hecho de que si iban a la guerra, Joseph, como príncipe Griego, moriría.
Y padre se negaba a cada petición que yo hacía.
Había estado escribiendo a Joseph durante años y él normalmente me escribía religiosamente.
Sus cartas siempre eran breves, con sólo un puñado de detalles, pero incluso así, yo atesoraba cada una.
Así que cuando me llegó una carta hace algunas semanas, no pensé que hubiese algo inusual en ello.
No hasta que la leí.
Mis más estimados y exaltados saludos Princesa Ryssa.
Perdonadme por mi atrevimiento. Perdonadme por mi impertinencia. Encontré una de sus cartas escritas a Joseph y he, con gran peligro para mí misma, decidido escribirle. No puedo decirle que daños le acontecen a él, pero si realmente ama a su hermano como dice hacerlo, entonces le pido que venga y lo vea.
Yo no dije nada acerca de la carta. Ésta no había sido siquiera firmada. Por todo lo que yo sabía podía ser una trampa.
Aún así, no podía sacarme la sensación de que no lo era, que Joseph me necesitaba.
Durante días me debatí acerca de ir hasta que no pude contenerme más.
Tomando a mi guardia personal Boraxis conmigo para mi protección, me escabullí de palacio y les dije a mis doncellas que le dijeran a mi padre que estaba visitando a mi tía en Atenas. Boraxis pensó que yo era una enorme estúpida por viajar todo el camino hasta la Atlántida por una carta que el autor ni siquiera había firmado, pero no me importaba.
Si Joseph me necesitaba, entonces iría allí.
Sin embargo, ese coraje vaciló días después cuando me encontré a mi misma a las afueras de la casa de mi tío en la ciudad capital de Atlántida. La brillante construcción roja era incluso más intimidante que nuestro palacio en Didymos. Era como si hubiese sido diseñado sin otro propósito que inspirar temor y admiración. Por supuesto, como nuestro embajador, esto beneficiaba tanto a Estes como impresionaba a nuestros enemigos.
Mucho más avanzada que mi Grecia natal, la isla del reino de Atlantida brillaba y resplandecía. Había más actividad de esa gente a mi alrededor de la que jamás había visto antes. Era realmente una bulliciosa metrópolis.
Tragando el temor que sentía, miré a Boraxis. Más alto que la mayoría de los hombres, con el pelo negro trenzado bajando por su espalda, era enorme y corpulento. Letal. Y me era exageradamente leal, incluso, aunque fuera un sirviente. Había estado protegiéndome desde que yo era una niña y sabía que podía depender de él.
Nunca permitiría que me hicieran daño.
Recordándome eso, subí las escaleras de mármol, hacia la entrada dorada. Un sirviente abrió la puerta, incluso antes de que la alcanzara.
—Mi señora —dijo diplomáticamente, —¿Puedo ayudarla?
—He venido a ver a Joseph.
Él inclinó la cabeza y me dijo que lo siguiera al interior. Encontré extraño que el sirviente no me preguntara mi nombre o negocios con mi hermano. En casa, a nadie se le estaba permitido acercarse a la familia real sin una completa investigación.
Admitir a alguien desconocido en nuestra residencia privada era un crimen castigado con la muerte. Aún así, a este hombre no le importaba conducirnos a través de la casa de mi tío.
Una vez que alcanzamos otro salón, el hombre frente a mí se volvió para mirar a Boraxis.
—¿Su escolta se unirá a usted durante su tiempo con Joseph?
Fruncí el ceño ante la extraña pregunta.
—Supongo que no.
Boraxis aspiró aire con fuerza. Había preocupación en sus profundos ojos marrones.
—Princesa…
Le puse la mano sobre el brazo.
—Estaré bien. Espérame aquí y regresaré enseguida.
Él no parecía nada complacido con mi decisión y honestamente, yo tampoco lo estaba, pero seguramente nadie me lastimaría en casa de mi tío. Así que lo dejé allí y continué bajando por el corredor.
Y mientras caminábamos, lo que más me sorprendió acerca de la casa de mi tío era cuan extremadamente silenciosa estaba. Ni siquiera se podían oír murmullos. Ni risas. A nadie hablando.
Sólo nuestras pisadas resonando bajo el largo y oscuro corredor. El mármol negro se extendía tan lejos como alcanzaba a ver, reflejando nuestras imágenes cuando nos dirigíamos a través de la opulencia de desnudas estatuas y exóticas plantas y flores.
El sirviente me condujo a una habitación en el lado más alejado de la casa y abrió una puerta.
Yo pasé al interior y vacilé, cuando me di cuenta que esta el dormitorio de Joseph. Cuan extraño era para él admitirme allí sin saber que yo era la hermana de Joseph. Entonces otra vez, quizás él lo hiciera. Eso explicaría muchas cosas.
Por supuesto, debía ser eso. Él debía haberse dado cuenta de que yo tenía un gran parecido con mis hermanos. Excepto por los divinos ojos plateados de Joseph, nosotros éramos idénticos.
Relajándome, eché un vistazo. Era una habitación excepcionalmente grande, con una enorme chimenea. Había dos sofás ante un hogar de piedra con una extraña estructura entre ellas. Esto me recordaba al bloque de castigo, pero eso no tenía sentido. Quizás fuera algo único en la Atlántida. Toda mi vida había oído que esa gente tenía extrañas costumbres.
La cama en sí misma era bastante pequeña para una habitación de este tamaño, con cuatro altos postes tallados con el complejo diseño de un pájaro. En cada poste, la cabeza del pájaro estaba girada hacia debajo de modo que pudieran sostener los ganchos que sujetaban las negras cortinas, aún así allí no había cortinas de cama.
Al igual que el vestíbulo que llevaba al cuarto, las paredes eran de un brillante mármol negro que me devolvía mi imagen a la perfección. Y mientras echaba un vistazo, me dí cuenta que no había ninguna ventana en toda la habitación. Ni siquiera había un balcón. La única luz provenía de los fortines dispersos en la pared. Esto hacía la habitación muy oscura y siniestra.
Cuan extraño…
Tres sirvientes estaban hacienda la cama de Joseph y una cuarta mujer los supervisaba. La supervisora era una mujer de pequeña estatura que parecía estar alrededor de los cuarenta o así.
—No es el momento —le dijo ella al hombre que me había conducido a través de la casa—. Él todavía se está preparando.
El hombre curvó el labio ante ella.
—¿Le dirás tú a Gerikos que tengo a una cliente esperando mientras Joseph se retrasa?
—Pero él ni siquiera ha tenido tiempo de comer todavía —insistió la mujer—. Ha estado trabajando toda la mañana sin un sólo descanso.
—Tráelo.
Fruncí el ceño ante sus susurrantes palabras y su conducta. Aquí algo no iba del todo bien. ¿Por qué mi hermano, un príncipe, estaría trabajando?
La mujer se volvió hacia una puerta en el lado más alejado del dormitorio.
—Espera —le dije, deteniéndola—. Yo iré a él. ¿Dónde está?
La mujer le dedicó una aterrada mirada al hombre.
—Es su tiempo con él —dijo con firmeza el hombre—. Deja a la dama hacer lo que desee.
La mujer mayor se hizo a un lado y abrió la puerta de una antecámara. Cuando pasé a través de ella, la oí a ella y al hombre reunir a los sirvientes y marcharse.
De nuevo, cuan peculiar…
Vacilando, entré a la habitación esperando encontrar al hermano gemelo de mi hermano Nick. Un arrogante joven que lo sabía todo del mundo. Un insultante, hombrecito jactancioso que se preguntaría por qué lo molestaba con tan insensata búsqueda.
No estaba en absoluto preparada para lo que encontré.
Joseph estaba sentado en una enorme tina de baño a solas. Tenía su espalda descubierta hacia mí e inclinaba su cabeza rubia hacia delante como si estuviera demasiado cansado para incorporase mientras se bañaba. El largo pelo le caía pasando los hombros y estaba húmedo, pero no mojado.
Con el corazón acelerado, me moví hacia delante y advertí una fuerte esencia a naranjas en el aire. Una pequeña bandeja de pan y queso estaba depositada en el suelo a su lado, sin tocar.
—¿Joseph? —susurré.
Él se congeló durante un momento, entonces aclaró su cara en el agua. Dejó la tina y se envolvió rápidamente en una toalla secándose como si le diese completamente igual que yo hubiese interrumpido en su baño.
Había un aire de poder que lo rodeaba mientras se secaba con cortas y rápidas pasadas, entonces lanzó la toalla hacia un pequeño montón de ellas.
Por un instante, estuve cautivada por su juvenil y masculina belleza. Por el hecho de que no hiciera ningún movimiento por vestirse o cubrirse. Todo lo que lo adornaban eran bandas de oro. Tenía una delgada alrededor del cuello que sostenía un pequeño colgante de algún tipo. Las bandas más gruesas rodeaban cada uno de sus bíceps en la parte superior de sus brazos y hasta la unión del codo con otra banda alrededor de sus muñecas. Una cadena de pequeños círculos conectaba cada banda a lo largo de sus brazos. Y una pequeña banda de oro con un pequeño aro estaba conectada a cada uno de sus tobillos.
Cuando él se acercó a mí, me quedé atónita por lo que vi. Él era el gemelo idéntico a Nick en apariencia y aún así veía algunas similitudes entre ambos.
Nick se movía más rápido. Mercurialmente.
Joseph se movía despacio. Metódicamente. Era igual que una sensual sombra cuyos movimientos eran una poética sinfonía de músculo, nervio y gracia.
Era más delgado que Nick. Demasiado delgado, como si no tuviese suficiente comida que comer. Incluso así, sus músculos eran extremadamente bien definidos y pulidos a la perfección.
Él todavía tenía esos extraños ojos plateados, pero sólo brillaron brevemente antes de que apartase la mirada hacia el suelo a sus pies.
También había algo extraño en eso. Un aire de desesperada resignación lo rodeaba. Era el que había visto incontables veces en los campesinos y mendigos que venían a reunir limosnas a las puertas de palacio.
—Disculpadme, mi señora —dijo suavemente, su voz extrañamente seductora y suave mientras hablaba entre dientes—. No sabía que vendríais.
Sus cadenas titilaron suavemente en el silencio, él se movió detrás de mí igual que un suave y seductor espíritu. Alcanzó a rodear mi cuello y me desabrochó la capa.
Aturdida por sus acciones, no pensé en protestar cuando me quitó la prenda y la tiró al suelo. No fue hasta que me apartó el pelo del cuello y se movió para besar la desnuda piel descubierta por él.
—¿Qué estás haciendo?
Él parecía tan extrañado como me sentía yo, pero todavía mantenía su mirada fija en el suelo ante mí.
—No se me ha instruido para lo que ha pagado, mi señora —dijo suavemente—. Supuse por su mirada que me quería suavemente. ¿Me equivoco?
Me quedé tan sacudida por sus palabras, como tan bien por el hecho de que él continuaba apretando la mandíbula.
—¿Por qué hablas de esa manera? ¿Pagar por qué? Joseph, soy yo. Ryssa.
Él frunció el ceño como si no recordase su nombre. Él se estiró por mí otra vez.
Yo me hice a un lado y agarré mi capa del suelo.
—Soy tu hermana, Joseph. ¿No me conoces?
Sus ojos brillaron de enfado cuando encontraron su mirada durante un instante.
—Yo no tengo hermana.
Mis pensamientos giraron mientras intentaba encontrarle sentido a eso. Este no era el chico que me había escrito cartas casi cada día, el chico que me contaba sus días de ocio.
—¿Cómo puedes decir eso después de todos los regalos y cartas que te he enviado?
Su rostro se relajó como si finalmente entendiera.
—Ah, esto es un juego que deseas jugar conmigo, mi señora. Deseas que sea tu hermano.
Yo lo miré con frustración.
—No, Joseph, no es un juego. Tú eres mi hermano y te escribí casi cada día y tú, de vuelta, me escribías a mí.
Yo podía sentir que él quería mirarme y todavía no lo hacía.
issadanger
Re: JOSEPH - JOE Y _____
3 de Noviembre,9532 A.C. Parte 2
—Soy analfabeto, mi señora. No seré capaz de jugar con vos de esa manera.
La puerta tras de mí se abrió de golpe. Un hombre bajo y regordete que llevaba una larga bata-formesta Atlante irrumpió en ello. Estaba leyendo un pergamino y no nos prestaba atención.
—Joseph, por que no estás en tú… —su voz disminuyó cuando levantó la mirada para verme.
Su mirada se entrecerró peligrosamente.
—¿Qué es esto? —gruñó. Volvió unos furiosos ojos hacia Joseph quien retrocedió dos pasos—. ¿Estás tomando clientes sin notificármelo?
Yo vi el temor en la cara de Joseph.
—No, despotis —dijo Joseph usando el término atlante para maestro—. Nunca haría tal cosa.
La furia curvó los labios del hombre. Agarró a Joseph por el pelo y lo obligó a arrodillarse sobre el duro suelo de piedra.
—¿Qué está haciendo ella aquí entonces? ¿Te estás entregando nuevamente gratis?
—No, despotis —dijo Joseph, apretando los puños como si intentara no estirarse y tocar al hombre que le estaba tirando del pelo—. Por favor. Juro que no he hecho nada malo.
—¡Déjalo ir! —Agarré la mano del hombre e intenté obligarlo a apartarse de mi hermano—. ¿Cómo te atreves a asaltar un príncipe! ¡Tendré tu cabeza por esto!
El hombre se rió en mi cara.
—Él no es un príncipe. ¿No es verdad, Joseph?
—No, despotis. Yo no soy nada.
El hombre llamó por sus guardias para escoltarme fuera.
Ellos entraron inmediatamente en la habitación para cogerme.
—No me iré —le dije. Me giré a los guardias y les dediqué mi más altanera mirada—. Soy la Princesa Ryssa de la Casa de Arikles de Didymos. Exijo ver a mi Tío Estes. Ahora. Mismo.
Por primera vez, vi la reserva penetrar en los ojos del hombre.
—Perdonadme, Princesa —dijo él, su tono menos que de disculpa—. La llevaré a la sala de recibo de su tío.
Él asintió a los guardias.
Horrorizada por su arrogancia, me volví para marcharme. En el mármol negro, lo vi susurrar algo a Joseph.
El rostro de Joseph palideció.
—Idikos prometió que no tendría que verle más.
El hombre tiró del pelo de Joseph.
—Harás como te digo. Ahora levántate y prepárate.
Los guardias cerraron la puerta y me obligaron a salir de la habitación. Me condujeron a través de la casa hasta que llegamos a una pequeña sala de recibo que estaba vacía a excepción de tres pequeños asientos.
No sabía o entendía que estaba pasando allí. Su alguien nos hubiese tocado a mí o a Nick de la manera en que ese hombre había tocado a Joseph, mi padre lo habría hecho matar inmediatamente.
Nadie tenía permitido hablarnos sin el debido respeto y reverencia.
—¿Dónde está mi tío? —pregunté a los guardias cuando empezaron a marcharse.
—Está en la ciudad, Alteza. Volverá en breve.
—Enviad por él. Ahora.
El guardia inclinó la cabeza ante mí, entonces cerró la puerta.
Sólo había pasado un corto tiempo cuando una puerta secreta se abrió al lado de la chimenea. Era la supervisora que había estado en la habitación de Joseph cuando llegué, la mujer mayor que había estado preocupada por su bienestar.
—¿Su alteza? —preguntó vacilante—. ¿Sois realmente vos?
Fue entonces que me di cuenta quien debía ser ella.
—¿Tú eres la que me escribió pidiéndome que los visitara?
Ella asintió.
Yo respiré aliviada. Finalmente alguien quien podría dar una explicación.
—¿Qué está pasando aquí?
La mujer exhaló un profundo y desigual aliento, como si lo que fuese a decir la hiriera profundamente.
—Ellos venden a vuestro hermano, mi lady. Le hacen cosas que nadie debería sufrir.
Mi estómago dio un vuelco ante sus palabras.
—¿Qué quieres decir?
Ella retorció sus manos en el delantal de su vestido.
—¿Qué edad tenéis, mi señora?
—Veintitrés.
—¿Eres doncella?
Me ofendió que se atreviese a hacer una pregunta tan íntima.
—Eso no es de vuestra incumbencia.
—Perdonadme, mi señora. No quise ofenderos. Simplemente intentaba ver si entenderíais lo que ellos le hacen. ¿Sabéis que es un tsoulus? (tsoulus: Puta en Atlante)
—Por supuesto, yo… —El absoluto horror me consumió. Ese era un término atlante que no tenía una auténtica traducción en griego, pero conocía la palabra. Eran hombres y mujeres jóvenes entrenadas como esclavos sexuales para los ricos y los nobles. Al contrario que las prostitutas y otros de esa ralea, ellos eran cuidadosamente entrenados y aislados a edad muy temprana.
La misma edad que había tenido mi hermano cuando lo alejaron de casa.
—¿Joseph es un tsoulus?
Ella asintió.
La cabeza me dio un vuelco. Esto no podía ser.
—Mientes.
Ella negó con la cabeza.
—Es por lo que os dije que vinieseis, mi señora. Sabía que no lo creeríais a menos que lo vieseis vos misma.
Y aún así no lo creía. No era posible.
—Mi tío nunca permitiría tal cosa.
—Vuestro tío es el único que lo vende. ¿Qué creéis que paga esta casa?
Me sentí enferma con las noticias y todavía parte de mí se negaba a creer en algo que era verdaderamente obvio.
—No te creo.
—Entonces ven, si te atreves, y velo por ti misma.
Yo no quería y aún así la seguí por los oscuros pasadizos de la casa. Caminamos sin fin hasta que alcanzamos la antecámara donde Joseph se había estado bañando.
Ella alzó el dedo a sus labios para advertirme que guardara silencio.
Fue entonces que los oí. Quizás fuera virgen, pero no era ingenua. Había oído a otros copulando en las fiestas que mi padre me prohibida atender.
Pero peor que los sonidos de placer eran los gritos de dolor que oí de mi hermano. El hombre estaba lastimando a Joseph y él estaba tomando gran placer del dolor que le causaba.
Me dirigí hacia la puerta sólo para encontrar a la mujer en mi camino.
Ella habló en un tono bajo, mortal.
—Detenlos, mi señora, y tu hermano sufrirá en maneras que no puedes imaginar.
Sus susurrantes palabras pasaron a través de mí. Mi alma gritó para que lo detuviera. Pero la mujer tenía mucha razón en todo. Ella conocía a mi hermano y mi tío incluso mejor de lo que yo lo hacía.
Lo último que quería era verle a él incluso más herido.
Finalmente. Después de lo que pareció una eternidad, hubo silencio.
Oí los fuertes paso cruzando el dormitorio, entonces la puerta abrirse y cerrarse.
Aturdida, no podía respirar. No podía moverme.
La doncella abrió la puerta a su habitación para mostrar a Joseph encadenado a la cama por aquellos círculos. Los de sus muñecas y tobillos habían sido encadenados a las argollas que decoraban los picos de pájaro de los cuatro postes.
Y yo estúpidamente pensé que eran para enganchar las cortinas de la cama.
“No se me instruyó por lo que habéis pagado. Supuse por vuestra mirada que me queríais suavemente”.
Esas palabras me rasgaron cuando observé a la mujer soltándole.
No podía sacar mis ojos de la vista de él allí tendido, desnudo. Herido. Sangrando.
Mi hermano.
Las lágrimas llenaron mis ojos cuando recordé la última vez que lo había visto. Su llena carita había sido herida, pero no de esta manera. Ahora sus labios estaban partidos, su ojo izquierdo hinchado, la nariz manchada de sangre. Había marcas de manos rojas y magulladuras formándose sobre la mayor parte de su cuerpo.
Nadie se merecía eso.
Me adelanté un paso al mismo tiempo que la puerta más alejada se abría. La supervisora me indicó que saliera de la habitación.
Aterrada, me deslicé a las sombras donde podría oír sin ser vista.
Sonó una maldición.
—¿Qué ha sucedido aquí?
Yo reconocí la voz de mi Tío Estes.
—Estoy bien, Idikos. —dijo Joseph, su voz débil y llena de dolor. Sonaba como si él dejase la cama y se cayera.
Yo esperaba que mi tío se pusiera furioso con el hombre que había herido a Joseph. No lo hizo. Su furia era para mi hermano.
—Eres un gusano —gritó Estes—. Mírate. No vales un sola así.
—Estoy bien, Idikos —insistió Joseph en una voz tan sumisa que me revolvió el estómago—. Puedo limpiar mis…
—Trae el bloque y castígalo —Dijo Estes, interrumpiéndole.
Oí a Joseph protestar, pero en vez de palabras su voz fue amortiguada como si algo le impidiera hablar.
Yo deseaba el coraje para irrumpir en la habitación y decirles que se detuvieran, pero no si siquiera podía hacer que mis pies me obedecieran. Estaba demasiado horrorizada para moverme.
Escuché como las cadenas tintineaban y entonces oí el sonido de madera golpeando la carne.
Joseph gritó, un amortiguado sonido de dolor.
La paliza continuó una y otra vez hasta que Joseph finalmente calló. Me hundí en el suelo, sollozando por él. Me llevé el puño a la boca, silenciando mis lágrimas mientras intentaba pensar en lo que debía hacer. ¿Cómo podría parar esto?
¿Quién en el mundo me creería? Estes era el más amado hermano de mi padre. No había manera de que él aceptase mi palabra sobre la de él. Nunca.
—Ponle en la caja —dijo Estes.
—¿Por cuánto tiempo? —respondió el otro hombre.
Oí el disgustado suspiro de Estes.
—Incluso con su habilidad para sanar rápidamente, llevará al menos un día antes de que esté lo bastante bien para entretener otra vez. Encuentra a Ores y dije que nos pague por nuestras pérdidas. Cancela las citas de Joseph y déjale allí hasta mañana por la mañana.
—¿Qué hay acerca de la comida? —preguntó la supervisora.
Estes bufó.
—Si no puede trabajar, no puede comer. No se ha ganado su comida este día.
Oí una puerta abriéndose y cerrándose.
—Ahora, ¿Dónde está mi sobrina?
—Está en la sala de recibo —dijo la doncella.
—No estaba allí cuando entré.
—Dijo que iba a ir a la ciudad —la supervisora añadió rápidamente—. Estará de vuelta en breve, estoy segura.
—Házmelo saber al instante en que vuelva —gruñó Estes—, dile que Joseph está fuera, visitando unos amigos.
El hombre dejó la habitación.
Me senté en el suelo, mirando fijamente el estanque del baño. Mirando fijamente las paredes de esa habitación.
¿Cuántos clientes habría entretenido mi hermano? ¿Cuántos días había vivido con lo que yo solo había vislumbrado?
Habían pasado nueve años. Seguramente no siempre había sido así para él. ¿Verdad?
El mero pensamiento me enfermaba.
issadanger
Re: JOSEPH - JOE Y _____
3 de Noviembre,9532 A.C. Parte 3
La supervisora volvió. Vi el horror en sus ojos y me pregunté si yo tendría la misma mirada en los míos.
—¿Cuánto tiempo han estado haciéndole esto? —pregunté.
—Yo llevo trabajando aquí casi un año, mi señora. Ha sido desde antes que yo viniera.
Intenté pensar que debía hacer. Yo era una mujer. Nada en un mundo de hombres de poder. Mi tío no me escucharía. De hecho, mi padre ni siquiera me escucharía.
Nunca creería que su hermano pudiera hacer tal cosa. Al igual que yo no podía creer que el cariñoso tío al que siempre había amado y adorado pudiera hacer tal cosa.
Aún así no había negación en esto.
¿Cómo podía Estes venir a nuestro palacio y estar conmigo y Nick , sabiendo que mientras él estaba en casa, él estaba vendiendo un niño que era idéntico a Nick en todas formas, excepto por sus ojos?
Esto no tenía sentido.
Lo único que sabía era que no podía dejar a Joseph aquí. No así.
—¿Puedes traer a mi escolta a esta habitación sin que lo vean? —le pregunté.
La doncella asintió.
Ella me dejó y esperé en mi esquina demasiado asustada para moverme.
Cuando ella volvió con Boraxis, finalmente encontré el valor para levantarme.
Boraxis frunció el ceño mientras me ayudaba a ponerme en pie.
—¿Va todo bien, mi señora?
Asentí aturdida.
—¿Dónde está Joseph? —le pregunté a la doncella.
Ella me condujo a sus aposentos.
Otra vez vi la cama que estaba todavía desordenada y manchada de sangre. Apartando la mirada, la seguí a una puerta.
Cuando la abrió, Joseph estaba en el interior, arrodillado sobre una dura almohadilla que tenía duros bultos que le mordían las rodillas, causándole dolor. El interior del cuarto era diminuto, por lo que sabía había sido construido sin ningún otro propósito que el de castigarlo. Él estaba desnudo, su cuerpo herido y ensangrentado. Los brazaletes de sus muñecas habían sido unidos a su espalda, pero lo que había capturado mi atención era la planta de sus pies.
Estaban ennegrecidos por las magulladuras.
Ahora entendía el sonido que había oído. ¿Qué mejor lugar para golpear a alguien cuando no querías que se lastimara su cuerpo? Nadie vería las plantas de sus pies.
Tan suavemente como pudimos, la doncella y yo lo sacamos del armario. Había una extraña correa abrochada alrededor de su cabeza. Cuando la doncella la retiró, me dí cuenta que esta contenía una enorme bola con púas bajo su lengua. Había sangre fresca goteando por las esquinas de su boca.
Me estremecí cuando se la quitó y él siseó de dolor.
—Vuelve a ponérmela, —dijo entre dientes cuando la doncella le liberó las manos.
—No —le dije—. Voy a sacarte fuera de aquí.
Aún así el mantuvo sus dientes firmemente apretados.
—Tengo prohibido marcharme, mi señora. Jamás. Por favor, debéis devolverme. Es peor cuando lucho con ellos.
Mi corazón se rompió ante sus palabras. ¿Qué le habían hecho que estaba tan aterrado para incluso intentar marcharse?
Él intentó regresar a su habitación de tortura, pero se lo impedí y lo obligué a volver.
—No dejaré que te hagan daño nunca más, Joseph. Lo juro. Te llevaré a casa.
Él me miró como si las palabras fueran extrañas para él.
—Yo tengo que quedarme aquí —insistió él—No es seguro para mí salir.
Le ignoré y me volví hacia la doncella.
—¿Dónde están sus ropas?
—No tiene ninguna, mi señora. No las necesita para lo que ellos lo usan.
Dí un respingo ante sus palabras.
—Que así sea.
Lo envolví en mi capa y con ayuda de Boraxis, lo sacamos de la casa mientras Joseph protestaba a cada paso del camino. Mis piernas y manos estaban temblando por miedo a que fuéramos descubiertos en algún momento por Estes o alguno de sus sirvientes.
Afortunadamente la doncella conocía cada recoveco de la casa y salimos a la calle.
De algún modo, lo hicimos en rentado herio (Carroza) cerrado detrás de la casa. Boraxis subió a la parte de arriba con el conductor mientras Joseph y yo montábamos dentro. Solos. Juntos.
No respiré realmente otra vez hasta que la casa de Estes se hubo desvanecido y estuvimos a las afueras de los muros de la ciudad, cruzando el puente y en el camino que eventualmente nos llevaría a los muelles.
Joseph se sentaba en una esquina, mirando hacia fuera a través de la pequeña ventana y sin decir nada.
Sus ojos estaban muertos. Sin vida. Como si hubiese visto el horror demasiadas veces.
—¿Necesitas un médico? —le pregunté.
Él negó con la cabeza.
Quería abrazarle y confortarle, pero no estaba segura de si alguna cosa sobre la tierra podría hacerlo.
Nosotros viajamos en completo silencio hasta que llegamos a un pequeño pueblo. El conductor cambió los caballos mientras nosotros entrábamos en una pequeña casa a esperar. Yo alquilé una habitación a una anciana de modo que pudiéramos lavarnos y descansar en paz.
Boraxis encontró o compró de algún modo ropas para Joseph. Eran algo pequeñas para él y de tejido áspero, pero él no se quejó. Simplemente las miró y se vistió en la habitación alquilada.
Advertí que Joseph cojeaba cuando salió de la habitación a donde yo lo esperaba en el estrecho pasillo. Mi corazón se dolió al pensar en él, caminando con los pies heridos, y aún así, él todavía no emitía palabras de queja.
—Vamos, Joseph, debemos comer mientras podemos.
El pánico destelló en sus ojos. Este fue instantáneamente seguido por una mirada de resignación.
—¿Qué ocurre? —pregunté.
Él no respondió. Simplemente tiró de la capucha de su capa sobre la cabeza como si se escudara a sí mismo del mundo. Con la cabeza baja y sus brazos alrededor de si mismo, me siguió al pequeño comedor de abajo.
Yo me dirigí a una mesa en la parte de atrás, cerca del calor.
—¿A quién tengo que pagar por la comida? —preguntó Joseph rápidamente, su cara completamente escudada por la capucha.
Le miré con el ceño fruncido.
—¿Tienes dinero?
Él pareció tan atónito por mi pregunta como yo lo estaba por la suya.
“Si no puede trabajar, no puede comer. Hoy no se ha ganado hoy su comida”
Mi estómago se encogió cuando recordé lo que había dicho Estes. Las lágrimas me estrangularon.
Él pensaba que yo quería que él…
—Yo pagaré nuestra comida, Joseph, con mi dinero.
El alivio en su cara estrujó incluso más mi corazón.
Me senté. Joseph rodeó la mesa y se arrodilló en el suelo a mi derecha, justo detrás de mí.
Lo miré extrañada por encima del hombro.
—¿Qué estás haciendo?
—Perdóname, mi señora. No pretendía ofenderte. —él se escurrió sobre sus rodillas varias pulgadas más.
Completamente pasmada, me volví y me quedé mirándole.
—¿Por qué estás en el suelo?
Él pareció inmediatamente decepcionado.
—Os esperaré en la habitación.
Él se movió para marcharse.
—Espera. —le dije, tomándole del brazo—. ¿No estás hambriento? Estaba diciéndote que no has comido.
—Estoy hambriento —dijo simplemente entre sus apretados dientes.
—Entonces siéntate.
Otra vez se arrodilló en el suelo.
¿Qué estaba haciendo?
—Joseph, ¿Por qué estás en el suelo y no sentado a la mesa conmigo?
Su mirada era vacía, humilde.
—Las putas no se sientan a la mesa con la gente decente.
Su voz era tan constante como si simplemente estuviera repitiendo algo que se había dicho tan a menudo que no tenía ningún significado para él.
Pero las palabras cortaron a través de mí.
—No eres una puta, Joseph.
Él no discutió verbalmente, pero podía ver la duda en sus pálidos ojos remolinantes.
Me estiré para tocarle la cara. Él se puso ligeramente tieso.
Dejé caer mi mano.
—Vamos —le dije suavemente—, siéntate a la mesa conmigo.
Él hizo lo que le dije, pero se veía terriblemente incómodo, como si temiese que alguien le arrebatara la capucha del cabello en cualquier momento. Una y otra vez tiraba de la capucha como para protegerse.
Fue entonces cuando me di cuenta que la segunda manera de castigar a alguien cuando no quieres que las marcas sean visibles. La cabeza. ¿Cuántas veces le habrían tirado del pelo?
Un sirviente se acercó a tomarnos nota.
—¿Qué te gustaría, Joseph?
—Mis voluntad es la tuya, Idika.
Idika. Una palabra atlante que un esclavo usaba para su propietario.
—¿No tienes preferencia?.
Él negó con la cabeza.
Pedí nuestra comida y lo observé. Mantenía la mirada en el suelo, sus brazos rodeando su cuerpo.
Cuando él se movió para toser, capté un vistazo de algo extraño en su boca.
—¿Qué es eso? —le pregunté.
Él me miró, entonces bajó la mirada.
—¿Qué es qué, Idika? —preguntó otra vez con la mandíbula apretada.
—Soy tu hermana, Joseph, puedes llamarme Ryssa.
Él no respondió.
Suspirando, volví a mi pregunta original.
—¿Qué hay en tu boca? Déjame ver tu lengua.
Él separó obedientemente los labios. Toda la línea central de su lengua estaba perforada y llena de pequeñas bolas doradas que brillaban a la luz. Yo nunca había visto nada igual a eso en mi vida.
—¿Qué es eso? —pregunté frunciendo el ceño.
Joseph cerró la boca y por la manera en que movió sus labios y mandíbula, podría decir que estaba frotando las bolas contra el paladar de su boca.
—Erotiki sfairi.
—No entiendo ese término.
—Esferas sexuales, Idika. Hace más estimulantes mis lametones a aquellos a los que sirvo.
No había podido estar más sorprendida si él la hubiese abofeteado. Él no era consciente acerca de algo que era tabú en el mundo que yo conocía.
—¿Te lastiman? —no podía creer que estuviese haciendo esa pregunta.
Él sacudió la cabeza.
—Sólo tengo que tener cuidado de no dejar que golpeen mis dientes por temor a que se rompan.
Así que eso es por lo que mantenía la mandíbula apretada cuando hablaba.
—Con todo es una maravilla que puedas hablar.
—Nadie paga a una puta para usar su lengua para hablar, Idika.
issadanger
Re: JOSEPH - JOE Y _____
3 de Noviembre,9532 A.C. Parte 4
—¡Tú no eres una puta! —varias cabezas se volvieron, haciendo que me diera cuenta que había hablado más alto de lo que había querido.
Mis mejillas ardieron, pero no había vergüenza en el rostro de Joseph. Él simplemente lo aceptaba como si él no fuera nada más y no mereciera nada mejor.
—Tú eres un príncipe, Joseph. Un príncipe.
—¿Entonces por qué me echasteis?
Su pregunta me sobresaltó. No sólo las palabras en sí mismas, sino el sincero sentimiento de dolor en su voz cuando las dijo.
—¿Qué quieres decir?
—Idikos me dijo que eso era lo que decíais todos.
Idikos. La forma masculina de la palabra que un esclavo usaba para su propietario.
—¿Quieres decir Estes?
Él asintió.
—Él es tu tío, no tu idikos.
—Uno no discute con un látigo o paliza, mi señora. Al menos no por mucho tiempo.
Yo tragué ante sus palabras. No, suponía que no.
—¿Qué te dijo?
—El rey me quiere muerto. Vivo sólo por que el hijo al que quiere morirá si yo muero.
—Eso no es verdad. Padre dice que te envió lejos porque temía que alguien intentase herirte. Tú eres su heredero.
Joseph mantuvo la mirada en el suelo.
—Idikos dice que yo soy una vergüenza para mi familia. Indigno de estar con alguno de vosotros. Eso es por lo que el rey me envió lejos y le dijo a todo el mundo que yo estaba muerto. Yo solo soy bueno para una cosa.
No necesitaba que me dijera cual era esa cosa.
—Él te mintió —mi corazón se rompió con el peso de la verdad—. Él sólo nos ha estado mintiendo a mí y a Padre. Él nos dijo que tú estabas sano y feliz. Bien educado.
Él se rió con amargura ante eso.
—Yo estoy bien educado, Idika. Créeme, soy el mejor en lo que ellos me entrenaron para hacer.
¿Cómo podía encontrar humor en eso?
Aparté la mirada de él cuando los sirvientes nos trajeron la comida. Cuando empecé a comer, advertí que Joseph no se había movido. Él se quedaba mirando la comida ante él con hambre en los ojos.
—Come —le dije.
—No me habéis dado mi porción, mi señora.
—¿Qué quieres decir?
—Vos coméis, y si yo os complazco mientras coméis, vos determináis cuanta comida tengo que tomar.
—Complacerme como… no espera. No respondas a eso. No estoy segura de que quiera saberlo —Suspiré, entonces indiqué con un gesto su plato y taza—. Todo eso es para ti. Puedes comer tanto o tan poco como quieras.
Él se quedó mirándolo vacilante, entonces echó un vistazo al suelo detrás de mí.
Fue entonces que entendí por que se había arrodillado en el suelo.
—Normalmente comes en el suelo, ¿verdad?
Igual que un perro o roedor.
Él asintió.
—Si soy particularmente complaciente —dijo suavemente—, Idikos algunas veces me alimenta de su mano.
El apetito me abandonó ante esas palabras.
—Come en paz, hermanito —le dije, mi voz rota por las lágrimas no derramadas—. Come tanto como quieras.
Sorbí el vino, intentando asentar mi estómago y lo miré mientras comía.
Tenía modales perfectos y de nuevo me sorprendió lo lentamente que comía. Cuan meticulosamente se movía.
Cada gesto era hermoso. Preciso.
Y estaba designado a seducir.
Se movía igual que una puta.
Cerré los ojos, quería gritar la injusticia de esto. Era el primogénito. Era el único que debía ser heredero al trono y allí estaba…
¿Cómo podían haberle hecho eso?
¿Y por qué?
¿Por qué sus ojos eran diferentes? ¿Por qué esos ojos hacían que la gente se sintiera incómoda?
No había nada amenazador en ese niño. Él no era igual a Nick, a quien se le conocía por haber hecho encarcelar y golpear a gente sólo por que le ofendían. Un pobre campesino había sido golpeado por que había venido a palacio sin zapatos cubriendo sus pies. Zapatos de los que no podía disponer.
Joseph no jugaba conmigo a ese juego de engaño, o se reía de otros. Él no había juzgado a nadie o los había hecho sentirse insignificantes.
Al contrario, simplemente se sentaba allí comiendo en silencio.
Una familia había entrado y se había sentado en la mesa al lado de ellos. Joseph hizo una pausa advirtió al niño y a la niña. El chico era algunos años más joven que él y la niña probablemente de su edad.
Por la mirada en su cara, podía decir que no había visto antes a una familia sentarse juntos a la mesa. Él los estudió con curiosidad.
—¿Puedo hablar, mi señora?
—Por supuesto.
—¿Vos y Nick os sentáis y coméis con vuestros padres de esa forma?
—Ellos también son tus padres.
Él volvió a su comida sin hacer comentarios.
—Sí —dije—, algunas veces cenamos con ellos de esa manera.
Pero Joseph nunca lo había hecho. Incluso cuando había estado con nosotros en casa, le había sido prohibida la mesa familiar.
Después de eso, él no había hablado. Ni siquiera miró a la familia. Simplemente comió con esos impecables modales suyos.
Picoteé la comida, pero encontré que no tenía mucha hambre después de todo.
Nos llevé de regreso a nuestros cuartos para esperar a que el conductor terminara sus cosas y alimentara a los caballos. Estaba casi atardeciendo y no estaba segura si continuaríamos viajando a través de la tarde o no.
Me senté en la pequeña silla y cerré los ojos para descansar. Había sido un día demasiado largo. Apenas había llegado a la Atlántida esa mañana y no había esperado regresar tan pronto. Por no mencionar el indebido estrés de robar a mi hermano de mi tío. En ese momento, todo lo que yo quería era dormir.
Sentí a Joseph frente a mí.
Abriendo los ojos, lo vi desnudo otra vez a excepción de sus bandas.
Yo fruncí el ceño ante él.
—¿Qué estás haciendo?
—Me debo a ti por mi comida y ropas, mi señora —él se arrodilló a mis pies y levantó el dobladillo de mi vestido.
Me incliné bajándolo y le agarré las manos.
—No se toca a la familia de esa manera, Joseph. Está mal.
La confusión creció en su ceño.
Y entontes comprendí la más horrible de las verdades.
—Estes… él ha… tú has… —no podía asimilar el decir esas palabras.
—Yo le pago cada noche por ser lo bastante amable para darme refugio.
Jamás había deseado llorar tanto en mi vida y aún así descubrí que mis ojos estaban extremadamente secos… incluso la rabia y el disgusto se volcaban sobre mí por lo que le habían hecho a mi hermano. Oh, si pudiera poner las manos sobre mi tío…
—Vístete, Joseph. No necesito que me pagues por nada.
Él me dejó e hizo lo que le pedí.
Durante el resto de la tarde, lo observé mientras se sentaba en silencio en una esquina sin mover ni siquiera un sólo músculo. Obviamente había sido entrenado para hacer eso, también. Pasé mi mente a través de los horrores de las revelaciones de esos días.
A través del horror que debía haber sido su vida.
Mi pobre Joseph.
Le dije cuando se alegraría padre de darle la bienvenida a casa. Cuan feliz estaría madre de verle otra vez.
Él escuchaba en silencio mientras sus ojos me decían que no se creía ni una sola palabra que yo decía.
Las putas no vivían en palacios.
Podía oír sus pensamientos claramente.
Y honestamente, estaba empezando a dudar de esas palabras yo misma.
issadanger
Re: JOSEPH - JOE Y _____
bueno mis niñas espero les guste, este libro esta dividido en dos partes la primera es el diario de ryssa es de como vivio Joe como humano hasta llegar ser un Dios, y la segunda parte transcurre en el 2008 D.C., y muestra al Joe que estamos a costumbradas a ve asi que comenten muchooo jijij aa otra cosita en este libro odiaran a Nick, pero en el libro de Nick odiaran a Joe asi que mantengan sus mentes abiertas para no llegar a odiar a ninguno, el de Nick no se cuando lo empiece a subi todo depende de como me valla con este asii que a comentar muchooo
issadanger
Re: JOSEPH - JOE Y _____
Oh que malos fueron con Joseph!
Como se atreven malditos infelices!
Pobre de mi Joseph!
Síguela!
Como se atreven malditos infelices!
Pobre de mi Joseph!
Síguela!
aranzhitha
Re: JOSEPH - JOE Y _____
Lloreeee!!!!!..... Por todo lo que le hicieron a joe!!!!!!..... Aaaaaahhhhh!!!!!!..... No odiaría a joe!!!!.....
chelis
Re: JOSEPH - JOE Y _____
holy fucking shit!!!
No me puedo creer todoe so!!
Casi em deshago en lagrimas, nadie merece ese trato D: D:
Espero la sigas pronto!
No me puedo creer todoe so!!
Casi em deshago en lagrimas, nadie merece ese trato D: D:
Espero la sigas pronto!
helado00
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