Shattered.

Cuando los diminutos atisbos de esperanza empiezan a sucumbirse ante la hegemonía de la cruda e inclemente realidad, la alegría se desvanece, los sueños se quiebran y el único designio que tenemos en la mente es persistir con fuerza pese a todo.

Sydney Reid —de recientes diecinueve años—, a causa de la súbita y prematura defunción de su viudo padre, tiene la constricción de tomar posesión del puesto de él, haciéndose así cargo de sus cinco hermanos pequeños, aparte de otros dos consanguíneos que también se hallan bajo su tutela. Por cuestión de papeleo y deseo de su ya difunto padre, ahora le toca a ella encarnar los dos papeles más primordiales para la vida de aquellos niños, el de papá y mamá.

Pero las circunstancias son túrbidas y críticas. Sydney es despedida de su empleo debido a su escasez de tiempo, y el dinero comienza a brillar por su ausencia. Hay siete niños a los cuales sustentar diariamente todo lo necesario para vivir, y entonces todo parece empezar desmonorarse lentamente en la deplorable vida de los Reid.

Las opciones se agotan. El dinero también.

Y a veces, la peor opción es la única y mejor posibilidad.

Siendo así, Sydney se hallaba bajo una tormenta sempiterna y perpetua. Ningún pequeño vislumbre de esperanza o ilusión parecía dignarse a salir. La vida de los Reid únicamente se podía concebir en una indigente escala de lúgubres grises, pues el color se había desvanecido en su totalidad. Aquellos lejanos días en los que una vasta sonrisa se dejaba mostrar en su rostro, parecían no haber llegado a suceder jamás; aquellos recuerdos, aquellos días, aquella época donde la felicidad era palpable en el ambiente, habían terminado por esfumarse lentamente entre un mar de lágrimas.

Sydney da la sexta calada. La séptima.

Todo aquello que se encuentra en torno a ella inicia a tornarse confuso e ininteligible. La cabeza le da vueltas, los objetos empiezan un gran y borroso viraje. Su interior se convierte en una vorágine de emociones colisionadas entre sí. Todo se mueve de una manera trémula. Un leve mareo se hace presente en ella. Y sus ojos se cristalizan y humedecen. El mar que se hallaba hace unos segundos frente a ella se ha desvanecido, dejando así en su lugar, un vacío oscuro y negro como el azabache. Ya no es consciente de donde se encuentra. En ese conciso instante el único pensamiento que divaga por su cabeza es la muerte y la infelicidad.

El narcótico hace efecto. Y ella va perdiendo el sentido de poco a poco.

Distintas voces complejas de discernir comienzan a atestar e inficionar su cerebro. Reconoce la de su padre. La de Claire. La de Zack. La de su madre. Mas todas mezcladas entre sí. Todos principian a hacer que ella se sienta cohibida. Se marea aún más. Todo aquello es demasiado confuso en el estado en el que está. Eres lo único que les queda a esos pobres niños... Ellos se merecen la oportunidad de vivir, cariño... Sé que encontrarás la manera de salir adelante, todos ellos confían en ti... Eres su última esperanza, Sydney.

No comprende nada. La cabeza le duele fuertemente. El mareo se intensifica. Sólo desea gritar. Morir durante un rato. Olvidarse por unos momentos de la muerte de su padre, de esos siete inocentes niños, de su madre, de su vida, y de la gran miseria en la que se encuentra.... Olvidarse de todo. No es tanto, ¿verdad?

Y entonces da la octava.

La embriagadora esencia del tabaco se encarga de anegar su nariz y mente, mientras que sus sueños e ilusiones se disipan en aquella última calada.