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Besar a un angel Zayn y Daisy Devreaux
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
Página 1 de 1. • Comparte
Besar a un angel Zayn y Daisy Devreaux
Nombre: BESAR A UN ANGEL
adaptacion: si
autora: SUSAN ELIZABETH PHILLIPS
Genero: de todo un poco
advertencia: tiene algunas escenas subidas de tono.
No quiero lectoras fantasmas.
ARGUMENTO:
La hermosa y caprichosa Daisy Devreaux puede ir a la cárcel o casarse con el misterioso
hombre que le ha elegido su padre. Los matrimonios concertados no suceden en el mundo
moderno, así que... ¿cómo se ha metido Daisy en este lío?
Zayn Malik, tan serio como guapo, no tiene la menor intención de hacer el papel de
prometido amante de una consentida cabeza de chorlito con cierta debilidad por el
champán. Aparta a Daisy de su vida llena de comodidades, la lleva de viaje con un ruinoso
circo y se propone domarla.
Pero este hombre sin alma ha encontrado la horma de su zapato en una mujer que es todo
corazón. No pasará demasiado tiempo hasta que la pasión le haga remontar el vuelo sin red
de seguridad... arriesgándolo todo en busca de un amor que durará para siempre.
adaptacion: si
autora: SUSAN ELIZABETH PHILLIPS
Genero: de todo un poco
advertencia: tiene algunas escenas subidas de tono.
No quiero lectoras fantasmas.
ARGUMENTO:
La hermosa y caprichosa Daisy Devreaux puede ir a la cárcel o casarse con el misterioso
hombre que le ha elegido su padre. Los matrimonios concertados no suceden en el mundo
moderno, así que... ¿cómo se ha metido Daisy en este lío?
Zayn Malik, tan serio como guapo, no tiene la menor intención de hacer el papel de
prometido amante de una consentida cabeza de chorlito con cierta debilidad por el
champán. Aparta a Daisy de su vida llena de comodidades, la lleva de viaje con un ruinoso
circo y se propone domarla.
Pero este hombre sin alma ha encontrado la horma de su zapato en una mujer que es todo
corazón. No pasará demasiado tiempo hasta que la pasión le haga remontar el vuelo sin red
de seguridad... arriesgándolo todo en busca de un amor que durará para siempre.
elena_leny
Re: Besar a un angel Zayn y Daisy Devreaux
Capitulo 1
Daisy Devreaux había olvidado el nombre de su novio.
—Yo, Theodosia, te tomo a ti... Se mordisqueó el labio inferior. Su padre los había
presentado unos días antes, aquella terrible mañana cuando los tres habían ido a por la
licencia matrimonial. Después él se había esfumado y no lo había vuelto a ver hasta hacía
sólo unos minutos, en el dúplex que su padre poseía al oeste de Central Park, cuando había
bajado a la sala donde ese mediodía estaba celebrándose aquella apresurada boda.
Daisy casi podía sentir la enérgica desaprobación de su padre, que se encontraba a su
espalda, pero eso no era nada nuevo para ella. Lo había decepcionado incluso antes de
nacer y no importaba cuánto lo hubiera intentado, nunca había conseguido que cambiara
de opinión sobre su hija.
Se arriesgó a mirar de reojo al novio que el dinero de su padre había comprado. Un
semental. Un auténtico semental de estatura imponente, constitución delgada pero fibrosa y
extraños ojos color ámbar. A la madre de Daisy le habría encantado.
Lani Devreaux había muerto el año anterior, en el incendio de un yate cuando dormía en
brazos de una estrella de rock de veinticuatro años. Daisy ya podía pensar en su madre sin
sentir dolor y sonrió para sus adentros al darse cuenta de que el hombre que estaba junto a
ella hubiera sido demasiado mayor para Lani. Debía rondar los treinta y cinco años y su
madre solía fijar el límite en veintinueve.
Tenía el pelo tan oscuro que parecía negro y unos rasgos cincelados que harían que su
cara pareciera demasiado bella si no fuera por la mandíbula firme y el ceño amenazador.
Los hombres que poseían ese brutal atractivo habían atraído a Lani, pero Daisy los prefería
más maduros y conservadores. No por primera vez desde que la ceremonia había
comenzado, deseó que su padre hubiera escogido a alguien menos intimidante.
Intentó tranquilizarse recordándose que no iba a tener que pasar más que unas pocas
horas con su nuevo marido. Todo acabaría en cuanto tuviera oportunidad de exponerle el
plan que se le había ocurrido. Por desgracia, el plan conllevaba romper unos votos
matrimoniales que ella consideraba sagrados y, dado que no solía tomarse sus promesas a
la ligera —en especial los votos matrimoniales, —sospechaba que eran los remordimientos de
conciencia la causa de su bloqueo mental.
Empezó de nuevo, esperando que el nombre le viniera a la mente.
—Yo, Theodosia, te tomo ti... —La voz de Daisy se apagó.
El novio en cuestión no le dirigió ni una simple mirada y, por supuesto, tampoco intentó
ayudarla. Permaneció con la vista al frente, y las inflexibles líneas de aquel duro perfil le
provocaron a Daisy un cosquilleo en la piel. Él acababa de formular sus votos, así que tenía
que haber pronunciado el dichoso nombre, pero la falta de inflexión en su voz no había
traspasado la parálisis mental de Daisy y no se había enterado.
—Zayn—masculló su padre detrás de ella, y Daisy pudo deducir por el tono de su
voz que apretaba los dientes otra vez. Para haber sido uno de los mejores diplomáticos de
Estados Unidos no se podía decir que tuviera demasiada paciencia con ella.
Daisy se clavó las uñas en las palmas de las manos, diciéndose que no tenía otra
alternativa.
—Yo, Theodosia... —tragó saliva, —te tomo a ti, Zayn... —volvió a tragar saliva, —
como mi horrible esposo.
Hasta que no escuchó la exclamación de Amelia, su madrastra, no se dio cuenta de lo
que había dicho. El semental volvió la cabeza y la miró. Arqueaba una ceja oscura con leve
curiosidad, como si no estuviera seguro de haber oído correctamente. «Mi horrible esposo.»
El peculiar sentido del humor de Daisy tomó el control y sintió que le temblaban los labios.
Él alzó las cejas, y esos ojos profundos la miraron sin una pizca de diversión. Resultaba
evidente que el semental no compartía sus problemas para contener una risa inoportuna.
Tragándose la histeria que crecía en su interior, Daisy miró rápidamente hacia delante sin
disculparse. Al menos una parte de aquellos votos había sido honesta porque él, sin duda,
sería un esposo horrible para ella. Finalmente, el bloqueo mental desapareció y el apellido
del novio irrumpió en su mente. Malik. Zayn Malik. Era otro de los rusos de su
padre.
Como antiguo embajador en la Unión Soviética, el padre de Daisy, Max Petroff, tenía
infinidad de conocidos en la comunidad rusa, tanto allí, en Estados Unidos, como en el
extranjero.
La gran mano del novio tomó la de Daisy, mucho más pequeña, y ella sintió la fuerza que
poseía cuando le puso la sencilla alianza de oro en el dedo.
—Con este anillo, yo te desposo —dijo él con voz severa e inflexible.
Ella contempló el sencillo aro con momentánea confusión. Por lo que podía recordar,
acababa de entrar en lo que Lani denominaba la fantasía burguesa del amor: el matrimonio.
Y lo había hecho de una manera que nunca hubiera imaginado posible.
—... por el poder que me otorga el estado de Nueva York, os declaro marido y mujer.
Daisy se tensó mientras esperaba que el juez Rhinsetler invitara al novio a besar a la
novia. Cuando no lo hizo, supo que había sido una sugerencia de Max para ahorrarle la
vergüenza de verse forzada a besar esa hosca y recia boca. No entendía cómo su padre
había pensado en ese detalle, que sin duda se les había pasado por alto a todos los demás.
Aunque no lo admitiría por nada del mundo, Daisy desearía haberse parecido más a él en
ese aspecto, pero si no era capaz de encargarse ella sola de los acontecimientos más
importantes de su vida, ¿cómo iba a ocuparse de unos simples detalles?
Sin embargo, detestaba sentir lástima de sí misma, de modo que apartó a un lado ese
pensamiento mientras su padre se acercaba a ella para besarle fríamente la mejilla como
colofón de la ceremonia. Esperaba alguna palabra de afecto, pero tampoco se sorprendió
al no recibirla. Incluso consiguió no sentirse dolida cuando él se apartó.
Max señaló al misterioso novio, que se había acercado a las ventanas que daban a
Central Park. Los había casado el juez Rhinsetler. Los otros testigos de la ceremonia eran el
chófer, que había desaparecido discretamente para atender sus deberes, y la esposa de su
padre, Amelia, que destacaba entre los demás con aquel cabello rubio ceniza y aquella
característica voz ronca.
—Felicidades, cariño. Formáis una bonita pareja Zayn y tú. ¿No te parece, Max?—
Sin esperar respuesta, Amelia abrazó a Daisy, envolviéndolas a las dos en una nube de
perfume almizcleño.
Amelia simulaba sentir un cariño sincero por la hija ilegítima de su marido, y aunque Daisy
era consciente de los verdaderos sentimientos de su madrastra, reconocía el mérito de
Amelia guardando las apariencias. No debía de ser fácil para ella enfrentarse a la prueba
viviente del único acto irresponsable que Max había cometido en su vida, incluso aunque
hubiera sido veintiséis años antes.
—No sé por qué has insistido en ponerte ese vestido, querida. Sería perfecto para una
fiesta, pero no para una boda. —La mirada crítica de Amelia evaluó con severidad el caro
vestido dorado de Daisy, con el corpiño de encaje y el bajo bordado, que acababa unos
quince centímetros por encima de la rodilla.
—Es casi blanco.
—El dorado no es blanco, querida. Y es demasiado corto.
—La chaqueta es muy discreta —señaló Daisy, alisando las solapas de la prenda de raso
dorado que le caía hasta la parte superior del muslo.
—Una cosa no tiene nada que ver con la otra. ¿No podías haber seguido la tradición y
ponerte algo blanco? ¿O haber escogido al menos algo de seda?
Ya que ése no iba a ser un matrimonio de verdad, Daisy pensaba que, de haber tenido en
cuenta la tradición, se estaría recordando a sí misma que estaba vulnerando algo que
debería haber sido sagrado. Incluso se había quitado la gardenia que Amelia le había
prendido en el pelo, aunque ésta se la había vuelto a colocar en el mismo lugar poco antes
de la ceremonia.
Sabía que Amelia tampoco aprobaba los zapatos dorados, que parecerían unas
sandalias romanas de gladiador si no fuera por el tacón de diez centímetros. Eran
terriblemente incómodos, pero al menos era imposible confundirlos con unos zapatos
tradicionales de raso.
—El novio no parece feliz —susurró Amelia. —No me sorprende. ¿Por qué no tratas de
evitar decir alguna otra tontería por ahora? Y te lo digo en serio, haz algo con respecto a
esa molesta costumbre que tienes de decir lo que piensas.
Daisy apenas pudo reprimir un suspiro. Amelia nunca decía lo que pensaba en tanto que
Daisy casi siempre lo hacía, y tal alarde de sinceridad molestaba a su madrastra. Pero Daisy
no era capaz de actuar con hipocresía. Tal vez fuera porque eso era lo único que sus padres
tenían en común.
Dirigió una mirada furtiva a su nuevo marido y se preguntó cuánto le habría pagado su
padre para que se casara con ella.
La parte más irreverente de Daisy se moría por saber
cómo se había efectuado la transacción. ¿Dinero en efectivo? ¿Un cheque? «Perdón,
Zayn Malik, ¿acepta American Express?» Mientras observaba al novio declinar una
mimosa de la bandeja que le había tendido Min Soon, intentó imaginar lo que él estaría
pensando.
Daisy Devreaux había olvidado el nombre de su novio.
—Yo, Theodosia, te tomo a ti... Se mordisqueó el labio inferior. Su padre los había
presentado unos días antes, aquella terrible mañana cuando los tres habían ido a por la
licencia matrimonial. Después él se había esfumado y no lo había vuelto a ver hasta hacía
sólo unos minutos, en el dúplex que su padre poseía al oeste de Central Park, cuando había
bajado a la sala donde ese mediodía estaba celebrándose aquella apresurada boda.
Daisy casi podía sentir la enérgica desaprobación de su padre, que se encontraba a su
espalda, pero eso no era nada nuevo para ella. Lo había decepcionado incluso antes de
nacer y no importaba cuánto lo hubiera intentado, nunca había conseguido que cambiara
de opinión sobre su hija.
Se arriesgó a mirar de reojo al novio que el dinero de su padre había comprado. Un
semental. Un auténtico semental de estatura imponente, constitución delgada pero fibrosa y
extraños ojos color ámbar. A la madre de Daisy le habría encantado.
Lani Devreaux había muerto el año anterior, en el incendio de un yate cuando dormía en
brazos de una estrella de rock de veinticuatro años. Daisy ya podía pensar en su madre sin
sentir dolor y sonrió para sus adentros al darse cuenta de que el hombre que estaba junto a
ella hubiera sido demasiado mayor para Lani. Debía rondar los treinta y cinco años y su
madre solía fijar el límite en veintinueve.
Tenía el pelo tan oscuro que parecía negro y unos rasgos cincelados que harían que su
cara pareciera demasiado bella si no fuera por la mandíbula firme y el ceño amenazador.
Los hombres que poseían ese brutal atractivo habían atraído a Lani, pero Daisy los prefería
más maduros y conservadores. No por primera vez desde que la ceremonia había
comenzado, deseó que su padre hubiera escogido a alguien menos intimidante.
Intentó tranquilizarse recordándose que no iba a tener que pasar más que unas pocas
horas con su nuevo marido. Todo acabaría en cuanto tuviera oportunidad de exponerle el
plan que se le había ocurrido. Por desgracia, el plan conllevaba romper unos votos
matrimoniales que ella consideraba sagrados y, dado que no solía tomarse sus promesas a
la ligera —en especial los votos matrimoniales, —sospechaba que eran los remordimientos de
conciencia la causa de su bloqueo mental.
Empezó de nuevo, esperando que el nombre le viniera a la mente.
—Yo, Theodosia, te tomo ti... —La voz de Daisy se apagó.
El novio en cuestión no le dirigió ni una simple mirada y, por supuesto, tampoco intentó
ayudarla. Permaneció con la vista al frente, y las inflexibles líneas de aquel duro perfil le
provocaron a Daisy un cosquilleo en la piel. Él acababa de formular sus votos, así que tenía
que haber pronunciado el dichoso nombre, pero la falta de inflexión en su voz no había
traspasado la parálisis mental de Daisy y no se había enterado.
—Zayn—masculló su padre detrás de ella, y Daisy pudo deducir por el tono de su
voz que apretaba los dientes otra vez. Para haber sido uno de los mejores diplomáticos de
Estados Unidos no se podía decir que tuviera demasiada paciencia con ella.
Daisy se clavó las uñas en las palmas de las manos, diciéndose que no tenía otra
alternativa.
—Yo, Theodosia... —tragó saliva, —te tomo a ti, Zayn... —volvió a tragar saliva, —
como mi horrible esposo.
Hasta que no escuchó la exclamación de Amelia, su madrastra, no se dio cuenta de lo
que había dicho. El semental volvió la cabeza y la miró. Arqueaba una ceja oscura con leve
curiosidad, como si no estuviera seguro de haber oído correctamente. «Mi horrible esposo.»
El peculiar sentido del humor de Daisy tomó el control y sintió que le temblaban los labios.
Él alzó las cejas, y esos ojos profundos la miraron sin una pizca de diversión. Resultaba
evidente que el semental no compartía sus problemas para contener una risa inoportuna.
Tragándose la histeria que crecía en su interior, Daisy miró rápidamente hacia delante sin
disculparse. Al menos una parte de aquellos votos había sido honesta porque él, sin duda,
sería un esposo horrible para ella. Finalmente, el bloqueo mental desapareció y el apellido
del novio irrumpió en su mente. Malik. Zayn Malik. Era otro de los rusos de su
padre.
Como antiguo embajador en la Unión Soviética, el padre de Daisy, Max Petroff, tenía
infinidad de conocidos en la comunidad rusa, tanto allí, en Estados Unidos, como en el
extranjero.
La gran mano del novio tomó la de Daisy, mucho más pequeña, y ella sintió la fuerza que
poseía cuando le puso la sencilla alianza de oro en el dedo.
—Con este anillo, yo te desposo —dijo él con voz severa e inflexible.
Ella contempló el sencillo aro con momentánea confusión. Por lo que podía recordar,
acababa de entrar en lo que Lani denominaba la fantasía burguesa del amor: el matrimonio.
Y lo había hecho de una manera que nunca hubiera imaginado posible.
—... por el poder que me otorga el estado de Nueva York, os declaro marido y mujer.
Daisy se tensó mientras esperaba que el juez Rhinsetler invitara al novio a besar a la
novia. Cuando no lo hizo, supo que había sido una sugerencia de Max para ahorrarle la
vergüenza de verse forzada a besar esa hosca y recia boca. No entendía cómo su padre
había pensado en ese detalle, que sin duda se les había pasado por alto a todos los demás.
Aunque no lo admitiría por nada del mundo, Daisy desearía haberse parecido más a él en
ese aspecto, pero si no era capaz de encargarse ella sola de los acontecimientos más
importantes de su vida, ¿cómo iba a ocuparse de unos simples detalles?
Sin embargo, detestaba sentir lástima de sí misma, de modo que apartó a un lado ese
pensamiento mientras su padre se acercaba a ella para besarle fríamente la mejilla como
colofón de la ceremonia. Esperaba alguna palabra de afecto, pero tampoco se sorprendió
al no recibirla. Incluso consiguió no sentirse dolida cuando él se apartó.
Max señaló al misterioso novio, que se había acercado a las ventanas que daban a
Central Park. Los había casado el juez Rhinsetler. Los otros testigos de la ceremonia eran el
chófer, que había desaparecido discretamente para atender sus deberes, y la esposa de su
padre, Amelia, que destacaba entre los demás con aquel cabello rubio ceniza y aquella
característica voz ronca.
—Felicidades, cariño. Formáis una bonita pareja Zayn y tú. ¿No te parece, Max?—
Sin esperar respuesta, Amelia abrazó a Daisy, envolviéndolas a las dos en una nube de
perfume almizcleño.
Amelia simulaba sentir un cariño sincero por la hija ilegítima de su marido, y aunque Daisy
era consciente de los verdaderos sentimientos de su madrastra, reconocía el mérito de
Amelia guardando las apariencias. No debía de ser fácil para ella enfrentarse a la prueba
viviente del único acto irresponsable que Max había cometido en su vida, incluso aunque
hubiera sido veintiséis años antes.
—No sé por qué has insistido en ponerte ese vestido, querida. Sería perfecto para una
fiesta, pero no para una boda. —La mirada crítica de Amelia evaluó con severidad el caro
vestido dorado de Daisy, con el corpiño de encaje y el bajo bordado, que acababa unos
quince centímetros por encima de la rodilla.
—Es casi blanco.
—El dorado no es blanco, querida. Y es demasiado corto.
—La chaqueta es muy discreta —señaló Daisy, alisando las solapas de la prenda de raso
dorado que le caía hasta la parte superior del muslo.
—Una cosa no tiene nada que ver con la otra. ¿No podías haber seguido la tradición y
ponerte algo blanco? ¿O haber escogido al menos algo de seda?
Ya que ése no iba a ser un matrimonio de verdad, Daisy pensaba que, de haber tenido en
cuenta la tradición, se estaría recordando a sí misma que estaba vulnerando algo que
debería haber sido sagrado. Incluso se había quitado la gardenia que Amelia le había
prendido en el pelo, aunque ésta se la había vuelto a colocar en el mismo lugar poco antes
de la ceremonia.
Sabía que Amelia tampoco aprobaba los zapatos dorados, que parecerían unas
sandalias romanas de gladiador si no fuera por el tacón de diez centímetros. Eran
terriblemente incómodos, pero al menos era imposible confundirlos con unos zapatos
tradicionales de raso.
—El novio no parece feliz —susurró Amelia. —No me sorprende. ¿Por qué no tratas de
evitar decir alguna otra tontería por ahora? Y te lo digo en serio, haz algo con respecto a
esa molesta costumbre que tienes de decir lo que piensas.
Daisy apenas pudo reprimir un suspiro. Amelia nunca decía lo que pensaba en tanto que
Daisy casi siempre lo hacía, y tal alarde de sinceridad molestaba a su madrastra. Pero Daisy
no era capaz de actuar con hipocresía. Tal vez fuera porque eso era lo único que sus padres
tenían en común.
Dirigió una mirada furtiva a su nuevo marido y se preguntó cuánto le habría pagado su
padre para que se casara con ella.
La parte más irreverente de Daisy se moría por saber
cómo se había efectuado la transacción. ¿Dinero en efectivo? ¿Un cheque? «Perdón,
Zayn Malik, ¿acepta American Express?» Mientras observaba al novio declinar una
mimosa de la bandeja que le había tendido Min Soon, intentó imaginar lo que él estaría
pensando.
elena_leny
Re: Besar a un angel Zayn y Daisy Devreaux
capitulo 1 parte 2
«
¿Cuánto tiempo más debo esperar antes de poder sacar a la mocosa de aquí?»
Zayn Malik echó un vistazo a su reloj. Otros cinco minutos más, decidió. Observó cómo
el sirviente que pasaba con la bandeja de bebidas se paraba a adularla.
«Disfrútalo, señora. Pasará mucho tiempo antes de que puedas volver a hacerlo.»
Mientras Max le mostraba al juez un samovar antiguo, Zayn contempló las piernas de su
nueva esposa, expuestas ante todo el mundo gracias a eso que ella llamaba vestido de
novia. Eran delgadas y bien proporcionadas, lo cual le hizo preguntarse si el resto de ese
cuerpo femenino, oculto a medias por la chaqueta, sería igual de tentador. Pero ni siquiera
el cuerpo de una sirena lo compensaría de tener que casarse a la fuerza.
Recordó la última conversación que mantuvo con el padre de Daisy.
—Es maleducada, atrevida e irresponsable —había dicho Max Petroff. —Su madre fue una
mala influencia para ella. No creo que Daisy sepa hacer algo útil. Por supuesto, no es todo
culpa suya. Daisy estuvo pegada a las faldas de su madre hasta que murió. Es un milagro
que no estuviera a bordo del barco la noche que se incendió. Tienes que tener mano dura
con mi hija, Zayn, o te volverá loco.
Lo poco que Zayn había visto de Daisy Deveraux hasta ahora no le habían hecho dudar de
las palabras de Max. La madre, Lani Deveraux, había sido una modelo británica famosa
hacía treinta años. Como los polos opuestos se atraen, Lani y Max Petroff habían tenido una
aventura amorosa cuando él comenzaba a destacar como experto en política exterior; Daisy
era el resultado.
Max le había asegurado a Zayn que le había propuesto matrimonio a Lani cuando ésta se
quedó embarazada inesperadamente, pero ella se había negado a sentar cabeza. No
obstante, Max había insistido en que siempre había cumplido con su deber de padre hacia
su hija ilegítima.
Sin embargo, todo indicaba lo contrario. Cuando la carrera de Lani había comenzado a
desvanecerse, se había convertido en asidua de fiestas y saraos. Y donde quiera que Lani
fuera, Daisy la acompañaba. Al menos Lani había tenido una profesión, pensó Alex, pero
Daisy no parecía haber hecho nada útil en la vida.
Mientras miraba a su nueva esposa con más atención, observó algún parecido con Lani.
Tenían el mismo color de pelo, oscuro como el ébano, y sólo las mujeres que no salían de
casa podían tener esa tez tan pálida. Sus ojos eran de un azul inusual, casi como las violetas
púrpuras que crecían a los lados de las carreteras. Pero Daisy era más menuda —también
parecía más frágil— y no tenía los rasgos tan marcados. Por lo que recordaba de viejas
fotos, el perfil de Lani había sido casi masculino, mientras que el de su hija era mucho más
suave, especialmente en la pequeña nariz respingona y en aquella boca absurdamente
dulce.
Según Max, Lani tenía un carácter fuerte, pero era corta de entendederas, otra cualidad
que la pequeña cabeza hueca con la que se había casado parecía haber heredado. No era
exactamente la típica chica bonita y tonta —era demasiado culta para eso, —pero a él no le
costaba imaginársela como el caro juguete sexual de un hombre rico.
Zayn siempre había elegido con cuidado a sus compañeras de cama, y aunque le atraía
ese pequeño cuerpo, prefería otro tipo de mujer, una que fuera algo más que un buen par de
piernas. Le gustaban las mujeres que fueran inteligentes, ambiciosas e independientes y que
no se guardaran nada para sí mismas. Podía respetar a una mujer que lo mandara a la
mierda, pero no tenía paciencia con lloriqueos y pataletas. El mero hecho de pensar en eso
hacía que le rechinasen los dientes.
Al menos tenerla bajo control no sería un problema. Miró a su esposa y curvó una de las
comisuras de la boca en una sonrisita sardónica. «La vida tiene maneras de poner a las
pequeñas chicas ricas y mimadas en el lugar que les corresponde. Y, nena, eso es lo que te
acaba de pasar.»
Al otro lado de la habitación, Daisy se detuvo delante de un espejo antiguo para mirarse.
Lo hacía por costumbre, no por vanidad. Para Lani, la apariencia lo era todo. Consideraba
que llevar el rímel corrido era peor que un holocausto nuclear.
El nuevo corte de pelo de Daisy, a la altura de la barbilla y un poco más largo por detrás,
era ligero, juvenil y delicado. A ella le había encantado desde el principio, pero le había
gustado aún más esa mañana, cuando Amelia había protestado sobre lo inadecuado que
era ese estilo para una boda.
Daisy vio acercarse a su novio por el reflejo del espejo. Compuso una sonrisa educada y
se dijo a sí misma que todo saldría bien. Tenía que ser así.
—Coge tus cosas, cara de ángel. Nos vamos.
A ella no le gustó ni un ápice aquel tono de voz, pero había desarrollado un talento
especial para tratar con personas difíciles y lo pasó por alto.
—María está haciendo un soufflé Grand Marnier para el convite de bodas, pero no está
listo aún, así que tendremos que esperar.
—Me temo que no. Tenemos que coger un avión. Tu equipaje ya está en el coche.
Necesitaba más tiempo. No estaba preparada para estar a solas con él.
—¿No podemos coger un vuelo más tarde, Zayn? Odio decepcionar a María. Es una
joya y hace unos desayunos maravillosos.
Aunque la boca del hombre se había curvado en una sonrisa, los ojos parecieron
taladrarla. Eran de un inusual color ámbar pálido que le recordaba a algo vagamente
estremecedor. Aunque no podía recordar lo que era, ciertamente la inquietaba.
— tienes un minuto para llevar ese dulce culito tuyo hasta la puerta.
A Daisy le dio un vuelco el corazón, pero antes de que pudiera reaccionar, él le dio la
espalda y se dirigió a los otros tres ocupantes de la habitación con voz tranquila pero
autoritaria.
—Espero que nos disculpéis, pero tenemos que coger un avión.
Amelia dio un paso adelante y le dirigió a Daisy una maliciosa sonrisa.
—Vaya, vaya. Alguien está impaciente por celebrar la noche de bodas. Nuestra Daisy es
un bocadito apetecible, ¿verdad?
De repente, a Daisy se le fueron las ganas de tomar el soufflé de María.
—Me cambiaré de ropa —dijo.
—No tienes tiempo. Estás bien así.
—Pero...
La firme mano de Zayn se posó en su espalda y la empujó resueltamente hacia el
vestíbulo.
—Supongo que éste es tu bolso. —Ante el asentimiento de Daisy cogió el bolsito de Chanel
de la mesita dorada y se lo tendió. Justo entonces, el padre y la madrastra de Daisy se
acercaron para despedirse.
Si bien ella no pensaba llegar más allá del aeropuerto, quiso escapar del contacto de
Alex que la conducía hacia la puerta. Se volvió hacia su padre y se odió a sí misma por el
leve tono de pánico en la voz.
—Tal vez tú podrías convencer a Zayn de que nos quedemos un poco más, papá. Apenas
hemos tenido tiempo de hablar.
—Obedécele, Theodosia. Y recuerda que ésta es tu última oportunidad. Si me fallas
ahora, me lavo las manos. Espero que hagas algo bien por una vez en tu vida.
Hasta ahora, siempre había soportado las humillaciones de su padre en público, pero ser
humillada delante de su nuevo marido era demasiado vergonzoso y Daisy apenas consiguió
enderezar los hombros. Levantando la barbilla, dio un paso delante de Alex y salió por la
puerta.
Se negó a sostener la mirada de su esposo mientras esperaban en silencio el ascensor que
los llevaría al vestíbulo. Segundos después, entraron. Las puertas se cerraron sólo para
abrirse en la planta siguiente y dar paso a una mujer mayor con un pequinés color café
claro.
De inmediato, Daisy se encogió contra el caro panelado de teca del ascensor, pero el
perro la divisó. Enderezó las orejas, emitió un ladrido furioso y saltó. Daisy chilló mientras el
perro se abalanzaba sobre sus piernas y le desgarraba las medias.
—¡Quieto!
El perro continuó arañándole. Daisy gritó y se agarró al pasamanos de latón del ascensor.
Zayn la miró con curiosidad y luego apartó al animal de un empujón con la punta del zapato.
—¡Mira que eres travieso, Mitzi! —La mujer tomó a su mascota en brazos y le dirigió a
Daisy una mirada de reproche. —No entiendo lo que le pasa. Mitzi quiere a todo el mundo.
Daisy había comenzado a sudar. Continuó aferrada al pasamanos de latón como si le
fuera la vida en ello mientras miraba cómo aquella pequeña bestia cruel ladraba hasta que
el ascensor se detuvo en el vestíbulo.
—Parecíais conoceros —dijo Zayn cuando salieron.
—Nunca... nunca he visto a ese perro en mi vida.
—No lo creo. Ese perro te odia.
—No es eso... —ella tragó saliva, —es que me pasa una cosa extraña con los animales.
—¿Una cosa extraña con los animales? Dime que eso no quiere decir que les tienes miedo.
Daisy asintió con la cabeza e intentó respirar con normalidad.
—Genial —masculló él atravesando el vestíbulo. —Simplemente genial.
La mañana de finales de abril era húmeda y fría. No había papeles pegados en la
limusina que los esperaba junto a la acera, ni latas, ni letreros de RECIÉN CASADOS,
ninguna de esas cosas maravillosas reservadas a las personas que se aman. Daisy se dijo a
sí misma que tenía que dejar de ser tan sentimental. Lani se había metido con ella durante
años por ser exasperadamente anticuada, pero todo lo que Daisy había querido era una
vida convencional. No era tan extraño, supuso, para alguien que había sido educada con
tan poco convencionalismo.
Se subió a la limusina y vio que el cristal opaco que separaba al conductor de los
pasajeros estaba cerrado. Al menos tendría la intimidad que necesitaba para contarle a Zayn cuál era su plan antes de llegar al aeropuerto.
«Hiciste unos votos, Daisy. Unos votos sagrados.» Ahuyentó a la inequívoca voz de su
conciencia diciéndose que no tenía otra opción.
Zayn se sentó junto a ella y el espacioso interior pareció volverse pequeño
repentinamente. Si él no fuera tan físicamente abrumador, ella no estaría tan nerviosa.
Aunque no era tan musculoso como un culturista, Zayn tenía el cuerpo fibroso y fornido de
alguien en muy buenas condiciones físicas. Tenía los hombros anchos y las caderas
estrechas. Las manos que descansaban sobre los pantalones eran firmes y bronceadas, con
los dedos largos y delgados. Daisy sintió un ligero estremecimiento que la inquietó.
Apenas se habían apartado del bordillo cuando él comenzó a tirar de la corbata. Se la
quitó bruscamente y la metió en el bolsillo del abrigo; después se desabrochó el botón del
cuello de la camisa con un movimiento rápido de muñeca. Daisy se puso rígida, esperando
que no siguiera. En una de sus fantasías eróticas favoritas, ella y un hombre sin rostro hacían
el amor apasionadamente en el asiento trasero de una limusina blanca que recorría
Manhattan mientras Michael Bolton cantaba de fondo Cuando un hombre ama a una mujer,
pero había una gran diferencia entre la fantasía y la realidad.
La limusina se incorporó al tráfico. Ella respiró hondo, intentando tranquilizarse, y olió el
intenso perfume a gardenia en su pelo. Vio que Zayn había dejado de quitarse la ropa, pero
cuando él estiró las piernas y comenzó a estudiarla, Daisy se removió en el asiento con
nerviosismo. No importaba lo mucho que lo intentara, nunca sería tan bella como su madre,
y cuando la gente la miraba demasiado tiempo, se sentía como un patito feo. Los agujeros
de las medias doradas, tras el encuentro con el pequinés, no contribuían a reforzar su
confianza en sí misma.
Abrió el bolso para buscar el cigarrillo que tanto necesitaba. Era un vicio horrible, lo sabía
de sobra y no estaba orgullosa de haber sucumbido a él. Aunque Lani siempre había
fumado, Daisy no solía fumar más que un cigarrillo de vez en cuando con una copa de vino.
Pero en aquellos primeros meses después de la muerte de su madre se había dado cuenta de
que los cigarrillos la relajaban y se había convertido en una verdadera adicta a ellos.
Después de una larga calada, decidió que estaba lo suficientemente calmada como para
exponerle el plan al señor Malik.
—Apágalo, cara de ángel.
Ella le dirigió una mirada de disculpa.
—Sé que es un vicio terrible y le prometo que no le echaré el humo, pero ahora mismo lo
necesito.
Él alargó la mano detrás de ella para bajar la ventanilla. Sin previo aviso, el cigarrillo
comenzó a arder.
Ella gritó y lo soltó. Las chispas volaron por todas partes. Él sacó un pañuelo del bolsillo
del traje y de alguna manera logró apagar todas las ascuas.
Respirando agitadamente, ella se miró el regazo y vio la marca diminuta de una
quemadura en el vestido de raso dorado.
—¿Qué ha pasado? —preguntó sin aliento.
—Creo que estaba defectuoso.
—¿Un cigarrillo defectuoso? Nunca he visto nada así.
—Será mejor que tires la cajetilla por si todos los demás están igual.
—Sí. Por supuesto.
Ella se la entregó con rapidez y él se metió el paquete en el bolsillo de los pantalones.
Aunque Daisy todavía se estremecía del susto, él parecía perfectamente relajado.
Reclinándose en el asiento de la esquina, él cruzó los brazos sobre el pecho y cerró los ojos.
Tenían que hablar —tenía que exponerle el plan para poner fin a ese bochornoso
matrimonio, —pero él no parecía estar de humor para conversar y ella temía meter la pata si
no iba con cuidado. El último año había sido un desastre total y Daisy se había
acostumbrado a animarse con pequeñas cosas a fin de no dejarse llevar totalmente por la
desesperación.
Se recordó a sí misma que aunque su educación podía haber sido poco ortodoxa, desde
luego sí había sido completa. Y a pesar de lo que su padre pensaba, había heredado el
cerebro de Max y no el de Lani. También poseía un gran sentido del humor y era optimista
por naturaleza, cualidad que ni siquiera el último año había podido destruir por completo.
Hablaba cuatro idiomas, era capaz de identificar al diseñador de casi cualquier modelo de
alta costura y era toda una experta en calmar a mujeres histéricas. Por desgracia, no poseía
ni el más mínimo sentido común.
¿Por qué no había hecho caso del abogado parisino de Lani, cuando le dejó claro que no
le quedaría ni un centavo una vez que pagara las deudas que ésta había dejado? Ahora
sospechaba que había sido el sentimiento de culpa lo que la había impulsado a asistir a
todas aquellas fiestas durante los desastrosos meses que siguieron al funeral. Llevaba
muchos años queriendo liberarse del chantaje emocional al que su madre la había sometido
en su interminable búsqueda del placer. Pero no había querido que Lani muriera. Eso no.
Se le llenaron los ojos de lágrimas. Había querido muchísimo a su madre y, a pesar de su
egoísmo, de sus interminables exigencias y de su constante necesidad de reafirmarse en la
belleza, Daisy sabía que Lani la había querido.
Se había sentido culpable ante la inesperada libertad que el dinero y la muerte de Lani le
habían proporcionado. Se había gastado toda la fortuna, no sólo en sí misma sino en
cualquiera de los viejos amigos de Lani que estuviera en apuros. Cuando las amenazas de
los acreedores habían subido de tono, había extendido cheques para mantenerlos callados,
sin saber ni importarle si tenía dinero para cubrirlos.
Max descubrió el derroche de Daisy el mismo día que emitieron una orden de arresto
contra ella. Fue entonces cuando se dio cuenta de la realidad y del alcance de lo que había
hecho. Tuvo que rogarle a su padre que le prestara dinero para mantener alejados a los
acreedores, prometiendo devolvérselo en cuanto pudiera.
Max había recurrido al chantaje. Era hora de que madurara, le había dicho, y si no quería
ir a la cárcel debería poner fin a todas esas extravagancias y seguir sus órdenes sin rechistar.
En un tono brusco e inflexible, él había dictado sus términos. Se casaría con el hombre que
él escogiera para ella tan pronto como pudiera arreglarlo. Y no sólo eso, tendría que
permanecer casada durante seis meses, ejerciendo de esposa obediente durante ese
tiempo. Sólo al final de esos seis meses podría divorciarse y beneficiarse de un fondo
fiduciario que él establecería para ella, un fondo fiduciario que él controlaría. Si era frugal,
podría vivir con relativa comodidad el resto de su vida.
—¡No puedes hablar en serio! —exclamó ella cuando finalmente había recobrado el
habla. —Ya no existen los matrimonios de conveniencia.
—Nunca he hablado más en serio. Si no aceptas casarte, irás a la cárcel. Y si no
permaneces casada durante seis meses, nunca volverás a ver un penique más de mi bolsillo.
Tres días más tarde, le había presentado al futuro novio sin mencionar qué estudios poseía
ni a qué se dedicaba, y sólo le había hecho una advertencia:
—Él te enseñará algo sobre la vida. Por ahora, es todo lo que necesitas saber.
Cruzaron el Triborough Bridge y se dio cuenta de que muy pronto llegarían a La Guardia,
por lo cual no podía esperar más para sacar a colación el tema sobre el que tenían que
hablar. Por costumbre, Daisy sacó un espejo dorado del bolso para cerciorarse de que todo
estaba como tenía que estar. Ya más segura, lo cerró con un golpe seco.
—Disculpe, señor Malik.
Él no respondió.
Ella se aclaró la garganta.
—¿Señor Malik? ¿Zayn? Creo que tenemos que hablar.
Él abrió los párpados que ocultaban aquellos ojos color ámbar líquido.
—¿De qué?
A pesar de los nervios, ella sonrió.
—Somos unos completos desconocidos que acaban de contraer matrimonio. Creo que eso
nos da tema más que suficiente para hablar.
—Si quieres escoger los nombres de nuestros hijos, cara de ángel, creo que paso.
Así que tenía sentido del humor después de todo, aunque fuera algo cínico.
—Quiero decir que deberíamos hablar de cómo vamos a pasar los próximos seis meses
antes de poder solicitar el divorcio.
—Creo que será mejor que vayamos paso a paso, día a día —hizo una pausa. —Noche a
noche.
A Daisy se le puso la piel de gallina y se dijo a sí misma que no fuera estúpida. Él había
hecho un comentario perfectamente inocente y ella sólo había imaginado la connotación
sexual en aquel tono bajo y ronco. Forzó una brillante sonrisa.
—Tengo un plan, un plan muy simple en realidad.
—¿Sí?
—Si me da la mitad de lo que le pagó mi padre por casarse conmigo, y creo que estará
de acuerdo conmigo en que es lo más justo, podremos irnos cada cual por su lado y acabar
con este lío.
Una expresión divertida asomó en esos rasgos de acero.
—¿De qué lío hablas?
Ella debería haber sabido, por la experiencia adquirida gracias a los amantes de su
madre, que un hombre así de guapo no rebosaría materia gris.
—El lío de encontrarnos casados con un desconocido.
—Pues creo que llegaremos a conocernos bastante bien. —De nuevo esa voz ronca. —Y
eso de ir cada uno por su lado no era lo que Max tenía en mente. Tal y como lo recuerdo, se
supone que tenemos que vivir juntos como marido y mujer.
—Eso pretende mi padre. Es un poco tirano en lo que se refiere a las vidas de otras
personas. Lo mejor de mi plan consiste en que él nunca sabrá que nos hemos separado.
Mientras no vivamos en su casa de Manhattan, donde puede vernos, no tendrá ni idea de
dónde estamos.
—Definitivamente no viviremos en su casa de Manhattan.
Él parecía no estar tan dispuesto a cooperar como ella había esperado, pero Daisy era lo
suficientemente optimista como para creer que sólo necesitaba un poco más de persuasión.
—Sé que mi plan funcionará.
—A ver si nos entendemos. ¿Quieres que te dé la mitad de lo que Max me dio por
casarme contigo?
—Ya que lo menciona, ¿cuánto fue?
—No fue ni mucho menos suficiente —masculló él.
Ella nunca había tenido que discutir las condiciones y no le gustaba tener que hacerlo
ahora, pero al parecer no tenía alternativa.
—Si lo piensa un poco, verá que es lo justo. Después de todo, si no fuera por mí, no
tendría nada.
—¿Quieres decir que planeas darme la mitad del fondo fiduciario que tu padre ha
prometido establecer para ti?
—Oh, no, no pienso hacer eso.
Él soltó una breve carcajada.
—Me lo imaginaba.
—No lo entiende. Le pagaré la deuda tan pronto como tenga acceso a mi dinero. Sólo le
estoy pidiendo un préstamo.
—Y yo me niego.
Daisy comprendió que le había vuelto a pasar lo de siempre. Tenía la mala costumbre de
asumir lo que otras personas harían o lo que haría ella en su lugar. Por ejemplo, si fuera Zayn
Malik, se prestaría a darle la mitad del dinero simplemente por deshacerse de ella.
Necesitaba fumar. Aquello no pintaba bien.
—¿Puede devolverme los cigarrillos? Estoy segura de que no todos estaban defectuosos.
Él sacó el arrugado paquete del bolsillo de los pantalones y se lo entregó. Daisy encendió
uno con rapidez, cerró los ojos y se llenó los pulmones de humo.
Se escuchó un estallido y cuando abrió los ojos de golpe, el cigarrillo estaba en llamas.
Con un grito ahogado, lo dejó caer. De nuevo, Zayn apagó la colilla y las ascuas con el
pañuelo.
—Deberías denunciarlos —dijo él con suavidad. Daisy se llevó la mano a la garganta,
demasiado aturdida para hablar.
Él se acercó y le tocó un pecho. Ella sintió el roce de ese dedo en la parte interior del seno
y se estremeció, lo mismo que la piel sensible debajo del raso. Alzó la mirada de golpe a
esos insondables ojos dorados. —Un poco de ceniza —dijo él. Daisy puso la mano donde él
la había tocado y sintió el martilleo del corazón bajo los dedos. ¿Cuánto tiempo había
pasado desde la última vez que una mano que no fuera la suya la había tocado allí? Dos
años, recordó, cuando se había hecho la última revisión médica.
Ella vio que habían llegado al aeropuerto y se armó de valor.
—Señor Marlik, tiene que entender que no podemos vivir juntos como marido y mujer.
Somos unos completos desconocidos. Toda esta idea es ridícula y tendré que insistir en que
coopere más conmigo.
—¿Insistir? —dijo él suavemente. —No creo que tengas derecho a insistir sobre nada.
Ella tensó la espalda.
—No voy a permitir que me intimide, señor Malik.
Él suspiró y sacudió la cabeza, mirándola con una expresión de pesar que ella dudaba
que fuera sincera.
—Esperaba no tener que hacer esto, cara de ángel, pero debería haber imaginado que
no ibas a ser fácil. Será mejor que te explique las reglas básicas ahora mismo, así sabrás a
qué atenerte. Para bien o para mal, vamos a permanecer casados durante seis meses a
partir de hoy. Puedes irte cuando quieras, pero tendrás que hacerlo sola. Y por si todavía no
te has dado cuenta, éste no va a ser uno de esos matrimonios modernos de los que se habla
en las revistas. Éste va a ser un matrimonio tradicional. —Repentinamente, su voz se volvió
más tierna y suave. —Lo que quiero decir, cara de ángel, es que yo mando y tú harás lo que
diga. Si no lo haces, sufrirás algunas consecuencias bastante desagradables. La buena
noticia es que, pasado el tiempo estipulado, podrás hacer lo que quieras. Sinceramente, me
importará un bledo.
El pánico se apoderó de Daisy, que luchó por no perder los nervios.
—No me gusta que me amenacen. Será mejor que hable claro y me diga cuáles son esas
consecuencias que penden sobre mi cabeza.
Él se reclinó en el asiento y torció la boca en una mueca tan dura que Daisy sintió un
escalofrío en la espalda.
—Verás, cara de ángel, no pienso decirte nada. Tú misma lo descubrirás todo esta noche.
«
¿Cuánto tiempo más debo esperar antes de poder sacar a la mocosa de aquí?»
Zayn Malik echó un vistazo a su reloj. Otros cinco minutos más, decidió. Observó cómo
el sirviente que pasaba con la bandeja de bebidas se paraba a adularla.
«Disfrútalo, señora. Pasará mucho tiempo antes de que puedas volver a hacerlo.»
Mientras Max le mostraba al juez un samovar antiguo, Zayn contempló las piernas de su
nueva esposa, expuestas ante todo el mundo gracias a eso que ella llamaba vestido de
novia. Eran delgadas y bien proporcionadas, lo cual le hizo preguntarse si el resto de ese
cuerpo femenino, oculto a medias por la chaqueta, sería igual de tentador. Pero ni siquiera
el cuerpo de una sirena lo compensaría de tener que casarse a la fuerza.
Recordó la última conversación que mantuvo con el padre de Daisy.
—Es maleducada, atrevida e irresponsable —había dicho Max Petroff. —Su madre fue una
mala influencia para ella. No creo que Daisy sepa hacer algo útil. Por supuesto, no es todo
culpa suya. Daisy estuvo pegada a las faldas de su madre hasta que murió. Es un milagro
que no estuviera a bordo del barco la noche que se incendió. Tienes que tener mano dura
con mi hija, Zayn, o te volverá loco.
Lo poco que Zayn había visto de Daisy Deveraux hasta ahora no le habían hecho dudar de
las palabras de Max. La madre, Lani Deveraux, había sido una modelo británica famosa
hacía treinta años. Como los polos opuestos se atraen, Lani y Max Petroff habían tenido una
aventura amorosa cuando él comenzaba a destacar como experto en política exterior; Daisy
era el resultado.
Max le había asegurado a Zayn que le había propuesto matrimonio a Lani cuando ésta se
quedó embarazada inesperadamente, pero ella se había negado a sentar cabeza. No
obstante, Max había insistido en que siempre había cumplido con su deber de padre hacia
su hija ilegítima.
Sin embargo, todo indicaba lo contrario. Cuando la carrera de Lani había comenzado a
desvanecerse, se había convertido en asidua de fiestas y saraos. Y donde quiera que Lani
fuera, Daisy la acompañaba. Al menos Lani había tenido una profesión, pensó Alex, pero
Daisy no parecía haber hecho nada útil en la vida.
Mientras miraba a su nueva esposa con más atención, observó algún parecido con Lani.
Tenían el mismo color de pelo, oscuro como el ébano, y sólo las mujeres que no salían de
casa podían tener esa tez tan pálida. Sus ojos eran de un azul inusual, casi como las violetas
púrpuras que crecían a los lados de las carreteras. Pero Daisy era más menuda —también
parecía más frágil— y no tenía los rasgos tan marcados. Por lo que recordaba de viejas
fotos, el perfil de Lani había sido casi masculino, mientras que el de su hija era mucho más
suave, especialmente en la pequeña nariz respingona y en aquella boca absurdamente
dulce.
Según Max, Lani tenía un carácter fuerte, pero era corta de entendederas, otra cualidad
que la pequeña cabeza hueca con la que se había casado parecía haber heredado. No era
exactamente la típica chica bonita y tonta —era demasiado culta para eso, —pero a él no le
costaba imaginársela como el caro juguete sexual de un hombre rico.
Zayn siempre había elegido con cuidado a sus compañeras de cama, y aunque le atraía
ese pequeño cuerpo, prefería otro tipo de mujer, una que fuera algo más que un buen par de
piernas. Le gustaban las mujeres que fueran inteligentes, ambiciosas e independientes y que
no se guardaran nada para sí mismas. Podía respetar a una mujer que lo mandara a la
mierda, pero no tenía paciencia con lloriqueos y pataletas. El mero hecho de pensar en eso
hacía que le rechinasen los dientes.
Al menos tenerla bajo control no sería un problema. Miró a su esposa y curvó una de las
comisuras de la boca en una sonrisita sardónica. «La vida tiene maneras de poner a las
pequeñas chicas ricas y mimadas en el lugar que les corresponde. Y, nena, eso es lo que te
acaba de pasar.»
Al otro lado de la habitación, Daisy se detuvo delante de un espejo antiguo para mirarse.
Lo hacía por costumbre, no por vanidad. Para Lani, la apariencia lo era todo. Consideraba
que llevar el rímel corrido era peor que un holocausto nuclear.
El nuevo corte de pelo de Daisy, a la altura de la barbilla y un poco más largo por detrás,
era ligero, juvenil y delicado. A ella le había encantado desde el principio, pero le había
gustado aún más esa mañana, cuando Amelia había protestado sobre lo inadecuado que
era ese estilo para una boda.
Daisy vio acercarse a su novio por el reflejo del espejo. Compuso una sonrisa educada y
se dijo a sí misma que todo saldría bien. Tenía que ser así.
—Coge tus cosas, cara de ángel. Nos vamos.
A ella no le gustó ni un ápice aquel tono de voz, pero había desarrollado un talento
especial para tratar con personas difíciles y lo pasó por alto.
—María está haciendo un soufflé Grand Marnier para el convite de bodas, pero no está
listo aún, así que tendremos que esperar.
—Me temo que no. Tenemos que coger un avión. Tu equipaje ya está en el coche.
Necesitaba más tiempo. No estaba preparada para estar a solas con él.
—¿No podemos coger un vuelo más tarde, Zayn? Odio decepcionar a María. Es una
joya y hace unos desayunos maravillosos.
Aunque la boca del hombre se había curvado en una sonrisa, los ojos parecieron
taladrarla. Eran de un inusual color ámbar pálido que le recordaba a algo vagamente
estremecedor. Aunque no podía recordar lo que era, ciertamente la inquietaba.
— tienes un minuto para llevar ese dulce culito tuyo hasta la puerta.
A Daisy le dio un vuelco el corazón, pero antes de que pudiera reaccionar, él le dio la
espalda y se dirigió a los otros tres ocupantes de la habitación con voz tranquila pero
autoritaria.
—Espero que nos disculpéis, pero tenemos que coger un avión.
Amelia dio un paso adelante y le dirigió a Daisy una maliciosa sonrisa.
—Vaya, vaya. Alguien está impaciente por celebrar la noche de bodas. Nuestra Daisy es
un bocadito apetecible, ¿verdad?
De repente, a Daisy se le fueron las ganas de tomar el soufflé de María.
—Me cambiaré de ropa —dijo.
—No tienes tiempo. Estás bien así.
—Pero...
La firme mano de Zayn se posó en su espalda y la empujó resueltamente hacia el
vestíbulo.
—Supongo que éste es tu bolso. —Ante el asentimiento de Daisy cogió el bolsito de Chanel
de la mesita dorada y se lo tendió. Justo entonces, el padre y la madrastra de Daisy se
acercaron para despedirse.
Si bien ella no pensaba llegar más allá del aeropuerto, quiso escapar del contacto de
Alex que la conducía hacia la puerta. Se volvió hacia su padre y se odió a sí misma por el
leve tono de pánico en la voz.
—Tal vez tú podrías convencer a Zayn de que nos quedemos un poco más, papá. Apenas
hemos tenido tiempo de hablar.
—Obedécele, Theodosia. Y recuerda que ésta es tu última oportunidad. Si me fallas
ahora, me lavo las manos. Espero que hagas algo bien por una vez en tu vida.
Hasta ahora, siempre había soportado las humillaciones de su padre en público, pero ser
humillada delante de su nuevo marido era demasiado vergonzoso y Daisy apenas consiguió
enderezar los hombros. Levantando la barbilla, dio un paso delante de Alex y salió por la
puerta.
Se negó a sostener la mirada de su esposo mientras esperaban en silencio el ascensor que
los llevaría al vestíbulo. Segundos después, entraron. Las puertas se cerraron sólo para
abrirse en la planta siguiente y dar paso a una mujer mayor con un pequinés color café
claro.
De inmediato, Daisy se encogió contra el caro panelado de teca del ascensor, pero el
perro la divisó. Enderezó las orejas, emitió un ladrido furioso y saltó. Daisy chilló mientras el
perro se abalanzaba sobre sus piernas y le desgarraba las medias.
—¡Quieto!
El perro continuó arañándole. Daisy gritó y se agarró al pasamanos de latón del ascensor.
Zayn la miró con curiosidad y luego apartó al animal de un empujón con la punta del zapato.
—¡Mira que eres travieso, Mitzi! —La mujer tomó a su mascota en brazos y le dirigió a
Daisy una mirada de reproche. —No entiendo lo que le pasa. Mitzi quiere a todo el mundo.
Daisy había comenzado a sudar. Continuó aferrada al pasamanos de latón como si le
fuera la vida en ello mientras miraba cómo aquella pequeña bestia cruel ladraba hasta que
el ascensor se detuvo en el vestíbulo.
—Parecíais conoceros —dijo Zayn cuando salieron.
—Nunca... nunca he visto a ese perro en mi vida.
—No lo creo. Ese perro te odia.
—No es eso... —ella tragó saliva, —es que me pasa una cosa extraña con los animales.
—¿Una cosa extraña con los animales? Dime que eso no quiere decir que les tienes miedo.
Daisy asintió con la cabeza e intentó respirar con normalidad.
—Genial —masculló él atravesando el vestíbulo. —Simplemente genial.
La mañana de finales de abril era húmeda y fría. No había papeles pegados en la
limusina que los esperaba junto a la acera, ni latas, ni letreros de RECIÉN CASADOS,
ninguna de esas cosas maravillosas reservadas a las personas que se aman. Daisy se dijo a
sí misma que tenía que dejar de ser tan sentimental. Lani se había metido con ella durante
años por ser exasperadamente anticuada, pero todo lo que Daisy había querido era una
vida convencional. No era tan extraño, supuso, para alguien que había sido educada con
tan poco convencionalismo.
Se subió a la limusina y vio que el cristal opaco que separaba al conductor de los
pasajeros estaba cerrado. Al menos tendría la intimidad que necesitaba para contarle a Zayn cuál era su plan antes de llegar al aeropuerto.
«Hiciste unos votos, Daisy. Unos votos sagrados.» Ahuyentó a la inequívoca voz de su
conciencia diciéndose que no tenía otra opción.
Zayn se sentó junto a ella y el espacioso interior pareció volverse pequeño
repentinamente. Si él no fuera tan físicamente abrumador, ella no estaría tan nerviosa.
Aunque no era tan musculoso como un culturista, Zayn tenía el cuerpo fibroso y fornido de
alguien en muy buenas condiciones físicas. Tenía los hombros anchos y las caderas
estrechas. Las manos que descansaban sobre los pantalones eran firmes y bronceadas, con
los dedos largos y delgados. Daisy sintió un ligero estremecimiento que la inquietó.
Apenas se habían apartado del bordillo cuando él comenzó a tirar de la corbata. Se la
quitó bruscamente y la metió en el bolsillo del abrigo; después se desabrochó el botón del
cuello de la camisa con un movimiento rápido de muñeca. Daisy se puso rígida, esperando
que no siguiera. En una de sus fantasías eróticas favoritas, ella y un hombre sin rostro hacían
el amor apasionadamente en el asiento trasero de una limusina blanca que recorría
Manhattan mientras Michael Bolton cantaba de fondo Cuando un hombre ama a una mujer,
pero había una gran diferencia entre la fantasía y la realidad.
La limusina se incorporó al tráfico. Ella respiró hondo, intentando tranquilizarse, y olió el
intenso perfume a gardenia en su pelo. Vio que Zayn había dejado de quitarse la ropa, pero
cuando él estiró las piernas y comenzó a estudiarla, Daisy se removió en el asiento con
nerviosismo. No importaba lo mucho que lo intentara, nunca sería tan bella como su madre,
y cuando la gente la miraba demasiado tiempo, se sentía como un patito feo. Los agujeros
de las medias doradas, tras el encuentro con el pequinés, no contribuían a reforzar su
confianza en sí misma.
Abrió el bolso para buscar el cigarrillo que tanto necesitaba. Era un vicio horrible, lo sabía
de sobra y no estaba orgullosa de haber sucumbido a él. Aunque Lani siempre había
fumado, Daisy no solía fumar más que un cigarrillo de vez en cuando con una copa de vino.
Pero en aquellos primeros meses después de la muerte de su madre se había dado cuenta de
que los cigarrillos la relajaban y se había convertido en una verdadera adicta a ellos.
Después de una larga calada, decidió que estaba lo suficientemente calmada como para
exponerle el plan al señor Malik.
—Apágalo, cara de ángel.
Ella le dirigió una mirada de disculpa.
—Sé que es un vicio terrible y le prometo que no le echaré el humo, pero ahora mismo lo
necesito.
Él alargó la mano detrás de ella para bajar la ventanilla. Sin previo aviso, el cigarrillo
comenzó a arder.
Ella gritó y lo soltó. Las chispas volaron por todas partes. Él sacó un pañuelo del bolsillo
del traje y de alguna manera logró apagar todas las ascuas.
Respirando agitadamente, ella se miró el regazo y vio la marca diminuta de una
quemadura en el vestido de raso dorado.
—¿Qué ha pasado? —preguntó sin aliento.
—Creo que estaba defectuoso.
—¿Un cigarrillo defectuoso? Nunca he visto nada así.
—Será mejor que tires la cajetilla por si todos los demás están igual.
—Sí. Por supuesto.
Ella se la entregó con rapidez y él se metió el paquete en el bolsillo de los pantalones.
Aunque Daisy todavía se estremecía del susto, él parecía perfectamente relajado.
Reclinándose en el asiento de la esquina, él cruzó los brazos sobre el pecho y cerró los ojos.
Tenían que hablar —tenía que exponerle el plan para poner fin a ese bochornoso
matrimonio, —pero él no parecía estar de humor para conversar y ella temía meter la pata si
no iba con cuidado. El último año había sido un desastre total y Daisy se había
acostumbrado a animarse con pequeñas cosas a fin de no dejarse llevar totalmente por la
desesperación.
Se recordó a sí misma que aunque su educación podía haber sido poco ortodoxa, desde
luego sí había sido completa. Y a pesar de lo que su padre pensaba, había heredado el
cerebro de Max y no el de Lani. También poseía un gran sentido del humor y era optimista
por naturaleza, cualidad que ni siquiera el último año había podido destruir por completo.
Hablaba cuatro idiomas, era capaz de identificar al diseñador de casi cualquier modelo de
alta costura y era toda una experta en calmar a mujeres histéricas. Por desgracia, no poseía
ni el más mínimo sentido común.
¿Por qué no había hecho caso del abogado parisino de Lani, cuando le dejó claro que no
le quedaría ni un centavo una vez que pagara las deudas que ésta había dejado? Ahora
sospechaba que había sido el sentimiento de culpa lo que la había impulsado a asistir a
todas aquellas fiestas durante los desastrosos meses que siguieron al funeral. Llevaba
muchos años queriendo liberarse del chantaje emocional al que su madre la había sometido
en su interminable búsqueda del placer. Pero no había querido que Lani muriera. Eso no.
Se le llenaron los ojos de lágrimas. Había querido muchísimo a su madre y, a pesar de su
egoísmo, de sus interminables exigencias y de su constante necesidad de reafirmarse en la
belleza, Daisy sabía que Lani la había querido.
Se había sentido culpable ante la inesperada libertad que el dinero y la muerte de Lani le
habían proporcionado. Se había gastado toda la fortuna, no sólo en sí misma sino en
cualquiera de los viejos amigos de Lani que estuviera en apuros. Cuando las amenazas de
los acreedores habían subido de tono, había extendido cheques para mantenerlos callados,
sin saber ni importarle si tenía dinero para cubrirlos.
Max descubrió el derroche de Daisy el mismo día que emitieron una orden de arresto
contra ella. Fue entonces cuando se dio cuenta de la realidad y del alcance de lo que había
hecho. Tuvo que rogarle a su padre que le prestara dinero para mantener alejados a los
acreedores, prometiendo devolvérselo en cuanto pudiera.
Max había recurrido al chantaje. Era hora de que madurara, le había dicho, y si no quería
ir a la cárcel debería poner fin a todas esas extravagancias y seguir sus órdenes sin rechistar.
En un tono brusco e inflexible, él había dictado sus términos. Se casaría con el hombre que
él escogiera para ella tan pronto como pudiera arreglarlo. Y no sólo eso, tendría que
permanecer casada durante seis meses, ejerciendo de esposa obediente durante ese
tiempo. Sólo al final de esos seis meses podría divorciarse y beneficiarse de un fondo
fiduciario que él establecería para ella, un fondo fiduciario que él controlaría. Si era frugal,
podría vivir con relativa comodidad el resto de su vida.
—¡No puedes hablar en serio! —exclamó ella cuando finalmente había recobrado el
habla. —Ya no existen los matrimonios de conveniencia.
—Nunca he hablado más en serio. Si no aceptas casarte, irás a la cárcel. Y si no
permaneces casada durante seis meses, nunca volverás a ver un penique más de mi bolsillo.
Tres días más tarde, le había presentado al futuro novio sin mencionar qué estudios poseía
ni a qué se dedicaba, y sólo le había hecho una advertencia:
—Él te enseñará algo sobre la vida. Por ahora, es todo lo que necesitas saber.
Cruzaron el Triborough Bridge y se dio cuenta de que muy pronto llegarían a La Guardia,
por lo cual no podía esperar más para sacar a colación el tema sobre el que tenían que
hablar. Por costumbre, Daisy sacó un espejo dorado del bolso para cerciorarse de que todo
estaba como tenía que estar. Ya más segura, lo cerró con un golpe seco.
—Disculpe, señor Malik.
Él no respondió.
Ella se aclaró la garganta.
—¿Señor Malik? ¿Zayn? Creo que tenemos que hablar.
Él abrió los párpados que ocultaban aquellos ojos color ámbar líquido.
—¿De qué?
A pesar de los nervios, ella sonrió.
—Somos unos completos desconocidos que acaban de contraer matrimonio. Creo que eso
nos da tema más que suficiente para hablar.
—Si quieres escoger los nombres de nuestros hijos, cara de ángel, creo que paso.
Así que tenía sentido del humor después de todo, aunque fuera algo cínico.
—Quiero decir que deberíamos hablar de cómo vamos a pasar los próximos seis meses
antes de poder solicitar el divorcio.
—Creo que será mejor que vayamos paso a paso, día a día —hizo una pausa. —Noche a
noche.
A Daisy se le puso la piel de gallina y se dijo a sí misma que no fuera estúpida. Él había
hecho un comentario perfectamente inocente y ella sólo había imaginado la connotación
sexual en aquel tono bajo y ronco. Forzó una brillante sonrisa.
—Tengo un plan, un plan muy simple en realidad.
—¿Sí?
—Si me da la mitad de lo que le pagó mi padre por casarse conmigo, y creo que estará
de acuerdo conmigo en que es lo más justo, podremos irnos cada cual por su lado y acabar
con este lío.
Una expresión divertida asomó en esos rasgos de acero.
—¿De qué lío hablas?
Ella debería haber sabido, por la experiencia adquirida gracias a los amantes de su
madre, que un hombre así de guapo no rebosaría materia gris.
—El lío de encontrarnos casados con un desconocido.
—Pues creo que llegaremos a conocernos bastante bien. —De nuevo esa voz ronca. —Y
eso de ir cada uno por su lado no era lo que Max tenía en mente. Tal y como lo recuerdo, se
supone que tenemos que vivir juntos como marido y mujer.
—Eso pretende mi padre. Es un poco tirano en lo que se refiere a las vidas de otras
personas. Lo mejor de mi plan consiste en que él nunca sabrá que nos hemos separado.
Mientras no vivamos en su casa de Manhattan, donde puede vernos, no tendrá ni idea de
dónde estamos.
—Definitivamente no viviremos en su casa de Manhattan.
Él parecía no estar tan dispuesto a cooperar como ella había esperado, pero Daisy era lo
suficientemente optimista como para creer que sólo necesitaba un poco más de persuasión.
—Sé que mi plan funcionará.
—A ver si nos entendemos. ¿Quieres que te dé la mitad de lo que Max me dio por
casarme contigo?
—Ya que lo menciona, ¿cuánto fue?
—No fue ni mucho menos suficiente —masculló él.
Ella nunca había tenido que discutir las condiciones y no le gustaba tener que hacerlo
ahora, pero al parecer no tenía alternativa.
—Si lo piensa un poco, verá que es lo justo. Después de todo, si no fuera por mí, no
tendría nada.
—¿Quieres decir que planeas darme la mitad del fondo fiduciario que tu padre ha
prometido establecer para ti?
—Oh, no, no pienso hacer eso.
Él soltó una breve carcajada.
—Me lo imaginaba.
—No lo entiende. Le pagaré la deuda tan pronto como tenga acceso a mi dinero. Sólo le
estoy pidiendo un préstamo.
—Y yo me niego.
Daisy comprendió que le había vuelto a pasar lo de siempre. Tenía la mala costumbre de
asumir lo que otras personas harían o lo que haría ella en su lugar. Por ejemplo, si fuera Zayn
Malik, se prestaría a darle la mitad del dinero simplemente por deshacerse de ella.
Necesitaba fumar. Aquello no pintaba bien.
—¿Puede devolverme los cigarrillos? Estoy segura de que no todos estaban defectuosos.
Él sacó el arrugado paquete del bolsillo de los pantalones y se lo entregó. Daisy encendió
uno con rapidez, cerró los ojos y se llenó los pulmones de humo.
Se escuchó un estallido y cuando abrió los ojos de golpe, el cigarrillo estaba en llamas.
Con un grito ahogado, lo dejó caer. De nuevo, Zayn apagó la colilla y las ascuas con el
pañuelo.
—Deberías denunciarlos —dijo él con suavidad. Daisy se llevó la mano a la garganta,
demasiado aturdida para hablar.
Él se acercó y le tocó un pecho. Ella sintió el roce de ese dedo en la parte interior del seno
y se estremeció, lo mismo que la piel sensible debajo del raso. Alzó la mirada de golpe a
esos insondables ojos dorados. —Un poco de ceniza —dijo él. Daisy puso la mano donde él
la había tocado y sintió el martilleo del corazón bajo los dedos. ¿Cuánto tiempo había
pasado desde la última vez que una mano que no fuera la suya la había tocado allí? Dos
años, recordó, cuando se había hecho la última revisión médica.
Ella vio que habían llegado al aeropuerto y se armó de valor.
—Señor Marlik, tiene que entender que no podemos vivir juntos como marido y mujer.
Somos unos completos desconocidos. Toda esta idea es ridícula y tendré que insistir en que
coopere más conmigo.
—¿Insistir? —dijo él suavemente. —No creo que tengas derecho a insistir sobre nada.
Ella tensó la espalda.
—No voy a permitir que me intimide, señor Malik.
Él suspiró y sacudió la cabeza, mirándola con una expresión de pesar que ella dudaba
que fuera sincera.
—Esperaba no tener que hacer esto, cara de ángel, pero debería haber imaginado que
no ibas a ser fácil. Será mejor que te explique las reglas básicas ahora mismo, así sabrás a
qué atenerte. Para bien o para mal, vamos a permanecer casados durante seis meses a
partir de hoy. Puedes irte cuando quieras, pero tendrás que hacerlo sola. Y por si todavía no
te has dado cuenta, éste no va a ser uno de esos matrimonios modernos de los que se habla
en las revistas. Éste va a ser un matrimonio tradicional. —Repentinamente, su voz se volvió
más tierna y suave. —Lo que quiero decir, cara de ángel, es que yo mando y tú harás lo que
diga. Si no lo haces, sufrirás algunas consecuencias bastante desagradables. La buena
noticia es que, pasado el tiempo estipulado, podrás hacer lo que quieras. Sinceramente, me
importará un bledo.
El pánico se apoderó de Daisy, que luchó por no perder los nervios.
—No me gusta que me amenacen. Será mejor que hable claro y me diga cuáles son esas
consecuencias que penden sobre mi cabeza.
Él se reclinó en el asiento y torció la boca en una mueca tan dura que Daisy sintió un
escalofrío en la espalda.
—Verás, cara de ángel, no pienso decirte nada. Tú misma lo descubrirás todo esta noche.
elena_leny
Re: Besar a un angel Zayn y Daisy Devreaux
AHHHHHHH!!
me encanta! TIENES QUE SEGUIRLA!
es genial
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DAMI09
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