Conectarse
Últimos temas
miembros del staff
Beta readers
|
|
|
|
Equipo de Baneo
|
|
Equipo de Ayuda
|
|
Equipo de Limpieza
|
|
|
|
Equipo de Eventos
|
|
|
Equipo de Tutoriales
|
|
Equipo de Diseño
|
|
créditos.
Skin hecho por Hardrock de Captain Knows Best. Personalización del skin por Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Más que a nada en el mundo. {Larry Stylinson}
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
Página 2 de 3. • Comparte
Página 2 de 3. • 1, 2, 3
Re: Más que a nada en el mundo. {Larry Stylinson}
Lucas tiene que quedarse y enseñarle a harry a vestirse bien para que asi louis veo que no es nada feo harry y de paso haz que se lucas se encariñe con harry para que louis se ponga celoso ghfhhjk me encanta verlo asi ahh jaja
Un beso.
Un beso.
Nelshipper
Re: Más que a nada en el mundo. {Larry Stylinson}
Hey, eso es una buena idea. Lástima que yo no hago la historia :(( JAJA, también me gusta verlo así.Nelshipper escribió:Lucas tiene que quedarse y enseñarle a harry a vestirse bien para que asi louis veo que no es nada feo harry y de paso haz que se lucas se encariñe con harry para que louis se ponga celoso ghfhhjk me encanta verlo asi ahh jaja
Un beso.
Besos también xx
Lupjs.
Re: Más que a nada en el mundo. {Larry Stylinson}
Capítulo 02
Un mes después del Gran Incidente, Louis encontró a Harry llorando en el patio con el gato en brazos. Tenía que regalarlo, le dijo. Su mamá no le quería comprar la comida ni la arena para que hiciera pis. Ya hacía una semana que lo alimentaba con huevos duros y arroz. Su madre se había dado cuenta y le había dado tal bofetada que Harry pensó que en cualquier momento se le saldría la cabeza y saldría rodando.
— ¿Lo quieres? —le preguntó alzando al gato, mostrándoselo. Louis lo miró. El animal parecía estar enfermo o bien de muy mal humor. Tenía la barriga hinchada como una pelota de tenis y de los párpados le colgaba una sustancia viscosa y medio amarillenta. Miró a Harry. Tenía las cejas fruncidas en un ángulo de treinta grados y los ojos aguados como una ventana empañada. La boca era un puchero lastimero...
Louis suspiró. Sacando un cigarrillo de la caja, lo prendió con el encendedor que se había comprado esa mañana en el tren y se sentó junto al chico en la banca del jardín.
—¿Cómo se llama? —quiso saber, acariciándole la cabeza al desafortunado gato.
— Michi.
— ¿Y Michi es nene o nena? —Harry puso al gato sobre su regazo, lo extendió en todo su largo y le abrió las patas como a una tijera.
— Nene —dijo, señalando el bulto peludo que tenía centímetros arriba (o abajo) de la cola. Louis se rió y le dijo que no le hiciera eso, que lo estaba avergonzando frente a un extraño. A Harry se le pusieron las mejillas coloradas, agarró al gato, le besó la panza y le pidió perdón por haberlo avergonzado. En ese momento se oyó un portazo y la cabeza castaña de la madre se asomó jardín afuera. Le gritó que tirara a ese animal inmundo a la mierda y que entrara a la casa, que ya era tarde. El niño bajó la cabeza y tembló. Un sollozo hueco le salió del pecho.
Con un nudo en la garganta, Louis agarró el gato, le dio una palmada en la espalda a Harry y le dijo que podría visitarlo cuando quisiera.
— ¿Lo quieres? —le preguntó alzando al gato, mostrándoselo. Louis lo miró. El animal parecía estar enfermo o bien de muy mal humor. Tenía la barriga hinchada como una pelota de tenis y de los párpados le colgaba una sustancia viscosa y medio amarillenta. Miró a Harry. Tenía las cejas fruncidas en un ángulo de treinta grados y los ojos aguados como una ventana empañada. La boca era un puchero lastimero...
Louis suspiró. Sacando un cigarrillo de la caja, lo prendió con el encendedor que se había comprado esa mañana en el tren y se sentó junto al chico en la banca del jardín.
—¿Cómo se llama? —quiso saber, acariciándole la cabeza al desafortunado gato.
— Michi.
— ¿Y Michi es nene o nena? —Harry puso al gato sobre su regazo, lo extendió en todo su largo y le abrió las patas como a una tijera.
— Nene —dijo, señalando el bulto peludo que tenía centímetros arriba (o abajo) de la cola. Louis se rió y le dijo que no le hiciera eso, que lo estaba avergonzando frente a un extraño. A Harry se le pusieron las mejillas coloradas, agarró al gato, le besó la panza y le pidió perdón por haberlo avergonzado. En ese momento se oyó un portazo y la cabeza castaña de la madre se asomó jardín afuera. Le gritó que tirara a ese animal inmundo a la mierda y que entrara a la casa, que ya era tarde. El niño bajó la cabeza y tembló. Un sollozo hueco le salió del pecho.
Con un nudo en la garganta, Louis agarró el gato, le dio una palmada en la espalda a Harry y le dijo que podría visitarlo cuando quisiera.
(...)
Harry se había tomado muy en serio aquel «cuando quisiera». De repente tenía muchas ganas de visitar al vecino Louis. Las ganas le entraban en medio de la clase de plástica, en la mitad de la noche y, por sobre todas las cosas, cuando lo encerraban en el dormitorio...
Hasta los once años había soportado comer las sobras, vestir ropa usada, pedir prestados los útiles escolares y que se le hiciera agua la boca cuando pasaba por la tienda de golosinas que estaba al lado del paraíso. Es decir, de la tienda de plantas. Y fue un ángel de ese paraíso quien le entregó la salvación, hecha un montoncito de billetes de cinco pesos.
En realidad, de ángel tenía bien poco. Era la dueña del vivero, tenía casi ochenta años y se apoyaba sobre un bastón para poder regar los rosales. Cuando Harry la vio, le ofreció ayuda... y entonces la vieja le dio una manguera, una regadera, un delantal mugriento y le dijo que quería todo terminado para las siete de la tarde y que ni se le ocurriera robarle nada. Se encogió de hombros. Si le llevaba una planta a su madre de seguro acabaría fumándosela junto a los putos de sus amigos, de sus amigas, y junto a uno más que Harry no sabía si era amigo o amiga, porque a pesar de tener cuerpo de amiga tenía voz de amigo...
Doña Angélica, si podía permitírsele el nombre, le pagó su primer sueldo una calurosa tarde de diciembre bajo un sol de mil quilates que le había hecho transpirar como a un buey. Con la camiseta pegada a la espalda, Harry corrió hacia la heladería del barrio... y se escondió detrás de un árbol cuando vio allí al vecino Louis, en compañía de un desconocido que le habría parecido guapo sin todos aquellos granos. Y Harry abrió mucho los ojos y abrió aún más la boca cuando el chico de los granos miró hacia los costados, metió un dedo en la crema americana y se lo acercó a Louis a los labios, quien lo chupó hasta dejarlo completamente limpio. Harry entornó los ojos. No, no había tetas. Era un chico.
Harry tenía serias dudas con respecto al sexo femenino. Su libido se había quedado con Lucas, su primer amor platónico del libro bajo el brazo. Con el paso de los años su rostro se había ido difuminando, como barrido por el viento. A veces, cuando su madre estaba con un hombre en la habitación de al lado, Harry cerraba los ojos y se acordaba de Lucas...
Hasta los once años había soportado comer las sobras, vestir ropa usada, pedir prestados los útiles escolares y que se le hiciera agua la boca cuando pasaba por la tienda de golosinas que estaba al lado del paraíso. Es decir, de la tienda de plantas. Y fue un ángel de ese paraíso quien le entregó la salvación, hecha un montoncito de billetes de cinco pesos.
En realidad, de ángel tenía bien poco. Era la dueña del vivero, tenía casi ochenta años y se apoyaba sobre un bastón para poder regar los rosales. Cuando Harry la vio, le ofreció ayuda... y entonces la vieja le dio una manguera, una regadera, un delantal mugriento y le dijo que quería todo terminado para las siete de la tarde y que ni se le ocurriera robarle nada. Se encogió de hombros. Si le llevaba una planta a su madre de seguro acabaría fumándosela junto a los putos de sus amigos, de sus amigas, y junto a uno más que Harry no sabía si era amigo o amiga, porque a pesar de tener cuerpo de amiga tenía voz de amigo...
Doña Angélica, si podía permitírsele el nombre, le pagó su primer sueldo una calurosa tarde de diciembre bajo un sol de mil quilates que le había hecho transpirar como a un buey. Con la camiseta pegada a la espalda, Harry corrió hacia la heladería del barrio... y se escondió detrás de un árbol cuando vio allí al vecino Louis, en compañía de un desconocido que le habría parecido guapo sin todos aquellos granos. Y Harry abrió mucho los ojos y abrió aún más la boca cuando el chico de los granos miró hacia los costados, metió un dedo en la crema americana y se lo acercó a Louis a los labios, quien lo chupó hasta dejarlo completamente limpio. Harry entornó los ojos. No, no había tetas. Era un chico.
Harry tenía serias dudas con respecto al sexo femenino. Su libido se había quedado con Lucas, su primer amor platónico del libro bajo el brazo. Con el paso de los años su rostro se había ido difuminando, como barrido por el viento. A veces, cuando su madre estaba con un hombre en la habitación de al lado, Harry cerraba los ojos y se acordaba de Lucas...
Lupjs.
Re: Más que a nada en el mundo. {Larry Stylinson}
Capítulo 03
Louis y Danny, el chico del acné, dejaron de verse semanas después de que Harry cumpliera los trece. La relación se había ido apagando, se había vuelto monótona y aburrida. Louis se dio cuenta de que lo único que hacían bien juntos era follar. Y veces ni eso. Se sorprendió bastante al notar que no le dolía demasiado la ruptura.
¿Podían seguir siendo amigos, no?
A Louis no le gustaba la idea, de modo que su respuesta había sido un silencio obtuso. No podía imaginarse para qué podrían verse si no era para decirse tres palabras y aterrizar en la cama.
— ¿Cómo está Michi, Lou? —preguntó Harry, que se había mostrado demasiado sonriente los últimos meses. Puso una maceta junto a la puerta, para que no se cerrara, y se sentó junto a él en la vieja banca de piedra. Michi ya era todo un hombre, todo un señor gato, le dijo. Pesaba cinco kilos y estaba pensando en conseguirse una novia. Harry se rió y se estiró, alargando los brazos. La camiseta se le levantó, dejando ver un vientre blanco, plano y suave. — Ah. ¿Tú tienes novia, Lou?
— No. —negó él, tragándose el humo del cigarrillo.
— ¿Novio? —Louis se ahogó con el humo y se volteó hacia Harry, perplejo.
— Tampoco...
— ¿Ah, terminaron? —Las cejas cafés de Harry formaban dos arcos perfectos sobre sus ojos de malaquita pulida. Louis no se lo podía creer.
— Me voy. Tengo que corregir exámenes —mintió. Ya enseñaba álgebra en una universidad y faltaba un mes para los parciales. También formaba parte del Departamento de Ciencias Exactas de una escuela secundaria bilingüe.
— Lou... —se dio la vuelta. Harry lo miraba con una sonrisita pícara y los brazos cruzados sobre el pecho. — ¿Me dejas ver a Michi?
«Excusa», pensó, contrariado, mirándolo a los ojos. Pero había algo diferente en esos ojos, algo que había cambiado. Tal vez fuese el color. Tal vez los ojos de Harry fueran de esos que se camuflaban con el cielo...
Louis abrió la puerta. El chico entró, se quitó las zapatillas descascaradas y se sentó a su lado en el sofá.
— ¿Estás enojado? —preguntó, inclinándose hacia él. Louis apagó el cigarrillo en el cenicero.
— No -contestó, frunciendo el ceño. — ¿Ya empezaste las clases?
Sí. Había comenzado el primer año de la secundaria en la escuela pública y... ya odiaba a la profesora de matemáticas. Explicaba demasiado rápido, escupía cuando hablaba y tenía una letra (o unos números) horrible. Si tan sólo tuviese alguien que le explicara bien y bonito todo eso de los senos...
Anda, que Louis no era idiota. ¿Qué pasaba ahí? ¿Qué se traía entre manos ese chico? Harry se estiró a lo largo del sofá y apoyó la cabeza sobre sus rodillas. Él le pellizcó las mejillas hasta que chilló como un gatito y le dijo que prestara atención en clase.
¿Podían seguir siendo amigos, no?
A Louis no le gustaba la idea, de modo que su respuesta había sido un silencio obtuso. No podía imaginarse para qué podrían verse si no era para decirse tres palabras y aterrizar en la cama.
— ¿Cómo está Michi, Lou? —preguntó Harry, que se había mostrado demasiado sonriente los últimos meses. Puso una maceta junto a la puerta, para que no se cerrara, y se sentó junto a él en la vieja banca de piedra. Michi ya era todo un hombre, todo un señor gato, le dijo. Pesaba cinco kilos y estaba pensando en conseguirse una novia. Harry se rió y se estiró, alargando los brazos. La camiseta se le levantó, dejando ver un vientre blanco, plano y suave. — Ah. ¿Tú tienes novia, Lou?
— No. —negó él, tragándose el humo del cigarrillo.
— ¿Novio? —Louis se ahogó con el humo y se volteó hacia Harry, perplejo.
— Tampoco...
— ¿Ah, terminaron? —Las cejas cafés de Harry formaban dos arcos perfectos sobre sus ojos de malaquita pulida. Louis no se lo podía creer.
— Me voy. Tengo que corregir exámenes —mintió. Ya enseñaba álgebra en una universidad y faltaba un mes para los parciales. También formaba parte del Departamento de Ciencias Exactas de una escuela secundaria bilingüe.
— Lou... —se dio la vuelta. Harry lo miraba con una sonrisita pícara y los brazos cruzados sobre el pecho. — ¿Me dejas ver a Michi?
«Excusa», pensó, contrariado, mirándolo a los ojos. Pero había algo diferente en esos ojos, algo que había cambiado. Tal vez fuese el color. Tal vez los ojos de Harry fueran de esos que se camuflaban con el cielo...
Louis abrió la puerta. El chico entró, se quitó las zapatillas descascaradas y se sentó a su lado en el sofá.
— ¿Estás enojado? —preguntó, inclinándose hacia él. Louis apagó el cigarrillo en el cenicero.
— No -contestó, frunciendo el ceño. — ¿Ya empezaste las clases?
Sí. Había comenzado el primer año de la secundaria en la escuela pública y... ya odiaba a la profesora de matemáticas. Explicaba demasiado rápido, escupía cuando hablaba y tenía una letra (o unos números) horrible. Si tan sólo tuviese alguien que le explicara bien y bonito todo eso de los senos...
Anda, que Louis no era idiota. ¿Qué pasaba ahí? ¿Qué se traía entre manos ese chico? Harry se estiró a lo largo del sofá y apoyó la cabeza sobre sus rodillas. Él le pellizcó las mejillas hasta que chilló como un gatito y le dijo que prestara atención en clase.
(...)
La anciana dueña del paraíso murió un frío martes de agosto. Ese miércoles, cuando Harry se presentó a trabajar, halló la tienda a oscuras con un cartel que decía «cerrado por duelo». Ahora su ángel se había ido al cielo... o al infierno, que al fin de cuentas era lo mismo. Harry lloró dos semanas seguidas en el regazo de Louis, llenándole los jeans de lágrimas y mocos, hasta que en el mercado chino que estaba frente a la escuela lo contrataron para atender la caja.
El sueldo era casi el triple, lo mismo que las horas de trabajo. Lo bueno: le daban el almuerzo. Y además, el chico que vigilaba las cámaras de seguridad estaba para buenísimo. Se llamaba Liu y debía de rondar los veintipocos. Al primer mes de trabajo, Harry ya había recibido un par de propuestas indecentes que habría aceptado si hubiese entendido la hora y el lugar. Liu apenas sabía decir «hola», «puta madre» y «no hablo español, lo siento; cambio y fuera».
Harry echaba chispas. Cuando al fin pareció que su fantasía se haría realidad (una noche en que el chico le dio a entender con gestos que lo esperaba a la salida, cambio y fuera) cayó la inspección municipal y clausuró el mercado por falta de higiene. Qué vergüenza. Harry no podía esperar a que lo limpiaran, de manera que nuevamente se buscó otro trabajo. Un gótico lleno de cruces, con una camiseta de Marilyn Manson y las uñas pintadas de negro lo salvó de morir desnudo y hambriento. Se llama Niall, tenía veintiuno, era bisexual y trabajaba en el cybercafé de su tío.
El sueldo era casi el triple, lo mismo que las horas de trabajo. Lo bueno: le daban el almuerzo. Y además, el chico que vigilaba las cámaras de seguridad estaba para buenísimo. Se llamaba Liu y debía de rondar los veintipocos. Al primer mes de trabajo, Harry ya había recibido un par de propuestas indecentes que habría aceptado si hubiese entendido la hora y el lugar. Liu apenas sabía decir «hola», «puta madre» y «no hablo español, lo siento; cambio y fuera».
Harry echaba chispas. Cuando al fin pareció que su fantasía se haría realidad (una noche en que el chico le dio a entender con gestos que lo esperaba a la salida, cambio y fuera) cayó la inspección municipal y clausuró el mercado por falta de higiene. Qué vergüenza. Harry no podía esperar a que lo limpiaran, de manera que nuevamente se buscó otro trabajo. Un gótico lleno de cruces, con una camiseta de Marilyn Manson y las uñas pintadas de negro lo salvó de morir desnudo y hambriento. Se llama Niall, tenía veintiuno, era bisexual y trabajaba en el cybercafé de su tío.
Lupjs.
Re: Más que a nada en el mundo. {Larry Stylinson}
Les dejo dos caps hermosuras. ¡Se viene Niall! JAJAJA, ay, va a ser muy divertido. Disfruten y comenten xx
Lupjs.
Re: Más que a nada en el mundo. {Larry Stylinson}
nialll siiii meori con eso de " tenia cuerpo de nena pero vos de nene"
jaja le clausuraron el chino y se enamoro de uno weee que risaa jaja
me muero este hazza es un perver
tambien gustaba de lucas y de lou
seguila que me encanta me rio como loca jaja
jaja le clausuraron el chino y se enamoro de uno weee que risaa jaja
me muero este hazza es un perver
tambien gustaba de lucas y de lou
seguila que me encanta me rio como loca jaja
ayludanae
Re: Más que a nada en el mundo. {Larry Stylinson}
Hola Hola
morí con los capitulos
xD ese Harry es un desmadre en el buen sentido
me gusta como es Louis el chico malo
Harry si ha tenido trabajos pero le toca
Louis ¿porque es tan seco con Harry?
Si Harry es un ángel
y apareció NIALL
yuju
se Viene lo bueno a parte del Smut claro esta
seguila cuando puedas :)
Dai
morí con los capitulos
xD ese Harry es un desmadre en el buen sentido
me gusta como es Louis el chico malo
Harry si ha tenido trabajos pero le toca
Louis ¿porque es tan seco con Harry?
Si Harry es un ángel
y apareció NIALL
yuju
se Viene lo bueno a parte del Smut claro esta
seguila cuando puedas :)
Dai
✿ Flawless ✖
Re: Más que a nada en el mundo. {Larry Stylinson}
JAJAJA, presiento que Niall les caerá bien. Quisiera un video de ti riéndote LOLayludanae escribió:nialll siiii meori con eso de " tenia cuerpo de nena pero vos de nene"
jaja le clausuraron el chino y se enamoro de uno weee que risaa jaja
me muero este hazza es un perver
tambien gustaba de lucas y de lou
seguila que me encanta me rio como loca jaja
Subo pronto
Lupjs.
Re: Más que a nada en el mundo. {Larry Stylinson}
No habrá mucho smut, pero algo es algo. JAJAJA, yep, Niall llegó :DAshleyHoranStylinsonPalik escribió:Hola Hola
morí con los capitulos
xD ese Harry es un desmadre en el buen sentido
me gusta como es Louis el chico malo
Harry si ha tenido trabajos pero le toca
Louis ¿porque es tan seco con Harry?
Si Harry es un ángel
y apareció NIALL
yuju
se Viene lo bueno a parte del Smut claro esta
seguila cuando puedas :)
Dai
Subo pronto xx
Lupjs.
Re: Más que a nada en el mundo. {Larry Stylinson}
No leo demasiado underage pero me empieza a gustar esta, bastante.
Y bueno, soy Alex y soy una lectora nueva, me alegra que la adaptes, se ve que estará intensa e interesante.
Síguela pronto :)
Alex Guillén
Re: Más que a nada en el mundo. {Larry Stylinson}
Al principio era igual que tú, hace meses ni sabía que existía LOL. Hoa y bienvenida Alex, gracias por pasarteAlex Guillén escribió:No leo demasiado underage pero me empieza a gustar esta, bastante.Y bueno, soy Alex y soy una lectora nueva, me alegra que la adaptes, se ve que estará intensa e interesante.Síguela pronto :)
Y estará muy intensa, ya lo verás. Subo pronto xx
Lupjs.
Re: Más que a nada en el mundo. {Larry Stylinson}
Capítulo 04
El empleo le vino como anillo al dedo. Niall estaba un poco bueno, un poco caliente y un poco sucio, pero Harry tenía ya quince años y no le hacía asco a nada. En el cybercafé le pagarían cincuenta billetes las seis horas, que tendría repartidas en todos los días de la semana, domingos incluidos.
Con el primer sueldo se compró un reproductor de mp4 genérico y unos pantalones ajustados. Esa noche, cuando llegó su reemplazante, corrió hasta su casa con el mp4 bien guardado en el bolsillo del jean y tocó el timbre de su vecino favorito.
Louis estaba corrigiendo exámenes. Dos timbrazos seguidos, el último más prolongado que el primero, eran heraldos de que Harry quería ver a Michi. Suspiró, debatiéndose entre abrirle o no. Si lo hacía, tendría que enfrentarse a eso otra vez. Al permanente, inconsciente e infantil acoso de ese chico en plena adolescencia...
— Giuchie, Giuchie, ya ya, dada! —Harry canturreaba con los auriculares en las orejas y los ojos cerrados. Louis tuvo ganas de cerrarle la puerta en la cara. Harry abrió los ojos.— Hola —exclamó, quitándose los auriculares de un tirón. Los ojos de gato le brillaban bajo el aleteo de las pestañas larguísimas y la sonrisa se le salía del rostro. Louis sintió que el antiguo nudo de la garganta se le apretaba más. No, no le cerraría la puerta en la cara, claro que no. Lo haría pasar. Le daría de cenar si todavía no había comido. Le enseñaría geometría si al otro día tenía examen. Le dejaría dormir allí si su madre ya le había puesto el pasador a la puerta. ¿Qué clase de madre dejaba que su hijo de quince años trabajase hasta la medianoche?
— ¿Vienes del cyber? —El silencio de la noche le había hecho hablar en susurros. El chico asintió, bostezando.— Ven, pasa. —Harry se echó sobre el sofá y se estiró, ronroneando. — ¿Has cenado?
— No. —Louis fue hasta la cocina. El arroz con pollo estaba tibio y la gelatina de sobre ya se había solidificado. — ¡Gracias! —chilló Harry, al ver el plato de comida que le aguardaba sobre la mesa. Louis se sentó frente a él y lo miró comer. Metía el pan en la salsa y se lo llevaba a la boca con glotonería, cortaba el pollo en trozos enormes y bebía el jugo sin siquiera haber tragado el bocado. Cuando acabó la gelatina, chupó la cuchara como a un palito de helado.
— ¿Quieres más? —susurró Louis, con una pequeña sonrisa. Recordó lo que su madre le decía: que sólo los tacaños hacían esa pregunta. Se levantó de la mesa y volvió con otra porción de gelatina.— ¿Cómo va la escuela? —Harry miró para otro lado y se encogió de hombros.
— Ahí está —dijo. Louis alzó una ceja.
— ¿Cómo que «ahí está»? ¿En qué te va mal? —Ya sabía la respuesta.
— Matemáticas. Y geometría. —Louis sonrió. Sabía que era mentira pero no quería ponerlo en evidencia. Era un niño, caramba. Si lo hacía, lo más probable era que se le pusiera la cara de mil colores y saliera disparado de allí como un petardo. Y él no quería eso. ¿O sí quería?
— ¿Por qué me mientes? —preguntó, quitandole el plato vacío. La cuchara tintineó contra el cristal y Harry parpadeó.
— ¿Eh?
— No tienes ningún problema con las matemáticas. Cuando te explico, lo entiendes rápido, como si siempre lo hubieras sabido. —Apoyó los codos sobre la mesa y descansó la barbilla entre las manos. Esperaba la reacción. Esperaba que balbuceara incoherencias, que se excusara con tonterías, que huyera. Porque si huía... Louis por fin podría estar tranquilo.
Pero Harry no balbuceó, no se excusó y tampoco huyó. Se quedó allí, mirándolo atentamente con sus saltones ojos verdes relajados, tranquilos. Sonrió, frunciendo los labios apenas.
— ¿Quieres que te lo diga o prefieres imaginártelo?
Louis quiso que se lo tragara la tierra. Quería quedarse sepultado bajo ese suelo de mosaicos para siempre. Recordó aquella pregunta estúpida que le habían hecho dos años atrás, en la entrevista de la secundaria bilingüe: «¿Qué tres cosas te llevarías a una isla desierta»? Por supuesto, había mentido. Si en ese momento se lo tragaba la tierra... echaría de menos sólo dos cosas: el reproductor de DVD y el único video porno que había conservado con el correr de los años. Y el televisor, claro...
Se puso de pie de un salto y casi tiró la silla. Harry siguió contemplándolo con su sonrisa ladina, su sonrisa altiva.
— Es la una y media —farfulló Louis, atropellando las sílabas con la lengua. Harry, ya bastante acostumbrado a las indirectas, se bebió el resto del jugo que quedaba en el vaso, se levantó, entró la silla y bordeó la mesa.
— Muchas gracias —dijo. Louis permaneció de pie, con la vista baja, las palabras del rechazo en la boca y el nudo de la garganta palpitando como un corazón. Turbado, vio que el chico se le acercaba. — Lou, gracias... —repitió. Cuando comenzó a levantar la mirada, ya tenía los ojos de Harry lo suficientemente cerca como para poder ver las motitas verde jade que bailoteaban en sus pupilas. Lo besó en la mejilla.
— De nada —El chico le rozó el brazo, abrió la puerta y salió de la casa.
Afuera hacía un frío de los mil demonios. Harry soltó una maldición. Revolviendo la mochila en busca de las llaves, corrió hacia su puerta, del otro lado del jardín.
— Ábrete, por lo que más quieres, ábrete —susurró, metiendo la llave en la cerradura. Primera vuelta. Segunda... empuje. ¡Nada! — ¡La puta que te parió!
Desde su habitación, Louis oyó el grito. Corriendo las cortinas, se asomó por la ventana. Harry estaba ahí, luchando contra la puerta. Tocaba el timbre. Al parecer, la puerta llevaba la delantera.
«Que le abra, por favor, que le abra», rogó mordiéndose los labios. La ventana comenzó a empañarse con su respiración. Harry seguía allí, aporreando la puerta, muerto de frío. Las luces de la casa estaban apagadas y su madre seguramente estaba allí, roncando la borrachera o lo que fuera que se metiese en el organismo para intentar olvidar que tenía a cargo un hijo y que se había pasado los mejores años de su vida limpiando retretes y gastando los tacones altos en las esquinas del barrio rojo.
— ¡Ábreme la puerta, carajo! —bramó Harry, dándole una patada. Louis se sobresaltó. Esa voz había sonado tan prepotente, tan masculina. No había sido el susurro etéreo que utilizaba para hablar con él, para preguntarle qué eran todos esos símbolos que estaban en el libro de física. Letras griegas, Harry, eran letras griegas. Alfa, beta, gamma, delta, épsilon, dseta... Esa que estaba ahí era pi. Sí, sí... Harry la conocía. Tres coma catorce y etcéteras. Sí, sí, muy bien, Harry.
— ¡QUE ME ABRAS LA PUERTA, PUTA DE MIERDA! —Y el grito se quebró, como una copa de cristal al caer de un décimo piso. ¿Cuál es la velocidad de una copa de cristal que cae de un décimo piso...? Oh, Louis no tenía idea. Ahora que veía a Harry llorar allí sentado en la banca de piedra, lo único que sabía era que había ser muy hijo de puta para olvidar que se tiene un hijo y que no podía dejar que el chico pasara el resto de la noche a merced de los cinco grados bajo cero. Se puso el abrigo y salió de la casa.
Harry vio que la luz de la sala de Louis se encendía. Sollozando, escondió la nariz congelada bajo el cuello de la camiseta y se limpió las lágrimas con la mano. Inhalando fuerte, se tragó la sustancia salobre que le molestaba en la garganta y apretó la mochila contra su pecho. Al día siguiente tenía examen de biología y ni siquiera había tocado el libro.
— Harry —dijo Louis, acercándose. Se pasó la mano por los ojos y levantó la cabeza. La humedad de la noche le había erizado los rizos.— ¿No puedes entrar?
— ¿Si pudiera crees que estaría aquí? -replicó, apretando más la mochila.— Lo siento -susurró, con un sollozo. — Debe de estar ebria o algo. No oye el timbre.
— Ven, vamos. —Louis le quitó la mochila del regazo y se la colgó del hombro.
Entraron en la casa de nuevo. Pequeña y acogedora, los recibió con las luces encendidas y el tic tac del reloj de pared señalando las dos de la madrugada. En cuatro horas y media tenían que levantarse para dirigirse a su correspondiente instituto. Harry, a la secundaria pública y Louis, a la privada. Harry a estudiar y Louis a dar clases a un tropel de muchachos con las hormonas a flor de piel. Y a él le gustaban tanto esos muchachos con las hormonas a flor de piel... Le fascinaba lo deliciosa que se había vuelto la juventud, donde los chicos eran tan delgados y esbeltos como las chicas y podían lucir pendientes, jeans ajustados y alisarse el cabello con planchas hasta transformarlo en lluvias de seda.
Harry se sentó en el sofá y escondió la cabeza entre las rodillas. Sus hombros se agitaban cuando sollozaba.
— Te traeré un cobertor —susurró. Con un intento de sonrisa, Harry le agradeció la frazada peludita y la almohada, se tumbó sobre el sofá y se cubrió hasta la cabeza.
— Lo siento. Esta casa es fría —se lamentó Louis.
— ¿Crees que la mía es mejor? —le oyó decir. Él le acarició el pelo, sorprendiéndose de lo suaves que eran esos pequeños y apretaditos rizos castaños. Sintió deseos de estirarlos y contar los segundos que tardaban en volver a enrularse. O de medirlos con una regla.
— Buenas noches, Harry.
— Buenas noches, Lou.
«¡Qué madre, qué madre!», pensó Louis mientras se desvestía. Ahora que ya era adulto se sentía afortunado. La suya era un poco estricta, un poco histérica y un poco fanática de la limpieza, pero jamás se había emborrachado, jamás lo había golpeado (cosa extraña, pero cierta) y jamás le había puesto el pasador a la puerta estando él afuera. Frunciendo las cejas, se preguntó qué sentiría Harry al verse en esa situación tan extrema que era su vida, donde la cuerda podría romperse en cualquier momento a causa de la tensión. Cuando se recostó, se imaginó que esa cuerda ya había sido trenzada con fibras podridas. Una noche, estando ebria, su madre le gritó a Harry que él había sido consecuencia de una violación. ¡Ella estaba cansada de follar con su novio en el auto, joder! Así se lo dijo, y el muy hijo de puta... ¡El muy hijo de puta...! Para acabar de sumergirla en ese pantano de mierda y como en el colmo de los colmos de los colmos, el mocoso se adelantó y nació en San Valentín...
En el sofá, los pensamientos de Harry navegaban por los mismos arroyos contaminados. ¿Qué sería de él? Ya estaba harto. Harto de esa vida miserable, de quedarse dormido en clase, de que sus compañeros se burlaran de las manchas de su ropa, de sus pulseras de canutillos...
«-Me dijeron que tu madre baila desnuda en un bar del centro, ¿es cierto, Styles?»
Harry no tenía idea. No le habría extrañado, para nada. Con el paso de los años había aprendido a no hacerle preguntas, a no mirarla a los ojos y a encerrarse por sí mismo en su habitación. Ahora ni siquiera tenía que hacerlo ella y cuando oía la moto del tipo nuevo sopesaba las opciones y trataba de recordar qué estaría haciendo Louis en ese momento. Si era lunes, miércoles o viernes estaba en la Facultad de Ingeniería enseñando análisis matemático. No volvería hasta las ocho de la noche. Si era martes, jueves o domingo estaría en casa. Si era sábado... tal vez habría ido al gimnasio o a hacer las cosas que los gays adultos hacían los sábados. Si era lunes, miércoles o viernes (y si tenía un par de billetes en el bolsillo) Harry se tomaba un autobús de color rojo y permanecía allí adentro hasta que se detenía en la terminal. Bajaba, caminaba un rato por las galerías y si había suerte, compraba alguna prenda barata para lucir frente a Louis. Dios, qué estúpido era. ¡Qué estúpido! ¿Acaso pensaba que por eso Louis iba fijarse en él? Y con un carajo, ¡qué frío hacía allí! Suspirando, Harry se hizo un ovillo en el sofá e intentó pegar los ojos.
Louis no podía dormir. Ya se había desvelado. Al otro día tenía que dar clases y lidiar los niñitos de mamá, el club de fans femenino y los delincuentes juveniles. A él le encantaban los niñitos de mamá, pero ya había tenido una experiencia con uno (no tan niñito en realidad) y se había desencantado un poco de aquella raza. Sentía la necesidad de estar con alguien independiente que no se la pasara poniendo pegas al asunto y estaba más que claro que los niñitos de mamá no entraban en esa categoría. Antes, cuando tenía entre veintitrés y veintiocho años, había pensado que la cosa acabaría, que tan sólo era una etapa, que algún día se cansaría de los videos porno de legalidad dudosa. Pero cuando cumplió los treinta y se vio visitando la misma página de internet de siempre (una que tenía en su eslogan la palabra «CUTE»), se preguntó si su preferencia no sería patológica. Qué va, si él no le hacía mal a nadie. Una cosa era babear el teclado y otra muy distinta, aparecer en los periódicos.
«CAE DEGENERADO: SE ACOSTABA CON SU VECINO MENOR DE EDAD.»
Louis bordeaba el límite del mundo de los sueños, pero no lograba entrar en él. Como el gráfico de una función exponencial, nunca tocaba la asíntota. Se acercaba... se acercaba... los exponentes eran cada vez menores... -9, -10, -11...
Toc, toc.
Cero. Louis fue atraído desde la inconsciencia hasta ese sitio oscuro y pedregoso donde la homosexualidad salía en los periódicos. La puerta chirrió apenas y la silueta de la melena enrulada de Harry se asomó hacia adentro.
— Mngh, ¿qué...?
— Ay Lou tengo frío —soltó Harry de sopetón, entrando en el dormitorio.— ¿Me dejas dormir contigo? —Al oírlo, Louis acabó de despertarse. Prendió la lámpara y miró a su huésped con los ojos abiertos como platos.
— No. —respondió, perplejo. Harry frunció los labios y agachó la vista.
— Aquí está calentito —susurró.— En la sala hace frío.
— ¿Preferirías dormir en el jardín? —Harry abrió la boca para decir algo, pero al instante la cerró. Se le cayó la almohada de los brazos. Agachándose quizás más de lo necesario, la recogió, y Louis vio que no se había equivocado: los jeans eran elastizados. Se mordió el labio, tragó saliva, cerró los ojos.— Duerme aquí. Yo me iré a la sala. —Apartó las mantas.
— Oye, no... —dijo Harry, nervioso. No quería lanzarse, pero Louis no le estaba dando más opciones.— Hace mucho frío allí, ¿sabes?
— Conozco mi casa. —Le quitó la almohada y la frazada, y se dirigió hacia la puerta.
— Lou. —Harry se pegó a su espalda. Lo abrazó por detrás. Él vio brillar las pelusitas rubias de sus brazos ante la luz de la lámpara. Qué delgados eran esos brazos... Se desenredó de ellos con delicadeza. Le dijo a Harry que se metiera en la cama de una vez, que debía descansar. Y él también.
Cuando se acostó en el sofá e intentó dormirse por fin, se dio cuenta de que el nudo de la garganta había crecido hasta alcanzar el doble de su tamaño. ¿Era su culpa, acaso? Porque ya todo se había vuelto tan evidente que hablaba por sí mismo. ¿Qué debía hacer? Angustiado, recordó la primera vez que había visto a Harry: tan pequeño, tan frágil, tan inocente... ahora seguía teniendo los mismos ojos profundísimos. ¿A dónde había ido a parar la inocencia de sus ojos? A las sábanas de su madre, seguramente. Se había evaporado junto al whisky y los cigarrillos...
Con el primer sueldo se compró un reproductor de mp4 genérico y unos pantalones ajustados. Esa noche, cuando llegó su reemplazante, corrió hasta su casa con el mp4 bien guardado en el bolsillo del jean y tocó el timbre de su vecino favorito.
Louis estaba corrigiendo exámenes. Dos timbrazos seguidos, el último más prolongado que el primero, eran heraldos de que Harry quería ver a Michi. Suspiró, debatiéndose entre abrirle o no. Si lo hacía, tendría que enfrentarse a eso otra vez. Al permanente, inconsciente e infantil acoso de ese chico en plena adolescencia...
— Giuchie, Giuchie, ya ya, dada! —Harry canturreaba con los auriculares en las orejas y los ojos cerrados. Louis tuvo ganas de cerrarle la puerta en la cara. Harry abrió los ojos.— Hola —exclamó, quitándose los auriculares de un tirón. Los ojos de gato le brillaban bajo el aleteo de las pestañas larguísimas y la sonrisa se le salía del rostro. Louis sintió que el antiguo nudo de la garganta se le apretaba más. No, no le cerraría la puerta en la cara, claro que no. Lo haría pasar. Le daría de cenar si todavía no había comido. Le enseñaría geometría si al otro día tenía examen. Le dejaría dormir allí si su madre ya le había puesto el pasador a la puerta. ¿Qué clase de madre dejaba que su hijo de quince años trabajase hasta la medianoche?
— ¿Vienes del cyber? —El silencio de la noche le había hecho hablar en susurros. El chico asintió, bostezando.— Ven, pasa. —Harry se echó sobre el sofá y se estiró, ronroneando. — ¿Has cenado?
— No. —Louis fue hasta la cocina. El arroz con pollo estaba tibio y la gelatina de sobre ya se había solidificado. — ¡Gracias! —chilló Harry, al ver el plato de comida que le aguardaba sobre la mesa. Louis se sentó frente a él y lo miró comer. Metía el pan en la salsa y se lo llevaba a la boca con glotonería, cortaba el pollo en trozos enormes y bebía el jugo sin siquiera haber tragado el bocado. Cuando acabó la gelatina, chupó la cuchara como a un palito de helado.
— ¿Quieres más? —susurró Louis, con una pequeña sonrisa. Recordó lo que su madre le decía: que sólo los tacaños hacían esa pregunta. Se levantó de la mesa y volvió con otra porción de gelatina.— ¿Cómo va la escuela? —Harry miró para otro lado y se encogió de hombros.
— Ahí está —dijo. Louis alzó una ceja.
— ¿Cómo que «ahí está»? ¿En qué te va mal? —Ya sabía la respuesta.
— Matemáticas. Y geometría. —Louis sonrió. Sabía que era mentira pero no quería ponerlo en evidencia. Era un niño, caramba. Si lo hacía, lo más probable era que se le pusiera la cara de mil colores y saliera disparado de allí como un petardo. Y él no quería eso. ¿O sí quería?
— ¿Por qué me mientes? —preguntó, quitandole el plato vacío. La cuchara tintineó contra el cristal y Harry parpadeó.
— ¿Eh?
— No tienes ningún problema con las matemáticas. Cuando te explico, lo entiendes rápido, como si siempre lo hubieras sabido. —Apoyó los codos sobre la mesa y descansó la barbilla entre las manos. Esperaba la reacción. Esperaba que balbuceara incoherencias, que se excusara con tonterías, que huyera. Porque si huía... Louis por fin podría estar tranquilo.
Pero Harry no balbuceó, no se excusó y tampoco huyó. Se quedó allí, mirándolo atentamente con sus saltones ojos verdes relajados, tranquilos. Sonrió, frunciendo los labios apenas.
— ¿Quieres que te lo diga o prefieres imaginártelo?
Louis quiso que se lo tragara la tierra. Quería quedarse sepultado bajo ese suelo de mosaicos para siempre. Recordó aquella pregunta estúpida que le habían hecho dos años atrás, en la entrevista de la secundaria bilingüe: «¿Qué tres cosas te llevarías a una isla desierta»? Por supuesto, había mentido. Si en ese momento se lo tragaba la tierra... echaría de menos sólo dos cosas: el reproductor de DVD y el único video porno que había conservado con el correr de los años. Y el televisor, claro...
Se puso de pie de un salto y casi tiró la silla. Harry siguió contemplándolo con su sonrisa ladina, su sonrisa altiva.
— Es la una y media —farfulló Louis, atropellando las sílabas con la lengua. Harry, ya bastante acostumbrado a las indirectas, se bebió el resto del jugo que quedaba en el vaso, se levantó, entró la silla y bordeó la mesa.
— Muchas gracias —dijo. Louis permaneció de pie, con la vista baja, las palabras del rechazo en la boca y el nudo de la garganta palpitando como un corazón. Turbado, vio que el chico se le acercaba. — Lou, gracias... —repitió. Cuando comenzó a levantar la mirada, ya tenía los ojos de Harry lo suficientemente cerca como para poder ver las motitas verde jade que bailoteaban en sus pupilas. Lo besó en la mejilla.
— De nada —El chico le rozó el brazo, abrió la puerta y salió de la casa.
Afuera hacía un frío de los mil demonios. Harry soltó una maldición. Revolviendo la mochila en busca de las llaves, corrió hacia su puerta, del otro lado del jardín.
— Ábrete, por lo que más quieres, ábrete —susurró, metiendo la llave en la cerradura. Primera vuelta. Segunda... empuje. ¡Nada! — ¡La puta que te parió!
Desde su habitación, Louis oyó el grito. Corriendo las cortinas, se asomó por la ventana. Harry estaba ahí, luchando contra la puerta. Tocaba el timbre. Al parecer, la puerta llevaba la delantera.
«Que le abra, por favor, que le abra», rogó mordiéndose los labios. La ventana comenzó a empañarse con su respiración. Harry seguía allí, aporreando la puerta, muerto de frío. Las luces de la casa estaban apagadas y su madre seguramente estaba allí, roncando la borrachera o lo que fuera que se metiese en el organismo para intentar olvidar que tenía a cargo un hijo y que se había pasado los mejores años de su vida limpiando retretes y gastando los tacones altos en las esquinas del barrio rojo.
— ¡Ábreme la puerta, carajo! —bramó Harry, dándole una patada. Louis se sobresaltó. Esa voz había sonado tan prepotente, tan masculina. No había sido el susurro etéreo que utilizaba para hablar con él, para preguntarle qué eran todos esos símbolos que estaban en el libro de física. Letras griegas, Harry, eran letras griegas. Alfa, beta, gamma, delta, épsilon, dseta... Esa que estaba ahí era pi. Sí, sí... Harry la conocía. Tres coma catorce y etcéteras. Sí, sí, muy bien, Harry.
— ¡QUE ME ABRAS LA PUERTA, PUTA DE MIERDA! —Y el grito se quebró, como una copa de cristal al caer de un décimo piso. ¿Cuál es la velocidad de una copa de cristal que cae de un décimo piso...? Oh, Louis no tenía idea. Ahora que veía a Harry llorar allí sentado en la banca de piedra, lo único que sabía era que había ser muy hijo de puta para olvidar que se tiene un hijo y que no podía dejar que el chico pasara el resto de la noche a merced de los cinco grados bajo cero. Se puso el abrigo y salió de la casa.
Harry vio que la luz de la sala de Louis se encendía. Sollozando, escondió la nariz congelada bajo el cuello de la camiseta y se limpió las lágrimas con la mano. Inhalando fuerte, se tragó la sustancia salobre que le molestaba en la garganta y apretó la mochila contra su pecho. Al día siguiente tenía examen de biología y ni siquiera había tocado el libro.
— Harry —dijo Louis, acercándose. Se pasó la mano por los ojos y levantó la cabeza. La humedad de la noche le había erizado los rizos.— ¿No puedes entrar?
— ¿Si pudiera crees que estaría aquí? -replicó, apretando más la mochila.— Lo siento -susurró, con un sollozo. — Debe de estar ebria o algo. No oye el timbre.
— Ven, vamos. —Louis le quitó la mochila del regazo y se la colgó del hombro.
Entraron en la casa de nuevo. Pequeña y acogedora, los recibió con las luces encendidas y el tic tac del reloj de pared señalando las dos de la madrugada. En cuatro horas y media tenían que levantarse para dirigirse a su correspondiente instituto. Harry, a la secundaria pública y Louis, a la privada. Harry a estudiar y Louis a dar clases a un tropel de muchachos con las hormonas a flor de piel. Y a él le gustaban tanto esos muchachos con las hormonas a flor de piel... Le fascinaba lo deliciosa que se había vuelto la juventud, donde los chicos eran tan delgados y esbeltos como las chicas y podían lucir pendientes, jeans ajustados y alisarse el cabello con planchas hasta transformarlo en lluvias de seda.
Harry se sentó en el sofá y escondió la cabeza entre las rodillas. Sus hombros se agitaban cuando sollozaba.
— Te traeré un cobertor —susurró. Con un intento de sonrisa, Harry le agradeció la frazada peludita y la almohada, se tumbó sobre el sofá y se cubrió hasta la cabeza.
— Lo siento. Esta casa es fría —se lamentó Louis.
— ¿Crees que la mía es mejor? —le oyó decir. Él le acarició el pelo, sorprendiéndose de lo suaves que eran esos pequeños y apretaditos rizos castaños. Sintió deseos de estirarlos y contar los segundos que tardaban en volver a enrularse. O de medirlos con una regla.
— Buenas noches, Harry.
— Buenas noches, Lou.
«¡Qué madre, qué madre!», pensó Louis mientras se desvestía. Ahora que ya era adulto se sentía afortunado. La suya era un poco estricta, un poco histérica y un poco fanática de la limpieza, pero jamás se había emborrachado, jamás lo había golpeado (cosa extraña, pero cierta) y jamás le había puesto el pasador a la puerta estando él afuera. Frunciendo las cejas, se preguntó qué sentiría Harry al verse en esa situación tan extrema que era su vida, donde la cuerda podría romperse en cualquier momento a causa de la tensión. Cuando se recostó, se imaginó que esa cuerda ya había sido trenzada con fibras podridas. Una noche, estando ebria, su madre le gritó a Harry que él había sido consecuencia de una violación. ¡Ella estaba cansada de follar con su novio en el auto, joder! Así se lo dijo, y el muy hijo de puta... ¡El muy hijo de puta...! Para acabar de sumergirla en ese pantano de mierda y como en el colmo de los colmos de los colmos, el mocoso se adelantó y nació en San Valentín...
En el sofá, los pensamientos de Harry navegaban por los mismos arroyos contaminados. ¿Qué sería de él? Ya estaba harto. Harto de esa vida miserable, de quedarse dormido en clase, de que sus compañeros se burlaran de las manchas de su ropa, de sus pulseras de canutillos...
«-Me dijeron que tu madre baila desnuda en un bar del centro, ¿es cierto, Styles?»
Harry no tenía idea. No le habría extrañado, para nada. Con el paso de los años había aprendido a no hacerle preguntas, a no mirarla a los ojos y a encerrarse por sí mismo en su habitación. Ahora ni siquiera tenía que hacerlo ella y cuando oía la moto del tipo nuevo sopesaba las opciones y trataba de recordar qué estaría haciendo Louis en ese momento. Si era lunes, miércoles o viernes estaba en la Facultad de Ingeniería enseñando análisis matemático. No volvería hasta las ocho de la noche. Si era martes, jueves o domingo estaría en casa. Si era sábado... tal vez habría ido al gimnasio o a hacer las cosas que los gays adultos hacían los sábados. Si era lunes, miércoles o viernes (y si tenía un par de billetes en el bolsillo) Harry se tomaba un autobús de color rojo y permanecía allí adentro hasta que se detenía en la terminal. Bajaba, caminaba un rato por las galerías y si había suerte, compraba alguna prenda barata para lucir frente a Louis. Dios, qué estúpido era. ¡Qué estúpido! ¿Acaso pensaba que por eso Louis iba fijarse en él? Y con un carajo, ¡qué frío hacía allí! Suspirando, Harry se hizo un ovillo en el sofá e intentó pegar los ojos.
Louis no podía dormir. Ya se había desvelado. Al otro día tenía que dar clases y lidiar los niñitos de mamá, el club de fans femenino y los delincuentes juveniles. A él le encantaban los niñitos de mamá, pero ya había tenido una experiencia con uno (no tan niñito en realidad) y se había desencantado un poco de aquella raza. Sentía la necesidad de estar con alguien independiente que no se la pasara poniendo pegas al asunto y estaba más que claro que los niñitos de mamá no entraban en esa categoría. Antes, cuando tenía entre veintitrés y veintiocho años, había pensado que la cosa acabaría, que tan sólo era una etapa, que algún día se cansaría de los videos porno de legalidad dudosa. Pero cuando cumplió los treinta y se vio visitando la misma página de internet de siempre (una que tenía en su eslogan la palabra «CUTE»), se preguntó si su preferencia no sería patológica. Qué va, si él no le hacía mal a nadie. Una cosa era babear el teclado y otra muy distinta, aparecer en los periódicos.
«CAE DEGENERADO: SE ACOSTABA CON SU VECINO MENOR DE EDAD.»
Louis bordeaba el límite del mundo de los sueños, pero no lograba entrar en él. Como el gráfico de una función exponencial, nunca tocaba la asíntota. Se acercaba... se acercaba... los exponentes eran cada vez menores... -9, -10, -11...
Toc, toc.
Cero. Louis fue atraído desde la inconsciencia hasta ese sitio oscuro y pedregoso donde la homosexualidad salía en los periódicos. La puerta chirrió apenas y la silueta de la melena enrulada de Harry se asomó hacia adentro.
— Mngh, ¿qué...?
— Ay Lou tengo frío —soltó Harry de sopetón, entrando en el dormitorio.— ¿Me dejas dormir contigo? —Al oírlo, Louis acabó de despertarse. Prendió la lámpara y miró a su huésped con los ojos abiertos como platos.
— No. —respondió, perplejo. Harry frunció los labios y agachó la vista.
— Aquí está calentito —susurró.— En la sala hace frío.
— ¿Preferirías dormir en el jardín? —Harry abrió la boca para decir algo, pero al instante la cerró. Se le cayó la almohada de los brazos. Agachándose quizás más de lo necesario, la recogió, y Louis vio que no se había equivocado: los jeans eran elastizados. Se mordió el labio, tragó saliva, cerró los ojos.— Duerme aquí. Yo me iré a la sala. —Apartó las mantas.
— Oye, no... —dijo Harry, nervioso. No quería lanzarse, pero Louis no le estaba dando más opciones.— Hace mucho frío allí, ¿sabes?
— Conozco mi casa. —Le quitó la almohada y la frazada, y se dirigió hacia la puerta.
— Lou. —Harry se pegó a su espalda. Lo abrazó por detrás. Él vio brillar las pelusitas rubias de sus brazos ante la luz de la lámpara. Qué delgados eran esos brazos... Se desenredó de ellos con delicadeza. Le dijo a Harry que se metiera en la cama de una vez, que debía descansar. Y él también.
Cuando se acostó en el sofá e intentó dormirse por fin, se dio cuenta de que el nudo de la garganta había crecido hasta alcanzar el doble de su tamaño. ¿Era su culpa, acaso? Porque ya todo se había vuelto tan evidente que hablaba por sí mismo. ¿Qué debía hacer? Angustiado, recordó la primera vez que había visto a Harry: tan pequeño, tan frágil, tan inocente... ahora seguía teniendo los mismos ojos profundísimos. ¿A dónde había ido a parar la inocencia de sus ojos? A las sábanas de su madre, seguramente. Se había evaporado junto al whisky y los cigarrillos...
Lupjs.
Re: Más que a nada en el mundo. {Larry Stylinson}
Bueno bellezas, les dejo solo un cap porque es largo. Espero sus comentarios... Creo que Louis debe captar las indirectas de Harry LOL.
Besos xx
Lupjs.
Re: Más que a nada en el mundo. {Larry Stylinson}
¿Quieren otro cap? Entonces comenten lindas...
Lupjs.
Página 2 de 3. • 1, 2, 3
Temas similares
» Nunca nada paso (Larry Stylinson)
» Ya no puedes hacer nada. Larry Stylinson
» De tranquilos y callados no tienen nada. |Larry Stylinson.
» Se lo gritaré al mundo si es necesario (Larry Stylinson)
» 50 Sombras de Stylinson [Larry Stylinson]
» Ya no puedes hacer nada. Larry Stylinson
» De tranquilos y callados no tienen nada. |Larry Stylinson.
» Se lo gritaré al mundo si es necesario (Larry Stylinson)
» 50 Sombras de Stylinson [Larry Stylinson]
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
Página 2 de 3.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Miér 20 Nov 2024, 12:51 am por SweetLove22
» My dearest
Lun 11 Nov 2024, 7:37 pm por lovesick
» Sayonara, friday night
Lun 11 Nov 2024, 12:38 am por lovesick
» in the heart of the circle
Dom 10 Nov 2024, 7:56 pm por hange.
» air nation
Miér 06 Nov 2024, 10:08 am por hange.
» life is a box of chocolates
Mar 05 Nov 2024, 2:54 pm por 14th moon
» —Hot clown shit
Lun 04 Nov 2024, 9:10 pm por Jigsaw
» outoflove.
Lun 04 Nov 2024, 11:42 am por indigo.
» witches of own
Dom 03 Nov 2024, 9:16 pm por hange.