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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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sexto sentido
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Re: sexto sentido
Ya, pero es que no tengo tiempo bc tengo que escribir y me voy a morir. Ni de coña puedo estar a tu altura.
blake.
Re: sexto sentido
No, no lo va a ser. Llevo ochocientas palabras y estoy segura de que está siendo un completo coñazo.
blake.
Re: sexto sentido
Capítulo 006
Se abstraía con frecuencia. Nadie la entendía.►
Miré a mi alrededor, horrorizada. Bueno, más que horrorizada, aterrorizada. No sabía a dónde me llevaban, ni qué había hecho. Lo último que había pasado era que mi abuela se había despedido de mí, como si fuera para siempre. Ella había llorado. Yo no tuve fuerzas ni para eso. Simplemente me abracé a ella, esperando que así pudiéramos estar las dos a salvo. No fue así. Un hombre me cogió de los hombros, llegando a hacerme daño, y me separó de ella, llevándome a donde me encontraba ahora mismo.
Observé a los cinco chicos que me rodeaban. No quería hacerlo, intenté evitarlo de todos modos, pero no tardó en suceder. Cuando él me devolvió la mirada, desafiante, su vida entera estuvo en mi mente. Aquel chaval, llamado Harry, había tenido una infancia dura. Participaba en peleas habitualmente. Se tatuaba por diversión. Y, sin embargo, no era feliz. Negué con la cabeza, tratando de hacer que desapareciese.
Nunca lo hacían. Las visiones no se acababan hasta que los recuerdos más importantes, las fases más destacables de la vida de aquellas personas no se habían mostrado ante mí. Por eso no podía tocar a nadie, nunca. Ellos no notaban nada, claro, no era radioactiva, pero yo sí. De repente, un click. Y entonces todo lo que pasase a mi alrededor perdía el sentido y sólo podía ver el presente de esa persona, muchas veces sus secretos más oscuros.
Me había quedado mirándole fijamente. Era guapo. No se dio cuenta de que le estaba mirando y yo tampoco iba a hacer nada para llamar su atención. Es decir, ¿qué esperaba? No podía acercarme a la gente normal y decirles “hola, soy Charlie y, al apretarme la mano, acabo de ver todo lo que te ha pasado en la vida”. Por eso no hablaba. Evitaba el contacto. No podría hacerles daño si no me relacionaba.
Había más chicos y chicas ahí metidos, no solo Harry. Pronto, me encontré con la mirada de un chico. A él si le conocía de antes. Finn, se llamaba. Íbamos a alguna clase juntos. Esbozó media sonrisa, pero yo negué con la cabeza. Mi cabeza ya estaba encontrándole, y no quería que pasase. Apreté los dientes y cerré los ojos, esperando lo inexorable. Nunca llegué a ver nada. Su expresión se puso más seria y concentrada por unos segundos, y luego volvió a retomar esa sonrisa amable. Todo el miedo que sentía, la impotencia hacia mi “don”, desapareció. Fue sustituido por templanza, calma.
La furgoneta dio un bandazo, haciendo que todos nos bamboleásemos. Y, en ese momento, paró. Levanté las cejas. Habíamos llegado, estaba claro. Pero… ¿a dónde? La verdad era que no quería saberlo. No estaba preparada para saber lo que me iban a hacer en ese sitio. Estaba claro que yo no era la única especial pero… ¿hasta qué punto? ¿Qué nos iba a pasar?
Las puertas se abrieron y, antes de levantarme para encarar lo que se me vendría encima, me alisé la falda que llevaba y me coloqué bien la diadema con un lazo. Estaba preparada, me dije una y otra vez. No iba a pasar nada. Y, con aquellos pensamientos, me giré y salí, para afrontar lo que el futuro me deparaba.
Todo era de color gris. Sin cuadros, sin ningún tipo de decoración. Reprimí un sollozo cuando vi que el único toque de color era el prado que se extendía a nuestro alrededor y estaba delimitado por una alambrada. Nadie podía entrar. Nadie podía salir. Rápidamente me fijé en el techo. Sí, nos estaban vigilando. Y, si había una cámara en aquel vestíbulo tan sencillo, seguro que las habría por todas partes.
Estaban intentando organizarnos en dos filas. Chicos a la derecha, chicas a la izquierda. Me puse detrás de una que llevaba una sudadera negra. No sabía por qué, pero su pose de decidida, de saber lo que estaba haciendo, me dio las fuerzas que necesitaba para seguir caminando hacia delante.
Nos condujeron por muchos pasillos. Perdí la cuenta en el tercero, después de subir las escaleras. Todos eran iguales. La misma orientación, puertas a los dos lados, nada que pudiera alterar el inmaculado blanco de paredes y suelos… parecía un hospital muy grande, y sin enfermos. Hasta olía igual. Nunca me habían gustado los hospitales.
Cuando llegamos, nos empezaron a repartir de dos en dos, cada pareja en una habitación. El guardia sin cara nos intentaba empujar a todas, sin embargo, la chica que tenía delante, le dio un golpe cuando intentó agarrarla y entró por su propia cuenta. A mí me tocó con ella. Con la chica de la cazadora negra.
La habitación era muy predecible. Desde el pasillo había podido imaginarme cómo sería. Y no me equivocaba. Granito blanco en las paredes. Dos camas inmaculadas, con toallas y sábanas limpias encima. Dos cómodas, una para cada una y una gran ventana, que no dejaba ver más que un espeso bosque.
Dejé mi mochila del colegio en la cama que estaba más cerca de la puerta. Parecía que a mi compañera le había gustado más la otra. Vacié lentamente el contenido de la misma, dejando todo colocado. Necesitaba ver lo que tenía. Lo que conservaba del mundo real. Sonreí al ver que, por suerte, llevaba algo que nunca me dejaría. Mi libro favorito, Percy Jackson y el ladrón del rayo. Era el primero, pero me lo había leído tantas veces que era mi mejor amigo. Siempre estaba ahí.
—¿Percy Jackson? — inquirió una voz a mi lado. Era mi compañera. Así que esa era su voz.
—Sí, bueno… es mi libro favorito, aunque yo adoro leer, todo tipo de cosas y…— me fui callando, poco a poco. Nunca había hablado con nadie que no fuera mayor, como un profesor o mi abuela. Esa chica tenía mi edad. Y se había dirigido directamente a mí. No quería resultar pesada, ni tampoco caerle mal.
—También es el mío. Aunque, sinceramente, prefiero la nueva colección, la Marca de Atenea me encanta, de hecho. Estoy completamente enamorada…
—De Nico DiAngelo— completé sin querer. Me tapé la boca con las manos, nada más decirlo. Acababa de estropearlo todo.
—Sí, ¿cómo lo has sabido? — esbozó una media sonrisa, amistosa. No tenía ni idea de lo que le iba a responder. Seguro que se imaginaba que diría algo como que era el mío también, pero nada más lejos de la realidad.
—Cuando me has mirado a los ojos, por primera vez… Puedo ver tu pasado. Y… ya sabes. Tienes muy reciente el recuerdo de ti misma haciéndote una sudadera de él y guardándola como tu más precioso tesoro. Fue… anteayer, ¿verdad?
—Sí, sí a todo— soltó una carcajada. Yo sonreí, con ella. No se había asustado. No me trataba como si fuera rara, le había gustado. — De hecho, la tengo aquí ahora. ¿Quieres verla? — asentí con la cabeza y ella la sacó de su bandolera. Igual a la que acababa de ver.
—Me gustas— solté de repente. Luego, me di cuenta de lo estúpido que había sonado. Parecía que no haber tenido un amigo en toda mi vida pasaba factura.
—Y tú a mí. Y, que sepas que es un cumplido. Yo odio a todo el mundo— nos reímos. Estaba muy a gusto con ella. Parecía que me apreciaba, a pesar de lo rara que era— A propósito, soy Kim— el nombre le pegaba perfectamente. Tan salvaje, distinto, como ella.
—Charlie— me presenté yo también. Me tendió la mano, pero yo negué con la cabeza. Kim hizo un gesto de disgusto. Era normal que se acabase de sentir rechazada, pero no era eso, para nada. — No puedo tocarte. De hacerlo, podría ver toda tu vida. Presente, pasado y, seguramente, futuro. Y no quiero verlo.
—No te preocupes, lo comprendo. ¿Sabes? Creo que vamos a ser buenas amigas. Y así, con un poco de suerte, te enseñaré a sonreír de verdad. Parece que llevas demasiado tiempo sin hacerlo.
Cuando era pequeña, me habían diagnosticado ansiedad en público. Eso era lo que sentía cuando estaba en clase y me hacían hablar, o cuando me tocaba exponer sobre algún tema. Nunca había estado en presencia de tanta gente fuera de clase. Se me antojaba una paradoja. Debería estar temblando, sin poder respirar bien, pero no me estaba pasando nada de eso. Me di cuenta de que era porque me sentía a gusto. Ése era mi sitio, con aquellas personas.
—¡Hola! Soy Tris— nos saludó muy efusiva una chica rubia. Kim estrechó su mano y me arrinconó para que no pudiera hablar, evitando así el contacto de ella. Me comprendía. Me quería proteger.
—¿Por qué siempre tienes el ceño fruncido? — preguntó una voz a mi espalda y me giré para mirar al poseedor. Era moreno, de ojos claros. Muy atractivo.
—No lo sé. ¿Lo estoy? Vaya, debería corregir eso— él sonrió ante mi comentario. Para ser la primera vez que socializaba, no me estaba yendo mal con el resto del mundo.
—Trent— se presentó. No me tendió la mano y yo tampoco hice ningún amago de querer estrechársela. No estaba siendo incómodo. Él respetaba mi espacio, y yo el suyo.
—Charlie— parecía que iba a decir algo más, pero se calló. Y los dos nos separamos, para sentarnos a comer.
No hablé en toda la comida. Y, sin embargo, me sentía involucrada en la conversación. Me di cuenta, rápidamente, de que era por eso. Estaba tranquila. Cuando me distraía, no tenía tantas visiones. Y, además, contaba que él estaba ahí. Enfrente de mí. Finn. Al igual que su hermano gemelo, Jack, los dos eran tremendamente ruidosos, y se reían muy alto. Pero contagiaban alegría. Y en aquel sitio, era algo que de verdad todos necesitábamos.
Cuando terminó la cena, todos fuimos a una sala común. Algunos se conocían, otros estaban como unos completos extraños, intentando conocerse los unos a los otros. Hasta que ellos, los gemelos, nos reunieron a todos en un círculo y nos explicaron los poderes que ellos tenían. Y entonces cada uno confesó el suyo. Había dones tan variopintos que el mío no resultaba el más extraño, ni el más peligroso. Éramos todos iguales.
Pero me hice ilusiones de encajar demasiado rápido. Terminada la conversación inicial, el grupo se fragmentó, haciendo que cada persona hablase de una cosa distinta. Alguien tocó mi hombro. Era un chico rubio, se había presentado como Jamie.
—¿Puedes verlo todo? — inquirió, intrigado. Yo hice un gesto. — ¿Pasado, presente y futuro? — asentí. No había visto muchas veces el futuro, solo alguna vez. Siempre se cumplía lo que yo veía.— Pues venga, hazlo.
—¿Qué quieres que haga?— fruncí el ceño. No podía estar pidiéndome aquello.
—Obra tu magia. Vamos, coge mi mano. Si te esfuerzas, igual puedes hasta averiguar cuándo saldremos de aquí— había levantado demasiado la voz. Todos nos miraban. No podía negarme, no con todas aquellas personas mirando.
Acaricié suavemente su mano, para después agarrarla con fuerza. No íbamos a salir en un futuro próximo. Lo intenté una y otra vez. Me concentré lo máximo posible, pero las imágenes del futuro de Jamie no venían. Sin embargo, mi mente no me dejó tranquila hasta que me enseñó algo. No eran imágenes que ocurrirían, era algo que ya había pasado. Era él, de niño. Con diez años. Estaba solo en una habitación, escondido. Hasta que una puerta se abrió de golpe, dejando entrever a un hombre muy borracho, con un cinturón en las manos. El niño lloraba desconsolado, intentaba esconderse, sin éxito. Era su padre, iba a atacarle. Y, por las acciones del niño, no era la primera vez. El sonido metálico rasgó el aire, era todo lo que podía oír. Y solté la mano.
Estaba otra vez en la habitación. Las máquinas seguían funcionando, pero nadie les hacía caso. Todos estaban mirándome a mí. Estaba temblando por lo que acababa de ver. Su secreto más oscuro, lo que más había deseado olvidar en toda su vida, yo lo había visto con sólo pasar un dedo por su piel. Me miró directamente a los ojos.
—¿Qué has visto?— lo dijo demasiado fríamente, porque seguramente se imaginaba lo que iba a responderle.
—Él… te hacía daño… lo siento… no he sabido parar… yo no quería…— sollocé, mirando lo dura que se había vuelto su mirada. Nadie hablaba. Se podría haber escuchado caer un alfiler.
—Eres un monstruo. No me puedo creer que hayas hecho eso. ¡Es mi vida! ¿Lo entiendes? ¡No quería que nadie lo viera!— me levanté, incapaz de escuchar sus afiladas palabras. Era cierto. Todo lo que acababa de decir. No lo había hecho a posta, había intentado parar. Tendría que haberlo hecho mejor. Era un peligro para todos.
Cuando me abrí paso, para salir al pasillo, todos se apartaron, como si tuviera algún tipo de enfermedad extraña. Igual la tenía. O simplemente la provocaba en los demás. Parecía que la única reacción que mi propia persona producía en todo el mundo era rechazo. Yo no quería hacer daño. No quería que ellos tuvieran miedo. Muchos de sus dones eran chulos, la típica cosa de la que podrías fardar y te harías el más popular. El mío era una maldición.
Vagué durante un buen rato. ¿Una hora? ¿Media? En aquel lugar se perdía la noción del tiempo. Nunca llegué a encontrar una salida. Ni ninguna puerta que pudiese pasar por una. Tenía que haber algún modo de salir al exterior, era imposible que estuviera tan herméticamente cerrado todo. Pero, estaba muy bien camuflado. Cansada de caminar sin rumbo alguno, me senté en el suelo y dejé que las emociones me recorriesen. Había hecho amigos. Los había perdido. Me habían separado de mi familia, tal vez para siempre. Y pronto pasaría a ser un simple conejo de indias a manos de gente horrible. La clase de gente que arranca a unos pobres adolescentes con poderes extraordinarios todo lo que tenían en la vida y los deja ahí, para observarlos mediante las cámaras de seguridad.
—Yo no creo que seas un monstruo— dijo una persona, a mi lado. Se acababa de sentar. Finn. Me había seguido.
—Sí que lo soy, y puedes preguntarle a quien sea. Estoy segura de que ahora todos me odian. Y no me extraña. He hurgado en algo muy personal. Un punto débil. Podría buscaros puntos débiles a todos— no quería mirarle a los ojos. Estaba tan avergonzada de lo que había hecho que en aquel momento no podía mirar a nada que no fueran mis propios zapatos.
—Mi hermano y yo no te odiamos. Y somos los más guays. No creo que debas esconder quién eres para gustarles a todos. Está bien, ves toda nuestra vida. ¿Y qué? Yo tengo un poder más difuso, pero a su manera también molesto. Puedo modificar los sentimientos de quien quiera. ¿Por qué te crees que no puedes ver mi pasado si me miras a los ojos? Porque, con mi poder, no te dejo concentrarte. Y así tu mente no funciona igual. Es como si estuvieses más contenta todo el rato—. Era cierto. En aquel momento, decidió probarlo con más fuerza, consiguió ponerme de buen humor. Hasta sonreí.
—¿Sabes? Aunque sea una emoción falsa, un sentimiento creado por ti… me gusta. Gracias por estar aquí, en serio— él esbozó una sonrisa y me dio un golpe cariñoso.
—Siempre he sentido debilidad por las damas súper poderosas en apuros. Anda, vamos, tenemos que volver— me tendió la mano y yo hice como si no la viera, me levanté sola.— Vale, lo comprendo. Poco a poco.
Y entonces, mientras caminábamos por los mareantes pasillos, completamente perdidos, y Finn me contaba con pelos y señales todas las cosas graciosas que le habían pasado a lo largo de su vida, me di cuenta de lo mucho que me agradaba. Aquel chaval tan cargante podía estar bien, de verdad.
Observé a los cinco chicos que me rodeaban. No quería hacerlo, intenté evitarlo de todos modos, pero no tardó en suceder. Cuando él me devolvió la mirada, desafiante, su vida entera estuvo en mi mente. Aquel chaval, llamado Harry, había tenido una infancia dura. Participaba en peleas habitualmente. Se tatuaba por diversión. Y, sin embargo, no era feliz. Negué con la cabeza, tratando de hacer que desapareciese.
Nunca lo hacían. Las visiones no se acababan hasta que los recuerdos más importantes, las fases más destacables de la vida de aquellas personas no se habían mostrado ante mí. Por eso no podía tocar a nadie, nunca. Ellos no notaban nada, claro, no era radioactiva, pero yo sí. De repente, un click. Y entonces todo lo que pasase a mi alrededor perdía el sentido y sólo podía ver el presente de esa persona, muchas veces sus secretos más oscuros.
Me había quedado mirándole fijamente. Era guapo. No se dio cuenta de que le estaba mirando y yo tampoco iba a hacer nada para llamar su atención. Es decir, ¿qué esperaba? No podía acercarme a la gente normal y decirles “hola, soy Charlie y, al apretarme la mano, acabo de ver todo lo que te ha pasado en la vida”. Por eso no hablaba. Evitaba el contacto. No podría hacerles daño si no me relacionaba.
Había más chicos y chicas ahí metidos, no solo Harry. Pronto, me encontré con la mirada de un chico. A él si le conocía de antes. Finn, se llamaba. Íbamos a alguna clase juntos. Esbozó media sonrisa, pero yo negué con la cabeza. Mi cabeza ya estaba encontrándole, y no quería que pasase. Apreté los dientes y cerré los ojos, esperando lo inexorable. Nunca llegué a ver nada. Su expresión se puso más seria y concentrada por unos segundos, y luego volvió a retomar esa sonrisa amable. Todo el miedo que sentía, la impotencia hacia mi “don”, desapareció. Fue sustituido por templanza, calma.
La furgoneta dio un bandazo, haciendo que todos nos bamboleásemos. Y, en ese momento, paró. Levanté las cejas. Habíamos llegado, estaba claro. Pero… ¿a dónde? La verdad era que no quería saberlo. No estaba preparada para saber lo que me iban a hacer en ese sitio. Estaba claro que yo no era la única especial pero… ¿hasta qué punto? ¿Qué nos iba a pasar?
Las puertas se abrieron y, antes de levantarme para encarar lo que se me vendría encima, me alisé la falda que llevaba y me coloqué bien la diadema con un lazo. Estaba preparada, me dije una y otra vez. No iba a pasar nada. Y, con aquellos pensamientos, me giré y salí, para afrontar lo que el futuro me deparaba.
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Todo era de color gris. Sin cuadros, sin ningún tipo de decoración. Reprimí un sollozo cuando vi que el único toque de color era el prado que se extendía a nuestro alrededor y estaba delimitado por una alambrada. Nadie podía entrar. Nadie podía salir. Rápidamente me fijé en el techo. Sí, nos estaban vigilando. Y, si había una cámara en aquel vestíbulo tan sencillo, seguro que las habría por todas partes.
Estaban intentando organizarnos en dos filas. Chicos a la derecha, chicas a la izquierda. Me puse detrás de una que llevaba una sudadera negra. No sabía por qué, pero su pose de decidida, de saber lo que estaba haciendo, me dio las fuerzas que necesitaba para seguir caminando hacia delante.
Nos condujeron por muchos pasillos. Perdí la cuenta en el tercero, después de subir las escaleras. Todos eran iguales. La misma orientación, puertas a los dos lados, nada que pudiera alterar el inmaculado blanco de paredes y suelos… parecía un hospital muy grande, y sin enfermos. Hasta olía igual. Nunca me habían gustado los hospitales.
Cuando llegamos, nos empezaron a repartir de dos en dos, cada pareja en una habitación. El guardia sin cara nos intentaba empujar a todas, sin embargo, la chica que tenía delante, le dio un golpe cuando intentó agarrarla y entró por su propia cuenta. A mí me tocó con ella. Con la chica de la cazadora negra.
La habitación era muy predecible. Desde el pasillo había podido imaginarme cómo sería. Y no me equivocaba. Granito blanco en las paredes. Dos camas inmaculadas, con toallas y sábanas limpias encima. Dos cómodas, una para cada una y una gran ventana, que no dejaba ver más que un espeso bosque.
Dejé mi mochila del colegio en la cama que estaba más cerca de la puerta. Parecía que a mi compañera le había gustado más la otra. Vacié lentamente el contenido de la misma, dejando todo colocado. Necesitaba ver lo que tenía. Lo que conservaba del mundo real. Sonreí al ver que, por suerte, llevaba algo que nunca me dejaría. Mi libro favorito, Percy Jackson y el ladrón del rayo. Era el primero, pero me lo había leído tantas veces que era mi mejor amigo. Siempre estaba ahí.
—¿Percy Jackson? — inquirió una voz a mi lado. Era mi compañera. Así que esa era su voz.
—Sí, bueno… es mi libro favorito, aunque yo adoro leer, todo tipo de cosas y…— me fui callando, poco a poco. Nunca había hablado con nadie que no fuera mayor, como un profesor o mi abuela. Esa chica tenía mi edad. Y se había dirigido directamente a mí. No quería resultar pesada, ni tampoco caerle mal.
—También es el mío. Aunque, sinceramente, prefiero la nueva colección, la Marca de Atenea me encanta, de hecho. Estoy completamente enamorada…
—De Nico DiAngelo— completé sin querer. Me tapé la boca con las manos, nada más decirlo. Acababa de estropearlo todo.
—Sí, ¿cómo lo has sabido? — esbozó una media sonrisa, amistosa. No tenía ni idea de lo que le iba a responder. Seguro que se imaginaba que diría algo como que era el mío también, pero nada más lejos de la realidad.
—Cuando me has mirado a los ojos, por primera vez… Puedo ver tu pasado. Y… ya sabes. Tienes muy reciente el recuerdo de ti misma haciéndote una sudadera de él y guardándola como tu más precioso tesoro. Fue… anteayer, ¿verdad?
—Sí, sí a todo— soltó una carcajada. Yo sonreí, con ella. No se había asustado. No me trataba como si fuera rara, le había gustado. — De hecho, la tengo aquí ahora. ¿Quieres verla? — asentí con la cabeza y ella la sacó de su bandolera. Igual a la que acababa de ver.
—Me gustas— solté de repente. Luego, me di cuenta de lo estúpido que había sonado. Parecía que no haber tenido un amigo en toda mi vida pasaba factura.
—Y tú a mí. Y, que sepas que es un cumplido. Yo odio a todo el mundo— nos reímos. Estaba muy a gusto con ella. Parecía que me apreciaba, a pesar de lo rara que era— A propósito, soy Kim— el nombre le pegaba perfectamente. Tan salvaje, distinto, como ella.
—Charlie— me presenté yo también. Me tendió la mano, pero yo negué con la cabeza. Kim hizo un gesto de disgusto. Era normal que se acabase de sentir rechazada, pero no era eso, para nada. — No puedo tocarte. De hacerlo, podría ver toda tu vida. Presente, pasado y, seguramente, futuro. Y no quiero verlo.
—No te preocupes, lo comprendo. ¿Sabes? Creo que vamos a ser buenas amigas. Y así, con un poco de suerte, te enseñaré a sonreír de verdad. Parece que llevas demasiado tiempo sin hacerlo.
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Cuando era pequeña, me habían diagnosticado ansiedad en público. Eso era lo que sentía cuando estaba en clase y me hacían hablar, o cuando me tocaba exponer sobre algún tema. Nunca había estado en presencia de tanta gente fuera de clase. Se me antojaba una paradoja. Debería estar temblando, sin poder respirar bien, pero no me estaba pasando nada de eso. Me di cuenta de que era porque me sentía a gusto. Ése era mi sitio, con aquellas personas.
—¡Hola! Soy Tris— nos saludó muy efusiva una chica rubia. Kim estrechó su mano y me arrinconó para que no pudiera hablar, evitando así el contacto de ella. Me comprendía. Me quería proteger.
—¿Por qué siempre tienes el ceño fruncido? — preguntó una voz a mi espalda y me giré para mirar al poseedor. Era moreno, de ojos claros. Muy atractivo.
—No lo sé. ¿Lo estoy? Vaya, debería corregir eso— él sonrió ante mi comentario. Para ser la primera vez que socializaba, no me estaba yendo mal con el resto del mundo.
—Trent— se presentó. No me tendió la mano y yo tampoco hice ningún amago de querer estrechársela. No estaba siendo incómodo. Él respetaba mi espacio, y yo el suyo.
—Charlie— parecía que iba a decir algo más, pero se calló. Y los dos nos separamos, para sentarnos a comer.
No hablé en toda la comida. Y, sin embargo, me sentía involucrada en la conversación. Me di cuenta, rápidamente, de que era por eso. Estaba tranquila. Cuando me distraía, no tenía tantas visiones. Y, además, contaba que él estaba ahí. Enfrente de mí. Finn. Al igual que su hermano gemelo, Jack, los dos eran tremendamente ruidosos, y se reían muy alto. Pero contagiaban alegría. Y en aquel sitio, era algo que de verdad todos necesitábamos.
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Cuando terminó la cena, todos fuimos a una sala común. Algunos se conocían, otros estaban como unos completos extraños, intentando conocerse los unos a los otros. Hasta que ellos, los gemelos, nos reunieron a todos en un círculo y nos explicaron los poderes que ellos tenían. Y entonces cada uno confesó el suyo. Había dones tan variopintos que el mío no resultaba el más extraño, ni el más peligroso. Éramos todos iguales.
Pero me hice ilusiones de encajar demasiado rápido. Terminada la conversación inicial, el grupo se fragmentó, haciendo que cada persona hablase de una cosa distinta. Alguien tocó mi hombro. Era un chico rubio, se había presentado como Jamie.
—¿Puedes verlo todo? — inquirió, intrigado. Yo hice un gesto. — ¿Pasado, presente y futuro? — asentí. No había visto muchas veces el futuro, solo alguna vez. Siempre se cumplía lo que yo veía.— Pues venga, hazlo.
—¿Qué quieres que haga?— fruncí el ceño. No podía estar pidiéndome aquello.
—Obra tu magia. Vamos, coge mi mano. Si te esfuerzas, igual puedes hasta averiguar cuándo saldremos de aquí— había levantado demasiado la voz. Todos nos miraban. No podía negarme, no con todas aquellas personas mirando.
Acaricié suavemente su mano, para después agarrarla con fuerza. No íbamos a salir en un futuro próximo. Lo intenté una y otra vez. Me concentré lo máximo posible, pero las imágenes del futuro de Jamie no venían. Sin embargo, mi mente no me dejó tranquila hasta que me enseñó algo. No eran imágenes que ocurrirían, era algo que ya había pasado. Era él, de niño. Con diez años. Estaba solo en una habitación, escondido. Hasta que una puerta se abrió de golpe, dejando entrever a un hombre muy borracho, con un cinturón en las manos. El niño lloraba desconsolado, intentaba esconderse, sin éxito. Era su padre, iba a atacarle. Y, por las acciones del niño, no era la primera vez. El sonido metálico rasgó el aire, era todo lo que podía oír. Y solté la mano.
Estaba otra vez en la habitación. Las máquinas seguían funcionando, pero nadie les hacía caso. Todos estaban mirándome a mí. Estaba temblando por lo que acababa de ver. Su secreto más oscuro, lo que más había deseado olvidar en toda su vida, yo lo había visto con sólo pasar un dedo por su piel. Me miró directamente a los ojos.
—¿Qué has visto?— lo dijo demasiado fríamente, porque seguramente se imaginaba lo que iba a responderle.
—Él… te hacía daño… lo siento… no he sabido parar… yo no quería…— sollocé, mirando lo dura que se había vuelto su mirada. Nadie hablaba. Se podría haber escuchado caer un alfiler.
—Eres un monstruo. No me puedo creer que hayas hecho eso. ¡Es mi vida! ¿Lo entiendes? ¡No quería que nadie lo viera!— me levanté, incapaz de escuchar sus afiladas palabras. Era cierto. Todo lo que acababa de decir. No lo había hecho a posta, había intentado parar. Tendría que haberlo hecho mejor. Era un peligro para todos.
Cuando me abrí paso, para salir al pasillo, todos se apartaron, como si tuviera algún tipo de enfermedad extraña. Igual la tenía. O simplemente la provocaba en los demás. Parecía que la única reacción que mi propia persona producía en todo el mundo era rechazo. Yo no quería hacer daño. No quería que ellos tuvieran miedo. Muchos de sus dones eran chulos, la típica cosa de la que podrías fardar y te harías el más popular. El mío era una maldición.
Vagué durante un buen rato. ¿Una hora? ¿Media? En aquel lugar se perdía la noción del tiempo. Nunca llegué a encontrar una salida. Ni ninguna puerta que pudiese pasar por una. Tenía que haber algún modo de salir al exterior, era imposible que estuviera tan herméticamente cerrado todo. Pero, estaba muy bien camuflado. Cansada de caminar sin rumbo alguno, me senté en el suelo y dejé que las emociones me recorriesen. Había hecho amigos. Los había perdido. Me habían separado de mi familia, tal vez para siempre. Y pronto pasaría a ser un simple conejo de indias a manos de gente horrible. La clase de gente que arranca a unos pobres adolescentes con poderes extraordinarios todo lo que tenían en la vida y los deja ahí, para observarlos mediante las cámaras de seguridad.
—Yo no creo que seas un monstruo— dijo una persona, a mi lado. Se acababa de sentar. Finn. Me había seguido.
—Sí que lo soy, y puedes preguntarle a quien sea. Estoy segura de que ahora todos me odian. Y no me extraña. He hurgado en algo muy personal. Un punto débil. Podría buscaros puntos débiles a todos— no quería mirarle a los ojos. Estaba tan avergonzada de lo que había hecho que en aquel momento no podía mirar a nada que no fueran mis propios zapatos.
—Mi hermano y yo no te odiamos. Y somos los más guays. No creo que debas esconder quién eres para gustarles a todos. Está bien, ves toda nuestra vida. ¿Y qué? Yo tengo un poder más difuso, pero a su manera también molesto. Puedo modificar los sentimientos de quien quiera. ¿Por qué te crees que no puedes ver mi pasado si me miras a los ojos? Porque, con mi poder, no te dejo concentrarte. Y así tu mente no funciona igual. Es como si estuvieses más contenta todo el rato—. Era cierto. En aquel momento, decidió probarlo con más fuerza, consiguió ponerme de buen humor. Hasta sonreí.
—¿Sabes? Aunque sea una emoción falsa, un sentimiento creado por ti… me gusta. Gracias por estar aquí, en serio— él esbozó una sonrisa y me dio un golpe cariñoso.
—Siempre he sentido debilidad por las damas súper poderosas en apuros. Anda, vamos, tenemos que volver— me tendió la mano y yo hice como si no la viera, me levanté sola.— Vale, lo comprendo. Poco a poco.
Y entonces, mientras caminábamos por los mareantes pasillos, completamente perdidos, y Finn me contaba con pelos y señales todas las cosas graciosas que le habían pasado a lo largo de su vida, me di cuenta de lo mucho que me agradaba. Aquel chaval tan cargante podía estar bien, de verdad.
- ¡Jelous!:
- Bueno pues... idk nada que agregar. Que, por supuesto, no es tan bueno como el de Elena, ni se acerca a otros muchos, pero... es lo que me ha salido. Si lo odiáis no digáis nada pls que tengo una autoestima baja. Okno, criticadme tanto como queráis, srsly.
Besos, ¡ily!
blake.
Re: sexto sentido
Primera. Rocío, te has lucido, de verdad. Hacía mucho que no escribías algo tan bueno, o sea, esto invluso supera a tu último capítulo de Unpredictable. Charlie es amor, y vas a hacer que todas la adoremos. Finn, pls, o sea, ayuda, está coladito por ella y es muy cute, la tranquiliza con sus poderes y eso es muy bonito. Y cuando dijo "siempre he sentido debilidad por las damas súper poderosas en apuros. Uzea, me enamora. Y PERCY JACKSON Y EL LADRÓN DEL RAYO, Y NICO DI ANGELO Y MIS FEELS. La relación de Kim y Charlie, todas a shippear Karlie ya.
PERO CASI SHIPPEO MÁS FINLIE.
Has narrado genial Ro, te felicito bc te ha quedado asombroso. Ilysm.
PERO CASI SHIPPEO MÁS FINLIE.
Has narrado genial Ro, te felicito bc te ha quedado asombroso. Ilysm.
Última edición por Nana99 el Dom 09 Feb 2014, 3:03 am, editado 1 vez
spitfire.
Re: sexto sentido
Oh por dios, Ro. Realmente me ha fascinado el capítulo, tu escritura es magnifica. Me enamoré de tu capítulo(?). Me da pena Charlie, no es su culpa que puedo ver las cosas y Finn tan tierno que fue detrás y ella. Y hay, me encantó, srsly.
Espero el próximo capítulo.
Espero el próximo capítulo.
Invitado
Invitado
Re: sexto sentido
me encantó el capítulo Ro<3 estuvo genial y tu ortografía y redacción son excelentes<3 Finn me ha agradado bastante y Charlie es bastante... uhm... abnegada<3
no sé qué más decirte aparte de que esos dos tienen onda ahq.
Espero el capítulo de Bárbu<3
no sé qué más decirte aparte de que esos dos tienen onda ahq.
Espero el capítulo de Bárbu<3
peeta.
Re: sexto sentido
Asdasdasd ay, ame el capítulo, srsly<333
Amo a los gemelos, sssssm c:
espero el próximo capítulo con ansias
Amo a los gemelos, sssssm c:
espero el próximo capítulo con ansias
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Re: sexto sentido
callate, callate, callate. tu capitulo estuvo mas que perfecto, sabes que amo como escribes, so... ¡ síganla!
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Re: sexto sentido
Capítulo 007
I know exactly what I want and who I wanna be.►
Minutos antes de finalizar la práctica de fútbol, en la cual nuestro equipo resultaba ganador cuatro a uno debido a mi impecable actuación, recibí un llamado de padre, con quien no precisamente mantenía una de las mejores relaciones. A decir verdad, siempre me había resultado un tanto dificultoso relacionarme con el resto de los individuos, no porque tuviera algún desorden antisocial de la personalidad u otro tipo de trastorno psicológico, sino por el hecho de que nunca llegaba a sentir aquel afecto que todos decían tener por quienes llamaban sus amigos. En realidad, ni siquiera sé si alguna vez he tenido un amigo. La mitad de las personas que conozco no se atreve a dirigirme la palabra y la otra mitad ya ha discutido conmigo o me guarda cierto rencor, lo que hace que el panorama sea, si es posible, aún más negativo.
Al momento de ingresar al inmueble en el que convivimos junto con mis padres y Scott, o como me gustaba llamarlo, el niño adoptivo, vi una figura femenina apoyada en el marco de la puerta de la vivienda contigua. Una sonrisa nerviosa se desprendía de su rostro y una mueca de desagrado se hizo lugar en el mío. Rodando los ojos, fijé mi vista en la cerradura e inserté la llave en ella, cerrando la puerta tras de mí una vez dentro.
—Fred, han citado a mamá y a papá a una reunión en la escuela. Dicen que esta vez es tu culpa, como siempre.
—Te dije que no me llames Fred, inútil. Ni siquiera sabes a qué se debe, así que mejor cierra tu estúpida boca antes de que la cierre yo mismo —advertí, haciéndole una seña que consistía en mover el índice y el mayor una y otra vez hacia mis ojos y luego, hacia donde él se encontraba.
Así que habían llamado de la escuela... En mi mente rondó la idea de que quisieran enviarme a algún estúpido terapeuta que intentara descubrir una aparente razón a mi peculiar comportamiento. Varias veces habían intentado hacerlo, pero lo único que lograban era despertar mi ira al no poder pronunciar mi maldito nombre. ¿Acaso era tan difícil para los estúpidos británicos pronunciar el francés como corresponde? Como si fuera poco, tenía que soportar al imbécil de Scott, quien con apenas 12 años se había ganado el frágil y sentimental corazón de mi madre, que no vaciló ni un momento en decidir traerlo a casa, arruinando así mi asombroso estado de hijo único en casi todos los aspectos. Por supuesto que una vez que el americano estuviera a solas conmigo, una de mis manos rodeando su cuello le obligó a olvidarse de que tenía un hermanastro mayor, sobretodo si es que esperaba ser protegido de los abusivos de la escuela, quienes se encargaron de esparcir cicatrices y marcas de puños y patadas en sus aproximadamente ciento cincuenta y cuatro centímetros de altura, varios menos de los que me favorecían a su edad, siendo un metro sesenta y ocho centímetros los que me hacían el más alto de mi división en la escuela primaria.
Pasadas dos horas y, con una toalla cubriendo la parte baja de mi anatomía, me dirigí a mi habitación en busca de mi móvil, que no había dejado de sonar en los cuarenta minutos que había estado duchándome. Ya en mis manos, el aparato se removía enseñando en la pantalla catorce llamadas perdidas de mi madre. No dudé en marcar su número, cuando recibí como respuesta un estrepitoso grito al otro lado de la línea.
—¡Fréderic Chassier! ¿¡Me puedes explicar para qué demonios invierto en un maldito teléfono si es que no piensas atender cuando te llamo!?
—Ve al punto, ¿dónde demonios están y por qué papá me llamó esta tarde? —espeté disconforme con su reproche. No es como si yo no pagara cada maldito mes el abono del móvil.
—Han llamado de la escuela, le dije a Scottie que te avisara —comenzó, tartamudeando, lo cual era sumamente extraño ya que había superado esa etapa de su vida años antes de que yo mismo naciera—. Verás, dicen que... Dicen que tú y otros de tus compañeros de clases tienen algo así como poderes, capacidades físicas diferentes, hijo. No sé cómo explicarlo —suspiró luego de pronunciar las últimas palabras como si estas fueran las causantes de todas sus desgracias.
—¿Así que no soy el único? —pregunté desanimado. En mi interior tenía la esperanza de ser un futuro héroe que salvara a su nación y del que todos estuviesen orgullos, pero resulta que había otros raritos de los cuales no me había percatado— Y ahora que lo saben, ¿qué harán con ello? ¿Nos expulsarán, nos enviaran a un instituto para fenómenos o todo seguirá como antes?
—Sólo han mencionado algo de estudios, ni siquiera entendí a qué se referían. Pero debes venir ahora a la escuela, los llevaran a un lugar donde estarán a salvo —la preocupación era notoria en su tono de voz.
—¿Voy ahora o...? —aquello era confuso. ¿Qué se suponía? ¿Que debía llegar a la escuela y decir "Hola inútiles, ahora que saben que la mitad de sus alumnos son personas con facultades extraordinarias, déjennos graduarnos en un año."?
—Mueve tu maldito trasero antes de que todos partan a destino sin ti —la comunicación se cortó y el amenazante comentario de mi madre logró que llegara hasta allá en unos quince minutos.
Al momento de llegar, varias personas a las cuales había visto antes estaban ubicándose en un bus con destino incierto. Rápidamente mi vista viajó a los asientos del fondo, casi todos vacíos. Sonreí ante el hecho y sin dudar me dirigí hacia el último de todos, del lado de la pequeña ventana. Tomé mi móvil pretendiendo simular que escribía algo, cuando en realidad estaba tratando de ubicar algún rostro familiar, del que supiera el nombre, no para entablar una conversación, pero al menos para sentir que no era el único idiota de mi curso.
Voces llegaron a mis oídos, provenientes de los asientos delanteros. Se trataba de un grupo hablando acerca de hacia dónde iríamos. Tampoco sabía la respuesta pero no era algo a lo que le daba relevancia. En caso de ser algo peligroso, sabía que cuatro horas diarias de gimnasio, sumadas a dos horas de fútbol miércoles y viernes me daban la suficiente resistencia física como para defenderme de lo que sea que intentara atacarme.
Me tomó varios minutos darme cuenta de que alguien había tomado lugar a mi lado. Una rubia de ojos claros y labios gruesos se encontraba concentrada en hacer preguntas, las cuales en su mayoría eran respondidas por una voz ronca que pronunciaba las palabras con extrema lentitud, lo cual estaba comenzando a irritarme.
—¿Cómo lo sabes? —inquirió quien respondía al apodo de Bea. Supuse que se llamaría Beatrice o alguna mierda similar.
—Es lógico —respondí sin saber de qué estaban hablando, sólo para que se callaran de una puta vez. En ese momento, sentí como una mirada se posaba en mí, haciéndome voltear para encontrar a su dueño, el tipo de la voz mórbida. Escaneando su rostro, recordé haberlo visto antes. Era uno de los conocidos por su violento temperamento, característica que compartía conmigo. Había coincidido alguna que otra vez con él, hasta lo había visto entrar a la tienda de tatuajes a la que siempre iba.
—¿Lo es? —insistió una voz masculina que no había escuchado antes, incitándome a encender un cigarrillo debido a su puta insistencia en algo irrelevante.
—Claro que sí —escupí, jugueteando con un cigarro entre mis dedos.
Minutos antes de llegar, sentí la presencia de alguien más detrás mío. Ni siquiera me digné a voltear, sólo esperaba que dijera algo acerca del lugar al que nos dirigíamos, que parecía ser el tema candente del día. Al notar que quienquiera que fuera mi observador no pronunciaría sílaba alguna, rodando los ojos me di la vuelta para encontrarme con la misma chica de esa tarde, nuevamente sonriéndome de lado.
—¿Se te ofrece algo, muñeca? —murmuré, mi expresión repleta de sarcasmo.
—Me preguntaba si también eres así de salvaje en la cama —respondió, descarada. Vaya, las mujeres de hoy en día habían perdido el respeto por sí mismas. Sin embargo, una onda peligrosa se desprendía de su voz, no llegando a intimidarme, pero sí a causarme cierta incomodidad ante la situación.
—Lo siento, no eres mi tipo —evadí su descomunal propuesta dándole fin a la conversación.
Menos de dos horas hicieron falta para que estuviésemos dentro de una inmunda vivienda donde deberíamos pasar al menos el resto de la semana. Decidieron separarnos por sexo, siendo yo y el resto de los hombres enviados hacia la derecha, el lado opuesto de dónde se encontrarían las féminas. A cada dúo se le asignó una habitación, donde no faltaban camas, ropa nueva y aparatos tecnológicos. Yo sólo rogaba que mi compañero de cuarto tuviera la decencia de mantener la boca cerrada por el resto de nuestra estadía allí.
Una especie de grabación encendió la pantalla de una de las tablets, explicando que si así lo deseábamos podríamos salir de esa habitación y dirigirnos a cualquier otro de los ambientes allí existentes. Decidí obedecer, saliendo del lugar para abrirme camino hasta donde se escuchaban murmullos, demostrándome que el comedor era el lugar de reunión. Todos parecían haberse relacionado entre sí, incluso algunos se veían como si existiera un lazo de amistad entre ellos. Curiosamente, no conocía a nadie ni nadie que no fuera el bravucón del siglo parecía conocerme, aunque no podían evitar mirar de reojo en mi dirección, supongo que se debe a que no todos los días uno se encuentra en las mismas cuatro paredes con alguien que intenta desaparecer de la vista de todos en el instituto, no sin ser citado a la dirección por fumar o agredir a algún idiota.
Traté de no posar mi mirada en nadie por más de tres segundos, para así evitar que pensaran que estaba interesado en ellos. Lo cierto era que no me interesaba nadie, sólo quería salir de allí lo antes posible. Me resultaba increíble que todos estuviésemos ahí sabiendo que cualquiera podría desatarse y atacar utilizando sus capacidades pero que nadie hiciera nada al respecto, exceptuando la singular idea de que debía mantenerme alerta y, sin que nadie lo notara, comenzar a leer sus mentes o bien, sus primeras impresiones acerca de mi persona.
—¿Alguien sabe cuando podremos irnos? —pregunté, mi voz sonando algo más demandante que de costumbre. Instantáneamente, atraje la atención de varios, por no decir todos, los presentes.
—Aún no se sabe nada al respecto —respondió un moreno, su semblante amable y malditamente encantador.
—¿Cómo te llamas? —me miró del otro lado de la mesa la rubia que había sido mi acompañante durante el trayecto hasta aquí. Odiaba que preguntaran mi nombre, porque sabía que a partir de ese momento todos comenzarían a pronunciarlo en un francés terriblemente desastroso e incluso se atreverían a buscarme apodos estúpidos como Fred o Freddie.
—Fréderic Etienne Chassier —me limité a decir.
—Qué bonito nombre, ¿eres francés? —la melodiosa voz de otra rubia de aspecto similar a quien supuse que llamaban Bea curioseó.
—Ajám —llevé el último trozo de carne a mis labios. La atención de todos se dirigió a una castaña que se mostraba interesada en saber los poderes de cada uno de nosotros. Al llegar mi turno, me dispuse a responder lo más breve e imperativamente posible— Pues, yo puedo detener el tiempo y saber qué es lo que pasa por la mente de cada uno de ustedes con sólo mirarlos a los ojos —sonreí de lado, arrogantemente, viendo como algunos se sorprendían y otros se mostraban desafiantes.
—Adivina qué es lo que quiero hacer contigo —susurró en mi oído la misma desagradable mujer que parecía seguirme a todos lados, ya que no había notado que se encontraba sentada cerca mío.
—Ya cállate, Summer —ordené seriamente, sin querer llamándola por su nombre, el cual ella jamás me había revelado.
Al momento de ingresar al inmueble en el que convivimos junto con mis padres y Scott, o como me gustaba llamarlo, el niño adoptivo, vi una figura femenina apoyada en el marco de la puerta de la vivienda contigua. Una sonrisa nerviosa se desprendía de su rostro y una mueca de desagrado se hizo lugar en el mío. Rodando los ojos, fijé mi vista en la cerradura e inserté la llave en ella, cerrando la puerta tras de mí una vez dentro.
—Fred, han citado a mamá y a papá a una reunión en la escuela. Dicen que esta vez es tu culpa, como siempre.
—Te dije que no me llames Fred, inútil. Ni siquiera sabes a qué se debe, así que mejor cierra tu estúpida boca antes de que la cierre yo mismo —advertí, haciéndole una seña que consistía en mover el índice y el mayor una y otra vez hacia mis ojos y luego, hacia donde él se encontraba.
Así que habían llamado de la escuela... En mi mente rondó la idea de que quisieran enviarme a algún estúpido terapeuta que intentara descubrir una aparente razón a mi peculiar comportamiento. Varias veces habían intentado hacerlo, pero lo único que lograban era despertar mi ira al no poder pronunciar mi maldito nombre. ¿Acaso era tan difícil para los estúpidos británicos pronunciar el francés como corresponde? Como si fuera poco, tenía que soportar al imbécil de Scott, quien con apenas 12 años se había ganado el frágil y sentimental corazón de mi madre, que no vaciló ni un momento en decidir traerlo a casa, arruinando así mi asombroso estado de hijo único en casi todos los aspectos. Por supuesto que una vez que el americano estuviera a solas conmigo, una de mis manos rodeando su cuello le obligó a olvidarse de que tenía un hermanastro mayor, sobretodo si es que esperaba ser protegido de los abusivos de la escuela, quienes se encargaron de esparcir cicatrices y marcas de puños y patadas en sus aproximadamente ciento cincuenta y cuatro centímetros de altura, varios menos de los que me favorecían a su edad, siendo un metro sesenta y ocho centímetros los que me hacían el más alto de mi división en la escuela primaria.
Pasadas dos horas y, con una toalla cubriendo la parte baja de mi anatomía, me dirigí a mi habitación en busca de mi móvil, que no había dejado de sonar en los cuarenta minutos que había estado duchándome. Ya en mis manos, el aparato se removía enseñando en la pantalla catorce llamadas perdidas de mi madre. No dudé en marcar su número, cuando recibí como respuesta un estrepitoso grito al otro lado de la línea.
—¡Fréderic Chassier! ¿¡Me puedes explicar para qué demonios invierto en un maldito teléfono si es que no piensas atender cuando te llamo!?
—Ve al punto, ¿dónde demonios están y por qué papá me llamó esta tarde? —espeté disconforme con su reproche. No es como si yo no pagara cada maldito mes el abono del móvil.
—Han llamado de la escuela, le dije a Scottie que te avisara —comenzó, tartamudeando, lo cual era sumamente extraño ya que había superado esa etapa de su vida años antes de que yo mismo naciera—. Verás, dicen que... Dicen que tú y otros de tus compañeros de clases tienen algo así como poderes, capacidades físicas diferentes, hijo. No sé cómo explicarlo —suspiró luego de pronunciar las últimas palabras como si estas fueran las causantes de todas sus desgracias.
—¿Así que no soy el único? —pregunté desanimado. En mi interior tenía la esperanza de ser un futuro héroe que salvara a su nación y del que todos estuviesen orgullos, pero resulta que había otros raritos de los cuales no me había percatado— Y ahora que lo saben, ¿qué harán con ello? ¿Nos expulsarán, nos enviaran a un instituto para fenómenos o todo seguirá como antes?
—Sólo han mencionado algo de estudios, ni siquiera entendí a qué se referían. Pero debes venir ahora a la escuela, los llevaran a un lugar donde estarán a salvo —la preocupación era notoria en su tono de voz.
—¿Voy ahora o...? —aquello era confuso. ¿Qué se suponía? ¿Que debía llegar a la escuela y decir "Hola inútiles, ahora que saben que la mitad de sus alumnos son personas con facultades extraordinarias, déjennos graduarnos en un año."?
—Mueve tu maldito trasero antes de que todos partan a destino sin ti —la comunicación se cortó y el amenazante comentario de mi madre logró que llegara hasta allá en unos quince minutos.
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Al momento de llegar, varias personas a las cuales había visto antes estaban ubicándose en un bus con destino incierto. Rápidamente mi vista viajó a los asientos del fondo, casi todos vacíos. Sonreí ante el hecho y sin dudar me dirigí hacia el último de todos, del lado de la pequeña ventana. Tomé mi móvil pretendiendo simular que escribía algo, cuando en realidad estaba tratando de ubicar algún rostro familiar, del que supiera el nombre, no para entablar una conversación, pero al menos para sentir que no era el único idiota de mi curso.
Voces llegaron a mis oídos, provenientes de los asientos delanteros. Se trataba de un grupo hablando acerca de hacia dónde iríamos. Tampoco sabía la respuesta pero no era algo a lo que le daba relevancia. En caso de ser algo peligroso, sabía que cuatro horas diarias de gimnasio, sumadas a dos horas de fútbol miércoles y viernes me daban la suficiente resistencia física como para defenderme de lo que sea que intentara atacarme.
Me tomó varios minutos darme cuenta de que alguien había tomado lugar a mi lado. Una rubia de ojos claros y labios gruesos se encontraba concentrada en hacer preguntas, las cuales en su mayoría eran respondidas por una voz ronca que pronunciaba las palabras con extrema lentitud, lo cual estaba comenzando a irritarme.
—¿Cómo lo sabes? —inquirió quien respondía al apodo de Bea. Supuse que se llamaría Beatrice o alguna mierda similar.
—Es lógico —respondí sin saber de qué estaban hablando, sólo para que se callaran de una puta vez. En ese momento, sentí como una mirada se posaba en mí, haciéndome voltear para encontrar a su dueño, el tipo de la voz mórbida. Escaneando su rostro, recordé haberlo visto antes. Era uno de los conocidos por su violento temperamento, característica que compartía conmigo. Había coincidido alguna que otra vez con él, hasta lo había visto entrar a la tienda de tatuajes a la que siempre iba.
—¿Lo es? —insistió una voz masculina que no había escuchado antes, incitándome a encender un cigarrillo debido a su puta insistencia en algo irrelevante.
—Claro que sí —escupí, jugueteando con un cigarro entre mis dedos.
Minutos antes de llegar, sentí la presencia de alguien más detrás mío. Ni siquiera me digné a voltear, sólo esperaba que dijera algo acerca del lugar al que nos dirigíamos, que parecía ser el tema candente del día. Al notar que quienquiera que fuera mi observador no pronunciaría sílaba alguna, rodando los ojos me di la vuelta para encontrarme con la misma chica de esa tarde, nuevamente sonriéndome de lado.
—¿Se te ofrece algo, muñeca? —murmuré, mi expresión repleta de sarcasmo.
—Me preguntaba si también eres así de salvaje en la cama —respondió, descarada. Vaya, las mujeres de hoy en día habían perdido el respeto por sí mismas. Sin embargo, una onda peligrosa se desprendía de su voz, no llegando a intimidarme, pero sí a causarme cierta incomodidad ante la situación.
—Lo siento, no eres mi tipo —evadí su descomunal propuesta dándole fin a la conversación.
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Menos de dos horas hicieron falta para que estuviésemos dentro de una inmunda vivienda donde deberíamos pasar al menos el resto de la semana. Decidieron separarnos por sexo, siendo yo y el resto de los hombres enviados hacia la derecha, el lado opuesto de dónde se encontrarían las féminas. A cada dúo se le asignó una habitación, donde no faltaban camas, ropa nueva y aparatos tecnológicos. Yo sólo rogaba que mi compañero de cuarto tuviera la decencia de mantener la boca cerrada por el resto de nuestra estadía allí.
Una especie de grabación encendió la pantalla de una de las tablets, explicando que si así lo deseábamos podríamos salir de esa habitación y dirigirnos a cualquier otro de los ambientes allí existentes. Decidí obedecer, saliendo del lugar para abrirme camino hasta donde se escuchaban murmullos, demostrándome que el comedor era el lugar de reunión. Todos parecían haberse relacionado entre sí, incluso algunos se veían como si existiera un lazo de amistad entre ellos. Curiosamente, no conocía a nadie ni nadie que no fuera el bravucón del siglo parecía conocerme, aunque no podían evitar mirar de reojo en mi dirección, supongo que se debe a que no todos los días uno se encuentra en las mismas cuatro paredes con alguien que intenta desaparecer de la vista de todos en el instituto, no sin ser citado a la dirección por fumar o agredir a algún idiota.
Traté de no posar mi mirada en nadie por más de tres segundos, para así evitar que pensaran que estaba interesado en ellos. Lo cierto era que no me interesaba nadie, sólo quería salir de allí lo antes posible. Me resultaba increíble que todos estuviésemos ahí sabiendo que cualquiera podría desatarse y atacar utilizando sus capacidades pero que nadie hiciera nada al respecto, exceptuando la singular idea de que debía mantenerme alerta y, sin que nadie lo notara, comenzar a leer sus mentes o bien, sus primeras impresiones acerca de mi persona.
—¿Alguien sabe cuando podremos irnos? —pregunté, mi voz sonando algo más demandante que de costumbre. Instantáneamente, atraje la atención de varios, por no decir todos, los presentes.
—Aún no se sabe nada al respecto —respondió un moreno, su semblante amable y malditamente encantador.
—¿Cómo te llamas? —me miró del otro lado de la mesa la rubia que había sido mi acompañante durante el trayecto hasta aquí. Odiaba que preguntaran mi nombre, porque sabía que a partir de ese momento todos comenzarían a pronunciarlo en un francés terriblemente desastroso e incluso se atreverían a buscarme apodos estúpidos como Fred o Freddie.
—Fréderic Etienne Chassier —me limité a decir.
—Qué bonito nombre, ¿eres francés? —la melodiosa voz de otra rubia de aspecto similar a quien supuse que llamaban Bea curioseó.
—Ajám —llevé el último trozo de carne a mis labios. La atención de todos se dirigió a una castaña que se mostraba interesada en saber los poderes de cada uno de nosotros. Al llegar mi turno, me dispuse a responder lo más breve e imperativamente posible— Pues, yo puedo detener el tiempo y saber qué es lo que pasa por la mente de cada uno de ustedes con sólo mirarlos a los ojos —sonreí de lado, arrogantemente, viendo como algunos se sorprendían y otros se mostraban desafiantes.
—Adivina qué es lo que quiero hacer contigo —susurró en mi oído la misma desagradable mujer que parecía seguirme a todos lados, ya que no había notado que se encontraba sentada cerca mío.
—Ya cállate, Summer —ordené seriamente, sin querer llamándola por su nombre, el cual ella jamás me había revelado.
- Cigarettes&Alcohol:
- ¡Hola! Antes que nada, avisar que nunca escribo cosas mucho más largas que esto; no se me dan los capítulos largos. Bueno, sólo queda decir que me gustaría que me avisaran si quieren alguna trama con Fréderic o Summer, creo que ya han visto que la personalidad de ambos es un tanto complicada. Espero sus propuestas y, que siga la siguiente, lol.
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