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sexto sentido
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Re: sexto sentido
rayos, me toca subir después de Bárbu; mi capítulo se verá insignificante al lado del de ella :ccc
peeta.
Re: sexto sentido
Me gusta Barbu.Catwright. escribió:Nana99 escribió:Encantada, ah. ¿Cómo te llamas?sé que lo dijeron más arriba but me da pereza ir a mirar
Bárbara. Usualmente me dicen Bárbu, aunque también Bárb & Barbie.
spitfire.
Re: sexto sentido
Fantasy. escribió:rayos, me toca subir después de Bárbu; mi capítulo se verá insignificante al lado del de ella :ccc
sabes que escribo terrible y tú eres una diosa de la escritura, don't be afraid.
Nana99 escribió:Me gusta Barbu.toca stalkeo que te veo
Entonces dime así(?) Stalkea, me gusta que lo hagan(?)
Invitado
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Re: sexto sentido
ok...
ahora se lo que se siente tener una falta en una colectiva...
wea no es bonito
ah :c prometo no tener mente de pollo...'
debo comentar mucho...
asi que nadie me detenga.
Bienvenida las Deya y Barb...
Y ellas no me intimidan
porque soy muy fuerte como una ramita :jum:
ahno.
Ahora comento y me pongo al corriente de cada cosa.
allí se ven weas.
ahora se lo que se siente tener una falta en una colectiva...
wea no es bonito
ah :c prometo no tener mente de pollo...'
debo comentar mucho...
asi que nadie me detenga.
Bienvenida las Deya y Barb...
Y ellas no me intimidan
porque soy muy fuerte como una ramita :jum:
ahno.
Ahora comento y me pongo al corriente de cada cosa.
allí se ven weas.
dragón.
Re: sexto sentido
Tengo paja pero por bueno allí va
Miryru: Ya ubique tu trama ademas que me gustan las funciones -poderes- de tes pj's sobre todo la habilidad de George.
ya estoy esperando para que analicen sus poderes y aquello
Paula: F... :ala:el papa de Louise le va a dar un escopetazo
fuerte...okno
me gusto el hecho de que sea viudo.
Tambien el encuentro de Louis y Max...
me dejaste con ganas de mas.
Lizzano: Sin duda me encanto el inicio tanto como el final del capitulo.
Me encanto la forma en que tu pj aun no se adapta a su poder aun debe controlarlo la forma en que el contacto visual con Alaska me dejo abrumada...y bueno ahora quiero mas capitulos
pd: No vuelvo a tener una falta o dejo de llamarme Elizabeth Marianne mason cassanova
aquenisellamabaasi
bai
Miryru: Ya ubique tu trama ademas que me gustan las funciones -poderes- de tes pj's sobre todo la habilidad de George.
ya estoy esperando para que analicen sus poderes y aquello
Paula: F... :ala:el papa de Louise le va a dar un escopetazo
fuerte...okno
me gusto el hecho de que sea viudo.
Tambien el encuentro de Louis y Max...
me dejaste con ganas de mas.
Lizzano: Sin duda me encanto el inicio tanto como el final del capitulo.
Me encanto la forma en que tu pj aun no se adapta a su poder aun debe controlarlo la forma en que el contacto visual con Alaska me dejo abrumada...y bueno ahora quiero mas capitulos
pd: No vuelvo a tener una falta o dejo de llamarme Elizabeth Marianne mason cassanova
aquenisellamabaasi
bai
dragón.
Re: sexto sentido
lo siento wn ;-; no me di cuenta Gen<333Fantasy. escribió:hazlo, total, Lizzie ya narró en presente XDD... creo que soy de lo peor haciendo cumplir las reglasKurt. escribió:¿hay... er... la posibilidad de que me dejen narrar en presente?
Invitado
Invitado
004.
Capítulo 004
no se ve a la primera vista►
Uno, dos, tres, cuatro. La lista continúa, pero mi paciencia no ayuda en nada. Por supuesto que eso es gracias a que nunca he tenido tolerancia. Es tan malditamente desesperante que ese grupo de chicas pasen una y otra vez delante de mí, haciendo intentos absurdos de llamar mi atención: ya sea aleteando sus pestañas —tan postizas que me llenan de repugnancia—, sacudiendo su largo cabello —gracias a las extensiones—, rociándose con un perfume —maldito aroma que casi me hizo estornudar— barato o caro, a mí no me preguntes, o soltando risitas nerviosas. Claramente, no tienen ni idea de lo mucho que en lugar de ganarse mi atención —la consiguieron, lo admito—, se ganaron en mayor parte mi odio. Una fortuna que mi especialidad sea aborrecer a las personas.
Con un gruñido cierro mi libro —uno de acción— de un golpe y me alejo del banco de cemento, debajo de la sombra de un frondoso árbol, e ignoro los quejidos de las chicas. Camino hacia el interior de la institución.
Pasar desapercibido nunca ha sido sencillo en el colegio. Por ello los murmullos y suspiros de todo circunstante se volvieron, al cabo de un rato, meramente soportables. Trato de no hacer contacto visual con nadie, o al menos no en el camino, pues no estoy de humor ni con ganas de iniciar una conversación.
Mi teléfono vibra y lo saco del bolsillo de mis jeans oscuros. Es un mensaje de texto.
¿Hiciste algo malo?
Enviado del móvil de mi hermana mayor, Gemma.
¿Qué demonios?
Con un gruñido cierro mi libro —uno de acción— de un golpe y me alejo del banco de cemento, debajo de la sombra de un frondoso árbol, e ignoro los quejidos de las chicas. Camino hacia el interior de la institución.
Pasar desapercibido nunca ha sido sencillo en el colegio. Por ello los murmullos y suspiros de todo circunstante se volvieron, al cabo de un rato, meramente soportables. Trato de no hacer contacto visual con nadie, o al menos no en el camino, pues no estoy de humor ni con ganas de iniciar una conversación.
Mi teléfono vibra y lo saco del bolsillo de mis jeans oscuros. Es un mensaje de texto.
¿Hiciste algo malo?
Enviado del móvil de mi hermana mayor, Gemma.
¿Qué demonios?
Gotas de lluvia chocan contra las ventanas blindadas de las camionetas negras del asqueroso gobierno. Aprieto mis ojos cerrados y trato de concentrarme en el olor a tierra y plantas mojadas que rodean la carretera por la que estamos pasando, en lugar de los malditos quejidos y lloriqueos de las demás personas que están en el vehículo. Maldita la decisión que tomé de no agarrar el cargador de mi iPhone en la mañana, porque de otro modo, estaría escuchando música y no requiriendo toda mi maldita concentración para hacer oídos sordos.
Pero un sonido me impide seguir quejándome internamente.
Alguien está susurrando, y de alguna forma, esos susurros, su voz, su tono, me están llevando al sueño. Es una especie de melodía que tranquiliza hasta el más pequeño y tenso músculo en tu cuerpo, ese tipo de voz que te llena de alegría y de comodidad con decir una sola palabra.
No puedo escuchar todo lo que está diciendo, pero pequeños fragmentos llegan a mis oídos, cuando me esfuerzo por escuchar con claridad: “todo estará bien… no nos pueden hacer daño… saldremos de esto pronto…”.
Todo a mi alrededor comienza a desvanecerse y me sumerjo en los primeros niveles del sueño, donde me siento desorientado, pero tranquilo y cómodo.
Lágrimas de mi madre llenando sus ojos azules, sus manos jugando con sus dedos nerviosamente, su cabeza asintiendo a lo que fuera que Robin estaba susurrándole en el oído, imágenes que llenan mi cabeza. Sé que ella no quería que nos separaran. Pero Robin, él debió haber dicho algo lo suficientemente sabio como para convencerla de ello. Sigo tratando de imaginar qué, pero si bien ya han sido más de un par de años en los que ha estado casado con mi madre, no lo conozco tan bien.
Y ahora entiendo por qué mi hermana me mandó aquel mensaje de texto.
Ella siempre ha estado para protegerme y puedo apostar que sabía que nada bueno sucedería. Ella trató de advertirme. Estaba a nada de contestarle, pero de inmediato un par de profesores —el del equipo de lucha y el de literatura, lo suficientemente grandes y fuertes como para evitar que saliera corriendo— me rodearon y me pidieron ir a una reunión importante. No forcejeé, no golpeé, no me negué a nada, porque no sabía si en verdad valdría la pena ganarme una sanción por mis impulsos.
Y es por todo lo que ha sucedido, que siempre me guío por mis impulsos.
Abro los ojos y salgo de mi mente cuando detecto el toque de unos dedos fríos entrelazándose con los míos. Es Bea. Sus ojos están cerrados, pero suelta un suspiro cuando aprieto su agarre y paso mi brazo por sobre sus hombros, su cabeza inclinándose en mi hombro.
Me imagino lo que está pensando, lo que está sintiendo por todo lo que ocurrió. Sus mejillas están sonrojadas y su respiración es algo irregular. Está devastada. Y todo esto por sus padres. Por la bruja de su madre y el cobarde de su padre que no tiene las agallas suficientes como para contradecir a su esposa. Imbécil.
Un rostro relampaguea en mi cabeza con aquella palabra. Su padre no es el único imbécil, también lo es alguien que se ha ganado mi odio eterno.
Erick.
Cuando salimos del aula, y muchos estaban enojados, sorprendidos e incluso llorando por la decisión de sus padres, choqué con él. No le hubiera dado tanta importancia, pero entonces reconocí su mata de cabello rubio, sus ojos marrones y su característico aroma a puta barata.
—¿Qué, ya descubrió el mundo los fenómenos que son?
Fue lo primero que salió de sus labios.
Oh, joder. Me contuve, fue un maldito esfuerzo el contenerme para no salir disparado a él y a su rostro de Barbie por ello. No quería un problema con mi madre y mi padrastro presente, pero entonces cometió el error de su vida diciéndole lo siguiente a Bea:
—Yo sé que disfrutarás de tanta atención, rata de laboratorio.
Y entonces no me pude contener más. Mis manos agarraron el cuello de su camisa y lo saqué volando a los casilleros al otro lado del pasillo, sus pies colgando a medio metro del suelo. Mis puños tan apretados que los nudillos ya estaban de un blanco pálido. Tuve la satisfactoria oportunidad de hacerle sangrar la nariz y decirle hasta de lo que iba a morir. Claro, antes de que medio Congreso Estudiantil me tuvo que tomar y apartar de él. Pero no hizo falta más que una mirada de mi parte hacia ellos, para que se alejaran de mí.
Abrazo con un poco más de fuerza a Bea, y suspiro, cerrando los ojos. Nadie nunca le hará daño, nunca más lo permitiré. Tampoco me perdonaré jamás lo que sucedió con Erick. Me tuve que enterar por mi cuenta, y el recordarlo hace que mi corazón y respiración se acelere y mi sangre hierva en furia.
—Ustedes dos son muy unidos, ¿no? —pregunta una voz de chico, que, si no me equivoco, viene del asiento delantero al de nosotros.
Me niego a abrir los ojos. Esa persona no ha dicho ningún nombre en particular.
—Te hablo, chico —insiste la voz.
—Su nombre es Harry —le dice otra voz, esta más dulce y aterciopelada.
—Sí, bueno, Harry —dice en un tono normal, pero enseguida convierte su voz en un susurro—. Ya lo sabía. Sólo no quería que se le subiera el ego si le admito que todo el mundo sabe de él.
—No hace falta que lo admitas, eso ya lo sé —digo y sonrío, sin abrir los ojos aún.
Entonces él bufa y puedo jurar que escuché sus ojos ponerse en blanco.
—Como sea, Harry. Contesta mi pregunta.
Abro mis ojos y los entrecierro, aprieto mi mandíbula. Algo innecesario, pero ya es costumbre. Ni el chico ni la chica demuestran alguna sorpresa en su rostro, supongo que es tan normal para ellos como para mí ponerme a la defensiva en un solo segundo. El chico tiene ojos marrones y cabello castaño, peinado ligeramente hacia arriba. Su frente es ancha, al igual que su sonrisa, y podría apostar que es de esos que gustan de coquetear con las chicas. Por otro lado, la chica tiene el cabello castaño suelto hasta la mitad de su espalda, sus ojos tienen una extraña pero elegante combinación entre un verde con destellos marrones, su tez es blanca, casi pálida. Los puedo reconocer como Matthew Shielf y Alaska Rae.
—Sí, lo somos, ¿por qué?
—No, nada —se encoje de hombros—. Eso que hiciste allá dentro fue… Wow. Te gustan los espectáculos, ¿verdad?
Alaska da media vuelta y vuelve su vista hacia el frente.
Apenas con ello me doy cuenta de que dos hombres —de aspecto fornido y tosco— están sentados en el asiento del piloto y copiloto. Los muy bastardos deben estar para escuchar cualquier cosa que podamos decir o para evitar algún desastre que podamos causar —casi puedo escuchar sus pensamientos de “controlen al chico rizado, puede que esté buscando la manera de volar en mil pedazos las seis camionetas”.
Hijos de puta.
No contesto, y el silencio en el ambiente provoca que Matthew también regrese a sentarse con normalidad.
—¿A dónde nos llevan? —me pregunta Bea.
Un peso en mi estómago se levanta al escuchar su voz.
—A algún tipo de establecimiento a las afueras de la ciudad —contesta alguien—. O puede que a la ciudad vecina o a un pueblo abandonado. ¿Quién sabe? Lo único seguro es que a algún lugar donde nadie pueda llegar fácilmente.
Localizo a la chica que habló, está en el asiento delantero, pero en el lugar opuesto al mío. Sentada al lado de Alaska, ahora me doy cuenta que de ella venían los susurros tranquilizadores.
Tiene puesta la capucha de su sudadera azul marino, y por ello no puedo determinar ningún rasgo de su rostro. Pero por su postura puedo decir que es alta, delgada y está tranquila. O al menos eso puedo deducirlo por el movimiento constante de sus hombros, su respiración es ligera. En cuanto a su voz, es como un pedazo de cielo. Logra el efecto de anestesia que percibí de sus susurros a Alaska.
—¿Cómo lo sabes? —pregunta Bea.
—Es lógico —contesta esta vez, una voz de chico.
Me inclino un poco hacia delante, para notar a Fréderic Chassier, sentado al lado de Bea. A este chico sí que lo conozco. Nos vemos cada vez que alguno de nosotros sale a fumar a las canchas de fútbol del instituto, e incluso hemos llegado a chocarnos cuando entramos o salimos de nuestro local favorito de tatuajes. Claro que, también hemos estado en detención o en la oficina principal, esperando a entrar o ser sancionados por el director del instituto.
Todas las miradas están dirigidas hacia ese par, excepto por la de la chica y por Fréderic. Ambos están metidos en sus asuntos. Antes no lo había notado, pero la chica está escuchando música desde sus audífonos, y si se llega a prestar atención, se puede diferenciar el coro de Lithium, de Nirvana. Por otro lado, Fréderic está de repente interesado, jugando con un cigarrillo entre sus dedos.
—¿Lo es? —pregunta Matthew.
—Claro que sí —responde Fréderic y rueda los ojos.
—Sólo piénsenlo —interviene la chica—, no hace falta ser un genio para eso. ¿Verdad, grandulón? —patea el asiente delantero al suyo, donde uno de los hombres fornidos parece ver hacia el camino, totalmente ajeno a nuestra conversación.
Ella da media vuelta y nos encara.
Su aspecto me deja con la boca seca.
Su cabello largo y oscuro está suelto, a los costados de su rostro. Su tez es pálida y tiene una serie de pecas que le adornan la nariz y alrededor de ella. Sus labios son un poco pequeños, pero bastantes carnosos. Y, por el amor de Dios, sus ojos son azules. Cuando se cruza con mi mirada, juro que nunca sentí a mis extremidades entumecerse como ahora. Su mirada parece congelar a todos, aunque nos esforzamos por disimularlo. Sus ojos dan la impresión de ver todo tu interior, de saber tus pensamientos y sentimientos.
—Estos chicos —señala con el pulgar hacia los hombres— deben asegurarse de tomar varios atajos para hacernos perder el conocimiento de nuestro entorno, evitando que escapemos o algo por el estilo.
Vuelve a dar media vuelta y todos nos quedamos callados. Procesando lo dicho por ella.
Miro hacia los hombres y sorprendo al conductor viendo por el retrovisor hacia cada uno de nosotros.
Pero un sonido me impide seguir quejándome internamente.
Alguien está susurrando, y de alguna forma, esos susurros, su voz, su tono, me están llevando al sueño. Es una especie de melodía que tranquiliza hasta el más pequeño y tenso músculo en tu cuerpo, ese tipo de voz que te llena de alegría y de comodidad con decir una sola palabra.
No puedo escuchar todo lo que está diciendo, pero pequeños fragmentos llegan a mis oídos, cuando me esfuerzo por escuchar con claridad: “todo estará bien… no nos pueden hacer daño… saldremos de esto pronto…”.
Todo a mi alrededor comienza a desvanecerse y me sumerjo en los primeros niveles del sueño, donde me siento desorientado, pero tranquilo y cómodo.
Lágrimas de mi madre llenando sus ojos azules, sus manos jugando con sus dedos nerviosamente, su cabeza asintiendo a lo que fuera que Robin estaba susurrándole en el oído, imágenes que llenan mi cabeza. Sé que ella no quería que nos separaran. Pero Robin, él debió haber dicho algo lo suficientemente sabio como para convencerla de ello. Sigo tratando de imaginar qué, pero si bien ya han sido más de un par de años en los que ha estado casado con mi madre, no lo conozco tan bien.
Y ahora entiendo por qué mi hermana me mandó aquel mensaje de texto.
Ella siempre ha estado para protegerme y puedo apostar que sabía que nada bueno sucedería. Ella trató de advertirme. Estaba a nada de contestarle, pero de inmediato un par de profesores —el del equipo de lucha y el de literatura, lo suficientemente grandes y fuertes como para evitar que saliera corriendo— me rodearon y me pidieron ir a una reunión importante. No forcejeé, no golpeé, no me negué a nada, porque no sabía si en verdad valdría la pena ganarme una sanción por mis impulsos.
Y es por todo lo que ha sucedido, que siempre me guío por mis impulsos.
Abro los ojos y salgo de mi mente cuando detecto el toque de unos dedos fríos entrelazándose con los míos. Es Bea. Sus ojos están cerrados, pero suelta un suspiro cuando aprieto su agarre y paso mi brazo por sobre sus hombros, su cabeza inclinándose en mi hombro.
Me imagino lo que está pensando, lo que está sintiendo por todo lo que ocurrió. Sus mejillas están sonrojadas y su respiración es algo irregular. Está devastada. Y todo esto por sus padres. Por la bruja de su madre y el cobarde de su padre que no tiene las agallas suficientes como para contradecir a su esposa. Imbécil.
Un rostro relampaguea en mi cabeza con aquella palabra. Su padre no es el único imbécil, también lo es alguien que se ha ganado mi odio eterno.
Erick.
Cuando salimos del aula, y muchos estaban enojados, sorprendidos e incluso llorando por la decisión de sus padres, choqué con él. No le hubiera dado tanta importancia, pero entonces reconocí su mata de cabello rubio, sus ojos marrones y su característico aroma a puta barata.
—¿Qué, ya descubrió el mundo los fenómenos que son?
Fue lo primero que salió de sus labios.
Oh, joder. Me contuve, fue un maldito esfuerzo el contenerme para no salir disparado a él y a su rostro de Barbie por ello. No quería un problema con mi madre y mi padrastro presente, pero entonces cometió el error de su vida diciéndole lo siguiente a Bea:
—Yo sé que disfrutarás de tanta atención, rata de laboratorio.
Y entonces no me pude contener más. Mis manos agarraron el cuello de su camisa y lo saqué volando a los casilleros al otro lado del pasillo, sus pies colgando a medio metro del suelo. Mis puños tan apretados que los nudillos ya estaban de un blanco pálido. Tuve la satisfactoria oportunidad de hacerle sangrar la nariz y decirle hasta de lo que iba a morir. Claro, antes de que medio Congreso Estudiantil me tuvo que tomar y apartar de él. Pero no hizo falta más que una mirada de mi parte hacia ellos, para que se alejaran de mí.
Abrazo con un poco más de fuerza a Bea, y suspiro, cerrando los ojos. Nadie nunca le hará daño, nunca más lo permitiré. Tampoco me perdonaré jamás lo que sucedió con Erick. Me tuve que enterar por mi cuenta, y el recordarlo hace que mi corazón y respiración se acelere y mi sangre hierva en furia.
—Ustedes dos son muy unidos, ¿no? —pregunta una voz de chico, que, si no me equivoco, viene del asiento delantero al de nosotros.
Me niego a abrir los ojos. Esa persona no ha dicho ningún nombre en particular.
—Te hablo, chico —insiste la voz.
—Su nombre es Harry —le dice otra voz, esta más dulce y aterciopelada.
—Sí, bueno, Harry —dice en un tono normal, pero enseguida convierte su voz en un susurro—. Ya lo sabía. Sólo no quería que se le subiera el ego si le admito que todo el mundo sabe de él.
—No hace falta que lo admitas, eso ya lo sé —digo y sonrío, sin abrir los ojos aún.
Entonces él bufa y puedo jurar que escuché sus ojos ponerse en blanco.
—Como sea, Harry. Contesta mi pregunta.
Abro mis ojos y los entrecierro, aprieto mi mandíbula. Algo innecesario, pero ya es costumbre. Ni el chico ni la chica demuestran alguna sorpresa en su rostro, supongo que es tan normal para ellos como para mí ponerme a la defensiva en un solo segundo. El chico tiene ojos marrones y cabello castaño, peinado ligeramente hacia arriba. Su frente es ancha, al igual que su sonrisa, y podría apostar que es de esos que gustan de coquetear con las chicas. Por otro lado, la chica tiene el cabello castaño suelto hasta la mitad de su espalda, sus ojos tienen una extraña pero elegante combinación entre un verde con destellos marrones, su tez es blanca, casi pálida. Los puedo reconocer como Matthew Shielf y Alaska Rae.
—Sí, lo somos, ¿por qué?
—No, nada —se encoje de hombros—. Eso que hiciste allá dentro fue… Wow. Te gustan los espectáculos, ¿verdad?
Alaska da media vuelta y vuelve su vista hacia el frente.
Apenas con ello me doy cuenta de que dos hombres —de aspecto fornido y tosco— están sentados en el asiento del piloto y copiloto. Los muy bastardos deben estar para escuchar cualquier cosa que podamos decir o para evitar algún desastre que podamos causar —casi puedo escuchar sus pensamientos de “controlen al chico rizado, puede que esté buscando la manera de volar en mil pedazos las seis camionetas”.
Hijos de puta.
No contesto, y el silencio en el ambiente provoca que Matthew también regrese a sentarse con normalidad.
—¿A dónde nos llevan? —me pregunta Bea.
Un peso en mi estómago se levanta al escuchar su voz.
—A algún tipo de establecimiento a las afueras de la ciudad —contesta alguien—. O puede que a la ciudad vecina o a un pueblo abandonado. ¿Quién sabe? Lo único seguro es que a algún lugar donde nadie pueda llegar fácilmente.
Localizo a la chica que habló, está en el asiento delantero, pero en el lugar opuesto al mío. Sentada al lado de Alaska, ahora me doy cuenta que de ella venían los susurros tranquilizadores.
Tiene puesta la capucha de su sudadera azul marino, y por ello no puedo determinar ningún rasgo de su rostro. Pero por su postura puedo decir que es alta, delgada y está tranquila. O al menos eso puedo deducirlo por el movimiento constante de sus hombros, su respiración es ligera. En cuanto a su voz, es como un pedazo de cielo. Logra el efecto de anestesia que percibí de sus susurros a Alaska.
—¿Cómo lo sabes? —pregunta Bea.
—Es lógico —contesta esta vez, una voz de chico.
Me inclino un poco hacia delante, para notar a Fréderic Chassier, sentado al lado de Bea. A este chico sí que lo conozco. Nos vemos cada vez que alguno de nosotros sale a fumar a las canchas de fútbol del instituto, e incluso hemos llegado a chocarnos cuando entramos o salimos de nuestro local favorito de tatuajes. Claro que, también hemos estado en detención o en la oficina principal, esperando a entrar o ser sancionados por el director del instituto.
Todas las miradas están dirigidas hacia ese par, excepto por la de la chica y por Fréderic. Ambos están metidos en sus asuntos. Antes no lo había notado, pero la chica está escuchando música desde sus audífonos, y si se llega a prestar atención, se puede diferenciar el coro de Lithium, de Nirvana. Por otro lado, Fréderic está de repente interesado, jugando con un cigarrillo entre sus dedos.
—¿Lo es? —pregunta Matthew.
—Claro que sí —responde Fréderic y rueda los ojos.
—Sólo piénsenlo —interviene la chica—, no hace falta ser un genio para eso. ¿Verdad, grandulón? —patea el asiente delantero al suyo, donde uno de los hombres fornidos parece ver hacia el camino, totalmente ajeno a nuestra conversación.
Ella da media vuelta y nos encara.
Su aspecto me deja con la boca seca.
Su cabello largo y oscuro está suelto, a los costados de su rostro. Su tez es pálida y tiene una serie de pecas que le adornan la nariz y alrededor de ella. Sus labios son un poco pequeños, pero bastantes carnosos. Y, por el amor de Dios, sus ojos son azules. Cuando se cruza con mi mirada, juro que nunca sentí a mis extremidades entumecerse como ahora. Su mirada parece congelar a todos, aunque nos esforzamos por disimularlo. Sus ojos dan la impresión de ver todo tu interior, de saber tus pensamientos y sentimientos.
—Estos chicos —señala con el pulgar hacia los hombres— deben asegurarse de tomar varios atajos para hacernos perder el conocimiento de nuestro entorno, evitando que escapemos o algo por el estilo.
Vuelve a dar media vuelta y todos nos quedamos callados. Procesando lo dicho por ella.
Miro hacia los hombres y sorprendo al conductor viendo por el retrovisor hacia cada uno de nosotros.
Hemos llegado y siento un escalofrío recorrer todo mi cuerpo al comprobar lo que dijo la chica. El lugar está desierto, tiene un poco de vegetación, toda ella seca. Pero en el centro de la colina enfrente de nosotros, hay un par de edificios unidos por nada más que unos pasillos. Todo está sin pintura, puro cemento en sí. Los edificios son gigantes y tienen aspecto sombrío, terrorífico. Pero como puedo notar, las personas de aquí tienen un sentido del humor especial, puesto que se encargaron de tener pasto verde y bien podado, con unas cuantas flores, rodeando el perímetro de los edificios. No hay ninguna señal de vida en por lo menos, diez kilómetros de radio. Estamos en el medio de la nada.
Las seis camionetas que nos transportaron a cada uno de nosotros entran en fila por un sendero —lleno de grava— hecho en medio de todo el pasto muerto. La primer camioneta se detiene a unos pocos metros de la entrada y empiezan a bajarnos, los dos hombres grandulones a cada lado de la puerta.
Soy el último en bajar, de la última camioneta, y apenas lo hago, una brisa me da la bienvenida. Maldigo en lo bajo, arrepintiéndome de no haber tomado un abrigo de mi casa en la mañana. Como si hubiese sabido que esto sucedería.
El cielo está nublado, con nubes enormes y grises tapizando toda la superficie, varios relámpagos hacen presencia en un segundo y desaparecen tan pronto como aparecieron. Al menos, me digo, hay teléfonos. Lo puedo asegurar por las torres que conectan el cable —que parece infinito— de teléfono y siguen una línea recta, pero no puedo decir dónde terminan y dónde comienzan.
—Una lástima no saber que el clima estaría así, ¿no?
Me doy media vuelta y me encuentro con la chica. Es sólo unos centímetros más baja que yo, pero de repente me siento insignificante a su comparación.
—Sí, lástima que no predigo el futuro, ¿tú sí? —le pregunto y aunque trato de sonar confiado, me castañetean los dientes.
Puto viento.
—Tampoco —contesta con una sonrisa—. Más bien… Tengo una habilidad mejor.
Arqueo las cejas y ella señala hacia el hombre que estaba sentado enfrente de ella en la camioneta. El hombre traga saliva, entrecierro los ojos, y me siento estúpido por no haberlo notado antes: está sudando, y sus manos están jugando entre sí nerviosamente. Sus piernas parecen de gelatina cuando nos atrapa viéndolo directamente. Pero no es por mí, es por ella, por la chica.
—¿Cómo te llamas?
Me quiero golpear por no soportar mi curiosidad.
—Cleo.
Asiento con la cabeza. Ahora mis brazos están cruzados sobre mi pecho, y cuando miro hacia el hombre, se está limpiando la frente con un pañuelo.
—¿Qué fue lo que le hiciste?
—Alteración de la realidad.
La sencillez con la que contesta me deja boquiabierta.
—¿Cómo fue que descubriste lo que iba a hacer?
—Puedo hurgar un poco en los pensamientos de los demás, te habrás dado cuenta ya con la mirada que les dirigí dentro, en la camioneta.
Cuando estoy a punto de preguntar algo más, echa una mirada a nuestro alrededor y se asegura de que nadie esté lo suficientemente cerca para escuchar, pero por si acaso, me toma del brazo —ahora me siento como el hombre, con mis piernas de gelatina— y me aparta unos cuantos pasos de los demás. Unos cuantos guardias nos miran, pero no se molestan en decirnos que no nos alejemos. Como si fuéramos a escapar. Já.
—Eres muy curioso, lo sé, lo sabes —dice apresuradamente, dándome la impresión de que ingirió demasiada cafeína—. Y como sé cosas que te podrían interesar, te diré lo que nadie sabe.
Asiento. Me pregunto si sabe lo nervioso que me pone…
—Dije todo lo que pensaba en voz alta, ¿cierto? Así como también provoqué ese aspecto de niño cagado en el hombre de la camioneta. La cosa es… Nos estaban vigilando, Harry. Parecían muy ajenos a nosotros, pero nos estaban grabando. Se comunican a través de micrófonos y audífonos color carne, que sirven como camuflaje con su carne. Todo lo que dijiste, lo que dijeron todos, lo que dije yo, se pasó a través de ese sistema, y todos los hombres que nos acompañaban a todos en las camionetas, lo escucharon.
Apenas puedo prestar atención a lo serio que es todo lo que me está diciendo, pues estoy más ocupado sorprendiéndome por lo observadora e inteligente que es.
Bea busca alrededor y cuando me encuentra, me mira intensamente, pero me obligo a no decirle que se acerque. No creo que a Cleo le gustaría compartir todo esto y tan rápido a los demás. Luce ser el tipo de persona recelosa respecto a sus descubrimientos, mientras estos no sean concretos. Pero estoy seguro de que nos dirá todo a todos una vez que esté cien por ciento segura de ello.
—Y, por cierto —continúa—, ahora mismo también nos están observando.
—¿Qué? Lo sé, esos grandulones parecen en vela por nosotros.
—Sí, bueno, pero no me refería sólo a ellos. Mira hacia allá arriba —señala una de las torres de cables de teléfono—, y te darás cuenta.
Ella da media vuelta y se une a los demás chicos y chicas, dejándome solo, inestable en cuanto a mis extremidades y congelándome. Pero antes de ir con Bea, fijo mi vista hacia donde Cleo apuntó. La sangre hierve en mis venas cuando noto un pequeño punto rojo parpadeante a la lejanía, atrapado en una esquina de la torre más cercana a mí. El dispositivo no se puede notar a primera vista, puesto que está diseñado especialmente para camuflarse con el entorno.
Una cámara de seguridad.
Las seis camionetas que nos transportaron a cada uno de nosotros entran en fila por un sendero —lleno de grava— hecho en medio de todo el pasto muerto. La primer camioneta se detiene a unos pocos metros de la entrada y empiezan a bajarnos, los dos hombres grandulones a cada lado de la puerta.
Soy el último en bajar, de la última camioneta, y apenas lo hago, una brisa me da la bienvenida. Maldigo en lo bajo, arrepintiéndome de no haber tomado un abrigo de mi casa en la mañana. Como si hubiese sabido que esto sucedería.
El cielo está nublado, con nubes enormes y grises tapizando toda la superficie, varios relámpagos hacen presencia en un segundo y desaparecen tan pronto como aparecieron. Al menos, me digo, hay teléfonos. Lo puedo asegurar por las torres que conectan el cable —que parece infinito— de teléfono y siguen una línea recta, pero no puedo decir dónde terminan y dónde comienzan.
—Una lástima no saber que el clima estaría así, ¿no?
Me doy media vuelta y me encuentro con la chica. Es sólo unos centímetros más baja que yo, pero de repente me siento insignificante a su comparación.
—Sí, lástima que no predigo el futuro, ¿tú sí? —le pregunto y aunque trato de sonar confiado, me castañetean los dientes.
Puto viento.
—Tampoco —contesta con una sonrisa—. Más bien… Tengo una habilidad mejor.
Arqueo las cejas y ella señala hacia el hombre que estaba sentado enfrente de ella en la camioneta. El hombre traga saliva, entrecierro los ojos, y me siento estúpido por no haberlo notado antes: está sudando, y sus manos están jugando entre sí nerviosamente. Sus piernas parecen de gelatina cuando nos atrapa viéndolo directamente. Pero no es por mí, es por ella, por la chica.
—¿Cómo te llamas?
Me quiero golpear por no soportar mi curiosidad.
—Cleo.
Asiento con la cabeza. Ahora mis brazos están cruzados sobre mi pecho, y cuando miro hacia el hombre, se está limpiando la frente con un pañuelo.
—¿Qué fue lo que le hiciste?
—Alteración de la realidad.
La sencillez con la que contesta me deja boquiabierta.
—¿Cómo fue que descubriste lo que iba a hacer?
—Puedo hurgar un poco en los pensamientos de los demás, te habrás dado cuenta ya con la mirada que les dirigí dentro, en la camioneta.
Cuando estoy a punto de preguntar algo más, echa una mirada a nuestro alrededor y se asegura de que nadie esté lo suficientemente cerca para escuchar, pero por si acaso, me toma del brazo —ahora me siento como el hombre, con mis piernas de gelatina— y me aparta unos cuantos pasos de los demás. Unos cuantos guardias nos miran, pero no se molestan en decirnos que no nos alejemos. Como si fuéramos a escapar. Já.
—Eres muy curioso, lo sé, lo sabes —dice apresuradamente, dándome la impresión de que ingirió demasiada cafeína—. Y como sé cosas que te podrían interesar, te diré lo que nadie sabe.
Asiento. Me pregunto si sabe lo nervioso que me pone…
—Dije todo lo que pensaba en voz alta, ¿cierto? Así como también provoqué ese aspecto de niño cagado en el hombre de la camioneta. La cosa es… Nos estaban vigilando, Harry. Parecían muy ajenos a nosotros, pero nos estaban grabando. Se comunican a través de micrófonos y audífonos color carne, que sirven como camuflaje con su carne. Todo lo que dijiste, lo que dijeron todos, lo que dije yo, se pasó a través de ese sistema, y todos los hombres que nos acompañaban a todos en las camionetas, lo escucharon.
Apenas puedo prestar atención a lo serio que es todo lo que me está diciendo, pues estoy más ocupado sorprendiéndome por lo observadora e inteligente que es.
Bea busca alrededor y cuando me encuentra, me mira intensamente, pero me obligo a no decirle que se acerque. No creo que a Cleo le gustaría compartir todo esto y tan rápido a los demás. Luce ser el tipo de persona recelosa respecto a sus descubrimientos, mientras estos no sean concretos. Pero estoy seguro de que nos dirá todo a todos una vez que esté cien por ciento segura de ello.
—Y, por cierto —continúa—, ahora mismo también nos están observando.
—¿Qué? Lo sé, esos grandulones parecen en vela por nosotros.
—Sí, bueno, pero no me refería sólo a ellos. Mira hacia allá arriba —señala una de las torres de cables de teléfono—, y te darás cuenta.
Ella da media vuelta y se une a los demás chicos y chicas, dejándome solo, inestable en cuanto a mis extremidades y congelándome. Pero antes de ir con Bea, fijo mi vista hacia donde Cleo apuntó. La sangre hierve en mis venas cuando noto un pequeño punto rojo parpadeante a la lejanía, atrapado en una esquina de la torre más cercana a mí. El dispositivo no se puede notar a primera vista, puesto que está diseñado especialmente para camuflarse con el entorno.
Una cámara de seguridad.
- jdshkfhdsk:
So... No sé, me encantó.:c Me enamoré de mi Cleo.<3 Pero eso, en cuanto a mi geme, lizzie y rashu, espero que no les haya molestado cómo manejé a sus bebés. D: y bueno, eso. espero sus comentarios. :fry:muchos, por fa.:c <3
bai. sigue Nana99.(?)
Kurt.
Re: sexto sentido
Geme, me encantó que hayas incluido a Fréderic, no me lo esperaba(?) Por mí puedes incluirlo como te guste ya que sabes como son mis pj's, lol. El capítulo estuvo genial, ya lo sabes y me gustaron esos pajaritos que conseguiste como separadores(?) AJAJAJAJJA, olvídalo plz. Esperaré a Nana mientras escribo mi capítulo. Desde ya aviso que no tengo Word así que no tendré ni puta idea de que tan largo serán mis capítulos, sólo los haré tan largos como me salgan, lo cual espero no sea muy corto para su gusto.
Invitado
Invitado
Re: sexto sentido
Oh, joder Deyanirita.
Amo tanto tu escritura, y tu capítulo fue awesom. *---*
Me gustó las habilidades de Cleo y Harry tan ¿interesado en ella? xd.
Ya, ya. Fue genial. <333
Espero tu capítulo Nana.
Amo tanto tu escritura, y tu capítulo fue awesom. *---*
Me gustó las habilidades de Cleo y Harry tan ¿interesado en ella? xd.
Ya, ya. Fue genial. <333
Espero tu capítulo Nana.
Invitado
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