Story of my life} Colectiva.

El chico comenzó a acomodar los libros en sus respectivos lugares casi sin prestar atención a su trabajo —el cual en realidad le estaba resultando existosamente sin pizca alguna de esfuerzo —, porque en realidad su atención estaba traída por otra cosa. Una persona, en realidad. Jamás imaginó que trabajar en la biblioteca con la idea de ganar dinero extra le daría algo tan satisfactorio, tan perfecto. Ella. Casey.

Cada mañana, antes del instituto, ella pasaba por la biblioteca en la que casualmente el chico trabaja. Aunque no claramente antes de la entrada al instituto, en realidad lo hace en la tarde. ¿Qué hace allí? Cuando descubrió que Casey pasaba en la mañana no dudo en preguntar a  la bibliotecaria si podía trabajar horas extras, quien encantada aceptó y le dio un aumento.
Ella no era una clase de chica, era simplemente…Casey.

No podía dejar de pensar en ella desde hace bastante tiempo, en realidad demasiado. La primera vez que la vio fue de pura y santa casualidad, solo era un chico de dieciséis años, ella tenía trece en ese entonces. Era una tarde completamente lluviosa y el al haber peleado con sus padres decidió salir, con solo una capucha.

Entonces, caminando por la calle, una chica le llamó la atención. Ella caminaba casi sin darse cuenta como la lluvia caía a su alrededor. No llevaba paraguas, no llevaba capucha; en realidad no se cubría con nada. Lo que más le gustó de ella, fueron sus ojos. Los tenía sorprendentemente azules, de un azul impactante y que no podías dejar de mirar. Además de que era impresionante el brillo que poseían, pero tenía la mirada tan perdida en la mismísima nada que no se reflejaba nada en ellos. O en realidad, estaban cargados de sentimientos, pero todos imposibles de descifrar. Y su mirada era tan profunda como un océano en plena tormenta.

Y cuando la vio cruzar la calle sin mirar a los lados su corazón se detuvo. Un auto venía a toda velocidad, y le tocaba la bocina, indicando una cosa.
No podía parar, y ella debía apartarse del camino.

Pero Casey no notaba absolutamente nada, y cuando se dio cuenta, hubiera sido demasiado tarde si él no se hubiera lanzado y la hubiera tirado al suelo, lejos del auto y con él encima, pero técnicamente le salvó la vida.
Ella obviamente había olvidado a aquel chico, pero ella permaneció meses en su cabeza. Solo era un adolecente, pero esa chica se había adueñado de sus pensamientos sin su permiso. Y él solamente quería sacarla, y cuando lo estaba logrando, las vueltas de la vida volvieron a unirlos.

Había pasado un año desde el incidente, y Dylan había conseguido una novia, la cual era bailarina de ballet, y en uno de sus tantos recitales, le pidió asistir. El chico decidió hacerlo, y más tarde terminó orgulloso de su decisión. En aquel escenario, sus ojos en vez de ir hacia la figura de su novia Kara, se fijaron en la más pequeña de las bailarinas, pero sin duda  la con más sentimiento y con un talento inigualable.

Desde allí, se volvió su pasatiempo, o mejor dicho, su vida, ir a verla bailar. Siempre sentado en la última fila de asientos, con la intención de no ser notado, algo que al final se le había dado bastante bien.
Terminó de meter los libros que le quedaban en sus lugares correspondientes y volvió a dirigir su mirada hacia la hermosísima Casey, quien se despedía de la bibliotecaria moviendo su mano de un lado a otro y saliendo de la biblioteca.
Se dirigió hacia su jefa, confundido.

—¿Ya han tocado el timbre? —indagó, con una ceja levantada. La mujer asintió con una sonrisa y le dijo que ya podía retirarse para ir a sus clases. El tiempo había pasado demasiado rápido, pues Casey lo distraía de cualquier cosa adueñándose de sus pensamientos.

Comenzó a caminar por los pasillos del instituto, en este momento, plagados de estudiantes. Se dirigió a su primera clase, la cuál era Matemáticas, algo en lo que le iba excelente sin siquiera estudiar.
En realidad, Jake era bastante inteligente y se esforzaba muchísimo en tener un promedio alto y resaltante, pues los estudios eran algo importante para él.

Se adentro en la batahola que cualquiera llamaría clase. Al parecer el profesor no podría llegar ese día y no pudieron conseguir alguna persona para remplazarlo. 3 horas libres, prácticamente.
El griterío y bullicio dañaban sus oídos, además de lo…apasionados que se encontraban algunos de sus compañeros. Casi tragándose en media sala.

Se sentó en un banco del final y sacó un pequeño diario que el guardaba. Primero se percató de que nadie lo estuviera observando; y luego comenzó a escribir.

A veces siento que es algo enfermizo lo que siento por ti. Siento que cada vez estoy volviéndome más loco, y es algo imposible de evitar. El delirio de solo pensarte me hace sentir dichoso, y la manera en la que sonríes hace que mi corazón despierte de una profunda siesta. Una siesta de la cuál suelo puede ser despertada con tu presencia en mi vida. Y duele muchísimo que tú pienses que jamás tendrás a alguien que te ame. ¿Acaso no me has notado, Casey? Pues estoy aquí, entregándote cada pedazo de mi inseguro corazón para que juegues o incluso lo rompas, pero estoy dispuesto a ello porque te amo. Con cada uno de tus defectos, que para mí son virtudes. Y con cada uno de tus extraños hábitos. Si tan solo pudiera acercarme a ti, y decirte lo que siento. Si tan solo pudiera acariciar tu cabello en la noche y te duermas en mis brazos. Si tan solo podría ser yo quien te consolara de cada desgracia y decirte que todo estará bien, que las cosas mejorarán. Mírame, Casey, mírame con tus hermosos ojos azules y dame la oportunidad de hacerte feliz. Porque eso es lo único que quiero.

Suspiró fuertemente y se dio cuenta de que su mano temblaba, como cada vez que escribía algo expresando sus sentimientos por ella en aquel íntimo diario. Ni siquiera había notado de que sus ojos estaban a punto de derramar lágrimas hasta que sintió la primera deslizarse por su mejilla. Se la limpió, sin dejar rastro alguno de ella y guardó el diario en su mochila. Sin que ninguno de sus compañeros se diera cuenta, salió de la clase.

Salió al patio del instituto y se posó bajo un gran árbol, sentándose con su espalda apoyada en él y su cuerpo sobre el pasto.

—Dios, Casey. ¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible que te ame tanto? —suspiró una vez más, pero en esta ocasión fue casi un gruñido. Estaba tan enojado consigo mismo. ¿Por qué? Porque era un cobarde y sabía que jamás lograría dar el paso que tanto quería con Casey. Sabía que si intentaba hablarle no saldría ninguna palabra de su boca y sabía que aunque intentara no amarla, eso era imposible.