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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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Sufriendo en el Silencio Joe y Tu TERMINADA
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Sufriendo en el Silencio Joe y Tu TERMINADA
CAPITULO 18
―¿Cómo te sientes? ―preguntó.
―He estado mejor.
Asintió con la cabeza, sus labios formando una línea delgada y apretaba su mandíbula.
―Lo siento mucho ―dijo, tomando mi cara y acariciando el párpado de mi ojo izquierdo. Se inclinó y cerré mis ojos. Dio un perfecto beso dulce en mi párpado izquierdo antes de poner uno más en mis labios.
¿Por qué tenía que ser tan hermoso? ¿Las decisiones serían más fáciles si él era menos atractivo? No pensé que lo serían. Mis sentimientos por Joe, aunque confusos y ciertamente destructivos, eran más profundos que las apariencias físicas. Todo el dolor que me causó, todo el terror que viví, era nada comparado con la angustia de no saber lo que pasaría si fuera a encontrarme a mí misma sin él.
―Bésame ―dije en voz baja, pero rápidamente modifiqué la solicitud―. Bésame como lo harías si estuviéramos libres de este lugar. Bésame como si quisieras hacerme creer que nunca me dejarías."
Su sonrisa cayó, pero sus ojos permanecieron satisfechos. Una de sus grandes manos tocó mi rostro, metiendo mi cabello detrás de la oreja y rozando mi mejilla.
―En un segundo quiero que cierres los ojos ―dijo―. Quiero que finjas que estás en cualquier lugar pero no aquí conmigo.
―Joe... ―comencé a protestar, pero un dedo silenció mis labios.
―¿Por favor? Por favor, hazlo por mí. Si aún quieres que te bese cuando haya terminado, entonces estaré encantado de hacerlo.
Asentí con la cabeza y cerré los ojos, respirando profundamente. Sentí su aliento en mi cara, olía el dulce aroma de la canela y me relajé, tratando de imaginar que estaba en cualquier parte, pero en su cuarto. Manos recorrieron mi cuerpo, besos cayeron al azar en mi piel. Me imaginé de regreso a mi habitación en Dover, las paredes de color amarillo pálido, sábanas y cortinas blancas. El sol estaba sobre mí, entrando por las ventanas, y tal vez estaba en la cama con un antiguo amante. Pero nadie me había explorado como este hombre. Nadie se había tomado el tiempo de aprender mi cuerpo como éste. Él sabía exactamente dónde besarme, dónde tocarme. Podía sentir sus besos en mis costillas, sus manos en mi cintura.
Lo intenté de nuevo. ¿Quién era el actor rubio del que mis amigas y yo nos habíamos enamorado durante el verano? Su actuación había sido menos que estelar, pero su rostro se había formado para ello. Pero sus labios estaban llenos como los que besaban mi piel. Sus pestañas no eran lo suficientemente largas como para hacerme cosquillas en mi cuello mientras mordía ligeramente en mi pulso.
No, ningún actor lo haría. Tendría que ser alguien que conocía. Traté de imaginar al profesor Vaughn, el increíblemente apuesto y asombrosamente brillante profesor de historia de la escuela. Nos habíamos coqueteado tantas veces en su oficina después de clases. Siempre me paraba para conseguir sus notas de clase, fingiendo que no había captado todas sus palabras ese día. En ese entonces había imaginado cómo se sentiría besar al profesor Vaughn, pero nunca, ni siquiera en mis más locas fantasías, él había sido alguna vez como éste experto. Sólo que no parecía el tipo de hombre que supiera cómo cuidar de una mujer. Me habría dejado ser la dominante. Joe nunca lo permitiría. Mi placer parecía no venir antes de él, y la forma en que me tocaba me hacía creer que siempre lo haría, dentro y fuera de la cama.
―¿Joe? ―susurré, mi visión seguía oscura detrás de mis párpados―. Bésame.
Sus labios lentamente dejaron mi estómago y lo sentí situarse por encima de mí. Mantuve mis ojos cerrados, esperando que no se tratara de hablarme, esperando que hiciera lo que pedí. Sentí su aliento cálido en la esquina de mi boca justo antes de que me besara. Besó mi labio inferior, luego el superior, y finalmente selló mis labios con los suyos.
Sentí su mano en mi pelo. Su lengua pasando ligeramente por encima de la mía. Sentí su corazón latiendo contra mi pecho, el peso de su cuerpo asegurandome en la cama. Podía imaginar que estaba de vuelta en mi habitación, podía imaginar que estaba en la playa en Florida, podía imaginar que estaba en un hotel de lujo con los colchones de lujo y ropa de cama caros. Pero no podía imaginar a Joe ser nadie más que Joe. Yo era suya. Totalmente y completamente.
Su beso se quedó el tiempo suficiente para que derramara una sola lágrima de felicidad y resolución. Pero él se apartó de repente y mis ojos se abrieron. Su rostro se volvió hacia la puerta y se esforzaba por oír algo.
―¿Qué es eso?
―Ray ha vuelto.
―¿Qué vas a hacer? ―pregunté, y llegando y colocando mi palma contra su mejilla.
―Hablar con él. ―Parecía estar animándose a hacer algo que instintivamente se oponía a hacerlo.
―Me quedaré aquí ―sugerí, sin querer ver lo que los dos hombres discutirían.
―No. ―Joe negó con la cabeza, tratando de alcanzar mi mano contra su rostro y besando mi muñeca antes de bajar mi brazo―. Vendrás conmigo. No te dejaré sola, no con Marshal alrededor.
―Marshal no haría...
―_______________―me interrumpió―. No te estaba dando una opción.
Le fulminé con la mirada, pero vi cómo miraba angustiado.
―Vamos a terminar con esto ―dijo, besando rápidamente la punta de mi nariz antes de empujarse lejos de mí y saltar de la cama. Abrió un cajón de su cómoda y me lanzó una camisa, la cual me puse.
Joe me esperaba sonriendo junto a la puerta. Había visto su sonrisa sincera y esto no era todo. Estaba escondiendo algo. Tal vez fue el miedo o la ansiedad. Fuera lo que fuese, no estaba haciendo nada para calmar mis nervios. Traté de poner buena cara por él mientras tomaba su mano y lo seguí fuera de su habitación y a la planta baja.
Vi a Marshal primero. Se sentó en el sofá, mirando la televisión, sus brazos y piernas tensas, sus manos agarrando una de las almohadas del sofá. Él me miró de arriba abajo, frunció el ceño cuando vio mi cara, y luego volvió a mirar la televisión.
Miré alrededor de la sala de estar, pero Ray no estaba allí. Marshal no me miró otra vez lo que casi me rompió el corazón. Me sentí como si le debiera mucho. Estaba dispuesto a renunciar todo por mí y yo no podía hacer nada a cambio. El agarre de Joe en mi mano se tensó y mi mirada se apartó de Marshal. Ray estaba caminando de la cocina, sus ojos rojos, con una sonrisa divertida en su rostro. Me di cuenta por su expresión y la forma en que se tropezaba con el piso que estaba borracho. Todo esto no era sorprendente. Lo que me sorprendió fue quién le siguió hasta la sala de estar. Ella era joven, tal vez con veintiuno o veintidós años, con el pelo largo y castaño que colgaba recto hasta la cintura. Sus ojos azules estaban llenos de mucho maquillaje negro y sus labios eran una sombra brillante de color rojo. Era alta, probablemente seis o siete centímetros más alta que yo, pero con sobrepeso de por lo menos treinta libras, lo que resaltaba de sus jeans ajustados y una camisa recortada. Sus ojos azules brillaron y nos sonrió.
―Hola, soy Carla ―dijo ella, extendiendo la mano y dando unos pasos en dirección a nosotros.
Saqué mi mano de Joe y tomé la de ella, no por cortesía sino por costumbre.
―Soy _______________―dije, confundida por la situación.
Carla sonrió y pude oler el alcohol en su aliento. Joe miró a Ray con el ceño arrugado y apretó la mandíbula. Di un pequeño paso lejos de él para que pudiera ver lo que iba a decir.
―¿Qué demonios estás haciendo, Ray? ―A Joe no parecía importarle que yo estuviera a su lado.
―Tener una fiesta ―sonrió Ray y levantó una botella de licor―. ¿Quieres un trago?
Miré a Joe. Sus brazos estaban rígidos a su lado y él negó con la cabeza lentamente.
―Más para mí y para Carla, entonces. Mi patético hermano no quiere tampoco. ―Ray rodó sus ojos y tomó un trago de su botella. Me quedé mirándolo. Su indiferencia era intimidante y no sabía lo que iba a hacer a continuación. La botella cayó de sus labios y miró a Joe con una expresión molesta. ¿Qué había dicho?
―¿Por qué otra cosa la traería de vuelta aquí? ―Ray llegó a Carla y la atrajo hacia él. Sus manos recorrieron su espalda y golpeó con fuerza su trasero. Carla saltó, pero se rió y acarició su pecho.
―Hablando de eso. ―Ray miró lejos de Joe y a la chica en sus brazos―. Creo que debemos llegar arriba.
Carla se rió de nuevo y comenzó su camino. Joe le permitió marchar, pero agarró el brazo de Ray al pasar. No podía ver lo que estaba diciendo, pero Ray sonrió.
―No, Joe. Ya lo jodiste cuando decidiste desarrollar sentimientos por ella. ―Sus ojos me miraron y amplió su sonrisa―. ¿Qué le hiciste a su ojo, de todos modos? Creí que te preocupabas por ella.
Joe soltó el brazo de Ray y apartó la mirada. No entendía de lo que Ray había estado hablando. Él no le había hecho nada a mi ojo y pensé sobre lo que había sucedido ayer, con la esperanza de sentir lo que estaba mal. Pero no sentí nada fuera de lo normal y bajé mis manos, mirando alrededor y preguntándome qué hacer a continuación. Joe me miró con una mezcla de tristeza y esperanza.
―¿Tienes hambre?
Negué con la cabeza, mirándolo fijamente y con la esperanza de alguna claridad. ¿Estaba Ray dejándome ir? ¿Estaba él mismo dejando que me fuera? ¿Por qué si no iba a traer a una extraña en la casa y dejar que me vea?
―¿Quieres comer algo si lo hago por ti?
―Que no sea atún ―dije rápidamente.
Su cabeza hizo un gesto hacia la cocina y le seguí, sentándome en la mesa y sonriendo cuando Marshal se sentó a mi lado. Aún parecía preocupado y asustado.
―¿Estás bien? ―preguntó, mirando a Joe para ver si él se opondría.
―Estoy bien.
―Te oí gritar... ―Me sorprendió que intentara esta conversación con Joe todavía en la habitación.
Era mi turno de mirar a Joe. Abrió armarios y tomó algo, pero su cabeza estaba ligeramente girada hacia nosotros.
―Estoy bien ―repetí―. ¿Conoces a esa chica?
Marshal negó con la cabeza.
―No sé por qué la trajo aquí. Él está actuando como un chiflado.
Empecé a abrir la boca para decir algo, pero la cabeza de Marshal de pronto se apartó de mí, con los ojos fijos en el techo. Miré a Joe. Tenía la vista fija en el mismo lugar. Los dos hombres se miraron entre sí y algo pasó entre ellos que no entendí.
―¿Qué? ―pregunté, mirando a Joe―. ¿Qué pasó?
―Nada. No te preocupes por eso. ―Joe sonrió y me trajo un bocadillo. Pavo. Mucho mejor.
Marshal se sentó a mi lado mientras comía. Él se estremecía de vez en cuando y en un momento empezó a levantarse, pero Joe le lanzó una mirada de advertencia y se dejó caer en su asiento, con una expresión de dolor en su rostro. Intenté de nuevo preguntar qué estaba molestándoles, pero no me decían qué estaba mal, terminé de comer, empujando mi plato y cruzando los brazos en derrota. Joe tomó mi plato y el suyo, enjuagándolos y los puso en el fregadero. Se volvió lentamente y miró a Marshal.
―¿Vas a estar bien?
Pude ver a Marshal asintiendo con la cabeza en mi periferia.
―No hagas nada. Ella estará bien. ―Pero no se veía como si él mismo lo creyera―. Será mejor si nos mantenemos lejos de eso.
¿Estaba hablando de mí? ¿O estaba hablando de Carla? De repente tenía sentido y miré al techo, donde la habitación Ray debía estar. ¿Qué estaba haciendo con ella allá arriba? Me estremecí al pensar en él teniendo sexo con ella, sabiendo lo asqueroso y repugnante que había estado esa noche en el sótano.
Marshal se apartó de la mesa, la silla se cayó mientras se levantaba y salió de la habitación.
Me puse de pie también.
―Joe, ¿qué está pasando?
―Nada ―suspiró―. No tienes que tener miedo de él.
Parpadeé, frustrada por su percepción. Había querido parecer curiosa, no asustadiza. Pero temor es exactamente lo que era. Podía ver las reacciones de los dos hombres que estaban en la habitación conmigo, pero sin saber lo que estaba haciéndolos saltar y estremecerse me estaba asustando más que nada. La confusión y el miedo me envolvían como una serpiente, enroscándose su camino hasta mi cuerpo y poco a poco apretándome hasta la muerte.
Joe tendió su mano.
―Vamos arriba. Hablaremos.
¿Hablar? ¿Desde cuándo Joe quería hablar? Era como tirarse los dientes, el otro día traté de convencerlo a responder siete preguntas sencillas. Pero si quería hablar, estaba con todo para él. Sonreí y caminé alrededor de la mesa, tomé su mano y lo seguí con entusiasmo de la cocina y a través de la sala de estar. Marshal no estaba a la vista y supuse que se había ido a su habitación. Joe dio vuelta a la esquina de su dormitorio, pero me detuve una vez que llegamos a lo alto de la escalera.
―¿Puedo ducharme? ―pregunté, tirando contra su mano mientras trataba de alejarse de mí.
Se volvió lentamente, con una mirada de preocupación en sus ojos.
―No ―dijo, moviendo la cabeza―. Realmente no creo que deberías...
―¿Puedo lavarme los dientes, por lo menos?
Joe miró por el pasillo. Lentamente, asintió con la cabeza y me llevó al cuarto de baño. Cerré la puerta detrás de mí y tomé una respiración profunda. Sabía que él estaba justo fuera y esperando con impaciencia, así que tomé mi cepillo de dientes del mostrador y unté un poco de pasta de menta en las cerdas. Me lavé la cara y abrí la boca en estado de shock cuando me miré en el espejo. Finalmente entendí lo que todos habían estado mirando, a lo que Ray se había estado refiriendo. En mi ojo izquierdo, justo al lado del centro color gris, estaba una mancha roja del tamaño de un borrador de lápiz. Supe lo que era al instante en que lo vi. Había llorado tanto que un vaso sanguíneo se había reventado. Se veía horrible y tuve que dar la espalda al espejo para no mirarla.
Abrí la puerta y tomé la mano de Joe, manteniendo mis ojos en el suelo y caminando detrás de él. Llegamos a la habitación y entramos. Me fui directamente a la cama, me acurruqué de espaldas a él y cerré los ojos. Había sido difícil perdonar a Joe ese mismo día y sabía que no debería haberlo hecho. Pero ahora había pruebas de que él me había hecho daño, no físicamente, sino emocionalmente. Había perdido mi confianza, la poca que tenía, y la mancha roja en mi ojo era una prueba tangible de que estaba loca por estar enamorada de él.
¿Es cierto que no puedes evitar enamorarte de alguien? Siempre pensé que iba a tener cierto control sobre ello, tener algo qué decir sobre a quién le daría mi corazón, pero está claro que no lo hice. Al menos sabía que el amor nunca era suficiente. Puedes amar a alguien con todo tu corazón, y aún así saber que nunca iba a funcionar. Nunca funcionaría lo mío con Joe. Todas, todas las circunstancias estaban en contra nuestra. Pero sabía que no era lo suficientemente fuerte como para dejarlo ir. Estaba impotente. Impotentemente enamorada de él, enamorada de alguien que me había hecho daño, enamorada de alguien que probablemente me haría daño otra vez. Necesitaba ayuda, pero no la quería. Todo lo que quería era a Joe.
Lo sentí volverme sobre mi espalda, sus dedos suavemente se deslizaron sobre mis párpados como siempre lo hacía cuando quería que mirara. Pero los mantuve cerrados, sabiendo que mi ojo sería un recordatorio del dolor que me había infligido. No sé por qué lo protegía de su propia culpa, probablemente porque no quería sentir las emociones de perdonarlo de nuevo.
Esperó un minuto, acariciando mi sien y, finalmente, besando mis párpados. Podía sentir que estaba diciéndome algo. Sus labios se movían y su aliento era cálido sobre mi frente. Sus labios bajaron por mi rostro y encontró mis labios, besando suavemente. Me envolvió con fuerza entre sus brazos protectores, pero suaves, tal como lo quería.
Abrí los ojos y traté de sonreír.
―Lo siento mucho, ______________. No sabes cuánto lo siento.
Asentí con la cabeza.
―Joe... ―empecé a hablar, pero me contuve. No necesitaba oírme decir cómo me sentía.
Él ya lo sabía.
―¿Qué le dijiste a Ray más temprano hoy? ¿La cosa que no querías que mirara?
Joe me miró y sonrió eventualmente.
―Si yo hubiera querido que supieras, te hubiera permitido ver.
Le devolví la sonrisa.
―Ya lo sé. Pero te lo estoy pidiendo ahora.
Le dije algo que sabía que lo molestaría. Le dije algo que sabía que lo haría odiarme y querer irse.
―Pero, ¿qué era?
Joe me miró fijamente. No quería decirme, pero quería que confiara en él.
―Le dije que si te alejaba de mí, sería lo mismo que su padre, cuando mató a su madre.
Pero su padre no mató...
Ya lo sé. Marshal lo sabe. Pero la forma en que Ray lo ve, él la mató. Hemos pasado años sin hablar de ella porque es más fácil para Ray no pensar en ello. El hecho de haber sacado el tema en absoluto todavía me choca.
Me quedé en silencio. No sabía qué decir y miré profundamente a los ojos de Joe. Todavía estábamos mirándonos el uno al otro cuando hizo una mueca y miró hacia la puerta. Sabía que tenían que ser Ray y Carla.
―¿Qué es?
Joe negó con la cabeza y me sonrió.
―A partir de ahora, sólo voy a hacer el amor contigo. Nada violento, nada forzado.
Sonreí, deseando que siempre hubiera sido así, odiándome por creer que siempre lo sería.
―Es cierto ―Joe me aseguró―. Quiero que sepas que si alguna vez quieres estar conmigo de esa manera, voy a hacer el amor contigo. Cada toque debe ser suave, cada grito debe ser de placer, cada beso debe significar para siempre.
¿Realmente acaba de decir para siempre? Eso parecía un largo tiempo, pero una eternidad con Joe nunca sería suficiente.
―Necesitas entender que lo siento ―continuó―. Sé que lo he dicho ya, pero no se ve como si me creyeras. Así que, aquí está de nuevo. Estoy tan increíblemente arrepentido. Por todo. Debería haber escuchado a mi cabeza en lugar de ser egoísta... Debería haberte llevado directamente a un hospital, entregarme y rezar para que me perdonaras. Pero en el segundo que te vi, no vi cómo de asustada estabas, no vi cuánto dolor sentías, sólo vi lo que necesitaba. La vida en tus ojos era lo que me tenía. Hice todo lo demás por capricho, convencer a Ray y a Marshal de que podíamos pedir un rescatar, convencerme de que no significabas nada para mí. No tienes idea cómo de asustado estuve cuando supe quién era tu padre. Pero sólo necesitaba más tiempo para ver si lo que sentía era real. Estoy loco, lo sé. Soy un suicida por pensar que podía salirme con la mía. Pero nunca me había enamorado de alguien o algo así tan instantáneamente.
Lo miré fijamente, sorprendida por su confesión. Él lo sabía desde el principio.
―Te he hecho tanto daño, ______________. Te he lastimado porque tenía miedo de que me hicieras daño a cambio. No darte la opción de rechazarme era la forma más fácil de hacerle frente. Estabas tan frágil, tan asustada. Sabía que podía mantenerte por siempre si quería. Mantenerte asustada y necesitando algo a lo que agarrarte. Pero ya no más quiero eso. Quiero que me ames por lo que soy, no por lo que has querido o necesitado que fuera estas últimas semanas.
¿Amar? Había dicho la palabra, no yo.
―Pero no me conoces, Joe. Me ves como una chica asustada que cede con demasiada facilidad. Me ves como la engreída hija de un senador que se escapó de los lujos de la casa porque estaba aburrida. Pero no soy eso. ¿Cómo sabes que me querrás a mí, al verdadero yo? ¿Todo de mí?
Joe sonrió.
―Créeme, Blondie, veo mucho más de ti que eso. Te conozco mejor de lo que piensas y sé con absoluta certeza que te quiero, a tu verdadero yo, todo y todas las partes de ti. A veces sólo sabes estas cosas.
―O sólo los quieres lo suficiente como para hacer que funcione ―sugerí.
―______________... ―Joe tomó mi cara entre sus manos y miró como si fuera a decir algo. Podía verlo en sus ojos, sabía que lo amaba a mi desesperada y retorcida manera, sabía que quería estar con él y tratar de crear una relación honesta de lo que fuera que habíamos comenzado. Mis ojos se cerraron mientras me besaba. Me besó una y otra vez, el calor familiar aumentando en nuestro cuerpo mientras nuestras prendas caían al suelo y nuestros sentidos se intensificaban.
Hicimos el amor por lo que parecieron horas esa noche, sin querer parar. No era agotador, desde luego no fue apresurado, nos lanzamos a los brazos de la pasión y es ahí donde queríamos estar. Me estaba ahogando en él, pero no estaba asustada, y cuando cerré los ojos esa noche, con su brazo alrededor de mi hombro mientras mi cabeza descansaba sobre su pecho, sabía que él nunca me dejaría.
bueno chicas aqui hay tres caps :3
cuidense :D
bayy
:bye:
jamileth
Re: Sufriendo en el Silencio Joe y Tu TERMINADA
awwwwwwwwwwwwww
:aah:
Gracias por los caps... me ancantaron
:corre:
continuaaaaaaaaaaaaaaa
:aah:
Gracias por los caps... me ancantaron
:corre:
continuaaaaaaaaaaaaaaa
@ntonella
Re: Sufriendo en el Silencio Joe y Tu TERMINADA
CAPITULO 19
Los dedos de Joe en mi cara fueron lo primero que sentí la mañana siguiente. Parpadeé con los ojos abiertos y lo vi a mi lado luciendo increíblemente cansado y preocupado. ¿Había pasado algo anoche?
Le di una sonrisa soñolienta y me acerqué a él, enterrando mi cara en su pecho. Su brazo se envolvió alrededor de mi hombro. Casi me había quedado dormida de nuevo cuando lo sentí salir de la cama.
Me senté y me froté la cara para mantenerme despierta. Fue entonces cuando me di cuenta que mi mochila estaba en el suelo de su habitación, y una de mis camisetas, a los pies de la cama.
—¿Qué está pasando? —pregunté vacilante, temerosa de la respuesta que podría recibir.
Joe fue a su armario luciendo triste.
—Nos vamos hoy.
Mis cejas se levantaron mientras consideraba su respuesta.
—¿A dónde vamos?
—Al banco. —Sus labios se movieron rápidamente.
—¿Todos nosotros?
—Sí —respondió lacónicamente Joe. Su actitud había cambiado de repente―. Por favor, vístete. Es un viaje largo y quiero estar allí cuando se abra.
Parpadeé, sin saber qué hacer con sus acciones y palabras, pero sabiendo que sería inútil pedir una aclaración. Rápidamente me puse los pantalones y cogí mi camiseta de la cama. Mi camiseta, una de las docenas que no había visto en las últimas semanas. Levanté la tela sobre mi cara y respiré hondo. Estaba limpia y la tela se sentía suave contra mi piel.
Tan pronto como estuve lista, Joe agarró mi gigante mochila y se la echó al hombro, abriendo la puerta y sin esperarme mientras bajaba las escaleras. Marshal y Ray estaban en el fondo y no pude evitar notar la mirada increíblemente hostil que transcurrió entre el hermano mayor y Joe. Pero Marshal estaba sonriendo, con una mochila pequeña en una mano y una botella de agua en la otra. Me guiñó un ojo mientras bajaba las escaleras y me detuve junto a él.
Nadie dijo una palabra mientras los cuatro nos dirigimos al coche. Joe llevaba mi bolsa. Ray y Marshal se subieron en la parte delantera del coche. Di un último vistazo a la casa. Los árboles agitaban un último adiós en la brisa de la mañana, el sol apenas estaba lo suficientemente alto como para hacer sombra. ¿Es extraño que la casa ahora me pareciera diferente? La primera vez que la había visto, había parecido pintoresca, una perfecta cabina. Ahora parecía como una casa. Sin embargo, salir por la puerta principal por última vez se sintió como ser liberado de la cárcel. No derramaría ninguna lágrima al salir de este lugar. No derramaría lágrimas por los días pasados en el sótano, los días pasados en la cama de Joe, los días de estancia en el lago. Me quedé mirando la fachada de ladrillo amarillo mientras nos alejábamos.
Después de sólo unos minutos de conducción, la costa apareció. La lluvia caía de las nubes oscuras en alta mar, pero directamente encima de nosotros había luz solar. Joe estaba a mi izquierda, con la cara apartada de mí, viendo árboles a su vez. Su mano descansaba casualmente en el asiento entre nosotros y miré a los dos hombres del frente antes de llegar cuidadosamente hasta él. Mis dedos se envolvieron alrededor de los suyos y le di un rápido apretón antes de soltarlo y sonreír.
Pero Joe apenas reaccionó. Miró hacia abajo por sólo un segundo, mientras que los dedos aún se tocaban, con la mandíbula apretada. Rápidamente volvió su atención lejos. Contuve la respiración, esperando a ver si podía hacer algo más. Pero no lo hizo. Se quedó allí sentado, inmóvil como una piedra. Sacudiendo la cabeza, me aparté de él y observé la tormenta acercarse a la orilla.
Finalmente llegamos a una pequeña ciudad. Nos bajamos a la calle principal, los edificios a cada lado gastados de las trincas constantes del clima marítimo. Pero a medida que nos aventuramos más lejos en la ciudad, las calles parecían animarse un poco. Toldos de colores brillantes, cuadros de flores coloridas y bonitas farolas antiguas iluminaron el paisaje. Una sucursal de un banco importante se encontraba cómodamente en una esquina de la plaza del pueblo.
Ray puso el coche en una parada justo fuera del banco y me quedé mirando los carteles y anuncios en las ventanas. No había cambiado mucho. Supongo que esperaba que el mundo fuera un lugar totalmente diferente desde la última vez que lo vi. Pero el guardia de seguridad estaba todavía con su porra en su cinturón de atrás, las consignas seguían prometiendo el mismo servicio al cliente y las tarifas anunciadas no habían cambiado mucho.
Sentí temblar el coche. Joe cerró la puerta y caminó alrededor para abrir la mía. Eché un vistazo a Marshal en el asiento delantero. Su rostro se levantó alrededor del reposacabezas para que pudiera mirarme.
—Adiós —lo vi decir, sin saber si hizo un sonido o no.
Adiós, señalé y fui recompensada con una pequeña sonrisa. Gracias.
Salí del coche después de que Joe me abriera la puerta, y Marshall me siguió. Él estaba tratando de contener las lágrimas. Joe me esperaba a pocos metros de distancia. No llegó por mí o se movió para que lo siguiera, así que me volví hacia Marshal y sonreí.
—¿Vas a estar bien? —preguntó, unas cuantas lágrimas rodaban por sus mejillas.
Me encogí de hombros, pero asentí con la cabeza al mismo tiempo.
—Voy a estar bien.
—Lamento que esto no sucediera antes. Debería haber...
Pero negué con la cabeza. ¿Qué acto heroico hubiera hecho Marshal? Estar de pie frente a Ray había sido la cosa más valiente que había presenciado nunca. Pero, ¿cómo iba a decirle eso? ¿Cómo podría decirle a este chico, que había ayudado a matar a mi amiga y a mantenerme encerrada en su sótano durante semanas, que estaba agradecida por sus acciones?
Marshal cerró los ojos, aceptando claramente que había perdido la batalla, y rompió en sollozos. Era más de lo que podía soportar y me incliné y envolví mis brazos alrededor de sus hombros. El muchacho se sacudió en mis brazos antes de eventualmente abrazarme, sujetándome fuerte y llorando en mi cuello. Era lo más cercano al contacto físico que habíamos compartido nunca. Probablemente el único contacto físico que Marshal había experimentado con otra persona por algún tiempo.
Allí, de pie, en las afueras del banco, con el viento azotando mi pelo, me di cuenta de que Marshal era lo único seguro que tenía. Sabía que mis sentimientos por Joe estaban mal, pero no podía negarlos. Ellos sólo nadaban en círculos alrededor de mi cabeza y me mareaban. Pero conocía a Marshal. Conocía su carácter, sabía de sus luchas. Sabía que él sólo quería lo mejor para mí y mientras lo abrazaba sentí que me ponía a llorar, pero no de alivio porque sabía que lo echaría de menos. Él había sido mi héroe, mi amigo incondicional.
—Si hay algo bueno en todo este lío, serías tú —le susurré. Sentí su sollozo de su pecho contra el mío y sus brazos se apretaron alrededor de mi cintura. Pero pronto buscó mi cara y me besó en la frente, nunca mirándome a los ojos mientras se daba la vuelta y retornaba al coche. Miré a mi alrededor, parpadeando las lágrimas antes de caminar hacia al banco, con Joe cerca de mí.
Ya, a esta hora temprana de la mañana, la gente estaba esperando en fila para el cajero. Tomé mi lugar al final de la línea y vi a Joe alcanzar algo del bolsillo. Sacó mi pasaporte y me lo entregó, mi identificación regresó sin una sola palabra. Miré la tapa azul oscuro, el sello de oro comenzaba a desvanecerse. Surreal ni siquiera empezaba a describir cómo me sentía. Estaba aturdida por la emoción, con ganas de gritar mi nueva libertad para el mundo. Sin embargo estaba aterrorizada, sin saber cómo Joe y yo encajábamos en este nuevo mundo.
Vimos el coche de Ray salir fuera de la vista.
—¿A dónde vamos después de esto? —Sus ojos verdes brillaban de una manera que nunca había visto antes.
Miró a su alrededor con nerviosismo. Por último, negó con la cabeza.
—Donde quieras —dijo con una sonrisa forzada.
—Pensé que tendrías esto resuelto.
—Lo tengo. Quiero decir, lo tendré. Vamos a averiguarlo. —Echó un vistazo fuera y luego en el reloj de la pared.
—¿Joe? —Su comportamiento siempre seguro había sido sustituido por uno preocupado y tenso, algo al que no estaba acostumbrada. ¿Estaba retomando una segunda decisión? ¿No estaba preparado para estar conmigo como lo había prometido? ¿Había pasado algo mientras dormía que le hizo cambiar de opinión?
Él me respondió con un gesto de la cabeza e hizo un seña para que me diera la vuelta. La cajera estaba esperando y caminé lentamente hacia la cabina.
—¿Qué puedo hacer por usted hoy? —preguntó. No sonreía, no tenía el ceño fruncido. Tenía el aspecto de un robot, todos sus movimientos y palabras probablemente demasiado repetitivos para su gusto.
—Me gustaría cerrar mi cuenta, —contesté, pasándole mi identificación―. Por desgracia, he perdido mi tarjeta de débito.
Ella suspiró, pero tomó el documento y se volvió hacia su ordenador. La vi teclear la clave, ni siquiera parpadeaba mientras hojeaba pantalla tras pantalla. Sus cejas se levantaron una vez, sólo puedo asumir que en estado de shock por el saldo de mi cuenta, pero sus dedos siguieron moviéndose rápidamente sobre el teclado. Sentí el movimiento de Joe tras mí, presionando su pecho contra mi espalda mientras sus manos me sujetaban por las caderas, tirando de mí hacia él. Sentí sus labios en mi cuello, su lengua suavemente saboreando mi piel.
—Para —dije en voz baja, sonriendo y sonrojándome ante el gesto. Esto era más como él. Me encogí cuando no se detuvo y me volvió para mirarlo. Sus ojos parecían increíblemente tristes, casi desesperados.
—Oye —dije en voz baja―. Sólo somos tú y yo. Vamos a estar bien.
Joe me miró fijamente. ¿No me creía? ¿No me quería más? Había pasado sólo un día desde que había hecho la promesa de quererme por siempre. Ciertamente, él no había cambiado de opinión tan rápidamente.
Finalmente, asintió con la cabeza hacia la ventanilla y me di la vuelta, mi estado de ánimo cayendo más rápido que un ladrillo en el agua.
—Señorita Winters, ¿cómo le gustaría el saldo?
Le respondí rápidamente.
—En billetes grandes.
La cajera asintió con la cabeza y se excusó, murmurando algo sobre la búsqueda de un gerente para obtener una aprobación. Me volví hacia Joe que seguía mirándome.
—Me estás asustando.
Parecía herido y se disculpó.
—No lo pretendía.
—Esto es lo que quieres, ¿no? ¿Tú y yo juntos?
—Así es. Siempre serás lo que quiero.
—Así que, ¿por qué estás mirándome como si nunca me verás de nuevo?
—¿Me perdonas? —Ignoró mi pregunta y respondió con la suya.
—¿Por qué? —¿Por todo? Sabía que nunca podría perdonarle todo lo que me había hecho. Pero lo amaba lo suficiente como para dejarlo atrás.
—Por hacerte daño.
—Sí. Pensé que lo superamos la última noche.
—¿Lo hicimos? Nunca me diste una respuesta.
—Joe. —Podía sentir que mi voz se elevaba―. Te perdono...
—No te ves así —interrumpió Joe y su rostro parecía de piedra.
—Tal vez no lo parezca, pero te estoy diciendo ahora que te perdono. Quiero estar contigo, quiero que me lleves lejos de aquí y que podamos desaparecer juntos.
—¿Desaparecer? ¿Es eso realmente lo que quieres hacer?
—Sí —le di una respuesta definitiva―. Me fui de casa para desaparecer y te encontré. Y ahora, tú eres todo lo que quiero.
—¿No habrá nada ni nadie a quien extrañarás una vez que te lleve?
—No.
—Estás mintiendo.
Aspiré. Me conocía tan bien, pero no podía entender por qué estaba preguntándomelo ahora. Me di la vuelta y me crucé de brazos, esperando que la cajera volviera. Caminó lentamente hacia el mostrador, con un fajo de billetes en sus manos. Me sorprendió que veinticinco mil dólares encajaran tan fácilmente en la mano. Se veía como una suma tan pequeña.
—¿Quiere una bolsa para esto?
—Sí, por favor —respondí tímidamente. Nada de esto parecía sentirse bien. Ni siquiera sabía si quería seguir con esto.
El cajero buscó en algún lugar bajo el mostrador y sacó un ancho sobre amarillo, puso los billetes en el interior y la selló. El contenido fue colocado en una bolsa de plástico y empujado hacia mí.
—¿Hay algo más que pueda hacer por usted hoy?
—Eso es todo. Gracias. —Tomé el bolso y me alejé de la caja. Sabía que Joe estaba detrás de mí, pero yo no quería mirarlo. No quería ver lo que estaba pensando, o no pensando. Salí y miré a mí alrededor. Las personas empezaban a llenar la plaza y la acera fuera del banco, sus rutinas diarias comenzando. Personas. Ni siquiera parece real que estaba rodeada por ellas de nuevo. Había visto tres rostros durante dos meses, sin incluir mi propio reflejo. Debería haber estado con asombro a la vista de los extraños. Miré hacia Ray y Mariscal en el coche aparcado.
Las manos de Joe me dieron la vuelta, así que lo enfrenté. Agarré la bolsa apretada en el puño y le miré a los ojos.
Sus dedos encontraron mi cara y trazó mi mandíbula y mi mejilla. Su tacto era tan suave, tan amoroso.
—¿De verdad me perdonas? —preguntó, con los ojos ilegibles.
—Sí —le dije otra vez, tratando de sonar lo más suave y convincente posible.
—¿Me perdonarías por última vez, entonces?
—Sí —le contesté sonriendo―. Ni siquiera sé lo que hiciste esta vez, pero sí. Te perdono.
Sonrió e inclinó su cabeza para besarme. Sus labios eran suaves, sus manos vagaron por mi espalda y me atrajo más cerca. Mi ansiedad empezaba a desvanecerse cuando de repente su beso se intensificó y me aplastó contra él. Sus labios comenzaron a temblar, pero sus brazos me sostuvieron fuerte.
Se apartó y abrí los ojos. Su expresión había cambiado, sus ojos estaban tan tristes y no podía entender por qué hasta que vi el reflejo de las luces intermitentes rojas y azules en las ventanas del banco. Las luces estaban por todas partes, rodeándonos por todos lados. Por un momento, la gente en la acera desapareció y estábamos sólo nosotros, en los brazos del otro.
—¿Qué has hecho? —Levanté la vista hacia él, mi corazón acelerándose y mi cabeza girando.
—Tuve que hacerlo, _______________—explicó lentamente―. Tuve que hacer las cosas bien para que pudieras perdonarme.
—¡Joe, te perdono! —Prácticamente le grité.
—No —estuvo en desacuerdo conmigo―. Pensarías que lo haces ahora, pero huyendo conmigo sólo te permitiría mantener todo en tu interior, suprimirlo hasta consumirte. No podría hacerte eso. Mereces ser feliz de nuevo.
—Soy feliz cuando estoy contigo.
—Mentirosa. —Sonrió y me besó por última vez.
—Adiós, ______________. —Volvió a sonreír, la sonrisa genuina, la que derretía mi corazón. Me soltó y puso mi bolso sobre mi hombro, apartándose y levantando sus brazos en el aire. Sus ojos se quedaron bloqueados con los míos. Sabía que no había nada más que pudiera hacer mientras la policía comenzaba a correr hacia nosotros. Mi cuerpo se sentía como una piedra. Joe era más maleable. Un gran oficial tiró de los brazos de Joe hacia su espalda y lo empujó con fuerza contra el suelo. Su cabeza giró y rompimos el contacto visual.
Me volví para buscar a Marshal. Ray había tratado de alejarse, pero las patrullas de la policía bloquearon el camino. Marshall y Ray estaban gritando desde el interior del coche, sus manos levantadas con un arma.
Una mano fuerte me apartó. Miré a Joe. Todavía estaba tendido en el suelo y se las había arreglado para estirar el cuello alrededor para que pudiera mirarme.
—Lo siento —dijo de nuevo―. Tú eres mi todo.
—¡¿Joe?! —grité. La mano tiró de mi brazo. Comencé a luchar contra cualquiera que me estaba tirando.
—¡Joe!
—Vamos, ______________. Estarás bien.
No, no estaría bien. No sabía si alguna vez iba a estar bien. ¿Qué sería de mí si Joe se había ido? ¿Quién me protegería? ¿Quién me mantendría a salvo? ¿Quién me mantendría cuerda? Mis ojos se inundaron de lágrimas. Nos estaban destrozando. Tal vez nunca lo volvería a ver. Con ese pensamiento, yo podía sentirlo sucediendo, estaba cayendo al suelo. Estaba cayendo en la nada que habitaba debajo de la superficie de mi existencia y nunca volvería a ver.
Cerré mis ojos y grité por él. Mis brazos golpearon y mi cuerpo se esforzaba por liberarse de la persona cuyos brazos se envolvieron alrededor de mi cintura, obligándome a alejarme. Se había acabado. Mi vida como había llegado a conocerla, mi vida como lo había visto obligada a acostumbrarse, había terminado. Nada volvería a ser como quería. Joe no estaría conmigo y yo estaría perdida sin él.
jamileth
Re: Sufriendo en el Silencio Joe y Tu TERMINADA
CAPITULO 20
El trayecto hasta la estación de policía se sentía como ser conducida al purgatorio. Mi mente y mi cuerpo flotaban en el limbo entre los pecados que Joe había cometido y la purificación que mi libertad traería. Nadie me habló, nadie me miró, sin embargo me sentí como si estuviera siendo juzgada. Juzgada por amar a un hombre que había cometido un delito, juzgada por amar a un hombre que me había separado de mi vida, juzgada por amar a un hombre que había engañado a sus mejores amigos. ¿Tenían derecho a juzgar, estos hombres quienes sólo habían estado siguiendo órdenes? Por supuesto que tenían derecho. ¿Quién era yo para negarle a nadie sus derechos?
Así que allí estaba yo sentada, perfectamente tranquila, perfectamente sorprendida, en la parte trasera de un coche patrulla. Estaría mintiendo si dijera que no había estado en uno antes. Había sido atrapada in fraganti bebiendo, fumando marihuana y destrozando los carteles de reelección de mi padre. En aquel entonces, sabía que no me encontraría en serios problemas. Claro, los periódicos lo reportarían, mis tarjetas de crédito serían confiscadas hasta que mi padre no pudiera soportar verme rumiando alrededor de la casa por más tiempo, pero mi futuro, de ninguna manera se vería en peligro. Mis morales y opinión seguirían siendo las mismas.
Pero este viaje cambiaría todo. Este día, con o sin mi aceptación, cambiaría todo el curso de mi vida. ¿Me descubriría algún paparazzi y tomaría fotos de mi cabeza colgando bajo mientras hablaba con el sheriff? Tenía serias dudas de que esta ciudad hubiera visto alguna vez a una celebridad, y mucho menos a la hija de un senador o un famoso fotógrafo hambriento. Mis tarjetas de crédito ya habían sido tomadas y no sentía gran necesidad de recuperarlos. Pero mi juicio había cambiado. Mi moral, mi forma de pensar, todos fueron alterados a causa de lo que había hecho, por lo que él había hecho. Ya no sabía diferenciar el bien del mal.
El sheriff me estaba esperando en la puerta de la estación cuando llegué. Tenía sobrepeso, estaba sin aliento y con necesidad de una visita al dentista. Pero sonrió desde detrás de su bigote y me hizo pasar por el vestíbulo como si yo fuera alguien especial. Sabía que no lo era. No para él. No por el momento.
Me condujo a través de un conjunto de mesas atestadas de expedientes y pruebas a una pequeña oficina en el otro extremo del edificio. Esta habitación tenía gruesas paredes de cristal y muebles de bajo costo. Una silla ergonómica estaba detrás del escritorio y dos sillas de brazo situadas frente a ella. Un solo asiento se colocó torpemente en una esquina y un estante viejo estaba ominosamente a un lado. Él hizo un gesto amistoso con su mano para animarme a sentarme en uno de los sillones. Tomé el ofrecimiento y esperé a que sus preguntas empezaran.
—Señorita Winters, mi nombre es Sherman Michaels y soy el sheriff de este pueblo. —Me di cuenta por la forma en que sus labios se movían, su acento era espeso, su pronunciación exagerada.
Asentí con la cabeza. —Mucho gusto.
Sonrió con simpatía y continuó. —No quiero que esto tome más tiempo de lo necesario, pero necesito hacerle unas preguntas.
Asentí otra vez.
—En primer lugar, ¿hay alguien a quien quiera llamar? ¿Alguien que pueda venir a por usted?
Me quedé helada. Mi cerebro pasó a través de todos mis amigos y conocidos como páginas de un libro y finalmente se estableció en la única persona que podría tomar esta noticia peor que nadie. La única persona con la que este sheriff pueblerino no quisiera tratar.
—Mi padre.
Un teléfono fue empujado en mi dirección y el sheriff se puso de pie para irse.
—Me imagino que le gustaría un poco de privacidad.
¿Privacidad? Sí. Me encantaría un poco de privacidad mientras llamara a mi padre y le pidiera que viniera a Carolina del Norte por mí. Me encantaría un poco de privacidad mientras estuviera obligada a responder preguntas que sabía que estaban por venir. Me encantaría un poco de privacidad mientras comenzara a llorar al darme cuenta de que mi relación con mi padre era tan tensa que él no se había dado cuenta que había estado desaparecida durante casi dos meses. Pero eso no era una opción.
—Sheriff, usted tendrá que hablar por él. No sé utilizar este teléfono.
El Sheriff Michaels de repente se puso rojo y me dio una mirada de disculpa. Ahora era mi turno de sonreír con simpatía.
—Por supuesto. Lo siento.
—Está bien. Supongo que usted no tiene que hacer frente a este tipo de situaciones a menudo.
—Tenía un perro que era sordo.
Parpadeé.
—No podía oír una mierda. Pero podía oler a un ladrón mejor que cualquier perro en nuestro equipo.
No sabía muy bien qué decir, pero por suerte el sheriff no se veía como si esperara una respuesta. Se sentó de nuevo y levantó el auricular.
—¿Qué número debo marcar?
Le dije el número de teléfono de mi padre, el número que sólo unos pocos tenían el privilegio de conocer.
Era el único número que había memorizado.
El Sheriff Michaels retuvo el auricular en su oreja y luego me sonrió.
—Está sonando.
Le devolví la sonrisa, pero sólo por cortesía. Para ser honesta, estaba aterrorizada de lo que iba a suceder. ¿Mi padre incluso me recogería? Si lo hiciera, ¿qué diría? ¿Qué iba a hacer él? Y si no lo hiciera, ¿dónde iría? Tenía todavía veinticinco mil dólares en la mano y sin un plan. Podría desaparecer de nuevo.
—¿Hola?—habló lentamente el sheriff —. Señor, soy el Sheriff Michaels Sherman de la policía del condado de Onslow. Tengo a su hija conmigo y me pidió que le llamara.
Hubo una breve pausa y el Sheriff Michaels se quedó mirando el receptor con una extraña mirada.
—No, señor. Ella no ha hecho nada malo. ―Hubo otra pausa y luego puso su mano sobre el auricular y me miró—. Él quiere saber por qué estás llamándolo.
Suspiré.
—¿Puedes ponerlo en el altavoz del teléfono, por favor?
Asintió con la cabeza y apretó un botón de su teléfono y luego regresó suavemente el receptor a la base.
Me incliné hacia el altavoz.
—Hola, Christopher. Soy yo.
Miré hacia arriba y esperé a que el sheriff dijera algo.
—Él quiere saber lo que estás haciendo en Onslow County.
Miré alrededor de la habitación y luego a uno de los ventanales. Nada me ayudó a encontrar una buena respuesta. —Estaba haciendo autostop.
Los dos esperamos, el Sheriff Michaels viendo el teléfono, yo miraba al Sheriff Michaels. —No, señor. No ha sido arrestada por hacer autostop.
—Papá —empecé a decir antes de que otra explicación fuera ofrecida―. Nunca quise... Yo no quería quedarme. —Pero eso sonaba como una mentira—. No se me permitió salir. ―Eso sonaba más a la verdad. Y la verdad dolía, un dolor punzante irradió desde mi corazón y terminó en mi cabeza—. Me llevaron.
—Quiere saber quiénes.
¿Acaso quería sus nombres? ¿Su aspecto físico? ¿Una explicación general?
—Tres hombres, me golpearon con su coche y estaban por pedir un rescate cuando se enteraron de quién eras.
El Sheriff Michaels me dirigió una mirada curiosa. Negué con la cabeza, haciéndole saber que le informaría sobre todo más tarde.
—Él quiere saber si estás bien.
—Estoy bien. Estoy a salvo y estoy... bien. ―Pero no lo estaba, por supuesto. No estaba muy bien porque mis emociones no habían captado plenamente mi situación. No estaba a salvo de los recuerdos de Joe, su casa, y la pesadilla de Ray.
El Sheriff Michaels me miró de arriba abajo. Había reconocido claramente la mentira que le dije. —Él dice que va a venir a buscarte.
Asentí con la cabeza, parpadeando de nuevo algunas lágrimas. — Gracias.
El Sheriff Michaels le dio a mi padre la dirección de la estación de policía. Podía tomar un vuelo de Dover y estar en Carolina del Norte en pocas horas. La idea de ver a mi padre no era en absoluto tranquilizador.
Nada, aparte de la liberación de Joe me habría tranquilizado por el momento. Pero sabía que eso no iba a suceder. Tendría meses, probablemente años para pensar en ello y ahora necesitaba sólo pasar el día.
El Sheriff Michaels puso fin a la llamada con mi padre. Se echó hacia atrás en su silla y nos miramos el uno al otro durante un minuto. No sabía qué hacer conmigo. No sabía qué hacer con él. La petición de liberación incondicional de mi secuestrador parecía una exageración.
—¿Tu padre es un senador de los Estados Unidos?
Asentí con la cabeza.
—Voy a ser condenado. Estos tipos capturaron al pescado equivocado. —Mi corazón se hundió por Joe. Él no dijo nada durante un minuto más—.Vamos a empezar por el principio —dijo, y sacó una pluma del cajón de su escritorio.
Abrió una libreta de notas y puso la fecha en la parte superior de la página.
—¿Cómo se encontró con los tres hombres?
—Estaba haciendo autostop y me golpearon con su coche. Pensaron que estaba muerta y me metieron en el maletero con mi amiga...
—¿Julie Walters?
Asentí con la cabeza.
—Mierda —juró el sheriff—. Así que tú eres la chica con la que viajaba.
Asentí otra vez.
—Encontramos su cuerpo semanas atrás. Pocos días más tarde, algunos niños se acercaron y nos dijeron que te habían dado dos paseos. Sólo obtuvimos una vaga descripción de ti.
Esperé a que me diera más información.
—Hicimos todo tipo de suposiciones que siguió adelante, que encontró otro viaje.
—No.
—¿Quién conducía el coche la noche que te golpearon?
—Creo que fue Ray.
—¿Cuándo descubrieron que todavía estabas viva?
—En algún momento después de que nos golpearan. Nos metieron a ambas en el maletero y cuando me desperté imagino que hice ruido suficiente para que me oyeran.
—¿Qué hicieron con su cuerpo?
Cerré los ojos y vi a Ray y a Marshal lanzarla desde los acantilados. — La tiraron al mar.
—¿Por qué no hicieron lo mismo con usted?
El Sheriff Michaels no parecía realmente querer o esperar que responda a esa pregunta. Era más bien un pensamiento contemplativo, algo que probablemente no debería haber dicho en voz alta.
—Ellos pensaron que podían pedir un rescate por mí —ofrecí rápidamente. Ahora sabía que Joe me había querido para sí, que el dinero no significaba nada para él. Pero decirle a este hombre todos los detalles íntimos de mi relación con Joe no parecía ayudar a cualquiera de nosotros. Miré hacia las manos del sheriff. Él no tenía anillo de bodas. ¿Había este hombre amado a una mujer? ¿Alguna vez había sido amado a cambio? Llámame sátira, pero no pensé que fuera capaz de comprender la dinámica de nuestra relación. No tenía el deseo de entender, el cruel conocimiento que era necesario para comprenderlo totalmente.
—¿Cuánto tiempo lleva con ellos?
—Desde el 2 de septiembre.
Su cabeza se sacudió con incredulidad.
—¿Dónde la mantuvieron?
—En el sótano.
—¿Le lastimaron?
Lucía como un padre pidiendo a su hijo si fue intimidado en la escuela. ¿Me lastimaron? Una pregunta sencilla con una multitud de respuestas complicadas.
—Sí.
—¿Podría usted explicarse?
Suspiré. Podría dar más detalles. Pero no necesariamente quería.
—Me golpearon con su coche. Estoy bastante segura de que una de mis costillas se había roto. Me tuvieron encerrada en el sótano casi sin comer. Ray me pegó una vez.
—¿Pero ninguno de ellos intentó algo más?
De repente me temblaba todo el cuerpo.
—Sí.
El Sheriff Michaels debió sentir mi malestar.
—¿Prefiere hablar con una mujer policía sobre esto?
Dejé escapar un pequeño sollozo.
—En realidad no importa.
—Está bien. ―Creo que deseaba que hubiera aceptado su oferta—. Usted no tiene que entrar en detalles. Sólo voy a hacer preguntas y usted puede responder sí o no.
Asentí con la cabeza, las lágrimas caían de mis ojos como la lluvia contra el cristal de una ventana.
—¿Estos hombres te obligaron a tener relaciones sexuales con ellos?
—Sí.
—¿Los tres? —El Sheriff Michaels miró disgustado a su propia pregunta.
—No —me las arreglé para decir.
—¿Sólo uno?
—Sí.
—¿Fue Ray? —Parecía como si el sheriff lo hubiese sabido todo el tiempo.
—No. —Mi llanto sólo empeoró.
—¿Su hermano?
—No fue Marshal.
—¿Fue Joe?—Ahora él me miraba como si no me creyera. ¿Conocía a Joe personalmente? ¿Lo conocía como yo? ¿Tal vez se habían conocido en reuniones de la ciudad? ¿Tal vez Joe había sido un destacado ciudadano de este pueblo? ¿Tal vez todo lo que el Sheriff Michaels creía saber acababa de derrumbarse a su alrededor?
—Fue Joe —confirmé.
—No lo creo.
—Yo no quiero que sea verdad.
El Sheriff Michaels lució sorprendido por mi respuesta. Era evidente que no sabía qué hacer con eso. No sabía por qué lo había dicho.
—No sabía muy bien qué hacer con su llamada esta mañana — admitió el comisario—. Sabía que estaba en algún tipo de problema, pero esto... no puedo comenzar a entender.
—¿Sheriff? ¿Qué va a pasar con ellos? —Él me dio lo que creía era una sonrisa tranquilizadora.
—No te preocupes. Me aseguraré de que no vean el exterior de la cárcel hasta que tengan su día en la corte.
Parpadeé a través de mis lágrimas y la primera persona que pensé en la cárcel era Marshal. Debía estar tan asustado, tan confundido. En mi mente, él no se merecía nada de lo que estaba a punto de sucederle. No sabía de lo que iban a acusarlo. Pero en mi cabeza pude imaginarlo en su celda, acurrucado contra la pared, con lágrimas en sus ojos. La imagen era casi dolorosa.
¿Estaba bien separar a los tres hombres? ¿No eran todos culpables de lo mismo? Hasta cierto punto, supongo que lo eran. Pero Joe había confesado. Marshal había salvado mi vida defendiéndome de su hermano. Pero sus personalidades no eran la razón por la que estaban tras las rejas. Fueron sus acciones y, por más que lo intenté, no pude justificar lo que habían hecho. No por mí, al menos en el momento presente, y ciertamente no el policía del condado de Onslow.
Tomé una respiración profunda y acepté mi nuevo destino. Respondería a las preguntas del Sheriff Michael tan honesta y claramente como pudiera. Dejaría que mi padre me recogiera de la estación de policía, al igual que había hecho en numerosas ocasiones en el pasado. Y contaría los días hasta que pudiera ver de nuevo a Joe.
El trayecto hasta la estación de policía se sentía como ser conducida al purgatorio. Mi mente y mi cuerpo flotaban en el limbo entre los pecados que Joe había cometido y la purificación que mi libertad traería. Nadie me habló, nadie me miró, sin embargo me sentí como si estuviera siendo juzgada. Juzgada por amar a un hombre que había cometido un delito, juzgada por amar a un hombre que me había separado de mi vida, juzgada por amar a un hombre que había engañado a sus mejores amigos. ¿Tenían derecho a juzgar, estos hombres quienes sólo habían estado siguiendo órdenes? Por supuesto que tenían derecho. ¿Quién era yo para negarle a nadie sus derechos?
Así que allí estaba yo sentada, perfectamente tranquila, perfectamente sorprendida, en la parte trasera de un coche patrulla. Estaría mintiendo si dijera que no había estado en uno antes. Había sido atrapada in fraganti bebiendo, fumando marihuana y destrozando los carteles de reelección de mi padre. En aquel entonces, sabía que no me encontraría en serios problemas. Claro, los periódicos lo reportarían, mis tarjetas de crédito serían confiscadas hasta que mi padre no pudiera soportar verme rumiando alrededor de la casa por más tiempo, pero mi futuro, de ninguna manera se vería en peligro. Mis morales y opinión seguirían siendo las mismas.
Pero este viaje cambiaría todo. Este día, con o sin mi aceptación, cambiaría todo el curso de mi vida. ¿Me descubriría algún paparazzi y tomaría fotos de mi cabeza colgando bajo mientras hablaba con el sheriff? Tenía serias dudas de que esta ciudad hubiera visto alguna vez a una celebridad, y mucho menos a la hija de un senador o un famoso fotógrafo hambriento. Mis tarjetas de crédito ya habían sido tomadas y no sentía gran necesidad de recuperarlos. Pero mi juicio había cambiado. Mi moral, mi forma de pensar, todos fueron alterados a causa de lo que había hecho, por lo que él había hecho. Ya no sabía diferenciar el bien del mal.
El sheriff me estaba esperando en la puerta de la estación cuando llegué. Tenía sobrepeso, estaba sin aliento y con necesidad de una visita al dentista. Pero sonrió desde detrás de su bigote y me hizo pasar por el vestíbulo como si yo fuera alguien especial. Sabía que no lo era. No para él. No por el momento.
Me condujo a través de un conjunto de mesas atestadas de expedientes y pruebas a una pequeña oficina en el otro extremo del edificio. Esta habitación tenía gruesas paredes de cristal y muebles de bajo costo. Una silla ergonómica estaba detrás del escritorio y dos sillas de brazo situadas frente a ella. Un solo asiento se colocó torpemente en una esquina y un estante viejo estaba ominosamente a un lado. Él hizo un gesto amistoso con su mano para animarme a sentarme en uno de los sillones. Tomé el ofrecimiento y esperé a que sus preguntas empezaran.
—Señorita Winters, mi nombre es Sherman Michaels y soy el sheriff de este pueblo. —Me di cuenta por la forma en que sus labios se movían, su acento era espeso, su pronunciación exagerada.
Asentí con la cabeza. —Mucho gusto.
Sonrió con simpatía y continuó. —No quiero que esto tome más tiempo de lo necesario, pero necesito hacerle unas preguntas.
Asentí otra vez.
—En primer lugar, ¿hay alguien a quien quiera llamar? ¿Alguien que pueda venir a por usted?
Me quedé helada. Mi cerebro pasó a través de todos mis amigos y conocidos como páginas de un libro y finalmente se estableció en la única persona que podría tomar esta noticia peor que nadie. La única persona con la que este sheriff pueblerino no quisiera tratar.
—Mi padre.
Un teléfono fue empujado en mi dirección y el sheriff se puso de pie para irse.
—Me imagino que le gustaría un poco de privacidad.
¿Privacidad? Sí. Me encantaría un poco de privacidad mientras llamara a mi padre y le pidiera que viniera a Carolina del Norte por mí. Me encantaría un poco de privacidad mientras estuviera obligada a responder preguntas que sabía que estaban por venir. Me encantaría un poco de privacidad mientras comenzara a llorar al darme cuenta de que mi relación con mi padre era tan tensa que él no se había dado cuenta que había estado desaparecida durante casi dos meses. Pero eso no era una opción.
—Sheriff, usted tendrá que hablar por él. No sé utilizar este teléfono.
El Sheriff Michaels de repente se puso rojo y me dio una mirada de disculpa. Ahora era mi turno de sonreír con simpatía.
—Por supuesto. Lo siento.
—Está bien. Supongo que usted no tiene que hacer frente a este tipo de situaciones a menudo.
—Tenía un perro que era sordo.
Parpadeé.
—No podía oír una mierda. Pero podía oler a un ladrón mejor que cualquier perro en nuestro equipo.
No sabía muy bien qué decir, pero por suerte el sheriff no se veía como si esperara una respuesta. Se sentó de nuevo y levantó el auricular.
—¿Qué número debo marcar?
Le dije el número de teléfono de mi padre, el número que sólo unos pocos tenían el privilegio de conocer.
Era el único número que había memorizado.
El Sheriff Michaels retuvo el auricular en su oreja y luego me sonrió.
—Está sonando.
Le devolví la sonrisa, pero sólo por cortesía. Para ser honesta, estaba aterrorizada de lo que iba a suceder. ¿Mi padre incluso me recogería? Si lo hiciera, ¿qué diría? ¿Qué iba a hacer él? Y si no lo hiciera, ¿dónde iría? Tenía todavía veinticinco mil dólares en la mano y sin un plan. Podría desaparecer de nuevo.
—¿Hola?—habló lentamente el sheriff —. Señor, soy el Sheriff Michaels Sherman de la policía del condado de Onslow. Tengo a su hija conmigo y me pidió que le llamara.
Hubo una breve pausa y el Sheriff Michaels se quedó mirando el receptor con una extraña mirada.
—No, señor. Ella no ha hecho nada malo. ―Hubo otra pausa y luego puso su mano sobre el auricular y me miró—. Él quiere saber por qué estás llamándolo.
Suspiré.
—¿Puedes ponerlo en el altavoz del teléfono, por favor?
Asintió con la cabeza y apretó un botón de su teléfono y luego regresó suavemente el receptor a la base.
Me incliné hacia el altavoz.
—Hola, Christopher. Soy yo.
Miré hacia arriba y esperé a que el sheriff dijera algo.
—Él quiere saber lo que estás haciendo en Onslow County.
Miré alrededor de la habitación y luego a uno de los ventanales. Nada me ayudó a encontrar una buena respuesta. —Estaba haciendo autostop.
Los dos esperamos, el Sheriff Michaels viendo el teléfono, yo miraba al Sheriff Michaels. —No, señor. No ha sido arrestada por hacer autostop.
—Papá —empecé a decir antes de que otra explicación fuera ofrecida―. Nunca quise... Yo no quería quedarme. —Pero eso sonaba como una mentira—. No se me permitió salir. ―Eso sonaba más a la verdad. Y la verdad dolía, un dolor punzante irradió desde mi corazón y terminó en mi cabeza—. Me llevaron.
—Quiere saber quiénes.
¿Acaso quería sus nombres? ¿Su aspecto físico? ¿Una explicación general?
—Tres hombres, me golpearon con su coche y estaban por pedir un rescate cuando se enteraron de quién eras.
El Sheriff Michaels me dirigió una mirada curiosa. Negué con la cabeza, haciéndole saber que le informaría sobre todo más tarde.
—Él quiere saber si estás bien.
—Estoy bien. Estoy a salvo y estoy... bien. ―Pero no lo estaba, por supuesto. No estaba muy bien porque mis emociones no habían captado plenamente mi situación. No estaba a salvo de los recuerdos de Joe, su casa, y la pesadilla de Ray.
El Sheriff Michaels me miró de arriba abajo. Había reconocido claramente la mentira que le dije. —Él dice que va a venir a buscarte.
Asentí con la cabeza, parpadeando de nuevo algunas lágrimas. — Gracias.
El Sheriff Michaels le dio a mi padre la dirección de la estación de policía. Podía tomar un vuelo de Dover y estar en Carolina del Norte en pocas horas. La idea de ver a mi padre no era en absoluto tranquilizador.
Nada, aparte de la liberación de Joe me habría tranquilizado por el momento. Pero sabía que eso no iba a suceder. Tendría meses, probablemente años para pensar en ello y ahora necesitaba sólo pasar el día.
El Sheriff Michaels puso fin a la llamada con mi padre. Se echó hacia atrás en su silla y nos miramos el uno al otro durante un minuto. No sabía qué hacer conmigo. No sabía qué hacer con él. La petición de liberación incondicional de mi secuestrador parecía una exageración.
—¿Tu padre es un senador de los Estados Unidos?
Asentí con la cabeza.
—Voy a ser condenado. Estos tipos capturaron al pescado equivocado. —Mi corazón se hundió por Joe. Él no dijo nada durante un minuto más—.Vamos a empezar por el principio —dijo, y sacó una pluma del cajón de su escritorio.
Abrió una libreta de notas y puso la fecha en la parte superior de la página.
—¿Cómo se encontró con los tres hombres?
—Estaba haciendo autostop y me golpearon con su coche. Pensaron que estaba muerta y me metieron en el maletero con mi amiga...
—¿Julie Walters?
Asentí con la cabeza.
—Mierda —juró el sheriff—. Así que tú eres la chica con la que viajaba.
Asentí otra vez.
—Encontramos su cuerpo semanas atrás. Pocos días más tarde, algunos niños se acercaron y nos dijeron que te habían dado dos paseos. Sólo obtuvimos una vaga descripción de ti.
Esperé a que me diera más información.
—Hicimos todo tipo de suposiciones que siguió adelante, que encontró otro viaje.
—No.
—¿Quién conducía el coche la noche que te golpearon?
—Creo que fue Ray.
—¿Cuándo descubrieron que todavía estabas viva?
—En algún momento después de que nos golpearan. Nos metieron a ambas en el maletero y cuando me desperté imagino que hice ruido suficiente para que me oyeran.
—¿Qué hicieron con su cuerpo?
Cerré los ojos y vi a Ray y a Marshal lanzarla desde los acantilados. — La tiraron al mar.
—¿Por qué no hicieron lo mismo con usted?
El Sheriff Michaels no parecía realmente querer o esperar que responda a esa pregunta. Era más bien un pensamiento contemplativo, algo que probablemente no debería haber dicho en voz alta.
—Ellos pensaron que podían pedir un rescate por mí —ofrecí rápidamente. Ahora sabía que Joe me había querido para sí, que el dinero no significaba nada para él. Pero decirle a este hombre todos los detalles íntimos de mi relación con Joe no parecía ayudar a cualquiera de nosotros. Miré hacia las manos del sheriff. Él no tenía anillo de bodas. ¿Había este hombre amado a una mujer? ¿Alguna vez había sido amado a cambio? Llámame sátira, pero no pensé que fuera capaz de comprender la dinámica de nuestra relación. No tenía el deseo de entender, el cruel conocimiento que era necesario para comprenderlo totalmente.
—¿Cuánto tiempo lleva con ellos?
—Desde el 2 de septiembre.
Su cabeza se sacudió con incredulidad.
—¿Dónde la mantuvieron?
—En el sótano.
—¿Le lastimaron?
Lucía como un padre pidiendo a su hijo si fue intimidado en la escuela. ¿Me lastimaron? Una pregunta sencilla con una multitud de respuestas complicadas.
—Sí.
—¿Podría usted explicarse?
Suspiré. Podría dar más detalles. Pero no necesariamente quería.
—Me golpearon con su coche. Estoy bastante segura de que una de mis costillas se había roto. Me tuvieron encerrada en el sótano casi sin comer. Ray me pegó una vez.
—¿Pero ninguno de ellos intentó algo más?
De repente me temblaba todo el cuerpo.
—Sí.
El Sheriff Michaels debió sentir mi malestar.
—¿Prefiere hablar con una mujer policía sobre esto?
Dejé escapar un pequeño sollozo.
—En realidad no importa.
—Está bien. ―Creo que deseaba que hubiera aceptado su oferta—. Usted no tiene que entrar en detalles. Sólo voy a hacer preguntas y usted puede responder sí o no.
Asentí con la cabeza, las lágrimas caían de mis ojos como la lluvia contra el cristal de una ventana.
—¿Estos hombres te obligaron a tener relaciones sexuales con ellos?
—Sí.
—¿Los tres? —El Sheriff Michaels miró disgustado a su propia pregunta.
—No —me las arreglé para decir.
—¿Sólo uno?
—Sí.
—¿Fue Ray? —Parecía como si el sheriff lo hubiese sabido todo el tiempo.
—No. —Mi llanto sólo empeoró.
—¿Su hermano?
—No fue Marshal.
—¿Fue Joe?—Ahora él me miraba como si no me creyera. ¿Conocía a Joe personalmente? ¿Lo conocía como yo? ¿Tal vez se habían conocido en reuniones de la ciudad? ¿Tal vez Joe había sido un destacado ciudadano de este pueblo? ¿Tal vez todo lo que el Sheriff Michaels creía saber acababa de derrumbarse a su alrededor?
—Fue Joe —confirmé.
—No lo creo.
—Yo no quiero que sea verdad.
El Sheriff Michaels lució sorprendido por mi respuesta. Era evidente que no sabía qué hacer con eso. No sabía por qué lo había dicho.
—No sabía muy bien qué hacer con su llamada esta mañana — admitió el comisario—. Sabía que estaba en algún tipo de problema, pero esto... no puedo comenzar a entender.
—¿Sheriff? ¿Qué va a pasar con ellos? —Él me dio lo que creía era una sonrisa tranquilizadora.
—No te preocupes. Me aseguraré de que no vean el exterior de la cárcel hasta que tengan su día en la corte.
Parpadeé a través de mis lágrimas y la primera persona que pensé en la cárcel era Marshal. Debía estar tan asustado, tan confundido. En mi mente, él no se merecía nada de lo que estaba a punto de sucederle. No sabía de lo que iban a acusarlo. Pero en mi cabeza pude imaginarlo en su celda, acurrucado contra la pared, con lágrimas en sus ojos. La imagen era casi dolorosa.
¿Estaba bien separar a los tres hombres? ¿No eran todos culpables de lo mismo? Hasta cierto punto, supongo que lo eran. Pero Joe había confesado. Marshal había salvado mi vida defendiéndome de su hermano. Pero sus personalidades no eran la razón por la que estaban tras las rejas. Fueron sus acciones y, por más que lo intenté, no pude justificar lo que habían hecho. No por mí, al menos en el momento presente, y ciertamente no el policía del condado de Onslow.
Tomé una respiración profunda y acepté mi nuevo destino. Respondería a las preguntas del Sheriff Michael tan honesta y claramente como pudiera. Dejaría que mi padre me recogiera de la estación de policía, al igual que había hecho en numerosas ocasiones en el pasado. Y contaría los días hasta que pudiera ver de nuevo a Joe.
jamileth
Re: Sufriendo en el Silencio Joe y Tu TERMINADA
CAPITULO 21
Mi padre entró en la estación de policía como un hombre con un propósito. Su pelo gris parecía blanco bajo las luces fluorescentes, y las líneas de su cara, las cuales una vez se habían visto dignificadas, ahora parecían determinadas. Le tomó un momento reconocerme, sus ojos pasando sobe la demacrada chica sentada en la sala de espera. Me puse de pie, medio esperando que me abofetease, medio esperando que me abrazase. Era la carta, por supuesto, y mientras los brazos de mi padre se enrollaban alrededor de mis frágiles hombros, me encontré a mí misma recordando cuando había sido consolada por su tacto cuando era una niña pequeña, la manera en que podría mantener mi mano cuanto estábamos en lugares concurridos; la manera en que podría sentarme sobre su rodilla y me contaba historias; la manera en que podría dejarme llorar en sus brazos si me hubiese caído y raspado una rodilla. Todo vino corriendo de regreso a mí y acepté su abrazo como una amada hija haría.
Nos abrazamos durante un largo rato antes de que él se apartase.
¿En qué estabas pensando?
Tuve que sonreír. Estaba gritándome, pero no quería causar una escena. Dudaba de que alguien en la estación de policía pudiese saber el lenguaje de signos así que respondí sin dudar.
Quería escapar.
Mi padre inhaló profundamente. Podías haber sido asesinada.
Lo sé. Lo siento.
Y luego no había nada que decir. Muchos padres estarían aliviados de encontrar a sus hijos vivos después de dos meses de ausencia. Mi padre sentía alivio mezclado con culpa y una tardía sensación de pánico. No había sabido que estaba en problemas. No se había dado cuenta de que mi ausencia no fue por elección.
—Vamos. Tenemos mucho de qué hablar.
Mi padre alcanzó mi mano. Me sentí tonta, una mujer de veintiséis años sosteniendo la mano de su padre, pero supuse que era lo que él necesitaba… saber que aún era su pequeña niña tonta.
Su equipo de seguridad nos condujo a través de la estación y salimos hacia el temprano aire del atardecer. Había pasado horas respondiendo todas las preguntas del Sheriff Michael. Supe que había sido necesario aunque no podía entender que bien iban a hacerle a él. Joe se había entregado. Estaba claramente listo para confesar. Quería preguntar sobre cuáles de los tres hombres había hablado la policía, pero no lo creí prudente. ¿Qué le estarían preguntando a Joe?
El coche de mi padre estaba aparcado a través de la calle y continuó sosteniendo mi mano hasta que estuvimos seguros detrás de las ventanas tintadas. Nuestro conductor y el mayordomo de mi padre se sentaron en la parte delantera de la limusina comparando notas y conversando acerca de donde iríamos después.
—¿Vamos a ir a casa?
—Sí. Mañana en la mañana.
No reaccioné ante su respuesta. No me habría importado si nos hubiésemos quedado en Delawere ese mismo segundo. El hecho era que estaba volviendo a casa en un futuro que parecía irreal.
Viajamos en silencio durante unos pocos minutos, la mano de mi padre nerviosamente retorcía su pañuelo. No creo que le hubiese visto alguna vez nervioso. Siempre había estado tranquilo y sereno o enojado y listo para un debate. Con certeza, nunca sin confidencia. Miré su perfil. Podía verme en este hombre: nuestra naturaleza compartida, nuestra falta de paciencia ante las cosas mundanas, nuestro derivado punto de vista del mundo. Pero la mayor parte de mi era de mi madre: mi espíritu independiente, mi habilidad para amar. En ese momento, deseaba ser como mi padre, ser capaz de escoger mi camino y hacer mi camino con determinación y sin dudar desde el punto A al punto B. Si hubiese sido como él, me habría dicho a mí misma que me moviera, que olvidara a Joe, dejarlo por el bien de mi cuerpo y mi salud mental. Pero no podía hacer eso.
Aún podía sentir el tacto de Joe. Aún podía decir, sin dudar, que le amaba.
Aparte de torcer su bufanda, mi padre estuvo completamente inmóvil, así que cuando se movió, me asustó. No fue un gesto brusco o agresivo. Su mano dejo caer su pañuelo y alcanzó la consola entre nosotros y el asiento de delante. Se estremeció cuando salté, sus ojos llenándose de lágrimas. Rápidamente levantó la ventana, desconectándonos del equipo de seguridad, se giró lentamente hacia mí, y cogió mi mano.
—Lo siento.
Había escuchado esas palabras temprano en el día.
—¿Alguna vez puedes perdonarme?
—Papá, no sabías…
—Pero debería haberlo sabido —dijo rápidamente, mirando desde la ventana la pequeña ciudad.
Sacudí la cabeza. No quería escuchar sus disculpas. Podría ser fácil si no tuviera que perdonado, si pudiese continuar separándome de él en los agujeros de justificación que me habían ocurrido.
—Mentí, dije que estaba en Europa…
Pero mi padre me interrumpió de nuevo.
—No enviaste un mensaje o un texto. Debería haberlo sabido.
—Hemos pasado mucho tiempo sin correspondencia —ofrecí, a pesar de que sabía que eso no ayudaría.
—Lo sé. Eso es lo que me asusta. ¿Cuánto tiempo me habría tomado el darme cuenta de que estabas desaparecida? ¿Cuánto tiempo antes de que empezase a preocuparme?
No sabía que decir. La respuesta también me asustaba, me entristecía.
—En este momento tienes todo el derecho de odiarme, ______________.
Tienes el derecho de estar decepcionada. He sido un padre terrible.
Le miré a los ojos y supe que él creía cada palabra. La culpa se alineaba en su rostro. Me di cuenta entonces, mirando a mi padre, con la imagen de Joe fresca en mi mente, que podría perdonarle. Perdonarle por lo que le había hecho a mi madre, perdonarle por tratar de convertirme en algo que no era. No era como él y con certeza no iba a seguir sus pasos sin importar cuanto hubiese pagado por mi educación. Pero me quería, a su pequeña niña. Si pude perdonar a Joe, podía perdonar a mi padre.
—No he sido la mejor hija.
Una leve sonrisa se incrementó en los labios de mi padre.
—Aún estoy orgulloso de ti.
—Imagino que ambos tenemos mucho trabajo.
Mi padre asintió en acuerdo, parpadeando las lágrimas y empujándome de regreso en sus brazos otra vez. Viajamos sin conversar hasta que alcanzamos el hotel donde mi padre finalmente me liberó de sus brazos, donde tomé la decisión de perdonar el pasado y mejorar el futuro.
Mi padre entró en la estación de policía como un hombre con un propósito. Su pelo gris parecía blanco bajo las luces fluorescentes, y las líneas de su cara, las cuales una vez se habían visto dignificadas, ahora parecían determinadas. Le tomó un momento reconocerme, sus ojos pasando sobe la demacrada chica sentada en la sala de espera. Me puse de pie, medio esperando que me abofetease, medio esperando que me abrazase. Era la carta, por supuesto, y mientras los brazos de mi padre se enrollaban alrededor de mis frágiles hombros, me encontré a mí misma recordando cuando había sido consolada por su tacto cuando era una niña pequeña, la manera en que podría mantener mi mano cuanto estábamos en lugares concurridos; la manera en que podría sentarme sobre su rodilla y me contaba historias; la manera en que podría dejarme llorar en sus brazos si me hubiese caído y raspado una rodilla. Todo vino corriendo de regreso a mí y acepté su abrazo como una amada hija haría.
Nos abrazamos durante un largo rato antes de que él se apartase.
¿En qué estabas pensando?
Tuve que sonreír. Estaba gritándome, pero no quería causar una escena. Dudaba de que alguien en la estación de policía pudiese saber el lenguaje de signos así que respondí sin dudar.
Quería escapar.
Mi padre inhaló profundamente. Podías haber sido asesinada.
Lo sé. Lo siento.
Y luego no había nada que decir. Muchos padres estarían aliviados de encontrar a sus hijos vivos después de dos meses de ausencia. Mi padre sentía alivio mezclado con culpa y una tardía sensación de pánico. No había sabido que estaba en problemas. No se había dado cuenta de que mi ausencia no fue por elección.
—Vamos. Tenemos mucho de qué hablar.
Mi padre alcanzó mi mano. Me sentí tonta, una mujer de veintiséis años sosteniendo la mano de su padre, pero supuse que era lo que él necesitaba… saber que aún era su pequeña niña tonta.
Su equipo de seguridad nos condujo a través de la estación y salimos hacia el temprano aire del atardecer. Había pasado horas respondiendo todas las preguntas del Sheriff Michael. Supe que había sido necesario aunque no podía entender que bien iban a hacerle a él. Joe se había entregado. Estaba claramente listo para confesar. Quería preguntar sobre cuáles de los tres hombres había hablado la policía, pero no lo creí prudente. ¿Qué le estarían preguntando a Joe?
El coche de mi padre estaba aparcado a través de la calle y continuó sosteniendo mi mano hasta que estuvimos seguros detrás de las ventanas tintadas. Nuestro conductor y el mayordomo de mi padre se sentaron en la parte delantera de la limusina comparando notas y conversando acerca de donde iríamos después.
—¿Vamos a ir a casa?
—Sí. Mañana en la mañana.
No reaccioné ante su respuesta. No me habría importado si nos hubiésemos quedado en Delawere ese mismo segundo. El hecho era que estaba volviendo a casa en un futuro que parecía irreal.
Viajamos en silencio durante unos pocos minutos, la mano de mi padre nerviosamente retorcía su pañuelo. No creo que le hubiese visto alguna vez nervioso. Siempre había estado tranquilo y sereno o enojado y listo para un debate. Con certeza, nunca sin confidencia. Miré su perfil. Podía verme en este hombre: nuestra naturaleza compartida, nuestra falta de paciencia ante las cosas mundanas, nuestro derivado punto de vista del mundo. Pero la mayor parte de mi era de mi madre: mi espíritu independiente, mi habilidad para amar. En ese momento, deseaba ser como mi padre, ser capaz de escoger mi camino y hacer mi camino con determinación y sin dudar desde el punto A al punto B. Si hubiese sido como él, me habría dicho a mí misma que me moviera, que olvidara a Joe, dejarlo por el bien de mi cuerpo y mi salud mental. Pero no podía hacer eso.
Aún podía sentir el tacto de Joe. Aún podía decir, sin dudar, que le amaba.
Aparte de torcer su bufanda, mi padre estuvo completamente inmóvil, así que cuando se movió, me asustó. No fue un gesto brusco o agresivo. Su mano dejo caer su pañuelo y alcanzó la consola entre nosotros y el asiento de delante. Se estremeció cuando salté, sus ojos llenándose de lágrimas. Rápidamente levantó la ventana, desconectándonos del equipo de seguridad, se giró lentamente hacia mí, y cogió mi mano.
—Lo siento.
Había escuchado esas palabras temprano en el día.
—¿Alguna vez puedes perdonarme?
—Papá, no sabías…
—Pero debería haberlo sabido —dijo rápidamente, mirando desde la ventana la pequeña ciudad.
Sacudí la cabeza. No quería escuchar sus disculpas. Podría ser fácil si no tuviera que perdonado, si pudiese continuar separándome de él en los agujeros de justificación que me habían ocurrido.
—Mentí, dije que estaba en Europa…
Pero mi padre me interrumpió de nuevo.
—No enviaste un mensaje o un texto. Debería haberlo sabido.
—Hemos pasado mucho tiempo sin correspondencia —ofrecí, a pesar de que sabía que eso no ayudaría.
—Lo sé. Eso es lo que me asusta. ¿Cuánto tiempo me habría tomado el darme cuenta de que estabas desaparecida? ¿Cuánto tiempo antes de que empezase a preocuparme?
No sabía que decir. La respuesta también me asustaba, me entristecía.
—En este momento tienes todo el derecho de odiarme, ______________.
Tienes el derecho de estar decepcionada. He sido un padre terrible.
Le miré a los ojos y supe que él creía cada palabra. La culpa se alineaba en su rostro. Me di cuenta entonces, mirando a mi padre, con la imagen de Joe fresca en mi mente, que podría perdonarle. Perdonarle por lo que le había hecho a mi madre, perdonarle por tratar de convertirme en algo que no era. No era como él y con certeza no iba a seguir sus pasos sin importar cuanto hubiese pagado por mi educación. Pero me quería, a su pequeña niña. Si pude perdonar a Joe, podía perdonar a mi padre.
—No he sido la mejor hija.
Una leve sonrisa se incrementó en los labios de mi padre.
—Aún estoy orgulloso de ti.
—Imagino que ambos tenemos mucho trabajo.
Mi padre asintió en acuerdo, parpadeando las lágrimas y empujándome de regreso en sus brazos otra vez. Viajamos sin conversar hasta que alcanzamos el hotel donde mi padre finalmente me liberó de sus brazos, donde tomé la decisión de perdonar el pasado y mejorar el futuro.
jamileth
Re: Sufriendo en el Silencio Joe y Tu TERMINADA
CAPITULO 22
—¿Qué hiciste ayer?
Me muevo en mi asiento y miró a mi doctora, mi psiquiatra. —Vi una película con mis amigas.
—¿Fuiste al teatro?
—No. Nos quedamos en casa.
—¿Tu casa o la de ellas.
—De ellas.
Mi psiquiatra me sonrió.
—Bien.
Me sentía como un cachorro cuando lo elogian por cagar fuera de la casa.
—¿Qué película fue?
—Una comedia.
—¿Fue buena?
—La disfruté.
—Bien.
¿Esperaba que no disfrutara de las cosas? No me siento obligada a estar deprimida o malhumorada todo el tiempo.
La gente siempre asumía que no quería hablar de lo que había ocurrido, pero la verdad era que no me importaba hablar. Quería hablar de ello. Hablar de eso le daba una sensación real.
Comprendí que tenía que modificar ciertas partes de mi historia, en concreto, la parte en la que me había enamorado de uno de los hombres que me secuestraron. No había hablado con nadie de esto, ni siquiera con mi psiquiatra. Mi padre odiaba cuando la llamaba así. Odiaba haber accedido a ir a verla. Odiaba sus estúpidas preguntas que actualmente me estaban ayudando.
—¿Qué más hiciste?.
—Empezamos a planear nuestra fiesta de Año Nuevo.
—Así que vas a asistir. —No podría decir si era una afirmación o una pregunta.
—Sí.
—Bien.
Me gustaría asistir. Incluso estaba deseando que llegara. Estaba esperando por eso, ir a comprar el vestido perfecto, arreglarme el pelo y las uñas, beber champán y luego cerrar los ojos a media noche para que pudiera pretender que Joe me estaba besando.
—Ellas preguntaron sobre el secuestro ayer —le ofrecí, con la esperanza de que nuestra conversación se fuera a mi tema favorito.
—¿Qué es lo que preguntaron?
—Me preguntaron por qué me había ido. Les dije que quería huir, ser independiente por un tiempo.
—¿Entendieron tu respuesta?
—Por supuesto. Son mis mejores amigas.
—Bien.
Mis amigas habían empezado poco a poco a abordar el tema conmigo un par de semanas después de regresar a casa. Se turnaban para quedarse conmigo para que mi padre pudiera volver a trabajar. Samantha hizo la primera pregunta. Estábamos comiendo la cena en nuestro restaurante favorito y de pronto se echó a llorar. Cuando le pregunté qué le pasaba, me dijo que se sentía como una amiga horrible, sin saber que algo terrible me había sucedido. No había sido sorprendida por la culpa de mi padre, pero el dolor de mi amiga si era una sorpresa.
Le dije que ya pasó, sonreí y cogí su mano sobre la mesa. Ella sabía lo que me gustaba. Ella sabía que iba a desaparecer durante semanas, mandaría un ocasional correo electrónico o un mensaje de texto, sólo para resurgir como si nada hubiera pasado. Se rió de esto y se secó los ojos. Pero entonces ella me miró, su mirada tan intensa como la que no había visto nunca.
—¿Tenías miedo?
Había estado aterrorizada. Había estado con náuseas y con ansiedad. Había estado enamorada, una emoción que ahora ha eclipsado todas las demás.
—Mucho —fue la respuesta que di.
Me apretó la mano y sonrió.
—Estoy tan contenta de que hayas vuelto. Y estoy aquí si alguna vez quieres hablar de ello.
Había asumido inicialmente que no quería hablar de eso. Mi tiempo en la casa se conservan en mi memoria, no en una pantalla para que el mundo lo vea. Pero quería hablar de ello. Tenía que hablar de ello. No con la psiquiatra, pero sí con gente que me conoce y que con el tiempo podría entender cómo me sentía.
Mi pensamiento se quebró de vuelta al presente.
—¿Le preguntaron algo más?
—Me preguntaron qué me pasó mientras estaba allí.
—¿Qué les dijo?
—Les dije que me habían mantenido en el sótano. Les hablé de cómo los hombres querían mi rescate, pero se asustaron cuando descubrieron quién era mi padre.
—¿Algo más?
—Me preguntaron si me habían lastimado. Les dije que sí.
—¿Entraste en detalles?
—No mucho.
—¿Cómo reaccionaron?
—Jamie lloró. Samantha dijo que se sentía mal del estómago. Kylie no dijo nada.
—¿Crees que se arrepintieron de preguntar?
—No. —Negué con la cabeza―. Ellas querían saber.
—A pesar de que es difícil para ellas escuchar.
—Creo que es difícil para ellas aceptar el hecho de que sucedió.
—¿También es difícil para ti ?
—No. Sé lo que pasó. No fue mi culpa y no había nada que pudiera hacer para detenerlo o cambiarlo.
—Bien.
Supongo que la negación es común en casos como el mío. Pero realmente no lo sabía. No lo investigue, no fui a buscar personas como yo para que pudiera aprender de ellos, sanar con ellos. No estaba en negación. Sentía que todo lo que había pasado y lo que estaba atravesando eran pasos necesarios para la curación. El primer paso de curación fue un viaje al hospital cuando mi padre y yo acabábamos de llegar de vuelta a Delaware. El médico dijó que las costillas se habían curado fuera de lugar y luego las rompió de nuevo para que pudieran curarse correctamente. ¿Crees que me dolió? Nada dolía más que Joe dejándome.
Luego vinieron mis amigos y familiares que hacían todo lo posible para presentarme de nuevo en el mundo real.
Pero me resulta difícil volver a una vida normal.
Y por último, aquí estaba, en terapia donde mi psiquiatra había no había tocado el tema de mi cautiverio hasta que prácticamente la forcé a preguntarme sobre eso. Para entonces ya había compartido con ella casi toda la totalidad de los dos meses que había pasado como prisionera. Pero, ¿crees que me dolió? No había peor que el dolor de vivir sin él.
Así que, aquí estaba yo, viviendo lastimada, viviendo con dolor, viviendo con un recuerdo, un amante fantasma que me había dejado. No se supone que lo echaría de menos. No se suponía que debía extrañarlo. No debía estar esperando el juicio para tener la oportunidad de verlo de nuevo. Eso se suponía que era el último paso en mi proceso de curación: el juicio. Estarían condenados y se me haría justicia. En teoría, y en la mente de mis amigos, familia y psiquiatra, la conclusión del juicio significaría el final de mi pena, el final de mi lucha. En la práctica, había pocas esperanzas de que eso ocurriera.
—El juicio comenzara a principios del año que viene —le dije, con ganas de ver cómo iba a reaccionar.
—¿Tan pronto?
Asentí con la cabeza.
—¿Están siendo juzgados juntos?
—No. Por separado.
—¿Asistirás?
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque si no voy, entonces no voy a creer que realmente sucedió.
—¿Seguimos hablando del juicio?
—Por supuesto.
Su ceja se levantó. Ella no me creyó.
—¿Vas a declarar?
—Si me llaman para hacerlo.
—Bien.
bueno chicas :D
aqui les he subido algunos caps :P
les subo en maraton porque a veces no tengo tiempo para subir pero las recompenso con las maratones
espero que les guste los caps ...
ya van a juzgar a Joe :(
cuidense
bayyy :bye:
jamileth
Re: Sufriendo en el Silencio Joe y Tu TERMINADA
mierda joe... por que has hecho eso.. :wut:
la rayis queria quedarse... :lloro:
continuaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
Gracias por el maraton.. :P
la rayis queria quedarse... :lloro:
continuaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
Gracias por el maraton.. :P
@ntonella
Re: Sufriendo en el Silencio Joe y Tu TERMINADA
Todo parece irreal!!!... Se entrego!!!!... Pero que pasara ahoraaa????
chelis
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