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CreepyPastas {Terminados}

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Mensaje por Midnight. Mar 07 Ene 2014, 1:54 pm

44 creepypasta

Golpe De Suerte

Podemos mirar atrás y en algunas ocasiones nos encontraremos con pequeños, raros y, a veces, mágicos momentos en los que un llamado «golpe de suerte» tocó nuestras vidas. Momentos que después o bien no pasaron a más y quedaron en una alegre anécdota, o se volvieron experiencias que verdaderamente influyeron en nuestras vidas. Lo que estoy por contar es la historia de un chico y su «golpe de suerte», que pronto se convirtió en una experiencia aterradora que marcaría su vida profundamente, o al menos eso es lo que creo…
 
Ya nadie prestaba atención a lo que decía el profesor, el calor iba en aumento al igual que el sinfín de palabras anotadas en el pizarrón. Mi aburrimiento era extremo y el ambiente del salón no me ayudaba en nada. Mientras paseaba la mirada por el salón, noté que dos compañeros hablaban en voz muy baja; sin embargo, no fui el único que se dio cuenta de esto. El profesor también los había visto y comenzó a regañarlos, enojado porque no prestaban atención a su muy importante lección, sentimiento reforzado notablemente por el horrible calor del día.
Después del regaño, el profesor decidió que como castigo contaran a todos los del salón qué era lo que estaban platicando. Al principio ninguno habló, pero después de que fueron amenazados con la calificación del examen próximo, contaron la historia. Al parecer uno de ellos, Santiago, le contaba a su amigo, Javier, una serie de eventos extraños y escalofriantes, eventos que estaban destruyendo su vida y desmoronando a su familia.
Al principio, pocos eran los que le prestaban atención; el clima era insoportable y la idea de escuchar a alguien narrando sus problemas familiares era algo que no queríamos hacer. Pero una vez comenzado su relato, su expresión se volvió sombría, sus ojos se perdieron en el vacío y cuando hablaba parecía hacerlo de manera automática, por mera inercia…
En un día normal, Santiago se dirigía a su casa después de haber concluido las clases. Se encontraba tonteando por las calles cuando, según él, un fuerte sentimiento lo hizo ir a un parque que se encontraba cerca de donde estaba. Al llegar, simplemente no supo qué hacer, así que comenzó a caminar por la pista que normalmente utilizan los ciclistas. Después de caminar un rato, se dio cuenta de que, aunque las clases habían terminado hacía un rato, no había ningún adulto o niño en el parque. Mientras sus pensamientos se alborotaban debido a tan extraña soledad, se dio cuenta de que, un poco más delante de donde estaba parado, había algo similar a una carriola.
Tardó unos momentos en decidir, pero al final se acercó. Era una carriola de color negro, y conforme se iba acercando comenzó a escuchar lo que parecían ser unos balbuceos de bebé. Al encontrarse a tan sólo unos pasos, se detuvo en seco: ¿por qué se encontraba un bebé solo en medio del parque?, pensó, ¿que acaso no tenían miedo de que se lo llevaran?
Mientras estas preguntas invadían su mente, una pequeña mano se asomó por la carriola, impulsándolo a asomarse dentro de ésta. Lo que vio fue un pequeño niño, balbuceando, pataleando, nada extraño en sí. El niño parecía estar jugando con algo, un pequeño objeto redondo y de color plateado; estaba tan absorto en su juego que no se había percatado de que Santiago estaba ahí.
—No tengo idea de si fueron minutos u horas los que estuve viendo al bebé jugar, por un momento mi mente incluso quedó en blanco —comentó Santiago—. Cuando por fin me di cuenta, el bebé había dejado de hacer ruidos y me miraba fijamente.
Los ojos del infante se apartaban de Santiago, su mirada era inquisitiva, curiosa, como si estuviera viendo a un extraño bicho o animalito. Finalmente, en un movimiento muy rápido (tal vez demasiado rápido para un bebé), el niño le extendió la mano en la que tenía aquel objeto plateado, que resultó ser una tapa de refresco; pero al parecer tenía algo escrito en ella. Después de dudarlo, Santiago la tomó, y al hacerlo el bebé nuevamente perdió interés en él y retomó su juego. Santiago leyó la inscripción de la tapa y su asombro no encontró cabida a lo que estaba viendo, la tapa tenía la leyenda ganadora de un concurso de la refresquera, cuyo premio —que Santiago había visto en algún momento en un comercial de televisión— era una camioneta totalmente nueva.
Mi compañero no podía creer su suerte, ¡un bebé le acababa de regalar una camioneta nueva! Observó de nuevo a su alrededor en busca de otra persona, pero no vio a nadie. Comenzó a alejarse de la carriola, primero caminando y luego casi corriendo, pero un momento después se detuvo en seco: ¡no podía dejar al bebé solo a medio parque! Cuando se dio la vuelta, vio cómo una mujer se inclinaba sobre la carriola y levantaba al bebé, mientras que el pequeño reía y sonreía al ver a la mujer que sacaba un biberón para luego dárselo.
—Parecía ser su madre o niñera, así que pensé que estaría bien —dijo Santiago. Ya a esta altura, muchos nos habíamos olvidado de la clase por completo; incluso el profesor parecía muy intrigado por el resto de la historia. Así pues, Santiago continuó—. En ese instante la señora levantó la mirada y me vio; al notar que yo también la veía, me sonrió y saludó con la mano, y después tomó la carriola y se fue.
Al parecer no notó que le faltaba aquel pequeño objeto plateado con el que jugaba el pequeño. Santiago se encontró perdido por un segundo, no sabía qué hacer. Finalmente, comenzó a caminar muy aprisa hacia su casa, sin volver a mirar atrás. Al llegar a su casa botó la mochila al piso y buscó a sus padres, su mamá se encontraba lavando los platos, mientras que su papá intentaba arreglar una pata suelta del sillón de la sala. En este punto muchos de mis compañeros y yo pensamos que oír el resto de la historia sería inapropiado, pero, de nuevo, nadie detuvo a Santiago.
El joven les dijo a sus padres acerca de la tapa, pero omitió todo lo relacionado con la extraña señora y el bebé; hasta la fecha no sabe por qué. Su padre no tardó mucho en sugerir que reclamaran el premio, pero su mamá se sintió un tanto insegura con todo el asunto. El padre de Santiago tardó tres días para poder convencer a su esposa y que así pudieran reclamar el premio.
Juntos, Santiago y su papá llamaron a la refresquera y, después de solicitar algunos datos inscritos en la tapa de refresco, corroboraron que en efecto era una de las tapas premiadas. Pasaron otros dos días hasta que la camioneta por fin llegó a su casa; era enorme y de color azul marino, un vehículo impactante a la vista.
Todo fue euforia al principio, el ganar un premio de tal magnitud era sin duda algo para celebrar; su padre estaba increíblemente feliz e incluso su madre se alegró una vez recibida la camioneta. Pero como ustedes se imaginarán, pequeños eventos comenzaron a suceder. Al principio no eran más que ruidos lejanos (como si alguien arrastrara alguna silla), así como esa sensación de que alguien te observa, eventos que uno va pasando por alto por considerarlos comunes. Sin embargo, todo fue empeorando poco a poco, y ya no sólo eran ruidos a lo lejos, sino que había cosas que cambiaban de lugar, platos que caían de sus estantes sin que al parecer nadie los tocara. A aquella sensación de ser observado se le sumaron pequeños susurros que no venían de ninguna parte.
—En una ocasión, estaba en el baño cepillando mis dientes para poder ir a la escuela, y cuando me estaba enjuagando la pasta dental, escuché un susurro que dijo, «¿Ya te vas?». Me asomé al pasillo pero no había nadie, y mis padres estaban en el piso de abajo, por lo que no pudieron ser ellos. Después de eso salí de la casa, no tenía ganas de hablar con nadie, así que no le dije nada a mis papás.
En ese momento del relato, volteé a ver al resto del salón y me encontré con otros compañeros que hacían lo mismo, volteaban a su alrededor desorientados, como si acabaran de despertar repentinamente de un sueño o un aletargamiento. Todo fue extraño por un instante, sólo Santiago se encontraba de pie junto a su butaca, en tanto que todos los demás (incluido el profesor) nos encontrábamos sentados, con la expresión tensa, rígida, parecía que estábamos en algún tipo de trance.
—El clima que se percibía en mi casa comenzó a tornarse pesado, tétrico… en pocas palabras, tenebroso… —continuó Santiago. Sus padres parecían estar de mal humor con más frecuencia, toda pequeña discusión se convertía con alarmante facilidad en una pelea verbal muy agresiva. En una ocasión su padre estuvo a punto de golpear a su madre, pero se logró controlar de último momento. Otro día, su madre se enojó tanto con Santiago que, después de gritarle, arrojó un vaso que por poco golpea al chico en la cabeza. Los pleitos familiares estaban subiendo de tono con cada día que pasaba, y en algún momento la palabra «divorcio» salió en un grito histérico de la boca de la madre de Santiago.
»Y después… todo simplemente se fue al caño cuando recibimos aquella llamada —dijo mientras un escalofrío que lo hizo temblar recorría su cuerpo. Nos contó que, una mañana, el teléfono comenzó a sonar, y cuando él contestó una voz extraña le dijo, «¿Qué te pareció mi regalo? ¿Lo estás disfrutando?». Cuando le hizo estas preguntas soltó una carcajada que lo aterrorizó. Santiago colgó el teléfono sin decir nada, sentía cómo se le helaba la sangre; al ver su rostro su madre le preguntó quién había llamado, Santiago le respondió que se habían equivocado de número, pues sintió que no debía contarles acerca del bebé o de la tapa de refresco, acerca de nada. La llamada dejó en Santiago un sentimiento de inseguridad y preocupación, ¿había sido un error terrible el haber tomado la tapa aquel día?, ¿o simplemente era una broma enfermiza de algún desquiciado anónimo? Él no quería aceptar la idea de que aquel maravilloso premio era en realidad un artefacto que estaba trayendo desgracias e infortunios a su familia.
Debía de ser un error, un simple y común error, pero ¿cómo estar seguro? Debía verificar la camioneta, comprobar que no había nada de malo en ella, pero debía hacerlo cuando sus padres no lo vieran, o de otra forma sospecharían que algo sucedía y no dejarían de bombardearlo con preguntas tontas y sin sentido. Así pues, esperó hasta una tarde en la que sus padres salieron a hacer algunos mandados para acercarse a la camioneta. El vehículo estaba estacionado en una pequeña cochera improvisada que la familia anteriormente utilizaba como bodega, tenía una cortina de aluminio que daba hacia el exterior y su padre había colocado dos bloques cortados en forma de triángulo al final de la banqueta para que sirvieran de rampa al automóvil a la hora de sacarlo a la calle.
Santiago se acercó con cautela a la camioneta, era imponente, pero no vio nada extraño en ella, solamente un vehículo como todos aquellos que circulaban en la calle en ese instante. No había forma de que estuviera embrujada o maldita o algo, ¿o sí? Santiago abrió la puerta del conductor y se sentó frente al volante; al instante se sintió diferente, más grande y… ¿sería eso? Sí, lo era: con algo de poder. Estaba centrado en sus pensamientos cuando, de repente, la puerta se cerró de golpe. Santiago intentó abrirla, pero aunque no tenía el seguro puesto, la puerta no se abría. Después escuchó una risa y dejó de empujar la puerta; había vuelto a escucharla, pero ¿de dónde provenía? La risa se escuchó una vez más, sólo que esta vez la acompañó un estruendoso golpe a la puerta del conductor, sobresaltando a Santiago, quien intentó abrir de nuevo la puerta sin éxito alguno. Se dirigió hacia la puerta del copiloto y ésta sí se abrió, pero en el instante que comenzó a bajar del automóvil algo le arañó la pierna derecha con suficiente fuerza como para romper sus pantalones y dejar una herida muy profunda.
Santiago cerró de nuevo la puerta y quedó encerrado en la camioneta una vez más. Se volvió a escuchar la risa, seguida de unos pasos que al parecer estaban rodeando la camioneta; esa cosa estaba buscando la manera de entrar a la camioneta, de hacerle daño, de atraparlo. Tenía que salir de ahí, debía alejarse lo más que pudiera de la camioneta y decirles a sus padres que debían deshacerse de ella. Pero antes de que siquiera pudiera pensar en un plan, escuchó una voz que provenía de la parte trasera de la camioneta. «¿Estás disfrutando de mi regalo?», dijo la voz.
—Estoy seguro de que era la misma persona que había hablado por teléfono —comentó Santiago. Pero al intentar voltear para ver a aquella persona, sintió como si alguien lo golpeara con una fuerza tremenda, y de pronto todo se volvió negro.
Al parecer quedó noqueado por bastante tiempo, ya que fueron sus padres quienes lo despertaron. Su padre lo había encontrado desmayado en la camioneta, y lo llevó dentro de la casa para acostarlo en el sillón de la sala. Santiago se sentía débil, todo su cuerpo estaba adolorido y su cabeza parecía que estaba a punto de explotar. Su madre entró a la sala con una taza de té y se sentó junto a su hijo. Ambos le preguntaron al chico qué había sucedido en la cochera, y éste se limitó a ver sus piernas con el pantalón intacto, como si nunca hubiera sucedido aquel evento; pero al levantarlo, ahí estaban. Justo donde sintió el arañazo en aquel momento, tres marcas largas y profundas recorrían su pierna como un recordatorio imborrable de aquella terrible pesadilla.
Al ver las marcas su madre ahogó un grito y su padre le preguntó de nuevo qué había sucedido (al parecer no había encontrado nada en la camioneta, ni sangre o abolladuras). Santiago comenzó a contarles la historia de cómo había obtenido aquella tapa premiada…
…Pero antes de que pudiera continuar con su historia, el timbre de salida sonó estrepitosamente, lo que sobresaltó a casi todos en el salón de clases. Por un momento olvidé por completo que nos encontrábamos en la escuela, y creo que le sucedió a varios de mis compañeros, hasta el profesor quedó totalmente inmerso en la historia, sin interrumpirla e incluso estaba sentado detrás de su escritorio.
Salimos del salón sin hacer ruido alguno, parecía que habíamos salido de un trance. Nadie pronunció palabra alguna acerca de la historia, y al final, cada individuo se dirigió a su hogar por separado. En los días siguientes nadie volvió a mencionar aquella historia, nadie se atrevió a preguntarle a Santiago qué había sucedido luego de mostrar aquellas terribles heridas, hasta que un día, él dejó de asistir a la escuela. Según me enteré días después, se había mudado con sus padres y habían abandonado su casa junto a varias de sus pertenencias, y entre ellas, se rumorea, estaba la camioneta.
Un día llegué a mi casa, y al entrar a la sala, me encontré a mi abuelo leyendo un viejo libro en el sillón y me senté junto a él. Mi abuelo siempre me ha contado anécdotas extrañas y un tanto tenebrosas de eventos que le han ocurrido a lo largo de los años, así que empecé a contarle aquella historia, aquel «golpe de suerte maligno». Mi abuelo escuchó atentamente toda la historia, y una vez terminada, me contó otra historia, un evento que no le sucedió a él, sino a su amigo más cercano…
Pero creo que esa historia la contaré otro día. De momento estoy cansado, rendido… y tengo la sensación de que, estando frente al monitor escribiendo esto, alguien me está observando…
Midnight.
Midnight.


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Mensaje por Midnight. Mar 07 Ene 2014, 2:07 pm

45 creepypasta

El curioso caso del Sr. Thompson

Noches atrás el viejo hombre yacía ebrio y destrozado en el sillón de su casa por la muerte de su querida Abigail; él no lo podía creer, hace sólo unas semanas habían celebrado su duodécimo cumpleaños y ella reía y saltaba como si su vida sería próspera por muchos años más. Pero por hechos del destino, y caprichos que muchos aún no pueden digerir, ella se fue, dejando un hoyo gigantesco en Richard Donovan Thompson.
La muerte de la única hija de Rick fue realmente espeluznante para nuestro pequeño pueblo de Bigtown, en Colorado. La noticia rodeó no sólo el lugar, sino que revoloteó por todo el país como un terrible caso de asesinato y violación, pues según los forenses la pequeña sufrió de múltiples ataques de violación y tortura; su pequeño cuerpo fue hallado maltrecho y destrozado en las afueras del pueblo, en un paraje desolado del bosque. Las descripciones de los profesionales indicaron que fue torturada con varios instrumentos quirúrgicos básicos de un cirujano, como bisturíes, dilatadores y lancetas, para rasgar su delicada piel, y su inocencia. Lo más desagradable y horripilante del caso fue que hallaron el cuerpo de Abigail decapitado y bañado en sangre, y una marca sucia y de protagonismo estaba dibujada en su espalda con carboncillo, el bastón de Esculapio.
Yo estuve en la escena del crimen al llevar a Rick preocupado por lo de su hija, sin saber lo que le esperaba ahí. Según me contaba en el trayecto, su hija había salido a las nueve de la noche a la casa de una amiga a una fiesta que ésta ofrecería con sus padres. Le pregunté por qué no la había acompañado hasta la casa de la cumpleañera, y ahí fue cuando el hombre se puso nervioso y comenzó a sentirse terrible y culpable por el caso. Tartamudeando y pegando la mirada a varios lados a la vez, me contó algo que no le creí al principio, me dijo que «ella ya estaba lo suficiente grandecita como para poder ir sola a la calle, que confiaba mucho en su suerte, y que la zona a donde iba no era para nada peligrosa». Yo lo vi con una mirada de asombro, y pensé, «eres una mierda de padre, Rick».
Sabía cómo se portaba el hombre, fue mi vecino por más de quince años y conocía sus actividades, hasta la más minúscula. Trabajaba en obras de construcción y casi todos los días llegaba a casa ebrio a altas horas de la noche sólo a golpear a su esposa Margaret, por distintas razones estúpidas. Escuchaba los gemidos de su esposa y sus llantos, y a veces había noches en que no podía conciliar el sueño porque Margaret me buscaba y me pedía ayuda con los maltratos de su esposo. Me molestaba el caso, pero… no era algo en lo que me correspondía meterme.
Después del nacimiento de su única hija, pasaron seis años para que Margaret se hartara del viejo Rick y lo dejara con la pequeña. Hizo muy mal al hacer eso, y era raro en ella, ya que amaba tanto a su hija que era difícil verlas separadas. Que de la noche a la mañana se esfumara del pueblo sin dejar rastro alguno le pareció raro a los vecinos, y en especial a Rick; todos esos hechos dejaron consternado al viejo y lo endurecieron en un odio total contra el género femenino, blasfemando y diciendo que eran de lo peor. Comenzó a hundirse más en el alcohol y yo veía con frecuencia las prostitutas baratas que llevaba a casa. Según entendía, la preocupación por Abigail era mínima y la que siempre velaba por ella era la vieja señora Smicht, una anciana bonachona y gentil que vivía al frente de los Thompson.
Cuando llegamos al paraje desolado del bosque vimos una multitud de gente rodeando la escena y a varias patrullas en la zona. Al pasearse por el lugar del macabro hecho, Rick reconoció los pequeños zapatos de charol que estrenaría la niña en la fiesta de su amiga bañados en su sangre, ya seca. El hombre quedó anonadado y se puso en blanco; yo intenté pararlo, pero me consternó su actitud, pues se puso furioso y comenzó a decir estupideces. Maldición, fue una escena sacada de un maldito cuento: en vez de llorar por su hija, sacaba en cara lo estúpida que fue en vida; y la gente no lo creía, el padre no lloraba por la muerte de su hija.
El entierro de Abigail fue algo desconcertante, del viejo Rick no brotaba ni una sola lágrima y la única que lloraba desconsoladamente enfrente del ataúd era la señora Smicth, mientras que los presentes le daban el pésame al viejo hombre y él sólo asentía sin decir palabra alguna. La escena me dio tanta pena y coraje a la vez que partí del cementerio del pueblo y fui a mi hogar a tomar unas bocanadas de humo de cigarro, pensando en el curioso caso. Pasadas las once de la noche, Rick llegó totalmente alcoholizado con una vieja rubia mal maquillada con ropas de ramera de quinta; ese tipo era de lo peor, ni siquiera en el día del funeral de su hija dejaría el alcohol y el sexo comprado por luto.
Esto lo cuento en forma de pasado, ya que hace un par de días fue hallado el cuerpo de Rick, frío y tieso en la parte trasera de su casa; tal vez fue justicia divina. El cadáver fue hallado desnudo y con quemaduras en varias partes de su obeso cuerpo, con los genitales mutilados, faltándole uno de sus brazos y su rostro era irreconocible por los horrendos martillazos que el homicida le propinó. Lo que les pareció más curioso del caso a los forenses, y los dejó consternados, fue que hallaron la misma marca que encontraron en su difunta hija; pero esta vez con una frase escrita, también con carboncillo, en su calva y regordeta cabeza: «Así mueren los cerdos».
Nadie asistió a su funeral, al parecer todos en el pueblo lo odiaban por cómo era él y por su actitud con todo lo que rodeó la muerte de su hija. Los policías buscaron pistas para hallar al «Asesino Médico»; sí, así lo apodaron por la escabrosa imagen que impregnaba en sus víctimas. Por mi parte, tampoco podía creer lo sucedido; padre e hija muertos. Escribí unas notas sobre el caso y las actividades que había percibido en la casa de los Thompson y se los mandé a la policía por si les era útil. Lamentablemente, yo estaba en una de mis conferencias en la universidad en el momento del asesinato de Richard, y no pude escuchar ni ver nada.
Por otro lado, después de tantos años aún no puedo creer que Margaret me abandonara por ese perdedor. Pensándolo más a profundidad, el viejo Rick tal vez sí merecía la muerte; fue por eso, tal vez, que en una de esas noches en las cuales Margaret me fue a buscar le destrocé el cráneo con la base de una lámpara, e hizo que aún conserve el cuerpo embalsamado en el viejo baúl de mi sótano desde hace más de seis años, y aún tiene esa apariencia que me enamoró en mi juventud. Fue por eso tal vez que me crucé con la pequeña Abigail aquella noche, cuando ella salió desacompañada e indefensa a la casa de su amiga, y la secuestré y disfruté torturándola y violándola constantemente, mientras ella lloraba y clamaba por su tan pequeña vida; y por capricho mío me quedé con su cabeza como trofeo de guerra, ahora apilada con los restos de su querida madre. Pero honestamente, lo que me parece más gracioso e irónico de todo este caso, es que no fui yo quien llevó a la muerte al viejo Richard Thompson.

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Mensaje por Midnight. Mar 07 Ene 2014, 2:14 pm

46 creepypasta

La trampa

En Berlín, después de la Segunda Guerra Mundial, el dinero era escaso, las provisiones se agotaban y eran muchos los que pasaban hambre. En aquel entonces, la gente contaba la historia de una joven que vio a un hombre ciego tratando de cruzar la calle, y se ofreció a ayudarlo. Ambos se pusieron a hablar y el hombre le pidió un favor: «¿Podrías llevar esta carta a la dirección escrita en el sobre?». Como quedaba en su camino, ella accedió.
Entonces la joven partió, volteando antes de doblar en la próxima intersección en caso de que el hombre necesitase algo más; pero lo vio caminando apresurado entre los peatones sin los lentes oscuros y el bastón que antes cargaba. La joven sospechó, naturalmente, y llevó la carta a la policía.
Cuando los oficiales llegaron a la dirección que indicaba el sobre, hicieron un descubrimiento escalofriante: tres carniceros habían estado recolectando carne humana y vendiéndosela a los hambrientos.
¿Y qué había en el sobre que le dio el hombre a la joven? Una nota, que simplemente decía: «Ésta es la última que les mando por hoy».
Midnight.
Midnight.


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Mensaje por Midnight. Mar 07 Ene 2014, 2:19 pm

47 creepypasta

El doberman atragantado

Mi primo y su esposa vivían en Sydney con su enorme dóberman en una casa pequeña. Una noche salieron a distraerse a una discoteca. Cuando volvieron era bastante tarde y mi primo estaba pasado de copas. Abrieron la puerta y fueron recibidos por la vista de su perro atragantándose con algo en la sala de estar.
Mi primo simplemente perdió el conocimiento, pero su esposa llamó a la veterinaria, que era una vieja amiga de la familia, y quedaron de verse en su consultorio. La esposa llevó al perro, y luego decidió volver a casa y atender a su marido.
Llegó a casa y tras algunas bofetadas finalmente hizo despertar a mi primo, pero aún estaba ebrio. Le tomó casi diez minutos cargarlo al segundo piso, y entonces el teléfono sonó. Se sintió tentada a ignorarlo, pero supuso que debían de ser noticias importantes sobre la condición de su mascota. Apenas levantó el teléfono, escuchó la voz de la veterinaria gritando, «¡Gracias a Dios que te contacto a tiempo! ¡Salgan de la casa de inmediato! ¡No hay tiempo para dar explicaciones!», para luego colgar.
Como era una amiga de confianza, la esposa obedeció y empezó a cargar a su esposo hacia la puerta principal y afuera de la casa. Para cuando habían salido, la policía ya estaba en la escena. Dos oficiales se precipitaron adentro de la casa pasando a un lado de la pareja, pero la esposa de mi primo aún no tenía la más remota idea de lo que estaba pasando.
La veterinaria se acercó a ellos, y preguntó:
—¿Ya lo tienen? ¿Lo capturaron?
—¡¿Capturaron a quién?! —contestó la esposa, empezando a exasperarse.
—Pues descubrí con qué se estaba atragantando tu perro: un dedo humano.
Justo en ese momento la policía salió escoltando a un hombre mugriento con barba incipiente que sangraba profusamente de una mano.
—Oiga sargento —gritó uno de los oficiales—, lo encontramos en el dormitorio.
Midnight.
Midnight.


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Mensaje por Midnight. Mar 07 Ene 2014, 2:22 pm

48 creepypasta

El necrófago

Ese día, Ahmar vagaba a pie por una de las calles de la fértil Idlib, lamentablemente borracho y mareado. Estaba perdido, y no sabía con seguridad hacia dónde se encontraba su casa. Pasaban las once y media cuando vagaba por una de las calles más viejas y oscuras, donde no había un alma.
Después de mucho trastabillar por aquí y trompicar por allá, se encontró finalmente con una persona, y no dudó en dirigirse hacia él.
Éste era un hombre de aspecto humilde, llevaba ropas de tono claro, pantalones abrigados y un sombrero de ala ancha, que al parecer era de paja o algún material similar. El material del sombrero era lo que menos le importaba a Ahmar, y poco le importó la forma curiosa y arcaica en la que vestía el desconocido.
—¿Señor, me puede dar indicaciones de cómo llegar a mi casa? —balbuceó Ahmar, con la cara roja.
—¿Está perdido, señor? —dijo respetuoso el hombre, de rostro amable y confiado, con una sonrisa tranquila. El ala del sombrero le tapaba los ojos con una sombra gruesa.
—Ayúdeme, por favor, no quiero dormir en la calle ¿sabe? Traigo cosas de valor… y… por favor, lléveme a casa —terminó en un sollozo infantil.
—Tranquilícese señor, lo conduciré. ¿Por dónde queda su casa?
—Pues… creo que por allí, por la calle larga. Es una casa muy bonita, sí, muy linda, de color blanco —dijo distraído.
—Vamos señor, no se preocupe, lo conduciré —dijo el desconocido con cara de buena gente. Curiosamente no se inmutó por una descripción tan ambigua, pero de todas maneras, a Ahmar (borracho como una cuba) no le extrañó en lo más mínimo. Su mente vagaba por lugares lejanos, y tenía ideas extrañas provocadas por el etanol que intoxicaba su sangre.
Ahmar fue conducido por el hombre a las afueras de Idlib.
—¿A dónde vamos, amigo? —preguntó Ahmar con tono desinteresado—. Este lugar no me suena… ¿estás seguro de que vamos a mi casa?
El hombre no respondió.
—Qué raro vistes, pareces del siglo pasado. ¿No sabes dónde comprarte ropa? —dijo Ahmar entre risas, pero el hombre no se dignaba a responder. Ahmar, disgustado, le dijo:
—¿Qué te pasa, te comió la lengua el gato? —Y rió entre dientes. Se encontraban en un lugar muy desolado cuando el desconocido dijo, ahora con una voz profunda y gorjeante:
—No, para nada.
Y a continuación volteó.
Ahmar prorrumpió en gritos de espanto cuando vio que de la boca del desconocido caía una lengua larga y horripilante, que se retorcía entre sus mejillas como una culebra herida. Sus ojos ahora eran amarillos y brillantes, y sus uñas habían crecido hasta transformarse en garras bestiales.
Ahmar huyó desesperado, y cayó al suelo, para que luego el viajero saltara sobre su espalda y lo hiciera caer. Ahmar vio horrorizado que el hombre se acercaba hacia él con las garras apuntando a su cuello, y producto del miedo apartó la vista de la cara monstruosa, fijándose en sus pies. En todo el trayecto, Ahmar no había mirado a los pies del hombre, y ahora notaba que resultaban ser similares a los pies de un caprino: negros y con pesuñas. Se arrepintió muy tarde de no haber mirado con detalle a su acompañante.
Las garras se clavaron en su cuello, y la lengua larga saboreó la sangre que emanaba del desgarrado gollete. Ahmar no podía sino prorrumpir en gritos, cuando unas poderosas fauces forzaron su silencio. Las costillas crujieron y la piel sangró, los músculos se tensaron y el suelo se tiñó de escarlata. Entonces el monstruo, con la ligereza de un cirujano, abrió el estómago de Ahmar con una única uña, y procedió a hacerse con su parte favorita del bocado. Luego de comerse el interior, el engendro descuajó sus fauces y se tragó el cadáver entero, desintegrándolo en su interior. Minutos después, ya digerido el sirio, el monstruo se irguió. Una mueca de esfuerzo asomó la cara del monstruo, quien luego mutó su cuerpo para transformarse en lo que parecía ser un canino negro. Las patas traseras del can seguían siendo las de una cabra. Con una extraordinaria sutileza, el monstruo, ahora can, escapó de la escena sin dejar rastro de haber existido siquiera.
A la mañana siguiente, la policía encontró la mancha de sangre en el suelo, perteneciente a Ahmar, según los análisis, y no encontraron causa aparente de su muerte y desaparición además de las mafias. Muchas personas fueron encuestadas, pero no hubo testigos de la monstruosa acción, y el necrófago jamás fue encontrado, ni se pensó en buscarlo.
Según las leyendas del medio oriente, los necrófagos salen de noche buscando víctimas a las que matar y cadáveres a los que comer. Pueden transformarse en lo que deseen para atraer a sus potenciales víctimas, así sean animales, viajeros, guías, policías o sobre todo mujeres hermosas. Lo que nunca lograrán cambiar es sus patas de caprino, única manera de distinguirlos, y es por esto por lo que se debe estar alertado. Muchos de ellos no están satisfechos con la comida a menos que la hayan casado con sus propias manos. Estos engendros llevan a las personas a lugares aislados para así matarles con facilidad, y sin que nadie pueda defenderlos.
Si te encuentras una noche en una ciudad del Medio Oriente, alejado de tu casa, solo o perdido, no confíes en nadie hasta haberle mirado los pies.
Midnight.
Midnight.


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Mensaje por Midnight. Mar 07 Ene 2014, 2:24 pm

49 creepypasta

Mi pabellón

He trabajado en un hospital psiquiátrico penitenciario por diez años ya, y sinceramente puedo decir que no cambiaría mi trabajo por nada en el mundo. Con esfuerzo cualquier rehabilitación es factible, y creo que la justicia verdadera puede ser servida.
Recuerdo vívidamente mi primer día, cuán aterrado estaba por hacer la jornada nocturna. Cuán intranquilo me ponía al caminar ese corredor largo, oscuro y silencioso. Nunca se te olvida la frase que escuchas en tu primer día: «Vista abajo, sigue derecho».
Éste es un hospital bastante viejo y pequeño, diseñado para un tipo especial de pacientes. Sin puertas, sin vidrio.
Sólo barras. De hecho, se cree que el pabellón en sí está encantado. Los pacientes describen a un «demonio» que merodea las celdas por la noche. Pero esto es sólo algo que se les dice a los reclutas nuevos.
Hoy día puedo identificar cuáles reclutas se quedarán y cuáles no. Me intriga ver la manera tan fresca en la que reclutas nuevos manejan ciertas situaciones, y cuán apasionados son para rehabilitar lo innombrable. Necesitarás esa pasión que yo tengo.
No quiero entrar en detalles para respetar la dignidad de algunas personas, pero digamos que he visto a más reclutas irse que quedarse.
En este momento me encuentro en mi jornada nocturna sólo con otro guardia, viendo los expedientes de los pacientes una y otra vez. Ésta es la parte aburrida. Me gusta ordenar los fólderes según la gravedad de los crímenes. Se ha vuelto mi segunda naturaleza ahora; te podría enseñar algunos expedientes que fácilmente te harían estremecerte si fueras un recluta nuevo.
Estos pacientes están en mi pabellón. Son extremadamente frágiles, pero increíblemente peligrosos debido a sus crímenes. Si planeas ayudarlos, siempre debes tener eso en mente.
Tomo mis llaves y me adentro en el infame corredor, cerrando la puerta tras de mí.
Está insoportablemente silencioso, y oscuro. La única luz sale de las pequeñas hendiduras que hay en cada celda. Ésta es la parte que muchos reclutas no pueden tolerar. La atmósfera es intensa. Es esencialmente un túnel de ladrillo desgastado, con una fila de animales enjaulados siseando, murmurando… llorando. Sigo derecho y me siento en el suelo, viendo hacia la última celda oscura.
—¿Qué son esas marcas que has tallado en la pared, Martínez?
—¿Por qué no se acerca a las barras, oficial? Apenas puedo verlo sentado ahí en la oscuridad —susurró esto desde lo que pareció ser el fondo de la celda, pero no puedo estar seguro. Sólo hay unos cuantos pacientes aquí, por lo que generalmente está silencioso y sofocante.
—Estoy bien aquí. ¿Esos son los nombres de tus víctimas, Martínez?
No hay respuesta. Se está escondiendo en algún rincón oscuro, lo único que puedo ver con la luz son los rasguños en los ladrillos de la pared, y en su cama.
—¿Cómo voy a saber qué tal te encuentras si no me hablas?
Abro su expediente y comienzo a leer datos cada tanto.
—Dos niños fueron secuestrados de su hogar por la noche y ahogados. Mira lo que le hiciste a sus rostros, ¿te son familiares ahora?
»Una familia abusiva no es excusa; sé lo que tu padre te hizo.
Puedo escuchar un débil murmullo proviniendo de su celda mientras le recuerdo de su infancia.
—¡Yo no hice nada!
—Pero lo hiciste, es por eso que lloras al dormir. ¿Qué es lo que dicen?
—Estaremos juntos pronto. ¡Los observé por meses!
Sus sollozos se están poniendo peor, y puedo oír que se mueve, casi como si estuviera gateando por el frío suelo de su celda de un extremo a otro. Su voz está comenzando a irritarme.
—Pero no irás al Cielo, Martínez.
—¡Sí lo haré! Ya me siento muerto, me sentí muerto esa misma noche.
—No estás muerto Martínez, no estás muerto en lo absoluto. Ten.
Deslizo un espejo por debajo de su celda y oigo cómo sus sollozos se vuelven murmullos frenéticos. Aruña las paredes llorando en agonía mientras sigue con su palabrería desagradable.
—¡SILENCIO! ¡CÁLLATE!
—Míralo. Mira tu rostro. ¡Arráncala Martínez, arráncate tu lengua y úneteles!
Retrocedo mientras escucho su insoportable llanto. Prestando más atención puedo oírlo murmurar y maldecir con los dientes apretados, mientras leo su expediente cada vez más rápido.
—¡No puedo! ¡No quiero!
—Si quieres Martínez, ya casi lo logras. ¡Te di un espejo! Usa eso.
Silencio.
Tras diez extenuantes minutos, todo había terminado. Levanté el expediente y regresé, golpeando mi porra contra las barras de las celdas mientras me iba.
Oh sí. No cambiaría mi trabajo por nada en el mundo.
Midnight.
Midnight.


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Mensaje por Midnight. Mar 07 Ene 2014, 2:29 pm

50 creepypasta (y ultimo por hoy)

Cintas

Trabajo en una estación de gas en la zona rural de Pennsylvania. Es un trabajo aburrido, pero es bastante simple y pagan bien. Hace unas cuantas semanas, un chico nuevo comenzó a trabajar conmigo; lo llamaré Jeremías.
Jeremías es raro. Tiene alrededor de veinticinco, y la risa más espeluznante que jamás haya oído. Mi jefe y yo lo hemos notado, pero nunca ha sido un problema, así que no hay mucho que podamos hacer al respecto. Los clientes nunca se han quejado de él, y siempre ha hecho su trabajo bastante bien. Hasta hace unas semanas, al menos; entonces los productos empezaron a desaparecer. Los empleados que roban pueden ser un problema para cualquier negocio que venda bienes a los clientes, y sólo había una persona trabajando en la estación cuando los robos ocurrían (es un establecimiento muy pequeño).
Hace dos semanas mi jefe empezó a notar que nos estábamos quedando sin aceite de motor. Al principio sólo eran unos cuantos contenedores los que faltaban, pero después cajas enteras y estantes del producto desaparecían. En nada de tiempo, cargamentos de aceite de motor desaparecían al día siguiente de haberlos adquirido, y siempre tras el turno de Jeremías. Mi jefe revisó las cintas de seguridad de cada una de las noches en las que él había trabajado, pero jamás pudo atraparlo en el acto. Luego de que Jeremías cerrara, el aceite de motor había desaparecido para el día siguiente.
Mi jefe incluso llevó las cintas a mi casa para verlas conmigo, pero esa misma noche le surgió un compromiso, así que me pidió que mirara las cintas por él. Se ofreció a pagarme horas extra, por lo que obviamente acepté la oferta. Son tres cámaras las que hay en el establecimiento, entonces eran tres cintas las que debía mirar. Supuse que sería una noche larga, pero estaba tratando de ahorrar dinero para las vacaciones, así que realmente me convenía el trabajo. Llevé las cintas a mi sala de estar, las metí en un viejo VCR y me senté a verlas.
Hace dos días (la última vez que trabajó) Jeremías empezó su turno como a las cuatro de la tarde. Todo se veía bastante normal al inicio. Contó el dinero que había en la caja registradora, cambió de turno con la chica que estaba antes que él y esperó por nuevos clientes. La primera persona que llegó fue la señora García, alguien que viene a menudo, a las 4:03 p.m. Cogió sus ración diaria de cigarrillos y un periódico y pagó con un billete de veinte; nada inusual con ello. El siguiente cliente era un chico de los alrededores llamado Mario. Conduce una motocicleta y llega a la estación de vez en cuando. Llenó su tanque, agarró una bolsa de carne seca, pagó con su tarjeta de crédito y luego se fue. A él le siguió un chico cualquiera con un sombrero de vaquero. Nunca lo había visto antes, pero atendemos a varios extraños que van de paso, como en cualquier estación de gas. Pagó cuarenta dólares en combustible Diesel y retomó su viaje. Me recliné en la silla y suspiré; lo único más aburrido que hacer ese trabajo era ver a alguien más haciéndolo.
Pero la oferta de mi jefe era suficiente para mantenerme motivado, así que dejé que el video siguiera andando. Toda parecía aburridamente normal. Tenía el presentimiento de que si era Jeremías quien estaba robando el aceite de motor, seguramente ya tenía la noción de que sospechábamos de él, no esperaba que fuera tan estúpido como para que se dejara grabar por las cámaras. Los eventos siguieron su mismo tedioso curso hasta que fueron las cinco en punto.
A las 5:03 p.m. la señora García entró de nuevo; seguramente había olvidado algo, o eso pensé. Pero no fue así. Volvió a comprar el mismo paquete de cigarrillos de antes, y el mismo periódico. Pagó ambos con otro billete de veinte. Me pareció extraño, pero igual a la mujer le empezaba a fallar la memoria. Pensé que Jeremías iba a recordarle que ya había comprado su ración de humo de ese día, pero no va contra las reglas vender a alguien lo mismo dos veces.
Luego Mario entró de nuevo. Pagó por otro tanque de gas (de nuevo para su motocicleta, aunque al principio consideré la posibilidad de que pudo tener otro vehículo que llenar) y la misma bolsa de carne seca. Pagó con crédito, de nuevo.
No era la gran cosa. Todo podía ser una enorme y extraña coincidencia. La señora García era olvidadiza y Mario probablemente tenía más de una Harley. Entonces el tipo con sombrero de vaquero volvió a aparecer; sentí cómo un fuerte escalofrío bajaba por mi espalda.
Cada acción que hizo fue idéntica a la que había hecho en su primera visita, hasta la forma en que se rascó la nariz antes de abandonar el establecimiento. O el chico era rico, dueño de varios camiones y se acaba de mudar al pueblo, o algo realmente bizarro estaba sucediendo. Seguí mirando.
Cada cliente por la siguiente hora fue el mismo que la vez anterior. Cada uno de ellos. Estaba empezando a ponerme ansioso cuando a las 6:03 p.m. la señora García entró de nuevo. Sólo observé por otra media hora antes de adelantar el resto; era todo lo mismo, cada cliente entraba a la misma hora que ya lo había hecho, con una hora de diferencia.
Sé lo que están pensando: Jeremías, ese astuto infeliz, había manipulado las cintas o la cámara. Había superpuesto su primera hora de trabajo una y otra vez. Bueno, ése no era el caso. Alrededor de la caja registradora hay ventanas, y podía ver cómo la luz del sol disminuía a medida que el tiempo pasaba. La rutina de Jeremías tampoco se repetía: él barría, trapeaba, ordenaba los estantes y hacía cada una de las labores que tenía encargadas.
Es decir, algo andaba realmente mal con lo que estaba viendo, y no tenía ninguna explicación para ello. Me salté hasta cuando cerraba y caminaba hacia su auto. No había robado nada, pero seguí viendo, sólo para estar seguro. Lo adelanté una última vez, a eso de la medianoche.
Exactamente a las 12:03 a.m., la cara de Jeremías apareció ante la cámara, de la nada. No me refiero a que giró su cabeza hacia la cámara, sino a que un segundo se mostraba la tienda vacía, y al otro su cara era lo único que se podía ver. Y no miraba a la cámara; me miraba a mí. Estoy más que seguro. Grité y busqué el control remoto. Para cuando lo agarré, Jeremías ya no estaba, había desaparecido casi tan rápido como había aparecido. Mis manos temblaban frenéticamente, pero pude cambiar la cinta.
La otra cámara mostraba la parte trasera del establecimiento, y con ella podría ser capaz de ver a Jeremías subirse en algo para poner su cara frente a la otra cámara. Me adelanté a las 12:03 a.m., pero vi nada. No lo volví a ver en la tienda luego de que se fue. Era como si nunca hubiera estado allí. Jeremías no se sabía el código de seguridad, y ninguna alarma fue activada esa noche luego de que él cerrara.
Lo que sí pude ver, sin embargo, fue que a las 12:03 a.m. el aceite de motor desapareció de su estante. Todo el aceite. Al igual que la cara de ese cabrón, un segundo estaba allí, y al siguiente no. Apagué el televisor y me fui a la cama, pero no logré conciliar el sueño.
Ahora mi cuerpo está exhausto, pero mi mente no deja de pensar en ello. Esas cintas son, sin duda, lo más raro, lo más bizarro que he visto en toda mi vida.
Tengo que trabajar en un par de horas. Mi jefe me ha pedido que le lleve las cintas y que le cuente lo que he averiguado, pero, vamos, ¿qué demonios se supone que he de decirle? Jeremías trabaja su turno esta noche, justo después de mí, y el plan de mi jefe es confrontarlo antes de que me vaya (ya que se supone que, en efecto, lo vi robar el aceite). No tengo idea de lo que haré. Supongo que tendré que mostrarle las cintas a mi jefe, pero yo no quiero volver a verlas.
En todo caso, trataré de dormir unos minutos antes de que tenga que irme y lidiar con todo esto. Les haré saber lo que suceda después…
ACTUALIZACIÓN (2:49 p.m.): Actualizo por mi teléfono, me disculpo por cualquier error que pueda cometer. Mi jefe acaba de terminar de mirar las últimas cintas. Le advertí sobre lo que podría esperar, pero la verdad no te puedes preparar para algo así. Está temblando de miedo y se supone que Jeremías vuelve a las cuatro. Tiene poco más de una hora para recomponerse, pero ni él ni yo sabemos lo que debemos decirle. ¿Es acaso un trastornado que gusta de robar aceite de motor y además matar del susto a la gente? ¿O es algo más? No sé si me estoy yendo muy lejos, pero ¿a nadie le parece que él tiene algo que ver con los bucles de tiempo que hacía que la gente hiciera lo mismo una y otra vez? Mi jefe dice que no notó nada de esto en ninguna de las cintas de fechas anteriores, y por la forma en que Jeremías apareció de la nada ante la cámara me hace creer que sabía que estaríamos observando. Era como si quería que viéramos lo que podía hacer. Como si estuviera regodeándose, o algo así. La forma en que sonrió ante la cámara me hace recordar a un niño pequeño mostrando su recién construido castillo de arena. No lo sé. Seguramente sueno como un loco. Al menos así me siento. Iré a hablar con mi jefe un poco más; tenemos que tranquilizarnos y resolver todo esto. Actualizaré de nuevo mañana, aunque tengo un muy mal presentimiento.
ACTUALIZACIÓN (4:33 p.m.): No hay señal de Jeremías. Traté de llamarlo, pero su teléfono está desconectado. Vamos a llamar a la policía.
ACTUALIZACIÓN (5:33 p.m.): No hay señal de Jeremías. Traté de llamarlo, pero su teléfono está desconectado. Vamos a llamar a la policía.
ACTUALIZACIÓN (6:33 p.m.): No hay señal de Jeremías. Traté de llamarlo, pero su teléfono está desconectado. Vamos a llamar a la policía.
ACTUALIZACIÓN (7:33 p.m.): No hay señal de Jeremías. Traté de llamarlo, pero su teléfono está desconectado. Vamos a llamar a la policía.
ACTUALIZACIÓN (8:33 p.m.): No hay señal de Jeremías. Traté de llamarlo, pero su teléfono está desconectado. Vamos a llamar a la policía.
ACTUALIZACIÓN (10:58 p.m.): Mierda… Mierda, mierda, mierda, mierda. Cuando regresé a casa pude ver mis últimas actualizaciones. Las cosas nunca pudieron tener menos sentido. Esto es lo que les puedo decir: fui al trabajo, y como Jeremías nunca se apareció, mi jefe y yo decidimos llamar a la policía, como todos bien saben. Sin embargo, cuando tomé el teléfono para llamar, el sol se apagó. Les juro que eso fue lo que pensé que había sucedido; aparentemente me desmayé por exactamente cinco horas, porque cuando vi el reloj, eran las 9:33 p.m. Estoy seguro de que estuve atascado en el bucle de Jeremías, y luego desperté al mismo minuto en el que me había desmayado, con cinco horas de diferencia. Pero entonces las cosas empezaron a volverse aún más extrañas.
Mi jefe estaba a mi lado cuando me desmayé, dispuesto a corroborar mi historia con la policía. Cuando desperté, el teléfono estaba en mi mano, pero averiado. No provenía ningún sonido del auricular. Mi jefe seguía donde lo había visto por última vez, pero no se movía. Estaba parado en su sitio, petrificado. Miré de nuevo al reloj y éste tampoco se movía; la segunda manecilla estaba parada en el número doce. Eran exactamente las 9:33 de la noche. El reloj de la recepción (en la pantalla de la computadora) también se había detenido. Incluso había un cliente en la barra esperando que mi jefe le pasara una caja de cigarrillos. Apuesto a que ése era su quinto paquete del día.
Me fui de allí inmediatamente. No cerré con llave, no apagué las luces y, lo siento, pero no llevé las cintas de video para subirlas a internet. Créanme que eso era lo último que tenía en mente. La estación de gas está localizada al lado de una gran carretera, y los carros que iban pasando estaban estacionados alrededor de ella cuando salí, excepto que no estaban estacionados; estaban congelados. Las personas dentro de ellos estaban petrificadas, como si fueran esculturas de cera. Subí a mi auto y recé por que arrancara. Gracias a Dios lo hizo.
Como a la mitad del camino, el tiempo volvió a empezar de nuevo. La estática de la radio se convirtió en música, como se supone que debe ser, y por lo que decía el anfitrión de la emisora, aparentemente nadie se dio cuenta de que el tiempo se había detenido. Fui el único que lo notó. Bueno, aparte de Jeremías, por supuesto. Sigo sin tener idea de dónde está o qué estará haciendo. Estoy escondido en mi habitación y llamaré a la policía por la mañana, aunque no estoy seguro de si me tomarán en serio. Actualizaré mañana, si puedo.
ACTUALIZACIÓN FINAL (10:33 a.m.): Creo que caí dormido anoche a eso de las cuatro de la madrugada. Me sorprende que haya podido, supongo que el cansancio me pudo. Me despertó el timbre de mi teléfono; era mi jefe el que llamaba. Estuvo tratando de contactarme desde las seis. Volvió en sí luego de que el tiempo regresara la noche anterior e inmediatamente llamó a la policía. Llegaron a la estación de gas y les contó todo. Los policías de aquí son gente práctica, ya que estaban más preocupados por el aceite de motor perdido que por cualquier otra cosa, pero a mi jefe le bastó con haber captado su atención. Decidieron ir a buscar a Jeremías.
Nosotros mantenemos los archivos de nuestros empleados en una base de datos, y como Jeremías había empezado a trabajar hacía algunas semanas, su archivo fue fácil de encontrar. Tomaron su dirección y se dirigieron a su casa.
La dirección de Jeremías era un lote vacío, o al menos lo es ahora. Solía haber una casa ahí, pero se quemó en el 93. Siendo un pueblo pequeño, casi todos recuerdan el incendio. Una familia de cuatro personas vivía allí cuando ocurrió. Los rumores dicen que el padre tenía un hijo ilegítimo del que la familia nunca hablaba, pero realmente no puedo asegurarles nada. Lo que sí puedo decir es que luego de una investigación de seguros, se descubrió que el incendio fue hecho adrede. La casa entera fue empapada en aceite y luego alguien le lanzó una bomba Molotov para que prendiera. Como la familia estaba durmiendo cuando sucedió, ninguno pudo sobrevivir.
En fin, cuando mi jefe me llamó y me dijo todo esto, entré en pánico, pero me aseguró que los policías estaban de nuestro lado. Luego me soltó una bomba: el FBI andaba por los alrededores y quería hablar conmigo de una forma u otra, así que lo mejor sería que me pasara por allí. Eran las 7:15 y yo sólo quería volver a la cama, pero supuse que no podría dormir mucho de todos modos, así fui para allá.
Cuatro hombres con trajes me recibieron y me dijeron que tomara asiento. Repasamos todo alrededor de tres o cuatro veces hasta que pudieron anotar hasta el último detalle. Les hablé sobre Jeremías, las cintas de seguridad, lo sucedido la noche anterior. Finalmente, cuando terminé, uno de los agentes dijo:
—Oh Dios, tenemos a otro entre manos.
Luego me hicieron firmar un montón de papeles, declarando que no le diría lo sucedido a nadie, por lo que no puedo contar mucho más. Podría estar rompiendo la ley con tan sólo poner esto en la web.
Así que ahora estoy en casa. No estoy muy seguro de qué hacer conmigo mismo. Las palabras del agente luego de que le contara toda la historia me perseguirán el resto de mi vida.
En todo caso, ya me tengo que ir. Tengo algunas cosas pendientes que hacer, y mi jefe no tarda en llegar. Creemos que el empleado nuevo, a quien llamaré Jeremías (y es un completo fenómeno) se ha estado robando el aceite de motor, y vamos a revisar las cintas de seguridad para ver si lo podemos atrapar en el acto. Tengo mejores cosas que hacer, pero el viejo me pagará tiempo extra, y quiero ahorrar dinero para las vacaciones. Será muy sencillo; el aceite siempre desaparece luego de sus turnos. Supongo que sólo tendremos que ver los videos, atraparlo con las manos en la masa, y eso será todo.
Midnight.
Midnight.


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Mensaje por Brooklin☮ Mar 07 Ene 2014, 3:42 pm

Esposaaaaaaaaaaaaaaaaaaa, demasiado buenas las creepys, tienes que seguirlas !FALTAN MUCHAS¡
Brooklin☮
Brooklin☮


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Mensaje por Midnight. Mar 07 Ene 2014, 3:46 pm

Brooklin escribió:Esposaaaaaaaaaaaaaaaaaaa, demasiado buenas las creepys, tienes que seguirlas !FALTAN MUCHAS¡
esposaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa, todo por ti bswjkaldaywdhndx, despues la sigo u.u
Midnight.
Midnight.


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Mensaje por Midnight. Miér 08 Ene 2014, 10:47 am

51 creepypasta

Psico-Pasta


Lágrimas de desesperación recorren las mejillas de la pequeña Roxie. Con las pupilas dilatadas, sus ojos se han acostumbrado a la permanente oscuridad de su cuarto. Está desconsolada, pues tiene bien sabido lo que ocurrirá a continuación. Sus manos envuelven unas rodillas temblorosas, que se balancean bajo el chorro de agua adelante y atrás rítmicamente. Teme escuchar la puerta abrirse, pero más teme los pasos que le siguen, pues si hay algo que el tiempo le ha enseñado es a anticipar su castigo mediante el ritmo y la intensidad de las pisadas, sobre todo las lentas y pesadas. Pobre Roxie, si supiera que no se lo ha imaginado. La puerta sí se ha abierto, sí hay alguien bajando, y sí, las pisadas se acercan lentamente a ella.

10/01/06

A la mitad de la carretera principal es hallada una pequeña bolsa de basura que contiene restos humanos.

12/07/12

Tyler se encontraba frente al computador en busca de los mejores creepypastas, como acostumbraba a hacer religiosamente desde que había sido agregado a una página en Facebook que prometía no dejar dormir a quien los leyera. Las noches de aburrimiento se habían acabado desde aquella vez. Últimamente andaba siguiendo los escalofriantes relatos de un usuario conocido como FeaRLorD69, creador de las piezas maestras más votados por toda la web. Con la esperanza de arreglar un encuentro (ya que el usuario era de su misma región), Tyler dejó su correo en la caja de comentarios de una de sus historias, aunque no estaba muy convencido de que fuera a leerlo. Pero al abrir su correo la mañana siguiente, sus ojos se abrieron como platos: en lo más alto de la lista aparecía FeaRLorD69 como remitente de un mensaje que llevaba por asunto «Quiero saber más de ti», y dentro una dirección del punto de encuentro. En veinte minutos, Tyler ya había desayunado, se había cambiado y bajaba las escaleras de dos en dos.

Se le hizo difícil ubicarse en el barrio, algunas calles carecían de identificación o altura, por lo que le pidió ayuda con la dirección a una anciana que yacía tranquila sobre su mecedora en la puerta de su casa.

—Ibas muy bien, pero la jovencita que buscas vive en la casa de enfrente. Pareces un buen muchacho, que no te rompa el corazón —comentó la mujer.

—Es… Está bien. Se lo agradezco mucho —respondió. «Eso ha sido extraño, seguro que se ha confundido con las casas vecinas», pensó luego el chico.

Tocó el timbre… silencio. Probó un par de veces más. Con el ánimo por el piso, comenzó a creer que aquel tipo sólo le había jugado una broma, después de todo, no era más que otro admirador que quería conocer sus secretos de redacción. Ya cruzaba el jardín trasero en dirección a la calle paralela, cuando una chica gritó en su dirección:

—¡Hey! ¿Buscabas a alguien?

—En realidad sí. ¿Aquí vive FeaRLorD… 69? Disculpa, sólo sé su usuario.

—¡Jajaja!, ese nombre… Estás en lo correcto. Disculpa, me llamo Catherine, soy su hija. Debe estar arriba en su oficina, por eso no te debe haber oído. Pasa por favor.

Le abrió la puerta trasera y lo condujo por un pasillo estrecho de decadente iluminación. En su camino pasaron una puerta de la cual emanaba un aroma a podredumbre insoportable, aunque Tyler no se atrevió a preguntar a qué se debía semejante olor; sintió de pronto que no debería estar en esa casa. Sólo esperaba que su viaje valiera la pena. Llegaron a la última puerta del corredor y la muchacha la abrió con cuidado. La oficina estaba a oscuras, excepto por una lámpara que proporcionaba un tenue resplandor sobre un escritorio  y una silla giratoria de espaldas; de esta última sobresalía una cabellera rubia, casi blanca, de apariencia pajosa y reseca. El presentimiento de Tyler se incrementaba a medida que se acercaba a la silla, posaba su mano y tiraba de ella. En ese momento algo duro impactó contra su cabeza, dejándolo tirado en el piso, inconsciente, e implantando como última imagen un esqueleto con las extremidades cercenadas.

El aroma que lo había despertado se le hacía familiar y le escocía las fosas nasales. Sentía algo ajustado que vendaba sus ojos y sus extremidades entumecidas a causa del frío y la humedad que reinaba en el lugar. Chirrió una puerta sobre su cabeza; unos pasos lentos y pesados descendieron, haciendo gemir los peldaños de madera.

—Buenas noches dulzura, ¿dormiste bien?

—Catherine… ¿eres tú? ¡Desátame, déjame ir!

—Mhmm… Nah.

—¿Qué hago aquí? —La chica descubrió los ojos de Tyler de un tirón, pero aun así él no podía distinguirla en la habitación, las luces estaban apagadas. A lo lejos oyó encenderse una ducha.

—Déjame decirte que no tienes buena facha. Vamos a limpiarte un poco, ¿te parece?

—¿Qué quieres? ¿Dónde está Fearlord?

—Justo frente a ti.

Acto seguido, las luces se encienden una a una, casi deteniendo el corazón de Tyler. Frente a él, cuatro paredes revestidas de moho a causa de la humedad exponían orgullosas decenas de relatos e historias enmarcadas y prolijamente colgadas. Bajo cada una, un esqueleto, cadáver o cuerpo en descomposición con los brazos extendidos simulaba estar sosteniéndola a lo alto.

El muchacho quedó pasmado, inerte en la silla en la que una psicópata lo había sentado y amordazado.

—Son bellísimos de verdad; cada uno de esos cuerpos fueron mis musas en su respectivo momento, y cada uno sostiene su deceso con honor. ¿Por eso querías conocerme? Pues aquí tienes, mi secreto más preciado, ante tus ojos. Bien, ¿serás un chico bueno y dejarás que te limpie?

Ahora que Tyler conocía sus intenciones, el pánico lo estaba invadiendo con la rapidez y la fuerza de un huracán. Tenía que seguirle la corriente, permanecer en su juego.

—Sí, te haré caso —respondió.

—Voy a desatarte. Si llegas a intentar escapar… me obligarías a presentarte a uno de mis mejores amigos en la vida —dijo sacando de su pantalón un cuchillo largo, afilado y puntiagudo. Lo pasó a lo largo de su propio brazo derecho y, cuando estaba por llegar a su mano, lo deslizó con rapidez ejerciendo un poco más de presión. Un fino hilo de sangre cayó al piso, demostrándole a Tyler una simple prueba del daño que ese instrumento podía infligir sin usar fuerza. Catherine se acercó a desatar al muchacho por atrás al tiempo que mantenía presionada el arma contra su cuello, mientras tanto, él escudriñaba frenéticamente el lugar con la mirada en busca de una salida segura. Sin embargo, la única puerta de la habitación se hallaba escaleras arriba, y eso si lograba distraerla o herirla. En ese instante, ella acercó su rostro al de Tyler, pegando su boca a su oreja, y susurró—: Pienso que seríamos un gran equipo, dulzura. Tú y yo juntos, tu mente y mi pluma, crearíamos una obra maestra, porque eso es lo que crees que son —Posó su mirada en los cadáveres—. ¿O me equivoco?

El chico contestó con un fuerte puñetazo al rostro de Catherine y vio cómo ésta caía al suelo; pero no estaba herida, sólo un poco aturdida. Tyler corrió escaleras arriba y giró con brusquedad el picaporte, pero alguien tiró de su pantalón, haciéndolo aterrizar de bruces al piso de madera. La imagen del rostro pálido y perfecto de la chica había desaparecido; ahora, el golpe había despegado parte de algo que parecía látex blanco y maquillaje corrido, revelando un semblante desfigurado por múltiples cicatrices en forma de cortes largos, profundos e infectados.

9/01/02

Las pisadas se acercan lentamente a ella. Está desesperada por el miedo, mas nada le asegura que caerá tan fácilmente. Él toma a la pequeña Roxie por los pelos y la zamarrea con fuerza; está enojado, tal como indicaron sus pasos. Ella aprieta el mango de madera con fuerza y lo eleva sobre su cabeza. El hombre no puede ver nada, las luces están apagadas.

Actualidad:

Cuenta la historia que Tyler logró escapar. Cuando la policía entró a escena, no se encontraron rastros de Catherine. Los investigadores interrogaron a la vecina de enfrente, quien contó que allí solía vivir un hombre con su esposa, pero que un día dejó de verla, por lo que supuso que se habían separado. Luego también el hombre dejó de ir; creyó que se había mudado, pero ignoraba que tuviera hijos. Unos cuantos años después, una muchacha se había trasladado allí y era constantemente visitada por chicos.

Pasó el tiempo y con el transcurrir de los meses fueron identificados los cadáveres del sótano, y la verdad sobre esa casa. El hombre mantenía a su hija encerrada en el sótano, a quien obligaba a bañarse, dormir  y vivir ahí. Terminó asesinando a su esposa y sepultando su cuerpo bajo el sótano, llenando el cuarto de la pequeña niña con los intolerables gases que desprendía su cadáver a medida que se iba descomponiendo. También se hallaron registros de una bolsa que había sido abandonada a la mitad de la ruta principal que contenía extremidades humanas cercenadas, a las que identificaron como propias del padre de la niña, ya que concordaban con el esqueleto de la oficina del caserón. Nunca supieron qué fue de la hija, ni su nombre, ni tampoco quién asesinó al hombre. Los cuerpos que sostenían las historias de su deceso, inmortalizadas en una página web, pertenecían a adolescentes que seguían a FEARLORD69 desde diferentes partes de la ciudad, y todos tenían una cuenta en sitios de creepypastas. Pero sólo una cosa es segura: ten cuidado de en quien confías, por más interesante e inteligente que parezca, porque a veces… el terror puede no siempre ser producto de la imaginación.



Midnight.
Midnight.


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CreepyPastas {Terminados} - Página 5 Empty Re: CreepyPastas {Terminados}

Mensaje por Midnight. Miér 08 Ene 2014, 10:56 am

el usuario g00gle_240393
52 creepypasta

Tenía yo dieciséis años cuando comencé a trabajar. Mi primer trabajo fue en un cibercafé en el que trabajaba un amigo, y gracias a él entré a ese lugar. Luego de que estuvo enseñándome todo lo que debía saber por algunas semanas, dejó el trabajo y me quedé solo por casi dos meses. En el transcurso de ese tiempo recuerdo un día muy peculiar, cuando conocí a un usuario llamado «g00gle_240394». El nombre me extrañó un tanto, pues llevaba la palabra Google escrito con dos ceros sustituyendo las o, pero supuse que sólo era alguien que estaba aburrido, porque lo primero que me dijo fue, «¿Qué estás haciendo?».
Antes de contestarle miré a mi alrededor, pues el chat por el cual me comenzó a hablar era el que comunicaba los ordenadores en el cibercafé. Los clientes usaban ese chat casi nunca, sólo lo ocupaban algunos tímidos para enviar mensajes como «¿Puedo mandarte a imprimir?» o «¿Me permites usar tu baño?». Normalmente, el chat lo utilizábamos los que estuviéramos de encargados para notificar que íbamos a cerrar o alguna cosa por el estilo. El local estaba casi lleno, pero el mensaje fue enviado desde una máquina que el PC del administrador (es decir, yo) no reconocía. La ventana del chat se veía algo así:
Cyber Chat: Admin 02 PC: 00
g00gle_240394: ¿Qué estás haciendo?
Supuse que algún tipo listo había cambiado la configuración de su ordenador. Si ese mismo sujeto había logrado cambiar el nombre predeterminado del usuario, el cual en el chat debería ser algo como «Usuario PC 01», pues entonces también era capaz de cambiar la configuración predeterminada de su máquina. Para asegurarme, le contesté:
«Veo q cambiaste la configuración de tu maquina, pero quien es tan tonto como para enviar un mensaje al administrador después de hacer algo así? gracias a esto ya lo note, pon todo en orden por favor, gracias».
Tardó un par de segundos en contestar, pero al hacerlo sólo se disculpó y no volvió a escribir. No supe quién había sido, luego de que revisé todas las máquinas por medio de la mía no vi ningún mensaje enviado. Tal vez fue alguien robándose la señal, de todas formas sólo era el encargado del local, así que no podía hacer mucho. Cuando estuve con el dueño antes de cerrar, le comenté lo sucedido, y él me dijo que lo revisaría y me retiré. Al día siguiente me dijo que no había ningún interceptor en la señal, pues la única forma de conectarse era por medio del cable de Ethernet; me refrescó la memoria diciendo que habíamos desactivado la señal wi-fi porque varios negocios de la cuadra la utilizaban y eso ralentizaba la red. No respondí nada, pero me quedé con la duda.
Pasaron un par de días y ya me había olvidado de lo sucedido, pero ese usuario volvió un día por la tarde, haciendo la misma pregunta. Esta vez no le contesté y decidí mostrarle a mi patrón el mensaje para así poder saber de dónde provenía. Transcurrieron aproximadamente unos veinte minutos hasta que apareciera en el chat que el usuario g00gle_240394 estaba desconectado. En ese momento mi jefe entró al local y le dije que viera a la pantalla; lo que le mostré fue una ventana de chat sin PC seleccionada y en blanco, totalmente en blanco. Me preguntó la razón por la que le había mostrado eso, pero me limité a decir, «Vaya que soy descuidado, creo que lo cerré. Olvídelo, no era nada…».
Ese día me sentí como un tonto y pensé que lo mejor era que yo mismo descubriera a ese sujeto. Llegué a mi casa y descargué un programa para localizar ordenadores alrededor del mundo. Pasaron muchos días sin que apareciera, casi dos semanas. Yo ya había instalado el programa en la máquina del cibercafé.
Entonces llegó el día, g00gle_240394 volvió con su pregunta. Inmediatamente busqué el programa y me di cuenta de que no estaba en donde lo había dejado, sin acceso directo o archivos en disco; mas no me detuve ahí —pensé que mi jefe pudo haberlo borrado, él solía borrar los archivos sin dar previo aviso cada vez que descargaba algo y no lo justificaba—. Busqué de nuevo el programa, pero mientras estaba descargándolo el sujeto se desconectó… sólo que esta vez me dijo lo siguiente antes de retirarse:
«Si querías saber de dónde soy, ¿por qué no lo preguntaste?».
Al parecer sabía, de alguna manera, que lo quería localizar. El archivo se descargó y comencé a rastrear la procedencia del mensaje, pero casi al finalizar la búsqueda la ventana volvió a ponerse en blanco como la vez pasada y el programa marcó error. No me di por vencido y lo guardé en una USB, de esa forma no correría el riesgo de perder el programa de nuevo.
Él volvió a escribirme justo al día siguiente. Sabía cómo funcionaba el programa, así que decidí entretenerlo mientras terminaba de buscar. Hizo la misma pregunta:
«¿Qué estás haciendo?».
«Trabajo, q me dices tú???».
«Interesante, ¿acaso trabajas en un cibercafé?».
«Como lo sabes???».
«Tienes internet, estás conectado todo el día. Si estuvieras en una oficina o algo similar, no podrías tener acceso a la red tan constantemente. ¿Acaso crees que te estoy espiando?».
«Nada d eso, simple curiosidad, tu q me cuentas, aun no me respondes».
El programa estaba por terminar, cuando él dijo lo siguiente:
«Nada… Oye, lo siento. Me tengo que ir. Pero por si te aburres, o aún quieres saber en dónde estoy, revisa este enlace: http://archives/map/register_ssxa44a2gghdfg12/g00gle_240394».
El programa marcó error de nuevo, pero, al parecer, el sujeto era o torpe o quería jugar conmigo, tal vez confundirme. Entré al enlace por curiosidad, y porque supuse que mis intentos por localizarlo seguirían fallando. Mi sorpresa no fue mucha, pues el enlace conducía a una foto de la calle en donde se encontraba el cibercafé, sólo que ésta se veía distinta. Creí que él la pudo modificar o que era la misma calle antes de que yo la conociera. Cuando mi jefe llegó para cerrar, pensé en mostrarle la imagen, pero no pude ubicarla; busqué en el historial sin ningún éxito. Mi jefe no dijo nada, sólo me miró extrañado por mi comportamiento.
Al otro día, luego de que mi jefe se hubiera ido, g00gle_240394 comenzó a chatear conmigo. Esta vez intenté sacarle alguna respuesta.
«Hola amigo, ¿qué tal tu día?».
«Pues apenas empieza, en donde estamos, según tu foto de ayer, apenas son las…», antes de que terminara de escribir, él mandó un mensaje:
«9».
«¿?», le escribí.
«Son las 9, 9:03 a.m., para ser exactos».
«Bueno mi reloj dice q son las 9:00 a.m. pero son solo minutos d diferencia».
«¿Y qué tal si fuera más que eso?».
«A q t refieres???».
«¿Recuerdas la foto? Creo que no podrás seguir trabajando aquí por mucho».
«Quieres decir q vienes del futuro o algo así???».
«Es una forma de decirlo».
«Cual es tu nombre real???».
«Google».
«Aha y yo me llamo Wikipedia jajajajaja», le respondí cínicamente.
«No, tu nombre real es Guillermo, pero prefieres que la gente te llame Dracko».
En ese momento no me asusté, si el tipo era un gran informático (algo de lo que no me cabía la menor duda) pudo haber averiguado eso gracias a la infinidad de redes sociales y otros sitios a los que me he registrado. Entonces le dije:
«Veo q eres bueno para esto, debes ser un Hacker, si es así, por q sigues a alguien como yo y no a la CIA o el FBI, no sé, podrías cambiar las acciones d FaceBook a tu favor, por q me sigues a mi???».
«Sencillo, porque el dinero no me es útil; ¿para qué lo quiero si no lo necesito? En cambio, si logro encontrar a alguien que me ayude, como tú… eso podría servirme más que el dinero».
«Quieres decir q necesitas a alguien… Para???».
«Una página, una que pueda ser constantemente visitada. Tal vez varias páginas. Creo que me serviría alguien como tú para esto, tienes el tiempo libre suficiente para ayudarme, además de que busco a alguien en particular, y tú lo localizarás más rápido que yo».
«Paginas, solo eso, por q no hackeas una ya existente???».
«Porque ya son mías, cualquier página que te llegue a la mente; y no sólo eso, los dueños de esas páginas son personas como tú, a las que también contacté y las volví ricas y poderosas. Digamos que soy el dueño de esos seres».
«Acaso estas Trolleandome??? Q sigue, dirás q eres el diablo y estas consumiendo almas, por eso FB y YouTube son tan conocidos, por q los creadores vendieron sus almas y ahora tienen lo q querían».
«No lo mal interpretes, no tengo nada que ver con algo sobrenatural. Te lo dije antes, soy Google, ¿acaso eso no te suena familiar?».
«Demuestralo viejo…».
«http://google.com.mx».
«Vaya, se nota q eres google ¬¬…».
«Sé tus contraseñas, las biografías de tus páginas, con todas las modificaciones que les has hecho. Sé todo lo que has llegado a registrar entrando a mí, tu historial, incluso el eliminado. Mira esto, incrédulo… http://archives/map/register_ssxa44a2gghdfg12/g00gle_240394».
Entré al enlace y éste llevaba a la misma imagen del día anterior, lo que no demostraba absolutamente nada; aún seguía creyendo que era un hacker troll sin nada más que hacer, pero mi curiosidad era grande, y no detuve la conversación:
«Bien “Google” y q es lo q hare por ti???».
«Sencillo, revisa esto: http://hiawfgfhjy518ss1ffg4d5f121fd8g7s».
Era un enlace que llevaba a una página vacía de fondo negro, nada especial. Entonces le pregunté:
«Q con esto???».
«Necesita algo relevante, ¿no lo crees? Tal vez una imagen, algo como esas ventanas emergentes. Puede ser un enlace troll como Ooskar o Goatse.cx, algo que haga que la audiencia trabaje por sí sola».
«Por q no subes tu imagen alterada, la d esta calle???».
«Buena idea, pero no puedo usar el registro de esa imagen hasta que suceda».
«Suceda???», pregunté algo impactado. «Q debe suceder???».
«Lo que ves en la foto, su registro será el día miércoles de la semana que viene. De hecho, a la imagen la subirán desde tu cibercafé; es una fotografía tomada con un Sony Ericsson W580. Ésta será tu evidencias, así sabrás que yo soy Google, mientras tanto, me retiro. Pasado este suceso te contactaré, exactamente a las 4:22 p.m., para acordar lo que se subirá a nuestro sitio».
Mi amigo navegador se desconectó y me dejó pensando. La curiosidad de saber qué pasaría era grande en mí, así que esperé a ese miércoles.
 
Habíamos cambiado la ubicación del cibercafé hace dos o tres días, apenas comenzábamos a trabajar de nuevo cuando llegó mi jefe a mostrarme algo; era la foto de la que había hablado con g00gle_240394. Mi jefe me contó que tuvimos mucha suerte, pues hace un par de horas, hubo un accidente en la calle en la que trabajábamos anteriormente. Un tráiler de combustible se volcó y esto ocasionó una fuerte explosión. Mi jefe, emocionado, me pidió que me moviera de la máquina; vi lo que estaba haciendo, y él estaba subiendo la foto, para después publicarla en sus redes sociales contando lo sucedido y la suerte que tuvo al irse de ahí. Eran las 4:20 p.m. y mi jefe seguía en la máquina, y pensé que él al fin lograría ver a g00gle_240394. Esto me alegró, pero de un momento a otro recibió una llamada, desconectó su teléfono del ordenador, el cual era exactamente un Sony Ericsson W580, y atendió la llamada. Colgando me dijo que ya se iba. Faltaba sólo un minuto, por lo que le pedí que esperara, pero me contestó que no podía, que se tenía que ir urgentemente, y luego de que abandonó el establecimiento, el mensaje llegó. Le grité y le pedí que volviera, pero me dijo que fuera lo que fuera, tendría que esperar.
Miré el mensaje, era de g00gle_240394, y decía:
«Hola de nuevo. El gran día llegó».
A decir verdad, me pareció extraño que lograra localizarme, tal vez haber cargado la imagen fue lo que delató mi ubicación, pero eso era lo de menos. Él había acertado en cuanto a lo sucedido, la fotografía era exactamente como la recordaba. Al ver que tardaba en responder, mandó otro mensaje.
«¿Acaso no te alegras de conversar conmigo de nuevo?».
«No es eso», le dije. «Es solo que no me lo esperaba, bueno, tal vez en algun sentido lo esperaba, mas no estaba seguro de que volveriamos a estar en contacto…».
«Entonces, ¿estás listo?».
«Supongo, d q se trata?».
«¿Sabes lo que significa el término snuff?».
«Si, eso, lo paranormal y el gore son muy famosos en la red, claro despues d la porno…».
«Sí, eso pensé. Sé que has llegado a curiosear sobre todos esos términos, así que espero que estés listo para lo siguiente: http://hdakdfuyrkfisd2654gsaafd1f5dfsdfds5fds4fdf4ds5f4d5f4d5f».
Entré al enlace…, pero esta vez era algo más fuerte. Esta vez me sorprendió ver al que parecía ser mi jefe, muerto; pero no sólo había sido asesinado como en cualquier homicidio, ésa parecía la obra de un psicópata sanguinario. No pude mirar la imagen por mucho tiempo, la cerré casi de inmediato y le exigí que me diera una explicación.
«Es lo que quiero en nuestra página».
«No entiendo, debo fotografiar a un muerto y subir la imagen???».
«Algo así, pero no es tan sencillo…».
«No entiendo…».
«Tú eres quien debe asesinarlo».
«COMO?!?!?!».
«No hay más explicaciones, sé que lo harás».
«Y q si me niego???».
«No hay vuelta atrás, pues ya sabes de lo que se trata. Tu cuenta está hecha, y ahora debes hacerlo si no quieres que tu registro sea dado de baja, o que nuestra página tenga algo así, como… ¡TÚ en el lugar de ese cadáver!».
«Jajajajaja… esto es estúpido, no se por q t sigo el juego, vete al diablo!!! .l.».
Cerré la conversación y llamé a mi jefe. Le dije que teníamos problemas con la luz, que se había ido y no volvía, a lo que él respondió con que cerrara en veinte minutos si no regresaba. Entonces cerré y me fui de ahí, no esperé que el tiempo pasara, sólo esperé los veinte minutos una vez afuera para poder marcarle y decirle que iba a cerrar.
Estaba en mi casa y aún pensaba en la imagen y en esas tan extrañas conversaciones… Por la noche no pude dormir.
 
Al día siguiente llegué al trabajo algo tarde, estaba desvelado y aún seguía un poco asustado por lo sucedido. Hablé con mi jefe para informarle que no podía seguir trabajando ahí; me preguntó por qué, pero sólo le mentí diciendo que era por mis estudios. Aceptó, pero me pidió que me quedara un par de días más para darle la oportunidad de encontrar a alguien que me reemplazara. Sin más remedio, me quedé. Él estuvo conmigo todo el día, así que no supe nada de g00gle_240394 en el transcurso de éste.
Pasaron dos días más sin saber nada de g00gle_240394, pero aún seguía teniendo insomnio y terrores nocturnos. Sentía que me volvía paranoico, en especial cuando mi jefe salía o me dejaba solo.
Ese día llegó una chica que venía por el empleo, era una chica linda, simpática y amistosa; jamás olvidaré cómo era ella antes, ese día que la conocí. Se llamaba Victoria, pero le gustaba que le dijeran Vicky. El mismo día le enseñé lo que debía hacer, pero no podía dejar de actuar como un maldito loco, me desconcentraba con facilidad y no podía hablarle tranquilamente. Me sentía nervioso, sentía que algún mensaje llegaría. Eso me hizo recordar que cuando comencé a trabajar en el cibercafé, mi amigo, que estaba en el puesto antes que yo, actuaba de una manera semejante, quizá porque él también había sido acosado por Google. Éste le pidió que hiciera algo que no quería, y mi amigo abandonó el lugar.
Cuando terminó nuestra jornada laboral nos fuimos juntos, y esta chica, algo preocupada, me preguntó si me encontraba bien, a lo que sólo le comenté:
—¡Nunca, nunca…! ¡Escúchame con atención, jamás hables con alguien que no conozcas por chat, no lo hagas; Google te buscará y, una vez dentro, no habrá salida!
Luego de que dije eso, salí corriendo y me dirigí a mi casa. Estando ahí traté de localizar a mi amigo; comencé vía internet, pero no encontré sus antiguas cuentas en redes sociales, páginas de juegos ni correo electrónico, era un fantasma en la red. Mientras estaba buscándolo, pasó lo esperado. Un mensaje llegó, pero esta vez él sólo dijo algo y se desconectó. Lo que decía el mensaje era:
«Más vale que lo hagas, no corras el mismo destino que g00gle_010692: http://archive/g00gle_010692/fg1f5g4fgfd5g4sd8f4eq65f78ef4».
Mi curiosidad me llevó a una respuesta. El enlace me condujo a una clase de perfil de mi amigo. Anoté el número de su celular y apagué el equipo, pues no pensaba quedarme a esperar a que otro mensaje llegara. Marqué el número un par de veces, sin obtener respuesta. Justo cuando dejé de marcar y estaba a punto de irme a la cama, una llamada entró. Contesté y era mi amigo, el cual me preguntó sólo una cosa:
—Dracko, ¿eres tú?
—Sí, soy yo viejo.
No sé cómo supo que era yo, pero no dudé en preguntarle si nos podíamos ver. Aceptó y acordamos un punto.
Al día siguiente me encontré con mi amigo, el cual lucía tranquilo, transmitiéndome la idea de que no pudo pasarle nada de lo que a mí me estaba pasando. Él comenzó la charla.
—Cuánto tiempo, vaya, apenas y me acordaba de ti. ¿Cómo has estado?
—Bien, yo… —No quise hacer más rodeos y fui al grano—. Viejo, ¿qué sabes de un usuario llamado google guion bajo 24, 03, 94?
Su cara se puso pálida, y sólo me dijo:
—Me tengo que ir, fue un error venir a verte, tengo que trabajar…
—No, espera, necesito respuestas. Ese usuario me está acosando, amenazando y, por lo visto, lo conoces. Dime qué es lo que sabes, por favor.
Estaba a punto de retirarse, estaba de espaldas, y me contestó con lo siguiente:
—No sé por qué olvidé mencionar eso cuando tomaste mi empleo, pero ahora lo siento, en serio, por segunda vez… Por ti…
—¿A qué te refieres? —pregunté curioso.
—Lo siento, pero creo que para remediarlo puedo terminar lo que empecé ese día, antes de que ellos vuelvan…
Una mirada psicópata y una sonrisa demoníaca se dibujaron en su rostro. Entonces se lanzó hacia mí gritando que en serio lo sentía. No supe qué hacer, sólo intenté defenderme; pero cuando estaba sobre mí y yo estaba en el suelo, un extraño sujeto encapuchado se acercó a nosotros y golpeó fuertemente a mi amigo, quitándomelo de encima. Lo escuche decir:
—Tu tiempo se acabó, es hora de cerrar sesión.
Una vez que estuve libre intenté escapar, pero escuché un tremendo grito desgarrador y, al voltear, vi a mi amigo pidiéndome ayuda; el sujeto encapuchado lo había atravesado con un fierro, con el cual después lo golpeó frenéticamente. Sólo fui capaz de seguir huyendo, y cuando empecé a correr, un mensaje llegó a mi celular. Era Google nuevamente, me había enviado un mensaje, que decía:
«Vuelve y tómale una fotografía, sólo eso. Te he facilitado el trabajo, ¿no lo crees?».
No recuerdo bien qué fue lo siguiente que hice ese día, pero al día siguiente cuando logré reaccionar, estaba en la ducha. Salí y un mensaje estaba en mi celular, éste tenía un número que, según decía, era una cuenta bancaria en donde podría cobrar lo ganado por la fotografía. Decidí ignorarlo y apagué el celular… sólo quería olvidarlo todo.
 
Pasó un año, pensé que ya había acabado para mí, pero sólo lo había ignorado por un largo tiempo. Había dejado de utilizar teléfono celular con cualquier servicio de internet, borré mis cuentas de cualquier servicio en línea y me alejé de la web en cualquier aspecto desde ese día. No había olvidado por completo lo sucedido, pero al menos intentaba no recordarlo. Un día, sin embargo, en mi nuevo trabajo en un supermercado —uno de esos que abren las veinticuatro horas del día—, vi a Vicky. Eran alrededor de las dos de la madrugada. Sabía que era ella, jamás olvidaría a nadie involucrado en ese maldito evento. Vicky se veía más demacrada y muy alterada, no era la chica que yo recordaba. Entró al lugar y me miró fijamente, para luego decir:
—Al fin te encuentro…
Su cara estaba pálida, tenía unas ojeras tremendas y simplemente se veía devastada; su voz sonaba entrecortada y débil. Preocupado, le pregunté:
—¿Qué sucede…, por qué me buscabas?
No entendí bien lo siguiente que dijo, pues se desplomó en el piso, desmayada. Lo que creí entender fue… «Google»…
La llevé a mi auto y la recosté ahí, y pedí permiso para irme. Llegué a casa, recosté a Vicky en mi cama y yo me quedé en el sofá. No podía conciliar el sueño, todas esas memorias llegaban a mi mente una y otra vez, nuevamente, sin dejarme en paz. Decidí leer algo para ignorarlo, desde que me había alejado del internet solía leer regularmente novelas de misterio y cosas de detectives; me gustaba distraerme con eso, pues con los libros me sentía seguro. Apenas comenzaba a leer cuando escuché a Vicky gritar. Corrí a mi habitación y miré a todos lados; ella estaba sola, pero me dijo con voz débil que necesitaba mi ayuda. Aún tenía dudas sobre por qué me estaba buscando, así que le pregunté:
—¿Por qué dices que me buscabas?
—Ellos vendrán por mí. Me dio curiosidad saber quién era ese sujeto que me hablaba por el chat… debí haberte hecho caso. Él me dijo que ahora no habría salida.
—¿Salida de qué?
—Ahora… debo asesinarte, o ellos me mataran a mí.
—Dime que tú no…
Me sorprendió lo que escuché, pero decidí ayudarla, pues supuse que ella también se había involucrado con Google. Le pregunté más, pero sólo me mostró una foto con su celular y se quedó dormida, estaba débil y necesitaba descansar. Miré la foto y me sorprendió, era una de un homicidio similar al de la foto que yo recibí. Era yo, sólo que me veía muerto en un sentido más… tranquilo, ya que sólo se podía apreciar una porción de mi cuerpo con un agujero de bala en la frente, algo más práctico que la última vez. El nombre del archivo era «http://user_g00gle_240394_29_april_2012/fghfd1g4g56df2d1f2a4ff4af1d2/log_out».
Miré la URL un rato y me percaté de algo que no había notado en otros enlaces enviados por este asesino: estaba escrita lo que parecía ser una fecha. No podía dormir, no dejaba de mirar a Vicky, en lo único que pensaba era en que sería asesinado. Me senté en el piso, y después de un rato de lectura e incómodos pensamientos, logré dormir.
Un olor nauseabundo me despertó. Estaba recostado en mi cama, y ésta se encontraba bañada en sangre. Me volteé y vi a lo que parecía ser Vicky acribillada. Sus órganos estaban esparcidos por toda la habitación, al igual que su sangre. Cuando logré salir del shock me levanté rápidamente de la cama y noté que su celular estaba en mis manos. Tenía puesta una dirección que me recordó mucho a lo que Google llamaba «nuestra página», sólo que la URL se parecía a la del día anterior, con un pequeño cambio: «http://user_g00gle_240394/change/g00gle120393_03_april_2012/fghfd1g4g56df2d1f2a4ff4af1d2/log_out».
Había otro «google» con números escrito ahí. Decidí ver la página y ésta solamente contenía un video sin título. Lo reproduje, la calidad era de no más de tres pixeles. Supuse que g00gle_240394 lo había editado para que se viera más tenebroso, pues al comenzar se veía a la silueta de alguien con un cuchillo acercándose a la cámara y comenzando a rondar el cuarto. No logré ver mucho hasta que encendió una pequeña luz, tal vez una lámpara; en cuanto esto sucedió descubrí que era mi cuarto.
Enfocó la cama en la cual se encontraba Vicky, pero no estaba dormida, ella estaba despierta, atada a la cama y amordazada. La silueta se acercó y, en un acto al estilo Guinea Pig: Flowers of Flesh and Blood, enfocó una pequeña mesa que tenía en mi cuarto, sobre la cual había un mantel, una charola y varios utensilios de uso cotidiano, asemejándose grandemente a esas mesas que los cirujanos utilizan para colocar sus herramientas. Sabía exactamente lo que sucedería, pues el cadáver de Vicky ahora se encontraba en mi cuarto.
El video continuaba, el sujeto que grababa hacía que pareciera que el espectador era quien estaba haciendo todo, como una clase de video en primera persona. Tomó un desarmador con una mano, se acercó lentamente a Vicky, acarició su pierna y con un violento movimiento lo clavó en su pierna; grabó su rostro, podía apreciarse el dolor en ella y apenas se escuchaban sus gritos y gemidos. Volvió a la toma del desarmador y comenzó a retorcerlo dentro de su pierna, y luego lo sacó y volvió a la mesa, de la cual tomó un cuchillo de cocina común y corriente. Se acercó nuevamente a Vicky y esta vez no la lastimó, sólo utilizó el cuchillo para desgarrar su ropa.
La siguiente escena fue algo tan sumamente enfermo, que la única forma en la que podría describirla, es diciendo que esta escena parecía sacada de la película A Serbian Film. El sujeto puso la cámara en un lugar donde pudiera grabarse lo que hacía claramente. Durante unos veinte minutos, aproximadamente, violó a Vicky, pero eso no fue nada. Después de ese tiempo, el sujeto comenzó a acuchillarla en sus extremidades de modo que sólo la hería sin matarla, y de un momento a otro, se detuvo; Vicky lloraba, y se vio al sujeto levantarse tranquilamente y salir de escena, para después entrar con una licuadora. La conectó y la encendió, entonces introdujo la mano de Vicky y la destrozó por completo, pudiéndose ver cómo la sangre y trozos de carne desechos volaban por la habitación.
La agónica escena se cortó y se vio un ángulo distinto, como si alguien más grabara. Se veía el brazo de Vicky, el que no fue dañado por la licuadora, y una segueta comenzó a hacer un corte brusco en él; Vicky intentaba zafarse, pero ese forcejeo inútil sólo causaba que el sujeto hiciera varios cortes adicionales en su brazo. Cuando estaba a punto de cercenarlo, ella lo arrancó de un jalón y se escuchó un grito tremendo; a pesar de que estaba amordazada, los gemidos eran fuertes y me hacían sentir el dolor que ella sintió.
El video comenzó a fallar, y luego de unos segundos la toma se recuperó, sólo que esta vez Vicky ya estaba muerta y totalmente desecha, era sólo un tronco sin forma alguna en su rostro y desgarrada de cualquier otra parte. La toma se veía borrosa y se adelantaba sin razón alguna, para después regresar a donde nos habíamos quedado. En esta toma Vicky ya no estaba amordazada, y lo poco que le quedaba de brazo estaba desatado. Parecía que ella se quitó la mordaza como pudo, pues su cara estaba llena de sangre. Con voz débil pedía clemencia, que la dejara ir, sólo lloraba y rogaba por ser liberada. En esta toma la calidad había subido impresionantemente, como si una cámara profesional hubiese grabado sus últimas palabras. La toma hizo un corte rápido, y la siguiente escena volvió a ser de una calidad baja y aspecto turbio. A pesar de que no quería continuar viendo, el morbo no me dejaba reaccionar.
Para empezar, la escena tenía un ángulo poco apreciable, y se oían gritos, como si la tortura se hubiera vuelto sumamente sádica. Se podían ver ligeras salpicaduras de sangre y se escuchaba algo así como un motor o una máquina escandalosa, y sonaban herramientas cayendo al suelo, un caos total. Lo único que se podía ver con la pobre iluminación era un par de siluetas peleando, pero cuando la imagen se volvió clara, la cámara cayó al suelo y sólo se veía la toma de unos pies. En esa toma vi caer lo que parecía ser una pierna cortada, un par de entrañas y mucha sangre. Entonces un pie del atacante pisó la cámara y ésta se quedó filmando estática por aproximadamente unos diez segundos.
El video se cortó y se puedo ver al sujeto que hizo todo vistiendo una capucha. Lo primero que pensé fue que ese extraño sujeto era Google, pero no pude verlo bien, la capucha lo cubría y apenas había un poco de luz en la toma. Esta escena entrecortada del asesino duró poco más de unos segundos. El video terminaba ahí, se cortó bruscamente y la página se cerró de manera automática. Una sensación escalofriante recorrió todo mi cuerpo. Miré a Vicky y sólo comencé a llorar. Entonces recibí un mensaje en su celular, que decía:
«Hola de nuevo».
Era Google. Decidí contestarle, diciéndole:
«¿Cómo pudiste hacer esto? Pensé que me habías dejado en paz, ¿por qué le hiciste esto a Vicky? ¡Ella no debía estar involucrada!».
«Lo sé, pero ella se involucró y le tocó perder. Deberías dar gracias de que aún seguimos activos; es decir, ella simplemente cerró sesión en su vida mortal, pero estará conmigo para siempre, su video la ha inmortalizado».
«¡¡¡MALDITO ENFERMO!!!».
Dije eso y apagué el celular. Salí de la habitación y decidí irme de ahí. Tenía que investigar lo que estaba pasando, quién era Google en realidad y por qué aún me involucraba en esto después de tanto tiempo. Los libros que había leído todo ese tiempo me dieron ideas de cómo investigar sin involucrar a la policía, pues si lo hacía ellos pensarían que fui yo quien mató a Vicky y quien cometió el asesinato de mi amigo.
Hice una pequeña maleta con algo de ropa y sólo llevé mi laptop, a pesar de que había pasado tanto tiempo desconectado, pues tenía otras intenciones aparte de sólo investigar. Por último, tomé las llaves de mi auto, y me fui.
Conduciendo llegué a las afueras de la ciudad. Había un hotel, esos que están a la mitad de las carreteras, que sólo tienen cuartos básicos y no cobran mucho; era un lugar perfecto para ocultarme mientras averiguaba quién era este asesino. Renté una habitación por un tiempo y comencé mi investigación. Google empezaba a hastiarme, hablaba de nuestra página y del dinero que estábamos ganando. No contesté nunca, pero él insistía y hacía distintas preguntas, como si ya no me importaba esto o si le ayudaría con lo siguiente. Pude ignorarlo por casi una semana, pero mi estado mental me estaba llevando demasiado lejos, ya debía dinero al hotel, y mi trabajo, aunque no lo quisiera, seguramente lo había perdido. Fue entonces cuando tomé medidas drásticas: esperé a que Google se conectara y le pedí mi cuenta bancaria. Él accedió de inmediato, y la apunté y fui a un banco. Una vez ahí traté de retirar dinero de la supuesta cuenta, pero no había registro de ella. Siempre pensé que era una mentira, y por esa razón no me molesté, pero al volver a casa, Google me había escrito. El mensaje decía:
«¿Eres estúpido? Si querías retirar el dinero me lo hubieras dicho, yo mismo lo haré por ti. No vuelvas a involucrar a nadie más en esto, podrían saber de mí. Y aparte, ¿cómo un niño de diecisiete años va a retirar dinero así como así?».
Leí eso y escuché la puerta. Al abrir, era un sujeto con un paquete. Me lo entregó y me pidió mi nombre para registrarlo como recibido, pero le dije que no esperaba paquetes. Luego me preguntó todos mis datos, los cuales estaba leyendo desde una hoja que describía la entrega. Todos los datos eran reales, pues hasta la ubicación actual —el hotel— la tenía indicada en esa hoja. Decidí tomar el paquete y me pidió escribir mi nombre de nuevo. Cuando comencé, me dijo:
—No señor, su nombre de usuario, por favor.
—¿Usuario? —le pregunté extrañado.
—Como ejemplo, mire el mío.
Miré lo que llevaba bordado en su playera. Me dejó en shock, porque lo que decía era «g00gle_301193».
Me hizo reaccionar y me pidió nuevamente mi nombre de usuario. Le dije que no sabía de lo que hablaba.
—Ambos sabemos que eso es mentira, usted cuenta con un nombre de usuario otorgado por alguien que también ya debe conocer. ¿Acaso acaba de iniciar sesión?
Sólo escribí lo primero que me llegó a la mente, «g00gle_240394». El sujeto me dio las gracias y se retiró.
Estaba mirando el paquete, no quería abrirlo, esperaba encontrarme con la cabeza humana de algún familiar o tal vez un video de otro homicidio. Decidí ponerlo en la mesa y no lo abrí en todo el día.
No dejaba de pensar en lo que ese tipo había dicho, «nombre de usuario»… En ese momento volvieron a tocar la puerta. Antes de abrir me asomé por la mirilla; era el dueño del hotel. Lo hice pasar y me dijo que tenía que pagarle la renta o si no me echaría de ahí. Conversé con él y lo convencí de no echarme, le dije que tendría el dinero pronto, que no podía dejar que me echara. Justo cuando cerré la puerta y encendí la máquina, vi un mensaje de Google:
«Abre el paquete, es tu parte. Espero que sea suficiente».
Abrí con miedo el paquete, pero sólo era una cámara. La reconocí de inmediato, era la cámara que había comprado tiempo atrás; estaba sucia y llena de algo que parecía ser sangre. No me preocupé por eso y vacié la caja, encontrando también una pistola y un sobre con una tarjeta de débito. Realmente necesitaba el dinero, así que la tomé y salí a un cajero.
Eran las once de la noche, llegué a un cajero y, al mirar la cantidad que la cuenta de la tarjeta tenía, casi no lo creí: tenía más de medio millón de pesos. Sólo retiré lo necesario para pagar el hotel y regresé, le pagué al dueño y me fui a mi cuarto. La laptop seguía encendida, y como si supiera que había regresado, Google me escribió nuevamente.
«Veo que estás más relajado ahora».
«Supongo, pero aún debo saber… ¿quién diablos eres tú?».
«Buena pregunta, pero ¿por qué no te evitas la fatiga y vuelves a la escena del crimen? Ahí puedes obtener respuestas, ¿no lo crees?».
Tenía razón, salí tan rápido de ahí que jamás me di el tiempo de observar con atención. No escribí nada más y fui en dirección a mi antiguo departamento. El olor se había vuelto penetrante, sólo abrí la puerta y mi estómago se revolvió a tal grado que me ocasionó el vómito. Soporté el hedor y comencé a explorar el sitio; aún estaba el cuerpo de Vicky, su celular… todo como lo recordaba. Pero después recordé la cámara, la que venía en el paquete. ¿Cómo pudieron entregármela si ésta debería seguir por aquí arrumbada? Encendí mi laptop y Google estaba listo para chatear:
«¿Qué dices, tus inútiles libros no te enseñaron nada?».
«No es eso, sé que tú eres quien hizo esto, vi a un encapuchado cuando murió mi amigo, ese mismo sujeto aparece en el video. ¿Por qué no das la cara? Sé que eres tú…».
«Y entonces… ¿por qué usas la misma capucha?».
«¿Qué dices?», pregunté asombrado. «¿Qué maldita capucha?».
«Entre tus cosas, ahí la encontrarás. ¡Busca bien, Sherlock!».
No dijo nada más y se desconectó. Volví a mi habitación y busqué desesperadamente; grande fue mi sorpresa al encontrar entre mi ropa la capucha de la que Google hablaba. No podía creerlo, no podía ser cierto. ¿Entonces por qué veía a otros sujetos? No busqué respuestas en ese momento, sólo salí y deposité un mes de renta en mi antiguo departamento para evitar que alguien sospechara e intentara entrar. Volví al hotel, en ese momento el dueño me detuvo, y me cuestionó:
—¿De dónde sacaste el dinero, hijo? No tenías nada, y en un par de horas saliste y conseguiste el efectivo. Dime la verdad, ¿a qué te dedicas?
No contesté, ni siquiera lo miré, simplemente caminaba hacia mi cuarto. Una vez en la puerta, busqué mis llaves para abrir, pero él seguía haciendo preguntas:
—Vamos, dime, ¿acaso eres ladrón? Si no me contestas me veré obligado a llamar a la policía.
Eso me asustó, así que sólo abrí la puerta y la cerré con llave. El dueño seguía tocando y gritando, y luego se fue diciendo que iría por la policía. Lo único que pensé fue en contactar a Google, pero no sabía cómo localizarlo y estaba desconectado. Me desesperé, no sabía qué hacer, ahora estaba solo. Tal vez comencé a volverme loco y aluciné todo, en el mejor de los casos, nada de esto había pasado.
Miré a mi alrededor y el cuarto en el que estaba, la ropa que traía, y… me recordó la imagen de mi muerte. Hasta tenía con qué dar el disparo. El arma a la que no le había tomado importancia estaba en el paquete, pero cuando la tuve entre mis manos, llegó un mensaje, una URL. La abrí, esperando en ella una salida. Era nuestra famosa página, en ésta había una imagen de un hombre con un par de tiros en el cuerpo y unos cuantos golpes. Al ver bien la foto, vi que ese cuarto me era familiar, era el cuarto en el cual residía el dueño, su cabina. Podía ver el mostrador y al dueño ahorcado con su teléfono… Tomé la cámara del paquete y preparé el arma, bajé las escaleras y, cuando llegué, actué de manera inconsciente. Lo poco que puedo recordar es al dueño con el teléfono en la mano preguntándome qué hacía, que llamaría a la policía.
Al día siguiente amanecí en la carretera, recostado en el asiento trasero de mi auto y en medio de un camino distinto. Estaba tapado con la capucha negra, fue entonces cuando comencé a aceptar que, en realidad, era yo el asesino. Pero no podía creerlo aún, después de todo, pude ver a más encapuchados, no era el único. El sujeto que me entregó el paquete, mi amigo y Vicky, ellos también se habían involucrado.
Mi laptop estaba encendida y la cámara conectada, un video acababa de ser subido a nuestra página, junto con la imagen que había visto el día anterior. Reproduje el video para refrescar mi memoria.
Comenzaba conmigo grabando lo último que recordaba, el dueño del lugar junto a su teléfono, amenazando con llamar a la policía. Me le acercaba lentamente, grabando con la cámara frente a mí. Luego coloqué la cámara en el mostrador y ésta enfocaba sólo una parte de nuestro abdomen. Se escucharon amenazas y gritos por parte del dueño del hotel, después hubo un forcejeo por la bocina del teléfono seguido de un golpe hecho con la misma. Al alejarnos un poco de la cámara pude ver una toma más amplia, al menos se nos veía del torso para arriba. El dueño estaba sangrando de la cabeza, tenía una pequeña herida, se le escuchaba amenazar y en su cara se apreciaba el terror. Comenzó a retroceder poco a poco, y al intentar escapar tiró la cámara, permitiéndome ver ahora desde un ángulo que mostraba de los pies hacia arriba. Me podía ver ahorcando al dueño con el cable del teléfono, para luego soltarlo tras unos segundos y dejarlo caer al suelo, justo encima de la cámara. Estaba sobre sus manos y rodillas, se pudo ver cómo tomó la cámara e intentó huir con ella, y mientras se veían varias tomas de él corriendo, se oyó un disparo. Cayó y la cámara grababa al dueño viéndome caminar poco a poco hacia él.
La toma se cortó, para ser retomada con el dueño sentado en el piso de su cabina. La cámara volvió a ser posicionada en el mostrador; esta vez, el hombre estaba sudando y sangraba, el cable del teléfono estaba alrededor de su cuello, y lloraba, pidiendo débilmente que lo dejara ir, que no lo matara; pero el cable alrededor de su cuello se apretó y él comenzó a forcejear para liberarse. Se podía ver cómo moría lentamente, y, justo cuando parecía que ya no tenía fuerzas para seguir luchando, varios disparos terminaron con su dolor. La cámara se movió, grabó mis pies y luego el video terminó.
Google me escribió en ese instante.
«Bien hecho, al fin aceptaste tu objetivo. Sólo por eso, mira: http://user_g00gle_240394_29_october_2013/fghfd1g4g56df2d1f2a4ff4af1d2/log_out».
La dirección me llevaba a una imagen en la que aparecía yo nuevamente, pero esta vez en un sitio distinto, parecido a una calle, tal vez una avenida. Me mostraba como si hubiese sido atropellado. Entonces le pregunté:
«¿Qué significa esto?».
«Eso no es nada más ni nada menos que la fecha de caducidad de tu cuenta».
«¿A qué te refieres?».
No respondió, así que lo presioné: «Te hice una pregunta, ¡RESPONDE!».
«Bien, g00gle_240394 es tu cuenta. Como puedes notar, si no es que ya lo has hecho, los números son tu fecha de nacimiento, mientras que «Google» soy yo. Los ceros significan mi posición, no tengo fecha de nacimiento, por eso llevo sólo un par de ceros. La URL que te envié y la que viste en el celular de Vicky no eran más que la fecha de caducidad de tu cuenta, lo que significa que cuando esa fecha llegue, te pasará lo que a g00gle_010692 y g00gle120393: sus cuentas caducaron, pero iniciaron sesión conmigo. Gracias a ti, ellos ahora son, en cierto sentido, inmortales. ¿No es eso lo que muchos como ustedes, los mortales, desean?».
«Entonces qué tenía que ver el sujeto que maté anoche, ¿él también tenía relación con todo esto?».
«Digamos que no fue su día de suerte, porque cuando un usuario, como tú anoche, está a punto de cerrar sesión, tiene la oportunidad de renovar su cuenta por un tiempo determinado. Ese tiempo es lo que le quede de vida a alguien más…».
«¿Qué, quieres decir que tomo su vida como en Destino final?».
«No, porque no puedes matar a lo imbécil o a quien tú quieras; debes matar a quien yo diga. Vicky debía matarte a ti, pero como su noble corazón no accedió, ella cedió en tus manos, pensando que la ayudarías. Quién lo diría, ella confió en ti y tú la acribillaste. Usuarios como tú hay pocos, por eso me agradas».
«Entonces ¿por qué mi amigo intentó matarme y terminó muriendo?».
«Porque es supervivencia del más apto. El día que te conoció debió matarte para renovar su cuenta, eras su renovación; pero tuviste suerte, se hizo el listo al querer alejarme en cualquier aspecto. Por eso mismo después te contacté, para que lo localizaras y cerraras su sesión de una vez por todas».
«Quieres decir que al igual que Vicky…».
«Era blando, pero tú eres un chico duro, por eso dije que me agradas».
No podía creer lo que ese sujeto me estaba diciendo. Aún tenía dudas, no todo estaba claro, así que le pregunté sobre el futuro, por qué él lo sabía:
«Qué hay de tus predicciones, ¿cómo sabes lo que pasará, cómo pasará y demás detalles?».
«Sencillo, porque en realidad no existo, soy sólo una proyección de tus memorias, recuerdos y futuras imágenes, algo así como un déjà vu. Si no me crees, recuerda lo que hiciste ese día antes de cambiar de establecimiento en tu trabajo: en realidad tú ocasionaste ese accidente, y de alguna manera, en tu mente, ya estaba planeado que todo esto pasaría. Mira este enlace, un detective incluso nos lleva seguimiento, pero el muy imbécil aún no sabe cómo trabajamos y cree que yo realmente existo. Eso querías escuchar, ¿no?.
http://policia_local/archivos/homicidios/2fd5f4d5fas42d4s8dsa45fd48f».
Al entrar vi que era la página de la policía. Ese archivo hablaba de todos los homicidios que yo había cometido; al parecer fueron recuperados los videos, fotos y demás evidencias, pero aún eran casos sin resolver. Venían las URL de las que Google me habló tanto, y entre ellas nuestra página y distintas páginas con ventanas emergentes, las cuales son usadas por trolls en la red. Al intentar acceder eran enlaces rotos, pero eran las URL que Google me había enviado, de nombres largos, con números y letras sin sentido. Entre éstas se encontraba la del video de Vicky; no entré porque no se podía, pero sabía que era el video, pues había un nombre de usuario en la dirección.
Me sorprendió todo eso y darme cuenta de que, en realidad, Google nunca habló conmigo ni me obligó a nada. Yo me había vuelto loco, o eso quería hacerme pensar; pero seguía sin entender por qué había visto a un tipo encapuchado aparte de mí, y por qué Vicky y mi amigo hablaban de un «Ellos». Tal vez se referían a esos tipos encapuchados. No recuerdo haber hecho algo para ocasionar ese accidente en mi antiguo empleo, además, las conversaciones borradas y esas trampas… las hizo desde el inicio.
Pero pensar en esto no me sirvió, no obtuve respuesta alguna. Decidí entregarme, así podría conseguir respuestas, pero antes busqué al detective de la página con la esperanza de que él supiera algo de Google.
Mis cuartadas para evidenciar que yo no era el asesino y demás pruebas me salvaron de ir a prisión. Tuve, en algún sentido, la suerte de terminar en un manicomio.
Al menos sólo estuve ahí por poco tiempo, nadie me explicó bien por qué me dejaron salir en enero del año siguiente, siendo que mis crímenes debieron llevarme a una vida encerrado en ese lugar o una cárcel, aun siendo menor. Al fin sentía que estaba a salvo, pude olvidar, o al menos ignorar todo. El detective creía en mí y me apoyó en todo ese tiempo; recuerdo que en nuestra última charla estaba muy enojado y algo neurótico, quería al asesino y yo era el único sospechoso capturado. Entonces, bajo toda esa presión, recordé algo.
—Mi laptop…
—¿Cómo?
—Las evidencias, todo está en mi auto. No sé de dónde apareció la cámara, al igual que mi laptop debía estar arrumbada, pero ahora que lo recuerdo, jamás la vi. No estaba en la caja, no, la tenía mi hermana…
—¿Evidencia?
—Lo escribí, tengo la entrada, él no lo sabe. Está en mi laptop; jamás le conté sobre esto a nadie, pero me prometí que quien pudiera ayudarme, podría saberlo.
—¿De qué hablas, hijo? —Su actitud cambió radicalmente, y me propuso un trato—. Espera, ¿quieres decir que cooperarás para cerrar este caso? Ayúdame y yo te ayudaré a ti, puedo sacarte, pero debes probármelo todo.
Recuerdo que escribí un pequeño diario, algo así como una bitácora en mi estancia en el hotel, pero todo quedó guardado en mi laptop y una página que creé con todo ese tiempo libre. De alguna manera sabía que Google no accedería a ésta, pues hice todo lo posible para ocultársela. Escribí todo esto en caso de que alguien creyera en mí y me pudiera ayudar. La única persona aparte de mí que sabía de esto ahora era el detective, pues, para empezar, no tenía mucho contacto con mi familia desde el día en que me emancipé. A decir verdad… no tenía mucho contacto con muchas personas. Salí de ese lugar, pero no supe bien por qué.
El día de hoy estaba en mi trabajo, de nuevo en un cibercafé. Entonces un sujeto, que se presentó como el abogado que logró sacarme del manicomio, entró al lugar y me dijo que jamás tocara el tema con el detective de nuevo, si no quería que lo suspendieran de por vida. Me entregó una tarjeta y se fue. Salí con la tarjeta en la mano y la miré, era una tarjeta en blanco, y del otro lado sólo decía «g00gle_220175». No me lo podía creer, pero en ese preciso momento entré y vi un mensaje en la computadora.
«Me eres muy útil, no podía dejar que te pudrieras en un manicomio o cualquier calabozo… ¿Estás listo para lo que viene?».
Quería ignorarlo, pero aún dudaba: en este nuevo trabajo, la máquina del administrador, es decir, en la que yo estaba, era reconocida como la famosa «PC 0», la máquina desde la cual Google comenzó a hablar conmigo por primera vez. Por lo tanto, si era yo mismo, estaba loco desde un principio y por eso el día que le pregunté en dónde estaba, me dijo que estaba justo en donde yo estaba. Sin embargo, el detective me mostró pruebas de su existencia.
Lo único que hice fue chatear de nuevo con él. Estaba muy confundido, y respondí:
«¿Quién eres en realidad? ¿Por qué me confundes de esta manera? Si eres yo, ¿por qué eres tan inhumano? Yo jamás podría estar tan enfermo. ¿En dónde estás en realidad? ¡DIME LA VERDAD!».
«Muchas preguntas como para llevar tanto tiempo de conocernos, ¿no lo crees? ¿No crees que eso ya lo deberías de saber?».
«¡Sólo respóndeme!».
«¿Qué quieres oír?».
«Para empezar, ¿por qué me sacaste del manicomio? Si es que en realidad fuiste tú quien lo hizo».
«Ese detective es una molestia, si te dejaba ahí, lo hubiera echado a perder todo».
«¿Entonces sí eres real? Porque si tú fueras yo, como me hiciste creer… yo jamás hubiera podido salir solo de ahí».
«Digamos que fueron contactos que tenía guardados, pero al igual que tú, ahora tienen su cuenta y deben estar activos constantemente, a menos que quieran ser dados de baja… de por vida».
«¿Entonces sí hay muchos más?».
«Claro. Como te mencioné el día en que empezamos a conocernos, muchos son ricos y poderosos sólo por hacerme caso. Con sus sacrificios, por supuesto, pues nada es gratis en esta vida. Unos más sólo fueron registrados para hacerme un par de favores, algunos otros siguen sirviéndome. Los mejores y más afortunados cerraron sesión, para después iniciarla en nuestra página, y así ser inmortalizados».
«Eres real, no estaba loco, ¿eres ese encapuchado?».
«Me has tenido frente a ti más de una sola vez. Así como tengo muchas páginas, también tengo millones de usuarios. No eres único, pero sí de los más útiles».
«¿Y por qué me hiciste pensar que eras yo?».
«Sólo te diré una cosa: Mi humanidad empieza donde termina la tuya».
Se desconectó, y salí a fumarme un cigarrillo para calmar mis nervios. Noté que la calle en la que estaba era exactamente la misma de la foto de mi muerte, y al otro lado de la calle había un sujeto encapuchado. Con algo que parecía un celular entre sus manos. Me sonrió de manera grotesca y se fue. Esta vez no sentí miedo, ni decidí hacer nada, pues nadie a mi alrededor lo hacía. Al parecer, nadie notaba su presencia, que poco a poco desaparecía. No hice nada, después de todo, ahora no era más que una marioneta. Con menos dudas en mi cabeza me sentía más tranquilo, tal vez sólo era momento de esperar para ver qué pasaba. No sé si todo esto ha sido real o producto de mi imaginación, lo que sí sé es que, por lo que he pasado, lo más probable es que si no hago lo que se me ordena, el que tendrá que cerrar sesión… seré yo. Pero yo… debo seguir conectado.
Todo esto fue sacado de un reporte del detective que ha seguido el caso de manera no oficial por más de siete años. En el reporte también están archivados los distintos casos de otros usuarios y varias anotaciones del detective, como de los homicidios sin resolver y la existencia de usuarios desde que Google comenzó a volverse un buscador famoso hasta la fecha. Por ahora no es un caso olvidado, el detective encontró este archivo en un sitio llamado «nuestra_pagina.com». En éste se encuentran varios escritos parecidos, acompañados de videos al final en los que se muestra cómo cada uno de los usuarios ha «cerrado sesión» de manera explícita. Todos los usuarios cuentan con el nombre «g00gle» acompañado de su fecha de nacimiento, y en los videos se agrega la fecha de su muerte. La página también contiene imágenes y videos de distintos homicidios que son casos sin resolver.
El detective encontró la página con dificultad, pues las URL de cada video, imagen o escrito cambian una vez que han sido vistos. Las ventanas se cierran automáticamente, y aunque se copie la URL, al intentar reingresar a ella el buscador no encontrará nada. El escrito anterior fue copiado y pegado por el detective como evidencia, y éste afirma, por las fechas desplegadas en el sitio, que el autor de dicho escrito es el único usuario que sigue con vida. Ya que el detective pudo tener contacto con el usuario g00gle_240394 cuando éste estuvo internado en el manicomio, todavía no se da por vencido. Tras su desaparición sólo tuvo contacto con él por sus entradas en línea. Por ahora se le busca como el único y principal sospechoso, de nuevo.
La página es difícil de encontrar, pues sólo puede encontrarse con Google, escribiendo «nuestra_pagina.com». Pero para encontrarla no basta con dar clic en alguna de las primeras opciones que el navegador nos da, ya que éste sabe ocultarla a la perfección.
Midnight.
Midnight.


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Mensaje por Midnight. Jue 09 Ene 2014, 9:47 am

53 creepypasta

Quizas no paso nada

Aquí estoy, encerrado en el baño. Por suerte, el interruptor está puesto por dentro, así que lo controlo yo. El cerrojo está echado, y he empotrado el mueble en el que guardamos los objetos de higiene contra la puerta. No le quito ojo al pestillo, ni al interruptor. Bueno, es fácil, este baño es muy pequeño, apenas tendrá un par de metros cuadrados. Tampoco pierdo de vista el espejo. En él me veo, por ahora, solamente yo. Desde el váter en el que estoy sentado, en el rincón del cuarto, intento verlo todo a la vez.
Suena un golpe contra la puerta, y pego un salto, pero no grito. Sólo compruebo el pestillo, luego el mueble y después el espejo. No tengo a mano nada con que defenderme. Sólo un pestillo y un mueble impiden que la puerta se abra, y no quiero que se abra. Podría cantar una nana para tranquilizarme, pero no quiero que me escuchen. A lo mejor si no digo nada, no pasa nada. A lo mejor si cierro los ojos… No, mejor no los cierro, ¿y si los cierro y cuando los abra no hay luz? ¿Y si cuando los abro hay algo en el espejo? ¿Y si cuando los abro veo unos ojos que no son los míos?
Suena otro golpe. De puño, de zarpa, por accidente, grabado en una grabadora, en mi cabeza, al otro lado de la puerta, desde afuera, desde adentro. Ahí afuera las luces están apagadas, no se puede ver nada. Y no se oye nada. ¿Hay alguien? ¿Hay algo? Me lo imagino como un inmenso espacio negro. Sí, el cuarto del baño ha caído en un océano sin luz, y está flotando en la nada. Y ahora recuerdo esa historia, la historia de terror más corta del mundo:
“Estaba el último hombre de la Tierra en una habitación y llamaron a la puerta”.
La mía la aporrean. Ahora que lo pienso, si no hay nada afuera ¿por qué aún tengo luz? ¿Y si estoy muerto? O esto es una pesadilla y estoy seguro en mi cama. ¿Y si es la pesadilla de otra persona? ¿Soy real?
El tercer golpe. Después una tanda de tres golpes seguidos. Llaman al móvil. Lo cojo; número desconocido. Acepto la llamada y lo acerco a mi oído. Susurro muy bajo, preguntando quién llama. Nadie contesta, pero puedo oír de fondo algo chirriando. Cuelgo, no debería haber contestado. Dejo el móvil. Después se me ocurre coger el móvil de nuevo, para llamar a alguien.
No está. Lo dejé ahí pero ya no está. ¿Fue real la llamada? ¿Tengo un móvil? Si lo tuve, si estaba ahí, si ahí lo dejé y no lo volví a cambiar de sitio, ¿en dónde está? ¿Quién lo ha cogido si aquí estoy yo solo? ¿Mi reflejo? Debería romper el espejo. Aunque si hay algo afuera, oiría el ruido. ¿Y si me han llamado desde afuera para saber qué hago aquí adentro? Ya no llaman más. Quizás ya no pasa nada. O a lo mejor sí pasa y sólo debo de salir para comprobarlo. Pero no quiero ver nada de afuera. Miro al espejo de nuevo.
Mi reflejo se pasa un dedo por el cuello.
Midnight.
Midnight.


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Mensaje por Midnight. Jue 09 Ene 2014, 9:52 am

54 creepypasta
Al lado de la cama

El celular empezó a sonar.
La chica en la cama se revolvió inquieta y llamó a su pareja con voz adormilada.
-¿Jake, no escuchas? Contesta- Silencio.
Se removió un poco más y se decidió a pasar el brazo alrededor del bulto que había a su lado para tomar su celular. Se preguntaba quién podría estar llamándole a tal hora de la noche.
-¿Bueno?
-¿Jess? Soy yo, Jake, me falta todavía un poco de trabajo para terminar, te llamo para que no me esperes despierta…-pero ya no escuchó más, el celular cayó a su lado y volteó hacia el bulto que se encontraba a su lado y que ahora sabía que no era Jake.
Midnight.
Midnight.


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Mensaje por Midnight. Jue 09 Ene 2014, 9:54 am

55 creepypasta

Malos Padres

Durante los meses de octubre y noviembre el ambiente suele tomar una atmósfera de misticismo; el viento deja oír ese absorbente silbido durante las tardes y el ruido de las hojas de los árboles rodando por la calles estremece a cualquiera.
Hubo una época en que esto se tornó aún más oscuro, con la llegada de un personaje sumamente particular; se trataba de un indigente que deambulaba por las calles hablando cuanta cosa se le ocurría. Un día estaba en una esquina y al otro podía estar sentado frente a tu casa. Una tarde, ya de regreso de la universidad, me topé con él, estábamos esperando a cruzar la calle y el semáforo tardo más de lo habitual en cambiar de color.
Lo miré de reojo; él se percató.
—Buenas tardes joven —dijo con una ronca voz.
—Qué tal, buenas tardes.
—¿Usted sabrá en dónde puedo encontrar algún policía?
—Pues el puesto más cercado está en la zona centro, tendría que ir hasta allá —contesté al distraído anciano.
—Es que, sabe… soy un mal padre…
El semáforo cambió de color.
—Disculpe, tengo que seguir mi camino. —Él se quedó parado en aquella esquina, hablando solo.
Los días pasaron y la gente comentaba de aquel indigente, decían que siempre estaba buscando algún policía o a la autoridad más cercana, ya que «él era una persona mala y no quería andar en las calles». Una vez se encontró con una patrulla, se quiso subir pero los oficiales no lo dejaron; como siempre se quedó hablando, suplicando que se lo llevaran.
En casa no se hablaba mucho del tema; de hecho, mi padre me comentó que ese hombre ya tenía unos cuantos meses rondando pero no se dejaba ver, fue hasta hace unas semanas cuando comenzó con su paranoia de ser un asesino. Pero no se habían hecho reportes de violencia o muertes en la colonia ni en colonias aledañas, todos los veían como un loco más.
El tema del loco fue opacado por el alumbramiento de nuestra gata, Muñeca. Mi hermana, mis sobrinos y yo estábamos emocionados por los cinco pequeños felinos. A mí en lo particular me agradó uno que era totalmente blanco, que decidí llamar Pupe.
Alrededor de siete días después, uno de los felinos abrió los ojos; era el primero. A la mañana siguiente mi hermana se llevó una gran sorpresa al descubrir la cabeza del mismo gato fuera de su caja, mientras que el cuerpo estaba aún junto a la mamá. Todos en casa nos desconcertamos, ya que Muñeca había sido muy cariñosa con sus crías y nunca mostró un mal comportamiento hacia ellos.
Una noche después se escuchó un gran alboroto en el techo de la casa, se oía chillar a varios gatos en plan de pelea a muerte. Pensé en los pequeños y me levanté, alcancé a ver a Muñeca peleando con un bulto negro un poco más grande que ella. Fui a revisar a los gatos y todos estaban durmiendo.
A la siguiente noche fue lo mismo, se escuchó una tremenda pelea en el techo de la casa; esta vez no me levanté.
Por la mañana fui a ver a los gatos y encontré a Muñeca amamantando a Pupe, y con horror vi los cuerpos de los otros tres totalmente descuartizados; había patas y troncos fuera de la caja (uno de ellos partido a la mitad), y la cabeza de uno de los pequeños estaba despellejada. Dentro de la caja, aparte de Pupe estaban los restos de uno de los gatos, con cabeza, pero sin extremidades, y tenía un gran hueco en el torso que hacía que se le vieran las costillas… increíblemente el gato seguía con vida. A los pocos minutos murió.
Triste por la forma en que murieron sus hermanos, tomé a Pupe y decidí llevarlo a mi cuarto. Lo puse en una caja, lo tapé con unos cuantos trapos y lo puse dentro de otra caja debajo de mi cama. No estaba dispuesto a correr el riesgo de que ese asqueroso gato negro regresara para terminar su trabajo.
Eran cerca de las cuatro de la madrugada cuando una fuerte sacudida me despertó; escuché gatos gritando debajo de mi cama. Rápidamente me levanté, tomé una linterna, alumbré y vi salir corriendo por la ventana al gato negro. Me asomé y vi en una esquina a Muñeca, parecía asustada. Con nervios saqué la caja de Pupe, la abrí y aún estaba vivo, pero tenía un gran hueco en la parte trasera de la cabeza (como si de una mordida le hubieran arrancado el pedazo de carne). En ese instante, Pupe murió en mis manos. Estaba totalmente furioso, de los nervios pasé a la ira e impotencia. Escuché ruidos fuera de la casa, vi por la ventana y allí estaba rondando el gato negro aún. Rápidamente me puse un pantalón, zapatos, tomé la linterna y salí decidido a matar al asesino.
Al verme salió corriendo a la oscura calle. La noche era de viento, un viento muy leve y frío a la vez. En el camino me armé de un gran tronco de leña, quería romper la cabeza de ese gato. Ya en la calle lo pude ver, iba chillando y corrió a donde me encontraba a toda velocidad, pero se dio cuenta de mis intenciones. Emprendió de nuevo a correr y el muy torpe entró a una callejuela sin salida; estaba atrapado. Disminuí mi marcha, respiré y me puse frente al pequeño callejón. Estaba totalmente oscuro, sólo se oía al gato maullando con temor, como suplicándome piedad. Tomé el pedazo de leña fuertemente, alumbré la oscuridad…
Me quedé totalmente paralizado. En el callejón no había ningún gato, solamente estaba aquel indigente tapado con viejos periódicos, temblando y mirándome fijamente. El poco viento alcanzó a levantar los periódicos; él estaba completamente desnudo, sus pies y manos estaban ensangrentados. Comenzó a abrir la boca, pero no lograba emitir palabra alguna… sus dientes parecían tener sangre también. Luego de un par de esfuerzos más logré entender lo que me decía aquel viejo…
—Joven, se lo dije… soy un mal padre. Yo no quería… a mis hijos… —Y lloraba.
Midnight.
Midnight.


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CreepyPastas {Terminados} - Página 5 Empty Re: CreepyPastas {Terminados}

Mensaje por Midnight. Jue 09 Ene 2014, 9:57 am

56 creepypasta
H. P. lovecratf



El grito de un muerto fue lo que me hizo concebir aquel intenso horror hacia el doctor Herbert West, horror que enturbió los últimos años de nuestra vida en común. Es natural que una cosa como el grito de un muerto produzca horror, ya que, evidentemente, no se trata de un suceso agradable ni ordinario. Pero yo estaba acostumbrado a esta clase de experiencias; por tanto, lo que me afectó en esa ocasión fue cierta circunstancia especial. Quiero decir, que no fue el muerto lo que me asustó.
Herbert West, de quien era yo compañero y ayudante, poseía intereses científicos muy alejados de la rutina habitual de un médico de pueblo. Ésa era la razón por la que, al establecer su consulta en Bolton, había elegido una casa próxima al cementerio. Dicho brevemente y sin paliativos, el único interés absorbente de West consistía en el estudio secreto de los fenómenos de la vida y de su culminación, encaminados a reanimar a los muertos inyectándoles una solución estimulante. Para llevar a cabo estos macabros experimentos era preciso estar constantemente abastecidos de cadáveres humanos muy frescos; porque aún la más mínima descomposición daña la estructura del cerebro, y descubrimos que el preparado necesitaba una composición específica, según los diferentes tipos de organismos. Matamos docenas de conejos y cobayas para tratarlos, pero este camino no nos llevó a ninguna parte. West nunca había conseguido plenamente su objetivo porque nunca había podido disponer de un cadáver suficientemente fresco. Necesitaba cuerpos cuya vitalidad hubiera cesado muy poco antes; cuerpos con todas las células intactas, capaces de recibir nuevamente el impulso hacia esa forma de movimiento llamado vida. Había esperanzas de volver perpetua esta segunda vida artificial mediante repetidas inyecciones; pero habíamos averiguado que una vida natural ordinaria no respondía a la acción. Para infundir movimiento artificial, debía quedar extinguida la vida nocturna: los ejemplares debían ser muy frescos, pero estar auténticamente muertos.
West y yo habíamos empezado la pavorosa investigación siendo estudiantes de la Facultad de Medicina de la Universidad Miskatonic, de Arkham, profundamente convencidos desde un principio del carácter absolutamente mecanicista de la vida. Eso fue siete años antes; sin embargo, él no parecía haber envejecido ni un día: era bajo, rubio, de cara afeitada, voz suave y con gafas; a veces había algún destello en sus fríos ojos azules que delataba el duro y creciente fanatismo de su carácter, efecto de sus terribles investigaciones.
Nuestras experiencias habían sido a menudo espantosas en extremo, debidas a una reanimación defectuosa, al galvanizar aquellos grumos de barro de cementerio en un movimiento morboso, insensato y anormal, merced a diversas modificaciones de la solución vital. Uno de los ejemplares había proferido un alarido escalofriante; otro, se había levantado, violentamente, nos había derribado dejándonos inconscientes, y había huido enloquecido, antes de que lograran cogerle y encerrarlo tras los barrotes del manicomio; y un tercero, una monstruosidad nauseabunda y africana, había surgido de su poco profunda sepultura y había cometido una atrocidad… West había tenido que matarlo a tiros. No podíamos conseguir cadáveres lo bastante frescos como para que manifestasen algún vestigio de inteligencia al ser reanimados, de modo que forzosamente creábamos horrores indecibles. Era inquietante, pensar que uno de nuestros monstruos, o quizá dos, aún vivían… tal pensamiento nos estuvo atormentando de manera vaga, hasta que finalmente West desapareció en circunstancias espantosas.
Pero en la época del alarido en el laboratorio del sótano de la aislada casa de Bolton, nuestros temores estaban subordinados a la ansiedad por conseguir ejemplares extremadamente frescos. West se mostraba más ávido que yo, de forma que casi me parecía que miraba con codicia el físico de cualquier persona viva y saludable. Fue en julio de 1910 cuando empezó a mejorar nuestra suerte en lo que a ejemplares se refiere. Yo me había ido a Illinois a hacerle una larga visita a mis padres, y a mi regreso encontré a West en un estado de singular euforia. Me dijo excitado que casi con toda probabilidad había resuelto el problema de la frescura de los cadáveres abordándolo desde un ángulo enteramente distinto: el de la preservación artificial. Yo sabía que trabajaba en un preparado nuevo sumamente original, así que no me sorprendió que hubiera dado resultado; pero hasta que me hubo explicado los detalles, me tuvo un poco perplejo sobre cómo podía ayudarnos dicho preparado en nuestro trabajo, ya que el enojoso deterioro de los ejemplares se debía ante todo al tiempo transcurrido hasta que caían en nuestras manos. Esto lo había visto claramente West, según me daba cuenta ahora, al crear un compuesto embalsamador para uso futuro, más que inmediato, por si el destino le proporcionaba un cadáver muy reciente y sin enterrar, como nos había ocurrido años antes, con el negro aquel de Bolton, tras el combate de boxeo. Por último, el destino se nos mostró propicio, de forma que en esta ocasión conseguimos tener en el laboratorio secreto del sótano un cadáver cuya corrupción no había tenido posibilidad de empezar aún. West no se atrevía a predecir qué sucedería en el momento de la reanimación, ni si podíamos esperar una revivificación de la mente y la razón. El experimento marcaría un hito en nuestros estudios, por lo que había conservado este nuevo cuerpo hasta mi regreso, a fin de que compartiésemos los dos el resultado de la forma acostumbrada.
West me contó cómo había conseguido el ejemplar. Había sido un hombre vigoroso; un extranjero bien vestido que se acababa de apear al tren, y que se dirigía a las Fábricas Textiles de Bolton a resolver unos asuntos. Había dado un largo paseo por el pueblo, y al detenerse en nuestra casa a preguntar el camino de las fábricas, había sufrido un ataque al corazón. Se negó a tomar un cordial, y cayo súbitamente muerto, un momento después. Como era de esperar, el cadáver le pareció a West como llovido del cielo. En su breve conversación, el forastero le había explicado que no conocía a nadie en Bolton; y tras registrarle los bolsillos después, averiguó que se trataba de un tal Robert Leavitt, de St. Louis, al parecer sin familia que pudiera hacer averiguaciones sobre su desaparición. Si no conseguía devolverlo a la vida, nadie se enteraría de nuestro experimento. Solíamos enterrar los despojos en una espesa franja de bosque que había entre nuestra casa y el cementerio de enterramientos anónimos. En cambio, si teníamos éxito, nuestra fama quedaría brillante y perpetuamente establecida. De modo que West había inyectado sin demora, en la muñeca del cadáver, el preparado que lo mantendría fresco hasta mi llegada. La posible debilidad del corazón, que a mi juicio haría peligrar el éxito de nuestro experimento, no parecía preocupar demasiado a West. Esperaba conseguir al fin lo que no había logrado hasta ahora: reavivar la chispa de la razón y devolverle la vida, quizá, a una criatura normal.
De modo que la noche del 18 de julio de 1910, Herbert West y yo nos encontrábamos en el laboratorio del sótano, contemplando la figura blanca e inmóvil bajo la luz cegadora de la lámpara. El compuesto embalsamador había dado un resultado extraordinariamente positivo, pues al comprobar fascinado el cuerpo robusto que llevaba dos semanas sin que sobreviniese la rigidez, pedí a West que me diese garantías de que estaba verdaderamente muerto. Me las dio en el acto, recordándome que jamás administrábamos la solución reanimadora sin una serie de pruebas minuciosas para comprobar que no había vida, ya que en caso de subsistir el menor vestigio de vitalidad original no tendría ningún efecto. Cuando West se puso a hacer todos los preparativos, me quedé impresionado ante la enorme complejidad del nuevo experimento; era tanta, que no quiso confiar el trabajo a otras manos que las suyas. Y tras prohibirme tocar siquiera el cuerpo, inyectó primero una droga en la muñeca, cerca del sitio donde había pinchado para inyectarle el compuesto embalsamador. Ésta, dijo, neutralizaría el compuesto y liberaría los sistemas sumiéndolos en una relajación normal, de forma que la solución reanimadora pudiese actuar libremente al ser inyectada. Poco después, cuando se observó un cambio, y un leve temblor pareció afectar los miembros muertos, West colocó sobre la cara espasmódica una especie de almohada, la apretó violentamente y no la retiró hasta que el cadáver se quedó absolutamente inmóvil y listo para nuestro intento de reanimación. Él, pálido y entusiasta se dedicó ahora a efectuar unas cuantas pruebas finales y someras para comprobar la absoluta carencia de vida, se apartó satisfecho y, finalmente, inyectó en el brazo izquierdo una dosis meticulosamente medida del elixir vital, preparado durante la tarde con más minuciosidad que nunca, desde nuestros tiempos universitarios, en que nuestras hazañas eran nuevas e inseguras. No me es posible describir la tremenda e intensa incertidumbre con que esperamos los resultados de este primer ejemplar auténticamente fresco: el primero del que podíamos esperar razonablemente que abriese los labios y nos contase quizá, con voz inteligente, lo que había visto al otro lado del insondable abismo.
West era materialista, no creía en el alma, y atribuía toda función de la conciencia a fenómenos corporales; por consiguiente, no esperaba ninguna revelación sobre espantosos secretos de abismos y cavernas más allá de la barrera de la muerte. Yo no disentía completamente de su teoría, aunque conservaba vagos e instintivos vestigios de la primitiva fe de mis antecesores; de modo que no podía dejar de observar el cadáver con cierto temor y terrible expectación. Además… no podía borrar de mi memoria aquel grito espantoso e inhumano que oímos la noche en que intentamos nuestro primer experimento en la deshabitada granja de Arkham.
Había transcurrido muy poco tiempo, cuando observé que el ensayo no iba a ser un fracaso total. Sus mejillas, hasta ahora blancas como la pared, habían adquirido un levísimo color, que luego se extendió bajo la barba incipiente, curiosamente amplia y arenosa. West, que tenía la mano puesta en el pulso de la muñeca izquierda del ejemplar, asintió de pronto significativamente y, casi de manera simultánea, apareció un vaho en el espejo inclinado sobre la boca del cadáver. Siguieron unos cuantos movimientos musculares espasmódicos, y a continuación una respiración audible y un movimiento visible del pecho. Observé los párpados cerrados, y me pareció percibir un temblor. Después, se abrieron y mostraron unos ojos grises, serenos y vivos, aunque todavía sin inteligencia, ni siquiera curiosidad.
Movido por una fantástica ocurrencia, susurré unas preguntas en la oreja cada vez más colorada; unas preguntas sobre otros mundos cuyo recuerdo aún podía estar presente. Era el terror lo que las extraía de mi mente; pero creo que la última que repetí, fue: «¿Dónde has estado?». Aún no sé si me contestó o no, ya que no brotó ningún sonido de su bien formada boca; lo que sí recuerdo es que en aquel instante creí firmemente que los labios delgados se movieron ligeramente, formando sílabas que yo habría vocalizado como «sólo ahora», si la frase hubiese tenido sentido o relación con lo que le preguntaba. En aquel instante me sentí lleno de alegría, convencido de que habíamos alcanzado el gran objetivo y que, por primera vez, un cuerpo reanimado había pronunciado palabras movido claramente por la verdadera razón. Un segundo después, ya no cupo ninguna duda sobre el éxito, ninguna duda de que la solución había cumplido cabalmente su función, al menos de manera transitoria, devolviéndole al muerto una vida racional y articulada… Pero con ese triunfo me invadió el más grande de los terrores, no a causa del ser que había hablado, sino por la acción que había presenciado, y por el hombre a quien me unían las vicisitudes profesionales.
Porque aquel cadáver fresco, cobrando conciencia finalmente de forma aterradora, con los ojos dilatados por el recuerdo de su última escena en la tierra, manoteó frenético en una lucha de vida o muerte con el aire y, de súbito, se desplomó en una segunda y definitiva disolución, de la que ya no pudo volver, profiriendo un grito que resonará eternamente en mi cerebro atormentado:
—¡Auxilio! ¡Aparta, maldito demonio rubio… aparta esa condenada aguja!
Midnight.
Midnight.


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