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Mensaje por Invitado Vie 20 Dic 2013, 12:24 pm

me han gustado, sigue subiendo.CreepyPastas {Terminados} - Página 4 2841648573
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Mensaje por Invitado Vie 20 Dic 2013, 12:25 pm

y pasé de página e-e.
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Mensaje por Midnight. Vie 20 Dic 2013, 12:35 pm

Val escribió:y pasé de página e-e.
si lo hiciste hahaha
Midnight.
Midnight.


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CreepyPastas {Terminados} - Página 4 Empty Re: CreepyPastas {Terminados}

Mensaje por Rebeca. Vie 20 Dic 2013, 12:41 pm

Sabes por que me encanta tanto leer aquí?
Por que no pones imágenes feas :)
Es que a mi me encanta leer, pero solo LEER
no me gustan las imágenes que salen
Por eso te quiero :))
Sigue escribiendo, Adios.
Rebeca.
Rebeca.


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CreepyPastas {Terminados} - Página 4 Empty Re: CreepyPastas {Terminados}

Mensaje por Midnight. Vie 20 Dic 2013, 12:50 pm

RebeccaTomnlinson escribió:Sabes por que me encanta tanto leer aquí?
Por que no pones imágenes feas :)
Es que a mi me encanta leer, pero solo LEER
no me gustan las imágenes que salen
Por eso te quiero :))
Sigue escribiendo, Adios.
no pongo imagenes por que soy nueva y "no me dejan enviar mensaje por 7 dias" por que si no fuera asi...  YO TAMBIEN TE QUIERO
Midnight.
Midnight.


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Mensaje por Midnight. Sáb 21 Dic 2013, 9:30 am

35 creepypasta




Como un cirujano




—Sr. Weston, el doctor está listo para recibirlo. —La enfermera apagó el intercomunicador.
Aunque Sam estaba muy nervioso, se empezó a reír porque la enfermera le dijo «señor». Ése era el nombre de su padre.
Era 31 de octubre de 1973, y Sam Weston de nueve años de edad estaba en el hospital, apunto de someterse a cirugía. Le sacarían las amígdalas.
Siguió a sus padres al consultorio del doctor en la parte trasera del hospital.
—Bien hijo —dijo el doctor—. Ups, lo siento. Me habían dicho que un niño de nueve años llamado Sam venía por una cirugía. Tú eres tan grande como yo.
Sam rió.
—¡Sólo tengo nueve! —Pensaba que era hilarante que todos en el hospital creyesen que era un adulto.
El doctor revisó el historial.
—¡Ah! ¿Una amigdalotomía? ¿Es eso a lo que tus padres me dijeron que le temías? Déjeme aclararle algo, Sr. Weston, una amigdalotomía no es algo de lo que asustarse. Sólo dolerá por un segundo. ¿Alguna vez has caído de rodillas?
Sam asintió.
—Pues, es tan doloroso como eso. A mí me sacaron las amígdalas cuando tenía tu edad. No hay nada que temer.
Sam se sentía un poco mejor.
—Oh, parece que hay un pequeño problema. No tenemos las herramientas necesarias para tu caso. Las cambiamos por herramientas nuevas y mejores, que aún no han llegado. Lo que tendremos que hacer será admitir a Sam por una noche, y pedir prestado parte del equipo del hospital en Memphis. Cuando llegue, tendremos la cirugía. Probablemente estará dormido cuando la hagamos, así que no sentirá dolor.
Sam se quedó sentado en silencio mientras sus padres arreglaban todo. Llevaron a Sam a su habitación y ellos partieron a la sala de espera, en donde estarían hasta que la cirugía tuviera lugar.
Una enfermera ayudó a Sam a acomodarse en la cama, y le dio algo de jugo. Sam volteó hacia su derecha y vio a otro niño.
—Hola, soy Sam. Pero puedes llamarme Sammy.
El niño ni siquiera le dirigió la mirada.
—Tommy está nervioso. Tiene una cirugía importante mañana —le murmuró la enfermera, al notar su interés—. Le van a cortar su pie —murmuró en voz aún más baja.
—Mi nombre no es Tommy.
La enfermera lucía triste.
Pasaron unos minutos, Sam estaba pintando en su libro de dibujos. La enfermera se había ido para dejarlo descansar.
Tommy volteó hacia Sam. Señaló una historieta que Sam tenía al pie de su cama.
—El Hombre Araña es mi favorito.
—¡El mío también!
Sam trató de lazar una red de telaraña al rostro de Tommy.
—¿Por qué estás aquí?
—Amígdalas.
—Tienes suerte.
Dicho eso, Tommy se dio la vuelta.
Pasaron unos minutos más, en silencio. Luego Tommy alzó la voz:
—¿Te gusta dormir?
A diferencia de la mayoría de los niños, a Sam le encantaba dormir. Pensaba que mientras más rápido se durmiese más podría jugar al día siguiente.
—Sí, mi mamá siempre trata de despertarme para que no llegue tarde a la escuela, pero nunca puedo escucharla. Dice que podría dormir hasta durante un terremoto.
Tommy apagó la luz y regresó a su cama. Sam entendió el gesto.
 
—Tenemos que darle a este niño anestesia.
Sam se despertó. Lo estaban conduciendo por un pasillo del hospital. Las luces iluminaban su rostro. Miró a los cirujanos, no los había visto antes.
Se dio cuenta de que llegó el momento, le sacarían las amígdalas. Sus padres le dijeron que podría comer helado cuando todo terminara. Pensaba en qué tipo de helado le gustaría mientras los cirujanos empujaban las puertas de una sala con una silla.
—Bien Tommy, ponte esta mascarilla. Te ayudará a dormirte.
Sam se sorprendió.
—Mi nombre no es Tommy… es Sam.
Un cirujano revisó su historial.
—Aquí dice que es Tommy, hijo.
Tenía razón. Sam lo miró también, y vio el nombre Tom Whitton.
—¡Mi nombre no es Tommy! ¡Es Sam!
—Sí… nos advirtieron que dirías eso. —El cirujano le puso la mascarilla.
Sam entró en pánico, pero sus gritos fueron silenciados por la anestesia.
Pudo dar un último vistazo al pasillo. Tommy estaba al otro lado de las puertas, sonriendo.
Sam lloró mientras caía dormido.
Midnight.
Midnight.


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Mensaje por Midnight. Sáb 21 Dic 2013, 9:33 am

36 creepypasta

Ni la muerte podría separarnos...


El día empezó normal, como cualquier otro día, o no; éste era un día especial. Me lavé los dientes y me vestí con un vestido que mi madre me había comprado el día anterior para poder llegar presentable a ver a mis suegros. Ellos vivían en un pequeño pueblo del sur en medio de la nada. Dorian dijo que nos fuéramos en tren, pero yo insistí en irnos en bus, que aparte de ser más cómodo, era un poco más barato.
Hace apenas unos días, Dorian me había pedido que nos casáramos, tras cuatro años de noviazgo. Por supuesto que acepté, después de todo, Dorian es el hombre que siempre esperé, quizás el amor de mi vida.
Tomé un taxi y me dirigí hacia la estación de buses, él estaría esperándome en aquel lugar. Lo esperé algunos minutos… era extraño, cada vez que nos veíamos él estaba ahí esperándome. Quedamos de vernos a las nueve treinta, pero ya eran las diez y cuarto y aún no se asomaba. De pronto sentí que mi corazón comenzó a latir más rápido de lo normal y mis manos se pusieron completamente heladas, a pesar de que moría de calor; algo andaba mal, podía sentirlo.
Seguí esperando nerviosa. Pensé en llamarlo, pero luego me arrepentí, no quería enterarme de algo malo, no quería. Me senté en una banca frente a una pequeña fuente de agua y veía a la gente caminar apresurada a mi alrededor. Saqué mi celular para mirar la hora, y pude ver que tenía nueve llamadas perdidas; no quise ver de quién eran, no quería ver nada, no quería enterarme de nada. Lo volví a guardar en mi bolsillo.
Eran las once y cuarto y Dorian aún no llegaba. Algunos pensamientos negativos comenzaron a rondar por mi mente. ¿Y si tuvo algún tipo de accidente mientras venía hacia acá? Unas suaves y heladas manos de pronto taparon mis ojos; el miedo me invadió una vez más.
—¿Quién es? —pregunté, nerviosa.
—¿Quién crees que soy? —me respondió con un tono medio burlesco, era la voz de Dorian. Me puse de pie rápidamente y quité sus manos de mi rostro, él me miró sonriendo y me abrazó fuertemente.
—Discúlpame por haber llegado tan tarde, hubo un accidente en la carretera. Te llamé muchas veces pero no me contestaste…
—No importa. —Lo tomé de las manos y volví a abrazarlo con todas mis fuerzas. Caminamos abrazados hasta el bus, tomamos nuestros asientos y no volví a soltarle la mano en todo el camino. Había sentido un gran alivio en mi corazón, por momentos sólo vi las peores imágenes en mi cabeza pensando que le había pasado algo. Sé que no podría vivir sin Dorian. Él lo era, lo es todo en mi vida. Se ha transformado en la razón de mi existencia.
Al ser la típica mujer menos agraciada que la mujer promedio, ningún hombre se había atrevido a fijarse en mí, excepto él. No es que sólo lo quiera por eso, lo amo desde la primera vez que lo vi; todo comenzó como amor a primera vista, por lo menos de mi parte, ya que nadie podía enamorarse de mí a primera vista tampoco. Cuando ya parecía que terminaría convirtiéndome en monja, lo conocí, y Dorian cambió cada imagen que tenía de la vida.
Mientras recorríamos largas distancias, observaba atentamente al hombre que en poco menos de un mes sería mi esposo, quizás el futuro padre de mis hijos. Estaba concentrado mirando por la ventana; sus ojos se veían brillantes, más de lo normal.
—Dorian, estaremos juntos por siempre, ¿no? Quiero decir, nada ni nadie podrá separarnos jamás en la vida, ¿cierto?
—Jamás, nada ni nadie… ni siquiera la muerte nos separará, estaremos juntos por siempre, por toda la eternidad. Lo sé. —Sus manos recorrían suavemente mis mejillas, me sentía totalmente de acuerdo con cada una de sus palabras.
Me besó de pronto y me miró con una sonrisa. El bus se detuvo abruptamente, la gente comenzó a bajar, hasta que quedamos los dos solos; aunque luego pude ver que había alrededor de tres personas más aparte de nosotros. Debía de ser una de esas paradas que hacen los buses cada vez que recorren largas distancias. Sin embargo, éste siguió su camino y nadie más volvió a subir. Dorian tomó fuertemente mi mano, apretándola como nunca antes lo había hecho. Dirigí mis ojos a los suyos, y él sólo sonrió.
—¿Falta mucho para llegar?
—No, sólo algunos minutos, ya estamos a punto de llegar.
Sonrió una vez más, me abrazó y volvió a dirigir su mirada a la ventana.
El bus se detuvo una vez más, de pronto las personas que venían con nosotros ya no estaban. No le tomamos mucha importancia, aunque después de que hubo pasado algún tiempo Dorian se impacientó y fue hasta la cabina del conductor, quien tampoco se encontraba.
Estábamos en medio de la carretera, junto a unos cerros y unos bosques. Con Dorian decidimos bajar del bus e ir en busca de ayuda o algo, quizás caminar hasta el pequeño pueblo en donde vivían sus padres. Él me había dicho que no faltaba mucho para llegar, pero luego lo aclaró, sólo me lo había dicho para que estuviera más tranquila, en realidad ni siquiera nos encontrábamos a mitad de camino. Saqué mi celular indignada, pero éste no tenía señal, tampoco el de Dorian.
Volvimos al bus, esperando que el conductor ya hubiera regresado; pero no daba señales de vida, aun cuando empezaba a oscurecer.
Dorian intentó echar a andar el bus, pero éste no partía. Nos quedamos descansando algunas horas ahí hasta que amaneció. Por encima de todo no podía ver ningún auto asomarse, no había pasado uno en toda la noche.
Cuando desperté a la mañana siguiente Dorian no estaba junto a mí; me sentí algo asustada, me levanté apresurada para ir en su búsqueda, no quería que desapareciera como las demás personas que venían con nosotros.
Pude verlo a través de la ventana, iba caminando devolviéndose por el camino que había tomado el bus. Rápidamente me bajé y corrí hasta alcanzarlo, se había sentado sobre unas rocas junto a un charco de agua, su mirada se veía algo perdida. Caminé hacia él lentamente, y lo abracé por detrás.
—¿Qué pasa?
—Nada, es sólo que… me aflige estar aquí, entre la nada.
—Ya llegará alguien a buscarnos, no te aflijas, sólo piensa… queda menos de un mes para nuestra boda, ¿acaso eso no te hace feliz?
—Es eso lo que me aflige.
—¿Por qué?
—Sólo… observa.
Tomó una botella que se encontraba tirada a su lado y la lanzó al charco de agua que estaba en frente; la botella quedó reposando sobre el agua en movimiento. No entendía lo que pasaba, lo miré, dispuesta a preguntarle cuál era su punto, pero entonces lo comprendí. La botella que tomó seguía tirada en el lugar de antes, y el charco de agua estaba totalmente quieto, como si nada lo hubiese tocado. Dorian se puso de pie, me miró con los ojos brillantes, me tomó de la mano y me guió de vuelta al bus, que ahora se encontraba totalmente destruido, rodeado de policías y ambulancias, además de autos de personas, quizás familiares de los demás pasajeros. Pude ver a mi madre intentar acercarse al bus, ella lloraba y gritaba totalmente estremecida mientras algunos policías intentaban tranquilizarla.
—¿Es aquí donde acaba nuestra existencia?
—No lo creo, mientras podamos seguir amándonos, nuestra existencia no acabará.
—Es ahora que puedo ver… que tus promesas siempre fueron ciertas. Te amo, Dorian.
—Te amo aún más, Deborah. Lo sabes, y te lo dije… ni la muerte podría separarnos…

Mientras que el objetivo de un creepypasta es provocar miedo en el lector, un weepypasta pretende lograr otro tipo de emociones. Su final siempre será triste —o tierno, dependiendo de la perspectiva de cada quien—, mas no terrorífico; aunque puede contar con elementos durante su desarrollo que generen miedo. Weepy viene del gringo «weep», que significa llorar. Es un subgénero que existe en esta página casi desde sus orígenes, y es tiempo de denominarlo.
Midnight.
Midnight.


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Mensaje por Midnight. Sáb 21 Dic 2013, 9:36 am

37 creepypasta

Timido ante la camara

Trabajo en un centro de tránsito y zona de aparcamiento que fue construido recientemente, y cuando se hace tarde es mi trabajo cerrar todo hasta la mañana siguiente, y patrullar la oscura instalación con sólo el apoyo de una radio conectada al departamento de policía local. Es un procedimiento bastante sencillo, tomándome alrededor de diez minutos cerrar todo y de quince a veinte minutos la ronda de patrullaje, que hago cada hora.
A eso de las tres de la madrugada, estoy exhausto por mi jornada de ocho horas, pero aún me quedan otras cuatro horas para terminar mi turno. Me dirigí al centro de operaciones (una manera sofisticada de llamar a una habitación con una silla y varios monitores) y comencé mi asenso por las rampas. Escuchaba el eco de mis pisadas, y me di cuenta de que el ambiente estaba más tranquilo de lo normal. Podía oler el típico hedor de las heces en los basureros, que los vagabundos del área utilizan como sanitarios. Tuvimos que clausurar los baños públicos para prevenir daños, robos, vandalismo y, principalmente, las muertes por sobredosis a la mitad de la noche.
Finalmente llegué al último piso y llamé al elevador. Pegué mi frente contra la puerta, sintiendo el aire helado que manaba del hueco del ascensor mientras éste subía hasta mi piso. Cuando llegó, entré y fui a la planta baja, y de ahí a mi oficina, usando mi tarjeta de empleado para abrir la puerta.
Generalmente la puerta se queda a medio cerrar, así que le di una patadita para que reaccionara y me dirigí a mi escritorio. La computadora que conecta a las cámaras es digna de ser llamada prehistórica… estoy bastante seguro de que ni siquiera las siguen fabricando; esto sin mencionar que el internet es tan lento que la transmisión toma una eternidad en actualizarse. Así que me siento ahí a hacer mi nuevo pasatiempo: verme caminar con un retraso enorme en la imagen.
Me senté a verme ser agredido por el ridículamente cálido clima. Me reí de mí mismo al verme descansar la cabeza en el frío metal de la puerta del elevador. Cuando la puerta se abrió y el área a mi alrededor se iluminó, se me congeló la sangre.
Había un hombre parado a no más de dos metros de distancia, observándome.
Mientras entraba al elevador, él corrió hacia las escaleras, de inmediato subiendo los escalones. Mi corazón se aceleró al ver que llegaba al siguiente piso a la misma velocidad que yo lo hacía… al cuarto… al tercero… sin la mayor dificultad estaba llevando el mismo ritmo que el elevador. Mis orejas empezaron a arder cuando sentí que toda la sangre se me iba a la cabeza, me empezaba a costar respirar… Vi la puerta del elevador cerrarse y él me seguía el paso de nuevo, acercándose más y más tras cada esquina. Vi cómo me alcanzó al abrir la puerta, queriendo entrar después de mí.
Estaba DENTRO del edificio…
Seguí viendo, sabiendo que debía dejar de hacerlo. No lo podía encontrar… luego entendí por qué: había cerrado la puerta en su cara, lo que significada que…
Mientras revisaba la habitación, eventualmente comprendí que estaba solo. Me puse en contacto con algunos oficiales para que vinieran. Ellos revisaron todo el edificio, me sermonearon por «no prestar atención», y se fueron. El resto de la noche lo pasé en esa habitación. Revisé cada video meticulosamente, pero nunca lo volví a ver. Ahora cada vez que voy a trabajar, sigo teniendo la sensación de que estoy siendo observado…
Midnight.
Midnight.


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Mensaje por Midnight. Sáb 21 Dic 2013, 9:40 am

38 creepypasta

No cortes tus uñas de noche

Todo comenzó a las 7:50 de la noche. A esa hora y en mi habitación, sólo pensaba en que al día siguiente tenía algunas cosas que hacer en la universidad, tenía un evento importante y debía estar muy arreglada para ello. Ya había acomodado mi cabello en una especie de rollo sostenido por pinzas para que cuando me levantara se mantuviera lacio y bien peinado, por lo que procedí a pintarme las uñas. Realmente en mi mente estaba repasando todo aquello que debía exponer frente a un frío jurado de directores y profesores, sólo me estaba enfocando en eso, y eso era lo único que me importaba en ese momento; pero algo que era importante en una presentación era la buena y limpia imagen. Pinté las uñas de mis manos de un color rojo, tan brillante y profundo como la sangre, ése era el color que más me gustaba. Después de eso, aún repasando en mi cabeza el contenido, miré las uñas de mis pies, las cuales estaban un poco largas para mi gusto. Odiaba tenerlas largas, no me sentía con complejo de águila, así que tome el cortaúñas y con cuidado corté cada una de las uñas de mis pies.
Fue hasta después de que las corté todas que me di cuenta de la situación…
Todo el contenido de mi exposición salió de mi cabeza dejando sólo la carrasposa voz de mi abuela resonando en ella: «Hija, no te cortes nunca las uñas de noche».
Me quedé mirando el vacío por un momento, siempre había creído en mi abuela y en sus supersticiones, y siempre había tenido en cuenta cada una de ellas, salvo por esa noche que la olvidé. Recordé cómo inocentemente había preguntado por qué era malo eso, y que la respuesta no me había gustado para nada, me había causado miedo, y eso era lo que tenía en ese momento, miedo. Suspiré mirando la pared. ¿Y ahora? Mi abuela nunca me había dicho qué hacer si las cortaba, pero sí me había dicho esto:
«Después de las 8:33 p.m., no vayas a cortar tus uñas, ni las de las manos ni las de los pies, pues después de esa hora, ese instrumento de plata estará maldito. Maldito para todo aquel que lo presione sobre su carne y sus uñas; será más afilado y más brillante, y traerá consigo algo terrorífico, algo fuera de este mundo. Recuerda esto: “después de las 8:33, corta tus uñas y vas a temer. Alguien tocará tu puerta, un regalo dejará; no lo abras hasta que amanezca, no seas curiosa. No mires hacia atrás si sientes que algo se acerca, pues el dueño de la caja piensa sorprenderte. No cortes tus uñas de noche, no, si esperas a la muerte”».
Solté el cortaúñas rápidamente y miré las uñas reposar sobre el suelo. El corazón me latía con fuerza, mi abuela no mentía nunca. ¿Y si llegaban a tocar mi puerta? ¿Y si me encontraba con una caja? ¿Justamente en ese momento tenía que vivir sola? No dejé de mirar las uñas, tenía mucho miedo, el corazón no dejaba de latirme rápidamente y sentía que algo malo iba a suceder, pero, ¡espera! No cortes tus uñas después de las 8:33. Corrí a mirar el reloj de la sala y me detuve en seco frente a él observándolo. Marcaba las ocho en punto. Cerré los ojos y solté una bocanada de aire al mismo tiempo que mantenía mi mano derecha sobre mi pecho. Lo había hecho antes de las 8:33, estaba segura, no me pasaría nada.
Repentinamente me rugió la panza, era momento de hacer algo de cenar y luego irme a la cama para estar descansada al día siguiente. Caminé hacia la cocina y encendí la televisión para mirar las noticias, fui hasta el refrigerador y saqué dos huevos para freír. Aparentemente, había habido un incidente en Colorado, algo relacionado con un tiroteo; la noticia parecía indignante, pero más indignante fue lo que dijeron antes de ir a comerciales.
«Ya que son las 8:50 de la noche, vamos a una pausa comercial».
Después de las 8:33, corta tus uñas y vas a temer…
Me quedé paralizada, el corazón volvía a latirme con fuerza y volvía a tener miedo; pero esa vez el miedo fue aún más fuerte, de aquel miedo que te ataca con tal intensidad que te impide mover tus músculos e inmediatamente cierra tus cuerdas vocales, dejándote mudo y paralizado. Habían pasado sólo unos minutos desde que miré el reloj de la sala, ¿tenía mal la hora? Suspiré y temblando un poco caminé hacia mi habitación. Lentamente llegué, con el corazón acelerado y las manos sudando. Eran las 8:50 aún. No podía ser, miré el aparato sorprendida y con algo de desesperación busqué en mi gaveta varios de los relojes que tenía. Tomé uno y lo miré, las 8:50; tomé otro y lo miré, las 8:50; tomé otro, ¡las 8:50! Sin evitar la desesperación arrojé el reloj hacia la pared haciéndolo pedazos y tomé rápidamente mi celular para llamar a mi madre. Pero después de marcar el número, algo resonó en mi cabeza: alguien tocaba el timbre. Me paralicé por completo y el teléfono se resbaló de mis manos cayendo al suelo.
Alguien tocará tu puerta…
Algo me decía que no abriera la puerta, o que la abriera, tomara mis cosas y saliera de ahí lo más rápido que pudiera, pero algo también me decía que ya era muy tarde. Lentamente cerré los ojos, apenas podía respirar, sentía el corazón latiéndome en todo el cuerpo y las manos me sudaban. Pero nunca había sido cobarde, y no podía serlo ahora; quizá era el momento de que mi abuela se equivocara y quizá estaba exagerando. Me levanté despacio y caminé, tratando de calmarme con cada paso que daba hacia la puerta. El timbre sonó tres veces y después cesó. Lentamente coloqué mi mano sobre la perilla, pensando que nada iba a pasar, que seguro era una de mis amigas o mis vecinas fastidiosas, y que nada de lo malo que había pensado me sucedería. Suspiré, cerré los ojos y abrí la puerta.
Un regalo dejará…
Había una caja. El corazón en ese momento me latió tan fuerte que lo escuchaba resonar en mi cabeza, inmediatamente comencé a llorar con desesperación, las manos me sudaron más y más, el miedo me invadía tanto que sólo quería llorar, llorar y esconderme, taparme los ojos y pensar que nada de eso estaba sucediendo, despertarme de esa pesadilla. La caja era negra, un negro perturbador e inquietante; quería patearla, pero temía empeorar las cosas. ¿Qué debía hacer? ¿Qué era esa caja? ¿Qué había dentro de ella? Eso era lo peor, lo que podría haber en su interior. Quería saberlo, ¿y si era una broma? Tenía amigas muy bromistas, pero el susto que tenía no me hacía creer que era una broma. Me incliné y tomé la caja. Estaba algo pesada, lo cual aumentaba mi curiosidad.
No la abras antes que amanezca, no seas curiosa…
No podía abrirla, quería, pero no podía. Dejé la caja sobre la mesa y fui hasta la cocina por un calmante, tomé agua y me lo tragué. Pensé por un momento que debía esperar a que amaneciera, quizá así no me pasaría nada. Sí, eso era, debía esperar. El hambre se me había quitado, sentía la casa más sola que nunca, sentía frío, sentía que cada pasillo era más oscuro de lo normal. Entré al baño y me miré al espejo; tenía el rostro rojo, los ojos llorosos, los labios pálidos, y aunque no podía verlo mi corazón seguía acelerado. Después de que me cepillé, salí y comencé a cerrar las cortinas, entonces el corazón me empezó a latir fuertemente de nuevo. Sentí como si alguien estuviera detrás de mí, parado, respirando; sentía su respiración tal y como si fuera una persona, cercana, fría. Respiraba como los sádicos que aparecían en películas. Nunca había estado tan asustada en mi vida, las lágrimas se me salían y todo el cuerpo me temblaba.
No mires hacia atrás si sientes que algo se acerca, pues el dueño de la caja piensa sorprenderte…
El dueño de la caja, ¿quién era? Sentía que alguien estaba detrás de mí, ¿qué podía hacer? El corazón me seguía latiendo con fuerza, el susto iba más allá de lo que podía imaginar. De repente lo pensé. Yo no podía morir, no esa noche, y menos así. Si no podía mirar lo que estaba atrás, tenía que escapar. Con todo el valor que pude reunir cerré mis ojos con fuerza y corrí hacia la derecha. Abrí los ojos y seguí corriendo rumbo a las escaleras, sentía cómo esa cosa me seguía, aún sentía el frío, aún las piernas me temblaban, aún sentía el miedo, y aunque corría aún lloraba con algo de desesperación. Por más que corría, eso que me seguía no se detenía; llegué hasta las escaleras aún sin voltear y fue cuando mis piernas me fallaron, y entonces caí. Rodé por las escaleras, sentí el miedo junto con el dolor. Las pinzas que sostenían mi cabello se estaban incrustando poco a poco en mi cabeza, haciéndome sentir un dolor inmenso que superaba incluso el miedo. Al final de las escaleras no dejé que el dolor me paralizara, me levanté como pude y corrí hacia la salida. Estaba desesperada, y cuando vi la puerta más cercana a mí tropecé, cayendo al suelo. Giré mi cabeza y observé: había tropezado con la caja y ésta se había volteado, abriéndose. ¿Qué había dentro de ella? Habían dedos, dedos de pies mutilados y ensangrentados, también había uñas. Pegué un grito de terror, alejándome con desesperación de ahí; sentí mi frente húmeda, estaba sangrando gracias a las pinzas que me habían lastimado. Pero más fuerte que ese dolor, fue el que sentí al observar que me faltaban todos los dedos de mis pies. Abrí los ojos de par en par y lo último que vi fue un rostro tan blanco como el papel, y unos ojos más rojos que mi pintura de uñas. Luego de eso, me desmayé.
No cortes tus uñas de noche, no, si esperas a la muerte.
Mi abuela una vez me dijo: «No cortes tus uñas de noche», y en mis años de vida siempre tuve presente eso, hasta que un día lo olvidé. La abuela nunca se equivoca. Ahora les digo a ustedes, no corten sus uñas de noche, siempre habrá un amanecer.
Midnight.
Midnight.


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Mensaje por Midnight. Sáb 21 Dic 2013, 9:44 am

39 creepypasta

El mercader del camino gris




El soldado atravesó con largas zancadas el patio del castillo, el rostro albo marcado por la preocupación. Caminó rápidamente por entremedio de la bulliciosa actividad que reinaba en el patio, lleno de hombres rudos y gallardos que se preparaban para la batalla afilando espadas, tensando arcos y enderezando flechas.
Finalmente el soldado dejó atrás el atareado ejército y se metió por una pequeña puerta de madera remachada en hierro. Subió unas empinadas escaleras de caracol y, casi sin aire, llegó a la torre que dominaba el castillo.
Los dos guardianes de la puerta le cerraron el paso con las alabardas ni bien llegó al final de la escalera, pero el soldado levantó la carta que portaba, mostrando el sello de la guardia de frontera. Los soldados abrieron paso y se mantuvieron cada uno en su lado, inmóviles.
El mensajero entró en la suntuosa estancia sin siquiera haber recuperado el aire del todo. Era la primera vez que entraba en la torre Hohenstaufen y quedó maravillado por su grandiosidad; magníficos tapices, ilustrando batallas de antaño y glorias pasadas en púrpura y oro, colgaban de las paredes. Alfombras que valían cien veces su vida cubrían el suelo, que seguramente era de la madera más fina de toda Europa.
Le tomó poquísimos segundos admirar todo eso, porque en un rincón estaba la posesión más valiosa del castillo: la espada Hohenstaufen, el azote teutón. Según decían, la espada había hendido más de 200 cabezas sarracenas en las manos de Ulrich Hohenstaufen durante la tercera cruzada. Otras lenguas, más enteradas o menos bienintencionadas, decían que casi todas esas cabezas eran de niños y mujeres árabes indefensos. Casi siempre estas lenguas terminaban separadas del resto de la cabeza por orden del señor del castillo de turno, así que el nefasto rumor sólo se escuchaba en susurros y muy de vez en cuando.
Un carraspeo impaciente surgió del trono que ocupaba el centro de la torre. El Señor del castillo, flanqueado por dos caballeros a cada lado, llamaba su atención. La presencia del Señor feudal era, valga la redundancia, majestuosa. Medía casi dos metros y recordaba a una especie de semidiós nórdico. El pelo dorado le caía suavemente hasta la base del cuello, y un mechón áureo le decoraba la frente. La viril barba, entre amarilla y colorada, le ocupaba medio rostro bajo los ojos verdes, decididos pero melancólicos: hacía poco tiempo había perdido a su consorte en el parto de su primer heredero. El soldado se sentía casi inexistente ante la presencia impresionante de su majestad.
No habían pasado ni cinco segundos desde que el mensajero había entrado a la estancia cuando el señor Hohenstaufen vio el estado de su súbdito y le dijo, con la voz de una tormenta:
—Descanse un poco, soldado, y después entregue el mensaje.
—Su majestad, le envía este mensaje mi capitán Wieber —dijo con voz entrecortada el soldado, entregando el sobre al caballero que estaba a la derecha del Señor.
—Capitán Liebitz, encárguese de que le den una buena comida y reparo a… ¿Cómo es su nombre, súbdito?
—Raitzen —respondió humildemente el vasallo.
—Al soldado Raitzen —repuso el Señor, acariciándose la barba—. Y que pase una mañana a la compañía del capitán Czerner, que está escaso de hombres.
Capitán y soldado hicieron una reverencia y se retiraron de la torre. Una vez que se fueron, Hohenstaufen ordenó al capitán que quedaba con él que le leyera el mensaje.
«Capitán Wieber, 22 de junio del año 1346 desde el natalicio de nuestro Señor Jesucristo.
Su majestad, nuestra posición en el vado es insostenible. Los moros nos han atacado con fuerzas ampliamente más grandes y hemos tenido que ceder la orilla oriental. Cuando su majestad reciba este mensaje, solo estaremos en posición de defender el vado tres días más, con nuestras más fuertes esperanzas, si la suerte y la Divina Providencia nos acompañan. Os pido con suma urgencia más refuerzos y provisiones, o bien el permiso para comenzar la retirada y tomar una posición más ventajosa cerca del castillo. Espero la respuesta de su majestad, y hasta que ésta llegue tenga la seguridad de que defenderé todo lo que pueda la orilla occidental de estos enemigos de Dios».
Luego de escuchar toda la misiva, Hohenstaufen reposó la cabeza en su fuerte mano derecha, con los ojos inexpresivos. Parecía haberse transformado en estatua, cuando finalmente llamó a su caballero.
—Capitán Kahn.
—¿Mi señor?
—Vaya con mi escribano y díctele la siguiente respuesta para el capitán Wieber —Pensó unos segundos más y luego prosiguió, con un tono más forzado—. Capitán Wieber: la retirada ante los bárbaros no es una opción, así como tampoco la es dejar desprotegido el castillo y sus habitantes para reforzar su posición. Dentro de una semana, cuando arriben los hombres que nos prometió el castillo Friedrich, podré, si así lo considero correcto, enviarle los refuerzos. Mientras tanto, defienda su posición hasta que caiga el último hombre. Cualquier intento de retirada se tomará como una traición. Que Dios lo bendiga. —El Señor hizo un gesto para indicar el fin de la misiva.
—Su majestad, no quiero ser impertinente, pero si perdemos el vad…
—¿Se atreve a cuestionarme, capitán? —interrumpió Hohenstaufen.
—No, mi Señor.
—Entonces haga lo que ordené —terminó el gobernante, con una sonrisa que distaba mucho de ser amistosa.
Kahn hizo una reverencia y dio media vuelta, sin poder sacarse de la cabeza que fácilmente podría estar en el lugar de Wieber, si el ánimo de su Señor así lo indicaba.
 
El ruido constante de un caballo al trote se acercaba por la ruta de tierra, desde el oriente. Los dos centinelas que lo vigilaban lo escucharon, y cargaron las ballestas con los virotes livianos. El camino gris, que tenía su comienzo en Asia y llegaba hasta el castillo Hohenstaufen, tenía varios puestos de guardia a lo largo de éste, cada vez más abandonados por el poco tránsito que circulaba. Ambos vigías se apostaron en un lado del camino y esperaron que el caballo pasara de la curva arbolada que vigilaban. Lentamente, apareció un caballo tirando de una destartalada carreta, cargada de varios paquetes y un hombre.
—¡Detenerse! —ordenó uno de los centinelas, con una voz que intentaba ser autoritaria.
El conductor de la carreta balbuceó algo en latín, y caballo y carreta se detuvieron poco a poco. Una cara apática se asomó, mirando con curiosidad hastiada. El centinela le dio la orden al conductor de bajar del carro y fue obedecido de inmediato.
Con la ballesta todavía preparada, el centinela le preguntó quién era y qué hacía en el camino gris.
—Mi nombre es Luca Iferranti —respondió el dueño de la carreta, con un fuerte acento florentino— y soy comerciante. Estoy traficando especias desde el lejano oriente, paprika, sal… ¿Podéis contarme qué está aconteciendo? ¿Acaso el camino está vedado?
—Ésta es una zona de guerra —repuso uno de los centinelas—. No podemos permitirle el paso, ni tampoco volver por donde vino. Cuando lleguen nuestros relevos deberá venir con nosotros al castillo Hohenstaufen.
—Pero debo llevar mis mercancías a Florencia para dentro de tres semanas —dijo Iferranti, indignada y rápidamente—. Sería un grave retraso no tomar el siguiente cruce e ir hasta su castillo.
—No me interesa, florentino. Lleve la carreta a un costado del camino, los relevos llegarán en unas horas.
—Insisto en que esto es un atropello —desafió el mercader, sin hacer el menor ademán de mover la carreta—. ¿Qué autoridad tenéis vosotros para ordenarme esto?
—La autoridad delegada por el señor de estas tierras. Ahora, haga lo que se le ordenó.
Luca Iferranti azuzó al caballo a regañadientes.
 
Cuatro horas después, carreta, centinelas y comerciante iban en camino al castillo, ahora más lento por el peso que tenía que arrastrar el animal. Un par de veces se cruzaron con escuadrones de aproximadamente treinta o cuarenta hombres, según pudo apreciar el mercader. Torva la mirada, ansioso el corazón, pocos se detenían a saludar o a preguntar el porqué de la carreta viajera.
Metro a metro, el castillo se agrandaba, recortado contra el horizonte azulado. Alto, majestuoso, amenazador, aparecía coronado por el sol ya agonizante: el camino apuntaba casi exactamente hacia el oeste. El traficante iba sentado en la parte de atrás de la carreta, al lado de las mercaderías tapadas con arpillera, dándole la espalda con desdén al castillo que cada vez estaba más próximo.
Aminoraron la marcha al llegar a una atalaya, a pocos kilómetros ya de la fortaleza. Frenaron al posicionarse al lado del puesto de vigilancia y un soldado de opaca armadura se acercó, con la espada a medio desenvainar como establecía el protocolo militar del feudo.
—¿Santo y seña? —exclamó el último vigía.
—¡Das schwein im stall!
—Pasad —respondió el guarda, sin envainar la espada.
La carreta siguió su camino, con el caballo resoplando de cansancio. Iferranti subió a la tela que tapaba las cajas y apareció por detrás de los soldados que llevaban el carro.
—Hermosa tarde, ¿no?
—Sí, claro que sí. El ocaso visto desde la torre del castillo es la vista más bella del mundo, puedo asegurarlo —respondió uno de los guardias, nostálgico.
—Bueno, quizá después de todo no fue tan malo haberme desviado de mi camino, si puedo ver eso —repuso Luca, simpáticamente.
—No creo que lo dejen subir a la torre, pero quién sabe… —contestó el otro vigilante, que mientras apuraba al caballo.
—No tengo idea de cuál es mi situación, pero me ayudaríais mucho si me decís qué es lo que acontece en estas tierras.
—Creo que esa sería una tarea de nuestro señor, pero no es justo para usted, señor, estar a ciegas sobre lo que sucede a su alrededor. Hace más de un invierno que estamos en guerra con un pueblo turco que quiere conquistar, creemos, las tierras hasta Hamburgo. Según lo que sabemos nosotros, los soldados, el líder de este pueblo vino hace un tiempo hasta el castillo y le ofreció alianza a nuestro Señor, pero éste se rehusó y lo mató —El soldado hizo una pausa, miró al castillo como buscando fe y prosiguió—. Desde las cruzadas, nuestro pueblo odia hasta la muerte a los perros sarracenos, y haber recibido una oferta de alianza fue el peor insulto para nuestra Majestad.
—¿Y entonces qué sucedió? —preguntó el mercader, curioso.
—Nuestro Señor mató al resto de la comitiva él solo, exceptuando a un joven, que expulsó con un caballo y la orden de informar al resto de su pueblo de lo que había pasado. Todos sabíamos que esa decisión iba a traer malas consecuencias para nosotros, pero estamos listos para derramar hasta la última gota de sangre para defender nuestro orgullo y el de nuestro pueblo. No en vano somos descendientes de los germanos.
—Si mueren, el honor morirá junto con ustedes, aunque vuestra lucha me sigue pareciendo honorable, soldado —dijo Luca, con respeto exquisitamente fingido—. De momento, lo único que me preocupa es mi pellejo y la entrega de mi mercadería.
—Mercaderes… —masculló el conductor de la carreta, con la voz cargada de desprecio.
La noche poco a poco dominaba la plácida tierra europea, y el sol descendía a su ataúd de medio día. Iferranti masticaba un pedazo de golosina extraña que había sacado de un paquete verde, y le convidó uno a cada centinela. Los comieron con ganas, después de haber pasado bastante hambre en su puesto de vigilancia; al fin y al cabo, era tiempo de guerra y los cinturones se apretaban mucho más de lo normal. Ambos guerreros experimentaron un placer ambrosíaco: jamás habían probado algo más delicioso. El dulce se derretía entre sus dientes, mientras destilaba un jugo con sabor a fresa exquisito.
Pasaron diez o quince segundos en total silencio, mientras la carreta se deslizaba etéreamente por el camino empedrado. Los soldados seguían en un estado de placer onírico, pero ni bien tragaron la golosina sintieron en la boca un sabor casi imperceptible. Paladearon, chasquearon la lengua y fruncieron el rostro, pero el ligero regusto a podrido seguía estando. Los soldados miraron de manera poco amistosa al mercader, y éste, percatándose, se defendió.
—Ah, seguramente no están acostumbrados a comer bombones de oriente… las primeras veces que los probé sentí un gusto realmente desagradable, pero después es delicioso —Iferranti reflexionó un momento, y luego continuó con voz de predicador—. Estas golosinas son como las buenas obras: al principio se sienten muy bien, pero ni bien las terminamos comenzamos a arrepentirnos.
—Eso me parece más cercano al pecado—repuso el centinela más amable.
—No creo que sea así, soldado…
—Stein.
—Stein —afirmó el comerciante—. El pecado nos otorga placer, y el placer siempre es bueno, a pesar de lo que digan los hipócritas de sotana. El vicio no nos provoca real arrepentimiento, sino sería lo más sencillo sobre la faz de la tierra dejarlo. Piense un poco, Stein… ¿Usted ha cometido adulterio?
—Sí, tres veces—respondió el soldado, bajando la vista con vergüenza.
—Ése es el punto. No una, ni dos, sino TRES veces. Seguro la primera vez se sintió avergonzado, no obstante, lo hizo nuevamente. Si se preguntó alguna vez a sí mismo por qué, y es realmente honesto, descubrirá que es porque no se arrepintió realmente. Pretenden que vivamos arrepintiéndonos de lo que hacemos, decimos y hasta pensamos —La voz de Luca creció en tono, intensidad y gloria—. No entienden que el arrepentimiento es algo malo, que cada pequeña decisión que tomamos nos guía, paso a paso, hacia nuestro destino. Nos exigen que pidamos perdón a un ser que nos creó con miles de defectos, ¡por esos mismos defectos! ¿Acaso el alfarero debe exigir el arrepentimiento de la vasija que él mismo hizo defectuosa?
Stein se quedó callado, abrumado por las palabras del comerciante. Iferranti se disponía a seguir su letanía de lógica férrea, cuando el conductor de la carreta habló, sin dejar de mirar hacia el castillo.
—Eso que dijo, florentino, es palabrería hereje y sin sentido. El mérito del buen accionar es llevar a cabo esas buenas acciones cuando tenemos opción. Si uno realmente está arrepentido, deja el vicio y se libera de sus ataduras, sintiéndose mucho mejor de lo que nunca se sintió. Las malas acciones satisfacen el cuerpo pero no al alma, y esta última es la única que no decae ni muere.
—Interesante, soldado —respondió Iferranti, remarcando la última palabra—. Apostaría todo lo que tengo a que su padre era un esbirro del clero.
—Mi padre era cristiano devoto, si a eso se refiere. No sé qué quiere decir esbirro.
—Ah, muy bien —dijo Luca, frotándose las manos casi imperceptiblemente—. ¿Cuál es su nombre, señor?
—Hans.
—Bueno, Hans, y escuche usted también, Stein. ¿Su padre era muy cristiano?
—Sí —contestó Hans—. Demasiado.
—Ese demasiado no suena muy bien… ¿Su padre le demostraba el amor de Cristo?
—Sí —respondió Hans, con la duda reinando en su oración.
—No suena muy convencido.
—Sí —repitió Hans, más creíble esta vez.
—Vamos Hans, no se mienta a usted mismo. Cuéntenos, su padre era habitué de la taberna y mal esposo, ¿no?
—¿Cómo lo supo? —inquirió el conductor de la carreta, con agresividad mezclada con cierto temor.
—Me doy cuenta, sé más cosas de las que usted siquiera puede intuir que existen. Pero volvamos al tema… ¿Su padre lo golpeaba?
—Es normal, tenía que disciplinarme.
—Pero a veces se excedía, ¿no? —preguntó Luca, observando la nariz de su interlocutor, ligera, casi imperceptiblemente desviada.
—Más de una vez me hizo sangrar, pero hoy le agradezco, eso me endureció y me transformó en un hombre, dispuesto a sufrir.
—Pero apuesto a que, cuando era un mozalbete, le parecía totalmente mal que su padre lo azotara, ¿no es así? —inquirió el florentino, con una sonrisita ladeada.
—Por supuesto que sí, a ningún niño le gusta ser castigado.
—¿Ve lo que quiero decir? Repudia al pecado como cuando era niño repudiaba al castigo. El pecado, el mal, es lo que a la larga nos define, nos hace lo que somos. Si todo el género humano hiciese sólo buenas obras, el mundo sería gris, porque la perfección, tanto espiritual como física, solamente puede ser reservada a una sola existencia. Vuestras vidas fueron hechas a base de la espada y el arco, pensad qué hubiese acontecido si vuestra madre Eva no hubiese mordido esa fruta. Lo que tanto os apasiona no existiría ni jamás hubiese existido, y, quizá, vosotros tampoco.
—Está mezclando todo, mercader —respondió Hans después de unos segundos—. Ya estamos cerca de la puerta. No repita lo que nos dijo porque lo matarán, téngalo por seguro.
—Puede ser, pero más me importa si vosotros realmente pensáis que estoy en error.
—Sí, está equivocado —intercedió Stein antes de que su compañero hablara.
Hans asintió y no le dirigieron más la palabra, pero cuando entraron al castillo los dos centinelas estaban sumidos en silenciosa y oscura reflexión.
 
—¡Esto es un atropello! —exclamó Iferranti.
—Estamos en guerra, mercader —repuso calmadamente el jefe de escuadra encargado de la seguridad el castillo—. Sus mercaderías serán confiscadas y usted deberá quedarse retenido en el castillo hasta que el invasor sea repelido.
—¡Pero qué seguridad! —Punzante el sarcasmo cabalgó la oración—. ¿Y si el invasor no es repelido? ¿Tengo que quedarme aquí hasta que los turcos vengan a cortarnos las cabezas?
—Florentino, usted no tiene opinión sobre esto. Bien podría ser usted un espía de los perros sarracenos. Lo único que puede hacer que lo exima de quedarse aquí es usar una armadura e ir a batallar al frente.
—Bueno, tampoco es para tomárselo así… quizá podría hablar con vuestro Señor, tengo información importante para él.
—¿Está mintiendo, no?
—No, para nada… —repuso Luca, y miró disimuladamente hacia los costados, sacando una pequeña bolsita tintineante. El jefe de seguridad hizo lo mismo, y aceptó la bolsa solapadamente.
—Sígame, señor.
Soldado y comerciante atravesaron uno de los barrios interiores de la fortaleza, el más cercano a la puerta. Había escasa gente en la calle: se había declarado una especie de ley marcial para preservar la seguridad. Cada tanto se cruzaban con alguna pareja de guardias patrullando, pero aparte de eso la calle daba impresión de estar desierta.
Atravesaron la muralla interna, el patio y finalmente la puerta que conducía a la escalera de la torre Hohenstaufen, ante el ligero asombro de los soldados que se cruzaron.
 
—Ey, Friedrich, ¿sabes qué trajo ese florentino en la carreta? —dijo uno de los dos guardias que habían dejado encargados de que nadie tocara el carro del comerciante.
—No sé, creo que especias o algo así. ¿Por qué me preguntas esto?
—Me ha parecido escuchar un chillido, como de un roedor.
—Leibz, sabes que la fortaleza está infestada de animalejos… podrías tener uno en la espalda en este mismo momento —respondió Friedrich, riendo.
—No estoy muy seguro, juraría que vino desde adentro de esta tela.
—No debemos tocar nada ni dejar que nadie lo toque, fueron órdenes de nuestro jefe —terminó la conversación el guardia, tajantemente. Leibz siguió mirando alrededor, pero todavía inquieto por ese chillido: desde chico odiaba a los roedores.
 
Iferranti entró al gran salón, la cúspide de la torre Hohenstaufen, maravillándose instantáneamente de las grandes riquezas, demasiado contrastantes con la austeridad de las casas y cuarteles que estaban al nivel del suelo. Observó al Señor del castillo e hizo una reverencia exagerada, con una artificiosidad casi japonesa. El jefe de seguridad del castillo lo presentó con nombre, ocupación y el por qué se estaba presentando ante él: obviamente sin mencionar el pequeño asunto de la bolsa de monedas.
—Su majestad, es un gran honor estar aq… —comenzó el mercader, pero fue interrumpido por el jefe de seguridad, que le indicó que no le hablara al Señor si éste no hablaba primero.
—Está bien Danz, déjalo hablar. Dime, mercader, ¿qué es lo que te llevo a pedir audiencia con el Señor del pueblo que te retiene contra tu voluntad?
—Su majestad, antes que nada quiero deciros que es un gran honor estar ante vosotros, grandes y renombrados caballeros, y sobre todo ante usted, Rey mío. He pedido esta audiencia con Su Majestad porque tengo que seguir mi viaje lo antes posible pero entiendo su predicamento, y sé que sería una mala idea dejarme ir, porque bien podría yo ser un mercenario pagado por los perros sarracenos —El mercader carraspeó premeditadamente y prosiguió —. Por lo tanto, quiero facilitaros las cosas, y que salgan victoriosos de esta situación lo antes posible: vuestra victoria es mi victoria.
—¿Me parece a mí, mercader, o estás ofreciendo tu brazo para la batalla? —repuso el Señor del castillo, conteniendo la risa.
—No, Su Majestad, no sería bueno para nadie que yo entrase en batalla. Vengo a proporcionaros una solución mucho más… sutil, más solapada. —Iferranti movía exageradamente las manos cuando hablaba, dando fuerza a su discurso: el efecto que buscaba era el efecto que lograba, con dos frases había hechizado a su audiencia.
—Nuestra situación en la batalla no es precisamente la mejor, mercader. Esta guerra será ganada con hombres y espadas, no sé qué podría ofrecerme un simple mercader.
—Ah, Su Majestad… En la guerra hay recursos que no son simplemente los de la fuerza bruta. En la lejana China han inventado un polvo mágico que estalla, y si se introduce en unos tubos de metal con pequeñas pelotitas de plomo, es capaz de hacer un gran daño a los soldados. Yo, Señor Hohenstaufen, tengo algo más, mucho más poderoso para ofreceros y para que ganéis esta batalla.
—Voy a hacer de cuenta que toda esta cháchara tiene algún nimio sentido y que no está ofreciéndome algo imposible. Dígame qué tiene entre manos, comerciante. Le aclaro que si está haciéndome perder el tiempo va a sufrir bastante —replicó el Señor, amenazante.
—No Su Majestad, claro que no —repuso Luca, indefenso ante la mirada severa—. Pero… necesitaría que estos nobles caballeros nos dejaran solos.
—Claro que no lo haremos —interrumpió el capitán Kahn con desdén—. No dejaremos solo a nuestro Señor con un extraño, y encima florentino.
—Capitán Kahn, ¿está diciendo que no soy capaz de defenderme solo ante un ser enclenque como es este comerciante? —repuso Hohenstaufen, entre la risa y el enojo—. Salgan todos, por favor. Si el comerciante osa alzar su mano no vivirá, os lo aseguro, fieles caballeros.
—No sería tan imbécil como para atacar a Su Majestad, os lo aseguro. Además, no porto armas, no sería capaz de vencer a nadie en una lucha.
—Sí, veo… Vamos caballeros, iros a beber algo y volved en un tiempo. El mercader y yo hablaremos un rato.
Los caballeros reales hicieron una ligera reverencia y abandonaron el recinto, cerrando la puerta tras ellos. El Señor del castillo indicó una cómoda silla a su huésped, hecha de roble y con figuras de leones esculpidas.
—Bueno, Luca Iferranti, dime cuál es tu gran secreto militar que llevará a mi pueblo hacia la victoria.
—Señor, eso lo hablaremos después, si me lo permite. Quiero aclararle que lo que más deseo es su victoria, y que con lo que le voy a proveer, la tendrá indefectiblemente.
—Pero todo tiene un precio, y más para un comerciante, ¿no es así? —respondió el Rey, suspicaz.
—Sí, pero no va a ser un precio elevado en comparación con lo que le voy a dar.
—Hemos hablado mucho, pero todavía no me ha revelado la naturaleza de esta arma tan poderosa… —observó Hohenstaufen, mesándose la barba.
—Bueno, creo que puedo demostrárselo en este mismo instante —repuso Luca, metiendo su mano adentro de los ropajes—. Necesitaré que desenvaine su espada, Su Majestad.
El mercader extrajo, después de unos segundos, un colgante que sostenía una pequeña gema azul. Se la puso ceremoniosamente en el cuello y le pidió al Señor que lo atravesase con la espada.
—¿Estás loco, florentino? —le dijo Hohenstaufen a Luca, extrañado—. ¡No ensuciaré las alfombras!
—No las ensuciará, Su Majestad… Hágalo, córteme.
—¿Seguro? —preguntó el Señor del castillo, ya realmente preocupado por el estado mental de su interlocutor. Ante la respuesta afirmativa y un par de minutos de insistir en que era una locura, recibiendo negativas seguras de Luca, empuñó la espada y dio una salvaje estocada hacia delante.
La espada había atravesado limpiamente al mercader, pero este seguía parado normalmente, con una férrea sonrisa. Con sudor frío, el Señor del castillo retiró lentamente la letal arma. La gema del colgante brillaba un poco más ahora, con luz blanquiazul. El mercader no tenía ni una sola herida en el abdomen.
—¿Qué… qué es esto? —preguntó Hohenstaufen, tartamudeando por vez primera en su vida.
—Lo que le dará la victoria y las cabezas de sus enemigos —respondió Luca Iferranti, con la misma sonrisa ladeada de siempre.
—¿Cuál es el precio de esto? ¿Qué quieres de mí?
—Esto tendrá un valor simbólico, nada más. Lo que realmente quiero es que vaya y derrote por completo a esos herejes. Deme una bolsa de monedas y dos mujeres para pasar la noche y le daré 50 de estos collares, para que reparta entre sus mejores guerreros. Mientras los usen, serán invulnerables, aunque eventualmente se romperán, y no los protegerán contra enfermedades, frío o hambre. Solo heridas causadas por armas.
—Tome esto —dijo el Señor mientras corría a revolver un cofre—. Es una de las reliquias más valiosas de esta fortaleza —Hohenstaufen le entregó un brazalete con gemas verdes y rojas engarzadas finamente—; las dos mujeres estarán en la habitación que le prepararán. Necesito ya mismo esos colgantes, mañana mismo partiremos a erradicar a estos sarracenos.
—Están en mi carreta, se los daré inmediatamente, Su Majestad. También necesitaré su protección y la garantía de que nadie se acercará a mis pertenencias.
—Por supuesto, mercader —respondió el Señor del castillo mientras se sacaba uno de los anillos que llevaba en su mano—. Entréguele esto al jefe de seguridad y pídale todo lo que me ha pedido, estará a su disposición. Ahora, vaya a buscar esos artefactos y tráigalos. Ya mismo.
—En seguida, Su Majestad.
Luca Iferranti se dirigió a las escaleras, con la satisfacción que siente la araña al percibir un ligero zumbido en su tela.
 
El consejo de guerra del castillo se reunió en el salón principal. Doce caballeros, seis a cada lado de la mesa, presididos por su Señor, majestuoso y autoritario. Hohenstaufen miró a sus vasallos, ataviados de metal y tabardo púrpura, y habló con voz retumbante.
—Os he reunido aquí, mis caballeros, para hablaros de un tema de vital importancia para el transcurso de esta guerra que libramos desde hace ya un invierno.
—Mi Señor, ¿tiene que ver con la llegada de ese florentino? —preguntó uno de los caballeros, inquieto.
—Así es, capitán. El mercader tiene unos artefactos que son capaces de volver invulnerable a quien lo porte, según parece. Me he dejado llevar por el entusiasmo, pero ahora debemos decidir si es sensato creerle a un simple traficante. Podría estar engañándonos.
—Su Majestad, creo que el peligro no reside en si es un engaño o ilusión, sino en que sea verdadero y sea un artilugio del Diablo —respondió el sacerdote del pueblo, también guerrero. Desde las cruzadas, era requisito indispensable de la autoridad máxima eclesiástica que también supiera usar la espada—. Ahora más que nunca debemos proteger nuestras almas y encomendarnos a Dios para poder pelear con los infieles turcos. Todos sabemos que los florentinos no son amantes de Dios y que tienen costumbres depravadas y sodomitas.
—Sacerdote Spiegel —protestó Hohenstaufen—, Dios me ha encomendado este pueblo, del cual soy soberano por derecho divino, para protegerlo y no permitir que caiga en desgracia. Si este florentino ha venido aquí justamente en este momento de gran penuria es porque es voluntad de Dios que así haya sucedido. Lo que debemos preguntarnos es si esto nos da una ventaja en batalla y si debemos salir a guerrear en campo abierto. Actualmente tenemos cinco decenas de estos colgantes, y eso nos dará una ventaja táctica increíble… podremos liberar a nuestro pueblo de la opresión salvaje.
—Pero, Su Majestad, ¿Solamente 50? —expresó su duda otro de los caballeros.
—Sé que es un número exiguo, pero si hacemos valer las mejores 50 espadas, y con una estrategia buena, podremos vencer.
—Su Majestad, hasta ahora nadie ha puesto en duda el aparente poder mágico de estos amuletos… Yo nunca he visto ni escuchado nada similar, en ninguna crónica que tengamos en la biblioteca ni en ninguna habladuría de ancianos. Dando por hecho de que esto es real… ¿cómo sabemos que serán eficaces en combate?
—No lo sabemos, capitán —respondió honestamente el Señor del castillo, levantándose lentamente de su asiento de privilegio—. Si no actuamos en este mismo momento, los sarracenos nos destrozarán por completo. Nos matarán y se llevarán a nuestras mujeres, a nuestras hijas e hijos a un destino oscuro en su tierra pagana. Funcione esta magia o no, nuestro deber es dar hasta la última gota de sangre para que estos enemigos de Dios no lleguen hasta el castillo. Necesito que alisten a todas nuestras tropas, partiremos al amanecer. Separen a los cincuenta mejores hombres, también. Gloria al Señor.
—¡Gloria al Señor y larga vida al Rey! —respondieron todos los hombres de la mesa, al unísono. Sin embargo, algunas caras no se mostraban muy seguras respecto a la capacidad de su Señor.
 
Luca Iferranti salió de la pequeña casa que le habían preparado con una sonrisa en el cuerpo y la camisa desprendida. Desde el umbral vio los preparativos que agitaban a la fortaleza: los soldados pasaban continuamente cargando armas y provisiones. Dio unos pasos alejándose de la casa, con una sonrisa de satisfacción, aún mayor que la que tenía ni bien salió de su improvisado parador. Desde la puerta se deslizaron dos figuras femeninas: el mercader se dio vuelta y las saludó, sin embargo ninguna devolvió el saludo y huyeron asustadas, al borde del llanto.
Luca Iferranti cruzó las manos en la espalda y esgrimió su mayor sonrisa, ante el magnífico y aceitado funcionamiento de la maquinaria bélica.
 
El febo se asomó por oriente, como señalando el camino al Señor Hohenstaufen y a su recio ejército plateado. El rey y sus cuarenta y nueve caballeros se pusieron los collares, la gran mayoría sin confiar en su efectividad pero usándolos por compromiso, a pesar de que habían sido probados la noche anterior y se había asegurado la realidad de su eficacia, aunque no pudieron arrancarle ninguna explicación al comerciante.
La desesperación estaba marcada en el rostro de los soldados de a pie: la mayoría sentía la guadaña de la muerte rozándoles el rostro. Algunos, con poquísimas primaveras en sus espaldas, apenas podían llevar el peso de la armadura, las armas y las provisiones. Sin embargo, ver a los soldados a caballo era una visión gloriosa, resplandeciente como el amanecer que tenían de frente.
Dio la orden y marcharon, hacia la victoria sufrida o hacia la derrota gloriosa.
 
El sol estaba en su cenit y los caballos necesitaban descansar; de paso, también podrían parar los soldados a pie. El improvisado campamento se llenó de ruido y olor a comida, que los soldados devoraron con ganas: quizá fuese la última antes de comer en la mesa del paraíso. El rey y sus caballeros comieron lentamente, reflexivos pero seguros: ya todos confiaban en mayor medida en el poder de los colgantes que poseían, como método para sentirse más calmados. En la espalda del Señor Hohenstaufen descansaba la legendaria espada, el Azote Teutón, hambrienta de sangre sarracena.
Kilómetros y kilómetros atrás, Luca Iferranti bajaba pesadamente un barril de su carreta, y lo llevaba rodando hasta uno de los pozos más cercanos. Miró hacia ambos lados y abrió la tapa, escrutando una pequeña sonrisa de felicidad.
 
Chocaron, y el sonido se fundió en un mar de metal y sangre por doquier. Las lanzas de la primera carga atravesaron a la línea defensiva sarracena, aterrorizando a los que estaban inmediatamente atrás. El Rey desmontó con una paz enorme y fue atravesado simultáneamente por dos picas sarracenas. Sonrió, y desenvainó la gran espada. Los más cercanos gritaron el nombre de la espada Hohenstaufen —todavía recordado por la leyenda que aterrorizaba a los más ancianos— cuando dos cabezas volaron por el aire, limpiamente cercenadas: el día recién comenzaba.
Caía el sol y la batalla continuaba, en un campo repleto de cadáveres. En el fragor del combate el Señor Hohenstaufen había encontrado al General de los sarracenos. Si los acontecimientos posteriores no hubiesen sido tan trágicos y devastadores, todavía circularía alguna versión de la canción de la batalla del vado: la lucha entre el Rey y Aurel, el General sarraceno fue la mayor vista en toda la región. Al ver a su mayor enemigo, el Señor Hohenstaufen se arrancó el colgante con la mano izquierda y cargó con la espada hacia delante, apartándose todos los cobardes moros que estaban en el paso. El general lo vio a tiempo y paró el golpe con su escudo, que se quebró al contacto con El Azote. Aurel esgrimió sus dos cimitarras y dio un golpe mortal a la altura del cuello: Hohenstaufen lo esquivó y tajeó el abdomen de su enemigo con la punta de la espada.
El tiempo se había detenido en el campo de batalla, mientras se desarrollaba la titánica lucha. El cansancio ya estaba haciendo mella en los dos guerreros y la batalla iba a determinarse por la resistencia. En un mal golpe Aurel cayó de rodillas, y Hohenstaufen decidió terminar con un solo corte; tomando la espada con las dos manos, la levantó sobre su cabeza. El General moro levantó las dos cimitarras y las cruzó, en un débil intento de frenar el golpe. El Azote Teutón cayó, destruyendo ambas espadas en una orgía de chispas y acero, siguiendo de largo y partiendo en dos la cabeza del moro. Cuando su líder cayó, los sarracenos arrojaron las armas y emprendieron rápida retirada.
Victoria, después de la sangre.
 
Después de más de una semana entre batalla y viaje, menos de la décima parte de los que fueron al frente de batalla comenzaron la vuelta al castillo indemnes. Algunos capitanes le preguntaron a su Señor el porqué de haberse sacado la gema al pelear contra Aurel, y solo los miró con una mueca de desprecio, entendiendo ellos que una verdadera pelea debe darse en condiciones iguales: una vez que el pueblo está seguro, el honor es lo siguiente a defender.
En estado lastimoso volvían los bravos, por el camino gris. Desde las atalayas sólo el silencio los recibía; la mayoría de los guardias habían sido llamados a las armas la noche anterior. Alegría colmó los corazones cuando, a lo lejos, vieron recortarse la gran fortaleza; algunos aceleraron el paso, motivados por tan confortante visión. Llegaron todos juntos, finalmente, con el Rey a la cabeza.
Puertas abiertas, nadie en las murallas, mal presentimiento en el corazón del líder. Entraron cautelosamente al castillo silente, y desde la puerta sintieron el ligero aroma a podredumbre y muerte. Se internaron en el patio interno, y se les estrujaron las almas al ver cadáveres por doquier. En medio de las calles, en los umbrales, por donde se viese había un muerto, coronado por enjambres de moscas, como flores fúnebres. Los soldados, desesperados, corrieron a sus casas solamente para encontrarse con la muerte habitando los cascarones blandos de los que solían ser sus seres amados.
El Señor del castillo contempló la caída de su reino sin emitir palabra, pero destrozado por dentro. Caminó lentamente hasta la torre, mientras el resto de sus vasallos corrían de aquí para allá, tratando de entender.
El Rey llegó hasta su bastión principal y encontró una pequeña nota, clavada a su trono con una daga. Arrancó el pergamino y lo leyó, arrugándolo después de terminarlo. Ni todo el infierno contiene tanta ira como la que habitó en el corazón del Rey, desde ese momento hasta el día de su muerte. Bajó la torre con El Azote Teutón desenvainada, mientras le susurraba, «Éste es el último servicio que necesito de ti. Gracias por tu fidelidad, arma mía».
Los pocos soldados que quedaban lo esperaban abajo, en el pie de la torre. Uno raso, anónimo y mojado, le indicó que habían ido al pozo a buscar un poco de agua y habían encontrado ratas muertas. Prestando atención a eso, buscaron por el resto del castillo y era sobrecogedora la cantidad de roedores exánimes que había en todo el lugar.
Todo terminó de encajar en la mente del Rey. Contuvo el llanto, y comenzó su último discurso.
«Mis vasallos, hemos sido derrotados, total y completamente. Todo está perdido para nosotros, pero vamos a vengar a nuestro pueblo. El responsable de toda esta mortandad, de esta peste, es un mercader italiano que llegó antes de que nosotros partiésemos a nuestra batalla. Luca Iferranti está viajando a toda velocidad a Mesina, y allí iremos nosotros también. Partiremos en una hora, y deseará estar muerto cuando lo encontremos. He fallado, y moriré por eso: imploro vuestro perdón, y os libero de vuestro vasallaje».
Grande fue el llanto esa noche, dejando paso a la más primitiva ira en los corazones de los hombres vivos. Partieron a pie, sin descansar ni pensar. El Señor del castillo miró hacia atrás, a la fortaleza que había perdido y que jamás volvería a contemplar, mientras los soldados seguían con la vista al frente, quizá para no demostrar flaqueza. El Rey se volteó y siguió a sus hombres.
Sentado en las ramas de un olmo cercano, Luca Iferranti sonreía mientras los veía alejarse juntos en dirección a la península, cargando la Peste Negra sobre sus hombros.
Midnight.
Midnight.


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Mensaje por Midnight. Sáb 21 Dic 2013, 9:47 am

40 creepypasta

La ventana abierta

—Mi tía bajará enseguida, señor Nuttel —dijo con mucho aplomo una señorita de quince años—, mientras tanto, debe hacer lo posible por soportarme.
Framton Nuttel se esforzó por decir algo que halagara debidamente a la sobrina, sin dejar de tomar debidamente en cuenta a la tía que estaba por llegar. Dudó más que nunca que esta serie de visitas formales a personas totalmente desconocidas fueran de alguna utilidad para la cura de reposo que se había propuesto.
«Sé lo que ocurrirá», le había dicho su hermana cuando se disponía a emigrar a este retiro rural. «Te encerrarás no bien llegues y no hablarás con nadie y tus nervios estarán peor que nunca debido a la depresión. Por eso te daré cartas de presentación para todas las personas que conocí allá. Algunas, por lo que recuerdo, eran bastante simpáticas».
Framton se preguntó si la señora Sappleton, la dama a quien había entregado una de las cartas de presentación, podía ser clasificada entre las simpáticas.
—¿Conoce a muchas personas aquí? —preguntó la sobrina, cuando consideró que ya había habido entre ellos suficiente comunicación silenciosa.
—Casi nadie —dijo Framton—. Mi hermana estuvo aquí, en la rectoría, hace unos cuatro años, y me dio cartas de presentación para algunas personas del lugar.
—Entonces no sabe prácticamente nada acerca de mi tía —prosiguió la aplomada señorita.
—Sólo su nombre y su dirección —admitió el visitante. Se preguntaba si la señora Sappleton estaría casada o sería viuda. Algo indefinido en el ambiente sugería la presencia masculina.
—Su gran tragedia ocurrió hace tres años —dijo la niña—; es decir, después de que se fue su hermana.
—¿Su tragedia? —preguntó Framton; en esta apacible campiña las tragedias parecían algo fuera de lugar.
—Usted se preguntará por qué dejamos esa ventana abierta de par en par en una tarde de octubre —dijo la sobrina señalando una gran ventana que daba al jardín.
—Hace bastante calor para esta época del año —dijo Framton—, pero ¿qué relación tiene esa ventana con la tragedia?
—Por esa ventana, hace exactamente tres años, su marido y sus dos hermanos menores salieron a cazar por el día. Nunca regresaron. Al atravesar el páramo para llegar al terreno en donde solían cazar, quedaron atrapados en una ciénaga traicionera. Ocurrió durante ese verano terriblemente lluvioso, y los terrenos que antes eran firmes de pronto cedían sin que hubiera manera de preverlo. Nunca encontraron sus cuerpos. Eso fue lo peor de todo.
A esta altura del relato la voz de la niña perdió ese tono seguro y se volvió vacilantemente humana.
—Mi pobre tía sigue creyendo que volverán algún día, ellos y el pequeño spaniel que los acompañaba, y que entrarán por la ventana como solían hacerlo. Por tal razón la ventana queda abierta hasta que ya es de noche. Mi pobre y querida tía, cuántas veces me habrá contado cómo salieron; su marido con el impermeable blanco en el brazo, y Ronnie, su hermano menor, cantando como de costumbre «¿Bertie, por qué saltas?», porque sabía que esa canción la irritaba especialmente. Sabe usted, a veces, en tardes tranquilas como las de hoy, tengo la sensación de que todos ellos volverán a entrar por la ventana…
La niña se estremeció… fue un alivio para Framton cuando la tía irrumpió en el cuarto pidiendo mil disculpas por haberlo hecho esperar tanto.
—Espero que Vera haya sabido entretenerlo —dijo.
—Me ha contado cosas muy interesantes —respondió Framton.
—Espero que no le moleste la ventana abierta —dijo la señora Sappleton con animación—; mi marido y mis hermanos están cazando y volverán aquí directamente, y siempre suelen entrar por la ventana. No quiero ni pensar en el estado en que dejarán mis pobres alfombras después de haber andado cazando por la ciénaga. Tan típico de ustedes los hombres, ¿no es verdad?
Siguió parloteando alegremente acerca de la caza y de que ya no abundan las aves, y acerca de las perspectivas que había de cazar patos en invierno. Para Framton, todo eso resultaba sencillamente horrible. Hizo un esfuerzo desesperado, pero sólo a medias exitoso, de desviar la conversación a un tema menos repulsivo; se daba cuenta de que su anfitriona no le otorgaba su entera atención, y su mirada se extraviaba constantemente en dirección a la ventana abierta y al jardín. Era por cierto una infortunada coincidencia venir de visita el día del trágico aniversario.
—Los médicos han estado de acuerdo en ordenarme completo reposo. Me han prohibido toda clase de agitación mental y de ejercicios físicos violentos —anunció Framton, que abrigaba la ilusión bastante difundida de suponer que personas totalmente desconocidas y relaciones casuales estaban ávidas de conocer los más íntimos detalles de nuestras dolencias y enfermedades, su causa y su remedio—. Con respecto a la dieta no se ponen de acuerdo.
—¿No? —dijo la señora Sappleton ahogando un bostezo a último momento. Súbitamente su expresión revelaba la atención más viva… pero no estaba dirigida a lo que Framton estaba diciendo.
—¡Por fin llegan! —exclamó—. Justo a tiempo para el té, y parece que se hubieran embarrado hasta los ojos, ¿no es verdad?
Framton se estremeció levemente y se volvió hacia la sobrina con una mirada que intentaba comunicar su compasiva comprensión. La niña tenía puesta la mirada en la ventana abierta y sus ojos brillaban de horror. Presa de un terror desconocido que helaba sus venas, Framton se volvió en su asiento y miró en la misma dirección.
En el oscuro crepúsculo tres figuras atravesaban el jardín y avanzaban hacia la ventana; cada una llevaba bajo el brazo una escopeta y una de ellas soportaba la carga adicional de un abrigo blanco puesto sobre los hombros. Los seguía un fatigado spaniel de color pardo. Silenciosamente se acercaron a la casa, y luego se oyó una voz joven y ronca, que cantaba: «¿Dime, Bertie, por qué saltas?».
Framton agarró deprisa su bastón y su sombrero; la puerta de entrada, el sendero de grava y el portón, fueron etapas apenas percibidas de su intempestiva retirada. Un ciclista que iba por el camino tuvo que hacerse a un lado para evitar un choque inminente.
—Aquí estamos, querida —dijo el portador del impermeable blanco entrando por la ventana—, bastante embarrados, pero casi secos. ¿Quién era ese hombre que salió de golpe no bien aparecimos?
—Un hombre rarísimo, un tal señor Nuttel —dijo la señora Sappleton—; no hablaba de otra cosa más que de sus enfermedades, y se fue disparado sin despedirse ni pedir disculpas al llegar ustedes. Cualquiera diría que había visto un fantasma.
—Supongo que ha sido a causa del spaniel —dijo tranquilamente la sobrina—; me contó que los perros le producen horror. Una vez lo persiguió una jauría de perros parias hasta un cementerio cerca del Ganges, y tuvo que pasar la noche en una tumba recién cavada, con esas bestias que gruñían y mostraban los colmillos y echaban espuma encima de él. Así cualquiera se vuelve pusilánime.
Midnight.
Midnight.


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Mensaje por Midnight. Sáb 21 Dic 2013, 9:48 am

41 creepypasta

Lo hago por amor


Alicia era mi novia, la más dulce chica que pueda existir. No era como cualquier otra; su presencia atrapaba a más de uno. Teníamos tiempo juntos, casi dos años a su lado. Pasábamos el rato acudiendo a lugares entretenidos: museos, cines, zoológicos, teatros, todo era normal en nuestra vida.
Estudiábamos en el mismo campus, por lo que sobra decir que la veía todos los días, incluso teníamos clases de medicina juntos. Con dos años por cumplir, era más que bien recibido en su casa por su familia; había días en que por la universidad me iba a su casa a dormir y me sentía como en la mía.
Como podrás darte cuenta, todo era normal. Pero hay algo que puede hacerte perder la razón, algo que toda persona en determinado momento necesita, y que si no lo obtienes cuando quieres, causa serios problemas. Me refiero al sexo.
Nunca lo había hecho con mi novia, pues ella aún era virgen y según lo platicamos, quería llegar así al matrimonio. Pero seamos sinceros, esa forma de pensar era egoísta; ¿que había sobre mí? Yo también tenía necesidades, quería expresar el mayor sentimiento de amor entre una pareja, pero ella no lo veía así. Vaya decepción.
No podía dejar de pensar en mis amigos y lo felices que eran, pues ellos tenían una vida sexual activa, mientras que yo tenía que recurrir a la autosatisfacción, era el colmo. Cada día un sentimiento se desataba dentro de mí, eran unas ganas inmensas de poseer a Alicia, de hacerla mía y desquitar la furia que crecía en mí por no poder llevarla a la cama.
Entonces comencé a idear un plan, si ella no quería entregarme su virginidad, tendría que quitársela a costa de lo que fuera. Estaba desquiciado por hacerla mía, y mi desenfreno no lo podía controlar, ya no pensaba con razón y sólo tenía una idea en la mente: violar a mi novia.
Dentro de mi incontrolable deseo de satisfacer mi más bajo instinto, pensé con claridad lo que sucedería después; era obvio que me denunciaría, pues novio o no, la habría mancillado. No podía dejar que eso pasara, no cuando uno tiene una vida por delante, un futuro prometedor. Mi vida no podía terminar tras una prisión, y aunque evadiera la justicia, habría una mancha en mi historial, poniendo en riesgo mi carrera. Así que debía deshacerme de ella después de someterla a mí. La extrañaría, pero bueno, fue su culpa por no darme lo que ansiaba de ella desde hace tiempo.
Fue algo simple, no necesité de mucho más que de una cuerda y una mente torcida que clamaba por sentir toda esa euforia durante el sexo. Como cada viernes mi casa estaría sola, debido a que mi padre, un médico respetable y con un poco de renombre, trabajaba por las noches. La invité a quedarse en mi casa, no era nada extraño que se quedara conmigo dichos días.
Llegamos poco después de las 10 p.m. Estábamos cansados, había sido un día agotador. No podía dejar de pensar en que por fin sería mía, y eso me devolvía el ánimo y las fuerzas.
Se recostó en mi cama y yo tras de ella. Siendo cualquier otro día, le daría un beso de despedida y me iría a otra habitación; pero éste sería diferente. La abracé y besé su cuello, estaba cansada pero reaccionó a mi gesto y me dio un beso. Tocaba su cuerpo con desesperación, lo cual notó y pidió que fuera más lento.
Para ese entonces mi mente se había ido, y dentro de la poca cordura que tenía comencé a desarrollar mi plan.
—Juguemos un poco —le dije.
—¿A qué quieres jugar? —me contestó.
—Yo te ataré con esta cuerda y fingiré que te secuestro —mencioné con un gesto de juego.
—Sí, está bien —devolvió ella.
Todo iba perfectamente, le amarré las manos por detrás y los pies, y cubrí sus ojos y también su boca con un pañuelo. Besé su mejilla, y le dije:
—Basta del juego.
Se rió. Le quité el pañuelo de los ojos y desamarré sus pies, ya que para lo que seguía necesitaba que sus piernas pudiesen abrirse. Me lancé sobre ella y comencé a besarla con locura, sin miramientos, la tocaba y la mordía por todos lados, su mirada era de confusión. Me despojé de mis ropas y quedó a la vista mi gran erección. Sonreí maliciosamente, y le dije:
—Lo hago por amor…
Se soltó a llorar, pero eso no me importaba, nadie la escucharía. Me le abalancé encima y le quité su blusa; de verdad que lo disfrutaba, cada momento, cada instante era demasiado bueno como para ser cierto. Mordí sus senos con tal fuerza que los hice sangrar, la besaba en el cuello y mis palmas recorrían su cuerpo con furia. Le rompí el pantalón, me sentía una bestia. A pesar de ser mi novia, tuve que golpearla en la cara, ya que sus gritos, no audibles para los demás, eran incómodos para mí. Cuando le arranqué el pantalón metí mi cabeza entre sus piernas, su olor, era un olor exquisito: olor a pureza y virginidad.
No pude esperar más, quité su panty y de un sólo golpe la penetré. Ella soltó un grito ahogado. Yo, por mi parte, estaba extasiado, sentir mi pene dentro de ella era magnífico; saber que fui el primero en estar dentro de ella, de hacerla mujer alzó mi ego, y durante un momento estuve sólo sintiendo toda su virginidad desvanecerse. La tomé por los senos y la embestí con furia, cada vez más rápido y cada vez más eufórico.
Después de un rato eyaculé dentro de ella, terminando así mi cometido. Pero era sólo una parte. Me levanté, le di un beso y me metí a bañar. Sabía que no iría a ningún lado, estaba muy débil y en estado de shock.
Salí de la regadera, me vestí y me dirigí al garaje por un serrucho. Me pasaría la noche cortando el cuerpo de mi novia, pero ¿qué más podía hacer? Tenía que ser precavido y cauteloso. Regresé a la habitación, ella seguía ahí, llorando con mucha pena. Al verme entrar con el serrucho en la mano su mirada cambió, era una mirada de pánico y temor. Le dije una vez más:
—Lo hago por amor…
Se soltó a llorar nuevamente haciendo movimientos de que no lo hiciera, pues sabía lo que seguía para ella. Se veía tan tierna suplicando por su vida. La arrastré hacia el baño y ahí le di el último beso con vida; después le corté la cabeza. En clase de medicina usamos material especializado para hacer amputaciones, de haber sabido que con el serrucho sería un salpicadero de sangre no me hubiera puesto mis mejores jeans.
Tras dos horas cortando el cuerpo, limpié todo y drené las partes en la tina del baño de mi papá. Metí todo en una bolsa negra, salvo una parte de ella. Salí en mi carro con mi novia en la cejuela y me dispuse a ir hacia el canal de desagüe de la ciudad, lugar en donde arrojé la bolsa. A lo lejos vi cómo se perdía y le mandé un beso antes de que desapareciera.
Como era de esperarse, días después, su familia me llamó para preguntar en dónde estaba ella, a lo cual preocupadamente dije que no sabía, y salí a buscarla acompañado de sus padres. La policía comenzó la búsqueda, y yo no podía hacer más que mostrarme deshecho ante la situación. Tras un mes, encontraron la bolsa con los restos de mi novia. Su familia estaba devastada, triste y confundida, ¿cómo alguien podía hacer semejante barbaridad a tan dulce chica? Debido a que no tuve problemas con mi novia y que era visto como una persona de bien, no fui sospechoso en la investigación. Me aseguré de no dejar ningún rastro que me involucrara.
Salvo cierta parte que se encuentra escondida, bastante bien escondida en mi alcoba.
Si algún día tengo que «desahogarme» ya no recurro a la autosatisfacción, sólo saco la vagina de mi novia, y me dispongo a disfrutar.
Las personas normales lo llamarían locura, yo le llamo satisfacción, ¿y saben?, todo lo hago por amor.
Midnight.
Midnight.


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Mensaje por Loupisky Mar 24 Dic 2013, 10:33 am

Haz elegido los mejores creepy pastas, creo si que las imagenes le dan el toque de miedo ... c: soy tu lectora, porque haz elegido bien c:
Loupisky
Loupisky


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Mensaje por Midnight. Mar 07 Ene 2014, 1:45 pm

42 creepypasta

Tal vez en otra vida

A veces cuando nos aburrimos recurrimos directamente a recostarnos en algún lugar, lo cual nos lleva a pensar a recordar, por alguna razón raramente vienen a nuestra mente imágenes que no creíamos recordar, que no nos parecía importar. En la tarde de ayer, una tarde calurosa de verano cerca de la noche de navidad descansaba sobre mi sofá pensando en la noche que me esperaba, ya que este sería el primer año que puedo salir con mis amigos luego de la medianoche; entre aquellos pensamientos y demás un rostro lleno de lágrimas y odio vino de repente a mi mente aunque no entendía el porqué, se trataba de una compañera de la secundaria la cual solía sentarse sola o llorar sujetándose la cabeza, nadie la ayudaba pero todos pensábamos en que sucedía, supongo que ella nunca lo supo. Luego de pensarlo un poco más recordé que estaba viendo fotografías de este año en la escuela e inconscientemente habré pasado la vista sobre ella, era extraño como en tantas fotos salía sonriente pero en la última no era igual, sonreía pero falsamente, dándole cierto tono extraño a la fotografía que no podía entender. Pero ya fue demasiado pensamiento por el momento, debía prepararme para ir a casa de mis abuelos y festejar la navidad, como siempre. Después de unas largas horas junto a la familia al fin tocarían las doce, contamos como cada año los diez segundos y comenzamos a saludarnos y abrazarnos entre todos por una feliz navidad, entonces así llegaría mi libertad, al fin, ya no sería la chica estudiosa que nunca sale de su casa, ahora todo cambiaria.
Eran las doce y media cuando mis amigas llegaron y nos dispusimos a ir a algún buen lugar para festejar, pero como siempre algo se interpondría en esta felicidad. Pues era navidad y todo parecía estar cerrado, no había donde ir ni que hacer así que la única solución fue quedarse en casa de alguna comiendo y tomando algo mientras veíamos unas películas, así como siempre. Le pedí a mi padre que por favor me llevara a la casa de mi amiga Aldana y así fuimos las cinco, ahora lo único que faltaba era conseguir que tomar que comer, además de las sobras junto con una amiga decidimos que lo  mejor sería comprar algo en algún lugar, estando cerca del centro no es tan complicado, o eso pensaba. Ambas salimos algo nerviosas pues llevábamos puesto ropas algo vistosas y nos daba cierto miedo el salir así por allí, a pesar de la luz que poco nos hacía sentir seguras sentía que algo no iba bien. Faltaba poco para las dos de la madrugada y luego de tanto caminar me sentía rendida, convenciendo a mi amiga de volver escuche pasos, podía ser cualquiera pero por si acaso nos tomamos de los brazos para no perdernos de vista. No quería demostrarlo pero sentía mucho miedo, aún más que ella, mi corazón latía muy rápido y se aceleraba con cada paso que escuchaba. Entonces las cosas empeoraban cuando escuche un llanto provenir de algún lugar cercano, mi compañera no lo escuchaba simplemente caminaba, pero al avanzar el llanto era más fuerte es por esto que le pedí tomar otro camino sin importar la escaza luz mientras ella seguía adelante como si nada más importara. Ella no me escuchaba, insistía e insistía tanto que no encontré más solución que gritarle dejándola paralizada, pero algo más sucedió por esto, el llanto se detuvo y vi a unos metros a una chica levantarse del suelo, parecía ser mi compañera del colegio pero eso no era lo malo, lo malo fue verla con las manos y un vestido manchado con sangre, bajar la mirada y ver el cuerpo tirado a sus pies fue la razón suficiente para tomar la mano de mi amiga y salir corriendo aunque ella no sepa el porqué. La recuerdo gritar:
-          Oye basta ¡Deja de asustarme! Haz hecho que pierda mi bolso
-          ¡Eso no importa ahora! No seas idiota y sígueme!
-          Ya deja las tonterías ¿Si? Me voy por el camino más iluminado luego de recuperar mi bolso… – no importaba cuanto insista ella no me escucharía, no éramos necesariamente muy amigas como para que me crea tales ilusiones, pero yo aun oía los pasos aún más fuertes y firmes que antes, al contrario ya no eran pasos era alguien corriendo. Fui directamente hacia ella gritando que no me deje sola que me perdone, en cuanto levanto su bolso y se dio vuelta hacia mi queriéndome regañar vi que su cara se convirtió en un rostro estupefacto y me sentí aturdida, abrí mis ojos sintiendo que todo era tan lento, demostrando el terror sin poder terminar de girar y la vi a ella, la chica de mi secundaria  con un gran pedazo de vidrio el cual corto parte de mi rostro y me hizo caer al suelo gritando de dolor, pero mi amiga no hizo más que quedarse allí observando, no lo entendía solo quería correr por tan horror, no estaba equivocada esa chica era una psicópata ¡una asesina!
Quien lo creería, al ver mejor note que el vidrio que tenía en su mano ahora se encontraba clavado en la garganta de un chico que al parecer se encontraba detrás mío, ella me miro con varias lágrimas en los ojos y unas ojeras negras que mucho se hacían notar, limpiando sus manos en su vestido simplemente salió corriendo diciendo que llamemos una ambulancia. Mis pensamientos no eran claros, tan solo quería correr y dejar de sentir tanto dolor, y junto a mi amiga fue lo que hicimos, solo quería estar segura en casa, no quería volver a salir ya nunca más en la noche. Es por esto que al contarle a todos decidimos vernos solamente de día, y no quise volver a salir sola nunca, tenía miedo, tengo miedo. Aún más cuando el día de hoy al caminar junto a mi madre antes de cruzar vi que del otro lado de la calle se encontraba ella con un ramo de flores y un vestido negro muy notorio, se encontraba de la mano con un muchacho vendado y con sangre que parecía salir de su estómago. Ambos se encontraban pálidos y con grandes ojeras negras, cuando cruce la calle junto a mi madre ella simplemente camino sin verlos y a punto de chocarlos iba a hacer que se detenga pero mi corazón se detuvo por un momento al ver que ella los atravesó como si de aire se tratara, guarde silencio y continúe, la culpa no me la quitaría nadie… sobre todo al girar y verlos mirándome fijamente con un rostro triste, que teniéndolos ya a más de tres metros pude escuchar como ella decía “volveré por lo que es mío”. Si tan solo hubiera llamado a la ambulancia, ahora encerrada en mi habitación no puedo cerrar los ojos sin ver sus rostros observándome con tristeza, los siento cerca, tengo miedo, no quiero cerrar los ojos nunca más, ella vendrá por mí, lo sé, no estoy loca, lo se ¡No estoy loca! Ella está allí, está en todas partes, ella buscara lo que es suyo, volverá, para siempre para arrancarte la vida, con esa mirada, tal vez, tal vez… “Tal vez en otra vida podamos ser felices juntos”.
————
“Tal vez en otra vida… podamos ser felices juntos” esa fue la frase que escribió la joven adolescente que cometió suicidio hace un par de días al igual que una amiga suya que se ahogó en el río. Es una lástima, tan joven, como aquella pareja que falleció luego de defenderse de un asaltante,  la joven había escrito en una caja de regalo la cual contenía anillos de oro “Tal vez en otra vida podamos ser felices juntos”. Es curioso, pero cosas como esta no son más que coincidencias.
¿Tú qué crees?
Midnight.
Midnight.


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Mensaje por Midnight. Mar 07 Ene 2014, 1:51 pm

43 creepypasta

Codigo Morse

Al menos hasta donde me daba cuenta, nunca había tenido experiencias sobrenaturales, ni paranormales, ni siquiera coincidencias sospechosas, nada; todo seguía su ritmo natural y completamente explicable. Era un fiel católico y servía en mi parroquia local, así que en cierta parte, estaba dentro de mis creencias la probabilidad de que aquí, en este momento, demonios y criaturas del Infierno estuvieran haciendo de las suyas; pero era esa misma doctrina la que me decía que Dios nos protegía de las intenciones de esas bestias.
Dicho esto, dejo claro que lo que les voy a contar es una situación desconocida para mí. Nunca me imaginé que yo estuviera platicando esto, fue un golpe duro a mi escepticismo.
Vivo en Ciudad Juárez. Para los que no frecuentan las noticias, mi ciudad alguna vez fue la más violenta del mundo, incluso por encima de las zonas de guerra del Medio Oriente. En el apogeo de las matanzas y secuestros, mis padres no me dejaban salir mucho, nada de fiestas, ni antros, ni andarme solo en el coche por la noche. Pasaba mucho tiempo en mi casa.
Mi hogar es un complejo de dos pisos, construido sobre 160 metros cuadrados de suelo; no es muy grande, pero es un buen lugar para vivir. Cuando llego de la escuela la casa está sola y la comida está hecha. Me pongo a almorzar en la mesa y cuando me dan las tres de la tarde, subo a mi cuarto a dormir un rato (por un rato me refiero a casi un periodo de hibernación para un oso salvaje).
En mi casa, el techo “hace ruido”. Es muy fuerte como para ser pisadas de algún ave, parece como piedras de regular tamaño que llueven sobre mi techo. Siempre he pensado que son los ductos de ventilación comprimiéndose por el frío o expandiéndose por el calor. Estos sonidos son más regulares durante el día, y más cuando voy a tomar una siesta, pero nunca les había dado importancia.
Hace poco en la iglesia me enseñaron el código morse, nos trajeron un ciego moribundo que no sabía leer braille, pero sabía el código morse, entonces para comunicarnos con él a algunos miembros de la comunidad nos encargaron aprender el código. Este hombre se comunicaba a través de las vibraciones que producían los golpes empleados en dicha codificación, nuestro objetivo era enseñarle la palabra de Dios en este lenguaje. Dicen que es muy difícil de aprender; suponiendo que todos empezarían por dominar el abecedario, yo quise empezar por los números.
Los números constan de dos golpes, existe el golpe largo y el golpe corto. Realmente, a diferencia de lo que nos dijeron, fue muy sencillo aprenderme la numeración en código morse.
Ya que estaba de vacaciones, pasaba todavía más tiempo en casa y tomaba siestas regularmente. Estaba acostado en mi cama, preparado para descansar un rato, cuando el techo comenzó a hacer ruidos. Fueron cerca de treinta golpes seguidos cada cinco minutos, pero cuando les presté atención más detenidamente, me percaté de que era código morse.
Todos eran números, el primero era 1, luego 2, después 0, después 1, 2, 0, 1, 2.
¿12012012? ¿Qué podía significar eso? Me temo que no creía que se tratara de algo sobrenatural, simplemente el techo haciendo ruidos. Me levanté de mi siesta y mi hermana y mi mamá ya habían llegado a la casa. Tengo una buena relación con toda mi familia, somos muy unidos, no le hacemos daño a nadie. Regularmente llevamos despensa a la iglesia para que la distribuyan a las comunidades menos privilegiadas, somos buenas personas.
Como ya dije, estaba de vacaciones, así que me iba a acostar hasta tarde. Todos ya estaban dormidos pero yo estaba jugando Starcraft en mi computadora, hasta que de repente escuché un golpeteo en el techo. Lo escuché atentamente por un rato y se trataba de otra secuencia de treinta golpes, de nuevo eran números en código morse: 1, 8, 0, 4, 2, 0, 1, 2.
¿Sería otra magnífica coincidencia? Mi escepticismo no me permitió pensar más allá.
Cuando me fui a dormir, algo me levantó a la mitad de la noche; se me hizo completamente fuera de lugar porque yo tengo un sueño constante ininterrumpido. Bajé al primer piso a tomar agua y sucedió algo extraño, parecía que algo estaba dentro de mi refrigerador y quería salir. Golpeaba la puerta ligeramente, conté los golpes, eran treinta, y de nuevo en clave morse. Mandaban este mensaje: 1, 3, 1, 1, 2, 0, 1, 2.
13112012… Para este punto seguía pensando, bueno, quería seguir pensando que todo era por azares del destino, efectos acústicos perfectamente explicables, a los cuales no debía de temer. Conservé la calma y me dije a mí mismo la célebre frase de Santa Teresa de Jesús, la cual me sé de memoria desde niño: “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta”.
Abrí la puerta de mi refrigerador lentamente, tal vez algún animal se escabulló dentro. Sólo con abrir un poco la puerta se filtró un aroma desde el interior del aparato que casi me revienta los vasos sanguíneos nasales; era como carne podrida, quemada, como la de un animal muerto. Revisé todos los recipientes en donde mi mama guardaba comida y todo estaba en perfecto estado. Estaba seguro de que la procedencia del olor no podía ser otra que el refrigerador, pero no encontré nada.
Cerré el refrigerador y me percaté de que la estufa estaba encendida. El fuerte olor a gas penetró mi olfato, no tenía ni la menor idea de cuánto tiempo estuvo encendida, pero cuando bajé al primer piso no percibí el olor a gas. Lo apagué sin hacerme más preguntas.
Un poco confundido regresé a mi cuarto, y por alguna razón, mi computadora estaba prendida, cuando estaba completamente seguro de que la había apagado. Ya no podía engañarme más, algo fuera de lo normal estaba sucediendo dentro de mi casa. Simplemente me encomendé a Dios y recé unas cuantas Ave Marias, lo que me tranquilizó un poco, pero de igual manera sentía miedo, mucho miedo, no podía creer que esas cosas pudieran sucederle a personas como yo, tan devotas a su fe.
Google Chrome estaba abierto, con tres páginas diferentes en las pestañas. Eran notas de periódico virtuales. La fecha de la primera nota era el 12 de enero del 2012… 12012012, entendí por dónde iba todo. La nota hablaba de un hombre que mató a su familia asfixiándola con gas. Cuando llegó la policía, los cuerpos tenían casi tres semanas en descomposición, apestaban y las moscas sobrevolaban las bolsas en los que estaban envueltos. Dicho asesino se suicidó después de cometer el crimen.
Éste es el link de la página:
http://www.zocalo.com.mx/seccion/articulo/hombre-mata-a-su-familia-y-se-suicida-con-gas
La segunda nota estaba fechada el 18 de abril del 2012, de nuevo coincidiendo con la combinación de números que me fue dada “mágicamente”. Esta vez, la nota expresaba cómo un hombre mató a su esposa y a su hija de dos años de edad, les había disparado.
Y éste es su respectivo link:
http://www.excelsior.com.mx/index.php?m=nota&id_nota=827503
La tercera página ya no fue una sorpresa para mí, estaba fechada el 13 de noviembre del 2012. Otro padre de familia que mató a sus dos hijos, de 9 y 6 años de edad, y luego mató a su esposa y se suicidó.
Por último, su link:
http://www.oem.com.mx/elsoldepuebla/notas/n2769728.htm
¿Qué tenía que ver esto conmigo? ¿Por qué me estaba pasando a mí? ¿Por qué? Porque de hecho…
Estaba a punto de apagar la computadora, cuando ésta empezó a realizar una serie de sonidos tipo 8-bit, en código morse. Iban muy rápido, así que busqué en Google algún traductor de código morse para apoyarme. El mensaje se repetía una y otra vez, iba anotando los números en la página y cuando terminé, reproducí el mensaje en código morse; era el mismo que mi computadora hacía, y decía estos números: 1, 6, 0, 9, 2, 0, 1, 3.
16 de septiembre del 2013, eso era lo que quería decir. ¿Será que algo pasará ese día? No soy Nostradamus, ni cualquier otro profeta, pero esto me tenía muy asustado, no entendía cómo ni por qué, por qué tenía que ser yo el que pasara por esto y no otra persona, yo que nunca había creído en sucesos así…
Quedé realmente espantado. Me sentía tan protegido de lo paranormal, invulnerable, podía andar por ahí libremente sabiendo que nunca nada me pasaría; pero ahora soy parte de aquellos que juran haber tenido una experiencia sobrenatural. Tengo miedo, más de estos eventos podrían seguirme sucediendo. Perdí esa confianza que depositaba en la protección divina de Dios, ahora simplemente estoy solo.
Midnight.
Midnight.


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