Help, I'm Alive |Finnick Odair y Maxinne Castle|

Maratón navideño

IV: preparándose para el desastre

Cuando abro los ojos, estos se dirigen de manera torpe hacía el reloj. Obviamente, ya era de día, y mientras inspecciono la hora me doy cuenta que me he dormido en ropa interior. Bueno, al menos no había sido con el vestido del desfile o desnuda, así que me conformo.

Entonces caigo en cuenta de algo muy importante: hoy empieza el entrenamiento.

No puedo evitar que un sentimiento cercano a la nostalgia me invada, porque hace ocho años fue que me había paado de la misma manera para dirigirme a entrenar, casi sin ninguna esperanza de salir de aquella. Y lo peor, es que aún después de ganar, seguía siendo igual de ingenua.

Gracias al dios de turno que eso ya es el pasado.

Me paro de la cama y procedo a buscar la ropa del entrenamiento. Cuando miro dentro del armario lleno de toda esa lujosa ropa del Capitolio, no encuentro el traje. No tengo que esperar mucho, porque el ruido de la puerta abriéndose me hace girar la cabeza, encontrando a la Avox sosteniendo mi traje, como si se tratara de un anillo de bodas.

Inmediatamente, me sonrojo. Genial, lo que necesito, que me vean desnuda y sea justamente una mujer. Bueno, uno tiene que ser positivo, al menos no fue un hombre, o peor: Nash. Aunque quizás ese último me hubiera burlado de él.

Con las mejillas rojas, cierro el armario y me dirijo hacía ella. Al igual que yo, está sonrojada y se ve claramente incómoda. Con cuidado, tomo el uniforme en mis manos.

—Muchas gracias —murmuro en voz baja, pero ya se había ido. Vaya, ojalá fuera así de rápida en la Arena.

Okey, debo darme prisa.

Agradezco que este año tuvieran piedad y no fueran esos ajustados trajes que les hacen usar a los Tributos. Es una camisa sin mangas gris, aunque el pantalón si es ajustado pero no tanto, de igual manera es de color gris. Una vez terminada esta faena, me lavo los dientos y me dispongo a atar mi pelo en una coleta baja.

—Las que se peinan así son las viejas.

No puedo evitar que esa frasecita se me venga a la mente, sobre todo quien la decía. Recuerdo que siempre al ir al colegio, mi mamá me decía que si me peinaba la coleta para abajo me vería como una vieja, y luego de ser secundada por Mace me deshacía la cola y me la peinaba para arriba.

Nunca tuvo tiempo de ser ella la que me enseñara a hacerlo.

Sacudo la cabeza, mientras me lavo la cara en el lavabo y tomo una toalla color crema para secármela. Por la puera abierta del baño veo el reloj. Tiro la toalla a alguna parte del baño, mientras salgo del baño corriendo y secándome las gotas que quedan con las manos.

Y justo como ayer, la gente había comenzado sin mí. En serio, ¿Costaba tanto tocar a mi puerta y decir «Eh, sé que quieres dormir y todo eso, pero levántate que no vas a poder comer»?

—Esto se te está haciendo un mal hábito —dijo Avery al verme pasar por la puerta—. Te ves bonita.

Asiento ante el halago, y miro de soslayo a los demás. Es raro, ni Córax, Otto y Armin se encuentran en la sala. Nash se encontraba hablando con Avery de algún tema en específico, mientras que Willow leía un libro titulado "El arte de la Guerra".

Me siento, y un Avox me trae un plato con un sadwich de treinta centímetros partido a la mitad, fruta y lo que parecía un refresco blanco y burbujeante. No espero nada, agarro la mitad del sandwich y me meto la punta a la boca, saboreando el sabor del pan, jamón, pollo y entre otros. La gente capitolina podrían ser unos sádicos por auspiciar todo esto, pero son unos increíbles cocineros.

—Okey, antes de que vayan al entrenamiento, tenemos varias cosas de que hablar —empezó Willow, cerrando el libro y mirándonos a todos, sobre todo a Avery con una mirada que decía «No te hagas el loco viejo, ¡Tú también eres parte de esto!». Sofoco una risita con mi boca, mientras los demás le prestan atención—. Cómo ustedes saben, estos juegos son diferentes. Y Nash, antes que me digas algo como «No somos idiotas», tengo que decírselos de todas maneras. Los demás son ganadores, y justamente los que no saben del plan son los tributos profesionales. ¿A qué adivinan cúales son?

—Uno y el Dos—responde Nash automáticamente—. Es obvio, los hijos de puta siempre serán favorecidos por el Capitolio. Son los que menos quieren una rebelión, si es que en verdad la quieren.

—Si, sabemos eso —puntualizo yo, mientras rodo los ojos—, y... ¿El punto es?

—Que por lo demás, deberían llevarse bien con los que si sepan. Háganse amigos, compartan secretos, técnicas. Será como... una pijamada —respondió Avery con una risita por el chiste.

—Una sangrienta pijamada —murmuró sarcásticamente Nash llevándose un sorbo a la boca. Nos reímos por la complementación del chiste.

El resto del desayuno transcurre de manera normal, o lo normal que puede ser cuando estás a punto de entrenarte para matar a los demás en la sala. Yo degusté ese delicioso sandwich entre los sarcamos y groserías de Nash, mientras Avery y Willow daban consejos de como debíamos comportarnos en la sala de entrenamientos.

Lo primero de todo era alimentar nuestras habilidades, pero aún así intentar "confraternizar" con los Tributos que fueran parte del plan, preferiblemente con los del Doce o los que viéramos nos fueran a servir de ayuda. Los del Doce serían difíciles por la chica, que era cerrada como una muralla, aunque con el chico era fácil. De nuevo: era adorable.

Cuando habíamos terminado, nos dirigimos hacía el ascensor para ir a la Sala de Entrenamientos. Aquello era una ventaja dentro de todo esto, puesto que al ya ser un ganador ya crecido no tenías que ir con escoltas o cosas por estilo, así que podríamos ir por casi todo el edificio si lo deséabamos. Una vez adentro del ascensor, Nash presiona el botón que marca la Sala, mientras se pone a mi lado.

—¿No lo has sentido? —me pregunta, mirándome. Lo miro, algo confundida.

—¿Sentir qué, exactamente? —le respondo, quizás demasiado cortante. Espero que no se lo tome a mal, eso sí. El resopla, alza una ceja y me mira como si yo fuese una adolescente ingenua.

—El sentimiento de nostalgia, Maxie. ¿No te recuerda la primera vez que bajaste a entrenar?

Y tiene razón, si lo he sentido. Todavía recuerdo los nervios, como empecé a sudar antes de tiempo y el jugueteo de manos que tenía, todo porque temía que fuera peor que el que me hicieron pasar antes o que quedara como una idiota frente a los demás.

—Yo sí. No sabía que demonios hacer, sentía que en cualquier momento me desmayaría. Mace me dijo que dejara los nervios, que era un niñato tonto y que hasta su hijita recién nacida tendría más huevos que yo. Todo un cabrón, ¿No crees?

—Oh, totalmente —secundo con una sonrisita.

El ascensor se detiene, finalmente. Tomo aire, intentando prepararme mentalmente para lo que vendría, Nash obviamente lo hizo antes, porque se adelantó para salir del ascensor.

Hacía años que no estaba aquí. Al menos no en calidad de Tributo.

Mis ojos danzan por la habitación, paseándose entre las diferentes armas. Dagas, espadas, lanzas, arcos y hasta un tridente. Un tridente al cuál yo sé perfectamente a quién le pertenecía, y que debía tener cuidado de no meterme más en su camino.

Los demás tributos no tardan en dirigirse hacía sus armas predilectas, y cuando me doy cuenta, estoy sola en medio del salón, pues hasta Nash me había dejado sola. Miro a mi compañero, reuniendo objetos para armar lo que sé sería una especie de trampa. Son su especialidad, y es mejor que yo también trabaje en las mías, por lo que mi siguiente destino son las barras.

Joder, Odair está al lado, y usa su jodido tridente. No mires, Maxinne, mira hacía adelante, no te concentres en él... y mucho menos concéntrate en su jodido cuerpo o en como lo ahorcarás. Sé profesional, sé una maldita profesional, mierda.

—¿Disfrutando de la vista? —joder, joder, ¡JODER! Llega a las putas barras, necesitas entrenar. No, no pienses, en eso, ignora las malditas risitas... Mierda, ya me sonrojé. No, ignora los pensamientos de intentar matarlo, si no el Capitolio te jode a tí.

Solo puedo tragarme la vergüenza, mientras toco las barras. Me aferro a ellas, y tomo impulso para ir hacía arriba. Cuando me doy cuenta, estoy arriba, con todo el peso concentrado en mis brazos, mientras la coleta de pelo rubio se va hacía abajo. Me duele, ¡Mierda! Estaba oxidada, jodidamente oxidada. Claro, tanto tiempo creyendo que no volverás a entrenar te hace vivir de manera sedentaria.

Con mucho esfuerzo, me dejo caer, y siento mis piernas temblar al tocar el piso. Me dirijo hacía la otra barra, esta vez sin ponerme de cabeza. Rápidamente, muevo una mano a la barra de adelante, luego la otra. Me cuesta demasiado, pero tengo que ponerme en forma si quiero ayudar a Nash. Eso me recuerda que el susodicho debe pasársela en grande con sus trampas. Menudo suertudo.

—Lo haces bien —me dice alguien. Miro hacía adelante, y ruedo los ojos al ver que es Odair. No me mira, sigue concentrado en darle a los maniquíes generados por computadora—. Pero te falta rapidez, y para eso debes moldear mejor tus brazos.

Y mierda, tiene razón.

Me dejo caer al suelo, de nuevo sintiendo el dolor de mis pies chocando tan abruptamente contra el suelo. Tambaleándome, me encamino hasta Odair, y espero a que termine de presumirme sus intactas súper-abilidades con el tridente. O el tipo sabía que volvería a entrenar y se pasó su seguramente poco tiempo libre practicando, o el sexo por dinero era un buen nutriente para las habilidades.
—¿Qué tanto sabes de mis habilidades como para evaluarlas? —pregunto directamente, mientras evito que el chico vuelva a atravesar a otro pobre holograma tomando el tridente. Él me mira, por primera vez sin su característica sonrisa ladina.
—Recuerdo que cuando llegaste aquí, parecías un mono en esas barras de lo rápido que ibas. Deduzco que te habían entrenado antes de venir, seguramente más de un día a la semana —empezó a relatar, mientras se encaminaba a las barras. Aquello me hizo sospechar, ¿En verdad que tanto sabría de mí? Con lo de anoche, empieza a parecerme un maldito acosador—. Pero, deduzco que cuando ganaste, dejaste el entrenamiento. Ocho años sin hacer ejercicio te oxidaron, sobre todos tus brazos.
—Si sabes que pareces un maldito acosador, ¿Cierto? —pregunto, alzando la ceja y agravando mi voz cada vez que hablo de esa manera. Él se ríe, y yo ruedo los ojos. Respiro, preparándome para lo que iré a decir—. ¿Qué me recomiendas? —pregunto derrotada. Sí, lo hice, crucifíquenme.
—¿Discúlpa, puedes repetirlo? Es que no escuché —las ganas de este chico de un golpe deben ser cataclísimicas, porque cada vez me cuesta contenerme menos. Vuelvo a respirar y a rodar los ojos, sin poder creérmelo.
—Te dije: ¿Qué me recomiendas, oh-todopoderoso Finnick Odair? —repito, hastiada de su actitud. Él sonríe, mientras se va al control de las barras.
—Mucho mejor, aunque el lo de todopoderoso estaba de más, pero se agradece —maldito troll, maldito troll...—. Pues te recomiendo ejercitar tus brazos, haz que se acostumbren a la altura, así como debes entrenar tu rapidez. Las barras, como todo aquí, tienen un control de realidad virtual. Puedes hacer que las barras sean como ramas quebradizas, mientras tu escapas de los hologramas y los eliminas. De esa manera, podrás ejercitar mejor tu velocidad, y de paso, para matar. Aquí es cuando me dices las gracias —termina su explicación, mientras pone su mejilla izquierda de manera provocativa. ¿En serio, todavía tiene los santos pantalones de seguir? Eso si, de alguna manera, me hace la suficiente gracia para reír.

—Oh, deja la mariconería, Odair —respondo mientras lo agarro de la cara y lo aparto. Me río un poco de mis acciones, no sé porqué.

Hago lo que me dijo Odair, sorprendentemente lo hice. Fui hacía el control de las barras, poniendo las opciones que intuí, dieran como resultado lo que me indicó Odair. Vi como las barras empezaban a crecer, tan altas como árboles, y se preparaban los hologramas.

Respiro por la nariz y boto por la boca, preparándome. Mis dedos, sin soltarse, se tamborilean por la barra, mientras pongo un pie en una para prepararme. Observo como las barras crecen, casi hasta soltar el techo, y algunas obtienen un destello amarillo. Respiro una última vez, antes de que una voz anuncie que todo está listo.

Inmediatamente, empiezo a subir lo más rápido que puedo las barras, una por una y asegurándome de que no pise mal y me caiga. Los hologramas, como si fuesen Tributos de verdad, se acercan hacía mí y empiezan a subir tras de mi. Siento como uno me toma del borde de la camiseta, jaloneándome. Miro hacía atrás, y antes de que me de cuenta, mi pierna ha pateado tan fuerte el holograma que cae al suelo y se ha destruído.
No sé porque, pero esto me recuerda a lo que le pasó a Everdeen y los profesionales el año pasado.
Sigo subiendo, hasta que las barras para escalar se han terminado. Es hora de hacer lo que me dijo Odair.
Tomo la barra, mientras me impulso hacía adelante con mis pies para salir de las escaleras, y siento todo mi peso hacía abajo cuando estoy allí, como si fuera un péndulo, haciendo que mis brazos se tiensen como dos tablas de madera. Miro hacía atrás, y los hologramas están por llegar a mí.
No espero más, y empiezo a mover mis brazos hacía las otras barras. Primero uno, luego el otro; primero uno, luego el otro. Tengo que seguir, debo mejorar mis habilidades. Por mí, por Nash.
Y allí estoy yo, balancéandome como si fuera un muto con forma de simio en la Arena, esquibando a los holgramas. Cuando uno de ellos logra alcanzarme, impulso la pierna hacía atrás para golpearlo y enviarlo al suelo. Esos movimientos tan aparatosos me parecen de una niña pequeña, que juega en las barras de su escuela y sufre por demostrarles a los demás su valía... Vaya, esa soy yo justo ahora.
Con dolor, muevo mis manos hacía la siguiente barra, la última antes de que termine este mini-circuito. Mis manos tocan la barra lentamente, y cuando aferro mis dedos al metal... Se rompe.
Maldita sea.
No pasa mucho hasta que caigo al suelo, justamente sobre mi brazo izquierdo. No fue tanta la altura para escuchar el 'crack' que producen los huesos al romperse, pero ¡Joder! Eso dejaría marca en la mañana. Pero debo seguir, el entrenamiento todavía no termina.
Escucho pasos venir hacía mí, pero yo tengo los ojos cerrados y estoy muy ocupada sobándome mi brazo y mordiéndome el labio para no gritar. Abro los ojos, y lo único que puedo ver son pies y una mano tendida.
—¿Necesitas ayuda? —pregunta la voz de Odair. Se agacha, estando casi a mi altura. Yo, a estás alturas, me encontraba boca abajo, sintiendo la zona afectada de mi brazo palpitar y pensando que este efectivamente quiere un golpe. Algún día, Maxinne, algún día.
Lo miro de arriba a abajo, analizando si es bueno o no aceptar su ayuda. Y es entonces cuando las palabras dichas por Avery esta mañana me asaltan:
«Deberían llevarse bien con los que sí sepan»
Ahora mismo desearía que no lo supiera, pero... ¡Oh, qué demonios!
—Sabía que nos llevaríamos bien —me dice, sonriéndome cuando me pongo de pie—. Todavía espero mis "agradecimientos".
—No abuses de tu suerte, Odair —remarco, antes de volver al inicio del circuito y dejándolo con la palabra en la boca. Y por alguna razón, se siente muy bien.
Quizás no sea tan malo, al final de todo.

[...]

—¡Rápido, rápido! —me grita, insistiéndome

—¡Lo intento, lo intento! —le replico, intentando acatar la orden, moviéndome más rápido en la barra, intentando esquivar y/o golpear a los hologramas. Obviamente, fracaso.

—Pues no lo suficiente —responde él, asestándole un golpe a otro holograma con su tridente. Y lo dice así, tan tranquilo. ¡Malnacido! ¡Ojalá nunca hubiera seguido el consejo de este idiota!

—¡Te escuché, inútil! —le grito, mientras me muevo hacía la siguiente barra.

Mal movimiento, justo como el primer día me he caido como una mosca sobre mi espalda. O tengo mucha suerte, o es verdad eso de que los huesos son increíblemente fuertes, porque hasta ahora no tengo huesos rotos. Eso sí, no me he salvado de algún moretón o cardenal en alguna parte de mi cuerpo, moretones que se van al día siguiente con la tecnología capitolina.

Gimo de dolor al sentir mi espalda contra el suelo, mientras mi seño se frunce de dolor y se me cierran los ojos. En serio, de tantas veces que me llevo cayendo, se podría decir que debería ya perfeccionar mi aterrizaje, eso o que el suelo se ha convertido en mi nuevo hogar. Creo que cuando decidí separarme de Mace, mi condición física se lo tomó bastante a pecho.

Igual que el primer día, veo los pies de Odair tendiéndome la mano, pero no la tomo. Más que todo porque ahora el tipo ha creído que es mi entrenador personal, y se cree que puede mandarme. Quizás lo haga por mi bien, pero, joder, ¡Me está matando antes de tiempo!

Una vez arriba, me tengo que apoyar en mis rodillas para tomar agua. Dios, seguramente me veo como una niña patética, y apuesto a que mi yo de doce años me estaría pateando el trasero justo ahora. Y así espero ayudar a Nash, ¡Ja!

—¿Te encuentras bien? —me pregunta Odair, poniendo una mano en mi hombro. ¡Ja! Como si hubiera pensado eso cuando estaba allá arriba. Idiota.

—¿Te... parece que estoy bien? —es mi sarcástica respuesta, mientras intento normalizar mi respiración. Una vez que considero estar bien, me dispongo a alejarme de allí, hacía el área de las trampas.

—¿Sabes? Se empieza a ser un poco cliché tus sarcasmos, Cinco —me dice él, mientras me alejo. No pasa mucho hasta que escuche sus pasos viniendo hacía mí, ¿En serio nunca se cansa!—. Sé que tienes que mantener esta faceta de "soy una chica dura y difícil y puedes irte a la mierda con tu ayuda", pero esa ayuda que consideras innecesaria puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.

—Oye, Odair, en verdad lo aprecio, pero creo saber bien cuál será la diferencia entre la vida y la muerte —vuelvo a responder, mientras tomo una espada que quedó. Es pesada, quizás demasiado, pero tengo que fortalecer mis debilidades de alguna manera. Apreto los botones para los hologramas, y espero a que estos aparezcan.

Odair resopla a mi lado, y de alguna manera, siento que algo cambia. Bah, tonterías.

—Okey, te diré una cosa: toda esa confianza que tienes puede ser tu perdición. Te lo recuerdo: ese año te vi en esas barras y... era alucinante, tenías los Juegos ganados. Si logras recuperar esa fuerza para las demostraciones, ten por seguro que los patrocinadores te amarán, y yo puedo enseñarte a hacer...

—¿Cómo? ¿Acostándome con ellos? —digo impulsivamente, cansada de su insistencia, pensando que estos son los hologramas más lentos del Capitolio.

Y me arrepiento, porque siento el agarre molesto de Odair en mi brazo, antes de lanzarme a los hologramas. Y me arrepiento, porque la manera en que me sostiene y que me mira me está... Me está dando muchísimo miedo.

—En verdad crees que disfruto esto, ¿No? Crees que me gusta tener que vender mi cuerpo a los demás sólo porque si no, matarán a quienes me importan. Déjame decirte algo, Castle: yo nunca he disfrutado tener que hacer esto, pero tengo que hacerlo. Debo hacerlo.

Lo miro, y no lo creo, toqué la su fibra sensible, de él, ¡De Finnick Odair! Durante este tiempo, siempre he echo burla de la forma de vida de Odair, sin siquiera preguntarme cómo se sentiría, que porque lo hacía. Ahora me doy cuenta que no es porque él lo desee, porque le gustara o algo parecido; esa era su realidad. Y si no fuera por un poco, yo también viviría la misma realidad.

Él no fue idiota, como yo. Él aceptó, porque fue listo y sabía que si no lo hacía sus seres queridos la pagarían. Ese fue mi error hace ocho años, y ahora yo hacía burla de su inteligencia, de sus consecuencias. Irónico, ¿No lo creen?

Abro mi boca para decir algo, pero sólo obtengo balbuceos. ¿Qué se supone que le diría? ¿Qué lo sentia? ¿Qué lamentaba haber hecho burla de su vida? Desearía, pero mi orgullo no me deja, pero ¿Qué es mi orgullo al lado de lo que él tiene que pasar cada noche para que su familia viva un día más?

—Piénsalo un poco, y llámame cuando decidas si quieres vivir —termina diciendo, apuntando su cabeza como un ademán antes de irse.

Los hologramas están detrás mío, pero yo solamente me quedo mirando a Odair. Y no soy la única, porque todos los demás se había quedado mirando nuestra discusión... en especial los patrocinadores.

—¡¿Y ustedes que miran?! —gruño en voz baja, antes de cortarle la cabeza al holograma.

¿Qué he hecho?

Maratón navideño

V: preparándose para el desastre II

Miro el reloj de la habitación, de nuevo para variar. Once y media de la noche en punto, si sigo así, a este paso terminaré convirtiéndome en un mapache. Duermo de día y despierto de noche, o más bien como los murciélagos que habitan en las cavernas, sólo que no chupo sangre para sobrevivir.

Y todo esto tiene una razón de ser, ¿Cómo no? Y esa razón tiene nombre y apellido: Finnick Odair.

Victimizarme y caer en una especie de depresión antes de las Pruebas Individuales, las Entrevistas y por supuesto los endemoniados Juegos no era algo que estaba en mis planes; y menos si se trataba del consentido del Capitolio. Pero solamente basta que recuerde sus palabras para que sienta que se me estruja el estómago.

¿Por qué?

¿Por qué precisamente de él? 

¿Por qué justo ahora?

Gruño exasperada, volviendo a cerrar los ojos intentando evocar el sueño. Pero es imposible, porque bastase que apenas los cierre para que la misma imagen se repita en mi cabeza. Una y otra, y otra, y otra, y otra vez. Y todas y cada una de ellas tienen como protagonista a Finnick.

¿Desde cuándo empecé a llamarlo Finnick?

Tú y tu gran bocota, Maxie. Ahora entiendo cuando los mayores le dicen a los niños que deben pensar antes de actuar, aunque deberían agregar que si no terminarías arrepintiéndote en tu cama, pensando en cómo actuarías si no hubieras hecho lo que hiciste.

Pero, de ser así, ¿No seguiría insultándolo? ¿No hubiera pasado lo mismo, sólo que más tarde? Si eso era así, ¿Significaba que esto es una especie de lección?

A la mierda.

Sé perfectamente que debo hacer, debo pedirle disculpas. Pero... no puedo. Le he estado mirando como un pasmarote cada vez que puedo en los entrenamientos, pensando en que hacer. ¿Acercarme y pedirle perdón? Quiero hacerlo, en verdad lo deseo, pero cada vez que estoy a punto de dar el paso, no puedo. Tengo miedo, tengo ese jodido miedo de que termine peor que ahora.

Wow, ¿En verdad me había logrado importar tanto? ¿Estoy hablando del mismo chico que me sacaba de mis casillas al inicio de esta parafernalia? Pues sí, y sinceramente, alguna parte de mi no le interesa dar tantas vueltas en el asunto. Solamente me importaba... Y ya.

¿Qué demonios haces para tener ese efecto en mí, Finnick Odair?

Si alguien tuviera un cuchillo, seguramente hubiera sido capaz de cortar tan palpable tensión que había en el salón. Yo lo hubiera hecho con gusto, sinceramente, debo de tener espinas de tanto que se me erizan los vellos.

Pero era normal, estábamos a punto de comenzar las Pruebas Individuales. Bueno, ya habían comenzado las Pruebas Individuales.

En estos momentos, me pregunto como no salí corriendo de la habitación cuando tenía doce años, pero ahora con veinte anhelo la oportunidad de salir de aquí lo más pronto posible. Es decir, ya había pasado por eso, he entrenado niños para pasar por esto, ¿Por qué justamente ahora me tiene que dar miedo?

Oh, cierto. Porque allí adentro están patrocinadores que aprovecharan cualquier error en mi contra, lo que sea. Todo porque había herido a su Tributo predilecto luego de la Chica en Llamas. Ahora que me doy cuenta, es la primera vez que pienso en ella, con todo lo que está pasando, haciendo que me pregunta si sentirá lo mismo que yo.

No, por supuesto que no. Ella al menos no hirió al Símbolo Sexual de Panem. No tiene de que preocuparse.

Suspiro, y miro a Nash, hablando tranquilamente con el novio de Everdeen, Mellark. Últimamente, ya no hablamos tan seguido, y aunque el jure e hiper-jure que no es nada contra mí, sólo me hace sentir más sola. Sobretodo tomando en cuenta que desde que comenzaron las pruebas no me ha hablado.

Maldito seas, Finnick Odair. 

Y para mas inri, hasta mi sub-consciente también parece ignorarme, haciendo que gire mi mirada al que provocó todo este embrollo. Está... Feliz. Habla con Mags, sonríe, relajado. Y no puedo evitar pensar que quizás, y sólo quizás, estaríamos así si yo...

¡Wow, wow, wow! ¡Detente justo ahí, Castle! Soy realista, y aunque fuera una de sus clientas, no nos llevaríamos así ni aunque le pagara. Solamente siento arrepentimiento de haberlo herido de esa manera, tampoco es tanto.

Esperen, sí es para tanto. De no ser así, dudo que si quiera le dedique un medio de mis pensamientos.

—Un dólar por tus pensamientos.

Miro justo atrás mío, encontrándome con un rostro bastante familiar. Sonrío, sin saber si era por mera cortesía o porque en verdad me sintiera de ese modo.

—Hola, Johanna. ¿Qué te trae por acá? ¿Demasiado aburrida de esperar y terminar con esto? —es mi sarcástica respuesta, un pequeño desahogo ya que no tengo a un Nash a quién fastidiar.

—Acertaste —declaró ella—. Que raro que no andes con tu compañero, o jodiendo con Odair. ¿Qué, uno se enteró que lo engañabas con el otro? —me pregunta, haciendo gala de su personalidad bastante directa. Me anima un poco, pero a la vez me recuerda el porque estoy así.

—Ja, ja, ja. Que graciosilla. Pues bueno, Nash no es de mi propiedad y por mí puede saltar en bongee —okey, quizás no tanto, sigue siendo mi amigo, pero no me haré la Reina del Drama enfrente de Johanna Mason—, y Odair, bueno, se cabreó conmigo, tú sabes lo que pasó. Ahora míralo, no es como si realmente le importara.

Y era cierto.

No es como si, al final, realmente le importaba a Finnick Odair. Creo que nunca le importé tanto, al final de todo.

Aunque eso no signifique que mi moral desista y deje a a deriva el pedirle perdón.

—Pues acostúmbrate, así es Finnick Odair —me "reconforta" Johanna, dándome palmadas en la espalda—. Y ¿Qué piensas hacer para la prueba?

—Lo normal: me balancearé, esperando que crean que soy un mono y me dejen libre —digo con falso entusiasmo, como si fuera una Tributo Profesional. Johanna sonríe de manera socarrona, mientras suspira.

—Lo siento, corazón, eso no va a pasar —me dice como si fuera una madre a su hija, remarcándole la importancia de una lección de la escuela—. A lo mejor te convierten en un muto, pero eso será cuando te mueras. Y dudo que lo quieras.

—Acertaste —repito yo su frase, mientras apoyo la cabeza en mis manos, que a su vez se apoyan en mis rodillas.

Antes de que Johanna y yo podamos seguir charlando, veo como Nash se levanta de su asiento hacía la puerta para dar la prueba, sin siquiera poder decirle algo. Si antes estaba nerviosa, ahora estoy que me subo a las paredes.

No sé si rogar que su prueba sea corta o larga, porque de todos modos sé que en cuanto entre por esa puerta, mi corazón saldrá de mi pecho mucho antes de los Juegos. Pero cuando miro, Johanna ya está charlando (o mejor dicho: ignorando) a su compañero como para reanudar la conversación. No tengo más remedio, debo esperar callada hasta que me llamen.

Esto me recuerda las salas de los hospitales en el Circuito, donde sólo puedes ver como la gente más que esperar un salvador, esperan el ansiado momento en que llegue el verdugo y se los lleve a un lugar mejor. Me pregunto si, al igual que los muertos de los Juegos, utilizarán el cuerpo de los civiles muertos para hacer a sus mutos.

La sola idea me da escalofríos. Me gustaría creer que no llegarían tan lejos, pero soy una Tributo, sé que llegan tan lejos.

Por eso no pienso dejar que le toquen un pelo a mi compañero, aún si yo termino siendo la rata de laboratorio.

Juego con mis dedos, intranquila, mientras lo espero. Observo el reloj, e intento evitar los cuchicheos de los demás Tributos sobre mi amigo, porque si escucho algo que no me gusta se va a líar la parda.

Y justo cuando empecé a relajarme, allí sale mi amigo, con una cara de haber visto a su suegra y salir ileso. Escucho como dicen mi nombre, y sé que llegó mi hora.

—¿Cómo te fue? —preguntó rápidamente, después de todo, no tengo mucho tiempo.

—Bien, creo —responde igual de rápido, mientras yo me paro hacía la entrada.

Oigo que me dice algo, pero no logro escucharlo por el sonido de la puerta. Esto era como volver en el tiempo, pues todo es absolutamente igual: la gran, gran sala, sin ninguna cámara para transmitir mi actuación, las barras modificables y la gran ventana que daba con los patrocinadores.

No es como mis primeros Juegos, no. Esta vez ya tienen puestos los ojos sobre mi, evaluando más mi simple presencia que lo que sea que fuera a hacer. Sé que habrá alguno de los que me prefirieron ahí, siempre hay uno que prefiere en específico a los Tributos de este año, puesto que todos fuimos o seguimos siendo sus consentidos. Pero ahora, sólo están ahí, observándome sin ninguna expresión en su rostro que pueda ser específica.

Me paro justo enfrente del ventanal, a unos pasos de las barras, mientras preparo mi voz y mis nervios. Cuando finalmente logro aclararme la voz y los pensamientos, soy capaz de hablar.

—Maxinne Castle, Distrito Cinco —me presento con todo el orgullo, firmeza y claridad que puedo, en un mero intento de hacerles ver que estoy preparada. 

No dicen nada, sólo sigue observando. No espero más, y me dirijo a hacer las modificaciones necesarias para la Prueba. Es la rutina de siempre, espero a que suban las barras, que se creen los hologramas, y que se hagan las demás modificaciones propias.

Esta vez es diferente de las barras de la sala, estas parecen más ramas de árboles que una seguidilla de barras de metal. Es sencillo: tengo que columpiarme entre ellas, saltar, hacer giros si es necesario, todo aquello que haga ganarme su favor. Una barra enorme y gruesa crece frente a mi, con varias protuberancias, simulando un árbol.

Y finalmente, empiezo.

Subo rápidamente por las ramas del "árbol", mientras los hologramas empiezan a correr hacía mí. No sé que tan alto es el techo, pero la altura estipulada si que simula la de un verdadero árbol, por lo que evito mirar al suelo, sólo a los hologramas.

Mierda, pisé una falsa. Rápidamente, busco otra que me ayuda a subir, mientras me apoyo en otra con las manos para no caerme. Aquel pequeño retraso cuesta que el holograma me haya alcanzado, sólo basta una certera patada para deshacerme de él.

Sigo escalando, sigo subiendo y sigo huyendo de los falsos Tributos como si hubieran empezado los Juegos. Arriba mío, se encuentra una rama lo suficientemente ancha y gruesa como para aguantar el peso de dos personas, ese es mi siguiente objetivo para saltar al que le sigue.

Con cuidado de no pisar una rama que me cueste puntaje, llego hasta la rama, lo suficiente para que estire los brazos y tenga que hacer malabares para colgarme. Agarro la rama como si fuera una barra (que irónicamente, lo es) mientras piso las ramas de abajo para impulsarme hacía arriba. Finalmente, estoy abrazando la alargada protuberancia como si fuera a una almohada, con todo y piernas, apoyándome en el tronco principal para no caerme. Estoy de pie, y aquí la cosa está difícil.

Miro la siguiente rama, la más cercana y que pueda sostener mi peso, y vaya que estaba lejos. Si fallo en esto, caeré como mosca. ¿Por qué algo me dice que lo que pasará estará en el "Top 10 de caídas más graciosas de Panem"?

Joder, ahora no puedo hacer chistes, debo concentrarme.

Esto va a doler.

Finalmente, salto. Todo parece ralentizarse en ese momento, como una repetición a cámara lenta de algún momento memorable. Mis brazos están alargados, apuntando a la simulada rama, esperando el momento correcto para aferrarse a ello.

Y lo logro.

¡Lo logro!

Pero a los hologramas no les agrada la idea, lo siento cuando la mano de uno se aferra fuertemente a mi tobillo.

Hijos de puta.

Intento impulsarme hacía arriba, flexionando el brazo derecho y apoyándolo en la barra-rama, temblando en el proceso. Sacudo mis piernas al sentir como escala por mi pierna, intento golpearlo, pero algo más pesado se une, y caigo hacía abajo.

Justo como mi puntuación.

Mientras siento el aire contra mi cara, intento aferrarme a algo. Varias ramas-barras pasan a mejor vida en el proceso, igual que los hologramas. Pero finalmente, logró sostenerme en una.

Y termina el tiempo.

Antes de que las barras vuelvan a su forma normal, salto hacía abajo. Finalmente, creo que hay un poco de justicia, porque por primera vez todas las caídas en los entrenamientos dan sus frutos. Ruedo con gracia (si es que hay alguna) por el suelo, sin dolor alguno... Bueno, casi sin dolor.

Ha terminado ¡Ha terminado!

Me inclino hacía adelante, en una reverencia, antes de salir del salón. Me siento un poco viva, porque ya salí de eso. 

Ahora quedan dos cosas más de las cuales salir: la primera era pedirle perdón a Odair, la segunda eran las entrevistas, y finalmente: el Vasallaje.

Más les vale a esos bastardos ponerme una buena nota.

—¡¿Siete?! —vocifera Nash, al ver la imagen en la pantalla. Observo como su estilista, Cassia, se aleja un poco por si las moscas. Obviamente, a mi amigo no le había caído nada bien la nota de los estilistas—. ¡Esos bas...! ¡Auch, Cassia! ¡¿Qué quieres, enterrarme la aguja o qué?!

Era hilarante ver que, pese a todo, Nash tenía su ego, y este había sido herido por la puntuación de los patrocinadores. Pobre, seguramente se había esforzado haciendo una trampa, y aparentemente a los patrocinadores no les había impresionado tanto como él pensó. Pero bueno, era más del puntaje promedio, eso era bueno.

—A ti que cosas no podría enterrarte, dulzura —le halaga Cassia en respuesta, hablando con sensualidad.

Okey, eso es jodidamente espeluznante.

—Tranquilo, Nash, es una buena nota —lo tranquilizo.

Antes de que pueda burlarme de Nash, o que este le ponga una restricción a Cassia de más de cien metros, mi atención se va directamente a la televisión, sobretodo cuando anuncian mi nombre.

¿Qué? Todos tenemos nuestro ego.

Y mi puntuación es... Un siete.

Sé que debería conformarme con lo que tengo, y que sí, la cagué cuando me resbalé. Pero ¡Vamos! En mi humilde opinión, un ocho o un nueve no hubiera estado mal.

Y Nash parece notar eso, porque oigo sus risitas a mi lado.

—No te preocupes, Maxie, estoy seguro de que un siete es una nota perfectamente buena —se burla él, dándome palmitas en la espalda mientras Cassia se rueda al otro lado para arreglar sus traje de la Entrevista.

—Cassia, hazme los honores —canturreo, para luego explotar de risa al oír a Nash siéndole enterrada la aguja.

Gracias Karma.

Sudo, y eso no es bueno. No es bueno cuando tengo un vestido capitolino y a dos compulsivos estilistas, casi tan compulsivos como lo soy yo. Me abrazo a mi misma, poniendo mis manos debajo de mis axilas y sacando la joroba.

—Maxie, deja los nervios, que arruinas el vestido —me dice Otto, sacándome las manos de las axilas, y pone una cara de asco. Genial, que todo el mundo sepa que llegué sudada a la entrevista—. Agh, de todos modos. ¿Ya preparaste lo que dirás?

Oh, no.

Y es que, no se me ocurre nada. Primero porque en todos estos años no necesité preparar nada para decir a todo el Capitolio, y que aunque sé que están diciendo argumentos para impedir el Vasallaje, no hay nada que se me ocurra para impedir toda esta parafernalia.

—Hey, hey, relájate. Respira un poco —siento como Nash me toma de los hombros desnudos, y sigo su consejo. No, no sirve—. Respira por la nariz y bota por la boca. Piensa, seguramente puedes decir algo para impresionarlos.

—El de las frases inteligentes eres tú. ¡Dime algo! —le suplico, esperando por su respuesta. El pone una expresión pensativa, tratando de dar con algo.

—Escucha...

Oh, señor, me voy a arrepentir de esto algún día. O no, tomando en cuenta lo que deberé hacer.