to change everything. {finnick odair}

Siempre fui perteneciente al grupo de la gente calificada como “floja” Y bien, lo admito, soy toda una floja. No me importa estar acostada en una banca completamente incómoda en este momento, porque realmente no quiero levantarme aunque sé que debo hacerlo.
Desde el principio del mundo estuvo el flojo, por lo que no merezco ser juzgada. Estaban los activos, los normales, y los flojos. Los cuales siempre serán la mayoría, entre ellos, yo.
Escuchaba el ruido de las gaviotas a mi alrededor, y dios que eran molestas. El cielo una vez más era claro, y después de mucho rato preguntándome si levantarme o no; decidí que sí. Sería mejor aprovechar el día, ya que: 1) No tengo nada que hacer. 2) No tengo ningún lugar donde vivir. 3) Tengo hambre. 4) Si no consigo nada, moriré seguramente.
Sin presiones, eh, Samantha.
Estaba levantándome cuando algo cae en mi hombro. Y me di cuenta de inmediato que era.
—Maldición. —solté entre dientes. Una gaviota acababa de amablemente botar su excremento sobre mí. ¡Completamente genial! —Que asqueroso. —y ahora no tenía ropa.
Estaba clarísimo que la suerte no estaba de mi lado.
Me saqué mi chaqueta y la dejé en el piso del muelle. Nadie se la llevaría, “algo” me lo decía.
Después de toda la playa del distrito 4, supongo que encontraré el pueblo. Y quizás, allí, alguien amable que pueda alimentarme o simplemente tirarme a la calle de una patada en el trasero.
Como había dormido toda la noche e incluso horas de la tarde, tenía bastante energía acumulada, y no debería desperdiciarla. Mis zapatos estaban llenos de arena, por lo que preferí sacármelos y llevarlos en la mano. Por suerte el distrito 4 era muy limpio, ya que no me enterré nada en el pie. Nada de basura, nada de desorden. ¡Era como el paraíso! Hecho que de cierta manera, me hacía sentir libre.
« Nadie es libre en Panem. »
En realidad siempre he pensado eso, nadie es libre en Panem. Ni siquiera los charlajos, que generalmente son manipulados. Y no sé si alguna vez lo hemos pensado, ¡Ni siquiera las aves son libres! Porque, bien, pueden volar y eso. Pero lo hacen en manada, donde una las dirige y las otras obedecen. Nadie es libre completamente.
Cuando comencé a caminar sentí esperanza de llegar a algún sitio. Creo que para llegar a algo, debo esforzarme y creer en que sucederá.
Papá una vez me dijo « Si no crees que puedes logarlo, no lo lograrás. » que sabias palabras.
Papá era del tipo de padre que llevaba encima fotos tuyas cuando tenías tres años bañándote desnuda y contaba divertidas y vergonzosas tragedias de tu niñez. Y sí, lo hacía conmigo.
Cuando conocí a mi tía Margaret la primera anécdota que le conto fue el Sammy-orinándose-sobre-el-gato.  La mayor humillación de mi vida. O eso pensé hasta que le contó el Sammy-vomitándole-a-la-vecina.
Mientras caminaba recordé momentos de mi niñez, uno tras otro, y sonreí. Sin darme cuenta que cada uno de ellos me había transformado en lo que soy ahora. Creo que me había quedado demasiado pensativa en eso, porque cuando recuperé la conciencia sobre dónde demonios estaba, frente a mí se lograba visualizar el gran Edificio de Justicia del Distrito 4.
Dejé de pensar en ello y me recordé que si quería vivir “mi aventura” tenía que comenzar encontrando una vivienda fija.
Las calles del distrito 4 estaban llenas de personas, no desérticas como yo esperaba que estuvieran. Madres llevando a sus hijos al mercado, personas vendiendo pescado, frutas, de todo. Lo mejor, es que se podía notar que todos se querían mucho. Se saludaban entre sí y sonreían como si no hubiera mañana, logrando que yo sonriera. Es más, hasta me sentí acogida por un momento.
Entonces, a lo lejos veo a el chico de ojos verde mar entregándole unos pescados a una señora quien le agradece felizmente. Él me miró, yo lo miré; nos miramos. Él se acerca.
Maldición.
—Tengo la ligera sospecha de que me estás siguiendo. —murmuró él con una sonrisa torcida cuando se posó frente a mí.
—Pues estás muy equivocado. —le respondí, y a continuación alguien me choca y caigo al piso.
—Esto se te está haciendo costumbre. —se empieza a reír.
¡Excelente, Samantha! Segunda vez que te encuentras con Finnick Odair, segunda vez que se burla de ti.
Al igual que la vez pasada, me ofreció su mano, pero yo esta vez no la recibí, preferí levantarme sola para reservarme un poco la humillación.
—Gracias, de todas maneras. —le dije. —Pero tengo cosas que hacer.
Intenté escapar otra vez, pero a diferencia de la ocasión pasada, el me siguió.
—¡Espera! —me detuvo. Yo me di la vuelta, confundida.
—¿Qué? —cuestioné.
—¿Dónde queda tu casa? —preguntó. —Digo, para llevarte.
Sinceramente, creo que este chico lo hace a propósito.
Oh, Finnick. ¿Sabes? La verdad es que no tengo casa, porque yo soy de una realidad paralela y todo lo que tú conoces y has vivido en realidad es un libro que en su momento fue famoso. ¡Ah! Y me gustaría besarte, por no decir otras cosas; ya que estoy enamorada de ti.
—No. —dije. Pero él sigue allí.
—¿Por qué las únicas veces que hablamos tu intentas evitarme, eh? ¿Y por qué tan negativa? —no sé cómo no me había fijado que él estaba tan cerca de mí. Es decir, mi cara estaba casi sobre la suya. Me aparté, dándonos distancia.
—No te conozco. —mentiras, Samantha. —No tengo que darle explicaciones a alguien que no conozco.
—Estás hablando como una adulta cuando solo eres una niña de diez.
—Tengo trece. —le corregí. —Y tú catorce.
—¿Cómo sabes eso? —exclamó sorprendido y me di cuenta del error que había cometido.
—Lo supuse. —dije nerviosa.
—Lo repito; eres rara. —me pasó un brazo por los hombros y se acercó a mi oído para luego susurrar—Pero en el buen sentido.
Sí, realmente Finnick lo hacía a propósito. Y en realidad no entiendo. ¿Por qué él gasta su tiempo conmigo? Es decir, supongo que en este momento ya tiene a muchas chicas a sus pies. ¿Pero por qué me busca a mí?
—No tengo casa. —le confesé, dejando mi orgullo de lado. —Por favor, déjame. Tengo que conseguir un lugar.
La gente a nuestro alrededor seguía caminando sin darnos importancia. Bueno, es normal. Niñas pequeñas pasaban junto a Finnick y sonreían nerviosas como si fuera su príncipe azul de un cuento de hadas. Los niños corrían y sus madres lo regañaban. Se sentía raro, era como si este fuera mi hogar.
Él ni siquiera preguntó la razón de mi problema. Simplemente, me lanzó una mirada que no pude descifrar,  sacó su brazo de mis hombros y habló.
—Te ayudaré. Por suerte hoy no trabajo y tampoco hay escuela. —no me lo esperaba realmente no lo hacía.
—Eh, genial. —mi tono dudoso se hizo resaltar.
Me tomó la mano —eso fue raro—y esquivando con una facilidad impresionante a todas las personas, empezó a correr conmigo —que por cierto, estaba a punto de caerme—.
En realidad lo que estaba sucediendo era demasiado fantástico. ¿Pero que podía pedir? Estaba dentro de un libro, y la adrenalina se adueñaba completamente de la sangre que corría por mis venas.
Cuando el paró necesité unos segundos para recuperarme de tan agitada que estaba. Cuando lo miré, una sonrisa se formaba en su rostro. No me había percatado en qué lugar estábamos.
Frente a nosotros, en letras gigantescas que hacían notar la grandeza del lugar estaba escrito “Aldea de los Vencedores”.
—Hay alguien que quizás pueda ayudarnos a conseguirte un hogar. —comienza a caminar con confianza a una de las casa de allí.
Casi sentí que mi corazón paró cuando el golpeó la puerta.
Segundos después, abrió aquella mujer de avanzada edad que siempre consideré una madre y ejemplo de persona.
—Mags. —murmuramos yo y Finnick al mismo tiempo.