to change everything. {finnick odair}

Sinceramente creo que Finnick intenta burlarse de mí o algo así. Siempre había tenido que lidiar con las burlas de mis compañeros, pero que él lo haga no es agradable. Sé que intenta coquetearme para dejarme en ridículo, es obvio. Clary también lo sabe, se le nota. Siempre que Finnick me coquetea se ríe, pero luego disimuladamente niega con la cabeza en señal de desaprobación. Supongo que no soy la única chica con la que Finnick ha querido jugar, pero ahora que estoy en un maldito libro intento dejar que no me pasen a llevar. Tengo que fortalecerme, lo tengo clarísimo.

Creo que debí enamorarme de algún otro personaje ficticio y decirle a mi padre “¿Sabes qué? Me gustaría irme con este personaje romántico, ultra perfecto y detallista que jamás me haría daño” pero como soy una chica algo —demasiado— tonta, he dado a conocer otra decisión. “¡Oh, papá! ¡Llévame con este personaje ficticio que es más bello que los dioses griegos y que me puede romper el corazón con sola una mirada, te lo ruego!”

Querida Samantha, tengo que confesarte algo: Eres demasiado estúpida.

Aunque si me llega a romper el corazón debo admitir que yo estaba dispuesta a que él lo hiciera, porque como estoy muy ilusionada con que sea Finnick Odair —recalco Finnick Odair, dios mío. — estoy siendo demasiado abierta con él.

Clarissa piensa eso sí, que soy una niña estúpida. Y solo yo me puedo decir estúpida. Piensa que me tiraré a sus pies en cualquier momento y que caeré rendida ante sus encantos, puede que no sea de hierro, pero tengo algo llamado dignidad la cual aún no pierdo completamente.

El papá de Finnick es bastante conservador, no habla mucho a decir verdad, y solo lo hace de cosas cruciales. En cambio, la señora Odair —que al parecer se llama Elizabeth— es un amor de persona. Se preocupa de mí como si fuera mi propia madre, aunque a veces me mira de manera extraña. Suele sonreír mucho, y que yo esté viviendo ahora con ellos le agrada completamente.

—Samantha, querida. —se dirigió a mí la mujer. —Tenemos que ir a inscribirte a la escuela y realizar el papeleo necesario para que te conviertas en una habitante del distrito 4.

Por supuesto, Finnick se había encargado de avisarle a su madre “mi situación”, con la cual ella se había conmovido, y Clarissa se sorprendió.

—¿Hijo de agentes de la paz que se escapó? Dios, eso es genial. —había dicho, yo le di la razón.

—Está bien. —le dije a Elizabeth mientras la ayudaba para terminar de limpiar la cocina. —¿No le molesta, verdad?

—¡Oh, no, no, querida! —negó apresuradamente, mientras se quitaba su delantal y lo colgaba en un armario. —En realidad no tengo algo más interesante que hacer.

Y eso me hizo sentir como que ella estuviera diciendo que soy una persona aburrida y que en realidad va conmigo porque no hay nada más divertido que pueda entretenerla. Quizás soy algo exagerada, pero bueno, no es mi problema pensar así.

—Está bien. —asentí.


Caminaba detrás de la señora Odair en dirección al edificio de justicia. Las calles solamente estaban pobladas de las personas que trabajaban en el mercado y de las que compraban, pues hoy —supongo— es Lunes.

Los habitantes trabajaban y los niños —incluidos Finnick y Clary— van a la escuela.

Cuando llegamos me sentí una criatura indefensa y pequeña, ya que la estructura era enorme y estaba construida de una manera elegante e imponente.

Entramos y era un lugar tremendamente silencioso, podía escuchar el latido de mi corazón y mis pasos resonaban como si de gritos se tratara.

Era amplio y debimos caminar bastante también, hasta que llegamos a una gigantesca puerta, que parecía dar entrada a una especie de oficina.

Elizabeth golpeó educadamente, y no abrió la puerta hasta que se escuchó un “¡Pase!” del otro lado.

Solo un pensamiento me llegó a la cabeza.

Me van a tirar al mar para deshacerse de mí.

—Buenos días, señor alcalde. —saludó la rubia mujer.

—Buenos días. —exclamé yo después de unos segundos.

El canoso hombre alzó una ceja, curioso.

—Ahora, díganme por qué razón están aquí.

Y la señora Odair relató toda mi farsa con lujo de detalles. El Alcalde —del cual no tengo idea de su nombre— parecía ser un buen hombre. A lo largo de la explicación hacía muecas o se sumergía en sus pensamientos, y cuando Elizabeth terminó, él se quedó callado unos segundos.

—Está bien. —dijo. Me confundí. —No es tu culpa lo que tus padres hayan hecho, y por derecho tu deberías ser habitante, así que ahora arreglaremos eso.

Me preguntó mi nombre, datos generales, me sacaron sangre para registrarme y blah, blah, blah. Cosas que no vale la pena contar.

Cuando llegué a casa ya era oficialmente Samantha Waters, habitante del Distrito 4. Y ahora entraba en la Cosecha, así que todo tiene sus desventajas.

También estaba inscrita al colegio y obligada a ir a los entrenamientos que hacen en el distrito 4; mínimo dos horas diarias. Ahora comprendo a los profesionales.

Y sí, empezaba mis horas de entrenamiento hoy. Las clases mañana.

Luego de que llegaran Finnick y Clary y se pelearan por no sé qué cosa pasó hoy en la escuela, nos dirigimos al “instituto de entrenamiento” o como sea que se llame.

Sabía nadar, a decir verdad era excelente nadando, desde muy pequeña aprendí a hacerlo así que si algún día llegará a ser seleccionada para los juegos del hambre —ya que jamás, jamás, jamás me ofrecería voluntaria— y la arena era de agua, tendría suerte.

El problema, era que nunca había experimentado con armas ni nada. ¡Ni siquiera era buena jugando dardos y querían que tuviera buena puntería! Dios.

Un entrenador me llamó a mí, pues tenía que ejercitar sola debido a mi falta de habilidad. Era empezar desde 0 y para cualquiera será una carga pesada.

El hombre se llamaba William Parker, tenía 23 años y no hablaba mucho, aunque no se mostró tan frío y prepotente como los otros entrenadores. El se tomaba las cosas más con calma y no se enojaba cuando hacía las cosas mal —prácticamente, todo el tiempo—.

—Veamos cuantas vueltas logras dar a lo largo de todo el instituto en tan solo doce minutos. —me dijo, yo quedé helada. ¿Él quería hacerme correr? ¿A mí? ¿A la chica que caminando de su habitación a la cocina casi le da un ataque cardiaco? Vale, eso no estaba en mis planes.

—Pero…—quería replicarle, pero él me miró duramente, sabiendo que intentaría safarme.

—Ahora.

Y así fue como Samantha Waters murió, luego de doce minutos de sufrimiento llegó un punto en el que no pudo seguir y su corazón explotó.

Bueno, bueno, no literalmente, pero siento que mi cuerpo ya no tiene vida. Estoy tirada en el frío piso, prácticamente me lancé cuando William me informó que los doce minutos terminaban, y no puedo levantarme. Siento que mi cuerpo está a su temperatura máxima y la adrenalina corre por mis venas. Por lo que el piso —que como ya mencioné, está frío—en este momento es mi mejor amigo.

—Samantha, por favor levántate del piso. —me pidió William intentando no reírse.

—¡No! —grité, escuché unas ligeras risas y me di cuenta de que Clary, Finnick y bastantes personas más estaban viendo mi espectáculo.

—Que te levantes. —me ordena, pero sin levantar la voz, lo hace de manera amable.

—¡No! —volví a gritar, y cuando vi que él se acercaba para levantarme a la fuerza me arrastré lo que más pude hasta llegar a un poste. Me aferré a él como si el mundo se acabara y William comenzó a tirar de mis piernas. —¡Suéltame, suéltame!

—Vamos, Samantha. No hagas esto. —decía él tratando de controlarse, pero de cualquier manera noté que estaba completamente desesperado por la escena que estaba montando.

De la nada, Finnick, Clarissa y varios instructores más —que al parecer eran más simpáticos de lo que creía— me tiraban las piernas sin éxito.

—¡No me moveré de aquí! —seguía gritando. —¡Ni aunque me amputen los brazos y me corten las piernas!

—¡Que exagerada eres, Sam! —soltó una carcajada Clary. Y muchas personas más. Parece que las actividades de todos se habían detenido y ahora se dedicaban a reírse de cómo intentaba escaparme del entrenamiento.

—Wow, tienes fuerza. —exclamó uno de los entrenadores. Y al parecer la tenía ya que eran al menos unas veinte personas tirándome de los pies y yo seguía abrazada a ese poste.

—Y es rápida. —agregó William. —Hizo setenta y cuatro vuelta en doce minutos.
¡¿Qué hice cuanto?! ¡¿Setenta?! Oh por dios, una suma tan grande mezclado con mi nombre y la palabra ejercicios me da náuseas. Además, ¿Cómo es posible ello? Mientras corría sentí como si fuera el infierno en vida, no más que eso. Ni siquiera me molesté en contar cuanto duraba el sufrimiento.

Quizás no era tan inservible, pero sí era floja, y ese sí que era un problema.

Entonces parece que tengo fuerza, se nadar y soy rápida. Mi estrategia en la arena sería escapar, supongo.

La idea de yo en la arena me dio unas náuseas que me hicieron soltarme del poste, y como tenían sujetadas mis piernas caí de boca al piso.

Finnick y Clary tenían una mirada asombrada por la cantidad de vueltas que di, las cuales se transformaron segundos después con mi caída en unas grandes carcajadas.

—La verdad es bastante inútil. —le habló William a uno de los entrenadores. —Fracasó en todas las pruebas anteriores, su habilidad es mediocre. Pero si entrena mucho quizás pueda ser buena.

—Tiene buena base. —le respondió el otro.

¡¿De qué base están hablando?! ¡Si no he hecho nada en toda mi vida!

Después de todo el alboroto, y de que me convencieran de que debía entrenar, William me ayudó un poco con los cuchillos, porque él dijo que debía escoger una especialidad y elegí eso. Era pésima, pero poco a poco aprendería.

Así que cuando terminamos estaba agotada, nunca había hecho tanto deporte en toda mi vida. O bueno, no deporte, me estaban entrenando para ganar los Juegos. Me estaban entrenando para matar.

—Parece, Sam, que eres más floja de lo que pensaba. —rompió Finnick el silencio, Clary sonrió divertida. Según ella jamás superaría lo que pasó hoy.

—Parece, Finnick, que no me interesa. —tenía que decirlo, porque en ese momento tenía un humor de perros.
Se rieron, parece que todo el tiempo se reían a costa mía.

Clary de la nada comenzó a caminar más rápido, como si quisiera dejarnos a solas.

¡Esperen! ¿Qué?

—Eres grandiosa, Samantha Waters. —sonreí, completamente sonrojada pero lo hice. Creo que nunca nadie que no sea ni mamá ni papá me había dicho algo bueno. Y que me lo dijera Finnick Odair se sentía como que todo tenía sentido, como que de alguna manera había valido la pena.

—Me caes bien, Finnick Odair. —le dije, y él me abrazó. Como si me tuviera cariño o me quisiera, como si en realidad le importara.

—Eres muy especial, amiga.
Y en ese momento me sentí completamente feliz. Porque nunca había tenido algún amigo. Nos sonreímos, y supe que de ahora en adelante todo estaría bien.