The Lying Game |One Direction|

Paul comienza a reírse al verme, disfrutando de mi baile de la vergüenza. Lo único que quiero es ingresar a casa sin que nadie se dé cuenta e inventar alguna excusa idiota por la tarde, cuando esté lo suficientemente sobria como para mentir – aunque, admitámoslo, nunca me ha ido muy bien ocultando cosas –, pero sé que él y su amigote no me la harán tan fácil. Si de algo tienen fama los matones de One Direction es de cargosos irremediables. Nunca dejarían pasar una oportunidad para burlarse de alguno de nosotros.
– Bonito vestido, Libby – comenta Ryan.
Mascullo blasfemias entre mis dientes y trato de no hacer públicas mis opiniones, dándoles así el gozo de haberme afectado. Si hay algo que he aprendido durante mi estancia aquí y a lo largo de los años que viví con mis padres es a hacer oídos sordos a aquello que puede joderte el doble solo por contestar.
– Paul, Ryan – asiento con la cabeza en modo de saludo –. ¿Pueden abrirme?
Cruzan miradas entre ellos, poniéndose serios. Luego estallan en carcajadas y comienzan a burlarse, dejando muy en claro que no soy más que un buen chiste para ellos. Minutos pasan hasta que, hartos de que ni siquiera responda a sus continuos ataques, cierran sus bocas y toman la llave para dejarme ingresar.
Entro al recibidor mientras me quito los tacones, muy segura de que despertaré a mi hermana si no tomo las precauciones necesarias. No sé muy bien si es que está preocupada por mí o no, puesto que la batería de mi celular ha muerto hace ya varias horas. Solo espero que se haya puesto lo suficientemente ebria como para no recordar no haberme traído con ella.
Subo las escaleras sigilosamente y me interno en mi habitación, cerrando la puerta con cautela. Me quito la poca ropa que tengo aún en mi cuerpo y me encamino hacia la ducha, no sin antes enchufar mi celular. Noto, por el reloj de mi mesita de luz que son las once y cuarenta y cinco de la mañana.
Me baño, sacando los restos de suciedad de mi cuerpo. No hay nada mejor que una buena ducha luego de una larga noche de fiesta. Por lo general, los bares y boliches se llenan de ebrios a los cuales les gusta aventar sus bebidas sobre los cuerpos de otros e inundar el ambiente de su olor vagabundo. No es que yo no me incluya en esta calificación, claro.
Cierro el grifo y me restriego la toalla hasta conseguir secarme por completo.
Lo siguiente que sé es que tengo puesto el piyama y estoy yaciendo sobre mi cama mientras mis ojos se cierran una y otra vez, dándole paso al sueño.



Judith me mira con cara de pocos amigos y espera mi explicación, cruzando los brazos con impaciencia. Sus ojos llamean enojo, así que supongo que no me la hará muy fácil. Había olvidado completamente la reunión de hoy por la mañana, razón por la cual Styles le atendió en la puerta cuando llegó.
De más está decir que es lo que sucedió: el ruloso se la confundió con una fan, le dijo una y mil blasfemias y luego le dio con el picaporte en la cara. Mi compañera universitaria – una adolescente con los humos muy a tope y un sentimiento de superioridad importante; bien petisa pero imponente como un gigante basquetbolista – rompió la puerta con una patada y lo tomó por el cuello, provocando tales gritos en el castaño que lograron despertarme.
No fue hasta que Paul y Ryan pudieron separarlos que llegué a la habitación, encontrándome con grandes rasguños en el rostro de Styles y el cuerpo inmovilizado de Lakewood. Tuve que rogar para que la soltaran sana y salva, puesto que las órdenes del mutilado eran muy diferentes a las mías.
Ahora, en mi habitación, intento encontrar las palabras para explicarle a Judith la razón de mi desastroso estado. No solo tengo rímel por todo mi rostro, sino que también apesto a alcohol y cigarrillo; mi vestimenta no es más que una camiseta larga de Louis y mi pelo parece una maraña de pájaros.
– Me olvidé que venías, lo siento. Ayer por la noche tuve que salir con los chicos y…
– No me jodas, Sherlock – me corta. Una pequeña sonrisa cargada de humor se instala en sus labios mientras pasea de un lado al otro, examinando mi habitación –. Pues yo creía que en realidad te veías así por puto gusto.
Le doy una mirada de pocos amigos, dándole a entender que su pequeño chiste no ha causado ninguna gracia. Si hay algo que odio de ella – además de su envidiable y alucinante cabellera castaña, claro – es su capacidad de contestar con humor ácido hasta en las situaciones más pesadas y problemáticas. En cierta forma me recuerda a Harry, aunque lo de él es más bien un mecanismo de defensa que algo natural, como en el caso de mi querida compañera.
– Como sea, ¿Empezamos?
Tira su mochila color marfil sobre mi cama y se sienta.
– ¿Estás loca? Date una buena ducha o mantente a cien metros de distancia, Calder. Suficiente con que tuve que soportar el gay ruliento amigo tuyo, ¿Sabes? El muy hijo de puta llamó a sus guardias para que lo respaldaran, es un maldito maricón.
Llevo las manos hacia mi frente, chocándolas en un gesto de frustración. ¿Acaso nunca se cansa de decir malas palabras? Yo lo hago también, sí, pero esta mujer es cien veces peor de lo que creía humanamente posible.
– Me bañé al llegar, Judith.
– Pues veo que no lo has hecho muy bien – me da una breve inspección y niega con su cabeza –. Oh Calder, y yo que te creía una santa. Mejor vete antes de que me descomponga con tu mezcla de olores.
Pienso rebatir su punto, pero sé que no puedo hacerlo. De hecho, opino que no me vendría mal una ducha después de todo. No sé si ha sido el alcohol ingerido o qué, pero el baño de esta mañana no ha resultado como inicialmente pensaba. Supongo que esas son las desventajas de salir un día de semana.
Lakewood sigue escupiendo incoherencias de sus pálidos labios, pero la verdad es que ya no la estoy escuchando. Poco me importa la grasa sobre los rulos de Styles o la supuesta falta de entrenamiento de sus matones.
Mi mente vaga por los episodios de la noche anterior, recordando desde el comienzo hasta el final de ésta. Aun no puedo creer que me he acostado con el mismísimo Max George. Tan solo espero que ninguno de los chicos se entere, puesto que estaré en graves problemas si lo hacen.
– ¡A bañarse, Calder! ¡Uno, dos, tres!
Cierro la puerta del baño con un fuerte sonido y escucho, a lo lejos, la risa de mi compañera universitaria y futura psicóloga.


Judith – o Jude, como a ella le gusta llamarse – repasa nuevamente los apuntes, verificando la ortografía y gramática de éstos. Si bien los errores no son muy comunes en nuestros trabajos grupales, es mejor prevenir que lamentar. Tanto ella como yo tenemos un buen promedio en nuestros trabajos extras y exámenes de la universidad, por lo cual nos esforzamos al máximo y damos lo mejor que tenemos, esperando resultados elevados. Sería una pena que tan estúpido resumen nos bajara nuestra nota.
Ya desde hace una hora y media que estamos trabajando duramente en la investigación, buscando resultados acerca del método seleccionado y anotando toda posible información que sirva para ordenar nuestra presentación. Ni siquiera nos hemos acercado a la cocina por un poco de agua o comida; dos necesidades básicas que están siendo urgentemente necesarias en mi vida.
– Tu estómago es una puta sinfonía, no puedo concentrarme así.
No contesto. Desde hace media hora que estoy quejándome, esperando que me permita ir hacia la cocina para buscar un poco de sobras y un buen vaso de jugo de naranja. Todas las veces que he abierto la boca me ha contestado grotescamente, poniendo como excusa que debería haber comido antes de que ella llegara. No es que su presencia mande sobre la mía o algo por el estilo, pero prefiero no hacerla enfadar porque sé que es totalmente capaz de pegarme en el rostro y eso no sería muy bonito.
Los gritos en planta baja se hacen presentes, como usualmente sucede a estas horas de la tarde. Siento la mirada de Jude sobre mi nuca pero no me animo a levantar mis ojos para escrutar su expresión; me da mucha vergüenza que personas ajenas al hogar se enteren de los problemas que hay dentro. Para mi suerte, se mantiene callada y no me pregunta acerca de los fuertes sonidos.
– ¡Olivia!
A pesar de que el escenario se sitúa lejos de mi habitación, logro captar mi nombre bien claro en la boca de Harry. Parece estar llamándome, o al menos eso es lo que creo. La mayoría del tiempo me mantienen alejados de sus peleas, demasiado cuidadosos con lo que dicen en mi presencia. ¿Acaso hoy harán una excepción, justo cuando he traído una invitada a casa? ¿O esto es, justamente, una discusión acerca del ingreso de “extraños” al hogar?
Sea como sea, me hago la idea de que no me pararé hasta que alguien venga a buscarme. Si quieren hacer un papelón, pues lo haremos bien. No me convertiré en otra de las sumisas del Gran Styles, yendo y viniendo para donde a él más le convenga y precise.
Además, ya demasiado tengo con ser la nueva esclava de Judith Lakewood.
– ¡Olivia! ¡Ven para aquí en este mismo instante!
Sujeto uno de los marcadores color uva y subrayo lo que me parece importante, descartando todo tipo de ejemplos o citaciones textuales. Descarto la idea de utilizar los auriculares para aislarme del mundo exterior, dado que sería un gesto demasiado grotesco para la castaña.
Escucho unos cuantos rudos golpeteos sobre mi puerta.
– ¿No le contestarás?
Niego con la cabeza. Vuelvo mi atención al documento, pero las letras se mezclan las unas con las otras y se me hace muy difícil distinguir entre lo que leo y lo que en realidad estoy imaginando.
Jude se levanta y dirige sus pasos hacia la salida.
– ¡No lo hagas!
Le da un giro a la llave lentamente, extendiendo el tiempo de espera. Antes de abrir la puerta por completo me lanza una mirada maliciosa; de esas que vez muy seguido en su rostro y te hacen querer vomitar antes de que la broma comience.
Para mi sorpresa, tanto Louis como Harry se encuentran afuera, completamente furiosos y con sus ojos llameando como dos flamas a punto de explotar sobre nuestras cabezas.
– Popeye* y Ham Gravy** vinieron a buscarte, querida Olivia.
Eleanor se abre paso sobre los dos cuerpos, interfiriéndose entre el golpe que Styles está a punto de propinarle a mi amiga. Si bien es muy caballeroso la mayor parte del tiempo – excepto conmigo, claro –, no hay nada que le moleste más que una mujer que le pisotee el orgullo, tal y como se lo han hecho hace un par de horas. Y cada vez que esto sucede, todos sus buenos modales se van a pasear por un buen rato.
– Déjame acabar con ella, Calder – rechina entre dientes –. Primero debo resolver este asunto pendiente, luego me encargo de asesinar a tu hermana la prostituta y no me vuelvo a aparecer por aquí.
– Cuida tus palabras o te las haré comer tal y como lo he hecho hoy por la mañana, niño de mami – Jude quita suavemente a mi hermana del medio y se posiciona más cerca del ruloso, quien ya se ve un poco intimidado –. Puedes decir lo que quieras, pero acusar a una mujer de tales actividades solo te hace más desgraciado de lo que ya eres.
Louis suelta una pequeña risita y me da un fugaz vistazo, guiñándome el ojo en el proceso. Al parecer el enojo ya se le ha ido, puesto que parece más feliz que nunca. Conociéndolo, intuyo que su repentino cambio de humor tiene mucho que ver con mi amiga, quien me ha respaldado como si fuera su más gran confidente. Al castaño le encanta que circule con buenas compañías, cree que los amigos lo son todo en la vida pero que solo aquellos que realmente demuestran su lealtad valen la pena. Supongo que Judith ha entrado en su lista de personas agradables apropiadas para salir con Libby.
– ¿En serio te estás riendo, Tomlinson? – me congelo. Cada vez que Harry llama por su apellido a Louis es porque hay algo muy malo tras ello, de ese tipo de cosas que te hacen helar la sangre y querer estar en cualquier otro lugar excepto en ese mismo –. No sé si lo recuerdas, ¡Pero acabas de enterarte que tu estúpida cuñada se acostó con Max George!
Mierda.


*Popeye: novio de Olivia en serie de dibujos animados (Popeye el marino).

**Ham Gravy: ex–novio de Olivia en la misma serie.

{#} Libby es el diminutivo de Olivia.

{#} Judith Lakewood es mi personaje en honor a Kande y es representado por Demi Lovato.