The Lying Game |One Direction|

Repaso nuevamente las últimas líneas, intentando memorizar los conceptos. Por más que lo intente, sociología y yo nunca nos llevaremos bien. Puedes darme a Aristóteles o Freud y te los leeré con gusto, pero no introduzcas en el plan a Weber, Marx o, mucho menos, el queridísimo Saint–Simon – ¿Cómo un hombre al cual ni siquiera suicidarse le salió bien es considerado un genio? – porque entonces estaré en problemas.
Sin dudas, estudiar para el examen de sociología y pasar una noche en vela no son mis planes favoritos; nunca lo serán. Sin embargo, al menos que quiera desaprobar, debo intentar esforzar las pocas neuronas que me quedan – y que se han consumido con mi ingreso a la universidad – para comprender el texto y así poderme ir a dormir de una buena vez por todas. No pido saber hasta el último detalle, sino tener una mínima idea del tema para poder descansar por las próximas cuatro horas sin sentirme culpable.
Alguien toca la puerta de mi pieza. Me levanto, preguntándome si la luz procedente de mi lámpara de techo le molesta alguno de los dos chicos y es por eso que han decidido venir a verme. Abro cuidadosamente, intentando no hacer mucho ruido.
Eleanor está apoyada sobre la pared blanquecina del pasillo. Lleva un vestido negro arrugado, dos hoyuelos oscuros en los bordes inferiores de sus ojos y su pelo castaño completamente enmarañado. No hay señales de maquillaje en su rostro, lo cual es bastante extraño viniendo de alguien tan coqueto como ella.
No puedo evitar preguntarme qué es lo que está haciendo aquí. Me alegra verla, pero no esperaba hacerlo hasta dentro de unos cuantos días más. ¿Por qué ha vuelto antes? ¿Acaso se ha peleado con Louis?
– ¿El?
Asiente. Me muestra una de sus sonrisas falsas, de esas que utiliza constantemente bajo la presión de las cámaras, y sé inmediatamente que hay algo mal en ella. Siento sus brazos sobre mi cuerpo, abrazándome y confirmando mis sospechas.
– ¿Cómo has estado, eh? – aparta nuestros cuerpos, posicionando sus lánguidos dedos sobre mis hombros – Espero que los chicos te hayan cuidado bien.
Quiero responderle, pero las palabras no salen de mi boca. No importa como Zayn o Niall se han comportado conmigo, ni las estupideces que Harry ha hecho desde que se fueron; su estado me preocupa más que ello.
– ¿Comiste algo hoy?
Mi hermana ha comenzado a tener ciertos patrones de desorden alimenticio desde la llegada de Louis a su vida. Las cámaras y todas las críticas que conlleva moverse en el mundo de la fama han logrado tener un efecto poco deseado en sus hábitos más comunes. Ya no va Starbucks todos los días ni desayuna sustanciosamente, y con suerte come más de una vez al día; usa la balanza cada vez que se levanta y se va a dormir, y visita el gimnasio tres veces por semana.
– Eso no importa ahora, ¿sí? Debemos hablar sobre algo importante.
– ¿Sobre por qué has vuelto antes? – inquiero. Dejo pasar el anterior tema solo para continuar con este.
Asiente.
– Mejor vamos a sentarnos.
La invito a pasar a mi pieza, abriendo la puerta por completo. Nos sentamos sobre unos pequeños puf’s violetas colocados en el extremo opuesto a mi cama y recostamos nuestros pies sobre la suave alfombra de terciopelo que cubre el suelo de madera.
– ¿Louis y tú se pelearon?
Niega con la cabeza. Un suspiro de fastidio sale de boca, demostrando lo cansada que le pone el tema.
– Tengo que hacerte una pregunta.
– ¿A mí?
– Sí, a ti.
Inclino mi cabeza hacia atrás y adelante, esperando a que continúe. Si hay algo que quiere preguntarme, entonces yo también formo parte de su apresurada vuelta; y si lo hago, me sentiré culpable por el resto de la semana. ¡Debería estar en sus merecidas vacaciones!
– ¿Por qué Swift habla de una supuesta buena relación entre ti y Harry?
Cierro los ojos y tiro mi cuerpo hacia atrás. Todo el mundo ha visto esa maldita entrevista, y es probable que esté en las tapas de las revistas de chimentos por las próximas tres semanas. Ni siquiera sé cómo es que podré llegar a la Universidad mañana por la mañana, dada la gravedad de los acontecimientos.
– Styles y yo no nos volvimos amigos de la noche para la mañana, si eso es lo que estás pensando.
– No, Lib, eso nunca se me pasaría por la cabeza. Styles, tú y amistad son palabras que nunca irán en la misma oración a menos que haya un «no» de por medio – se ríe fuertemente, y contengo el impulso de lanzarle algún almohadón por la cabeza. Si bien debo admitir que tiene la razón, no me gusta para nada que sea tan visible mi odio hacia el castaño. ¿Cómo es que hemos llegado hasta ese punto? –. Lo que me preocupa es que te haya obligado – su voz se torna nuevamente seria.
Obligo a mis párpados a abrirse. La miro con incredulidad, preguntándome si realmente ha dicho eso. Harry puede ser odioso, idiota, mujeriego, inmaduro, bruto, frío y mil cosas más, pero nunca me ha obligado a hacer algo que no quiera. La única cosa que respeta de mí son mis decisiones, y Eleanor está al tanto de ello.
– Él no me obligo a nada, fui yo quien le di una buena impresión a Taylor – me encuentro admitiendo –. Styles solo me lo pidió, yo decidí si hacerlo o no.
Lanza un suspiro de alivio. Su rostro muestra una de sus verdaderas sonrisas, dando por entendido que ya se encuentra bien.
– ¿Es por eso que viniste? ¿En serio?
– En realidad, a Louis le surgió un compromiso con la banda y tuvimos que volvernos antes. Lo de Harold tan solo me tenía preocupada.
Quiero creerle, pero no lo hago.
Las Calder no nacimos para mentir.



Bordeo la valla de madera, saludo a los guardaespaldas asignados y les pido que me abran la puerta.
Por precaución, a excepción de Louis y quienes se encargan de cuidarlo, nadie tiene permitido llevarse una llave fuera de la casa sin permiso. Es por eso que siempre que llego de la Universidad, de visitar un amigo o, incluso, de alguna fiesta por la madrugada; Paul o alguno de sus compañeros me está esperando para dejarme entrar.
Ingreso. Tiro el bolso en la pequeña mesita del recibidor y me dispongo a ir por algo de comer, puesto que mis tripas están gruñendo desde hace unas cuantas horas.
– ¡Te hemos dicho que no, Harold!
Los gritos provenientes de la cocina me indican que no es un buen momento para ingresar por un tazón de cereales, así que doy media vuelta encarando hacia las escaleras. Últimamente me es normal escuchar a Louis y Harry discutir, y le he agarrado práctica a esto de escabullirme y hacer como si no existiera ninguno de los dos. No es algo bonito de ver o escuchar, pero me he adaptado a ello.
– ¡No pueden seguir con esta mierda! – la voz de mi hermana me hace frenar en seco.
Me quedo allí, entre medio de los primeros dos escalones, intentando robar algo de la conversación. Si Eleanor está metida en esto, quiere decir que la pelea sí es de mi incumbencia. Ella es mi familia y, por lo tanto, tengo el poder suficiente como para adentrarme en cualquiera de sus asuntos.
– Tú no eres mi maldita novia, ¡Yo puedo hacer lo que quiera!
– Haz lo que quieras, ¡Pero no con mi hermana!
«¿Yo?»
El portazo hace estallar mis tímpanos.
Doy media vuelta, encontrándome con una versión enojada del castaño – vestida en unos apretados jeans negros y una entallada remera de the rolling stones – mirándome como si estuviera a punto de tragarme viva y escupir mis restos. Lo único que deseo en estos momentos es que no descargue su furia conmigo. No soportaría presenciar uno de sus tantos ataques de ira, mucho menos cuando me encuentro tan cansada como ahora.
Louis y Eleanor hacen acto de presencia, seguramente esperando continuar la discusión en la sala de estar. Al verme, se quedan bien quietos donde se encuentran y se lanzan miradas de pánico el uno al otro.
– Lib, ¿Desde hace cuánto…? – pregunta el ojiazul, dejando la frase incompleta a falta de aire.
– No importa – miro a Harry, quien se está acercando cada vez más hacia donde estoy y lleva una sonrisa fría en su rostro. Me pregunto qué rayos está pasando por su cabeza, y si esto forma parte de alguna de sus ideas macabras. Cada vez que Harry Styles sonríe, un niño de áfrica se esconde bajo su cama por temor a verlo –. Tú y yo tenemos un asunto pendiente.
– ¡Styles! – mi hermana ruge. Sus ojos centellean preocupación y su respiración es cada vez más irregular. Sé que ha estado llorando.
Pero ya es demasiado tarde. Sin ni siquiera poder resistirme, una de sus manos se coloca sobre la mía y me tira a rastras fuera de la habitación. Louis y Eleanor nos llaman, pero sus voces se van haciendo cada vez más débiles a medida que seguimos avanzando. Y por más que intente, me es imposible zafarme de su fuerte agarre.
Solo cuando me obliga a meterme en su coche me vuelvo consciente de que debo hablar:
– ¿A dónde diablos piensas llevarme?
Su sonrisa se ensancha, y juro haber visto al gato de Chesire al menos por un momento.
– Daremos un paseo por Starbucks, como buenos amigos que somos.