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Halo y Hades: Un Ángel Enamorado (Joseph) - Página 6 Empty Re: Halo y Hades: Un Ángel Enamorado (Joseph)

Mensaje por Lemoine Mar 07 Ene 2014, 9:58 pm

Chicas antes de empezar quiero decirles que decidí dejarle el nombre real a la protagonista que es Bethany, es que me gusta mas como queda con el nombre verdadero. Bueno ahora si, son los últimos capítulos.



26
El baile




El baile se celebraba en el Pabellón del Club de Tenis. Con sus amplios jardines y sus diversos salones, desde donde se dominaba toda la bahía, era sin lugar a dudas el centro de recepciones más elegante de la zona.
La limusina se deslizó junto a sus altos muros de piedra caliza y cruzó la verja de hierro para recorrer un sinuoso sendero flanqueado de prados y setos impecables. El jardín estaba salpicado de fuentes de piedra; entre ellas, un majestuoso león esculpido con la zarpa levantada, de cada una de cuyas garras brotaba un chorro de agua. Había incluso un estanque con un puentecito y un cenador que acaso habría encajado mejor en un antiguo castillo europeo, y no en un pueblo insignificante como Venus Cove. No podía evitar sentirme abrumada por un escenario tan suntuoso. Jake, por su parte, parecía del todo indiferente. Mantenía su eterna expresión de hastío y torcía los labios en una sonrisa socarrona cada vez que se encontraban nuestras miradas.
La limusina siguió avanzando por el sendero, pasó junto a las pistas de tenis, que resplandecían bajo las luces como lagos verdes, y se dirigió al pabellón propiamente dicho: un enorme edificio circular de cristal con tejado a dos aguas y espaciosos balcones blancos. No cesaban de desfilar parejas hacia el interior: los chicos erguidos, las chicas sujetando sus bolsitos y ajustándose los tirantes de los vestidos. Aunque ellos estaban muy elegantes con esmoquin, lo cierto era que no pasaban de ser simples comparsas; la noche pertenecía claramente a las chicas. Todas tenían en la cara la misma expresión expectante e ilusionada.
Algunos grupos habían llegado en limusinas y en coches con chófer, mientras que otros habían optado por utilizar el autobús de dos pisos de la fiesta, que justo en aquel momento se detenía con un cargamento de pasajeros entusiasmados. Advertí que el interior del autobús había sido redecorado como si fuera una discoteca, con luces estroboscópicas, música a tope y todo el rollo.
Por una noche al menos, la filosofía feminista había sido dejada de lado y las chicas se permitían que las llevaran del brazo por las escalinatas y el vestíbulo como si fueran princesas de cuento de hadas. A mi derecha, Molly se hallaba demasiado absorta estudiando el panorama para molestarse en darle conversación a Ryan Robertson, que estaba muy guapo con su traje, todo hay que decirlo. A mi izquierda, Taylah no paraba de sacar fotos ansiosamente, como si no quisiera dejarse ningún detalle. También le echaba miraditas a Jake cuando creía que no la veíamos. Él la miró abiertamente y la recompensó con un guiño. Taylah se puso tan colorada que pensé que era un milagro que no se le disolviera todo el maquillaje.
El doctor Chester, el director de Bryce Hamilton, engalanado con un traje gris pálido, estaba a la entrada del vestíbulo rodeado de arreglos florales dispuestos sobre pedestales. Los demás miembros del personal del colegio se habían situado estratégicamente para ver cómo hacían su entrada las jóvenes parejas. Advertí que el doctor Chester tenía gotas de sudor en su frente abombada: el único signo aparente de tensión. Sonreía ampliamente, sí, pero sus ojos decían bien a las claras que habría preferido estar apoltronado en el sillón de su casa, y no vigilando a un puñado de preuniversitarios malcriados decididos a pasar la noche más memorable de sus vidas.
Jake y yo nos unimos a la fila de parejas llenas de glamour que aguardaban para hacer su entrada. Molly y Ryan iban justo delante de nosotros y yo los observaba atentamente para ver cómo era el protocolo y no meter la pata.
—Doctor Chester, le presento a mi pareja, Molly Amelia Harrison —dijo Ryan con un tono muy formal. Sonaba raro viniendo de un chico que se divertía con sus amigos dibujando en el asfalto de la entrada del colegio unos genitales descomunales. A mí me constaba que Molly le había dado instrucciones para que exhibiera aquella noche sus mejores modales.
El doctor Chester sonrió benévolo, le estrechó la mano y los hizo pasar.
Nosotros éramos los siguientes. Jake entrelazó mi brazo con el suyo.
—Doctor Chester, mi pareja, Bethany Rose Church —dijo muy galante, como si me estuviera presentando en una corte imperial.
El doctor Chester me dirigió una cálida sonrisa.
—¿Cómo es que sabes mi segundo nombre? —le pregunté, una vez dentro.
—¿No te había dicho que soy adivino?
Seguimos a la avalancha de gente y entramos en el salón de baile, mucho más lujoso de lo que me había imaginado. Las paredes eran todas de cristal, desde el suelo hasta el techo, y la suntuosa alfombra, de un intenso color borgoña. El parquet de la pista de baile relucía bajo las arañas de cristal, que arrojaban diminutas medialunas de luz. A través de las paredes veía el océano extendiéndose en suaves ondulaciones, y también una pequeña columna blanca parecida a un salero. Tardé un instante en darme cuenta de que era el faro. Las mesas, distribuidas alrededor del salón, estaban cubiertas con manteles de lino y vajilla de porcelana. Los centros de mesa eran ramos de capullos amarillos y rosados, y había lentejuelas plateadas esparcidas por los manteles. Al fondo, la banda empezaba a afinar sus instrumentos. Los camareros circulaban por todas partes con bandejas de ponche sin alcohol.
Divisé a Gabriel e Ivy en un rincón. Parecían tan fuera de lugar que casi me dolía mirarlos. Gabriel tenía una expresión indescifrable en la cara, pero era evidente que no estaba disfrutando. Los chicos miraban a Ivy maravillados cuando pasaban por delante, pero ninguno tenía el valor de acercársele. Vi que Gabriel barría el salón entero con la vista hasta localizar a Jake Thorn. Lo observó con penetrante intensidad unos segundos y se volvió para otro lado.
—¡Estás en nuestra mesa! —gritó Molly, abrazándome por detrás—. Venga, vamos a sentarnos. Estos zapatos me están matando. —Entonces vio a Gabriel—. O pensándolo bien… voy a saludar primero a tu hermano. ¡No me gustaría quedar como una maleducada!
Dejamos que Jake se ocupara de buscar nuestros asientos y fuimos al encuentro de Gabriel, que tenía las manos entrelazadas a la espalda y observaba el panorama con aire sombrío.
—¡Hola! —dijo Molly, acercándose a él con paso vacilante, porque llevaba unas zapatillas de tiras con tacones de aguja.
—Buenas noches, Molly —contestó Gabriel—. Se te ve muy sugestiva esta noche.
Molly me lanzó una mirada interrogante.
—Quiere decir que estás fantástica —susurré, y su rostro se iluminó —Ah… gracias —dijo—. Tú también estás muy sugerente. ¿Te diviertes?
—Divertirse no sería la palabra más exacta. Nunca me han gustado demasiado las reuniones sociales.
—Ah, ya entiendo a qué te refieres —repuso Molly—. En realidad, el baile siempre es un poco aburrido. La cosa se anima después, en la fiesta privada. ¿Vas a venir?
El pétreo semblante de Gabriel se suavizó un instante y en las comisuras de sus labios asomó un principio de sonrisa. Pero en cuestión de segundos recobró la compostura.
—Como miembro del profesorado me siento en la obligación de simular que no he oído nada sobre una fiesta privada —dijo—. El doctor Chester las ha prohibido expresamente.
—Ya, bueno, él tampoco puede hacer mucho al respecto, ¿no crees? —Molly se echó a reír.
—¿Quién es tu pareja? —dijo Gabriel, cambiando de tema.
—Se llama Ryan, está sentado allí.
Molly señaló al otro lado. Ryan y su amigo se habían sentado ya a la mesa impecable y se habían puesto a echar un pulso. Uno de ellos derribó una copa y la mandó rodando por el suelo. Gabriel los observó con severidad .
Molly se sonrojó y volvió la cara para otro lado.
—Es un poquito inmaduro a veces, pero es un buen tipo. Bueno, será mejor que me vuelva antes de que destroce algo más y nos acaben echando. Pero nos vemos después. Te he guardado un baile.
Casi tuve que remolcar a Molly hasta nuestra mesa y, una vez allí, ella no paraba de volverse para mirar a Gabriel, sumida en un rapto desvergonzado. Ryan no parecía enterarse.
Pese a la magia del lugar, enseguida fui consciente de que yo tampoco me lo estaba pasando bien. Sólo hablaba de naderías con la gente y varias veces me sorprendí a mí misma buscando un reloj con la vista. Empecé a preguntarme si podría excusarme un rato para hacerle una llamada a Joe. Pero incluso si le pedía a Molly su teléfono móvil, no había ningún sitio desde donde hablar con tranquilidad. Los profesores se habían apostado en las puertas para impedir que nadie se escapara a los jardines, y los baños estaban atestados de chicas repasándose el maquillaje.
Después de tanto preparativo, la velada me parecía deslucida. No por culpa de Jake; él se esforzaba todo lo que podía, era un acompañante muy atento: me preguntaba continuamente si me lo pasaba bien, contaba chistes, intercambiaba anécdotas con el resto de los comensales. Pero observando a las chicas de alrededor, que picaban melindrosamente del aperitivo y se sacudían abstraídas algún hilo imaginario de sus vestidos, no pude por menos que pensar que la fiesta no tenía mucho sentido aparte de sentarse allí con aspecto de princesita. Una vez que todo el mundo se había echado mutuamente el vistazo preceptivo, ya no quedaba gran cosa que hacer.
Incluso cuando conversaba con los demás, Jake raramente me quitaba la vista de encima. Parecía decidido a seguir cada uno de mis movimientos. A veces trataba de arrastrarme a la conversación haciéndome preguntas mordaces, pero yo contestaba casi siempre con monosílabos y seguía mirándome las manos. No pretendía estropearle a nadie la noche ni parecer enfurruñada, pero no podía evitarlo: mis pensamientos regresaban a Joe una y otra vez. Me sorprendí a mí misma preguntándome qué estaría haciendo, imaginándome lo diferente que sería la noche si él estuviera a mi lado. El lugar era ideal yyo llevaba el vestido perfecto, pero iba con el chico equivocado y no podía evitar cierta melancolía.
—¿Qué sucede, princesa? —me preguntó Jake cuando me pilló contemplando el océano con añoranza.
—Nada —me apresuré a responder—. Me lo estoy pasando muy bien.
—Mentira podrida —dijo, bromeando—. ¿Jugamos a un juego?
—Si quieres.
—Muy bien… ¿cómo me describirías con una sola palabra?
—¿Tenaz? —sugerí.
—Mal. Tenaz es lo último que yo soy. Un dato curioso: nunca hago los deberes. ¿Qué otra cosa me hace único?
—¿El gel que te pones en el pelo? ¿Tu afable carácter? ¿Tus seis dedos?
—Eso estaba de más. Me amputaron el sexto hace años. —Me lanzó una sonrisa—. Ahora descríbete tú en una palabra.
—Hmm… —Titubeé—. No sé… es difícil.
—Muy bien —dijo—. No me gusta una chica capaz de resumirse en una sola palabra. Le falta complejidad. Y sin complejidad no hay intensidad.
—¿Te gusta la intensidad? —pregunté—. Molly dice que los chicos prefieren a las chicas tranquis.
—O sea, fáciles de llevar a la cama —repuso Jake—. Lo cual supongo que no tiene nada de malo.
—Pero ¿eso no sería lo contrario de la intensidad? —dije—. A ver si te aclaras.
—Una partida de ajedrez también puede ser intensa.
—Hmm… sí, tal vez. A lo mejor para ti una chica y una pieza de ajedrez son intercambiables.
—Nunca —dijo Jake. ¿Tú has roto algún corazón?
—No —respondí—. Ni lo deseo. ¿Y tú?
—Muchos. Pero nunca sin un buen motivo.
—¿Qué motivo, por ejemplo?
—No eran adecuadas para mí.
—Espero que al menos rompieras en persona —dije—. No por teléfono o algo parecido.
—¿Por quién me tomas? —dijo—. Eso al menos lo merecían. Ese resto de dignidad era lo único que les quedaba al final.
—¿Qué quieres decir? —pregunté con curiosidad.
—Digamos que primero amas y luego pierdes —repuso.
A continuación tuvimos que aguantar un tedioso discurso del doctor Chester. Algo así como que aquélla era «nuestra gran noche» y que se esperaba de nosotros que nos comportásemos de modo responsable y no hiciéramos nada que pudiera mancillar la reputación de Bryce Hamilton. El doctor Chester dijo que confiaba en que volviéramos todos a casa en cuanto concluyera el baile. Se oyó alguna que otra risita entre la audiencia, que el director prefirió pasar por alto. Nos recordó que había escrito a todos los padres recomendando que se opusieran a las fiestas privadas y que se lo pensaran muy bien antes de ofrecer sus propias casas para montarlas.
Lo que él no sabía era que la fiesta privada ya estaba organizada desde hacía meses, y que los organizadores no habían sido tan ingenuos como para creer que podrían celebrarla en alguna casa particular, con los padres en el piso de arriba. La fiesta iba a tener lugar en una antigua fábrica abandonada que quedaba a las afueras del pueblo. El padre de uno de los chicos de último año era arquitecto y había estado trabajando para convertirla en una serie de apartamentos. Se había tropezado con las protestas de varios grupos ecologistas y el proyecto había quedado temporalmente suspendido mientras llegaban los permisos preceptivos. La fábrica era muy espaciosa y, sobre todo, quedaba aislada. A nadie se le ocurriría husmear allí. Por alta que estuviera la música, nadie iría a quejarse porque no había casas en las inmediaciones. Alguien conocía a un pinchadiscos profesional que se había ofrecido a trabajar gratis por una noche. Todos se morían de impaciencia esperando que terminase de una vez el baile de promoción para que «la fiesta de verdad» pudiera empezar. Pero incluso si Joe me hubiera acompañado yo no habría contemplado siquiera la posibilidad de ir. Ya había asistido a una fiesta de aquéllas en mi vida humana, y con una me bastaba.
La cena empezó después de los discursos y, al terminar de comer, hicimos cola frente a una plataforma para que nos sacaran fotos para la revista del colegio. La mayoría de las parejas adoptaban la pose clásica, pasándose mutuamente el brazo por la cintura: las chicas sonriendo con aire recatado, los chicos muy rígidos, por temor a moverse y estropear la foto, un crimen por el que sabían que nunca serían perdonados.
Debería haberme imaginado que Jake haría algo distinto. Al llegar nuestro turno, puso una rodilla en el suelo, tomó una rosa de la mesa de al lado y la sujetó entre los dientes.
—Sonríe, princesa —me susurró.
El fotógrafo, que venía disparando una y otra vez de un modo mecánico, se animó un poco al verlo, agradecido por la novedad. Mientras bajábamos del estrado, advertí que algunas chicas miraban de reojo a sus parejas. Su expresión venía a decir: «¿Por qué no puedes ser un poquito más romántico, como Jake Thorn?». Me compadecí del chico que intentó imitar la pose de Jake y acabó pinchándose el labio con las espinas de la rosa. Su novia, roja como un tomate, tuvo que llevárselo corriendo a los servicios.
Después de las fotos, vino el postre (un flan bamboleante), y a continuación hubo un rato de baile. Finalmente, nos pidieron que volviéramos a nuestro sitio para anunciar los premios. Miramos cómo subía al estrado el comité organizador, incluyendo a Molly y Taylah, con los sobres del veredicto y los trofeos.
—Es un placer para nosotros —empezó diciendo una chica llamada Bella— dar a conocer el nombre de los ganadores del baile de promoción de Bryce Hamilton de este año. Hemos sopesado cuidadosamente nuestras decisiones y antes de empezar queremos que sepáis que todos sois ganadores en el fondo.
Oí que Jake sofocaba una risotada.
—Hemos añadido más categorías a la lista de este año en reconocimiento al esfuerzo que habéis hecho todos —prosiguió la chica—. Empecemos con el premio al Mejor Peinado.
A mí me parecía que el mundo se había vuelto loco. Intercambié con Jake una mirada de consternación mientras se sucedían los distintos premios al Mejor Peinado, Mejor Vestido, Mejor Transformación, Mejor Corbata, Mejores Zapatos, Mejor Maquillaje, Mejor Glamour y Belleza Más Natural. Finalmente, concluidos los premios menores, llegó la hora de anunciar lo que todo el mundo había estado esperando: el nombre del Rey y la Reina del baile. Un murmullo de excitación recorrió el salón entero. Aquél era sin duda el premio más disputado. Cada una de las chicas presentes contenía el aliento. Los chicos fingían no estar interesados. Yo no acababa de entender a qué venía tanto alboroto. No era precisamente una cosa que pudieran incluir en sus currículos.
—Y los ganadores de este año son… —empezó la portavoz del comité. Se interrumpió para crear un efecto dramático y la audiencia gimió de frustración—. ¡Bethany Church y Jake Thorn!
El salón entero estalló en aplausos enloquecidos. Durante una fracción de segundo busqué entre la multitud a los ganadores… hasta que caí en la cuenta de que era mi nombre el que habían pronunciado. Supongo que yo debía de tener una expresión glacial cuando me dirigí al estrado con Jake, aunque en su caso el hastío había dado paso a cierto aire de diversión. A mí todo me parecía absurdo mientras Molly me ponía la corona en la cabeza y me colocaba la banda de honor. Jake parecía disfrutar su protagonismo. Tuvimos que abrir el vals antes de que se sumara el resto de los invitados, así que le di la mano a Jake y él deslizó la otra alrededor de mi cintura. Aunque había practicado el vals con Joe, no me sentía tan segura sin él. Por suerte, los ángeles tenemos la ventaja de cogerle el tranquillo a las cosas con relativa facilidad. Seguí a Jake y muy pronto mi mente incorporó el ritmo de la música con toda naturalidad. Mis miembros se movían con fluidez, y me sorprendió descubrir que Jake lo hacía con idéntica elegancia.
Ivy y Gabriel pasaron por nuestro lado, bailando en perfecta sincronía y deslizándose con gestos sedosos. Sus pies apenas rozaban el suelo y daba toda la impresión de que flotaran. Aun a pesar de la expresión sombría de ambos, ofrecían un espectáculo tan fascinante que mucha gente se detenía a mirarlos y les dejaban la pista libre. Mis hermanos se cansaron enseguida de ser el centro de atención y regresaron a su mesa.
Cuando la música cambió, Jake me arrastró rápidamente al borde de la pista y se inclinó hacia mí de tal manera que sus labios me rozaron la oreja.
—Estás deslumbrante.
—Y tú igual. —Me reí, procurando imprimir un tono de ligereza al diálogo—. Todas las chicas están de acuerdo.
—¿Tú también?
—Bueno… yo te encuentro encantador.
—Encantador —musitó—. Supongo que basta por ahora. ¿Sabes?, nunca he conocido a una chica con una cara parecida. Tienes la piel de color claro de luna; tus ojos son insondables.
—Ahora te estás pasando —me burlé. Intuía que estaba a punto de embarcarse en uno de sus soliloquios románticos y yo quería impedirlo a toda costa.
—No se te da bien aceptar cumplidos, ¿verdad?
Me sonrojé.
—La verdad es que no. Nunca sé qué decir.
—¿Qué tal «gracias», simplemente?
—Gracias, Jake.
—¿Lo ves?, no ha sido tan difícil. Y ahora me vendría bien un poco de aire fresco. ¿A ti no?
—Es un poco complicado salir —dije, señalando a los profesores que seguían de guardia en las salidas.
—He descubierto una vía de escape. Ven, te la voy a enseñar.
Había dado en efecto con una puerta trasera que nadie había tenido en cuenta, por lo visto. Primero había que cruzar los servicios y un almacén que quedaba en la parte trasera del edificio. Me ayudó a saltar por encima de los cubos y las fregonas amontonadas contra la pared y, de repente, me encontré sola con él en el balcón que rodeaba por fuera todo el pabellón. Era una noche despejada, el cielo estaba sembrado de estrellas y la brisa resultaba refrescante. A través de los ventanales veíamos a las parejas todavía bailando; las chicas, ya con menos fuelle a aquellas alturas, abandonaban todo su peso en sus parejas. Algo más lejos, manteniendo las distancias, Ivy y Gabriel permanecían de pie, ambos tan relucientes como si los hubieran rociado con polvo de estrellas.
—Cuántas estrellas —murmuró Jake, casi como hablando consigo mismo—. Pero ninguna tan hermosa como tú.
Lo tenía tan cerca que notaba su aliento en la mejilla. Bajé los ojos, deseando que dejara de hacerme cumplidos. Procuré desviar la conversación hacia él.
—Me gustaría sentirme tan segura de mí misma como tú. Nada parece desconcertarte.
—¿Por qué debería? —respondió—. La vida es un juego, y resulta que yo sé cómo jugarlo.
—Incluso tú debes cometer errores a veces.
—Ésa es precisamente la actitud que le impide ganar a la gente —dijo.
—Todo el mundo pierde en un momento u otro; pero podemos aprender de la pérdida.
—¿Quién te ha dicho eso? —Jake sacudió la cabeza y clavó sus ojos color esmeralda en los míos—. A mí no me gusta perder, y siempre consigo lo que quiero.
—¿Y ahora mismo tienes todo lo que quieres?
—No del todo —respondió—. Me falta una cosa.
—¿Qué es? —respondí, recelosa. Algo me decía que estaba pisando terreno peligroso.
—Tú —dijo simplemente.
No sabía qué responder. No me gustaba nada el giro que estaba tomando la conversación.
—Bueno, es muy halagador, Jake, pero ya sabes que no estoy disponible.
—Eso es lo de menos.
—¡Para mí, no! —Di un paso atrás—. Estoy enamorada de Joseph.
Jake me miró fríamente.
—¿No te parece algo obvio que no estás con la persona adecuada?
—No, para nada —repliqué—. Y supongo que tú eres lo bastante arrogante para creerte la persona adecuada, ¿no?
—Simplemente creo que me merezco una oportunidad.
—Prometiste que no volverías a sacar el tema —le dije—. Tú y yo somos amigos, eso deberías valorarlo.
—Y lo valoro, pero no es suficiente.
—¡No eres tú solo quien decide! Ni yo un juguete que puedas señalar con el dedo y obtener sin más.
—Disiento.
Se echó bruscamente hacia delante, tomándome de los hombros, y me atrajo hacia sí. Estrechando mi cuerpo con fuerza, me buscó los labios. Desvié la cara en señal de protesta, pero él la tomó con una mano para girarla de nuevo y pegó sus labios contra los míos. Hubo un relampagueo en el cielo, aunque un momento antes no había ni rastro de tormenta. Me besó con fuerza y contundencia mientras me sujetaba férreamente con las manos. Yo forcejeé y lo empujé y, finalmente, conseguí romper el estrecho contacto y separarme de él.
—¿Qué te crees que estás haciendo? —grité, mientras la furia crecía en mi pecho.
—Darnos lo que los dos deseamos —respondió.
—¡Yo no! —grité—. ¿Qué he hecho para hacerte pensar otra cosa?
—Te conozco, Bethany Church, y no eres ninguna mosquita muerta —gruñó Jake—. He visto cómo me miras y he notado que hay una conexión entre los dos.
—No hay ninguna conexión —subrayé—. Desde luego no contigo. Lo lamento si te has llevado una idea equivocada.
Sus ojos relampaguearon peligrosamente.
—¿De veras me estás rechazando? —preguntó.
—De veras. Yo estoy con Joseph, ya te lo he dicho muchas veces. No es culpa mía que hayas preferido no creerme.
Jake dio un paso hacia mí. La rabia ensombrecía su rostro.
—¿Estás del todo segura de que sabes lo que haces?
—Nunca he estado más segura de nada —dije con frialdad—. Jake, tú y yo sólo podemos ser amigos.
Él dejó escapar una risa gutural.
—No, gracias —me anunció—. No me interesa.
—¿No puedes tratar al menos de afrontarlo con madurez?
—No creo que lo entiendas, Beth. Nosotros estamos hechos el uno para el otro. Llevo esperándote toda mi vida.
—¿Qué quieres decir?
—Llevo siglos buscándote. Ya casi había perdido la esperanza.
Noté que me subía una extraña sensación de frío por el pecho. ¿De qué me estaba hablando?
—Nunca, ni en mis fantasías más delirantes, me había imaginado que tú podrías ser… uno de ellos. Al principio me resistí, pero ha sido inútil. Nuestro destino está escrito en las estrellas.
—Te equivocas —dije—. No tenemos ningún destino juntos.
—¿Sabes lo que es vagar por la Tierra sin rumbo buscando a alguien que podría estar en cualquier parte? Ahora no voy a alejarme y dejarlo pasar sin más.
—Bueno, quizá no te quede otro remedio.
—Voy a darte una oportunidad más —dijo en voz baja—. Supongo que tú no te das cuenta, pero estás cometiendo una terrible equivocación. Una que te costará muy cara.
—No me impresionan las amenazas —dije con altanería.


—Muy bien. —Dio un paso atrás. Su cara se nubló por completo y todo su cuerpo se estremeció violentamente, como si mi sola presencia lo llenara de furia—. Ya no voy a hacerme más el simpático con los ángeles.
Lemoine
Lemoine


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Halo y Hades: Un Ángel Enamorado (Joseph) - Página 6 Empty Re: Halo y Hades: Un Ángel Enamorado (Joseph)

Mensaje por Lemoine Mar 07 Ene 2014, 10:06 pm


27
Jugar con fuego




Jake giró en redondo y desapareció por donde había venido. Yo me quedé clavada en el sitio. Tenía escalofríos. Me preguntaba si habría oído mal su amenaza y las palabras que había pronunciado antes de irse. Pero sabía bien que no. Me sentía como si la noche me abrumara con todo su peso, ahogándome. Había dos cosas de las que ahora estaba segura: primero, que Jake Thorn sabía quiénes éramos; y segundo, que era peligroso. Pensé que tenía que haber estado completamente ciega para no verlo antes. Me había empeñado tanto en mirar su parte positiva que no había hecho ningún caso de los flagrantes indicios en sentido contrario. Y ahora esos indicios parpadeaban con un brillo de neones en la oscuridad.
Noté que me cogían del codo y sofoqué un grito. Me alivió comprobar que era Molly.
—¿Qué ha pasado? —preguntó—. ¡Te hemos visto por la ventana! ¿Ahora estás con Jake? ¿Os habéis peleado tú y Joseph?
—¡No! —farfullé—. ¡Por supuesto que no estoy con Jake! Él… No sé qué ha pasado… Quiero irme a casa.
—¿Cómo? ¿Por qué? No podemos irnos sin más. ¿Qué hay de la otra fiesta? —dijo Molly, pero yo ya había echado a correr.
Encontré a Gabriel e Ivy en la mesa de los profesores y me los llevé aparte precipitadamente.
—Tenemos que irnos —le dije a Gabe, tirándole de la manga.
Quizá conocía ya lo ocurrido o simplemente percibió el tono de urgencia en mi voz, pero no hizo preguntas. Ivy y él recogieron sus cosas a toda prisa y me llevaron fuera del pabellón a buscar el jeep. Me escucharon en silencio durante el trayecto mientras yo les explicaba lo que había ocurrido con Jake y les repetía sus últimas palabras.
—No puedo creer que haya sido tan estúpida —gemí, agarrándome la cabeza con las manos—. Debería haberlo notado… tendría que haberme dado cuenta.
—No es culpa tuya, Bethany —dijo Ivy.
—¿Qué es lo que me pasa? ¿Cómo no lo he percibido? Vosotros habéis notado algo, ¿verdad? Lo habéis sabido en cuanto ha entrado en casa.
—Hemos percibido una energía oscura —reconoció Gabe.
—¿Por qué no habéis dicho nada? ¿Por qué no me habéis impedido que saliera con él?
—No podíamos estar del todo seguros —dijo Gabriel—. Actuaba con gran precaución; era casi imposible captar información de su mente. Podría no haber sido nada y no queríamos preocuparte sin motivo.
—Un humano atormentado también puede tener un aura oscura —observó Ivy—. A consecuencia de una tragedia, de la pena, del dolor…
—O de sus malas intenciones —añadí.
—También —asintió Gabriel—. No queríamos precipitarnos a sacar conclusiones, pero si ese chico sabe lo que somos, entonces todo apunta a que pueda ser… bueno, mucho más fuerte que un humano normal.
—¿Más fuerte?, ¿hasta qué punto?
—No lo sé —respondió Gabriel—. A menos… ¿No podría ser que Joseph…? —Dejó inacabada la frase.
Le lancé una mirada de irritación.
—Joseph nunca le contaría nuestro secreto a nadie —le dije—. No puedo creer que se te haya ocurrido siquiera. Ya deberías conocerlo a estas alturas.
—Está bien. Aceptemos que Joseph no tiene nada que ver —dijo Gabriel—. Hay algo en Jake Thorn que no es natural. Yo lo noto y tú también lo notas, Bethany.
—Bueno, ¿y qué vamos a hacer? —pregunté.
—Hemos de esperar el momento propicio —respondió—. Las cosas se desarrollarán por sí mismas. No debemos precipitarnos. Si es peligroso de verdad, él mismo se delatará.
Cuando llegamos a casa, Ivy me ofreció una taza de chocolate, pero yo la rechacé. Subí a mi habitación y me quité el vestido. Tenía la sensación de que me acababa de caer sobre los hombros un gran peso. Las cosas habían ido muy bien hasta el momento, y ahora aquel chico amenazaba con destruirlo todo. Me arranqué las perlas del pelo y me limpié el maquillaje, sintiéndome repentinamente como una simple impostora. Aunque hablar con Joe me habría servido para sentirme mejor, era demasiado tarde para llamarle. Así pues, me puse el pijama, me metí en la cama y abracé para consolarme un muñeco de peluche que él me había regalado. Dejé que las lágrimas fluyeran de mis párpados apretados, empapando la almohada. Ya no me sentía furiosa ni asustada; sólo triste. Habría deseado con toda mi alma que las cosas fuesen más claras y sencillas. ¿Por qué estaba tan cargada de complicaciones nuestra misión? Aunque fuese infantil por mi parte, no paraba de pensar que todo aquello era injusto. Estaba demasiado agotada para no dejarme hundir en el sueño, pero lo hice con plena conciencia de que pronto habría de desatarse una terrible tormenta.
No tuve noticias de Joseph durante todo el fin de semana. Di por supuesto que no se había enterado del incidente en el baile y tampoco quería inquietarlo. Me había dejado tan preocupada lo de Jake que ni siquiera me paré a preguntarme por qué no había llamado Joe, cuando raramente pasaban unas horas sin que habláramos.
Por otro lado, no hube de esperar mucho para tener noticias de Jake Thorn. El lunes por la mañana, al abrir la taquilla en el colegio, se deslizó por el aire un papelito y cayó lentamente al suelo como un pétalo marchito. Lo recogí, creyendo que sería una nota de Joe que me arrancaría un suspiro de adoración o unas risitas de colegiala. Pero no estaba escrita con su letra, sino con aquella misma caligrafía angulosa que conocía de las clases de literatura. Al leer el mensaje, sentí que se me helaba la sangre en las venas.


El ángel vino

El ángel vio

El ángel cayó




Le enseñé la nota a Gabriel, que la leyó y estrujó irritado sin decir palabra. Procuré no pensar en Jake durante el resto del día, aunque no era fácil. Joe no había ido al colegio, pero yo me moría de ganas de hablar con él. Me daba la impresión de que había pasado una eternidad desde el viernes.
El día transcurrió en una especie de neblina gris. Sólo se iluminó unos minutos durante el almuerzo cuando tomé prestado el móvil de Molly para llamar a Joe; pero todo volvió a sumirse en la penumbra cuando saltó el buzón de voz. No tener contacto con él hacía que me sintiera entumecida y atontada. Era como si tuviera nublada la mente. No lograba fijar ningún pensamiento; se deslizaban y desaparecían demasiado deprisa.
Al terminar las clases, volví a casa con mis hermanos. Aún no había tenido noticias de Joseph. Lo llamé otra vez desde el teléfono fijo, pero el sonido del buzón de voz sólo sirvió para que me entrasen ganas de llorar. Me senté y esperé toda la tarde y a lo largo de la cena a que llamara o sonara el timbre, pero no pasó nada. ¿Es que no quería saber cómo había ido el baile? ¿Le habría pasado algo? ¿A qué venía aquel súbito silencio? No lo entendía.
—No consigo comunicarme con Joseph —dije con voz ahogada mientras cenábamos—. No ha venido al colegio y no responde a mis llamadas
Ivy y Gabriel se miraron.
—No tienes por qué dejarte ganar por el pánico, Bethany —me dijo Ivy con dulzura—. Hay muchas razones que podrían explicar que no responda.
—¿Y si no se encuentra bien?
—Lo habríamos percibido —dijo Gabriel para tranquilizarme.
Asentí y traté de engullir la cena, pero la comida se me atascaba en la garganta. Ya no hablé más con Ivy y Gabriel aquella noche; me arrastré a la cama con la sensación de que las paredes se me caían encima.
Cuando comprobé al día siguiente que Joe tampoco había ido al colegio, me empezaron a arder los ojos y me sentí mareada y febril. Tenía ganas de desplomarme en el suelo y esperar a que alguien me recogiera. No sería capaz de soportar otro día sin él; ni siquiera un minuto más. ¿Dónde se había metido? ¿Qué pretendía hacer conmigo?
Molly me encontró apoyada en mi taquilla. Se aproximó y me puso una mano en el hombro con cautela.
—Bethie, cielo, ¿estás bien?
—Tengo que hablar con Joseph —le dije—. No consigo ponerme en contacto con él.
Ella se mordió el labio.
—Creo que deberías ver una cosa —dijo en voz baja.
—¿Qué? —pregunté, con una nota de pánico en la voz—. ¿Joe está bien?
—Él está perfectamente —dijo Molly—. Ven conmigo.
Me llevó a la tercera planta del colegio y entramos en el laboratorio de informática. Era una sala sombría sin una mísera ventana y con una alfombra gris llena de manchas: sólo hileras e hileras de ordenadores cuyas pantallas apagadas parecían espiarnos. Molly encendió uno y tomó un par de sillas. Tamborileó con sus uñas esmaltadas en el escritorio mientras tarareaba una musiquilla con irritación. Cuando el ordenador acabó de cargarse, abrió un icono y tecleó algo rápidamente en la barra de herramientas.
—¿Qué haces? —le pregunté.
—¿Recuerdas que te hablé de Facebook y de lo fantástico que es? —dijo.
Asentí sin entender nada.
—Bueno, hay partes que no son tan fantásticas.
—¿Como por ejemplo?
—Para empezar… no es que sea muy privado.
—¿Qué quieres decir?
Suponía que iba a explicarme algo, pero no me imaginaba qué y, a juzgar por su expresión, no estaba muy segura de querer escucharlo. Me miraba fijamente con una mezcla de preocupación y de temor.
Yo sabía que Molly tendía a exagerar siempre, así que procuré no dejarme llevar por el pánico. Su idea de un desastre y la mía eran completamente distintas.
Molly inspiró hondo.
—Vale… voy a enseñártelo.
Tecleó una clave y apareció en la pantalla la página de Facebook. Leyó en voz alta un eslogan que aparecía bajo el encabezamiento: «Facebook te ayuda a conectarte y compartir tu vida con la gente».
—Aunque en este caso —me dijo crípticamente— no era algo que quisiéramos compartir.
Ya me estaba hartando de tanta intriga.
—Dime de una vez qué ha pasado. No puede ser tan malo.
—Vale, vale —dijo—. Tú prepárate.
Hizo doble clic en un álbum titulado: «Fotos del baile de promoción de Kristy Peters».
—¿Quién es?
—Una de nuestro curso. Se pasó toda la noche sacando fotos.
—Mira, ahí dice que aparezco en el álbum.
—Exacto —asintió Molly—. Tú y… alguien más.
Abrió una imagen y yo aguardé a que la fotografía se cargara en la pantalla. El corazón me palpitaba en el pecho. ¿Qué podría ser? ¿Se las habría ingeniado Kristy para captar mis alas con su cámara? ¿O era sencillamente una foto poco favorecedora lo que Molly había considerado una «emergencia»? Pero cuando la imagen ocupó al fin toda la pantalla, descubrí que no era ninguna de estas cosas. Era peor: muchísimo peor. Me entró una oleada de náuseas y mi visión quedó reducida a un solo punto. Únicamente veía las dos caras en la pantalla, la mía y la de Jake Thorn unidas en un beso apretado. Me quedé sentada mirando la imagen un buen rato. Las manos de Jake me sujetaban firmemente por la espalda; yo tenía las mías en sus hombros, para intentar apartarlo, y los ojos cerrados a causa de la conmoción. Pero para cualquiera que no hubiera presenciado la escena completa, parecía que estuviera entregada a un instante de pasión.
—Hemos de borrarla ahora mismo —grité, agarrando el ratón—. Tiene que desaparecer.
—No podemos —murmuró Molly.
—¿Qué quieres decir? —exclamé con voz estrangulada—. ¿No podemos borrarla y ya está?
—Sólo Kristy puede borrarla de su Facebook —dijo Molly—. Podríamos eliminar tu nombre de la lista, pero la gente seguiría viendo la foto en la página de Kristy.
—Pero hay que hacerla desaparecer —le supliqué—. Hay que borrarla antes de que la vea Joseph.
Molly me miró compasiva.
—Beth, cariño, creo que ya la ha visto.
Abandoné el laboratorio y salí corriendo del colegio. No sabía dónde estaba Gabriel, pero no me podía permitir el lujo de esperarlo. Joe tenía que conocer la historia completa, y había de escucharla de inmediato.
Su casa no quedaba lejos e hice todo el camino corriendo. Mi infalible sentido de la orientación me guiaba. Era mediodía. Bernie y Peter estarían en el trabajo; Claire había ido a la modista con sus damas de honor para probarse el vestido, y los demás seguían en el colegio. Así que cuando llamé al timbre fue el propio Joe quien salió a abrir. Iba con una holgada sudadera gris y pantalones de chándal, y no se había afeitado. Ya se había quitado la abrazadera del tobillo, pero todavía se movía con muletas. Tenía el pelo un poco alborotado. Su rostro se veía tan despejado y hermoso como siempre, pero había algo distinto en su mirada. Aquellos ojos ambar que siempre parecían brillar al verme me observaban ahora con hostilidad.
Joe no dijo una palabra al verme; se dio la vuelta, dejando la puerta abierta, y se metió en la cocina. No sabía si quería que lo siguiera, pero lo hice igualmente. Acababa de tomarse un cuenco de cereales, aunque casi era la hora del almuerzo. Se negaba a mirarme.
—Puedo explicarlo —dije en voz baja—. No es lo que parece.
—¿Ah, no? —murmuró—. Yo diría que es exactamente lo que parece.
¿Qué podría ser, si no?
—Joseph, por favor —dije, conteniendo las lágrimas—. Tiene una explicación, escucha.
—¿Estabas tratando de hacerle el boca a boca? —dijo, sarcástico—. ¿O recogiendo muestras de saliva para un experimento? ¿O es que tiene una enfermedad desconocida y ése era su último deseo? No me vengas con cuentos, Beth; no estoy de humor.
Corrí a su lado y le cogí la mano, pero él la apartó sin contemplaciones. Me sentía mareada. No era así como tendrían que haber sido las cosas. ¿Qué estaba pasando? No soportaba la distancia que se había abierto entre nosotros. Joseph parecía haber levantado un muro invisible, una barrera. Aquella persona fría y distante no era el Joe que yo conocía.
—Jake me besó —dije con tono enérgico—. Y esa foto fue tomada justo antes de que yo lo apartara de un empujón.
—Muy oportuno —masculló—. ¿Tan estúpido me crees? Quizá no sea un ser celestial, pero no soy del todo idiota.
—Pregúntale a Molly —exclamé—. O a Gabriel y a Ivy. Ellos te lo contarán.
—Yo confiaba en ti —dijo—. Y te bastó una noche sin mí para irte con otro.
—¡No es cierto!
—Al menos podrías haber tenido la decencia de decirme a la cara que se había acabado, en lugar de permitir que me enterase por otros.
—No se ha acabado —balbucí—. Por favor, no digas eso…
—¿Te das cuenta de lo humillante que es para mí? Una foto de mi novia enrollándose con otro mientras yo estoy en casa recuperándome de una estúpida conmoción. Todos mis amigos me han llamado para preguntarme si me habías dejado plantado por teléfono.
—Lo sé. Lo sé, de veras, y lo siento, pero…
—Pero ¿qué?
—Bueno… tú…
—He sido un idiota —me cortó Joe— por dejar que fueras al baile con Jake. Supongo que confiaba demasiado en ti. No volveré a cometer ese error.
—¿Por qué no quieres escucharme? —susurré—. ¿Por qué estás tan decidido a creer a todo el mundo menos a mí?
—Creía que había algo especial entre nosotros. —Levantó la vista y vi que tenía los ojos brillantes de lágrimas. Pestañeó con irritación para contenerlas—. Después de todo lo que hemos pasado juntos, tú vas y… Nuestra relación, obviamente, no significaba gran cosa para ti.
Ya no pude contenerme más y estallé en sollozos. El llanto me sacudía los hombros convulsivamente. Èl hizo ademán de incorporarse para consolarme, pero se lo pensó mejor y se detuvo. Apretaba con fuerza la mandíbula, como si le resultase desgarrador verme tan desolada y no mover un dedo.
—Por favor —grité—. Te quiero. Le dije a Jake que te quiero. Ya sé que soy un desastre, pero no me dejes por imposible.
—Necesito un tiempo a solas —dijo en voz baja, rehuyendo mi mirada.
Salí corriendo de la cocina y abandoné su casa. No paré de correr hasta llegar a la playa, donde me derrumbé en la arena y sollocé mucho rato hasta calmarme. Sentía que algo se había roto en mi interior, que me había hecho pedazos literalmente y que nada podría volver a recomponerme. Quería a Joseph hasta la locura, pero él me había dado la espalda. No traté de consolarme; me abandoné al dolor. No sé cuánto tiempo permanecí allí tendida, pero al fin noté que la marea empezaba a lamerme los pies. Me daba igual; me habría gustado que se me llevara, que me zarandeara de aquí para allá, que me arrastrara hacia el fondo y me azotara sin piedad hasta dejar mi cuerpo sin fuerzas y mi mente sin pensamientos. El viento aullaba, la marea se deslizaba cada vez más cerca y yo seguí sin moverme. ¿Era aquélla la manera de castigarme de Nuestro Padre? ¿Tan grave había sido mi delito como para merecerme aquello? Había experimentado el amor y ahora sentía que me lo arrancaban de la piel, como los puntos de una herida. ¿Me amaba Joe todavía? ¿Me odiaba? ¿O simplemente había perdido la confianza en mí?
El agua me llegaba a la cintura cuando Ivy y Gabriel me encontraron. Estaba temblando, pero apenas lo notaba. No me moví ni dije nada, ni siquiera cuando Gabriel me alzó en brazos y me llevó a casa. Ivy me ayudó a meterme en la ducha y vino media hora después a sacarme, porque yo había olvidado dónde estaba y seguía de pie bajo el chorro de agua. Gabriel me subió algo de cena, pero no pude dar un bocado. Me quedé sentada en la cama, mirando al vacío, pensando en Joe y al mismo tiempo tratando de no pensar. Aquella separación me hizo darme cuenta de lo segura que me había sentido con él. Anhelaba su contacto, su olor, incluso la pura sensación de su cercanía. Pero ahora lo notaba muy lejos y no podía alcanzarlo, y ese pensamiento hacía que me sintiera a punto de desmoronarme, de dejar de existir.
El sueño empezó a apoderarse de mí por fin, lo cual era un alivio, aunque sabía que el tormento se reanudaría otra vez por la mañana. Pero incluso en sueños me vi asediada, pues esa noche adoptaron una apariencia más oscura que nunca.
Soñé que estaba delante del faro, en la Costa de los Naufragios. Era de noche y apenas veía a través de la niebla, pero se distinguía una figura desmoronada en el suelo. Cuando gimió y se dio la vuelta, vi que era Joseph. Di un grito y traté de correr hacia él, pero me sujetaron una docena de manos pegajosas. Jake Thorn salió entonces del faro. Sus ojos destellaban como vidrios astillados. El pelo, largo y oscuro, le caía lacio a ambos lados de la cara. Llevaba un abrigo largo de cuero negro, con las solapas levantadas para protegerse del viento.
—Yo no quería llegar a este punto, Bethany —ronroneó—. Pero a veces no nos queda otro remedio.
—¿Qué le estás haciendo? —Sollocé al ver que Joe se retorcía en el suelo—. Déjalo.
—Sólo estoy terminando lo que debería haber empezado hace mucho tiempo —gruñó Jake—. No te preocupes, no sufrirá dolor. Al fin y al cabo, ya está medio muerto…
Con un movimiento de muñeca, puso mágicamente de pie a Joe y lo empujó hacia el borde del acantilado. Joe habría derrotado en un santiamén a Jake en una pelea normal, pero no tenía nada que hacer frente a poderes sobrenaturales.
—Dulces sueños, apuesto muchacho —susurró Jake cuando los pies de Joe resbalaron en el borde del acantilado.

La noche se tragó mis gritos.



Y




Los días siguientes transcurrieron borrosamente. Yo no sentía que estuviera viviendo, sino sólo observando la vida desde fuera. No fui al colegio, y mis hermanos no intentaron obligarme tampoco. Apenas comía; no salía de casa; en realidad, casi no hacía otra cosa que dormir. El sueño era la única manera de escapar de la dolorosa añoranza de Joe.
Phantom se había convertido en mi único consuelo. Parecía percibir mi desazón; se pasaba todo el tiempo conmigo y hasta me arrancaba alguna sonrisa con sus travesuras. Agarraba con los dientes mi ropa interior, aprovechando que el cajón había quedado abierto, y la dejaba tirada por toda la habitación. Una vez se enredó de mala manera con los ovillos de Ivy y tuve que ir a liberarlo. Otra vez arrastró por toda la escalera hasta mi habitación un paquete de golosinas de carne con la esperanza de que le diera una como recompensa. Esas diabluras me proporcionaban un respiro en el inmenso silencio que se extendía ante mí. Pero enseguida volvía a recaer en aquel comatoso estado de vacío.
Ivy y Gabriel estaban cada día más preocupados. Me había convertido prácticamente en la sombra de una persona o de un ángel; ya ni siquiera colaboraba en las cosas de la casa.
—Esto no puede seguir así —dijo Gabriel una tarde, al volver del colegio—. No es manera de vivir.
—Lo siento —me disculpé con tono inexpresivo—. Me esforzaré más.
—No. Ivy y yo vamos a ocuparnos del asunto esta noche.
—¿Qué vais a hacer? —pregunté.
—Ya lo verás. —Se negó a revelarme nada más.
Salieron después de cenar y yo me quedé en la cama, mirando el techo. No creía que pudieran hacer nada para solucionar el problema, aunque les agradecía que lo intentaran.
Me levanté perezosamente y fui a mirarme al espejo del baño. Indudablemente, estaba cambiada. Incluso con el pijama holgado que tenía puesto, saltaba a la vista que había perdido mucho peso en cuestión de días. Tenía la tez amarillenta y se me marcaban por detrás los omoplatos. El pelo me caía lacio y sin brillo, y los ojos se me veían apagados, oscuros, tristes. No lograba permanecer del todo erguida; me encorvaba como si apenas pudiera sostener mi peso y parecía tener una sombra permanente en la cara. Me preguntaba si alguna vez sería capaz de recomponer las piezas de mi vida terrestre, que habían quedado desbaratadas cuando Joe me había abandonado. Se me ocurrió por un momento que él no había llegado a afirmar que nuestra relación se hubiera acabado, pero eso era lo que había querido decir en el fondo. Había visto su expresión; habíamos terminado. Volví a la cama arrastrando los pies y me acurruqué bajo el edredón.
Alrededor de una hora más tarde alguien llamó a la puerta de mi habitación, pero yo estaba sumida en una especie de estupor y apenas lo advertí. Sonó otro golpe, más fuerte esta vez, y oí que se abría la puerta y que alguien entraba. Me tapé la cabeza con la almohada; no quería que me engatusaran para que bajase un rato.
—Por Dios, Beth. —Era la voz de Joe desde el umbral—. ¿Qué te estás haciendo?
Permanecí inmóvil. No me atrevía a creer que fuese él realmente. Contuve el aliento, convencida de que cuando mirase la habitación estaría vacía. Pero él volvió a hablar.
—¿Beth? Gabriel me lo ha explicado todo… Lo que hizo Jake, y que incluso te amenazó. Oh, Dios, perdona.
Me incorporé en la cama. Allí estaba, con una camiseta holgada y unos tejanos descoloridos: alto y guapísimo, tal como lo recordaba. Se le veía más pálido de lo normal y tenía cercos bajo los ojos, pero ésas eran las únicas señales de angustia. Noté que se estremecía al ver mi aspecto tan demacrado.
—Creía que nunca volvería a verte —susurré, mirándolo de arriba abajo, para asegurarme de que era real, de que efectivamente había venido a verme.
Joe se acercó a la cama, tomó mi mano y se la llevó al pecho. Me recorrió un escalofrío al sentir el contacto de su piel; contemplé su mirada de almenrada, tan llena de angustia, y no pude impedir que me rodaran las lágrimas por la cara.
—Estoy aquí —susurró—. No llores, estoy aquí, aquí.
Repetía una y otra vez estas palabras, y yo dejé que me rodeara con sus brazos y me estrechara contra él.
—No debería haber dejado que te fueras de aquel modo —me dijo—. Estaba muy disgustado. Pensaba… bueno, ya sabes lo que pensaba.
—Sí. Ojalá hubieras confiado en mí y me hubieras dejado explicarme.
—Tienes razón. Te quiero y debería haberte creído cuando me dijiste la verdad. No entiendo cómo he sido tan estúpido.
—Creía que te habías ido para siempre —le susurré, todavía con lágrimas en los ojos—. Pensaba que te habías apartado de todo porque te había fallado, porque yo misma había destruido lo único que me ha importado de verdad en toda mi vida. Esperaba que vinieras, pero no aparecías.
—Perdóname. —Noté que se le quebraba la voz. Tragó saliva y se miró las manos—. Haré lo que sea para compensártelo, yo…
Lo hice callar poniéndole un dedo en los labios.
—Ahora ya está —dije—. Quiero olvidar que ha ocurrido siquiera.
—Claro. Lo que tú digas.
Permanecimos un rato en mi cama en silencio, saboreando la felicidad de volver a estar juntos de nuevo. Yo agarraba con fuerza su camiseta, como si temiera que pudiera desaparecer si la soltaba. Joe me contó que Gabriel e Ivy se habían ido al pueblo para dejar que aclarásemos las cosas a solas.
—Aguantarme sin hablar contigo varios días ha sido lo más difícil que he hecho en mi vida, ¿sabes?
—Te entiendo —murmuré—. Yo quería morirme.
Él me soltó bruscamente.
—Nunca pienses así, Beth, pase lo que pase. No merezco tanto la pena.
—Yo creo que sí —repuse y él suspiró.
—No voy a decir que no entienda a qué te refieres —reconoció—. Es como el fin del mundo, ¿no?
—Como el fin de toda felicidad —asentí—. De todo lo que has conocido. Es lo que pasa cuando haces que una persona lo sea todo para ti.
Joe sonrió.
—Entonces supongo que no hemos sido muy prudentes. Pero no lo cambiaría por nada del mundo.
—Ni yo tampoco. —Me quedé callada unos minutos. Le tomé la mano y me di unos golpecitos con sus dedos en la punta de la nariz—. Joe…
—¿Sí?
—Si sólo unos días separados casi nos han matado, ¿qué pasará cuando…?
—Ahora no —me cortó—. Acabo de recuperarte; no quiero pensar en perderte otra vez. No lo permitiré.
—No podrás impedirlo —le dije—. Que seas jugador de rugby no significa que puedas enfrentarte con las fuerzas celestiales. No hay nada que desee tanto como quedarme contigo, pero estoy muerta de miedo.
—Un hombre enamorado es capaz de hacer cosas fuera de lo común —dijo Joe—. Me da igual que seas un ángel. Tú eres mi ángel y no dejaré que te vayas.
—Pero ¿y si lo hacen sin previo aviso? —pregunté con desesperación—. ¿Y si me despierto una mañana en el lugar de donde vengo? ¿Has llegado a pensarlo?
Joe entornó los ojos.
—¿Y cuál crees que es mi mayor temor? ¿No sabes el terror que me da que un día vaya al colegio y tú no estés allí?, ¿que venga a buscarte y nadie abra la puerta? Ni una sola persona del pueblo, salvo yo, sabrá a dónde has ido. Y de nada me servirá saberlo porque es un lugar al que no puedo ir a buscarte. O sea que no me preguntes si he llegado a pensarlo, porque la respuesta es sí, todos los días.
Volvió a tenderse y miró enfurecido el ventilador del techo, como si toda la culpa la tuviera aquel cacharro.
Mientras lo contemplaba en silencio, me di cuenta de que tenía ante mí a todo mi mundo: medía poco más de metro ochenta y estaba allí, tendido en mi cama. Comprendí al mismo tiempo que nunca podría dejarlo. Nunca podría volver a mi antiguo hogar, porque ahora mi hogar era él.
Me sentía inundada de un abrumador deseo de permanecer lo más cerca posible de él, de fundirme con él y sellar así un compromiso para no permitir que nada pudiera separarnos.
Me levanté de la cama y me quedé de pie sobre la alfombra. Joe me miró con curiosidad. Yo le devolví la mirada sin decir palabra, me quité lentamente la parte superior del pijama y la tiré al suelo. No me entró ninguna timidez; me sentía totalmente libre. Me deslicé los pantalones hacia abajo y dejé que cayeran a mis pies hechos un gurruño, de tal manera que quedé completamente expuesta y vulnerable ante él. Estaba dejando que me viera en mi estado más indefenso.
Joe permaneció callado. Cualquier palabra habría cortado el zumbido del silencio que se había adueñado de la habitación. Un instante después se incorporó e imitó mis movimientos, dejando que su camisa y sus tejanos cayeran amontonados en el suelo. Se me acercó y me deslizó las manos por la espalda. Di un suspiró y me dejé envolver en su abrazo. El contacto de su piel me transmitió por todo el cuerpo una cálida irradiación. Me apreté contra él. Por primera vez desde hacía días, me sentía completa.
Besé sus dulces labios, recorrí su rostro con las manos, palpando aquella nariz y aquellos pómulos tan familiares. Habría reconocido el contorno de su cara entre un millón; habría sido capaz de leerla como lee un ciego un texto en braille. Tenía un olor dulce y fresco. Apreté mi pecho contra el suyo. A mí modo de ver, él no tenía ni un solo defecto físico, pero no me hubiera importado si lo hubiese tenido. Igualmente lo habría amado si hubiera sido deforme o un mendigo harapiento. Simplemente porque era él.
Nos tendimos en la cama y así fue como permanecimos: estrechamente abrazados, hasta que oímos abajo a Ivy y Gabriel. A Molly le habría parecido demencial, supongo. Pero así era como queríamos estar los dos. Queríamos sentirnos como una sola persona, y no como dos seres individuales. Las ropas nos enmascaraban. Sin ellas, no teníamos dónde escondernos ni podíamos ocultar nada. Y eso era lo que queríamos: ser absolutamente nosotros mismos y sentirnos totalmente a salvo.
Lemoine
Lemoine


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Halo y Hades: Un Ángel Enamorado (Joseph) - Página 6 Empty Re: Halo y Hades: Un Ángel Enamorado (Joseph)

Mensaje por Lemoine Mar 07 Ene 2014, 10:10 pm


28
Ángel de la Destrucción




Ala mañana siguiente, Joe volvió a pasar por casa antes del colegio para desayunar con nosotros. Mientras comíamos, Gabriel intentó calmarlo un poco. Joe estaba furioso por la duplicidad de Jake y totalmente decidido a arreglarle las cuentas. Pretendía hacerlo sin ayuda, cosa que Gabriel quería evitar a toda costa, porque no conocíamos el verdadero alcance de sus poderes.
—Hagas lo que hagas, no debes enfrentarte con él —le dijo mi hermano, muy serio.
Joe lo miró por encima de su taza de café.
—Él amenazó a Beth —dijo, poniéndose tenso—. La violentó. No podemos permitir que se salga con la suya.
—Jake no es como los demás. No debes intentar encargarte tú solo. No sabemos de qué es capaz.
—Tan peligroso no será. Es bastante esmirriado —masculló él.
Ivy le lanzó una mirada severa.
—Su apariencia no tiene nada que ver, ya lo sabes.
—¿Qué queréis que hagamos entonces? —preguntó Joe.
—No podemos hacer nada —contestó Gabriel—. No sin llamar la atención más de lo que deseamos. Sólo podemos esperar que no tenga intención de hacer daño.
Joe soltó una seca risotada y miró a Gabriel fijamente.
—¿Hablas en serio?
—Totalmente.
—¿Y qué hay de lo que hizo en el baile?
—Yo no diría que eso sea una prueba —respondió Gabriel.
—¿Y el accidente de la cocinera con la freidora? —intervine yo—. ¿Y aquel choque de coches al principio del trimestre?
—¿De veras crees que Jake tuvo algo que ver en esos casos? —preguntó Ivy—. Ni siquiera estaba en el colegio cuando se produjo el choque.
—Sólo hacía falta que estuviera en el pueblo —dije—. Y desde luego estaba en la cafetería aquel día; yo pasé por su lado.
—He leído que una barca sufrió hace dos días un accidente en el embarcadero —añadió Joe—. Y ha habido últimamente un par de incendios provocados por algún pirómano, según el periódico. Nunca había ocurrido nada parecido en esta zona.
Gabriel apoyó la cabeza en las manos.
—Dejádmelo pensar bien.
—Hay más —lo interrumpí, sintiéndome culpable por aportar tan malas noticias—. Tiene seguidores. Siempre le van detrás, vaya donde vaya, y se comportan como si fuera su líder. Al principio eran sólo unos pocos, pero cada vez son más.
—Beth, ve a prepararte para ir al colegio —dijo Gabriel en voz baja.
—Pero…
—Ve —insistió—. Ivy y yo tenemos que hablar.
La popularidad de Jake Thorn aumentó con alarmante velocidad después del baile de promoción, y el número de sus seguidores se dobló. Cuando volví a asistir al colegio, advertí que todos ellos andaban por ahí como drogatas, con la mirada perdida, las pupilas dilatadas y las manos hundidas en los bolsillos. Sus rostros sólo parecían animarse cuando veían a Jake y entonces adoptaban una expresión inquietante de adoración. Daba la impresión de que se arrojarían al mar y se ahogarían si él se lo ordenaba.
Empezaron a aumentar también los actos de vandalismo indiscriminado. Las puertas de la iglesia de Saint Mark’s fueronprofanadas con pintadas obscenas y las ventanas de las oficinas municipales resultaron destrozadas por un grupo de gamberros provistos de explosivos caseros. La residencia Fairhaven informó de una grave intoxicación alimentaria y muchos de sus residentes tuvieron que ser trasladados al hospital.
Y resultaba que Jake Thorn siempre andaba cerca cuando se producía un desastre: nunca implicado directamente, pero sí al menos en calidad de observador. A mí me parecía que estaba empeñado en causar dolor y sufrimiento, y no podía evitar pensar que su motivo era la venganza. ¿Pretendía mostrar así las consecuencias de mi rechazo?
El jueves por la tarde decidí salir más pronto del colegio y pasar a recoger a Phantom por la peluquería canina. Gabriel no había ido a dar clases ese día. Había llamado diciendo que estaba enfermo, aunque la verdad era que tanto él como Ivy estaban recuperando energías después de una semana entera dedicada a arreglar los estropicios de Jake. No estaban acostumbrados a tanta actividad y, a pesar de su vigor, el esfuerzo constante los había dejado extenuados.
Acababa de recoger mi mochila y me dirigía a la salida, donde me esperaba Joe con su coche, cuando vi a un montón de gente a mitad de pasillo, justo frente al baño de chicas. Algo en mi interior me advirtió que me mantuviera alejada, pero el instinto y la curiosidad me impulsaron a acercarme. Los alumnos se agolpaban, cuchicheando. Vi que algunos lloraban. Una chica sollozaba con la cara pegada a la camiseta de uno de los mayores, que andaba con el uniforme de hockey. Sin duda lo habían sacado a toda prisa del entrenamiento.
Ahora permanecía allí plantado, ante la puerta del baño, con una expresión de incredulidad y angustia en la cara.
Me abrí paso entre la gente como avanzando a cámara lenta y con la sensación de estar desconectada de mi propio cuerpo: como si viera las cosas mentalmente o desde la perspectiva de un espectador de televisión. Mezclados con la multitud vi a algunos miembros del grupo de Jake Thorn. Eran fáciles de identificar por su expresión vacía y sus ropas negras. Algunos me miraron mientras pasaba y advertí que todos tenían los ojos idénticos: grandes, profundos y negros como la noche.
Al acercarme al baño, vi al doctor Chester acompañado de dos agentes de policía. Uno de ellos estaba hablando con Jake Thorn, quien había adoptado una máscara de seriedad y preocupación. Sus ojos felinos, sin embargo, relucían peligrosamente y sus labios se curvaban de un modo casi imperceptible, como si estuviera deseando hundirle los colmillos en el cuello al policía. Tuve la sensación de ser la única que detectaba la amenaza agazapada bajo su expresión. Los demás veían a un chico inocente por los cuatro costados. Me acerqué un poco más para escuchar la conversación.
—No me cabe en la cabeza cómo puede haber ocurrido en un colegio como éste —le oí decir a Jake—. Ha sido una verdadera conmoción para nosotros.
Entonces cambió de posición y ya no pude pescar gran cosa, sólo algunas palabras sueltas: «tragedia», «nadie cerca», «informar a la familia». El agente asintió por fin y Jake se dio media vuelta. Noté que sus seguidores se miraban entre sí, con un brillo irónico en los ojos y una sonrisa apenas esbozada en los labios. Tenían un aspecto voraz, casi hambriento, y todos parecían secretamente satisfechos.
Jake hizo una seña y ellos empezaron a apartarse con disimulo de la multitud. Habría querido gritar que alguien los detuviera, avisar a todo el mundo de lo peligrosos que eran, pero no me salía la voz.
Súbitamente, como si una fuerza invisible me hubiera empujado, me encontré junto a la puerta abierta del baño. Había dos enfermeros alzando una camilla cubierta con una sábana azul. Me fijé en una mancha roja que había empezado a formarse, que iba creciendo progresivamente y extendiéndose por la tela como un ser vivo. Y colgando fuera de la sábana, vi una mano lívida. Las puntas de los dedos ya tenían un tono azulado.
Sentí una oleada de miedo y de dolor que me dejó sin aliento. Pero esos sentimientos no eran míos, sino de otra persona: la chica de la camilla. Sentí que sus manos agarraban el mango de un cuchillo. Sentí el miedo que se mezclaba en sumente con la impotencia mientras una compulsión misteriosa guiaba la hoja del cuchillo hacia su garganta.
Ella se resistía, pero era como si no pudiera controlar su propio cuerpo. Sentí el acceso de pánico que la recorrió cuando el frío metal rebanó su piel y oí la carcajada cruel que resonó en su cerebro. Lo último que vi fue su cara. Fulguró en mi campo visual como un relámpago. La conocía muy bien. ¿Cuántas veces la había tenido a mi lado a la hora del almuerzo y había escuchado sus cotilleos interminables? ¿Cuántas veces me había reído con sus payasadas y había seguido sus consejos? La cara de Taylah se me había quedado grabada a fuego en el cerebro. Sentí que su cuerpo se tambaleaba; sentí que boqueaba buscando aire mientras la sangre salía burbujeando por la raja de su garganta y se deslizaba por su cuello. Vi el terror, el pánico espantoso en sus ojos antes de que se le volvieran vidriosos y se desplomara muerta en el suelo. Abrí la boca para gritar, pero no me salía ningún sonido.
Justo cuando empezaba a temblar violentamente, alguien se me puso delante y me agarró de los hombros. Sofoqué un grito y traté de zafarme en vano. Levanté la vista, esperando encontrarme unos ojos ardientes y unas mejillas hundidas. Pero no: era Joe quien me envolvía ya en sus brazos y me arrastraba lejos de la multitud hacia el aire libre.
—No —dije, todavía hablando conmigo misma—. No, por favor…
Con un brazo alrededor de mi cintura, Joe me llevó casi en volandas hasta su coche, porque parecía que yo no recordara siquiera cómo caminar.
—Tranquila —me dijo, poniéndome una mano en la cara y mirándome a los ojos—. Todo se arreglará.
—No puede ser… era… esa chica era…
Me ardían las lágrimas en los ojos.
—Sube al coche, Beth —me dijo, abriendo la puerta de un tirón y ayudándome a subir.
—¡Jake es el responsable! —grité mientras arrancaba. Parecía tener mucha prisa por llegar a casa y hablar con Ivy y Gabriel. Bien pensado, yo también. Ellos sabrían qué debíamos hacer.
—La policía lo considera un suicidio —me dijo Joe, tajante—. Es una tragedia, pero Jake no tiene nada que ver. De hecho, ha sido él quien ha advertido su ausencia y ha dado la alarma.
—No. —Sacudí la cabeza con vehemencia—. Taylah jamás haría algo así. Jake ha intervenido de algún modo.
Joe no parecía muy convencido.
—Jake podrá ser muchas cosas, pero no es un asesino.
—No lo comprendes. —Me sequé las lágrimas—. Yo lo he visto todo. Como si hubiera estado presente mientras sucedía.
—¿Qué? —Joe se volvió hacia mí—. ¿Cómo?
—Cuando he visto su cuerpo, ha sido como si me convirtiera de repente en la víctima —le expliqué—. Se cortó la garganta, pero ella en realidad no quería. Lo hizo obligada. Él la tenía controlada y se echó a reír cuando murió. Era Jake, lo sé.
Joe entornó los ojos y meneó la cabeza.
—¿Estás segura?
—Lo he percibido, Joe. Ha sido él.
Los dos nos quedamos callados unos instantes.
—¿Qué ha sucedido una vez que ella ha muerto? —pregunté—. Eso no he llegado a verlo.
Joe me miró afligido, aunque su voz sonaba impasible.
—La han encontrado en el baño. Es lo único que sé. Ha entrado una chica y la ha visto tirada en un charco de sangre. Sólo había un cuchillo de cocina a su lado —dijo.
Sujetaba el volante con tanta fuerza que se le habían puesto blancos los nudillos.
—¿Por qué crees que la habrá elegido Jake?
—Supongo que simplemente ha tenido mala suerte —respondió Joe—. Estaba en el lugar y en el momento equivocado. Ya sé que era amiga tuya, Beth. No sabes cómo siento que haya ocurrido algo así.
—¿Es por culpa nuestra? —murmuré—. ¿Lo ha hecho para vengarse de nosotros?
—Lo ha hecho porque es un enfermo —respondió. Miraba la calzada sin pestañear, como tratando de contenerse—. Ojalá no hubieras estado allí ni hubieras visto nada.
Sonaba furioso, aunque yo sabía que no era conmigo.
—He visto cosas peores.
—¿En serio?
—En el lugar de donde vengo vemos muchas cosas malas —le expliqué. Aunque no le conté lo distinto que era vivir personalmente la pérdida en la Tierra, cuando la víctima era amiga tuya y el dolor se multiplicaba por diez—. ¿Tú también la conocías?
—Llevo en este colegio desde primer grado. Conozco a todo el mundo.
—Lo siento. —Le puse la mano en el hombro.
—Yo también.
Gabriel e Ivy ya se habían enterado cuando llegamos a casa.
—Hemos de actuar ya —dijo Ivy—. Esto ha ido demasiado lejos.
—¿Y qué propones? —le preguntó Gabriel.
—Tenemos que detenerlo. Destruirlo, si es necesario.
—No podemos destruirlo así como así. No podemos quitar una vida sin motivo.
—¡Pero si él le ha quitado la vida a otra persona! —grité.
—Bethany, no podemos hacerle daño mientras tengamos dudas sobre quién o qué es. Así que, por mucho que lo deseemos, cualquier enfrentamiento está descartado por ahora.
—Quizá vosotros no podáis hacerle daño —dijo Joe—, pero yo sí. Dejadme pelear con él.
La expresión de Gabriel era inflexible.
—A Bethany no le servirás de nada muerto —dijo, cortante.
—¡Gabe! —exclamé, angustiada ante la idea de que alguien tocase a Joe. Sabía que era capaz de meterse de cabeza en una pelea si creía que así iba a protegerme.
—Soy más fuerte que él —dijo Joe—. De eso estoy seguro; déjame hacerlo.
Ivy le puso una mano en el hombro.
—Tú no sabes con qué nos enfrentamos en la persona de Jake Thorn —murmuró.
—Es sólo un chico —repuso Joe—. Tan terrible no puede ser.
—No es sólo un chico —dijo Ivy—. Hemos detectado su aura y se está volviendo más fuerte. Es un aliado de fuerzas oscuras que ningún humano puede comprender.
—¿Qué me estás diciendo?, ¿que es un demonio? —replicó con incredulidad—. Imposible.
—Tú crees en los ángeles. ¿Tan difícil es contemplar la posibilidad de que tengamos un equivalente maligno? —preguntó Gabriel.
—He procurado no pensarlo —contestó Joe.
—De igual modo que hay un Cielo, hay un Infierno, no lo dudes —le dijo Ivy suavemente.
—Entonces, ¿creéis que Jake Thorn es un demonio? —susurré.
—Creemos que podría ser agente de Lucifer —contestó Gabriel—. Pero necesitamos pruebas antes de actuar para detenerlo.
La prueba llegó aquella misma tarde, cuando deshice al cabo de un rato la mochila del colegio. Había un rollo de papel encajado en la cremallera. Lo desenrollé y distinguí en el acto la letra inconfundible de Jake:





Cuando las lágrimas de los ángeles inunden la Tierra,

Recobrarán las puertas del Infierno toda su fuerza



Cuando la desaparición de los ángeles sea inminente

El muchacho humano encontrará la muerte.










Sentí bruscamente un nudo en la garganta. Jake amenazaba a Joe. Su venganza ya no era sólo contra mí.
Agarré a Joseph del brazo. Sentía bajo mis dedos sus músculos vigorosos. Pero se trataba sólo de fuerza humana.
—¿Esto no te parece prueba suficiente? —le preguntó Joe a mi hermano.
—Es un poema, nada más —replicó Gabriel—. Escucha, yo creo que Jake está detrás del asesinato y de los demás accidentes. Creo que quiere causar estragos. Pero necesito pruebas concretas para actuar. Las leyes del Reino así lo exigen.
—¿Y entonces qué harás?
—Lo que sea necesario para mantener la paz.
—¿Incluso si ello implica matarlo? —dijo Joe abiertamente.
—Sí —fue la respuesta glacial de Gabriel—. Porque si es lo que sospechamos, quitarle su vida humana lo enviará de vuelta al lugar del que procede.
Joe reflexionó un momento y luego asintió.
—Pero ¿qué es lo que quiere de Beth? ¿Qué puede darle ella?
—Beth lo rechazó —dijo Gabriel—. Y alguien como Jake Thorn está acostumbrado a conseguir lo que quiere. Su vanidad está herida ahora mismo.
Removí los pies, inquieta.
—Me dijo que llevaba siglos buscándome….
—¿Eso te dijo? —estalló Joe—. ¿Qué se supone que significa?
Gabriel e Ivy se miraron, inquietos.
—Los demonios buscan con frecuencia a algún humano para hacerlo suyo —dijo Ivy—. Es su versión retorcida del amor, me figuro. Atraen a los humanos al inframundo y los obligan a permanecer allí. Con el tiempo, éstos acaban corrompidos e incluso desarrollan sentimientos hacia sus opresores.
—Pero ¿para qué? —dijo Joe—. ¿Acaso los demonios pueden tener sentimientos?
—Es sobre todo para disgustar a Nuestro Padre —dijo Ivy—. La corrupción de Sus criaturas le causa una gran angustia.
—¡Pero yo ni siquiera soy humana! —dije.
—¡Exacto! —respondió Gabriel—. ¿Qué mejor trofeo que un ángel con forma humana? Capturarnos a uno de nosotros sería la victoria suprema.
—¿Beth corre peligro? —Joe se me acercó más.
—Todos podríamos correr peligro —dijo Gabriel—. Ten paciencia. Nuestro Padre nos mostrará el camino a su debido tiempo.
Insistí en que Joe se quedara aquella noche con nosotros y, después de ver el mensaje de Jake, Ivy y Gabriel no pusieron ninguna objeción. Aunque no lo dijeran, vi que les preocupaba la seguridad de Joe. Jake era imprevisible, como un artilugio pirotécnico que puede estallar en cualquier momento.
Joseph llamó a sus padres y les dijo que se quedaba a dormir en casa de un amigo para acabar de preparar el examen del día siguiente. Su madre nunca le habría dejado si hubiera sabido que se trataba de mi casa; era demasiado conservadora para eso. No cabía duda de que se habría llevado a las mil maravillas con Gabriel.
Les dimos las buenas noches a mis hermanos y subimos a mi habitación. Joe permaneció en el balcón mientras yo me duchaba y me lavaba los dientes. No le pregunté en qué estaba pensando ni si estaba tan asustado como yo. Sabía que jamás lo reconocería, al menos ante mí. Para dormir, se quedó con los calzoncillos y la camiseta que llevaba debajo. Yo me puse unas mallas y una camiseta holgada.
No nos dijimos gran cosa esa noche. Yo permanecí tendida, escuchando el murmullo regular de su respiración y notando cómo subía y bajaba su pecho. Con su cuerpo curvado sobre el mío y sus brazos envolviéndome, me sentía segura. Aunque Joe fuera sólo humano, me daba la impresión de que podía protegerme de cualquier cosa. No me habría asustado aunque hubiera aparecido un dragón echando fuego por la boca, sencillamente porque sabía que Joe estaba conmigo. Me pregunté por un instante si no esperaba demasiado de él, pero enseguida dejé la idea de lado.
Me desperté a media noche aterrorizada por un sueño que no recordaba. Joe yacía a mi lado. ¡Estaba tan guapo cuando dormía! Con aquellos labios perfectos entreabiertos, el pelo despeinado sobre la almohada y su pecho bronceado subiendo y bajando mientras respiraba… Me acabó dominando mi ansiedad y lo desperté. Abrió en el acto los ojos. Se le veían de un ambar asombroso incluso a la luz de la luna.
—¿Qué es eso? —susurré. Me había parecido ver una sombra—. Allí, ¿lo ves?
Sin dejar de rodearme con el brazo, Joe se incorporó y miró alrededor.
—¿Dónde? —dijo, todavía con voz soñolienta. Le señalé el rincón más alejado de la habitación. Joe se levantó de la cama y fue a donde le había indicado—. ¿Aquí? Yo juraría que esto es un perchero.
Asentí, aunque enseguida pensé que él no me veía en la oscuridad.
—Me ha parecido ver a alguien ahí —le dije—. Un hombre con un abrigo largo y con sombrero.
Dicho en voz alta, sonaba todavía más absurdo.
—Me parece que ves fantasmas, cielo. —Joe bostezó y empujó el perchero con el pie—. Sí, no hay duda, un perchero.
—Perdona —le dije cuando volvió a la cama, mientras me dejaba envolver en la calidez de su cuerpo.
—No tengas miedo —murmuró—. Nadie va a hacerte daño mientras yo esté aquí.
Le hice caso y, al cabo de un rato, dejé de pensar en ruidos y movimientos furtivos.
—Te quiero —dijo Joe, mientras se iba adormilando.
—Yo te quiero más —respondí, juguetona.
—Imposible —dijo, otra vez despierto—. Soy más corpulento, me cabe más amor en el depósito.
—Yo soy más pequeña, pero las partículas amorosas las tengo comprimidas, lo cual significa que contengo muchas más.
Joe se echó a reír.
—Ese argumento es absurdo. Desestimado.
—Me baso en lo mucho que te echo de menos cuando no estás a mi lado —contraataqué.
—¿Cómo puedes saber cuánto te echo yo de menos? —me dijo—. ¿Es que tienes un contador incorporado para medirlo?
—Claro que lo tengo. Soy una chica.

Me fui durmiendo, reconfortada por el contacto de su pecho en mi espalda. Notaba su aliento en la nuca. Acariciaba la suave piel de sus brazos, dorada por tantas horas al aire libre. A la luz de la luna distinguía cada pelo, cada vena, cada lunar. Me encantaba todo, cada centímetro. Y ése fue mi último pensamiento antes de quedarme dormida. El miedo me había abandonado del todo.
Lemoine
Lemoine


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Halo y Hades: Un Ángel Enamorado (Joseph) - Página 6 Empty Re: Halo y Hades: Un Ángel Enamorado (Joseph)

Mensaje por Lemoine Mar 07 Ene 2014, 10:12 pm


29
 
Una amiga en apuros




El recuerdo de Taylah pobló mis sueños. La vi convertida en un fantasma desprovisto de rostro y con unas manos ensangrentadas que aferraban el aire inútilmente. Luego me encontré en el interior de su cuerpo, tirada en un pegajoso charco de sangre caliente. Oía cómo goteaban los grifos del baño mientras ella se deslizaba en brazos de la muerte. Después sentí el dolor, la pena abrumadora de su familia. Se culpaban por no haber advertido su depresión; se preguntaban si podrían haber evitado aquel desenlace. Jake aparecía en el sueño también, siempre en un rincón, casi fuera de foco, riéndose en voz baja.
A la mañana siguiente, al despertarme, me encontré con las mantas revueltas y un hueco a mi lado. Aún percibía vagamente la fragancia de Joe si restregaba la cara por la almohada donde había reposado su cabeza. Me levanté y abrí las cortinas, dejando que el sol derramara sus rayos dorados.
Abajo, en la cocina, era Joe y no Gabriel quien estaba preparando el desayuno. Se había puesto los tejanos y una camiseta y estaba algo despeinado. Se le veía la cara despejada y preciosa mientras cascaba los huevos en una sartén.
—He pensado que no estaría de más un buen desayuno —dijo al verme.
Gabriel e Ivy ya estaban en la mesa del comedor, cada uno con un plato hasta los topes de huevos revueltos con tostadas de pan de masa fermentada.
—Está buenísimo —dijo Ivy entre dos bocados—. ¿Cómo aprendiste a cocinar?
—No he tenido más remedio que aprender —dijo Joe—. Aparte de mamá, en casa todos son unos inútiles en la cocina. Si ella se quedaba trabajando en la clínica hasta muy tarde, acababan pidiendo una pizza o comiendo cualquier cosa que dijera en la etiqueta: «añadir agua y remover». Así que ahora yo cocino para todos cuando mamá no está en casa.
—Joseph es un hombre de recursos —les dije a Ivy y Gabe, muy ufana.
Era verdad. A mí misma me maravillaba que, habiendo pasado sólo una noche en casa, se hubiera integrado con tanta facilidad en nuestra pequeña familia. No daba la sensación de que tuviéramos un invitado; ya se había convertido en uno de nosotros. Incluso Gabriel parecía haberlo aceptado y le había encontrado una camisa blanca para ir al colegio.
No se me pasó por alto que todos evitábamos referirnos a lo que había sucedido la tarde anterior. Yo, desde luego, trataba de mantener a raya mis recuerdos.
—Ya sé que lo de ayer fue una conmoción espantosa para todos —dijo Ivy por fin—. Pero vamos a afrontar la situación.
—¿Cómo? —pregunté.
—Nuestro Padre nos mostrará el camino.
—Confío en que lo haga pronto, antes de que sea demasiado tarde —masculló Joe por lo bajini, pero sólo yo lo escuché.
El suicidio de Taylah había provocado una consternación general en el colegio. Aunque las clases no se interrumpieron para tratar de mantener la normalidad, todo parecía funcionar a medio gas. Habían enviado cartas a todos los padres ofreciendo atención psicológica y pidiendo que dieran todo el apoyo posible a sus hijos. Todo el mundo se movía con sigilo, para no alterar el silencio ni mostrarse insensible. La ausencia de Jake Thorn y sus amigos era patente.
A media mañana nos convocaron a una asamblea y el doctor Chester nos explicó que las autoridades del colegio ignoraban lo que había sucedido, pero que habían dejado todas las investigaciones en manos de la policía. Luego su voz adoptó un tono más práctico.
—La pérdida de Taylah McIntosh representa una trágica conmoción. Era una alumna y una amiga excelente y se la echará mucho de menos. Si cualquiera de vosotros desea hablar sobre lo ocurrido, que le pida hora a la señorita Hirche, nuestra consejera escolar, que es de total confianza.
—Compadezco al director —dijo Joe—. Ha recibido llamadas toda la mañana. Los padres están enloquecidos.
—¿Qué quieres decir?
—Los colegios se hunden por accidentes como éste —me dijo—. Todo el mundo quiere saber qué sucedió y por qué la escuela no hizo más para prevenirlo. La gente está empezando a preocuparse por sus propios hijos.
Yo me indigné.
—¡Pero si no ha tenido nada que ver con el colegio!
—Seguro que los padres no piensan lo mismo.
Después de la asamblea, Molly se me acercó con los ojos hinchados y enrojecidos. Joe se dio cuenta de que quería hablar a solas y se excusó para irse a un partido de waterpolo.
—¿Cómo lo llevas? —le pregunté, tomándola de la mano. Molly sacudió la cabeza y las lágrimas empezaron a rodarle otra vez por las mejillas.
—Me resulta tan raro estar aquí —dijo con voz ahogada—. Ya no es lo mismo sin ella.
—Lo sé —murmuré.
—No lo entiendo. No puedo creer que fuera capaz de algo así. ¿Por qué no habló conmigo? Ni siquiera sabía que estaba deprimida. ¡Soy la peor amiga del mundo! —Soltó un sollozo y me apresuré a abrazarla. Parecía que fuera a desmoronarse si no la sujetaban.
—La culpa no es tuya —dije—. A veces ocurren cosas que nadie habría podido prever.
—Pero…
—No —la corté—. Créeme. Tú no podrías haber hecho nada para impedirlo.
—Ojalá pudiera creerlo —susurró Molly—. ¿Te han contado que la encontraron en un charco enorme de sangre? Parece sacado de una película de terror.
—Sí —musité. Lo último que deseaba era revivir la experiencia—. Molly, deberías hablar con un psicólogo. A lo mejor te ayudaría.
—No. —Molly meneó la cabeza con energía y soltó una risa estridente e histérica—. Quiero olvidarlo todo. Incluso que ella llegó a estar aquí.
—Pero no puedes fingir que no ha pasado nada.
—Mírame —dijo, adoptando un tono falsamente alegre y vivaz—. El otro día me pasó algo agradable, de hecho.
Sonrió, todavía con los ojos brillantes de lágrimas. Daba espanto mirarla.
—¿Qué? —le pregunté, pensando que quizás abandonaría la farsa si le seguía la corriente.
—Bueno, resulta que Jake Thorn está en mi clase de informática.
—Ah —dije, estupefacta ante el derrotero siniestro que tomaba la conversación—. Fantástico.
—Sí, la verdad —respondió—. Me ha pedido que salga con él.
—¿Cómo? —exclamé, mirándola a la cara.
—Ya —dijo—. Yo tampoco podía creérmelo.
Era obvio que la conmoción la había trastornado. Se aferraba a cualquier distracción con tal de sacarse de la cabeza la pérdida que había sufrido.
—¿Y tú qué les ha dicho?
Se echó a reír brutalmente.
—No seas idiota, Beth. ¿Qué crees que le he dicho? Vamos a salir el domingo con unos amigos suyos. Ah, se me olvidaba… ¿A ti te da igual?, digo, después de lo que pasó en el baile de promoción. Porque me dijiste que no sentías nada por él…
—¡No! O sea, claro que no siento nada por él.
—Entonces, ¿no te importa?
—Sí me importa, Molly, aunque no por lo que tú crees. Jake es mal asunto, no puedes salir con él. ¿Y quieres dejar de actuar como si no pasara nada?
Había levantado la voz una octava más de lo normal y sonaba desquiciada. Molly me miraba, perpleja.
—¿Qué problema hay? ¿Por qué te pones tan rara? Creía que te alegrarías por mí.
—Ay, Molly. Me alegraría si salieras con cualquier otro —grité—. No puedes fiarte de él, seguro que de eso te has dado cuenta. No hace más que crear conflictos.
Ella se puso a la defensiva.
—No te cae bien porque tú y Joseph os peleasteis por su culpa —dijo acaloradamente.
—No es verdad. No me fío de él, ¡y tú no piensas con claridad!
—A lo mejor estás celosa porque es único —me espetó Molly—. Él mismo me decía que hay gente así.
—¿Cómo? —farfullé—. ¡Eso es absurdo!
—Para nada —replicó Molly—. Lo que pasa es que te has creído que sólo tú y Joseph merecéis ser felices. Yo también lo merezco, Beth. Sobre todo ahora.
—Molly, no seas loca. Por supuesto que no creo eso.
—Entonces, ¿por qué no quieres que salga con él?
—Porque Jake me da miedo —le dije con franqueza—. Y no quiero verte cometer un inmenso error sólo porque lo de Taylah te ha dejado trastornada.
Ella no parecía escucharme.
—¿Lo quieres para ti? ¿Es eso? Bueno, pues no puedes quedarte con todos, Beth. Tendrás que dejarnos algunos a las demás.
—No quiero ni verlo cerca de mí. Ni tampoco de ti…
—¿Por qué no?
—¡Porque él mató a Taylah! —chillé.
Molly se detuvo y me miró con unos ojos como platos. Ni yo misma podía creer que hubiera dicho aquello en voz alta, pero si servía para que Molly entrara en razón, si podía salvarla así de caer en las garras de Jake, lo daba por bien empleado.
Tras una pausa, sin embargo, entornó los ojos y retrocedió.
—Has perdido la cabeza —siseó.
—¡Espera, Molly! —grité—. Escúchame…
—¡No! No quiero escucharlo. Puedes odiar a Jake todo lo que quieras, pero yo voy a salir con él igualmente, porque me da la gana. Es el tipo más alucinante que he conocido y no pienso dejar pasar la oportunidad sólo porque tú estés sufriendo un ataque de histeria. —Me miró con los ojos entornados—. Y para tú información, dice que eres una zorra.
Ya abría la boca para replicar cuando se alzó repentinamente una sombra y apareció Jake junto a Molly. Mientras la rodeaba con un brazo y la atraía hacia sí, me lanzó una mirada lasciva. Ella soltó una risita y hundió la cabeza en su pecho.
—La envidia es un pecado mortal, Bethany —ronroneó Jake. Tenía los ojos complemente negros ahora, hasta tal punto que ya no distinguía la pupila del iris—. Tú deberías saberlo. ¿Por qué no tienes la elegancia de felicitar a Molly?
—O de empezar a escribir su elogio fúnebre —le espeté.
—Bueno, bueno. Eso es un golpe bajo —dijo—. No te preocupes. Cuidaré de tu amiga. Al parecer, tenemos mucho en común.
Se dio media vuelta y se llevó a Molly con él. La miré alejarse mientras el viento agitaba sus rizos rojizos.
Me pasé el resto de la tarde buscándola desesperadamente para explicarle las cosas de una manera que pudiera entender, pero no la encontraba por ninguna parte. Le conté a Joe lo sucedido y vi que se le ponía el rostro en tensión a medida que reproducía nuestro diálogo. La buscamos por todo el colegio y, a cada aula que registrábamos en vano, sentía que las entrañas se me retorcían de ansiedad. Cuando empecé a respirar agitadamente, Joe me obligó a sentarme en un banco.
—Calma, calma —dijo, mirándome a los ojos—. No le pasará nada. Todo se va a arreglar.
—¿Cómo? —pregunté—. ¡Él es peligroso! ¡Totalmente imprevisible! Ya sé lo que pretende. Quiere llegar a mí a través de ella. Sabe que es mi amiga.
Joe se sentó a mi lado.
—Piensa un momento, Beth. Jake Thorn todavía no le ha hecho daño a nadie de su círculo. Quiere reclutar gente: a eso se dedica. Mientras Molly esté de su lado, no le hará nada.
—Tú no puedes saberlo. Es del todo impredecible.
—Aunque lo sea, no le hará daño —dijo Joe—. Hemos de andarnos con ojo; no podemos perder la cabeza. Es muy fácil dejarse llevar por el pánico después de lo ocurrido.
—Entonces, ¿qué crees que debemos hacer?
—Creo que Jake nos ha dado a lo mejor una pista para encontrar la prueba que necesita Gabriel.
—¿En serio?
—¿Te ha dicho Molly a dónde iba a llevarla?
—Sólo me ha dicho que sería el domingo… y que iban a salir con algunos amigos de él.
Joe asintió.
—Vale. Venus Cove no es tan grande. Averiguaremos a dónde van y los seguiremos.
Al llegar a casa, les explicamos la situación a Ivy y Gabriel. La cuestión era averiguar a dónde iba a llevarse Jake a Molly. Podía ser a cualquier parte del pueblo y no podíamos permitirnos ningún error. Era nuestra ocasión para ver qué se proponía y no queríamos pifiarla.
—¿Dónde podría ser? —murmuró Ivy con aire pensativo—. Naturalmente, están todos los sitios normales del pueblo, como el cine, Sweethearts, la pista de bolos…
—No tiene sentido pensar de un modo normal. Él podrá ser cualquier cosa, pero normal… no es.
—Beth tiene razón —opinó Joe—. Tratemos de pensar por un momento como lo haría él.
Proponerle a un ángel que se metiera en la piel de un demonio era quizá mucho pedir, pero Gabriel e Ivy procuraron disimular su repugnancia y accedieron a su petición.
—No será en un lugar público —dijo Ivy de pronto—, sobre todo si piensa llevarse a sus amigos. Forman un grupo muy grande, demasiado llamativo.
Gabriel asintió.
—Irán a un sitio retirado y tranquilo donde nadie lo pueda interrumpir.
—¿No hay casas o fábricas abandonadas por aquí? —pregunté—. Como la que usaron para la fiesta privada después del baile. Un sitio así le vendría de perlas a Jake.
Joe negó con la cabeza.
—Yo creo que él es un poco más melodramático.
—Pensemos de un modo más extremado —sugirió Ivy.
—Exacto. —Joe me clavó sus ojos ambar—. Sus seguidores… Recuerda la pinta que tienen y cómo visten.
—Van de góticos —respondí.
—¿Y cuál es el centro de la cultura gótica? —dijo Gabriel.
Ivy lo miró, abriendo los ojos de repente.
—La muerte.
—Sí. —Joe tenía una expresión sombría—. ¿Y cuál sería el sitio ideal para una pandilla de bichos raros obsesionados con la muerte?
Caí en la cuenta de golpe. Inspiré hondo. Era extremado, lúgubre, oscuro. El sitio ideal para que Jake montara su show.
—El cementerio —mascullé.
—Eso creo.
Se volvió hacia mis hermanos, que tenían una expresión muy seria. Gabriel sujetaba su taza con fuerza.
—Me parece que tienes razón.
—Podría haber sido más original, el chico, la verdad —soltó Ivy—. El cementerio, claro. En fin, supongo que alguno de nosotros habrá de seguirlos el domingo.
—Yo me encargaré —dijo Gabriel en el acto, pero Joe meneó la cabeza.
—Eso equivaldría a buscar pelea. Incluso yo me doy cuenta de que no puedes lanzar al ruedo a un ángel y un demonio de esa manera. Creo que debería hacerlo yo —dijo Joe.
—Es demasiado peligroso —observé.
—No me dan miedo, Beth.
—A ti nada te da miedo, pero quizá debería dártelo.
—Es la única manera —insistió.
Miré a mis hermanos.
—Muy bien. Pero si él va… yo voy con él.
—Ninguno de los dos irá a ninguna parte —me cortó Gabriel—. Si Jake se volviera contra ti con un grupo de seguidores…
—Yo cuidaré de ella —dijo Joe, ofendido por la insinuación implícita de que no iba a ser capaz de protegerme—. Ya sabes que no permitiría que le sucediera nada.
Gabriel parecía escéptico.
—No pongo en duda tu energía física, pero…
—Pero ¿qué? —preguntó Joe, bajando la voz—. Daría mi vida por ella.
—No lo dudo, pero no tienes ni idea de las fuerzas con las que te enfrentas.
—He de proteger a Beth…
—Joseph —murmuró Ivy, poniéndole una mano en el brazo. Yo sabía que le estaba transmitiendo energía sedante por todo el cuerpo—. Escúchanos, por favor. Aún no sabemos quién es esa gente… ni lo fuertes que son ni de qué son capaces. Por lo que hemos visto hasta ahora, es probable que no tengan reparos en matar. Por valiente que seas, no eres más que un humano frente a… bueno, sólo Nuestro Padre lo sabe.
—¿Qué proponéis que hagamos?
—Creo que no debemos hacer nada sin haber consultado con una autoridad superior —dijo Gabriel, imperturbable—. Voy a ponerme en contacto con el Cónclave ahora mismo.
—¡No hay tiempo! —grité—. Molly podría correr grave peligro.
—¡Nuestra principal prioridad es protegeros a vosotros dos!
La cólera que traslucía la voz de Gabriel provocó un largo silencio. Nadie dijo una palabra hasta que Ivy nos miró con repentina firmeza.
—Hagamos lo que hagamos, Joseph, no puedes pasar el fin de semana en casa —dijo—. No es seguro. Has de quedarte con nosotros.
La escena en casa de Joe no fue agradable. Gabriel e Ivy aguardaron en el coche mientras Joe y yo entrábamos para decirles a sus padres que iba a quedarse conmigo durante todo el fin de semana.
Bernie lo miró airada cuando le dio la noticia.
—¿Ah, sí? Pues ahora me entero —acertó a decir. Siguió a Joe hasta su habitación y se plantó con los brazos en jarras en el umbral mientras él preparaba una bolsa—. No puedes ir. Tenemos planes este fin de semana.
Parecía no haber oído que él había dicho que se iba, en lugar de preguntárselo.
—Lo siento, mamá —se disculpó, moviéndose de un lado para otro por la habitación y metiendo prendas y ropa interior en la bolsa de deportes—. Debo irme.
Bernie abrió mucho los ojos y me lanzó una mirada acusadora. Obviamente me echaba la culpa de aquella transformación de su hijo modélico. Una lástima, porque hasta entonces nos habíamos llevado muy bien. Me habría gustado poder contarle la verdad, pero no había modo de hacerle comprender que era un peligro dejar allí a Joe sin ninguna protección.
—Joseph —le espetó—. He dicho que no.
Pero él no la escuchaba.
—Volveré el domingo por la noche —dijo, cerrando la cremallera y echándose la bolsa al hombro.
—Muy bien. Voy a buscar a tu padre. —Bernie giró sobre sus talones y se alejó por el pasillo—. ¡Peter! —la oímos gritar—. ¡Peter, ven a hablar con tu hijo! ¡Está totalmente descontrolado!
Joe me miró como excusándose.
—Perdona por el numerito.
—Están preocupados. Es normal.
Unos instantes más tarde apareció el padre de Joe en la puerta, con la frente fruncida y las manos en los bolsillos.
—Tienes a tu madre fuera de sí —dijo.
—Lo siento, papá. —Joe le puso una mano en el hombro—. No puedo explicároslo ahora, pero debo irme. Confía en mí por esta vez.
Peter me echó un vistazo.
—¿Estáis bien los dos? —preguntó.
—Lo estaremos —le dije—. Después de este fin de semana, todo quedará arreglado.
Peter pareció percibir la urgencia en nuestro tono y le dio una palmada a Joe.
—Yo me encargo de tu madre —dijo—. Vosotros dos preocupaos de andar con cuidado.
Señaló la ventana.
—Salid por ahí —dijo. Lo miramos boquiabiertos—. ¡Rápido!
Joe esbozó una sonrisa forzada, abrió la ventana y tiró su bolsa fuera antes de ayudarme a saltar.
—Gracias, papá. —Y me siguió, saltando con agilidad.
Desde fuera, pegados a la pared de ladrillo, oímos a Bernie entrando otra vez en la habitación.
—¿Dónde se han metido? —preguntó.
—No sé —dijo Peter con tono inocente—. Se me han escapado.
—¿Estás bien? —le pregunté a Joe, ya en el coche. Recordaba lo mal que yo me había sentido mintiendo a Ivy y Gabriel, y sabía que Joe les tenía un gran respeto a sus padres.
—Sí, mamá se repondrá —dijo con una sonrisa—. Tú eres mi máxima prioridad. No lo olvides.

Regresamos a casa, pensativos y silenciosos.
Lemoine
Lemoine


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Halo y Hades: Un Ángel Enamorado (Joseph) - Página 6 Empty Re: Halo y Hades: Un Ángel Enamorado (Joseph)

Mensaje por Lemoine Mar 07 Ene 2014, 10:14 pm


30
 
El ascenso del Infierno




Aunque lo intenté, no podía aceptar la sugerencia de Gabriel de aguardar una orientación divina. No parecía propio de él reaccionar con tanta cautela, lo cual me decía todo lo que necesitaba saber: Jake Thorn era una seria amenaza y ello implicaba que no podía quedarme de brazos cruzados mientras Molly permanecía en sus garras.
Ella había sido mi primera amiga en Venus Cove. Me había adoptado, había confiado en mí y había hecho todo lo posible para que me sintiera integrada. Si Gabriel, nada menos que él, no se sentía lo bastante seguro para actuar por su cuenta era porque algo muy grave pasaba. Así pues, no me lo pensé dos veces. Sabía lo que tenía que hacer.
—Voy a hacer unas compras al súper —le dije a Gabriel, procurando mantener una expresión impasible.
Él frunció el ceño.
—No falta nada. Ivy llenó la nevera ayer.
—Es que necesito airearme un poco y quitarme todo esto de la cabeza —alegué, cambiando de táctica. Gabriel me escrutó con severidad, entornando sus ojos grises. Tragué saliva. Mentirle a él no era nada fácil—. Me hace falta salir un poco.
—Te acompaño —dijo—. No quiero que andes sola en estas circunstancias.
—No saldré sola —insistí—. Iré con Joe. Y además, serán sólo diez minutos.
Me sentía fatal por mentirle con tal descaro, pero no me quedaba otro remedio.
—No seas tan cenizo. —Ivy le dio unas palmaditas en el brazo. Ella siempre se apresuraba a confiar en mí—. Un poco de aire fresco les sentará bien.
Gabriel frunció los labios y enlazó las manos en la espalda.
—Está bien. Pero volved aquí directamente.
Cogí a Joe de la mano y lo arrastré fuera. Él arrancó el coche en silencio. Al llegar al final de la calle, le dije que doblara a la izquierda.
—Tienes un sentido de la orientación fatal —bromeó, aunque la sonrisa no le iluminó la mirada.
—Es que no vamos al súper.
—Ya —respondió—. Y opino que estás loca.
—Tengo que hacer algo —le dije en voz baja—. Ya se han perdido vidas por culpa de Jake. ¿Cómo vamos a soportarlo si Molly se convierte en su próxima víctima?
            Joe no parecía muy convencido.
—¿De veras crees que voy a llevarte a la guarida de un asesino? El tipo es inestable. Ya has oído lo que dice tu hermano.
—Ya no se trata de mí —le dije—. Y yo no estoy preocupada.
—¡Pues yo sí! ¿Te das cuenta del peligro al que te estás exponiendo?
—¡Es mi misión! ¿Para qué crees que fui enviada aquí? No sólo para vender insignias en el mercadillo y colaborar en un comedor popular. ¡También para esto!, ¡aquí está el desafío! No puedo emprender la retirada porque me dé miedo.
—Quizá Gabriel acierte. A veces es más sensato tener miedo.
—Y a veces hay que hacer de tripas corazón —insistí.
Joe empezó a exasperarse.
—Escucha, yo iré al cementerio y me traeré a Molly. Tú quédate aquí.
—Qué gran idea —dije, sarcástica—. Si hay alguna persona a la que Jake odie más que a mí eres tú. Mira, Joe: puedes venirte conmigo o quedarte en casa. En cualquier caso, yo voy a ayudar a Molly. Lo comprenderé si no quieres meterte en esto…
Él hizo un brusco viraje en la siguiente esquina y condujo en silencio. Ahora teníamos por delante un buen tramo de carretera recta.
Las casas eran cada vez más escasas por allí.
—Vayas donde vayas, voy contigo —dijo.
El cementerio se hallaba al fondo de la carretera, ya en las afueras del pueblo. Al lado había una línea de ferrocarril abandonada, con algunos vagones oxidados por la acción de la intemperie. Sólo se veían en los alrededores unas cuantas casas medio en ruinas, con las terrazas infestadas de vegetación y las ventanas tapiadas con tablones.
El cementerio original databa de la época del primer asentamiento del pueblo, pero se había ido ampliando con las distintas oleadas migratorias. El sector más reciente contenía monumentos y sepulcros de mármol reluciente, cuidados con todo esmero. En muchas tumbas había fotografías de los finados rodeadas de lámparas votivas, además de pequeños altares, crucifijos y estatuas de Cristo y de la Virgen María con las manos entrelazadas en actitud de oración.
Joe aparcó al otro lado de la carretera, a cierta distancia de la entrada para no llamar la atención. A esa hora las verjas estaban abiertas, así que cruzamos y entramos sin más. A primera vista, el lugar parecía muy tranquilo. Vimos a una sola persona, una anciana vestida de negro, ocupándose de una tumba reciente. Estaba limpiando el cristal y cambiando las flores marchitas con un nuevo ramo de crisantemos, cuyos tallos recortaba meticulosamente con unas tijeras.
Parecía tan absorta en su tarea que apenas reparó en nosotros. El resto del lugar se veía desierto, dejando aparte, claro, algún que otro cuervo que sobrevolaba la zona en círculos y las abejas que zumbaban entre los arbustos de lilas. Aunque no hubiera ninguna perturbación terrestre, yo detectaba la presencia de varias almas perdidas que rondaban el lugar donde estaban enterradas. Me habría gustado detenerme para ayudarlas a hallar su camino, pero tenía problemas más acuciantes entre manos.
—Ya sé dónde podrían estar —dijo Joe, llevándome hacia la zona antigua del cementerio.
El panorama que nos salió allí al encuentro era muy distinto. Las tumbas estaban derruidas y abandonadas; las barandillas de hierro, totalmente oxidadas. Un enmarañado amasijo de hiedra había terminado asfixiando el resto de la vegetación y ahora campaba a sus anchas, enrollándose en los pasamanos de hierro con sus tenaces filamentos. Estas tumbas eran mucho más humildes y estaban a ras del suelo; algunas sólo contaban con una placa para identificar a su ocupante. Vi un trecho de césped sembrado de molinilllos y muñecos de peluche ya muy andrajosos, y comprendí que aquélla había sido la sección de bebés. Me detuve a leer una de las lápidas: AMELIA ROSE1949-1949, A LA EDAD DE DÍAS. Pensar en aquella pequeña alma que había embellecido la Tierra durante sólo cinco días me llenó de una tristeza indecible.
Avanzamos sorteando lápidas desmoronadas. Pocas permanecían intactas. La mayoría se habían hundido en la hierba y sus inscripciones, medio borradas, apenas resultaban legibles. Otras ya no eran más que un revoltijo de piedra resquebrajada, musgo y hierbas. A cada paso nos tropezábamos con la estatua de un ángel: algunos enormes, otros más pequeños, pero todos ellos con expresión sombría y los brazos abiertos, como dando la bienvenida.
Mientras caminábamos, percibía los cuerpos de los muertos bajo aquella capa de piedra triturada. Me hormigueaba la piel, pero no eran los durmientes bajo nuestros pies los que me turbaban, sino lo que íbamos a descubrir quizás al doblar la siguiente esquina. Presentía que Joe empezaba a arrepentirse de haber venido, pero no mostraba signos de temor.
Nos detuvimos bruscamente al oír un murmullo de voces que parecían entonar un cántico fúnebre. Avanzamos con sigilo hasta que se volvieron más audibles y nos ocultamos tras un enorme abedul. Atisbando entre sus ramas, distinguimos un corrillo de gente. Calculé que debían de ser como dos docenas de personas en total. Jake estaba de pie frente a ellos, sobre una tumba cubierta de musgo, con las piernas separadas y la espalda muy erguida. Llevaba una chaqueta negra de cuero y un pentagrama invertido colgado del cuello con un cordón. Se cubría la cabeza con un sombrero gris. Me quedé paralizada al verlo: creí reconocerlo, sentí que se removía en mi interior un recuerdo. Y al fin me vino a la cabeza aquella extraña y solitaria figura que había visto durante el partido de rugby. Había aparecido en la otra banda con el rostro casi tapado y, en cuanto Joe quedó tendido en el suelo, se había desvanecido como por arte de magia. ¡Así que había sido Jake quien lo había orquestado todo! La idea misma de que hubiera querido herir a Joe me llenó de una rabia hirviente, pero procuré sofocarla. Ahora más que nunca, tenía que conservar la calma.
Detrás de Jake se alzaba un ángel de piedra de tres metros. Era una de las cosas más escalofriantes que había visto en mi vida terrestre. Pese a su aspecto de ángel, había en él algo siniestro. Tenía los ojos pequeños, unas alas negras majestuosamente desplegadas a su espalda y un cuerpo poderoso que parecía capaz de aplastar a cualquiera. Llevaba una larga espada de piedra pegada a la cintura. Jake permanecía bajo su sombra, como si de algún modo le protegiera.
El grupo había formado un semicírculo en torno de él. Iban todos vestidos de un modo extraño: algunos con capuchas que les ocultaban el rostro por completo; otros con encajes negros y cadenas, con las mejillas empolvadas de blanco y los labios manchados de un rojo sangre. No parecían comunicarse entre ellos; se acercaban a Jake uno a uno, haciéndole una reverencia, y luego tomaban un objeto de un saquito y lo depositaban a sus pies como una ofrenda. Ofrecían un espectáculo lamentable bajo la tenue luz de la tarde. Me pregunté con qué trucos o mediante qué promesas habría apartado Jake a todos aquellos jóvenes de su vida normal para que se unieran a él y vinieran a turbar el reposo de los muertos.
Ahora alzó las manos y todo el grupo lo contempló inmóvil. Se quitó el sombrero. Tenía su largo pelo oscuro muy enmarañado y una expresión casi enloquecida en la cara. Su voz, cuando al fin tomó la palabra, parecía reverberar directamente desde el ángel de piedra.
—Bienvenidos al lado oscuro —dijo con una risa gélida—. Aunque yo prefiero llamarlo el lado divertido. —Hubo un murmullo general de asentimiento—. Os aseguro que no hay nada que siente tan bien como el pecado. ¿Por qué no entregarse al placer cuando la vida nos trata con tal indiferencia? Estamos aquí, todos nosotros, ¡porque deseamos sentirnos vivos!
Deslizó poco a poco su mano esbelta por el muslo de piedra del ángel y luego volvió a hablar con tono almibarado.
—El dolor, el sufrimiento, la destrucción, la muerte: todas estas cosas son música para nuestros oídos, una música dulce como la miel. A través de ellas nos hacemos más fuertes. Son el alimento de nuestra alma. Tenéis que aprender a rechazar una sociedad que lo promete todo y no entrega nada. Estoy aquí para enseñaros a crear vuestro propio sentido, liberándoos de esta prisión en la que estáis encadenados como animales. Fuisteis creados para mandar, pero os han atontado y domesticado. ¡Reclamemos nuestro poder sobre la Tierra!
Recorrió el semicírculo con la vista. Ahora adoptó el tono zalamero de un padre que intenta engatusar a un crío, mientras agarraba por la empuñadura la espada de piedra del ángel.
—Os habéis portado muy bien hasta ahora y estoy satisfecho de vuestros progresos. Pero ya es hora de dar pasos más decididos. Os emplazo a hacer más, a ser más, y a desprenderos de todas las trabas que os mantienen atados a la buena sociedad. Invoquemos todos a los espíritus retorcidos de la noche para que nos asistan.
Sus palabras parecieron desatar una especie de fiebre entre sus seguidores, como en una hipnosis colectiva. Echaron al unísono la cabeza atrás y se pusieron a dar voces de un modo incoherente. Algunos sólo susurraban, otros chillaban con todas sus fuerzas. Era un griterío lleno de dolor y de venganza.
Jake sonrió complacido y miró su reloj de oro.
—No tenemos mucho tiempo. Vayamos al grano. —Miró al grupo—.¿Dónde están? Traédmelos aquí.
Empujaron hacia delante a dos figuras, que fueron a desplomarse a sus pies. Ambas llevaban una capa con capucha. Jake agarró a la más cercana y le descubrió la cabeza. Era un chico de aspecto normal. Lo reconocía del colegio: un alumno discreto y modesto, miembro del club de ajedrez. Él no tenía cercos bajo los párpados ni los ojos negros como los demás, sino de un verde pálido. Pero a pesar de su saludable apariencia, se le veía desencajado.
Jake le puso la mano sobre la cabeza.
—No temas —ronroneó, seductor—. He venido para ayudarte.
Lentamente, empezó a trazar signos y espirales en el aire por encima del chico arrodillado. Desde donde yo estaba agazapada, vi que éste seguía los movimientos de la mano y que escrutaba las caras de los presentes, tratando de calibrar la situación. Tal vez se preguntaba si aquello no era más que una sofisticada travesura, un rito de iniciación que debía soportar para ser aceptado en el seno del grupo. Yo me temía que fuese algo mucho más siniestro.
Entonces uno de sus secuaces le dio a Jake un libro. Estaba encuadernado en cuero negro y tenía las páginas amarillentas. Jake lo alzó con veneración y dejó que se abriera. Una ráfaga de viento sacudió los árboles en el acto y levantó una nube de polvo entre las lápidas.
Reconocí el libro por las enseñanzas que había recibido en mi antiguo hogar.
—Oh, no —susurré.
—¿Qué? —Joe también parecía haberse alarmado al ver el libro—. ¿Qué es?
—Un grimorio —contesté—. Un libro de magia negra. Contiene instrucciones para invocar espíritus y alzar a los muertos.
—Me estás tomando el pelo.
Joe parecía casi a punto de pellizcarse para despertar de aquella pesadilla en la que había caído inesperadamente. Me sorprendió comprobar lo inocente que era y sentí una oleada de culpa por haberlo arrastrado hasta allí. Pero no era momento para perder la serenidad.
—Es muy mala señal —dije—. Los grimorios son muy poderosos.
Todavía encaramado sobre la tumba, Jake empezó a jadear ostensiblemente mientras salmodiaba las palabras del libro de un modo cada vez más acelerado y frenético. Abrió los brazos.
Exorior meus atrum amicitia quod vindicatum is somes. —Era latín, pero un latín que yo nunca había oído, completamente alterado. Deduje que debía tratarse de la lengua del inframundo—. Is est vestri pro captus —canturreaba Jake, aferrando el aire con las manos crispadas.
—¿Qué dice? —me susurró Joe.
A mí misma me sorprendió descubrir que podía traducírselo con toda exactitud.
—«Acércate, oscuro amigo, y reclama este cuerpo. Es tuyo, si lo quieres.»
Sus seguidores lo observaban sin respirar. Nadie se movía ni emitía el menor sonido, por temor a interrumpir el proceso antinatural que se estaba desarrollando.
Joe se había quedado tan paralizado que le toqué la mano para comprobar que seguía consciente. Los dos nos sobresaltamos al oír un sonido espantoso, e incluso tuvimos que resistir el impulso de taparnos los oídos. Era un ruido chirriante, como de uñas rascando una pizarra, y se extinguió tan bruscamente como había empezado. De la boca del ángel de piedra salió una nube de humo negro y descendió hacia Jake como si fuese a susurrarle al oído. Jake agarró al chico por la cabeza, se la echó hacia atrás y le obligó a abrir la boca.
—¿Qué haces? —farfulló el chico.
La nube negra pareció enroscarse un instante en el aire antes de zambullirse en su boca abierta y descender por su garganta. El chico soltó un grito gutural y se llevó las manos al cuello, mientras su cuerpo se retorcía convulsivamente en el suelo. Su rostro se contrajo como si estuviera sufriendo un dolor horroroso. Noté que Joe temblaba de rabia.
El chico se quedó inmóvil. Un instante más tarde se sentó y miró alrededor. Su desconcierto inicial se transformó en una expresión de placer. Jake le ofreció una mano y lo ayudó a ponerse de pie. Él flexionó sus miembros, como si reparase en ellos por primera vez.
—Bienvenido de nuevo, amigo mío —dijo Jake.
Cuando el chico se giró, vi que sus ojos verdes se habían vuelto negros como el carbón.
—No puedo creer que no lo haya descubierto antes —dije, agarrándome la cabeza—. Me hice amiga de él, quería ayudarle… Tendría que haber percibido que era un demonio.
Joe me puso la mano en la parte baja de la espalda.
—Tú no tienes la culpa. —Volvió la vista hacia el grupo congregado a los pies de Jake—. ¿Son todos demonios?
Meneé la cabeza.
—No lo creo. Jake parece estar invocando espíritus vengativos para que posean a sus seguidores.
—Aún me lo pones peor —masculló Joe—. ¿De dónde proceden los espíritus? ¿Son la gente de estas tumbas?
—Lo dudo —dije—. Deben de ser almas de los condenados del inframundo, lo cual es muy distinto de un demonio. Éstos son criaturas creadas por el propio Lucifer y solamente lo adoran a él. Lo mismo sucede con los ángeles. Millones de almas van al Cielo, pero no por eso se transforman en ángeles. Los ángeles y los demonios nunca han sido humanos. Juegan en su propia liga, por así decirlo.
—¿Esos espíritus siguen siendo peligrosos? —preguntó Joe—. ¿Qué les sucederá a las personas que han poseído?
—Su principal objetivo es la destrucción —le expliqué—. Cuando se apoderan de un humano pueden conseguir que esa persona haga cualquier cosa. Es como si hubiera dos almas bajo un mismo caparazón. La mayoría de la gente sobrevive a la experiencia, a menos que el espíritu haya dañado adrede su cuerpo. No representan una gran amenaza para nosotros; nuestros poderes son muy superiores a los suyos. Jake es el único del que debemos preocuparnos.
Volvimos a callarnos cuando Jake se acercó a la otra víctima. Pero yo no estaba preparada para lo que sucedió a continuación. Cuando le quitó la capucha, vi una cascada de rizos rojizos demasiado conocida y unos ojos azules aterrorizados.
—No te preocupes, querida —consoló Jake a Molly, deslizándole un dedo por el cuello hasta el pecho—. No hace mucho daño.
Agarré a Joe del brazo.
—Hemos de detenerlo —le dije—. ¡No podemos permitir que le haga daño a Molly!
Joe se había puesto pálido.
—Yo también quiero acabar con él, pero si intervenimos ahora, no tenemos ninguna posibilidad contra todos ellos. Necesitamos a tus hermanos.
Sacudió la cabeza y comprendí que había aceptado al fin que no podía derrotar solo a Jake.
Una de las adeptas del semicírculo, dominada por los celos y el deseo, se arrojó al suelo y empezó a retorcerse delante de todos, mientras ponía los ojos en blanco y abría y cerraba la boca. La reconocí en el acto. Era Alexandra, de mi clase de literatura. Jake se agachó y la inmovilizó agarrándola del pelo. Luego recorrió sugestivamente su garganta con un dedo y lo dejó sobre sus labios. Ella jadeaba y se arqueaba hacia él en una especie de éxtasis, pero Jake se apartó y trazó con la punta de la bota una línea alrededor de su cuerpo.
—Hemos de marcharnos —susurró Joe—. Esto nos supera.
—No vamos a irnos sin Molly.
—Escucha, Beth, si Jake descubre que estamos aquí…
—No puedo dejarla, Joseph.
Él soltó un suspiro.
—Está bien. Se me ocurre una idea para rescatarla, pero debes confiar en mí y escucharme bien. Un paso en falso podría resultar fatal para ella.
Asentí, esperando que me explicase su plan, pero entonces resonó un grito espeluznante. Molly estaba de rodillas, con las manos atadas a la espalda, y Jake la sujetaba de la nuca. La niebla negra empezaba a surgir de la boca del ángel de piedra. Aunque totalmente lívida, Molly no quitaba los ojos de Jake. Ya no pude soportarlo más. Me incorporé desde detrás de la tumba sin hacer caso del grito de Joe.
—¿Qué vas a hacer? —grité—. ¡Detente, Jake!, ¡déjala!
Él me miró con la cara contraída de rabia. Enseguida sentí a mi lado la presencia de Joe, que se apresuró a ponerse delante de mí para protegerme.
Al verlo, la rabia de Jake pareció disiparse. Cruzó los brazos y arqueó una ceja, con aire divertido.
—Vaya, vaya —dijo—. ¿Qué tenemos aquí? Si no es el Ángel de la Misericordia y su…
—Molly, baja de ahí —gritó Joe.
Ella obedeció en silencio, demasiado aturdida para pronunciar palabra. Jake soltó un gruñido.
—No te muevas —le ordenó.
Molly se quedó paralizada.
—¡Tú! —aullé, señalando a Jake—. Sabemos lo que eres.
Él aplaudió lentamente, en son de burla.
—Buen trabajo. Estás hecha una detective de primera.
—No vamos a dejar que te salgas con la tuya —le dijo Joe—. Nosotros somos cuatro y tú, uno solo.
Jake se rio y abarcó con un gesto a sus seguidores.
—En realidad, somos muchos más y el número aumenta cada día —explicó con una risita—. Por lo visto, soy bastante popular.
Lo miré horrorizada, sintiendo que toda mi seguridad se evaporaba.
—Vosotros con vuestras buenas obras no tenéis la menor posibilidad —dijo Jake—. Ya podríais daros por vencidos.
—No cuentes con ello —gruñó Joe.
—Ah, qué enternecedor —ironizó Jake—. El muchacho humano se cree capaz de defender a un ángel.
—Y lo soy, no lo dudes.
—¿De veras crees que puedes hacerme daño?
—Lo descubrirás si intentas hacerle daño a ella.
Jake le dirigió una mueca, mostrando sus dientes afilados.
—Deberías saber que estás jugando con fuego —le dijo con una sonrisa desdeñosa.
—No me da miedo quemarme —le espetó Joe.
Se miraron airados durante un buen rato, como desafiándose mutuamente a actuar. Yo me adelanté.
—Suelta a Molly —dije—. No tienes por qué hacerle daño. Tú no ganas nada.
—La soltaré encantado. —Jake sonrió—. Con una condición…
—¿Cuál? —preguntó Joe.
—Que Beth ocupe su lugar.
Joe se tensó de furia y sus ojos cafes relampaguearon.
—¡Vete al infierno!
—Pobre humano indefenso —se mofó Jake—. Ya perdiste a un amor… ¿y ahora estás dispuesto a perder otro?
—¿Qué has dicho? —gritó Joe entornando los ojos—. ¿Cómo has sabido de ella?
—Ah, la recuerdo muy bien —replicó Jake con una sonrisitarepulsiva—. Emily… ¿verdad? ¿Nunca te has preguntado por qué se salvó toda su familia y ella no? —Joe parecía a punto de vomitar. Le apreté la mano—. Resultó casi demasiado fácil… atarla a la cama mientras la casa ardía en llamas. Todo el mundo creyó que había seguido durmiendo pese al alboroto. No oyeron sus gritos entre el rugido del incendio…
—¡Hijo de puta!
Joe echó a correr hacia Jake, pero no llegó muy lejos. Éste sonrió con un rictus burlón, chasqueó los dedos y Joe se dobló bruscamente, agarrándose el vientre. Intentó enderezarse, pero Jake lo mandó al suelo con un giro de muñeca.
—¡Joe! —grité, acudiendo en su ayuda. Sentí que le temblaban los hombros del dolor—. Déjalo en paz —le supliqué a Jake—. ¡Basta, por favor!
Traté de invocar mentalmente la ayuda de Dios, dirigiéndole una silenciosa oración: «Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra, líbranos del mal. Envíanos Tu espíritu para socorrernos y llama a los ángeles de la salvación. Pues el Reino, el Poder y la Gloria son Tuyos, ahora y siempre…».
Pero los poderes de Jake bloquearon mi oración como si una espesa niebla negra se abatiera sobre mí y retuviera las palabras sin dejarlas salir de mi mente. Sentí que iba a estallarme la cabeza. Jake Thorn se crecía con la desgracia y el dolor y yo era consciente de que no podía derrotar sola a alguien de su calaña. Debería haber escuchado a Joe. Él tenía razón. Y puesto que nadie iba a venir en mi ayuda, sólo existía un modo de salvarlos a Molly y a él. Sólo se me ocurría una salida.
—¡Tómame a mí! —grité, abriendo los brazos.
—¡No! —Joe se incorporó penosamente, pero no podía hacer nada frente a los oscuros poderes de Jake y se desmoronó de nuevo.
Yo no vacilé; me adelanté corriendo y entré en el semicírculo. Los adeptos de Jake se apresuraron a estrechar el cerco, sin dejar de canturrear con voces enloquecidas, pero él levantó la mano, indicándoles que debían retroceder.
Alargué el brazo hacia Molly y logré arrancarla de sus garras.
—¡Corre! —grité.
Sentí que me faltaba el aire cuando Jake se me acercó. La niebla negra me abrumaba y me desmoroné en el suelo, golpeándome con una esquina del pedestal de la estatua. Debí hacerme un corte porque noté un cálido reguero de sangre en la frente. Traté de levantarme, pero el cuerpo no me obedecía. Era como si me hubiese abandonado hasta la última gota de energía. Abrí los ojos y vi a Jake alzándose ante mí.
—Mis hermanos no permitirán que lo consigas —murmuré.
—Yo creo que ya lo he conseguido —gruñó Jake—. Te di la oportunidad de unirte a mí y la declinaste como una estúpida.
—Eres malvado —le dije—. Nunca me uniría a ti.
—Pero ser malo puede resultar muy agradable —replicó, riendo.
—Antes prefiero morir.
—Así será.
—¡Apártate de ella! —gritó Joe, con la voz empañada de dolor. Seguía tirado en el suelo y no podía moverse—. ¡No te atrevas a tocarla!
—Cierra el pico —le soltó Jake—. Tu cara bonita no va a salvarla ahora.

Lo último que recordé más tarde, antes de que se hiciera la oscuridad, fueron los ojos verdes de Jake reluciendo con avidez y la voz angustiada de Joe pronunciando mi nombre.
Lemoine
Lemoine


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Halo y Hades: Un Ángel Enamorado (Joseph) - Página 6 Empty Re: Halo y Hades: Un Ángel Enamorado (Joseph)

Mensaje por Lemoine Mar 07 Ene 2014, 10:15 pm


31
Liberación




Me desperté en el asiento trasero de un coche muy grande. Cuando traté de moverme, comprobé que una fuerza invisible me mantenía clavada en el sitio. Jake Thorn estaba delante, en el asiento del conductor. A mí me flanqueaban Alicia y Alexandra, ambas de la clase de literatura. Me miraban con sus caras inexpresivas y empolvadas de blanco, como si yo fuera un espécimen de laboratorio. Tenían entrelazadas en el regazo sus manos enguantadas, no les hacía falta sujetarme. Forcejeé, tratando de moverme, y casi lo logré. De hecho, le di un codazo a Alexandra en las costillas.
—Se está portando mal —protestó.
Jake le lanzó un paquetito envuelto en papel de plata.
—Con una de éstas bastará —dijo.
Alicia me abrió la boca a la fuerza; Alexandra me metió en la boca una pastilla verde y, para que me la tragara, sacó una petaca plateada y me dio un líquido que me quemó la garganta y se me derramó en parte por la cara. Me ahogaba y no tuve más remedio que tragar. Tosí y escupí; tenía arcadas. Las dos chicas sonrieron, satisfechas. Sus caras blancas y sus miradas vacías empezaron a volverse borrosas y a difuminarse en una niebla azul. Notaba un zumbido en los oídos que ahogaba cualquier otro ruido. Sentí que el corazón me latía más acelerado que nunca. Después me desplomé en el asiento y todo se volvió negro.
Cuando abrí los ojos de nuevo, me encontré sentada sobre una alfombra desteñida, con la espalda apoyada en una fría pared de yeso. Deduje que debía de llevar un buen rato allí porque el frío de la habitación se me había pegado a la ropa y a la piel. Tenía las manos amarradas y me hormiguearon los dedos cuando los flexioné. Me dolían los brazos por llevar tanto tiempo en la misma posición. Me habían atado una cuerda alrededor de la cintura y me habían puesto un trapo en la boca, cosa que me hacía más difícil respirar. Me parecía oler a gasolina.
Miré alrededor, tratando de vislumbrar en la penumbra a dónde me había llevado Jake. Desde luego no era un calabozo, como había creído al principio, aquello más bien daba la impresión de ser la sala de estar de una casa victoriana. Era una habitación espaciosa, con techo alto y apliques en las paredes en forma de rosales. Por sus colores, la alfombra parecía persa, aunque olía a humedad. El aire estaba impregnado de un rancio olor a cigarro. Había dos sofás que debían de haber conocido tiempos mejores, situados uno frente a otro y flanqueados por unas mesitas de mármol con patas de latón. A un lado se alzaba un enorme aparador de caoba, con una colección de licoreras tan polvorientas que apenas se distinguía el color ámbar y ciruela de las bebidas. En medio de la sala había una gran mesa de cedro pulido con patas delicadamente talladas. Las sillas de respaldo alto situadas alrededor estaban tapizadas de terciopelo borgoña y, en el centro de la mesa, había un inmenso candelabro cuyas velas prendidas arrojaban sombras por toda la habitación. En las paredes, cuyo empapelado a rayas se desprendía a trechos, vislumbré extrañas litografías y mapas antiguos. Encima de la repisa de mármol de la chimenea había varios retratos de marco dorado; sus rostros me observaban con un aire de superioridad, como si ellos conocieran un secreto que yo aún tenía que descubrir. Había uno de un caballero de aspecto renacentista, con cuello de volantes, y otro de una mujer rodeada por cinco hijas que parecían ninfas, todas con el pelo al estilo prerrafaelita y vestidos vaporosos.
Todo, incluso los cuadros, estaba cubierto de una película de polvo. Me pregunté cuánto tiempo hacía que no vivía nadie en aquella casa. Parecía congelada en el tiempo. Una gigantesca telaraña colgaba del techo como una tela de muselina. Al observar con atención, comprendí que todo tenía un aire de deterioro. Las sillas parecían apolilladas, los marcos de los cuadros estaban torcidos y el cuero de los sofás, hundido. En el techo se distinguían varias manchas de humedad. Todo seguía en su su sitio, como si los dueños hubieran abandonado la casa precipitadamente con la esperanza de volver y no lo hubieran hecho jamás. Las ventanas estaban tapiadas con tablones y sólo se colaban unas cuantas franjas de luz natural, que dibujaban trazos dispersos sobre la alfombra.
Me dolía todo el cuerpo; la cabeza me pesaba y percibía las cosas de un modo brumoso. Oía voces distantes, pero no se presentaba nadie. Permanecí así durante lo que me parecieron horas y empecé a comprender a qué se refería Gabriel cuando afirmaba que el cuerpo humano tenía ciertas necesidades. Me sentía desfallecer de hambre, notaba la garganta reseca y necesitaba con desesperación ir al baño. Me hundí en una especie de duermevela hasta que finalmente percibí que alguien entraba en la habitación.
Al incorporarme y enfocar la vista, vi a Jake Thorn sentado a la cabecera de la mesa. Iba con un batín corto, curiosamente, y tenía los brazos cruzados. Lucía su sonrisa socarrona habitual.
—Lamento que hayamos tenido que terminar así, Bethany —me dijo. Se acercó para quitarme la mordaza de la boca. Hablaba con tono melifluo—. Te ofrecí la oportunidad de una vida juntos.
—Una vida contigo sería peor que la muerte —repliqué con voz ronca.
Su expresión se endureció y sus felinos ojos negros destellaron.
—Tu estoicismo resulta admirable —dijo—. De hecho, creo que es de las cosas que más me gustan de ti. Sin embargo, en este caso creo que llegarás a lamentar tu decisión.
—No puedes matarme. Sólo serviría para que regresara a mi vida de antes.
—Muy cierto. —Sonrió—. Qué lástima que tu otra mitad quedaría aquí abandonada. Me pregunto qué será de él cuando tú ya no estés.
—¡No te atrevas a amenazarlo!
—¿He tocado un punto sensible? —dijo Jake—. Me pregunto cómo reaccionará Joe cuando descubra que su preciosa novia ha desaparecido misteriosamente. Espero que no cometa ninguna locura. El dolor puede empujar a los hombres a actuar de modos muy extraños.
—A él déjalo fuera. —Forcejeé con la cuerda—. Arreglemos las cosas entre nosotros.
—No creo que estés en posición de negociar, ¿no te parece?
—¿Por qué lo haces, Jake? ¿Qué crees que vas a ganar?
—Eso depende de lo que entiendas por ganar. Yo sólo soy un siervo de Lucifer. ¿Sabes cuál fue su mayor pecado?
—El orgullo —respondí.
—Exactamente. Por eso no deberías haber herido el mío. No me gustó nada.
—No quería herirte, Jake…
Él me cortó en seco.
—Ése fue tu error, y ahora viene la parte en la que yo me desquito. Será un espectáculo ver al modélico delegado del colegio quitándose la vida. Vaya, vaya. ¿Qué dirá todo el mundo?
—¡Joe jamás haría una cosa así! —siseé rabiosa, sintiendo que me daba un vuelco el corazón.
—No, no lo haría —asintió Jake— si no contara con una pequeña ayuda de mi parte. Yo puedo introducirme en su mente y brindarle algunas sugerencias. No debería resultarme difícil. Al fin y al cabo, ya perdió al amor de su vida. Lo cual lo vuelve particularmente vulnerable. ¿Qué método podría inspirarle? ¿Arrojarse contra las rocas de la Costa de los Naufragios?, ¿estrellarse contra un árbol?, ¿abrirse las venas?, ¿adentrarse en el océano? Cuántas posibilidades que considerar…
—Estás haciendo todo esto porque te sientes herido —le dije—. Pero matar a Joe tampoco te devolverá la felicidad. Matarme a mí no te procurará ninguna satisfacción.
—¡Basta de charla inútil!
Se sacó de la chaqueta un afilado cuchillo y se inclinó sobre mí para cortarme las ligaduras con movimientos secos y precisos. Los brazos y las manos aún me dolían más una vez liberados. Jake tiró de mí y quedé de rodillas a sus pies. Miré sus relucientes zapatos negros acabados en punta y, súbitamente, dejé de preocuparme del dolor de mis miembros, del martilleo que sentía en la cabeza, de las náuseas, la debilidad y el desfallecimiento por falta de alimentos. Lo único que me importaba de repente era ponerme de pie. Yo no me inclinaría ante aquel Agente de la Oscuridad. Prefería morir antes que traicionar mi lealtad celestial rindiéndome ante él.
Puse una mano en la pared para sostenerme y me levanté. Me hizo falta toda mi energía y no sabía si aguantaría mucho tiempo. Mis rodillas flaqueaban y amenazaban con doblarse.
Jake me miró divertido.
—Dudo mucho que sea el momento de demostrar lealtad —dijo, burlón—. ¿Te das cuenta de que tengo tu vida en mis manos? Tendrás que rendirme veneración si quieres vivir y volver a ver a tu Joe otra vez.
—Renuncio a ti y a todas tus pompas —dije con calma.
Aquello pareció enfurecerlo. Me alzó por los aires y me arrojó sobre la mesa. Me golpeé la cabeza con un crujido antes de caerme y aterrizar en el suelo hecha un guiñapo. Una sustancia pegajosa se me deslizaba por la frente.
—¿Qué tal va la cosa? —me preguntó con petulancia, todavía apoyado en el borde de la mesa. Se agachó y me acarició la herida. Sus manos irradiaban calor—. No tendría por qué ser así —ronroneó.
Aguardó una señal de aquiescencia, pero yo seguí muda.
—Muy bien. Si ésta es tu respuesta, no me dejas elección. Voy a tener que arrancarte hasta el último vestigio de bondad —dijo suavemente—. Y cuando termine, no te quedará ni una pizca de honradez y de integridad.
Se echó hacia delante, de manera que el pelo le caía sobre los ojos relucientes. Lo tenía apenas a unos centímetros y veía sus rasgos con detalle: la curva prominente de sus pómulos, la fina línea de sus labios, la barba incipiente en sus mejillas.
—Voy a ennegrecer tu alma y luego la haré mía.
Mi cuerpo empezó a estremecerse. Agarré desesperada las patas de la mesa, buscando un punto de apoyo, una vía de escape. Jake recorrió con la mano lentamente todo mi brazo, saboreando el instante. La piel me palpitaba y ardía y, al bajar la vista, vi una prolongada marca roja allí donde me había abrasado con su simple contacto.
—Me temo que no volverás al Cielo, Bethany, porque cuando yo haya acabado contigo no te aceptarán.
Me acarició la cara con un solo dedo y resiguió la silueta de mis labios. Sentí que la cara se me convertía en una máscara ardiente.
Me revolví, forcejeé furiosamente, pero Jake me sujetó y me obligó a mirarlo. Tenía la sensación de que sus dedos me taladraban las mejillas.
—No te apures, ángel mío, ¡somos muy hospitalarios en el Infierno!
Me besó violentamente y me estrechó con todo su peso antes de retirarse. Yo sentía espasmos ardientes que me abrasaban todo el cuerpo.
—Ya es hora de decir adiós a la señorita Church.
Jake cerró los ojos y se concentró con tal fuerza que advertí que se le cubría la frente de sudor. Las venas de las sienes le palpitaban, hinchadas. Lentamente, se enderezó y me sujetó la cabeza con las manos.
Y entonces sucedió: noté como si unas agujas ardientes penetraran en mi mente y, en un solo instante, vi todo el mal perpetrado en el mundo desde el albor de los tiempos: todo concentrado en una fracción de segundo. Cada calamidad sufrida por el hombre en una serie de imágenes inconexas, de fogonazos tan intensos que creí que me iba a estallar el cerebro.
Vi multitud de niños que quedaban huérfanos en las guerras; vi pueblos enteros convertidos en escombros por los terremotos, hombres destrozados a cañonazos, familias muriendo de hambre y sed a causa de la sequía. Vi asesinatos, oí gritos, sentí todas las injusticias del mundo. Cada enfermedad conocida por la humanidad invadió mi cuerpo como una marea. Cada sentimiento de terror, de pesar y de impotencia me recorrió por dentro. Sentí desgarradoramente cada muerte violenta. Estuve en el coche cuando Grace se estrelló. Fui un hombre que sufría un accidente en barco y se ahogaba en el mar, aplastado por el peso de las olas. Fui Emily, quemada viva por las llamas en su propia cama. Y durante todo el tiempo, oía una risa despiadada, que era sin duda la de Jake.
El dolor de miles, de millones se clavó en mi carne terrestre, convertido en esquirlas de cristal. Percibía vagamente mi cuerpo sufriendo convulsiones en el suelo. Yo era un ángel, pero me estaban inoculando todo el dolor y la oscuridad del mundo. Aquello acabaría conmigo. Abrí la boca para suplicarle a Jake que pusiera fin a mi sufrimiento, pero no salió ningún sonido. Me fallaba la voz incluso para pedirle que me matara. El asedio continuó: las imágenes espantosas siguieron fluyendo de Jake y entrando en mí hasta que ya incluso tomar aliento me resultaba una agonía.
Jake me quitó bruscamente las manos de la cabeza y me pareció que me hundía en un instante de puro alivio. Fue entonces cuando vi el fuego, alzándose y devorándolo todo a su paso, y de repente noté que el aire estaba lleno de humo. La lámpara tembló y se desplomó mientras cedía una parte del techo y llovían trozos de vidrio y yeso sobre la mesa. Apenas a un metro, las cortinas ardían en llamas y arrojaban pavesas en todas direcciones. Me tapé la cara; algunas me dieron en las manos. Mi cuerpo todavía palpitaba y se estremecía por el impacto de las espantosas imágenes que acababa de presenciar; tenía los pulmones llenos de humo, los ojos me ardían y la cabeza me daba vueltas. Noté que perdía el conocimiento. Traté de recobrarme, pero desfallecía sin remedio. Sólo veía el rostro de Jake rodeado de un círculo de fuego.
Entonces, la pared más alejada se vino abajo como destrozada por una explosión. Por un momento vi la calle desier ta; luego una luz deslumbrante inundó el salón. Jake retrocedió tambaleante, cubriéndose los ojos. Gabriel surgió de entre los escombros con las alas desplegadas y una espada llameante en las manos, que era como una columna de luz blanca. Su pelo se derramaba a su espalda como una cascada dorada. Joe e Ivy venían tras él, y ambos corrieron a mi lado. Con la cara arrasada en lágrimas, Joe hizo amago de estrecharme en sus brazos, pero Ivy lo detuvo.
—No la muevas —le dijo—. Tiene heridas demasiado grandes.
Habremos de iniciar aquí el proceso de curación.
Joe me cogió la cara con las manos.
—¿Beth? —Sentí sus labios junto a mi mejilla—. ¿Me oyes?
—No puede responder —dijo Ivy y noté en la frente el frescor de sus dedos. Me sacudí en el suelo mientras su energía curativa fluía hacia mí.
—¿Qué le sucede? —gritó Joe ante mis convulsiones. Yo notaba que me giraban los ojos en las órbitas y que se me abría la boca en un grito silencioso—. ¡Le estás haciendo daño!
—La estoy vaciando de todos esos recuerdos —dijo Ivy—. La matarán si no lo hago.
Joe estaba tan cerca que oía los latidos de su corazón. Me aferré a aquel sonido, con la certeza de que era lo único que podía mantenerme viva.
—Todo irá bien —repetía él en voz baja—. Ya se ha acabado. Estamos aquí. Nadie va a hacerte daño. No te vayas, Beth. Escucha mi voz.
Traté de sentarme y vi que mi hermano emergía de un muro de fuego. La luz se desprendía de él en oleadas y casi hacía daño a la vista, de tan bello y resplandeciente como se le veía. Caminó sobre las llamas y se plantó cara a cara frente a Jake Thorn. Por primera vez vi que una sombra de temor cruzaba el rostro de éste. Enseguida se recobró y retorció los labios con su sonrisa socarrona.
—Así que has salido a jugar —dijo—. Como en los viejos tiempos.
—He venido a poner fin a tus juegos —repuso Gabriel en tono amenazador.
Enderezó los hombros y se alzó un viento huracanado que sacudió los cristales de las ventanas y derribó los cuadros de las paredes. Se abrieron grietas de luz en el cielo carmesí, como si los Cielos mismos se hubieran sublevado. Y en medio de todo permanecía Gabriel, radiante y poderoso, resplande ciente como una columna de oro. Su espada fulguraba incandescente y emitía un zumbido, como si tuviera vida por sí misma. Jake Thorn se tambaleó ante aquella visión. Gabriel habló entonces y su voz resonó como un trueno.
—Te voy a dar una oportunidad y sólo una —dijo—. Todavía puedes arrepentirte de tus pecados. Todavía puedes darle la espalda a Lucifer y renunciar a sus propas.
Jake escupió a los pies de Gabriel.
—Un poco tarde para eso, ¿no te parece? Muy generoso por tu parte, de todos modos.
—Nunca es demasiado tarde —respondió mi hermano—. Siempre hay esperanza.
—La única esperanza que tengo es poder ver destruido tu poder —masculló Jake entre dientes.
La expresión de Gabriel se endureció y su voz se despojó de cualquier atisbo de piedad.
—Entonces, desaparece —le ordenó—. No tienes lugar aquí. Regresa al Infierno al que fuiste exiliado en su día.
Blandió la espada y las llamas se alzaron como criaturas vivas y envolvieron a Jake. Se arrojaron sobre su cabeza como buitres dispuestos a atrapar una presa… y se quedaron de golpe paralizadas. Algo las detenía: el propio poder de Jake parecía protegerlo de todo daño. Y así permanecieron, el ángel y el demonio trabados en una silenciosa batalla de voluntades, la espada ardiente inmovilizada entre ambos, marcando la división entre dos mundos. Los ojos de Gabriel llameaban con la ira del Cielo y los de Jake ardían con la sed de sangre del Infierno. A través de la niebla del dolor que todavía atenazaba mi cuerpo y mi alma, sentí un temor terrible. ¿Y si Gabriel no lograba derrotar a Jake? ¿Qué nos sucedería? Sentí mis dedos entrelazados con los de Joe. Sus manos refrescaban mi piel abrasada. Mientras permanecíamos así, percibí una luz extraña que parecía fulgurar allí donde se entrelazaban nuestros dedos; muy pronto nos envolvió a los dos y se extendió lo suficiente para cubrir nuestros cuerpos. Noté que si le estrechaba a Joe la mano un poco más y lo atraía hacia mí, la luz parecía responder y expandirse en torno a nosotros como un escudo protector. ¿Qué era aquello? ¿Qué significaba? Joe ni siquiera lo había notado; estaba demasiado concentrado tratando de serenar mis temblores. Pero Ivy sí se había dado cuenta. Se agachó y me susurró al oído.
—Es tu don, Bethany. Úsalo.
—No entiendo —grazné—. ¿Puedes decirme cómo?
—Posees el don más poderoso de todos. Tú ya sabes cómo emplearlo.
Mi mente no comprendía el mensaje de Ivy, pero mi cuerpo sí sabía lo que debía hacer. Reuní los últimos restos de energía que me quedaban; dejé de lado el dolor que amenazaba con avasallarme y alcé la cabeza hacia  Joe. Cuando se unieron nuestros labios, se me borraron de la cabeza todos los pensamientos negativos y, finalmente, ya sólo lo vi a él. Jake Thorn retrocedió de un salto mientras la luz explotaba en una infinidad de rayos deslumbrantes, que nacían de nuestros cuerpos entrelazados y se derramaban por toda la habitación. Jake gritó y se rodeó el cuerpo con los brazos, tratando de protegerse, pero la luz lo envolvió con sus filamentos de fuego blanco. Se agitó y retorció unos instantes y luego se dio por vencido y dejó que las lenguas de luz lamieran su torso y se enroscaran como tentáculos alrededor de él.
—¿Qué es eso? —gritó Joe, protegiéndose los ojos de aquella cegadora llamarada. Ivy y Gabriel, que observaban con serenidad cómo los bañaba la luz, se volvieron hacia él.
—Tú deberías saberlo más que nadie —dijo Ivy—. Es el amor.
Joe y yo nos abrazamos estrechamente mientras la habitación retemblaba y la luz abría un abismo ardiente en el suelo.

Fue por ese abismo por donde desapareció Jake Thorn. Me miró a los ojos mientras caía. Atormentado, pero sonriente.
Lemoine
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Halo y Hades: Un Ángel Enamorado (Joseph) - Página 6 Empty Re: Halo y Hades: Un Ángel Enamorado (Joseph)

Mensaje por Lemoine Mar 07 Ene 2014, 10:17 pm


32
Las secuelas




Durante las semanas siguientes, mis hermanos hicieron todo lo posible para limpiar la estela de destrucción que Jake había dejado a su espalda. Visitaron a las familias afectadas por los crímenes que había perpetrado y emplearon mucho tiempo tratando de reconstruir el clima de confianza en Venus Cove.
Ivy se ocupó de Molly y de todos los que habían caído bajo el hechizo de Jake. Los espíritus oscuros que poseían sus cuerpos se habían precipitado en los abismos del Infierno junto con aquel que los había alzado. Mi hermana se ocupó de borrar de sus mentes la memoria de las actividades de Jake, pero siempre cuidando de no tocar los demás recuerdos. Era como suprimir palabras de un relato: había que elegirlas con tiento para no quitar nada importante. Cuando terminó su trabajo sólo recordaban los primeros días de Jake Thorn, pero no que hubieran tenido relación con él. La administración del colegio recibió un mensaje según el cual Jake había dejado Bryce Hamilton a instancias de su padre para regresar a un internado de Inglaterra. Circularon algunos comentarios durante un par de días; luego los alumnos pasaron a otros asuntos más acuciantes.
—¿Qué ha sido de aquel inglés que estaba tan bueno? —me preguntó Molly dos semanas después de su rescate. Estaba sentada al borde de mi cama, limándose las uñas—. ¿Cómo se llamaba…? ¿Jack, James?
—Jake —dije—. Se ha vuelto a Inglaterra.
—Qué lástima —comentó—. Me gustaban sus tatuajes. ¿Te parece que debería hacerme uno? Se me estaba ocurriendo que pondría sólo «leirbag».
—¿Quieres un tatuaje con el nombre de Gabriel al revés?
—Maldita sea, ¿tan evidente es? Habré de pensar otra cosa.
—A Gabriel no le gustan los tatuajes —añadí—. Dice que el cuerpo humano no es una valla publicitaria.
—Gracias, Bethie —me dijo Molly—. Suerte que te tengo a ti para no cometer errores.
Me resultaba difícil hablar con Molly como antes. Algo había cambiado en mi interior. Yo era la única de mi familia que no se había recuperado del enfrentamiento con Jake. De hecho, dos semanas después del incendio, aún no había salido de casa. En teoría era por mis alas, que habían sufrido graves quemaduras y necesitaban tiempo para cicatrizar del todo. Aparte de eso, era sencillamente porque me faltaba valor. Me sentía a gusto así. Después de toda mi sed de experiencias humanas, ahora no deseaba otra cosa que permanecer refugiada en casa. No podía pensar en Jake sin que se me llenaran los ojos de lágrimas. Procuraba que los demás no se dieran cuenta, pero cuando me quedaba sola no podía controlarme y lloraba abiertamente: no sólo por el dolor que había causado, sino también por lo que él podría haber sido si me hubiera dejado ayudarle. No lo odiaba. El odio era una emoción muy poderosa y yo estaba demasiado extenuada. Me sorprendí a mí misma pensando que Jake debía de ser una de las criaturas más tristes del universo. Había venido deliberadamente a ennegrecer nuestras vidas, pero no había conseguido nada en realidad. Procuraba no pensar, sin embargo, en lo que podría haber pasado si Gabriel no hubiera irrumpido en mi prisión, aunque la idea no dejaba de asomarse en mi mente y me retenía en la seguridad de las cuatro paredes de mi habitación.
A ratos observaba el mundo desde mi ventana. La primavera se deslizaba hacia el verano y ya notaba que los días se iban alargando. El sol salía más temprano y duraba más horas. Miraba cómo preparaban su nido unas golondrinas en los aleros del tejado. A lo lejos, veía el chapoteo perezoso de las olas.
La visita de Joe era la única parte del día que esperaba con ilusión. Desde luego, Ivy y Gabriel me proporcionaban una gran tranquilidad, pero ellos siempre parecían un poco distantes, todavía muy apegados a nuestro antiguo hogar. A mi modo de ver, Joe era como una encarnación de la Tierra: sólido como una roca, estable, seguro. Me había preocupado que aquella experiencia con Jake Thorn pudiera hacerlo cambiar, pero su reacción ante todo lo ocurrido consistió en no tener ninguna reacción en especial. Asumió de nuevo la tarea de cuidar de mí y ya parecía haber aceptado el mundo sobrenatural sin hacer preguntas.
—Quizás es que no quiero oír las respuestas —me dijo una tarde, cuando lo interrogué al respecto—. He visto lo suficiente para creérmelo todo.
—Pero ¿no sientes curiosidad?
—Es como tú decías. —Se sentó a mi lado y me puso un mechón detrás de la oreja—. Hay cosas que quedan más allá de la comprensión humana. Sé que existen el Cielo y el Infierno, y ya he visto lo que pueden dar de sí. Por ahora, es más que suficiente. Hacer preguntas no serviría de nada ahora mismo.
Sonreí.
—¿Cuándo te has convertido en un espíritu tan sabio?
Él se encogió de hombros.
—Bueno, he andado con una pandilla que lleva dando vueltas por el mundo desde la Creación. Es de esperar que adquieras una visión más amplia cuando tu media naranja es un ángel.
—¿Yo soy tu media naranja? —pregunté con aire soñador, resiguiendo con el dedo el cordón de cuero que llevaba al cuello.
—Claro. Cuando no estoy contigo me siento como si llevara unas gafas de color gris.
—¿Y cuando estás conmigo? —murmuré.
—Todo en tecnicolor.
A Joe se le acercaban los exámenes finales, pero seguía viniendo todos los días y me observaba cada vez con infinita atención para apreciar signos de mejora. Siempre me traía alguna cosa: un artículo del periódico, un libro de la biblioteca, una historia divertida que contar o unas galletas que había preparado él mismo. Compadecerme de mí misma estaba fuera de lugar mientras él se encontraba a mi lado. Si había habido momentos en los que había tenido dudas sobre su amor, ahora ya no me quedaba ninguna.
—¿Qué te parece si vamos a dar un paseo? —me dijo—. Hasta la playa. Podemos llevarnos a Phantom si quieres.
Me sentí tentada por un momento, pero luego la idea de salir al mundo exterior me resultó abrumadora y me tapé con la colcha hasta la barbilla.
—Está bien. —Joe no insistió—. Quizá mañana. ¿Qué te parece si nos quedamos en casa y preparamos la cena juntos?
Asentí en silencio, me acurruqué junto a él y contemplé aquel rostro perfecto, con su media sonrisa y el mechón de pelo castaño cayéndole sobre la frente. Era todo maravillosamente conocido y familiar.
—Tienes una paciencia de santo —dije—. Deberíamos pedir que te canonizaran.
Se echó a reír y me cogió la mano, complacido al ver un atisbo de mi antiguo ser. Le seguí hasta la planta baja en pijama, escuchando sus ideas para la cena. Su voz me resultaba sedante, como un bálsamo que aliviase mi mente angustiada. Sabía que se quedaría conmigo y me hablaría hasta que me quedara dormida. Cada palabra que pronunciaba me acercaba de vuelta a la vida.
Pero ni siquiera su presencia podía protegerme de las pesadillas. Cada noche despertaba empapada en un sudor frío, y enseguida comprendía que había estado soñando. Incluso me daba cuenta mientras se desarrollaba todo en mi mente. Había tenido el mismo sueño durante semanas, pero todavía lograba aterrorizarme, y yo abría los ojos de golpe en la oscuridad con el corazón en la boca y los puños apretados.
En el sueño, estaba otra vez en el Cielo y había abandonado definitivamente la Tierra. La profunda tristeza que sentía era tan real que, al despertar, sentía como si tuviera una bala en el pecho. El esplendor del Cielo me dejaba fría y yo le suplicaba a Nuestro Padre que me dejase más tiempo en la Tierra. Argumentaba con vehemencia, sollozaba amargamente, pero mis súplicas no eran escuchadas. Veía con desesperación que las puertas se cerraban a mi espalda y comprendía que no tenía escapatoria. Ya había gozado de una oportunidad y la había dejado pasar.
Aunque estaba en mi hogar me sentía como una extraña. No era el retorno en sí lo que me causaba tanto dolor, sino la idea de lo que había dejado detrás. La idea de que nunca volvería a tocar a Joe ni vería de nuevo su cara me resultaba desgarradora. En el sueño, lo había perdido para siempre. Sus rasgos se me presentaban borrosos cuando trataba de evocarlos, y lo que más me dolía era que no había podido decirle adiós.
La inmensidad de la vida eterna se extendía ante mí y yo lo único que deseaba era ser mortal. Pero no podía hacer nada. No podía alterar las leyes inmutables de la vida y la muerte, del Cielo y la Tierra. Ni siquiera podía albergar esperanzas, porque no había nada que esperar. Mis hermanos y hermanas se apiñaban alrededor con palabras de consuelo, pero yo me mostraba inconsolable. Sin él, nada en mi mundo tenía sentido.
A pesar de la desazón que me causaba aquel sueño, no me importaba que se repitiera con tanta frecuencia mientras pudiera despertarme cada vez y saber que él vendría a verme al cabo de unas horas. El despertar era lo que importaba. Despertarme para sentir el calor del sol que se colaba por las puertas acristaladas del balcón, conPhantom durmiendo a mis pies y las gaviotas volando en círculos sobre un mar totalmente azul. El futuro podía esperar. Habíamos pasado juntos una prueba terrible, Joe y yo, y habíamos salido vivos. No sin algunas cicatrices, pero más fuertes. No podía creer que el Cielo que yo conocía pudiera ser tan cruel como para separarnos. No sabía lo que nos reservaba el futuro, pero sí que lo afrontaríamos los dos juntos.
Ahora llevaba semanas sufriendo insomnio. Me sentaba en la cama y contemplaba los trazos de la luz de la luna que se iban desplazando por el suelo. Había renunciado a dormir. Cada vez que cerraba los ojos me parecía sentir una mano rozándome la cara o me imaginaba una sombra oscura deslizándose por el umbral. Una noche, miré por la ventana y creí ver la cara de Jake Thorn en las nubes.
Salté de la cama y abrí las puertas del balcón. Entró un viento gélido y vi un amasijo de nubes negras que se cernían a poca altura. Se avecinaba una tormenta. Me habría gustado que Joe estuviera allí: me lo imaginé rodeándome con sus brazos y apretando su cuerpo cálido contra el mío. Habría sentido el roce de sus labios en la oreja y le habría oído susurrar que todo iría bien y que siempre me cuidaría. Pero Joe no estaba allí, y yo me hallaba sola en el balcón mientras las primeras gotas empezaban a salpicarme en la cara. Sabía que lo vería a la mañana siguiente, cuando viniera a recogerme con el coche para ir al colegio. Pero la mañana parecía ahora muy lejana y la idea de permanecer aguardando en la oscuridad me daba grima. Me apoyé en la barandilla de hierro y aspiré el aire fresco y limpio. No llevaba nada encima, salvo un tenue camisón de lana que revoloteeaba al viento casi huracanado que amenazaba con derribarme. Veía el mar a lo lejos; me hacía pensar en un enorme animal negro durmiendo. El oleaje que subía y bajaba venía a ser como su respiración acompasada. El viento seguía azotándome con fuerza y a mí me vino una idea extraña a la cabeza. Era casi como si el viento tratara de alzarme, como si quisiera que despegara del suelo. Consulté el despertador que tenía en la mesita; ya era más de medianoche, todo el vecindario estaría durmiendo. Me pareció como si el mundo entero me perteneciera y, antes de que pudiera pensármelo dos veces, me había encaramado a la barandilla. Extendí los brazos. El aire era refrescante. Atrapé con la lengua una gota de lluvia y me eché a reír en voz alta por lo relajada que me sentía de repente. Un relámpago iluminó el horizonte a lo lejos, allí donde el cielo y el mar parecían fundirse. Sentí que un inexplicable afán de aventura se adueñaba de mí y salté.
Me pareció que caía durante unos instantes y enseguida noté que algo me sostenía. Mis alas habían desgarrado la fina tela del camisón y, ya desplegadas en el aire, empezaban a ejecutar un lento movimiento. Dejé que me alzaran a mayor altura y balanceé las piernas como una cría excitada. En unos momentos los tejados quedaron a mis pies y me zambullí en el cielo nocturno. Los truenos sacudían la Tierra y los relámpagos surcaban la oscuridad, pero yo no tenía miedo. Sabía de sobras a dónde quería ir. El camino hasta casa de Joe me lo conocía de memoria. Resultaba alucinante sobrevolar el pueblo dormido. Pasé por encima de Bryce Hamilton y de las calles tan conocidas de los alrededores. Era como si volara sobre una ciudad fantasma. Pero la idea de que podían verme en cualquier momento me provocaba una especie de euforia. Ni siquiera me molesté en ocultarme detrás de las nubes cargadas de lluvia.
Pronto me encontré sobre el césped de la casa de Joe. Me deslicé con sigilo hasta la parte de atrás, donde se hallaba su habitación. Tenía la ventana entreabierta para dejar que entrara la brisa y la lamparilla seguía encendida. Joe se había quedado tumbado con el libro de química sobre el pecho. En cierto modo, dormido parecía más joven. Todavía llevaba el pantalón descolorido del chándal y una camiseta blanca. Tenía un brazo debajo de la cabeza y el otro caído a un lado. Se le entreabrían los labios ligeramente. Miré cómo subía y bajaba su pecho. La expresión de su rostro era del todo pacífica, como si no tuviese ni una sola preocupación.
Plegué las alas y trepé en silencio al interior de la habitación. Me acerqué de puntillas y alargué la mano para quitarle el libro de encima. Joe se removió, pero no llegó a despertarse. Me quedé al pie de la cama mirando cómo dormía, y de pronto me sentí más cerca de Nuestro Creador de lo que nunca me había sentido en el Reino. Allí estaba su mayor creación. Los ángeles quizás habían sido creados como guardianes, pero a mí me parecía percibir en Joe un poder inmenso: un poder capaz de cambiar el mundo. Él podía hacer lo que quisiera, convertirse en lo que deseara. Y de repente comprendí qué era lo que yo deseaba más en el mundo: que él fuera feliz, conmigo o sin mí. Así pues, me arrodillé, incliné la cabeza y le recé a Dios, pidiéndole que le otorgara Su bendición a Joe y que lo mantuviera lejos de todo mal. Recé para que su vida fuera larga y próspera. Recé para que todos sus sueños se cumplieran. Recé para que yo siempre pudiera seguir en contacto con él, aunque fuera modestamente, incluso si ya no estaba en la Tierra.

Antes de marcharme, le eché un último vistazo a la habitación. Miré el banderín de los Lakers clavado en la pared, leí las inscripciones de los trofeos alineados en los estantes. Deslicé los dedos por los objetos esparcidos sobre la mesa y me llamó la atención una caja de madera tallada. Parecía fuera de lugar entre todos aquellos objetos de adolescente. La tomé y abrí la tapa. Por dentro estaba toda forrada de raso rojo. Y en el centro había una única pluma blanca. La reconocí en el acto. Era la que Joe había encontrado en su coche después de nuestra primera cita. Tuve la certeza de que la conservaría siempre.
Lemoine
Lemoine


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Halo y Hades: Un Ángel Enamorado (Joseph) - Página 6 Empty Re: Halo y Hades: Un Ángel Enamorado (Joseph)

Mensaje por Lemoine Mar 07 Ene 2014, 10:18 pm

Epílogo


Tres meses después, las cosas se habían calmado bastante y habían regresado más o menos a la normalidad. Ivy, Gabriel y yo nos habíamos esforzado para que todo el pueblo y en especial los alumnos de Bryce Hamilton recuperasen la salud. Las terribles aflicciones que habían experimentado o presenciado quedaron reducidas a una serie fragmentaria de imágenes y de palabras borrosas que no podían unirse en una secuencia lógica. Joe fue el único al que se le permitió conservar todos sus recuerdos intactos. No los sacaba a colación, pero a mí me constaba que no los había olvidado ni los olvidaría nunca. Él era fuerte, de todos modos; había tenido que afrontar un dolor y una pena inmensos en su juventud, y sabíamos que no se hundiría bajo aquella carga suplementaria.
A medida que pasaron las semanas conseguimos regresar a nuestras rutinas habituales. Yo había hecho incluso bastantes progresos para congraciarme con Bernie.
—¿En qué punto estoy, del uno al diez, para que me perdone del todo? —le pregunté a Joe una mañana, mientras íbamos andando al colegio.
—En el diez —dijo Joe—. Mi madre es dura, pero ¿cuánto esperabas que le durase el enfado? Está todo olvidado.
—Eso espero.
Joe me cogió de la mano.
—Ya no hay nada que temer.
—Salvo que se presente algún demonio —dije, bromeando—. Aunque no dejaremos que eso nos agüe la fiesta.
—Ni hablar —asintió Joe—. Nos estaban chafando nuestra fiesta.
—¿No te preocupa a veces que puedan volver de nuevo y todo se venga abajo?
—No, porque entre los dos podemos ponerlos en fuga.
—Tú siempre tienes una respuesta. —Sonreí—. ¿Ensayas estas frases en casa?
—Forma parte de mi encanto —dijo, guiñándome un ojo.
—¡Bethie! —Molly nos dio alcance cuando ya llegábamos a la verja de la entrada—. ¿Qué te parece mi nueva imagen?
Se dio la vuelta entera y observé que había sufrido una transformación completa. Se había dejado la falda por debajo de la rodilla, tenía la blusa abrochada hasta el último botón y la corbata pulcramente anudada. El pelo lo llevaba recogido detrás con una trenza recatada y no se había puesto ninguna de sus joyas. Incluso lucía los calcetines reglamentarios del colegio.
—Pareces a punto de entrar en un convento—dijo Joe.
—¡Estupendo! —dijo Molly, complacida—. Quiero parecer madura y responsable.
—Ay, Molly —suspiré—. Esto no tendrá nada que ver con Gabriel, ¿no?
—Vaya descubrimiento —replicó—. ¿Por qué, si no, iba a andar por el mundo con esta pinta de pringada?
—Oh. —Joe asintió—. Qué gran prueba de madurez.
—¿No te parece mejor ser tú misma? —pregunté.
—Tal vez lo asustaría —apuntó Joe.
—Tú cierra el pico —dije, dándole un cachete en el brazo—. Lo único que digo, Moll, es que has de gustarle por lo que eres…
—Supongo —dijo, evasiva—. Pero a mí no me importa cambiar. Soy capaz de convertirme en lo que él quiera.
—Él quiere que seas Molly.
—Yo no —empezó Joe—. Quiero que seas… —Se interrumpió con una risotada cuando le di un codazo.
—¿No puedes tratar de ayudar al menos?
—Vale, vale —dijo Joe—. Mira, Molly, las chicas que fingen o se esfuerzan demasiado son un latazo. Tienes que calmarte y dejar de perseguirlo.
—¿Pero no debo mostrarle que estoy interesada?
—Creo que eso ya lo sabe —respondió Joe, con los ojos en blanco—. Ahora tienes que aguardar a que él acuda a ti. De hecho, ¿por qué no intentas salir con otro…?
—¿Para qué?
—Para ver si se pone celoso. Su modo de reaccionar te dirá lo que quieres saber.
—¡Gracias!, ¡eres el mejor! —exclamó ella con una gran sonrisa. Se soltó el pelo de un tirón, se desabrochó varios botones de la blusa y salió corriendo: seguramente en busca de algún pobre chico que le sirviera para ganarse el corazón de Gabriel.
—No deberíamos darle alas —murmuré.
—Nunca se sabe —respondió Joe—. Quizá sí sea el tipo de Gabriel.
—Gabriel no tiene tipo. —Me eché a reír—. Él ya está entregado a una relación.
—Los humanos pueden resultar muy tentadores.
—Dímelo a mí —respondí, poniéndome de puntillas para darle un mordisquito en el lóbulo de la oreja.
—Yo diría que esto es un comportamiento inadecuado en el patio del colegio —bromeó Joe—. Ya sé que mis encantos son difíciles de resistir, pero procura controlarte.
Nos separamos en los pasillos de Bryce Hamilton. Mientras lo miraba alejarse, me invadió una sensación de seguridad que no había experimentado en mucho tiempo y, por un momento, creí de verdad que lo peor ya había pasado.
Me equivocaba. Debería haber intuido que no había terminado, que no podría acabar tan fácilmente. En cuanto Joe se perdió de vista, vi que caía un pequeño rollo de papel desde lo alto de mi taquilla. Mientras lo desenrollaba, sabía que iba a tropezarme con una caligrafía negra y alargada, como las patas de una araña. El temor descendió sobre mí como una niebla y las palabras se me grabaron a fuego en el cerebro:



El Lago de Fuego aguarda a mi dama
Lemoine
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Mensaje por Lemoine Mar 07 Ene 2014, 10:30 pm

Adelantos

Es la noche de Halloween en Venus Cove. Después de los acontecimientos del curso pasado, Bethany y Joseph continúan su relación y están más unidos que nunca. ¡Tanto que incluso las amigas de Beth dudan de que sea sano! Hasta han conseguido que Ivy y Gabriel acepten a Joe como para tenerlo cenando en casa noche sí y noche también. Además, las fuerzas demoníacas parecen controladas por la familia angelical… hasta que en la fiesta que se organiza en una casona abandonada la noche de las brujas, se pone en marcha una sesión de espiritismo a la que asiste Beth. Asustada, una de las componentes del círculo huye cuando comparece un espíritu, dejando libre a la aparición y a los hermanos Church con un problema enorme: el mal ha vuelto para instalarse en Venus Cove.
Lemoine
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Halo y Hades: Un Ángel Enamorado (Joseph) - Página 6 Empty Re: Halo y Hades: Un Ángel Enamorado (Joseph)

Mensaje por Lemoine Mar 07 Ene 2014, 10:32 pm


Bueno ahora... a comentar!!!
Quieren leer el otro libro??
Se llama Hades!!!
Lemoine
Lemoine


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Halo y Hades: Un Ángel Enamorado (Joseph) - Página 6 Empty Re: Halo y Hades: Un Ángel Enamorado (Joseph)

Mensaje por chelis Jue 09 Ene 2014, 6:32 pm

Aaaaaaaaaahhhh!!!... Ganaron esta batalla!!!!!!.... Y gracias por subirla...... Yo quiero que subas el otro libroooo!!!!!..
chelis
chelis


http://www.twitter.com/chelis960

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Halo y Hades: Un Ángel Enamorado (Joseph) - Página 6 Empty Re: Halo y Hades: Un Ángel Enamorado (Joseph)

Mensaje por aranzhitha Dom 12 Ene 2014, 1:15 am

Al fin tuve tiempo de leer!!
Ganaron!! Toma esa Jack!
Oww fue tan hermoso todo casi lloro!
Quiero el próximo libro!!
aranzhitha
aranzhitha


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Mensaje por Lemoine Dom 12 Ene 2014, 5:34 pm

Halo y Hades: Un Ángel Enamorado (Joseph) - Página 6 Hades



Título original: Hades
© 2011, Alexandra Adornetto
First published by Feiwel and Friends,
an imprint of Macmillan Children’s Publishing Group.
Translation rights arranged by Jill Grinberg, Literary
Management LLC and Sandra Bruna, Agencia Literaria S.L.

Primera edición: agosto de 2011
© de la traducción: Carol Isern
© de esta edición: Roca Editorial de Libros, S. L.
Av. Marquès de l’Argentera 17, principal
08003 Barcelona


 
Es la noche de Halloween en Venus Cove. Después de los acontecimientos del curso pasado, Bethany y Joseph continúan su relación y están más unidos que nunca. ¡Tanto que incluso las amigas de Beth dudan de que sea sano! Hasta han conseguido que Ivy y Gabriel acepten a Joe como para tenerlo cenando en casa noche sí y noche también. Además, las fuerzas demoníacas parecen controladas por la familia angelical hasta que en la fiesta que se organiza en una casona abandonada la noche de las brujas, se pone en marcha una sesión de espiritismo a la que asiste Beth. Asustada, una de las componentes del círculo huye cuando comparece un espíritu, dejando libre a la aparición y a los hermanos Church con un problema enorme: el mal ha vuelto para instalarse en Venus Cove.




«¡Cómo has caído de los Cielos,
Oh Lucero, hijo de la aurora!
»
Isaías, 14:12-15


«El Diablo bajó a Georgia
en busca de un alma que secuestrar.
Pero pasó un mal rato al ver
que había llegado con retraso;
así que esperaba tener algo con que pactar.
»
Charlie Daniels, Devil went to Georgia












1
Los chicos están bien




En cuanto sonó el timbre de Bryce Hamilton, Joe y yo recogimos todas nuestras cosas y nos dirigimos hacia el patio que daba al lado sur. La predicción del tiempo había anunciado una tarde despejada, pero el sol tenía que librar una ardua batalla para dejarse ver y el cielo desplegaba un gris plomizo y triste. Solo de vez en cuando unos difuminados rayos conseguían perforar las nubes y cruzaban el paisaje. Sentir su calor en la nuca me alegraba.
—¿Vendrás a cenar esta noche? —le pregunté, entrelazando mi brazo con el suyo—. Gabriel quiere probar a preparar unos burritos.
Joe me miró y se rio.
—¿Qué tiene de gracioso?
—Estaba pensando que en las pinturas clásicas se muestra a los ángeles como guardianes de algún trono en el Cielo, o expulsando a los demonios… Me pregunto por qué nunca se los muestra en la cocina preparando burritos.
—Porque tenemos que cuidar nuestra reputación —repuse, dándole un suave empujón con el codo—. Bueno, ¿vendrás?
Joe suspiró.
—No puedo. Le prometí a mi hermana pequeña que me quedaría en casa y la ayudaría a vaciar calabazas.
—Vaya. Todo el rato me olvido de que es Halloween.
—Deberías intentar dejarte llevar por el ambiente —me aconsejó—. Aquí todo el mundo se lo toma muy en serio.
No exageraba: los porches de todas las casas de la ciudad estaban adornados con linternas de calabaza recortadas con forma de calavera y lápidas de yeso para la ocasión.
—Ya lo sé —asentí—. Pero solo de pensarlo se me ponen los pelos de punta. ¿Qué gracia puede tener disfrazarse de fantasma o de zombi? Es como si la peor de las pesadillas cobrara vida.
—Beth —Joe se detuvo un instante y me sujetó por los hombros—, ¡es fiesta, anímate!
Sabía que tenía razón: debía dejar de recelar tanto. Ya habían pasado seis meses desde la terrible experiencia con Jake Thorn, y las cosas no podían ir mejor. La paz se había instalado de nuevo en Venus Cove y yo me sentía más unida que nunca a ese lugar. La soñolienta y pequeña ciudad de Sherbrooke County, arrebujada en la pintoresca costa de Georgia, se había convertido en mi hogar. La calle Mayor, con sus bonitas terrazas y cuidadas fachadas, tenía el encanto de una postal antigua, y el resto, desde el cine al viejo tribunal, desplegaba el encanto y la amabilidad de una época olvidada.
La presencia de mi familia durante el último año había ejercido una amplia influencia y Venus Cove se había convertido en una ciudad modélica: los feligreses de la iglesia se habían triplicado, las iniciativas de caridad habían recibido más voluntarios que los que nunca hubieran imaginado y las noticias sobre incidentes delictivos eran tan escasas y dispersas que el sheriff se había tenido que buscar otras actividades para ocupar el tiempo. Ahora solamente se daban pequeños conflictos, como alguna discusión entre conductores por un aparcamiento, pero eso formaba parte de la naturaleza humana: no era posible cambiarlo y nuestro trabajo no consistía en hacerlo.
Pero lo mejor de todo era que Joe y yo nos sentíamos más unidos que nunca. Lo miré: seguía siendo tan guapo que quitaba el aliento. Llevaba la corbata aflojada y la chaqueta le colgaba del hombro. Sentía la firmeza de su cuerpo contra el mío mientras caminábamos el uno al lado del otro, al mismo paso. A veces me resultaba sencillo pensar en ambos como si fuéramos un único ser.
Desde el violento encuentro con Jake del año anterior, Joe había decidido esforzarse más en el gimnasio y practicar deporte con mayor vigor. Yo sabía que lo hacía para estar mejor preparado en caso de que tuviera que protegerme, pero no por ello el resultado era menos atractivo: ahora tenía el pecho más desarrollado y sus abdominales parecían una tableta de chocolate. Además, sin dejar de ser delgado y bien proporcionado, los músculos de los brazos se le marcaban por debajo de la camiseta. Observé sus elegantes facciones: la nariz recta, el cabello castaño con reflejos dorados, los ojos almendrados que eran como un líquido topacio ambar. En el dedo anular de la mano derecha llevaba un anillo que yo le había regalado después de que me ayudara a recuperarme del ataque de Jake. Era un grueso aro de plata tallado con los tres símbolos de la fe: la estrella de cinco puntas que simboliza la estrella de Belén, un trébol en honor de las tres personas de la Santa Trinidad y las iniciales IES, la abreviatura de Iesus, que era como se pronunciaba el nombre de Jesús en la Edad Media. Yo me había encargado uno idéntico, y me gustaba pensar que era nuestra propia y especial versión de un anillo de compromiso. Cualquier persona que hubiera sido testigo de todo lo que había visto Joe habría perdido toda fe en Nuestro Padre, pero él tenía fortaleza de mente y de espíritu. Joe se había comprometido con nosotros y yo sabía que nada podría convencerlo de romper ese compromiso.
Mis pensamientos se vieron interrumpidos cuando nos encontramos con un grupo de compañeros de waterpolo de Joe en el aparcamiento. Conocía los nombres de algunos de ellos y pude oír las últimas frases de la conversación que mantenían.
—No puedo creer que Wilson se haya enrollado con Kay Bentley —se burlaba un chico que se llamaba Lawson. Todavía se le veían los ojos vidriosos a causa de las desventuras del fin de semana. Sabía por experiencia que era muy probable que en ello se hubieran visto implicados un barril de cerveza y un deliberado daño contra la propiedad ajena.
—Está acabado —repuso alguien—. Todo el mundo sabe que ella tiene más kilómetros que el viejo Chrysler de mi padre.
—A mí me da igual mientras no se metieran en mi cama. Tendría que quemarlo todo.
—No te preocupes, tío, lo más seguro es que estuvieran en el patio trasero.
—Iba tan pasado que no me acuerdo de nada —declaró Lawson.
—Recuerdo que intentaste enrollarte conmigo —replicó un chico llamado Wesley que pronunciaba las frases con marcada cadencia. Sonrió con una mueca que le desfiguró toda la cara.
—Bueno… estaba oscuro. Te habría podido ir peor.
—Qué gracioso —gruñó Wesley—. Alguien ha colgado la foto en Facebook. ¿Qué le voy a decir a Jess?
—Dile que no te pudiste resistir al musculoso cuerpo de Lawson. — Joe le dio unos toquecitos en el hombro con un dedo y pasó por su lado con actitud despreocupada—. La verdad es que tantas horas con la PlayStation lo han puesto cachas.
Me reí y Joe abrió la puerta de su descapotable azul Chevy Bel Air. Entré, me desperecé e inhalé el familiar olor de la piel de los asientos. Ahora el coche ya me gustaba tanto como a Joe: nos había acompañado desde el principio de todo, desde nuestra primera cita en el café Sweethearts hasta el enfrentamiento con Jake Thorn en el cementerio. A pesar de que sería incapaz de admitirlo, la verdad era que ya pensaba en ese Chevy como si tuviera personalidad propia. Joe giró la llave del contacto y el coche se puso en marcha. Parecían sincronizados: era como si él y el coche estuvieran totalmente compenetrados.
—Bueno, ¿ya has decidido el disfraz?
—¿Qué disfraz? —pregunté sin comprender.
Joe meneó la cabeza.
—El de Halloween. ¡No te duermas!
—Todavía no —admití—. Estoy en ello. ¿Y tú?
—¿Qué te parece el de Batman? —preguntó guiñándome un ojo—. Siempre he querido ser un superhéroe.
—Lo que quieres es conducir el Batmóvil.
Joe sonrió con expresión de culpabilidad.
—¡Me has pillado! Me conoces demasiado.
Cuando llegamos al número 15 de Byron Street, Joe se inclinó hacia mí y me dio un suave y dulce beso en los labios que me hizo derretir y que consiguió que el mundo exterior sedesvaneciera. Lo acaricié, disfrutando de la suavidad de su piel bajo mis dedos, y me dejé envolver por su olor, fresco y limpio como la brisa del océano y mezclado con un toque más penetrante, como una mezcla de vainilla y de sándalo. Guardaba una de sus camisetas impregnada de su colonia debajo de mi almohada, y cada noche imaginaba que se encontraba a mi lado. Es curioso que el comportamiento más bobo pueda resultar completamente normal cuando se está enamorado. Sabía que algunas personas nos veían un tanto ridículos a Joe y a mí, pero nosotros estábamos demasiado absorbidos el uno con el otro para darnos cuenta.
Cuando Joe detuvo el coche al final de la curva regresé de golpe a la realidad, como si me despertara de un profundo sueño.
—Vendré a buscarte mañana por la mañana —dijo dirigiéndome una sonrisa de ensueño—. A la hora de siempre.
Me quedé de pie en nuestro desordenado patio hasta que el Chevy finalmente giró al final de la calle.
Byron continuaba siendo mi refugio y me encantaba retirarme en él. Allí todo me resultaba tranquilizador y familiar: desde el crujido de los escalones del porche delantero hasta las aireadas y amplias habitaciones interiores. Era como recogerse en un protector capullo alejado de todas las turbulencias del mundo. Era verdad que, a pesar de que me encantaba la vida de los humanos, a veces también me asustaba. La Tierra tenía problemas: problemas que eran demasiado grandes y complejos para comprenderlos de verdad. Cada vez que pensaba en ello la cabeza me daba vueltas. También me sentía inútil. Pero Ivy y Gabriel me decían que dejara de malgastar mis energías y que me concentrara en nuestra misión. Habíamos planeado visitar otras ciudades y pueblos de los alrededores de Venus Cove para echar a todas las fuerzas oscuras que pudieran encontrarse allí. Poco podíamos imaginar que ellas nos encontrarían a nosotros antes de que pudiéramos ir a buscarlas.
Cuando llegué a casa la cena ya estaba en marcha. Mis hermanos estaban fuera, en la terraza, cada uno dedicado en una actividad solitaria: Ivy tenía la nariz metida en un libro y Gabriel estaba profundamente concentrado en componer con su guitarra. Sus dedos expertos tocaban las cuerdas con suavidad, obedeciendo sus silenciosas órdenes. Fui hasta ellos y me arrodillé al lado de mi perro, Phantom, que dormía profundamente con la cabeza apoyada sobre las patas delanteras. Al sentir el contacto de mi mano sobre su pelaje plateado y lustroso, se despertó y me miró con unos ojos tristes y brillantes como la luna, como diciéndome: «¿Dónde has estado todo el día?».
Ivy estaba medio recostada en la hamaca. La melena dorada le caía hasta la cintura y le brillaba a la luz del sol de poniente. Mi hermana no sabía bien cómo relajarse en una hamaca: se la veía demasiado bien puesta. Parecía una criatura mítica que se hubiera encontrado plantada sin ningún miramiento en un mundo que para ella no tenía ningún sentido. Llevaba puesto un vestido de muselina de color azul pastel y, para protegerse del sol, había colocado una sombrilla con volantes que, sin duda, debía de haber encontrado en alguna tienda de antigüedades y ante la cual no se había podido resistir.
—¿De dónde has sacado eso? —le pregunté riéndome—. Creo que hace mucho tiempo que están pasadas de moda.
—Bueno, a mí me parece encantadora —repuso Ivy mientras dejaba a un lado la novela que estaba leyendo. Eché un vistazo a la portada.
—¿Jane Eyre? —pregunté sin poder creerlo—. Ya sabes que es una historia de amor, ¿no?
—Lo sé —contestó Ivy con malhumor.
—¡Te estás pareciendo a mí! —bromeé.
—Dudo mucho que nunca pueda ser tan pánfila y tan boba como tú —contestó con el tono de quien constata un hecho, aunque su mirada era juguetona.
Gabriel dejó de tocar la guitarra y levantó la vista hacia nosotras.
—No creo que nadie sea capaz de superar a Bethany en ese tema —dijo sonriendo.
Dejó con cuidado la guitarra en el suelo y fue a apoyarse en la barandilla para mirar el mar. Su postura era, como siempre, erguida y tiesa como una flecha y llevaba el cabello rubio recogido en una cola de caballo. Sus ojos grises como el acero y sus facciones bien dibujadas eran las propias de un guerrero celestial como él, aunque en ese momento iba vestido, como cualquier ser humano, con unos tejanos descoloridos y una camiseta ancha. La expresión de su rostro era abierta y amistosa. Me alegraba ver que Gabriel estaba más relajado últimamente. Me parecía que ahora mis hermanos eran menos críticos conmigo y que aceptaban mejor las decisiones que había tomado.
—¿Cómo es posible que siempre llegues a casa antes que yo? —me quejé—. ¡Yo voy en coche y tú vas a pie!
—Tengo mis trucos —contestó mi hermano con una sonrisa misteriosa—. Además, yo no tengo que pararme cada dos minutos para expresar mi afecto.
—¡Nosotros no paramos para expresar afecto! —protesté.
Gabriel arqueó una ceja.
—¿Entonces no era el coche de Joe el que he visto estacionado a dos manzanas de la escuela?
—A lo mejor sí. —Levanté la cabeza con aire tranquilo, aunque odiaba que siempre tuviera razón—. ¡Pero cada dos minutos es un poco exagerado!
Ivy se puso a reír a carcajadas y su rostro en forma de corazón se iluminó.
—Oh, Bethany, relájate. Ya nos hemos acostumbrado a las DPA.
—¿Dónde has aprendido eso? —pregunté con curiosidad. Nunca había oído a mi hermana hablar de forma tan coloquial, usando las siglas que emplean los jóvenes para «Demostración Pública de Afecto».
Su manera de hablar siempre sonaba fuera de lugar en el mundo real.
—Bueno, paso algún tiempo con la gente joven, ¿sabes? —repuso—. Intento ser moderna.
Gabriel y yo nos echamos a reír.
—En ese caso y para empezar, no digas «moderna» —le aconsejé.
Ivy bajó la mano y me revolvió el pelo con afecto, cambiando de tema:
—Bueno, espero que no tengas ningún plan para este fin de semana.
—¿Puede venir Joe? —pregunté sin darle la oportunidad a que explicara qué era lo que ella y Gabriel tenían enmente. Hacía tiempo ya que Joe se había convertido en parte integrante de mi vida. Ni siquiera cuando estábamos separados parecía haber alguna actividad o distracción que impidiera que mis pensamientos giraran en torno a él.
Gabriel puso los ojos en blanco:
—Si es imprescindible…
—Por supuesto que es imprescindible —contesté, sonriendo—. Bueno, ¿cuál es el plan?
—Hay una pequeña ciudad llamada Black Ridge a 32 kilómetros de aquí —explicó mi hermano—. Me han dicho que están sufriendo algunos… incidentes.
—¿Te refieres a incidentes malignos?
—Bueno, este último mes han desaparecido tres chicas y un puente que se encontraba en perfecto estado se ha derrumbado encima del tráfico que circulaba por debajo de él.
Hice una mueca de dolor.
—Parece un problema para nosotros. ¿Cuándo nos ponemos en marcha?

—El sábado —dijo Ivy—. Así que será mejor que descanses.
Lemoine
Lemoine


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Halo y Hades: Un Ángel Enamorado (Joseph) - Página 6 Empty Re: Halo y Hades: Un Ángel Enamorado (Joseph)

Mensaje por aranzhitha Dom 12 Ene 2014, 6:50 pm

Ah se ve genial espero más!
Joe es un amor 
síguela!!
aranzhitha
aranzhitha


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Halo y Hades: Un Ángel Enamorado (Joseph) - Página 6 Empty Re: Halo y Hades: Un Ángel Enamorado (Joseph)

Mensaje por chelis Dom 12 Ene 2014, 7:15 pm

aaahh!!!... ojala y encuentre a alguien como joee!!!!
chelis
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