bring me to life

Harriet.

Prólogo

¿Qué es la muerte? La muerte es un proceso terminal, que consiste en la extinción del proceso homeostático de un ser vivo y, por ende, concluye con el fin de la vida, es decir que en otras palabras menos cientificas, la muerte es el suceso por el cual tu corazón deja de latir y tu de respirar. Siempre me he preguntado cómo es la sensación de morir, y sentir el latido de tu corazón menguar a cada segundo y la respiración transformarse en lenta y dolorosa.

Según mi madre, la muerte de acecha en todas partes, al igual que las almas de los muertos. Yo no creo en fantasmas, más bien la idea me dá ganas de reir, pero ella está siempre diciéndome que no juegue con esas cosas por qué, algún día recibiré mi merecido.

Ahora me arrepiento de no haberla hecho caso...[/justify]




[justify]—Deberías venir —dice mi amiga, corriendo a la par mía, por el campo de fútbol.

Giro mi cabeza mirando a mi amiga, recordando que debo tomar aire por la nariz y expulsarlo por la boca, y contesto:

—Me es imposible —le dedico una sonrisa débil.

Ella arruga el ceño, provocando que sus mejillas se vean más sonrosadas que antes y que las gotas de la frente se acumulen en su entrecejo.

—¿Por qué?

Expulso aire por la nariz, y lanzo una ojeada desde el rabillo del ojo a la entrenadora de atletísmo, la cual se encuentra charlando animadamente con el profesor de educación para la ciudadanía. Ella sonríe, ante un comentario por parte del hombre, y se toca el pelo rubio recogido en una coleta coquetamente. Entrecierro los ojos, y regreso la atención hacía delante donde una chica con una camiseta de color naranja fosforito me ha adelantado.

—Tengo que... —tomo aire—, estudiar.

Mi amiga suelta aire por la nariz, y susurra en tono acusador:

—Hablaremos luego.

Después toma carrerilla y me adelanta, para salir de la pista y acercarse a la entrenadora. Continuó corriendo, pensando en por qué la he mentido.







Tengo un mal presentimiento, me digo a mi misma, cuando traspaso el umbral de la espectacular —pero casi irreal— entrada de la fiesta, la cual está decorada por simples calabazas con velas negras en su interior. Estoy agarrada del brazo de mi amiga Jane, la cuál se dedica a sonreir como una niña de cinco años a todos los decorados de Halloween y a las millones de personas que se encuentran disfrazadas y ocupan todo el espacio. Me ha acabado convenciendo para acudir a esta fiesta, la cual se celebrará esté tonto día.

—No me creo que esto sea tan perfecto —comenta mi amiga, con la sonrisa anchándose a cada segundo.

Alguien se acerca a nosotras, una persona vestida de conejito mayordomo que nos sirve una bebida. Acerco el vaso a mis labios, y lo trago, deleitandome de un sabor a fambruesa con manzanillla. Me hace sentirme ebria.

Contempló hacía mis lados, con la tela del disfraz pegándoseme a la piel y una fina capa de sudor transparente en el cuello, justo en la clavícula. Las telarañas caen del techo, con algunas arañas negras pegadas a ellas que se balancean cada vez que alguien mueve la cortina que dá a la tienda de la adivina. El suelo está ya sucio, por algunos ganchitos de queso pisoteados y charcos diminutos de las bebidas. Humedezco mis labios, al leer un letrero escrito a rotulador negro que pone: Trick or Trear y el cuenco pintado de naranja repletos de azúcarados caramelos con envoltorios de colores. Estoy por acercarme, cuando Joan tira de mi hacía alguna parte, chillando:

—Traga-fuegos.

Diviso más gente disfrazada y una nube de fuego anaranjado que vuela por el aire, rizándose en todos amarillentos. Estamos en el jardín, y una fresca brisa nocturna acaricia mi cara, secándome el sudor de la piel. Lo agradezco mentalmente, y siento todavía la mano enguantada de mi amiga, cogida a la mía. Entrecierro los ojos, y contemplo asombrada como otra nube de fuego vuela cerca, seguido de varios aros envueltos en papel plateado.

—¿No es fantastico?

Un escalofrío recorre mi espalda, en cuanto nos abrimos paso entre la marea de personajes clásicos del terror y podemos ver un poco mejor. Distingo una cabellera castaña, rodeada por una coronilla iluminada de naranja debido al fuego. Me estremezco, al sentir su mirada oscura sobre la mía y la pequeña sonrisa que asoman sus labios, al ver que mi piel se sonroja.

—Sí... —musito a Jane, sintiendo la boca pastosa.

Mi corazón bombardea con más fuerza, al sentir el fuego mucho más cerca de mi piel y la estruendosa música que sale de los altavoces, algo parecido a un remix de algún famoso. Jane tira de mi, gritando algo que mis oidos no pueden escuchar, ya que se encuentran taponados.

Todo da vueltas, me siento mareada y descordinada, con la respiración pesada y los pensamientos opacos. Algo pita en mi cabeza, golpeándola por dentro, como si alguien hubiera metido una bomba de relojería dentro y ésta estuviera a punto de explotar. Lo único que consigo distinguir es el naranja y las voces que resuenan en mi cabeza, pidiéndome que huya.

Una fina capa de sudor transparente cubre mi frente, resvalándose por el cuello cuando uno de los traga-fuegos se acerca a mi y escupe fuego cerca de mi cara. Jane salta, riendo como si fuera la cosa más divertida del universo, con una sonrisa marcada en su rostro maquillado de blanco. Yo me limito a dar un paso hacía atrás, pisando el dobladillo de mi vestido y movimiendo los brazos energicamente.

—No me encuentro bien —consigo farfullar, sintiendo las cuerdas del corsé ajustarse con más fuerza a mi piel y cortándome la respiración violentamente.

Jane me mira, girando sobre sus talones y luego se limita a asentir con la cabeza, para dejarme marchar a continuación.

Noto la boca seca, ¿qué es lo que me hace sentir así de rara? Me abro a empujones de entre la multitud, y sigo avanzando hacía delantale, hasta poder divisar con nitidez las calabazas de la entrada. Paso la lengua por mis labios secos, en un intento nulo de humedecermelos cuando, al cruzar la carretera diviso dos faros amarillos. ¿De dónde han salido?

No se me permite gritar, porque cuando quiero darme cuenta mi cuerpo yace en la carretera, desangrándose lentamente. Mi visión está bañada en puntillos negros y siento un calido aliento en mi oreja:

—Dulces sueños, Harriet —murmura una voz femenina.

A continuación, pierdo el conocimiento.