La sangre volverá a correr {Novela de Los Juegos del Hambre}

No había terminado. Quizás las personas que vivieron hace 30 años, que aún siguen con vida, deben de estar lamentando haber dado por sentado que el Capitolio había caido a sus pies; que la presidenta Paylor sería la que estaría para siempre en su cargo, y, en especial, que pensaron que nunca llegarían a existir rebeldes del Capitolio. Bueno, ellos se equivocaron. Natasha Snow, hija del tan detestado y odiado Presidente Snow, era de la misma mentalidad que su padre; por lo cual no quedó nada contenta cuando su padre fue asesinado y los Juegos del Hambre fueron eliminados. Desde la muerte de Snow comenzó a idear un plana, inexistente para cualquier ciudadano de Panem, que cosistiría en adquirir el poder y volver al mismo Panem de antes. Lamentablemente ella no fue lo que logró aquello, sino que su adorada hija mayor, Naryenda Pittlewood Snow.

Luego de múltiples ataques al Capitolio y darle muerta a la actual presidenta, Panme pasó a estar en manos de Naryenda, y los Juegos del Hambre aparecieron nuevamente. Tal suceso sólo ocurrió hace un año atrás, y estos serán los primeros Juegos del Hambre luego de los Días Interminables, que comenzó con la muerte del Presidente Snow y finalizó con la muerte de la presidenta Paylor. En todos los distritos hubo caos, muertes y sangre estaban en cada esquina; pero los más afectados fueron los distritos doce y trece. El trece terminó por ser sacado de sus escondites bajo tierra y ahora conviven sobre la litosfera, y también serán parte de los Juegos del Hambre. Mientras que el doce fue el que perdió más ciudadnos que el resto, pero en especial sus únicos tres vencedores: Katniss Mellark Everdeen, Peeta Mellark y Haymitch Abernathy; dejando a los pequeños Mellark, Primrose y Nathan, huérfanos.

La muerte de los héroes de Panem solo hizo que no hubiera rebelde alguno en contra de la nueva presidenta. Las reglas de los Juegos han cambiado; ahora no sólo van dos tributos por distrito, sino que van cuatro (dos hombres y dos mujeres); no vuelve uno sino que cuatro, pero sólo si son del mismo distrito. Si de los últimos cuatro sólo dos son del mismo distrito, entonces esos dos deberan matar a los otros para poder ganar. Con cada día que pasa, la Cosecha se acerca más y más. ¿Estarán listos los ciudadanos, jóvenes entre doce y dieciocho años, para volver a asistir a los Juegos del Hambre?

Esperemos que den pelea sucia y que la suerte esté siempre de su parte.

No pude evitar desviar mi mirada para posarla sobre los dorados cabellos del chico que se encontraba un poco más lejos de mí, que miraba hacia adelante con la mandíbuloa apretada y sus musculos tensos. Todos estaban en la misma postura que él. Formada en la línea de los jóvenes de diesciseis años, no tenía nada más que hacer a esperar que la Cosecha iniciara. Los nervios se habían apoderado de mi cuerpo, nunca antes había experimentado una Cosecha, al igual que tampoco ninguno de nosostros había visto los Juegos del Hambre; no sabíamos como serían. Los ojos grises del muchacho, Nathan, que yo observaba se fijaron en mí; no parecía estar de un ánimo muy bueno, debido a su endurecida mirada, al igual que inexpresiva. Eso me obligó a desviar la vista y enfocarme en el escenario que estaba al frente nuestro, donde había una muchacha de cabellos naranjas fluor, obviamente peluca, tez pálida y un cuerpo sumamente delgado. Luego de un discurso del alcalde un alegre saludo de Dorotheea Bricks, la muchacha de cabellos fluor; esta se dirigió a la urna de vidrio con los nombres de las mujeres. Metió la mano hasta el fondo y luego sacó el papel sellado. Se pudo escuchar como las chicas daban un leve suspiro, en espera de que dijera el nombre de la desafortunada muchacha que debería participar.

-Lucille Ashwood- dijo Dorotheea, con su marcado aento que toda persona proveniente del Capitolio no podía disimular. Sentí como mi respiración se detuvo por un momento, pero no porque fuera mi nombre, sino que porque era el nombre de la chica que había conocido desde que nací y que estaba parada al lado mío. La miré inmediatamente, para notar como su cara se había quedado más pálida de lo común; sus ojos verdosos me miraron y, en un segundo, pude entender lo que me quería comunicar. Si llegaba a ofrecerme como voluntaria para reemplazarla ella nunca me lo perdonaría.

Asi que la deje ir, viendo como mi mejor amiga de la infancia pasaba por entre toda la gente, subía al escenario y luego a uno de los podios. Quizás fuera la última vez que le viera. Dorotheea camino a la urna del lado, con los nombres de los chicos, y sacó un papel. Se podía sentir el nerviosismo en el aire, pero los hombres parecían estar más calmados que las chicas; o al menos sabían muy bien como disimular su miedo. En clases de historia nos había dicho que sólo habían existido tres Vencedores del Distrito Doce en todos estos años; sus nombres eran Katniss Everdeen, Peeta Mellark y Haymitch Abernathy. De ellos tres, ninguno quedaba vivo.

-Nathan Mellark- dijo la joven y mis ojos se fijaron en los suyos. Cuando dijeron su nombre el me había mirado inmediatamente, como si buscara un indicio que decía que no deseaba que se fuera; podía notar la sorpresa en sus ojos, pero luego asumió que su nombre fue llamado y caminó hasta el segundo podio, al lado de Lucy. El último nombre de la muchacha que participaría en los Juegos fue sacado por la mano de Dorotheea, de la urna femenina. Se tomó su tiempo en abrirlo y luego leyó en voz alta. Pedí por todo lo que fuera para que mi nombre estuviera en ese papel; y lo estaba.

-Broegan Shields- llamó con sus labios arqueados en una sonrisa. Me tomó un tiempo asimilarlo, pero no me quedé parada o nada, sino que caminé hacia el escenario con paso normal; como si estuviera llendo a un lugar donde me solicitan, en vez de pensar en un lugar donde podría salir muerta. Me paré sobre el tercer podio, sin gesticular palabra y sin mirar ni a Lucy ni ha Nathan. Doretheea sacó el último papel de la urna de los varones y lo leyó.

-Ethan Janssen- un muchacho de cabellos oscuros como la noche, piel como la porcelana y un cuerpo bastante musculoso salió de entre la fila de los chicos de 18 años y caminó hasta el último podio.

Cantamos el himno de Panem , mientras que yo miraba al público, donde me encontré con los ojos preocupados de mi hermana de doce años, Melissa, y luego fuimos escoltados por los agentes de la paz para ingresar al Edificio de Justicia de nuestro Distrito. En ese lugar me metieron a una habitación, donde me dejaron sola; no sabía exactamente que hacer. Mi cuerpo daba unos pequeños tiritones, algo no muy frecuente en mí. Era excelente ocultando mis sentimientos, pero sobre todo los de miedo y triztesa, no me gustaba mostrarme débil ante ninguno; por lo cual no lloraba ni me mostraba asustada. Esta parecía ser una excepción.

La puerta se abrió frente a mí y una joven de cabellos chocolate, piel pálida, ojos marrones y complexión delgada entró; acompañada de un hombre de unos cuarenta, ojos azulados, piel blanca y cabello negro, y una mujer morena de su misma edad, ojos marrones y complexión curvilínea. Era mi familia.

Las lágrimas descendían por las mejillas acarameladas de mi madre. Apenas me vio, corrió hacia mis brazos ya extendidos; pues sabía como reaccionaría. Ocultó su cabeza en uno de mis hombros y soltó todas las lágrimas que, lo más probable, haya estado ocultando desde que ingresó al Edificio. Mi padre se quedó ahí, observándonos, en espera de que los llantos de mi madre se volvieran más tranquilos, algo que tomó su tiempo; luego él y mi hermana se unieron a nuestro abrazo y así nos quedamos unos escasoso minutos. No tuvimos una conversación muy abundante en palabras, mi madre me rogó que cuidara de mi misma, al igual que mi padre; sabían que yo tenía una debilidad por la gente que no sabía protegerse, por lo cual yo los protegía, pero sabía que en este caso debía de ser lo más insensible posible. Melissa fue quien me hizo prometer algo que no estaba segura si lograría cumplir.

-Broe, prométeme que seras una de los cuatro chicos que volveran a casa- dijo, después de que un agente de la paz anunciara que el tiempo se había acabado- Por favor no me dejes sola.

-Lo prometo- respondí, sin poder negarme a tales ojos castaños tan inocentes y sabiendo que ella no era de muchos amigos, por su timidez; yo era su mejor amiga. Abandoaron la habitación y me senté en el sofá rojizo que ahí había; en espera de que los agente me vinieran a buscar, pues no esperaba a nadie más como visita.

Para sorpresa mía la puerta volvió a abrirse y dos mujeresingresaron. La primera era una señora ya mayor, de unos setenta años, en su cabello oscuro las canas ya estaban presentes y sus ojos azulados comenzaban a perder el brillo; si no me equivocaba era Hazelle Hawtorne, la señora que se había hecho cargo de Nathan y Primrose después del fallecimiento de sus padres. La segunda era de la misma edad de mi madre, de cabellos dorados y largos, ojos verdosos y una piel parecida a la porcelana fina; era la Sra. Ashwood, madre de Lucy. Los enrojecidos ojos de ambas mostraban que ya habían visitado a sus parientes, pero la pregunta que me rondaba era que hacían visitandome a mí.

-Hola, Broegan- me saludaron ambas, acercándose al sofá donde estaba sentada. Les respondí con una débil sonrisa de lado.

-Debe de sorprenderte que estemos aquí- mencionó la Sra. Hawthorne, como si hubiera leído mi mente- La verdad es que vininos para hacerte una petición que, si llegas a cumplirla, estaríamos agradecidas contigo hasta el final.

-Queríamos pedirte que, por favor, ayudaras a Lucy y a Nathan a salir con vida de Los Juegos de Hambre- pidió la Sra. Ashwood, sin más preámbulo. No disimulé mi asombro, pues eso significaba que ellas me consideraban una muchacha fuerte, con la capacidad de mantener viva a más de una persona si estaba bajo mi cuidado. No estaba segura si era capaz de eso.

-Prometo hacer todo lo posible, pero no se si seré capaz- admití. La Sra. Hawthorne se acercó a mí, con una débil sonrisa en sus delgados labios, y besó mi frente; mirandome como si estuviera viendo a una nieta suya, algo que me extrañó.

-Se que eres capáz, Broegan- dijo y, ante la llamada del agente de la paz, se dio media vuelta y caminó hacia la puerta. Lo mismo hizo la Sra. Ashwood, sin antes despedirse, y desaparecieron ambas por la puerta.

El silencio se apoderó de la habitación y mis ojos vagaron por todos los lugares, hasta posarse en una pequeña cadena de plata que brillaba bajo la tenue iluminación; estaba sobre un mueble de madera, lugar en donde la madre de Lucy había estado parada todo el tiempo. Me puse de pie y caminé hacia ella, sosteniendola en mis manos, notando que tenía un colgante en forma de llave también de plata. Una nota escrita a mano estaba al lado suyo, que decía:

"Broegan, espero que podamos conversar de nuevo y estoy segura que eso volverá a ocurrir. Este collar perteneció a tu abuela materna, mujer a quien nunca llegaste a conocer; espero que esto te de la fuerza de seguir adelante con cada día que pase y que nunca te des por vencida.

Con cariño,
Dainee Ahswood"

Sostuve con delicadeza el collar en mis manos y luego lo puse alrededor de mi cuello, pensando en que sería muy difícil que me lo volviera a sacar. Era una de las primeras joyas que llegaba a tener, en el doce no hay mucho dinero, ni menos mucha gente que lo posea; por esa razón nunca antes había tenido joyería propia, siempre utilizabamos la escasa que mi madre tenía.

Un agente de la paz ingresó a la habitación y me ordenó salir, para escoltarme al tren que nos llevaría al Capitolio. Obedecí a sus órdenes y salí de ese lugar, siguiendolo a donde me llevaba y luego siendo escoltada fuera del Edificio. Al llegar a la estación de trenes, me encontré con los otros tres chicos que ahora eran también tributos, como yo. Lucy, apensa me vio, corrió hacia mí y me abrazo; pude notar como ella también había llorado, a diferencia mía, que no había dejado escapar ni una sola lágrima. Desde ese mismo día no debía mostrar debilidad alguna, pues pronto nos encontraríamos con los otros tributos y ellos podrían utilizarlo en mi contra.

Y si yo no sobrevivía, estaba más que claro que Lucy y Nathan tampoco lo lograrían.

No habían mentores. Ese era el problema por el cual todos los distritos pasaban momentos antes de los Juegos. De mi distrito no había sobrevivido ninguno, en algunos ya habían muerto de vejez, pero la gran mayoría había sido asesinada durante la guerra de rebeldes contra el Capitolio; dirigida por Katniss Everdeen. Ahora no quedaba ninguno, pero eso no era un impedimento para el Capitolio; decidieron entrenar personas entre veinte y veinticinco años, volviéndolos más fuertes y ágiles; enseñándoles todo lo que un mentor debía saber. Aún así ninguno de ellos tenía la experiencia que se debía tener, pues ninguno había estado en los Juegos; debía de haber alguna persona que nos lograra decir como sería estar ahí.

Nuestra mentora era Teesha Hawthorne, quien era nieta de Hazelle, hija de Gale Hawthorne. Ella había nacido originalmente en el dos, como el resto de sus hermanos, pero había decidido irse a vivir con su abuela en el doce. Me acordaba de ella pues cada vez que iba a ver a mi padre a la mina la veía a ella, era la única mujer minera del doce, que se había transformado en una cierta admiración para mí. Todo mentor de estos Juegos debía de estar vinculado con algún Vencedor de años pasados, y, si no me equivocaba, ella estaba vinculada con Johanna Mason; pues ella era su madre. Teesha parecía ser una mujer bastante fuerte y dura, tenía cabellos de un negro azabache, ojos color azul cielo, piel acaramelada y un cuerpo curvilíneo; además de ser alta y estar en perfecto estado físico. Los mentores también nos ayudarían a entrenar, algo que ocurría por primera vez.

Nuestro viaje desde el Doce hasta el Capitolio me pareció una eternidad. Teesha nos obligó a todos a hacernos amigos, o al menos a conocernos excelente; pues ella tenía planeado que hiciéramos una alianza entre los cuatro, para poder salir todos con vida. Ganar significaba riquezas para nuestro distrito y también un buen techo donde vivir; pero perder significaría una muerte más que asegurada, y ninguno de nosotros deseaba eso. Con el pasar del tiempo me y cuenta de que Ethan no parecía ser un chico que fuera a arriesgar mucho por tres chicos de dieciséis años, prefería terminar él como único vencedor a que compartir tal premio. Nunca había dicho eso, pero con su pura actitud me lo dio a entender claramente; aunque al parecer era la única que se daba cuenta. Por otro lado, Nathan estaba más que de acuerdo con la propuesta de Teesha, el resultaba ser muy protector con la gente, por lo que prometió hacer lo imposible para mantenernos respirado; siempre y cuenta respondiéramos de la misma manera.

-Cuéntenme más de ustedes- dijo Teesha la tarde anterior a llegar al Capitolio, mientras que estábamos sentados en la mesa sirviéndonos la cena. Pollo, patatas cocidas, un líquido que parecía llamarse bebida de cola; no estaba acostumbrada a todo eso, por muy simple que sonara a los oídos de la gente del Capitolio. Los ojos azulados de Teesha se fijaron en mí- ¿Broegan?

-Bueno...Soy de la Veta, mi padre, Nicolay, es minero y mi madre, Arlenne, es ayudante en una panadería del doce. Tengo una hermana, Melissa, que todavía va a la escuela- respondí, sin saber que más decir. Teesha me dio una mirada, comunicándome que debía hablar más; no sólo de mi familia- Odio al Capitolio, también a la Presidenta Snow; desde pequeña he tenido la habilidad de lanzar cuchillas y dar en el punto preciso.

Teesha pareció quedar conforme con lo último que dije, por lo que luego miró a Lucy, pues era su turno.

-Mi madre, Dainee, trabaja con la madre de Broegan; al igual que mi padre, Daniel, es compañero de trabajo de su padre. Tengo dos hermanos menores, Rita y Valerius, y una hermana mayor, Aline- comenzó a decir ella- Detesto el maltrato a todo ser vivo, no me gusta ver sangre y tengo una habilidad bastante interesante con la flecha y el arco.

-Mi madre, Katniss, y mi padre, Peeta, fueron asesinados durante la Rebelión del Capitolio, por lo que yo y mi hermana mayor, Prim, nos fuimos a vivir con Hazelle Hawthorne. Ella trabaja lavando la ropa del resto, pero si la llegan a encontrar está condenada- dijo Nathan, cuando era su turno. Con el tono que mencionó la muerte de sus padres me dió a conocer que él tampoco tenía intenciones de mostrarse débil- Odio al Capitolio, me encantaría hacer una rebelión en contra suya y soy muy fuerte en la lucha cuerpo a cuerpo.

-No me siento cómodo hablando de mi familia, por lo que sólo diré que tengo tres hermanas menores y una madre en vida. Detesto el Capitolio, me encanta luchar y soy excelente con el manejo de cuchillas- dijo Ethan, prefiriendo mantener el misterio. Nadie dijo nada más durante toda le cena.

A la mañana siguiente llegamos al Capitolio, fuimos escoltados por agentes de la paz, millones de ellos; todo debido a que la prensa nos esperaba fuera de la estación de trenes. Ethan parecía bastante contento con toda la atención que recibíamos, mientras que nosotros tres preferíamos mantenernos alejados de las ventanas. Fuimos llevados al Centro de Entrenamiento, lugar que sería nuestro hogar por los siguientes días, para los tributos y sus equipos.

Al ingresar habían cuatro personas esperándonos. Habían dos mujeres, una de cabellos color fuego y la otra de un azul marino, y dos hombres, uno de cabellos rubios y el otro de cabello negro rojizo.

-Buenos días, tributos- nos saludó la mujer de cabellos como las llamas- Mi nombre es Denile y nosotros seremos sus estilistas.

Resultaba que la mujer de cabellos azulados se llamaba Zelene, el hombre de cabellos rubios era Drenik y el de cabellos oscuros era Nile. Zelene fue asignada como la estilista de Lucy, Nile el estilista de Nathan, Drenik el de Ethan y Denile mi estilista. Nos llevaron a nuestras respectivas habitaciones, dónde me encerraron en el baño y comenzaron con la "remodelación". Debía de lucir espectacular para el Desfile de mañana, donde se presentarían a los tributos de cada distrito. Considerando que sólo conocía el cepillo de pelo y dientes para mantener mi higiene, además de la ducha, lo que hicieron conmigo resultó bastante doloroso; podría resumir todo diciendo que juraría que ya no quedaba pelo en ninguna parte de mi cuerpo, exceptuando la cabeza. Arreglaron mis cejas, depilaron mis brazos y piernas, y me bañaron en un líquido que luego dejó mi piel tan sedosa que juraría que no era mía.

El día pasó y al llegar la noche me acosté en mi cama, esperando al día de mañana para conocer a los otros tributos, y así poder saber contra qué me enfrentaba.