Chloe's |N.C.|

-No soy hermosa -dijo Isabelle sollozos-.
-Sí lo eres -la contradijo el rubio-.

***

-Todos me odian -gritó Leah creyendo que estaba sola-.
-Yo no lo hago -le contestó el castaño oji-azul-.

***

-Todo sería mejor si muriera -confesó Megan-.
-Mi vida sería una mierda si tu no vivieras -le dijo el moreno-.

***

-¿Sabes lo difícil que es fingir que todo está bien? -le preguntó María-
-Sí -le respondió el castaño-, sí lo sé.

***

-Te irás con ella -le dijo Brittany-, como todos.
-No lo haré -le contestó el castaño-, me quedaré contigo por siempre.

***

-No deberías estar aquí -se limpió las lágrimas mientras le decía al chico-.
-Quiero estar aquí -la corrigió el rizado-, contigo.

Caminaba por los pasillos. A medida que lo hacía los murmullos incrementaban. Se supone que por ser la oveja negra de mi familia y humillada diariamente por mi llamada hermana no merecía que me prestaran atención, sin embargo, eso era precisamente lo que me destacaba de los demás. Mi gran don de hacer que las personas me odien. Vi mi horario; Historia. Bufé molesta y llegué a mi casillero, cambié los libros y me dirigí a la dicha clase. Era la primera en llegar, como siempre. Me senté en los primos asientos para poder estar segura de no sufrir ningún tipo de maltrato, como de costumbre. Poco a poco el aula se fue llenando de adolescentes superficiales con un ego más grande que el odio de mi hermana hacia mí. A los pocos minutos el timbre sonó indicando el inicio de la clase, por lo que, enseguida todos tomaron sus asientos correspondientes y el profesor llegó.

-Buenos días clase –saludó el profesor sentándose en su escritorio-, el tema de hoy es…

Y eso fue lo último que escuché. Mi mente se encontraba vagando de allá para acá. Sheeran no había asistido por obvios motivos, estaba enfadado conmigo, más que enfadado, furioso. Desde ayer que está así. No le veía un motivo válido a su comportamiento. Sí, volví a mis andanzas, ¿y eso qué? No era lo peor que había hecho. Está preocupado por ti, lo sé, sé que no le agrada la idea de que vuelva a ser la de antes, la que estaba la mayor parte del tiempo fuera de sí, drogada. Sin saber nada de lo que pasaba a su alrededor. Pero, no puedo evitarlo. Él no es insultado, golpeado ni humillado más de quince veces al día por quién se supone es de su familia; no me entiende.

-Así que por esa razón harán el ensayo de 1,481 palabras sobre su libro para el Lunes –habló con una serenidad impresionante el viejo que tengo por profesor-. Pueden salir –dijo al escuchar el timbre-.

Guardé todas mis cosas en mi mochila. Si quería salir ilesa debía de salir antes de que todos los demás lo hagan. Corrí hasta la cafetería e hice fila para obtener los desagradables alimentos que la escuela nos brindaba día a día. Tomé una bandeja y espere. En menos de lo que pensaba ya me encontraba empapada de lo creí, agua de inodoro. Otra vez. Miré a la autora de mi desdicha, Beatrice. Bufé. Caminé hasta el bote de basura más cercano y tiré mi comida. Volteé a ver a mí alrededor, todos estaban riendo y susurrando cosas. Todo iba bien, o bueno, soportable; si no fuera por aquél terrible comentario que recibo a diario.

-Gorda –gritaron todos como si se hubieran coordinado-.

Mis ojos se cristalizaron y salí corriendo de ahí, de nuevo, rota.

{*}

La música a un alto volumen no me dejaba concentrarme en el pesado y muy aburrido libro de Historia. Por una parte me alegraba el hecho de no tener que desperdiciar mi tiempo intentando –inútilmente- aprenderme las fechas de todos los acontecimientos históricos que se encontraban en el capítulo seis, página 285 de 549. Y por la otra parte, me enfurecía tener que reprobar la materia por la estúpida fiesta de mi hermana. Ella y sus ideales de celebrar cada vez que nuestros padres se van del país. Si no fuera porque sabía que me iría peor si bajaba y los echaba fuera a todos, lo haría. Siempre era lo mismo, tenía que cerrar con seguro mi puerta para asegurarme de no presenciar un acto sexual o participar en el mismo.

Me levanté del sillón color celeste pastel y me dirigí a la ventana de mi habitación, que contaba con una hermosa vista al jardín trasero que en este momento se encontraba repleto de vasos con licor y adolescentes con sus hormonas descontroladas, más de lo habitual. Quería llamar a Eddie y decirle que venga por mí, que no quería estar más en este lugar. Pero sabía que no vendría, sabía que no contestaría el teléfono por más veces que lo llame. Ahora oficialmente estaba sola en esto. Le había prometido no volver a hacerlo y sin embargo, lo hice. Y aunque no debí se sintió bien. Llevaba tres meses con mi piel limpia, y él se aseguraba de así fuera.

Volví a llorar pensando en todo lo que me estaba pasando. ¿Desde cuándo mi vida se volvió una mierda? Desde siempre. Levanté la vista de mi celular para ver hacia el cielo nocturno. Las estrellas se encontraban alineadas formando un corazón. Reí sin ganas. Una idiotez cursi nada más. Si no fuera por mi odio hacia todo lo relacionado con el afecto, tal vez me parecería hermoso el paisaje natural que se encontraba frente a mis ojos. Volví mi vista a los libros y cuadernos que estaban sobre mi cama, a un lado de ellos mi amado iPod. Hice media sonrisa y caminé hacia éste. Me coloqué los audífonos y di play a la reproducción de mis canciones preferidas. Cerré los ojos y antes de que cualquier nota inundara mis oídos escuché mi móvil sonar con la canción “Carry You” de Union J. Me levanté rápidamente y oprimí el botón atender. Ni siquiera tenía que ver quién era la persona, lo sabía de sobra.

-Ed –susurré al atender el teléfono-.
-Hola –contestó él-, sólo quería llamarte para saber si estás bien, desde mi casa aún puedo escuchar el sonido de la música.
-Sí –mentí-, estoy bien, gracias.
-Emilie –me reprocho-, sé que no lo estás –guardó silencio-. ¿Quieres que pase por ti?
-Sí –suspiré-.
-En diez minutos estaré ahí –colgó-.

Dejé el iPhone donde anteriormente se encontraba y cambié mis pantuflas de cerdito por unos converse color negro. Tomé un bolso y guardé ropa para mañana. Me quedaría en el apartamento de Ed hasta que todo esto termine, aunque probablemente nunca lo haga. Suspiré pesadamente y giré la perilla. En cuanto la abrí me encontré con el “novio” de mi hermana, aunque la única diferencia es que, con él es con quién más se acuesta. Lo miré extrañada y pasé por su lado, la mayoría de las personas estaban tambaleándose y riendo sin sentido. Bajé las escaleras y Beatrice estaba semidesnuda bailando sobre una mesa. Debería de cobrar. Entré a la cocina y dejé una nota sobre la nevera avisándoles que estaría donde Ed. Salí por la puerta trasera y ahí se encontraba mi pelirrojo favorito.

-¿Qué ha pasado? –me preguntó cuando ya estábamos en su apartamento-
-Nada –le sonreí-.
-Sé que ha pasado algo –me miró-.

Nos miramos por unos segundos y comencé a llorar mientras Ed me abrazaba y susurraba palabras de consuelo en mi oído. No estaría con vida si no fuera por él. Lo único que vale la pena en la mierda a la que llamo vida, esto no es vida; vivir con miedo de lo que pueda pasar mañana, que los recuerdos te atormenten día a día, ya no puedo seguir, simplemente me cansé. Todas las personas tenemos un límite, y yo ya llegué al mío. No quería, no debía y no podía seguir con esto, es más de lo que puedo soportar. Me duele saber que algún día Ed también se marché y me den la espalda como todos.

-Prométeme que no te irás –sollocé-, como los demás.
-No me iré jamás –me miró-, aunque me lo pidas nunca te dejaré Emilie.

Después de aquél emotivo momento nos dedicamos a hablar. Nunca había sido problema para nosotros los famosos silencios incómodos, hasta ese momento. No teníamos idea de lo que estaba pasando entre nosotros, tal vez las hormonas son el problema, o el tiempo. No sabía qué hacer o qué decir para cortar ese silencio. Hasta que de la nada comenzó a sonar “Carry You”. Ed me miró enternecido al escuchar la letra.

-¿Qué? –lo interrogué un poco nerviosa-
-Nada –alzó sus manos a la altura de su cabeza-, nada.
-Me encanta esa canción –confesé-.
-Me di cuenta –sonrió-, ¿qué te parece si te quedas a vivir conmigo?
-¿Vivir contigo? –lo miré de manera incrédula- ¿hablas en serio?
-Muy en serio –volvió a sonreír-, ¿te gustaría?
-¡Claro que me gustaría! –me lancé sobre él-

Y así fue como de ahí para delante, nuestra confianza incrementó y con ello nuestro afecto. Ahora vivíamos juntos, compartíamos nuestras cosas. La mayoría de los estudiantes creían que éramos pareja, una absurda idea, o al menos para mí.