It's Winter. {Novela Colectiva}

Los ruidos de las bocinas tocar, el trafico, las personas yendo y viniendo de un lado al otro, dando gritos o hablando por celulares era algo que a Scarlett le enfermaba. ¿Que acaso no era la época de navidad? No es que a ella le importara demasiado las fiestas, ya que no era una niña, había crecido y sin duda las fiestas que derrochaban felicidad no eran su estilo, para nada. Pero no podía soportar que la gente sea tan... rígida, por así decirlo. No encontraba palabra para describir aquella sociedad en la que vivía; estaba harta. Harta de las personas egoístas e ignorantes que solo les importan ellos mismos y nadie más. Con suerte, lograba apreciar la imagen de una familia tomada de la mano, caminando por las heladas calles llenas de nieve.

Tomo aire por la nariz y lo largo por la boca, y de ella salio una nubecita blanca, debido al frío. Metió las manos en los bolsillos de la abrigada chaqueta que vestía, aunque tuviera guantes, hacía demasiado frío y el viento soplaba fuerte. Se puso de pie, dejando aquel banco del parque tan solo, que hasta le dio pena, pero aún así siguió su camino.

Cruzo la calle con rapidez, ya que los automóviles seguían su curso, como si no les importara arroyar a una pobre anciana. Hipocresía, pensó.
Antes de llegar a casa quiso comprar unas flores, pero no cualquier flor, sino que una rosa. Una hermosa rosa que a pesar de sus espinas, no cambiaba nada en su belleza. Se despidió con una sonrisa del Sr. Wilde, el encargado de la florería y partió rumbo a su hogar, donde no se quedaría por mucho tiempo.

—Hola, Mina —respondió a los ladridos de su labradora. Mina era de color amarillento, sus ojos verdes y tenía la personalidad de un humano más que de un perro. Scarlett siempre supo que aquella cachorra toda embarrada y mojada que encontró en un callejón sería una mina de oro, su mina de oro.
Ella era la que le alegraba los días más pesados y cansados que la castaña podía tener; salvo este. Este día era diferente, muy diferente. Siquiera su razón de ser podía hacerla sentir mejor.

Preparo una mochila con comida y algo para beber en el camino, sería un viaje largo, pero era su obligación hacerlo, ella se lo había prometido.

Tomo las llaves, dejo a su perra en el jardín trasero, con la puerta de la cocina abierta, por si tenía frío y quisiera descansar, y se subió a la camioneta negra. Puso en marcha el automóvil y dejo a las rosas rojas en el asiento del copiloto, donde ella solía sentarse todos los días de verano. Al recordarlo, se le empañaron los ojos, pero mantuvo el nudo en la garganta; no quería llorar.

Después de varias horas de viaje, el auto se adentraba a un bosque cerca de una playa. El sol se escondía poco a poco en el fondo del océano, haciendo que el cielo se vuelva de color anaranjado. Se quito los zapatos y camino a la orilla del mar, hasta que cayo en la cuenta de que debía adentrarse en el bosque.

Con cada paso que daba, llegaba a ver una fogata cerca donde se encontraba aquella lapida. Al llegar más cerca de ella, no solo había una fogata, una silueta de un muchacho alto con la cabeza gacha, como si estuviera haciendo un minuto de silencio.

—Noah —soltó en susurro, lo bastante fuerte como para que el moreno diera un saltito en su lugar. Se volvió en sí, y se encontró con la castaña.

Tenía el impulso de abrazarla, de besarla y de decirle cuanto la amaba y qué la había extrañada cual loco, pero no se atrevía. Mucho menos delante de él.

—Scar —imito su acción. —¿Q-Qué haces aquí? —pregunto titubeando algo nervioso. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que se vieron las caras. Tanto qué ya no sabia que hacer delante de ella. Pero si recordaba ese día, lo recordaba como si estaría pasando en ese preciso momento.

—Vengo todos los meses, ¿bromeas? Todos los malditos meses, en la misma fecha —contesta con cierto enfado, pero el dolor era transparente en su voz y mirada.

—Tienes razón, lo olvide —se disculpo, avergonzado por su tonta forma de actuar. Dio la vuelta para ver a su amigo, mientras Scarlett lo imito, observando aquellas dos líneas con letras algo torcidas y dos fechas.

Thomas Cartwright, 1989-2012, R.I.P. Cuando la oji-verde recordó a ese Tom que siempre llevaba una sonrisa en el rostro y hacía que los días más tristes se transformaran en soleados, no pudo evitar que una lagrima cayera y resbalara sobre su mejilla. Tom fue el mejor amigo de Noah y novio de Scarlett.

Estos dos últimos, toda su vida, estuvieron locamente enamorados uno del otro, solo que ninguno de los dos lo había notado. ¿Irónico, verdad? Estar enamorado de la novia de tu mejor amiga, o del mejor amigo de tu novio y jamás darte cuenta. De más esta decir que él ya no estaba como para enfrentar las cosas los tres juntos. Tom yacía muerto tres metros bajo tierra, pero los dos tenían noción de que él podía observarlos, y su amor no sería más que traición si se confesaran su amor. Por Thomas ya no estaba para defenderse y vivir con la culpa era algo que ninguno podría soportar.

—Ven —dijo el moreno sentándose frente la lapida de su amigo. Tomo la mano de Scarlett y ella se sentó junto a él. —¿Recuerdas cuando él tocaba la guitarra para que puedas dormir? —inquirió con una pequeña sonrisa en los labios.

—Por supuesto que sí —contesto con nostalgia. —¿Recuerdas cuando él dejaba que le pintemos toda la cara mientras el dormía?

—Él no dormía, Scar, el se hacía el dormido —confeso. La castaña rió por lo bajo.

—Debí sospecharlo.

—Lo hacía por que te amaba. Él prefería despertarse con la cara más fea y graciosa del mundo solo por tu felicidad, te amaba —la miro a los ojos.

—Lo se —espeto anhelando aquellos momentos, hasta que paro en seco. —¿Todo es nuestra culpa, verdad? —pregunto con los ojos llenos de lagrimas.

—¿Qué? No, no, para nada —soltó rápidamente. —Nosotros no tenemos la culpa de que ese camión lo arroyara.

—Pero él estaba furioso, había tomado y… —no pudo terminar la frase por la falta de aire; a veces la culpa siquiera te deja respirar. —No puedo evitar esa sensación, Noah.

—Yo tampoco, Scar, créeme que si alguien tendría la culpa, ese sería yo —elevo la voz con claridad para hacerla entender. La abrazo como nunca había abrazado a nadie en su vida, dándole unos pequeños y rápidos besos en la cabeza.

Se tenían el uno al otro, para consolarse entre sí y dejarlo todo salir. Por primera vez, habían hablado sobre sus sentimientos después de dos años. Y Noah, por más que no era su intención, no se negaría otra vez a la oportunidad de hacerla suya. No esta vez.